Post on 06-Oct-2018
UNA APROXIMACIÓN POSTMODERNA A LOS SERVICIOS SOCIALES
DESDE LA EXPERIENCIA PROPIA
Proyecto Final. Certificado Internacional en Prácticas
Colaborativas y Dialógicas.
1. INTRODUCCIÓN
Tras 6 años trabajando en diferentes proyectos para Servicios Sociales, donde nuestra labor ha
sido intentar generar cambios que incorporen una filosofía centrada en las potencialidades y los
recursos de las personas y tras profundizar en el último año en la postura filosófica propuesta
por el Construccionismo Social, he decidido dedicar el presente artículo a plasmar mis diálogos
internos, mis reflexiones, mis dudas y mis verdades, que nunca lo son, para así observar dichas
“charlas” desde fuera, para que puedan ser enriquecidos con los diálogos internos de las
personas que lo lean. Como dice Mijail Bajtin, “El enunciado no sólo está relacionado con los
eslabones anteriores sino también con los posteriores de la comunicación discursiva. Todo
enunciado se construye en vista de una respuesta”.
El texto no pretenderá encontrar una respuesta concreta, pretenderá posibilitar cuantas más
posibles respuestas mejor, que puedan enriquecer las mías propias y las de todas las personas
que entran en diálogo con ella.
Estas reflexiones propias, estas voces internas que me han llevado a esta redacción, “estos
eslabones anteriores”, han sido a su vez construidas en la relación con todas las personas con
las que he conversado en el contexto de Servicios Sociales, en el contexto de la psicología y la
psicoterapia, y posiblemente con todas las personas con las que he conversado desde el origen
de los tiempos. A pesar de ello, quiero destacar las voces de las personas usuarias de Servicios
Sociales que he conocido, voces que dentro de la polifonía de voces que me ha traído hasta aquí,
toman una especial presencia, como un solo de trompeta de Miles Davis, acompañado por
demás instrumentos que lo sostienen, pero que inevitablemente llevan mi foco de atención a su
sonido. Digo además mi foco, porque en una polifonía sonora, el dónde cada uno pone el foco
tiene que ver con la historia, el gusto y el interés único de cada persona.
Si consideramos los Servicios Sociales, como una polifonía de voces, quizás la de los usuarios no
es siempre el foco de atención de su escucha, otras veces toma especial presencia la voz jurídica,
la voz técnica o la voz política. Vamos a considerar toda esta amalgama de voces que crean la
polifonía de “Servicios Sociales”, en relación con mi historia, mi gusto y mi interés, pero quizás
poniendo yo desde aquí, especial foco en la voz de las personas que son atendidas por dichos
servicios.
Antes de introducir lo que sus voces han generado en mí, voy a introducir el concepto de
“Postmodernismo”, como otra polifonía que recoge visiones y discursos diferentes y variados
que entran en relación, como las notas en una composición de música jazz.
“Una aproximación postmoderna a los Servicios Sociales desde la experiencia propia” es el título
de este artículo. Para ello voy a introducir diferentes aproximaciones y miradas sobre lo que es
la Postmodernidad, llevando estas siempre a mi propia experiencia:
Según Lyotard (1991) la posmodernidad se describe como una visión del mundo que emergería
de la experiencia del fracaso total del proyecto modernista y por ende debería entenderse como
el comienzo o una continuidad renovada del mismo.
Por su parte Gergen (1994) dice que la posmodernidad hace énfasis en lo pragmático y en la
construcción comunal del conocimiento, la objetividad como un logro relacional y el lenguaje
como un medio pragmático para constituir verdades locales. Además, contribuye al auge de la
investigación, a una revolución en sus métodos y al desarrollo de nuevas formas prácticas.
Para Harvey (1998) la posmodernidad es un conjunto de reflexiones sobre los sentimientos de
cambio a partir de nuevas ideas que no son de origen unívoco sino plurívoco.
En definitiva, la postmodernidad es un conjunto de ideas críticas y reaccionarias al pensamiento
moderno, donde hay un cuestionamiento a la exaltación de la razón, al positivismo, al
materialismo, y en general, a cualquier propuesta que plantee verdades absolutas
preestablecidas. Pone foco en el indeterminismo, ya que lo objetivo y definido se establece en
el contexto relacional, dando una apertura de posibilidades a construir desde cada relación. ¿A
que nos ha llevado el establecimiento de discursos de verdad históricamente en la edad
moderna? ¿Qué alternativas tenemos que posibiliten el acercamiento y el respeto por las demás
voces? ¿Tienen todas las voces la misma validez? ¿Nos ayudan los discursos de verdad a que las
tengan? ¿Quién establece cual es la verdad y qué relación se genera con el que tenga otra
perspectiva de la misma?
Volviendo a la polifonía de voces, el foco de atención sobre las voces no es correcta o incorrecta
desde una perspectiva postmoderna, cualquier foco es válido y posible desde cada particular
historia que entra en relación con ella. Quizás por ello vamos a observar los Servicios Sociales
desde una aproximación postmoderna, para intentar no hacer un análisis de verdad, sino más
bien establecer un encuentro de las diferentes voces y desde esta perspectiva analizar cómo los
“Servicios Sociales” se relaciona con estos diferentes discursos. Ante esto me vienen las
siguientes preguntas, ¿Es los Servicios Sociales algo más que los discursos que entran en diálogo
con ella? ¿Qué discursos pone en diálogo con las personas y con la sociedad y estos con ella?
Mi experiencia en las relaciones con los profesionales y los usuarios de Servicios Sociales me han
llevado a conectar con la perspectiva crítica postmoderna, y desde ahí vamos a intentar mirar y
escuchar. Empezaré compartiendo algunas de las reflexiones que me han generado las voces de
los usuarios que desde mi foco de atención han subido de volumen desde esta perspectiva
postmoderna. He de decir que he escuchado voces de todo tipo, pero por lo general quiero
compartir ideas muy repetidas y que han cobrado especial importancia en mi motivación por
escribir este artículo:
- Muchos usuarios entienden que la intervención no se ajusta a sus ritmos y a sus
necesidades. A pesar de ser usuarios durante largos periodos de tiempo, algo
bastante habitual, siguen considerando que están en una situación similar a la que
en primer lugar les llevó a ser perceptores del servicio.
- Muchos usuarios consideran que se les responsabiliza de su situación y se les exige
cambios sin tener en cuenta su situación y su contexto. Consideran además que si no
cumplen con estos cambios impuestos perderán sus derechos e incluso serán
castigados.
- Muchos usuarios sí valoran un cambio positivo y normalmente lo hacen por la
vinculación específica con un profesional o varios que les hace sentirse entendidos,
respetados y apoyados.
- Muchos otros valoran positivamente el apoyo que se les da con respecto a
prestaciones económicas, puesto que supone para ellos un modo de poder seguir
sobreviviendo.
Estas son solo algunas impresiones propias de las valoraciones que he ido escuchando a lo largo
de los años que he trabajado en el contexto de Servicios Sociales, hay muchas más voces, pero
quizás estas han resonado por lo repetidas que han sido, y son precisamente aquellas que me
han hecho intentar aproximarme en este artículo desde una mirada postmoderna. Algunas
preguntas que me genera leer mis impresiones anteriores son las siguientes:
- ¿Qué ocurre para que muchas intervenciones “cronificadas” no generen
percepciones de cambio en las personas? ¿Tiene que ver el no cambio con la
sensación de no ajuste a sus tiempos y ritmos?
- ¿Qué ocurre para que muchas personas sientan que se las exige unos cambios
impuestos? ¿Qué responsabilidad tenemos los profesionales en generar esta
sensación? ¿De dónde viene esta imposición?
- ¿Qué podemos hacer para potenciar más el vínculo, el respeto y el apoyo? ¿Por qué
no se desarrolla esto con más frecuencia en los casos en los que no ocurre?
- ¿Qué repercusión tiene en la sociedad el hecho de estar generando personas que
dependan de la institución para sobrevivir? ¿Qué efectos tiene esto en el cambio? ¿Y
en el no cambio?
Impresiones de las voces que me llevan a preguntas y que me hacen buscar respuestas en el
postmodernismo como aproximación. Para ello me voy a acercar desde ahí, y en concreto desde
el Construccionismo Social y las Prácticas Colaborativas y Dialógicas.
El Construccionismo Social es una postura filosófica postmoderna, que establece que el conocimiento es construido en las relaciones sociales y dependen por lo tanto de las historias que confluyen en la interacción en un contexto determinado. El conocimiento se crea en el lenguaje y por lo tanto no es objetivo y real en sí mismo, sino relacional.
Las Prácticas Colaborativas y Dialógicas, son un modo de poner en práctica las ideas propuestas desde el Construccionismo Social, por ello, que no es una metodología de trabajo concreta. Responden más bien a esta postura filosófica, es decir, a una manera de pensar con, hablar con, actuar con, responder con las personas con las que nos encontramos y conversamos tanto en el mundo profesional como personal (Anderson, 2012). Se puede definir como un modo de ser en relación con nuestros semejantes, una manera de pensar sobre ellos y de interactuar con ellos.
Considerando que los Servicios Sociales es una Institución, a continuación, vamos a observar su relación con las personas desde la postura crítica propuesta por Michel Foucault y que influyó en gran medida en el desarrollo del Construccionismo Social.
Vamos a partir de un análisis de la postura crítica para posteriormente llevarlo a una perspectiva constructiva y colaborativa en la práctica.
2. POSTURA CRÍTICA: LAS INSTITUCIONES Y LAS RELACIONES DE PODER
Michel Foucault es en la actualidad el principal referente en lo que concierne al análisis del
poder. Su trabajo es amplio y profundo y puesto que mi intención no es más que compartir una
visión que pueda hacernos entender el poder como algo que se sostiene en las relaciones, no
voy a hacer más que intentar introducir algunos conceptos que puedan enriquecer una mirada
postmoderna de los Servicios Sociales.
El discurso de Foucault gira en torno a las tecnologías asistenciales y a la sociedad disciplinaria,
y cómo las relaciones institucionales promueven discursos de poder dominantes que mantienen
dicha disciplina. Para ello hago referencia al artículo “El poder en el Trabajo Social: Una
aproximación desde Foucault” (Xavier Pelegrí Viaña).
Foucault critica el modelo jurídico-liberal de poder y adopta un paradigma estratégico. El
modelo jurídico se basa en concebir el poder a partir de la Ley; la ley crea la regla de obediencia,
y frente a las ineludibles transgresiones utiliza la represión mediante el uso de la fuerza sobre el
cuerpo o la denegación de recompensas sociales. Es un modelo en que el poder se concibe como
una posesión, que tiene una sola dirección: de arriba (el rey, el Estado) hacia abajo; las instancias
intermedias (escuela, familia, sanidad, servicios sociales, etc.) reproducen el poder delegado; el
poder controla y utiliza el saber, y se manifiesta en procedimientos de exclusión y de encierro.
(Ibáñez, 1983). Este modelo de poder ha venido funcionando tradicionalmente, pero, según
Foucault (1992a), ejerce un efecto de enmascaramiento en los individuos al debilitar su
resistencia al poder. Por contra, la concepción del poder que propone Foucault se caracteriza
por las siguientes proposiciones (Bayon, 1995):
— El poder no es algo que se adquiera, el poder se ejerce en el juego de relaciones móviles y no
igualitarias; no existen zonas sin poder o que escapen a su control. Se puede decir que toda la
sociedad es un complejo de relaciones de poder, o como dice Foucault «el poder está en todas
partes; no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes [...] El poder no es una
institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es
el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada» (Foucault,
1992b:113).
— Las relaciones de poder son inmanentes a otros tipos de relaciones (económicas, de
conocimiento, sexuales), constituyen las condiciones y los efectos de desigualdades y
desequilibrios en todos los intersticios del tejido social: «entre un hombre y una mujer, en una
familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de
poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos;
son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina» (Foucault,
1992a:157).
— El poder viene de abajo, no hay una matriz general que dé cuenta totalmente de las relaciones
de poder; más bien se forman líneas de fuerza difusas por todo el sistema social que deben ser
estudiadas: «se trata de coger el poder en sus extremidades [...] de asirlo en sus formas e
instituciones más regionales, más locales, sobre todo allí donde, saltando por encima de las
reglas de derecho que lo organizan y lo delimitan, se extiende más allá de ellas, se inviste en
instituciones, adopta la forma de técnicas y promociona instrumentos de intervención material»
(Foucault, 1992a:142).
— El poder no es totalmente, ni tiene por qué ser siempre, negativo (represión) sino que puede
tener un aspecto productivo porque promueve subjetividades particulares, regula y configura
campos de posibilidad a través de las acciones y el saber: «lo que hace que el poder agarre, que
se le acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de
hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos» (Foucault,
1992a:182).
— Donde hay relaciones de poder hay resistencias al poder, un contrapoder que se forma en su
misma relación; que no se pueda estar fuera del poder no quiere decir que se está atrapado, la
resistencia está en todas partes dentro de la red de poder: «existe porque está allí donde el
poder está: es pues como él, múltiple e integrable en estrategias globales» (Foucault,
1992a:171).
— Y, por último, esta concepción del poder también descubre la sutil transformación de las
formas de represión hacia los signos que configuran la norma disciplinaria que moldea la mente;
la disciplina es una fórmula general de dominación que se basa en el control minucioso del sujeto
mediante el examen sistemático, la distribución espacial y la normalización:
«Se puede, pues, hablar en total de la formación de una sociedad disciplinaria [...] No quiere
decir esto que la modalidad disciplinaria del poder haya reemplazado a todas las demás; sino
que se ha infiltrado entre las otras, [...] ligándolas entre sí, prolongándolas, y sobre todo
permitiendo conducir los efectos de poder hasta los elementos más sutiles y más lejanos»
(Foucault, 1981:219).
Tras esta presentación de las ideas básicas de Foucault sobre el poder, trascritas magistralmente
por Xavier Pelegrí Viaña, me surgen las siguientes preguntas:
¿Qué función ejercemos los profesionales de las Instituciones de una Sociedad Disciplinaria? ¿A
qué discursos de poder estamos sometidos como profesionales? ¿Qué discursos perpetuamos?
¿Somos conscientes de estos discursos? ¿Por qué? ¿Qué efecto tiene un discurso de verdad en el
modo de vernos a nosotros mismos, al otro y a nuestras relaciones? ¿Es la prioridad de las
Instituciones el “bien estar” de la población o es la prioridad el mantenimiento de una Sociedad
Disciplinaria? ¿Hay modos de relacionarnos que puedan descentralizar el poder de dichos
discursos? ¿Cómo hacerlo? ¿Es posible hacerlo desde dentro de una Institución que tiene como
función el mantenimiento de una Sociedad Disciplinaria que se basa en la perpetuación del
poder? ¿Qué puede tener que ver todo esto con las voces de los usuarios que compartí
anteriormente? ¿Cómo puede el Construccionismo Social y las Prácticas Colaborativas
aportarnos algo en intentar encontrar respuestas a dichas preguntas?
Desde la perspectiva crítica postmoderna se hace referencia a los discursos de poder dentro de
una Sociedad Disciplinaria. Lo primero sería preguntarnos si consideramos que estamos en una
Sociedad Disciplinaria o no, algo que podría generar bastante debate. Si intentamos observar
desde unas “gafas” postmodernas, podemos ver que desde la Sociedad Moderna Capitalista hay
una idea de progreso que propone un modelo de vida que se defiende desde los gobiernos, las
empresas y las instituciones. Cuando digo que se defiende, me refiero en concreto a que es la
realidad que se construye en los discursos, algo que se convierte en incuestionable desde las
“gafas” modernas que nos colocamos cuando nos repetimos dichos discursos. Parece que
formar parte de una nación, una familia, una empresa y tener bienes materiales y de ocio que
los mercados nos hacen desear, es aquello que determina lo que eres. Pero, ¿Qué ocurre cuando
no formas parte de este ideal impuesto? ¿Y cuándo aun formando parte de él sientes una
insatisfacción profunda con tu vida?
La sociedad moderna es despiadada y deshumanizada ante el que no encaja en la voraz
competición por adquirir todas aquellas comodidades y adquisiciones materiales, y su
mecanismo ante el que reacciona con comportamientos, síntomas y expresiones que atentan
contra los valores morales que promueve, es el castigo. Las formas de ejercer el poder son la
fuerza contra el cuerpo y/o la retirada de beneficios sociales, quedando así excluido y
marginado.
Esta afirmación anterior puede parecer “radical”, y puede que lo sea, pero este control de poder
es sutil, podemos observarlo con más claridad desde las Instituciones Judiciales, que tienen
como función dictaminar penas coercitivas ante el que no cumpla la ley, pero también de forma
menos clara podemos observar cómo se dan las relaciones en otras Instituciones dentro de la
sociedad en la que vivimos, como es la Sanidad, la Educación, o en el caso que nos atañe, los
Servicios Sociales. En un principio, desde los discursos repetidos, podemos pensar que la Sanidad
está para curar, la Educación para educar y los Servicios Sociales para atender a los
desfavorecidos. Esto es verdad, pero podemos profundizar más en la cuestión, en los
significados que desde nuestra cultura se le da a la palabra “curar”, “educar” y “atender”,
podríamos ponerlas en cuestionamiento, sobre todo si desde la mirada postmoderna
observamos la repercusión que en muchas ocasiones dicha acción desde las Instituciones tienen
sobre las personas y las comunidades. Todas estas Instituciones parten de un preconcepto de
Verdad, donde los usuarios somos sujetos más bien pasivos, una Verdad que viene dada desde
los discursos de la Sociedad Moderna Capitalista, donde somos consumidores y productores, y
donde en el caso de existir una respuesta desajustada a estos valores, existe de manera sutil la
represión y exclusión.
Esto lo podemos ver en las Escuelas cuando el comportamiento del niño no es el esperado, lo
podemos ver en Salud Mental, cuando hay un síntoma psicótico, y lo podemos ver en Servicios
Sociales cuando una madre no atiende a sus hijos/as del modo más “adecuado”.
Lo perverso de todo esto es que cuando los diálogos en una sociedad dada parten de estos
discursos impuestos, acaban tomando poder sobre nosotros mismos, y construimos nuestra
identidad desde los discursos impuestos. Si el entorno se relaciona contigo como “conflictivo”,
“trastornado”, “delincuente”, etc., es este el discurso con el que me identifico y desde el cual
acabo relacionándome con el mundo.
Las Instituciones que supuestamente promueven nuestro bienestar se convierten en
promotores de discursos dominantes de un modelo de vida y de Verdad, y las acciones son de
ayuda a dicho modelo más que de ayuda a las personas que atiende. Existe una mecanización
de su estructura a través de la burocracia y existe una mecanización de los profesionales que
atienden en las Instituciones, donde hacemos aquello que se espera de nosotros desde el
discurso impuesto. Porque también los profesionales acabamos identificándonos con el discurso
desde el cual el entorno se relaciona con nosotros.
3. DE LA POSTURA CRÍTICA A LA POSTURA COLABORATIVA:
DESCENTRALIZANDO EL PODER DESDE LAS RELACIONES CON LAS PERSONAS.
En este apartado vamos a reflexionar sobre las consideraciones prácticas de aplicar un modelo
postmoderno en los Servicios Sociales.
La primera pregunta sería ¿Es posible aplicar como profesional un Enfoque Postmoderno dentro
de una Institución Moderna?
Esta pregunta me lleva a mi experiencia dentro del ámbito de los Servicios Sociales, y lo primero
que me nace es responder que sí, pero con muchas limitaciones y sacrificio.
Antes puntualizamos que las personas que trabajan para las Instituciones parece que acaban
desempeñando su labor del modo que se espera de ellas. El poder es el discurso repetido, y
cuando nos lo repetimos a nosotros mismos acabamos actuando según lo que dicta dicho
discurso.
Lo que siempre me ha llamado la atención es que hablamos de las Instituciones como algo
alejado de las personas, pero finalmente es la suma de personas que forman parte de la
Institución las que hacen a la Institución. La Institución en sí misma no es más que un concepto
al que le damos unos significados y dichos significados acaban tomando poder sobre las
personas que trabajamos dentro de ellas. Entonces, ¿Sería posible trabajar dentro de la
Institución sin que el discurso de la misma tome poder sobre nosotros? ¿Podríamos desde ahí
ayudar a las personas que atendemos de otro modo, facilitando también que ellas se liberen del
discurso impuesto que las excluye, y las mantiene en una postura de enfermedad y
marginalidad?
Para reflexionar sobre esto vamos a comenzar haciendo referencia a las Prácticas Colaborativas
y Dialógicas (PCD) desarrolladas por Harlene Anderson.
Parece que para relacionarnos de otro modo con las personas tenemos que relacionarnos de
otro modo con la Institución, y para relacionarnos de otro modo con la Institución, tenemos que
centrarnos a su vez en las personas. Esto conlleva una postura filosófica determinada, donde las
relaciones cobran una especial importancia y donde la coherencia de proponer relaciones
igualitarias que no impongan discursos al otro, ni a nosotros mismos, es lo que nos tiene que
mover por encima de cualquier otro supuesto cometido como profesional dentro de la
Institución.
Lo innovador de las PCD, es que, partiendo de una postura crítica política, muy en la línea
planteada por Foucault, y profundizando en el Construccionismo Social, como una mirada sobre
cómo entender el desarrollo del conocimiento en el ser humano a través del lenguaje, plantea
propuestas prácticas para favorecer un modo de relacionarnos de modo coherente con todo
ello. Además, a pesar de ser práctico, también es innovador con respecto a que la práctica en
este caso no es la aplicación de técnicas y de métodos, sino más bien, aplicar esta postura
filosófica de un modo coherente en el ser con el otro.
Los elementos a tener en cuenta en la práctica para intentar promover esta coherencia son los
siguientes, apoyándonos en los escritos de Anderson (2012):
La indagación compartida
Este concepto habla de involucrarnos en un proceso de juntos-en-esto, en el cual dos o más
personas juntan sus cabezas para abordar el motivo de la conversación. A través de ello, y en
acción conjunta, las personas implicadas determinan el proceso de indagación y dan forma a las
narrativas existentes y a las que están por existir.
La indagación compartida es, más bien, una postura que se adopta a la hora de encarar el trabajo
colaborativo. De éste, al llevarse a cabo a través, principalmente, del diálogo y de las
conversaciones que mantenemos con las personas, da lugar como resultado una búsqueda y co-
exploración mutua entre los participantes, que alienta nuevas posibilidades y visiones al
explorar múltiples descripciones, historias y perspectivas que amplían los significados y
entendimientos que se tienen acerca de un tema o temas que se quieran abordar (Anderson y
Burney, 1997).
Experticia relacional
La pericia del cliente, consultante, etc., y el consultori se combinan y se funden, de modo que el
primero pasa a ser el experto en el contenido y las experiencias vitales (se convierte en el
maestro) y el segundo es experto en el proceso dialógico y adopta una postura de aprender
sobre la persona (se convierte en el alumno).
Vivir con incertidumbre
Al carecer de mapas establecidos e instrucciones que acompañen a esta manera de trabajar,
siempre habrá incertidumbre con respecto al camino que habrás de escoger. Es más, como
resulta un tanto imposible predecir los resultados y las consecuencias de lo que se derivan de
nuestras actuaciones, la incertidumbre se vuelve una acompañante natural en nuestros
quehaceres, dándonos la ocasión de liberarnos de las cadenas del control y adentrarnos en
posibilidades nuevas que descansen en la creatividad.
El “no-saber”
Resulta ser un concepto con cierta relevancia en el enfoque. Se remite a la orientación de un
terapeuta (u otros profesionales) hacia el conocimiento, y, en especial, hacia, tres aspectos en
concreto: 1) la forma en que conceptualiza la creación de conocimiento, 2) la intención con la
que usa su conocimiento, y 3) la forma, actitud y oportunidad en que lo introduce. Tal postura
no especifica que no sepas nada o que tengas que fingir no saberlo. Todo lo contrario. Sin
embargo, hace énfasis en la forma en que usas ese conocimiento y la manera en cómo lo ofreces.
En palabras de un alumno de Harlene Anderson (2012a):
“No, no he tenido que dejar atrás todo mi aprendizaje anterior. Todo lo que he
aprendido está catalogado en mi memoria y está disponible para ser usado. Todas son
simplemente posibilidades. La diferencia está en mi intención” (p. 329).
Hacer público
Reflexionar conlleva hacer público, es decir, estar más dispuesto a revelar, a compartir los
diálogos y monólogos internos, los pensamientos, opiniones, prejuicios, interrogantes, temores;
y aceptar, por consiguiente, la evaluación y la crítica que supone. En definitiva, exponerse más
como persona ante los consultantes. En palabras de Carl Rogers: “No se puede ayudar a otro sin
arriesgarse uno mismo” (citado en Anderson, 2012a, p. 136).
Responsabilidad compartida
Estamos entrenados para participar en conversaciones desiguales que restan responsabilidad al
cliente (u otros usuarios) a favor de la experticia del terapeuta (u otros profesionales). Cuando
se invita a colaborar, la responsabilidad se hace compartida. De alguna manera, adoptar esta
postura filosófico-reflexiva, desquebraja el dualismo que podría existir entre profesional y
usuario y la responsabilidad que surge se torna cada vez más compartida, relacional.
Transformación mutua
Al estar íntimamente involucrado con las personas con las que se trabaja, de modo que se crean
compañeros de conversación, cada persona está bajo la influencia del otro(s). De tal aspecto
deviene, casi irremediablemente, un proceso de transformación mutua, donde no sólo cambia
la persona que acude al profesional, sino que, además, este profesional también ve como su
práctica profesional y personal varía y cambia hacia lugares que quizás antes no había tenido en
cuenta.
Orientación hacia la vida cotidiana
Lo que se aprende y cómo se aprende es un proceso fluido, interactivo y construido socialmente.
Al llevarlo a un proceso de reflexión que se combina con la investigación y aprendizaje en la vida
cotidiana, la persona se transforma tanto en el ámbito profesional como personal.
Tentatividad
Es una herramienta que se especifica para el uso del lenguaje en este enfoque. Nos da pie a
introducir nuestro conocimiento de una manera en la que, más que imponerlo, se ofrece como
una posibilidad más en el discurso, en la narración. Ya lo dice Shotter: “Nuestras especiales
‘experiencias internas’ [lo que creemos saber] carecen de valor en el mundo externo a menos
que podamos hacer que cuenten para otros” (citado en Anderson, 2012a, p. 150). Quizás, el
hecho de no querer imponer o dirigir la mirada hacia un conocimiento que llega desde la
posición de experto, nos dé la oportunidad de hacer que lo que pensamos, sentimos, vivimos,
etc., de manera interna, cobren realismo en el mundo externo.
Estos son los elementos de la postura colaborativa propuesta por Anderson, algo que tiene que
ser tomado como elementos sobre los que reflexionar, sobre los que observarse a uno mismo,
y no como elementos a aplicar como si fueran técnicas. Lo que hace que uno integre la filosofía
no es aprenderse los elementos, es ver el mundo desde estas “gafas” postmodernas y sobre
todo observarse uno mismo en la relación con el otro en coherencia con dicha mirada.
Si empezamos reflexionando sobre los elementos, entendiendo que no por ello integramos la
postura, me surgen las siguientes preguntas, ¿Cómo podemos poner dichos elementos en
relación con las preguntas que nos hemos planteado en los dos apartados anteriores? ¿Pueden
dar algún tipo de respuesta a las voces de los usuarios que compartí? ¿Puede dar algún tipo de
respuesta para generar cambios dentro de los Servicios Sociales? ¿Puede ayudarnos a
descentralizar de algún modo el poder ejercido desde la Sociedad Disciplinaria en la que vivimos,
según la propuesta de Foucault?
Los elementos propuestos por Harlene, consideran un respeto íntegro por la realidad del otro,
donde nuestra labor da un salto radical a una posición donde nosotros no estamos en una
posición de expertos en la vida del otro, donde nuestra función no es analizar, evaluar y dar
respuestas al otro. Antes decíamos que “dar respuestas al otro”, desde una evaluación realizada
que parte de discursos impuestos, ajenos a la historia particular de la persona, podía estar
teniendo una función no enfocada al “bien estar” de los usuarios, sino más bien al
mantenimiento de una “sociedad determinada”. ¿Cómo sabemos que esta evaluación y esta
respuesta es lo que garantiza el “bien estar” de cada persona? ¿Cómo sabemos que esta
valoración y esta respuesta no está más enfocada a mantener “una sociedad determinada”? No
lo sabemos, pero…¿Y la persona? ¿Lo sabe? ¿Sabe que es mejor para ella? Indagar con la persona
en una conversación que genere posibilidades desde la aceptación genuina de su discurso,
quizás puede ayudarle a entender mejor qué necesita, y pueda ayudarnos a nosotros a ver qué
podemos facilitarle para aquello que necesita. Cada persona, cada historia, es única, no hay una
misma historia por ser usuario de Servicios Sociales, lo que puede haber es contextos comunes
maltratantes, que generen una situación marginal común entre las personas. Pero,
relacionarnos con ellos desde la mirada de que “son lo mismo” y “sabemos lo que necesitan”,
¿no es un modo de reforzar la existencia de los contextos maltratantes, responsabilizando a las
personas de su situación? ¿No es un modo de exigirles que “sean” personas ajustadas a los
cánones establecidos y de plantearles que, si no pueden o no quieren, se han de mantener en su
situación desde una posición de ser “controlados/dependientes” por/al sistema?
Voy a intentar situarme al lado de las personas usuarias de Servicios Sociales que compartieron
las voces que tanto se me han repetido y que compartí en la introducción de este artículo, para
posteriormente intentar situarme al lado de las personas profesionales que han de brindar una
relación de ayuda a dichas personas desde la Institución de los Servicios Sociales. Vamos a
intentar hacer un ejercicio, de escucha y observación desde el “como si fuéramos ellos”,
siguiendo el Equipo Reflexivo propuesto por Harlene Anderson.
Si estuviera en una situación personal y/o familiar desfavorecida, donde sintiera que no puedo
ser autónomo para garantizar la cobertura de mis necesidades básicas, donde el contexto en el
que me relaciono no me permite oportunidades para hacerlo por mí mismo, y donde mi
adaptación a todo ello me llevara a relacionarme desde la indefensión, dando lugar a
comportamientos como la violencia y el consumo, ¿Qué tipo de ayuda necesitaría? ¿Necesitaría
que alguien ajeno a mi realidad forzara su presencia en mi intimidad para decirme lo mal que
estoy haciendo las cosas?, ¿Necesitaría ayudas económicas para mantenerme sobreviviendo en
la misma situación?, o, sin embargo, ¿Necesitaría alguien que se acercara a mí con respeto y
comprensión y que me devolviera la confianza en mí mismo desde mis recursos personales y
comunitarios?, ¿Necesitaría que alguien trabajara con mi contexto para que las posibilidades
que me pudiera ofrecer fueran más amplias?
Las personas que son víctimas de un maltrato institucional y estructural, acaban ejerciendo
maltrato en aquellas relaciones de poder donde son más fuertes que otro, como es el caso de
relaciones culturales asimétricas, del tipo hombre-mujer, adulto-niño/a. Esto no quiere decir
que esta conducta sea justificable y tampoco que la persona no tenga un margen de elección
ante ello, lo tiene, y la labor de la relación de ayuda es poder acompañarle para que pueda tomar
conciencia de que tiene otras posibilidades, ¿Cuáles son? No lo sabemos de antemano, lo
descubriremos juntos en la relación. Para ver que hay otras posibilidades es muy posible que
nos tengamos que relacionar con los recursos, las excepciones y “los otros yoes no saturados de
problema” de la persona. Si nos relacionamos con ella desde su identidad de maltratador y
multiproblemático, no favorecemos las posibilidades de desidentificación con el discurso
dominante, y por lo tanto la persona “reacciona”, desde lo que el contexto espera de ella.
“Etiquetarla” y a su vez, exigirle el cambio, sin validar su historia y sin hacer una análisis global y
comunitario del contexto donde se desarrollan estas historias, solo genera “inmovilismo”,
“frustración”, “miedo”, y “dependencia”, y, en definitiva, más indefensión y maltrato.
Si intentamos colocarnos desde el “como si fuéramos profesionales de la Institución”, puedo
sentir una gran presión y frustración también, muy similar en ocasiones a la indefensión sentida
por los usuarios. Por un lado, hay una exigencia por parte de la “Administración” que se ha
deshumanizado en sí misma, donde lo económico-político (lo político también está sujeto a lo
económico), lo ha hecho funcionar como una gran corporación empresarial, donde los
“números” tienen prioridad a las personas. Se hablan de las personas como “expedientes”,
“trámites”, “prestaciones”, “riesgos”, etc.
Por otro lado, aunque está relacionado con lo anterior, existe una exigencia que viene definida
por parte de la “labor que desempeñamos hacia el otro”. Si trabajo para el área de Protección
al Menor, asumo la responsabilidad de garantizar que el menor de la familia que atiendo “esté
protegido”. Teniendo en cuenta los números, los tiempos, y las situaciones complejas de muchas
familias, puedo querer acelerar el cambio en la familia, hacia lo que el propio sistema exige de
ella, para así garantizar que cumplo mi función “protegiendo al menor”.
Dentro de semejante contexto, claramente “moderno”, que para mí es además un mecanismo
de mantenimiento de una “Sociedad Disciplinaria de Clases” al servicio del “Mercado”… ¿Es
posible relacionarnos como profesionales, desde una postura filosófica crítica postmoderna, con
una base dialógica y colaborativa?
Ahora en vez del “como sí”, voy a hacer referencia para responder a dicha pregunta, a mi
“experiencia propia”, como plantearía Tom Andersen, es su modo de enfocar los Equipos
Reflexivos, aunque estoy seguro que desde el “como sí”, tampoco he dejado de hacerlo desde
mi experiencia propia, lo que resuena en mí, desde mi historia, cuando intento colocarme al lado
del otro.
Mi respuesta ante esto sería que no solo es posible, sino que es necesario, ya que solo las
personas que nos relacionamos desde y con la Institución podemos transformarla en sí misma.
Para mí lo importante es que la filosofía en sí, sea lo que nos mueve en nuestras acciones,
independientemente desde donde me esté relacionando. Si soy una persona que creo y tengo
integrada esta filosofía relacional, ella en sí misma será mi vocación. El puesto de trabajo es un
mecanismo desde el cual promover mi vocación y además poder vivir de ello, pero mi necesidad
de vivir de ello no puede sustituir la vocación que me mueve, esto es dejar de ser libre para
alienarme a los discursos impuestos, y desde ahí solo podré imponer nuevos discursos también
maltratantes, que a su vez solo generarán una cadena de alienación y maltrato.
Trabajar dentro de la Institución desde esta postura filosófica no es fácil, pero no hacerlo siendo
incoherente con tus valores y tu vocación para mi es mucho más difícil. Relacionarnos desde el
respeto y la curiosidad a las diferentes historias de vida y atender a sus necesidades, desde el
ajuste a los tiempos de las personas, empoderando su capacidad crítica y colaborativa para
cambiar sus circunstancias, teniendo en cuenta que a veces esto es empoderar la posibilidad de
que las personas sean desobedientes ante lo que la propia Institución para la que trabajas les
exige, no es fácil, pero es necesario. Esta relación de igualdad para que sea posible, no hay que
observarla como un modo de relacionarnos únicamente con los usuarios, sino que, también con
nuestros compañeros, con nuestros jefes y con nuestros políticos. Integrar realmente la filosofía
va más allá del profesional, es algo que adquirir como persona, desde el propio trabajo personal.
Liberarnos de nuestros propios miedos, de nuestros propios discursos impuestos, conociendo
muy bien lo que nos mueve en la vida para hacer lo que hacemos, es lo que nos puede poner en
relación “con apertura”, “con claridad” y “con el más absoluto respeto” al otro. Nuestra labor
desde aquí, es la de descentralizar el poder, generando relaciones igualitarias, y nuestra
responsabilidad es generar cambios desde ahí, en la medida que cada uno esté dispuesto a
cambiar con lo que ofrecemos desde ahí. Tanto con los usuarios, como con el contexto, como
hacia la Institución misma (que al fin y al cabo son personas).
No es una labor sencilla, es fácil perder la perspectiva, y por eso creo que es muy útil lo que las
Prácticas Colaborativas y Dialógicas aportan, puesto que nos permite un marco desde el que
hablar de otro modo y desde el cual crear redes donde poder tener diálogos que nos hagan
revisar si estamos perdiendo la perspectiva.
No tener miedo de ser coherentes en la vida con la filosofía que nos mueve, entendiendo,
además, que estamos en un mundo que promueve discursos que entran en contraposición con
dicha filosofía, aceptándolo y respetando que lo único que podemos hacer es seguir siendo
coherentes con aquello en lo que creemos, es lo que a mí a nivel personal me permite estar
presente en “una administración moderna” desde una perspectiva “postmoderna”. No voy a
cambiar el contexto en su conjunto, no voy a cambiar a los políticos, ni voy a cambiar a los
usuarios, pero sí voy a tener la intención de relacionarme desde la postura filosófica en lo que
creo y no dejaré de hacerlo por la idea de que no voy a cambiarlo todo. Este es el mecanismo de
la alienación y la indefensión que se da en los usuarios, en los profesionales y en la población en
general. Hacemos lo que se espera de nosotros por pensar que no podemos cambiar nada, y en
el fondo por miedo al castigo de la Sociedad Disciplinaria, nos sometemos a la autoridad desde
una falsa sensación de libertad, y así nada cambia. El discurso impuesto forma parte de nuestra
identidad, reaccionando simplemente al guion, por eso, la gente quizás no se siente satisfecha
con su vida, aunque tu guion sea la de ser favorecido. Liberémonos del guion y de los discursos
para dar valor a nuestra filosofía personal, hagamos de nuestra vida un camino hacia ir
enriqueciendo dicha filosofía, con incertidumbre, con curiosidad, y confiemos que desde ahí
estemos cambiando lo que podemos cambiar, sobre todo a nosotros mismos.
Tras leer el artículo, sabiendo que no sabía qué palabras iban a surgir de mis diálogos internos,
me he dado cuenta que he hablado poco de los Servicios Sociales, y más sobre procesos vitales,
culturales, políticos, espirituales y existenciales…supongo que esto tiene que ver con una
postura filosófica relacional, donde el propio proceso dialógico nos va llevando a construir algo
nuevo, inesperado, pero siempre transformador.
“Existía una aldea que nunca tenía sol porque una gran montaña le hacía sombra, entonces los niños crecían raquíticos, hasta que un día el más viejo de la aldea se fue con una cucharita, y los otros le preguntaron:
- ¿Dónde vas viejito? -voy a la montaña -¿Y qué vas hacer? -voy a mover la montaña -¿Y con que la vas a mover? -con esta cucharita -jaja, nunca podrás. -si, nunca podré, pero alguien tiene que comenzar.
4. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Anderson, H. (2012a). Conversación, lenguaje y posibilidades. Un enfoque postmoderno de la
terapia. Buenos Aires: Amorrortu.
Gergen, K. J. y Gergen, M. (2011). Reflexiones sobre la construcción social. Madrid: Paidós.
Shotter, J. (2001). Realidades conversacionales. La construcción de la vida a través del lenguaje.
Buenos Aires: Amorrortu.
Foucault, M. (1992). Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta.
J. Cristopher Hall. Social Constructionism: A unifying metaperspective for Social Work.
Xavier Pelegrí Viaña. El Poder en el Trabajo Social: una aproximación desde Foucault.