Post on 07-Mar-2016
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PRIMER PREMIO CUENTO
Noelia Salas González
Mil boleros de plata
La Dolores cantaba a sus geranios la Zarzamora cuando en el rellano, el andador de
Juan el del segundo se arrastraba para llegar a la puerta. Eran las dos, agosto y las
flores se freían por un poco de agua, al igual que la Dolores, que maldecía la hora en
que salió el sol aquella mañana. En la nevera había un poco de agua fresca para revivir
su voz envejecida de folclórica. Caminaba ligero, aunque no salía de casa."Toc-toc".Se
echó el agua helada a la boca y con un nudo en la garganta, corrió hacia el espejo de la
entrada y muy coqueta, se atusó el pelo blanco y se pellizcó las mejillas.
Cuando abrió la puerta estaba Juan con su andador, su boina y sus bolsas.
-Buenas tardes.
-¡Ay, Juan! ¿Dónde vas con el sombrero? Pasa, pasa y siéntate.
- Mujer, el sombrero me quita la calor, que uno no tiene ya la cabeza para que el Sol la
lama. ¡Mira cuántos viejos como yo han caído este verano por “inlosación”! Seguro
que ninguno se protegía como yo. Yo me cuido, Dolores, no te preocupes.
-¿Hace mucho calor fuera?
- Sí, sí, mucho, pero yo ahora cuando llegue a mi casa estaré como un rey. Mi hijo me
tiró los ventiladores que teníamos desde que tuvimos a mi Rosa, me dio mucha pena,
pero hoy vendrán a ponerme el aire “adicionado”, dice mi Francisco que está muy bien
y te tiene la casa fresca.
- ¿Sí? A ver si tú me pudieras hablar con alguien para ponerme uno también, porque
aquí una tan sola y con las calores, se puede morir de pena...
- Anda,mujer, no te pongas así, yo hablaré con mi Francisco. ¡Ah! La comida, toma, que
mal tiene uno la cabeza ya.
- ¿Qué me traes?
- Gazpacho, pescaíto y pan crujiente. ¿Tienes yogures?
-Sí, tengo de los "ennatados" que me trajiste los otros días. ¿Cuánto te debo, Juan?
- Nada, mujer, nada. Que yo hago muy a gusto la comida para los dos y no me cuesta
nada, con la pensión todavía me llega.
- Ay, Juanito, ¿qué sería de mí sin ti aquí? Mis niños en Italia y una, vieja y echaíta a
perder, aquí, sola e indefensa y tonta, porque ya me estoy volviendo tonta de remate.
Hoy hace tres meses que se murió mi hermana, fui a su cuarto a mirar sus fotos y me
eché a llorar porque no sabía dónde estaba.
En las fotos no la conocía y es mi hermana. Me estoy volviendo tonta, Juanito.
-Venga, chiquilla no llores, que no estás sola. Tienes que salir un poco a que te dé el
aire, te pondrás más alegre. Mira tus geranios, ¡se ponen tristes si te ven así!
- Juan, ¿qué tonterías dices? Con ochenta años, ¿tú te crees que tiene una el cuerpo
para salir a la calle? ¿Y qué va a pensar la gente? Si todavía no ha hecho ni medio año
que se murió mi Paca, y yo ya saliendo. Que no, que no. Que la gente pía y una no
quiere.
- ¡Anda ya! ¿Tú les vas a hacer caso a las cotorras esas? Que son más malas que... ¡mal
dolor les de que se les cayeran las lenguas de bichas que tienen! Tú te vienes esta
tarde a la fresca, damos un paseíto y vamos al bar del Manolo que nos pone de cenar.
- Qué vergüenza, Juanito, ¿ir yo sola con un hombre por la calle?
- Mujer, que ya son otros tiempos y yo soy tu amigo desde hace muchos años. Vendré
a recogerte, ¿vale?
- Vale. Vaya usted con Dios. Hasta luego.
La Dolores a las seis estaba lista. No se quitó el luto pero escogió el vestido intacto que
llevaba cuando conoció a Pedro, su marido. Todavía le quedaba bien. Cuando murió
hacía ya veinte años, Dolores no lloró, pero su existencia se automatizó. Se encerró en
los recuerdos y olvidó por completo que vivía. Limpiaba, regaba sus flores y comía muy
poco. En su cabeza comenzó a nevar y por su piel los surcos abrían camino a las
lágrimas. Cuando sus hijos llegaron con la Navidad, hablaron con Juanito para que la
cuidara. Él la quiso visitar durante esos meses de tristeza, pero nadie le abrió nunca la
puerta. A partir de entonces cada día le subía el pan y le hacía la comida, la ayudaba a
limpiar y le daba conversación. Por las noches se aseguraba de que cerraba la puerta y
por las mañanas le daba los buenos días.
Aquella amistad no surgió cuando murió Pedro. Lolita y Juanito fueron vecinos toda la
vida, los dos jugaban a la rayuela y cogían los gorriones heridos para curar sus patitas.
Cuando el campanario de la catedral arañaba las cuatro, corrían descalzos sobre los
adoquines de la plaza de los naranjos para ir a trabajar.
Lolita no pudo ir a la escuela, pero eso no le impidió aprender a leer un poco. Juan iba
a su casa por las noches y con el olor a aceite de una vieja lámpara comenzaban las
lecciones. Con un poco de suerte la madre de la Dolores les daba pan caliente y
arenques para llenar sus estómagos, pero esto ocurría muy de vez en cuando.
Cuando los dos iban por los dieciséis años, Dolores se comprometió con un joven
marinero llamado Pedro. Tras la boda se trasladaron a otro barrio y Juan no supo más
de ella. Unos años más tarde, el destino hizo que Juan conociera a María, una
costurera de veinte años con la que se casó. Compraron una casa nueva y bonita y a
los tres años tuvieron una niña preciosa llamada Rosa.
Pasaron dos años cuando llegó Francisco, el último hijo que tendrían, pues María
enfermó de una neumonía que se la llevó meses después. Llegó gente nueva al
vecindario entre la que se encontraban Dolores, Pedro y sus tres hijos, que lo ayudaron
mucho cuando se quedó viudo, tanto que se convirtieron en una gran familia de ocho
miembros que se fue reduciendo hasta quedar sólo
ellos dos. Fue la soledad la que soldó, aún más si cabe, el cariño entre ellos.
La Dolores se despertó de su siesta, abanico en mano para comerse el yogur e irse a la
cama.
“Ding-dong”. Corrió hacia la puerta extrañada sin esperar visita alguna, observó por la
mirilla cómo Juan se repeinaba con una mano y guardaba la otra en su espalda.
– Venga, vamos.
– ¿Adónde, Juan?
– A cenar, mujer, ¡adónde vamos a ir!
– ¡Ay, Juanito, se me ha olvidado! Mira, vestida y todo y se me ha olvidado, cómo
tengo la cabeza.
– No pasa nada. Mira lo que te traje, ¿te gustan?
– ¡Ay! Huelen como la brisa de mi plaza de los naranjos.
Con la mano colmada de arrugas, Juan cosió los azahares al fino pelo de la Dolores y
con la misma delicadeza la cogió del brazo para llevarla al bar del Manolo. Sin duda
hacían una pareja muy singular.
El bar estaba desierto, Manolo sonrió a Juan bajo su bigote negro y saludó a Dolores.
Les indicó una mesa con dos sillas y fueron disfrutando de los platos. Durante la velada
hablaron y hablaron. Dolores siempre hablaba del pasado, de cuando mataron a su
padre, de lo dura que era antes la vida, de lo rápido que había pasado el tiempo, de las
muñecas de cartón, de ir descalza por la calle. Juan hablaba del futuro, del porvenir, de
lo poco que había hecho y de lo mucho que le quedaba por hacer. Cuando hablaban de
su niñez, Juan se ponía colorado “Manolo, ¿qué vino nos has puesto?”, decía, pero no
era el vino y él lo sabía.
A veces Dolores lo miraba con recelo, como si no lo conociera del todo y a Juan se le
revolvían las tripas de pánico.
Desde la cocina la astucia de Manolo dejó caer el cassette en el equipo. Un bolero
comenzó a susurrar en sus oídos, suave como una pluma. Juan se agarró con fuerzas al
andador, tendiendo la mano a la Dolores para que bailara con él. Lolita se aferró a sus
brazos apartándolo del andador. Él se cogió fuerte a su cinturilla y a su mano y con
pasos torpes intentó seguir el compás de la canción.
Los dos bailaban despacio cuando la Dolores acurrucó su cara en Juanito. Sus palabras
confirmaron lo que antes le hizo un nudo en el estómago:
– ¡Ay, Pedro! ¡Qué guapo estás! Tengo tantas ganas de que nos casemos...
Con el corazón hecho pedazos, Juan callaba sus lágrimas como podía, con la rabia de la
impotencia y con la amargura de algo que se le escapaba. ¿Y qué podía hacer?
Enamorado como un niño la miró y eligió ser menos egoísta y más bondadoso,
regalándole la felicidad de los tontos, la de la ignorancia.
SEGUNDO PREMIO CUENTO
Lucía Moya Díaz
Mi segunda oportunidad
Capítulo 1
-¡Lisa, baja ya que vas a perder el tren!-gritó mi padre desde la planta baja de la casa.
Estaba terminando de hacer la maleta, revisando que no me faltase nada que luego pudiese
echar en falta. Como ya os habéis podido dar cuenta me iba. Estaba preparada para empezar
una nueva etapa de mi vida, olvidar todo lo ocurrido en el pasado y empezar de cero, eso sí, en
la universidad de Madrid. Allí estudiaría Medicina. La verdad nunca me hubiese imaginado
trabajando como médico, es más, no podía ni ver la sangre sin desmayarme. Pero ahí estaba
yo. Preparada para todo lo que me viniese encima.
Estaba ya a punto de salir de mi habitación, cuando tropecé con una pequeña caja que estaba
al lado de mi vieja guitarra.
La verdad, no recordaba ninguna de las dos cosas. Ya sé que parece difícil de creer que pudiese
olvidar que tenía una guitarra, pero es que ya habían pasado dos años desde la última vez que
pisé mi habitación y en su momento preferí olvidar todo lo relacionado con ella o con la música
en general.
Luego, abrí la caja. En ella se encontraba mi viejo diario. Dentro de él se encontraba toda mi
vida, lo que había vivido en el instituto. Me apetecía leerlo, recordar viejas historias y más en el
momento que ahora me encontraba, en el que todo iba a cambiar. Por lo cual, empecé a leerlo:
“Éste era mi primer día. Por motivos que no lograba entender, mi madre hace unos meses
decidió que quería mudarse, cambiar de aires. Aunque yo no estaba conforme con esa idea
debía acatar sus órdenes, además ¿qué otra cosa podía hacer yo? Solo era una niña de 16
años. Así que ahí me encontraba yo, en Málaga, a punto de empezar mi primera clase en un
instituto nuevo.
Mi reloj ya marcaba las ocho y cuarto, y aún no habíamos salido de casa, lo cual quería decir
que ya iba a llegar tarde. Normalmente mi madre no me llevaba al instituto, pero por ser el
primer día en un lugar que yo desconocía, era su deber hacerlo.
-¡Lisa, sube al coche, ya estoy lista!- me gritó mientras iba adentrándose en el coche.
-Ya estoy mamá, cuando quieras.
Durante el camino todo marchaba bien. Al final iba a resultar que Málaga era una ciudad
bastante bonita pero, de repente…
-Hija, creo que hemos pinchado, sigue tu el resto del camino sola que yo intentaré arreglarlo.
¿Sabrás llegar?
-Sí, no te preocupes, además tengo boca, por lo que sé preguntar a la gente el camino.
-Muy bien. Que pases un buen día.
Pues ahora, encima, tenía que seguir el resto del camino sola, aunque por suerte, sabía cómo
llegar.
Después de una larga caminata, por fin llegué. Ahora solo me faltaba ir a secretaría a por mi
horario y ya podía ir a clase. Entonces fue cuando me choqué contra aquel chico:
-Ui, lo siento mucho, tenía prisa y no miraba por donde iba- dije con la voz un poco
temblorosa.
-No te preocupes, son cosas que pasan, además yo debería estar ya en clase. Así que un
placer y supongo que ya nos veremos.
Y así, se fue. La verdad era bastante guapo: ojos claros, cabello castaño y alto, alrededor de
1’80cm diría yo.
De pronto, volví a mi mundo y me di cuenta de que me encontraba en medio del pasillo en
horario de clase. Así que, me di prisa en ir a secretaria a recoger mi horario e ir al aula que me
correspondía. La clase ya había empezado, pero no había nada mejor que interrumpir la
explicación el primer día de clase.
Capítulo 2
El primer día de clase había sido muy aburrido y no volví a ver a aquel chico en todo la
mañana. Ahora me disponía a hablar con el director. No penséis mal, no había hecho nada
malo, solo que tenía unas cuantas cosas que decirme sobre el centro y unas normas que
explicarme.
Cuando la reunión acabó, estaba preparada para volver a casa cuando de repente escuché
música.
Sonaba bastante bien, no como el ruido ese al que llaman hoy día música, así que seguí ese
sonido hasta ver donde me llevaba. Como era de esperar, provenía del aula de música. Dudé
entre entrar para ver quiénes eran los que tocaban o no, pero entonces alguien abrió la
puerta.
-¿Vienes para las pruebas de solista? Adelante pasa, aunque te advierto que han pasado
buenas voces por aquí y también buscamos a una chica que sepa tocar la guitarra. ¿Sabes
hacer esas dos cosas?
-Yo… yo… - no me salían las palabras.
-Anda, que tonto soy no me he presentado, soy Mario, profesor de música.
-Yo… en realidad…
-No seas tímida, venga pasa, haz la prueba ahora aprovechando que no hay ningún
otro candidato.
Vale, ¿qué había pasado en esos dos escasos minutos? Ahora me encontraba encima de un
escenario con cuatro personas delante de mí esperando a que cantara. Aunque, la verdad,
hace unos años había estado asistiendo a clases de canto pero no ansiaba entrar en ningún
grupo. Sin embargo, pensándolo bien, ya que estaba allí subida debía intentarlo y dejar que
aquellas personas escuchasen mi voz.
-¡BRAVO! Tienes una voz muy bonita, la mejor de esta tarde – dijo uno de los chicos y
fijándome bien, descubrí que era aquel chico de la otra mañana.
-Muchas gracias, pero no se tocar la guitarra- fue lo único que me atreví a decir.
-No hay problema, yo te puedo enseñar. Lo importante es que tienes una buena voz y hablo
en representación del grupo, todos estamos de acuerdo en que eres la más apropiada para
este puesto.
-De acuerdo.
¿Realmente estaba pasando todo aquello? Era increíble, todo un sueño. Entonces, así fue
como entré en el grupo.
Capítulo 3
Meses más tarde…
El grupo me ocupaba mucho tiempo, no dedicaba el tiempo necesario a mis estudios, sin
embargo, era la persona más feliz del mundo. Todo en cuanto a la música marchaba viento en
popa, ya habíamos realizado varios conciertos en institutos y a todo el mundo le gustábamos.
Además, en cuanto a Marcos (el chico de ojos claros y cabello castaño), digamos que éramos
muy buenos amigos.
-Lisa, esta tarde quedamos, tengo una sorpresa por tu cumpleaños.
-¿Pero qué dices? No hacía falta que me hicieses ni comprases nada.
-Bah, ven esta tarde a las cuatro de la tarde a mi garaje.
Y se fue. Nada más. Por cierto, sí, era mi cumpleaños, ya cumplía 17 y de regalo me habían
dado un suspenso más a la colección, pero esta vez era en inglés, una asignatura que
supuestamente se me daba muy bien. Bueno, pero que sepáis que no siempre había sido así,
antes de llegar a Málaga yo era una niña muy aplicada, era rara la vez que bajaba del notable,
pero en este lugar todo era diferente. Las circunstancias son capaces de cambiar a la gente o al
menos eso dicen. Pues mi manera de pensar había cambiado desde que estaba aquí, ya no
pensaba que lo más importante fueran mis estudios. Creo que yo en general había cambiado.
El tiempo pasaba, yo cambiaba y todos mis errores se amontonaban, pero en ese momento
no me daba cuenta, vivía en mi nube. ¿Sabéis ese sentimiento de estar en la cima de la cúspide
más alta? Pues así me sentía yo.
-¡Ya son las cuatro! ¡Llegaré tarde como siempre!
Salí corriendo, intentando no llegar muy tarde, por suerte solo me retrasé cinco minutos
-Ya estoy aquí, ¿qué pasa?- dije entre exhausta y emocionada.
-Abre tu regalo.
-No puede ser, es una guitarra. Pero… ¿tú sabes lo que puede costar eso?
- No importa. Esto que estamos viviendo es muy bonito, el grupo y todo, además dicen que lo
bueno nunca acaba si hay algo que lo recuerda y me gusta la idea de pensar que dentro de
unos años te acordarás de todo esto al mirar esta guitarra.
-Jo, muchas gracias, eres el mejor.
Le di un beso en la mejilla y entramos dentro. Él estuvo toda la tarde intentado enseñarme a
tocar la guitarra y yo prestaba muchísima atención. La verdad, creo que me estaba empezando
a gustar mucho ese chico. Una oleada de sentimientos recorrían todo mi cuerpo, pero era
mejor no hacer nada, si tenía que pasar algo ya lo haría en su momento. Además, lo que
faltaba es que si lo nuestro no marchase bien hubiese tensión en el grupo. Bueno, todo eso en
el caso de que él sintiese lo mismo que yo, que era poco probable.
Cuando el reloj marcó las nueve me fui a mi casa. Pensé que mi madre debía estar
enfadadísima, no había pisado la casa en todo el día y muchos menos había tocado los libros.
Así que decidí darme un poco de prisa y si tenía suerte, tal vez ella no estuviera en casa. Pero
eso no fue así, estaba esperando en la puerta y cuando entré me echó una buena bronca. La
habían llamado del instituto para que fuese a recoger mis notas y resultaba que no había
ninguna aprobada, ni si quiera sobrepasaban del tres. Podéis imaginaros el mal momento que
pasé. Mi madre estuvo cerca de una hora regañándome y en el momento en que parecía que
ya se había calmado…
-Lisa, quiero que dejes el grupo. Tú antes no eras así, eras una buena estudiante. Lo mejor es
que lo dejes y no vuelvas a ver a esos amigos. Ellos son los que te han cambiado. No me lo
esperaba de ti.
-No mamá, no lo voy a hacer. Eso es lo más importante para mí y si no puedes comprenderlo
es tu problema- dije entre medio gritando y llorando.
-No era una pregunta. ¿Cómo que lo más importante es el grupo? Son los estudios, ¿piensas
que podrás ganarte la vida de esa manera? Ya te lo digo yo, NO. Son muy pocos los artistas que
triunfan, tal vez uno entre un millón. Además, tú harás lo que yo te diga.
-¿No puedo ser yo ese uno? Todo el mundo se merece la oportunidad de elegir lo que quiere
hacer con su vida ¿por qué yo no? Puede que si pongo mucho empeño todo salga bien y si no,
todo el mundo tiene derecho a equivocarse.
-A tu cuarto y será mejor que no me repliques más y a partir de mañana te irás a vivir con tu
padre, a ver si él consigue que te des cuenta de lo que estás haciendo.
Y así me di cuenta de que todo lo que sube, tiene que bajar. ¿Recordáis cuando dije que me
sentía como si estuviese en lo más alto de la cúspide? Pues ahora es como si me hubiese caído
de ella y me hubiese dado de bruces contra el suelo.
Toda esa conversación fue entre gritos. En ese momento odiaba a mi madre, no lo podía creer
ni si quiera mi madre me entendía. En ese instante solo me apetecía llorar, gritar, huir.
Dejando todos mis problemas atrás.
Esto que había pasado no se lo pensaba perdonar NUNCA. Dicen que el tiempo lo cura todo,
pero os aseguro que eso no. ¿Ahora mi madre pensaba mandarme a Granada?
¿Otra vez a empezar todo de nuevo? Bueno, no me importaba mucho eso, pero el grupo y
Marcos sí. Entonces, me sequé las lágrimas y ya intentaría mañana convencerla, hacerla
cambiar de opinión.
Capítulo 4
-Buenos días mamá.
-Buenos días, haz las maletas hoy no irás al instituto, te marcharás con tu padre y no hay más
que hablar. Yo misma te llevaré. Tienes cinco minutos.
-No lo voy a hacer.
-Pues entonces ya te enviaré las cosas cuando estés allí. Ahora al coche. Lisa tu eres la
responsable de que tenga que llevarte allí. Tú eres la única culpable aquí, es la única solución
para que reflexiones sobre todo lo que has hecho y rectifiques tus fallos.
Entonces me monté en el coche, entre lágrimas. Estaba ya éste en marcha cuando llegó
Marcos y me dio una carta. No me dio tiempo de decirle nada. Y cuando el coche ya estaba
más alejado de él, me gritó:
-TE QUIERO.
CAPÍTULO 5
Estuve casi todo el viaje llorando y a mi madre parecía no importarle. No le daba importancia a
mis sueños, a mis sentimientos.
Desde que llegué a Málaga, todo estaba pasando muy deprisa y ahora no sabía cómo seguir,
lo que hacer para no rendirme y seguir luchando por lo que quería. Pero ya todo daba igual.
De repente, un coche apareció de la nada y chocó contra el nuestro. Esto ya era el fin. Mi vida
había acabado y con ella la de mi madre. Al menos estábamos juntas y nos iríamos juntas.
Lo siguiente que recuerdo es despertarme en el hospital con mi padre al lado llorando. Yo
había despertado pero por lo que me dijeron más tarde, mi madre no. Ella estaba inmersa en
un profundo sueño del que jamás se despertaría. Ahora lo único que podía hacer era llorar,
llorar como una niña pequeña. Lo peor de todo es que ella me había abandonado sin darme la
oportunidad de arreglar las cosas. Aunque dije que la odiaba, la verdad es que no, era mi
madre, la quería. Pero ya todo daba igual.
En ese momento tan melancólico me hice una promesa. Olvidaría todo lo que pasó en
Málaga: la música, el grupo, Marcos… Por mucho que me doliese sería lo mejor. Me centraría
en los estudios, sería médico como mi madre siempre soñó, haría que ella estuviese orgullosa
de mí.”
Capítulo 6
Comenzaron a brotar lágrimas desde mis ojos. Había estado intentado olvidar durante tanto
tiempo todo lo que pasó y ahora los recuerdos se transformaban en una realidad ya vivida, y no
lo quería admitir, pero dolía. Además, un sentimiento de nostalgia y tristeza recorría todo mi
cuerpo.
Ahora que ya era más mayor comprendí que a pesar de todo, mi madre siempre hubiese
querido que fuese feliz y la verdad, como médico no lo iba a ser. Entonces, cogí mi guitarra, mi
diario, la carta de Marcos que aún conservaba y salí por la puerta de mi casa con tan solo lo
puesto como ropa.
Era hora de cumplir un sueño, de intentar triunfar haciendo lo que me gustaba. Eso sí que iba a
ser una verdadera aventura. En cuanto a la universidad, ya habría tiempo de ir si todos mis
planes fracasaban, si me equivocaba escogiendo esta elección. Me apetecía correr riesgos y
empezaría volviendo a Málaga. Y si el destino lo elegía, haría que mi camino y el de Marcos se
volvieran a cruzar y de revivir un viejo amor. Ahora nada era seguro, pero todo era posible.
Tenía ganas de conseguir lo imposible y rechazar lo improbable. Ya era hora de vivir mi vida
como yo realmente quería.
Y en ese momento recordé las palabras que una vez Marcos me dijo:
“-Lo bueno nunca acaba si hay algo que lo recuerda y me gusta la idea de pensar que dentro
de unos años te acordarás de todo esto al mirar esta guitarra.”
Y gracias a eso tendría una segunda oportunidad.
FIN
TERCER PREMIO CUENTO
Elena Madrazo Ruiz
Un viejo amigo
Hola, me llamo Lucas, tengo 12 años, soy un muchacho un poco inquieto, de grandes
ojos verdes, tez clara, un color de pelo entre marrón y rubio, algo alto para mi edad, no
me voy a comparar con “el Paquito” (mi mejor amigo, aunque no entiendo lo del
diminutivo, porque de –ito tiene poco).
Vivo en un pequeño pueblo de Burgos, llamado Santiago de Alcántara. Es un pueblo
muy tranquilo, donde nunca sucede nada extraño. Mis amigos son normales, mis
padres son normales, mi hermana es normalmente normal, y mis vecinos también lo
son, todos menos uno. Es un anciano solitario que vive en el nº 26 de nuestra calle.
Ese viejo gruñón no nos deja ni pisar su césped cada vez que vamos a coger el balón
cuando se nos cae jugando al fútbol. Antes de llegar a cogerlo ya lo ha pinchado con su
escopeta de perdigones. Por eso cada semana perdemos un balón.
Hoy había quedado con mis amigos para jugar un partidito, como casi todos los días,
cuando sin querer le di un balonazo tan fuerte a la pelota que aterrizó en la parte
trasera del jardín del ogro (así era como los niños llamábamos al viejo de la casa nº26),
así que me tocó a mí ir a por ella, todos me desearon mucha suerte porque nunca
nadie había entrado en ese espeluznante jardín. Salté la valla con un fuerte salto
impulsado por dos de mis amigos. Me di cuenta al ojearlo rápidamente que lo único
que había eran unos cuantos matojos, flores silvestres, malas hierbas y un par de flores
marchitas. Encontré el balón cerca de una segadora oxidada. Al cogerlo me disponía a
regresar pero me caí en una especie de hoyo profundo creo yo. La cosa es que al
despertar me encontré en una cama con sabanas color verde botella, parpadeé un par
de veces y me froté los ojos porque no me podía creer lo que veía. Parecía una gran
habitación llena de viejas literas, donde dormían niños muy canijos. Me asomé por la
barandilla de mi cama y miré hacia abajo. Era un niño de tez morena con el pelo rizado
de color negro, que podría tener perfectamente mi edad, no pude obtener más
detalles porque estaba dormido, pero todo lo demás lo sabría al día siguiente, si esto
era verdad o un sueño. A la mañana siguiente me desperté con la luz del sol y el jaleo
de los niños, por desgracia no lo había soñado. Mi compañero de litera se dirigió a mí
como si nada y me dijo seriamente “Bienvenido a esta prisión infantil”. Yo tardé un
poco en reaccionar y después le pregunté que donde estaba. Él no me respondió se
creyó que era una broma. En principio ese niño me caía fatal, iba de chulito y de
arrogante, lo más curioso es que siempre estaba solo, eso me daba lástima y por eso
intenté acercarme lo máximo a él. A la hora del almuerzo no sabía donde sentarme
todas las mesas estaban llenas menos una. Allí se encontraba mi compañero de litera
(lo llamaba así porque no me sabía su nombre). Me acerqué a él:
- ¿ Puedo sentarme?- le pregunté con un tono educado
- Haz lo que te dé la gana- me dijo él sin mirarme a la cara.
Tras varios minutos de preguntarle mis dudas y hablar con la pared, ya que él
se hacía el sordo me contestó:
- ¿A ti donde te parece que estamos?- me respondió con un tono burlón.
- No sé, creo que en un internado o… ¿en un orfanato?
- Vaya, pues sí que eres listo- me contestó con el mismo tono que antes.
En ese momento, no sabía que pensar, y empecé a comer algo parecido a un
guiso pegado, bebí todo el agua que pude y después miré a mi alrededor, en la
pared derecha de ese gran comedor vi un calendario. Al terminar de comer y
dejar la bandeja en una mesa que había, me acerqué a él ponía: 22 de marzo de
1952. Al instante mi pulso se aceleró, me costaba respirar y no entendía nada
de lo que estaba pasando, pensaba, hace un día yo estaba tan tranquilo en mi
barrio normal a 21 de marzo pero de 2012.
Entonces le pregunté a mi amigo, el simpático (es solo sarcasmo) que cómo se
llamaba el orfanato y por primera vez me contestó a la primera, me dijo que
este era el orfanato de Santiago de Alcántara, aproveché para preguntarle ya
que estaba de buen humor (supongo) que cuál era su nombre, el me respondió
que se llamaba: Marcos Pérez Gallego, me sorprendió que me dijera su nombre
completo, porque actualmente eso no lo hacía nadie.
Poco a poco fui investigando todo lo que me rodeaba entonces averigüé que
este era un orfanato de los muchos que había en la posguerra a causa de tantos
fallecidos, muchos niños se quedaron huérfanos y no tenían a donde ir, así que
supuse que lo mismo le pasaba a Marcos.
Al parecer después de almorzar los niños tenían una especie de recreo que
duraba unos 25 minutos. Allí los niños jugaban a las chapas, la peonza, las
canicas, el escondite... Había unos cuantos niños que estaban pasándose un
balón estropeado, yo les pedí la pelota un momento y me imaginé que dos
grandes árboles formaban una portería, entonces les expliqué las reglas del
fútbol, lo malo es que cuando acabé ya había terminado el recreo.
Al día siguiente se acercaron a mí unos 13 niños que querían jugar conmigo al
fútbol, yo me puse al principio de árbitro para corregirles y decirles lo que no se
podía hacer. A lo lejos divisé a Marcos que estaba sentado en un escalón tan
solitario como siempre. Le pregunté que si quería jugar pero no me respondió,
así que yo supuse que eso sería un no, pero yo no me di por satisfecho y en una
ocasión le tiré el balón cerca. Le gritamos que nos lo pasará y le dio un chute
extraordinario que llegó justo a mi lado.
A la hora de dormir unos niños más pequeños, que anteriormente habían
estado jugando al fútbol conmigo, le preguntaron a Marcos que cómo había
hecho eso, lo de la patada tan fuerte. El al principio se hizo el sordo, pero creo
que al final se conmovió y les prometió que mañana iba a jugar con ellos y le
enseñaría esa patada, los niños se pusieron alegres y le dieron un abrazo. Al fin
y al cabo, creo que Marcos no es tan duro como parece, en realidad es un buen
niño.
Cuando terminamos de comer, los niños se acercaron a mi compañero, lo
agarraron de la mano y se lo llevaron al patio. Repitió el movimiento a cámara
lenta y todos los niños se pusieron a imitarle. A los cinco minutos siguientes la
mayoría ya sabía chutar y yo por intentarlo también tiré con tan mala suerte
que el balón cayó a la calle, fuera del orfanato. Al final voy a pensar que lo del
fútbol no es lo mío. Al ir a recogerlo y saltar la valla, cerré los ojos un momento
y cuando volví a abrirlos me encontraba de nuevo en aquel abandonado jardín.
Me dio por pensar que todo eso no había sido algo más que un sueño. Oía las
voces de mis amigos preocupados por lo que me pasara. Vi un agujero en la
valla lo suficientemente grande para poder pasar, ya que ya no me atrevía a
saltar más vallas. Miré mi reloj y observé que solo habían pasado cinco minutos
desde que entré en el jardín.
Al día siguiente pasé por la casa del ogro y me paré a mirar el buzón medio
destrozado de él. No me podía creer lo que estaba viendo, ponía Sr. Marcos
Pérez Gallego, no cabía en mi asombro nunca me había parado a pensar si
pudiera tratarse de la misma persona.
A la vuelta del colegio nos pusimos a jugar al fútbol. El balón se nos cayó de
nuevo en el jardín del ogro (aunque yo ya no sabía cómo llamarle), de repente
se abrió la puerta, el anciano cogió la pelota y nos dijo “Me pido portero”.
Todos nos quedamos estupefactos, no sabíamos que hacer, pero al cabo del
rato aceptamos. No se le daba tan mal el fútbol y por más que lo miraba me
recordaba mucho a ese pobre huérfano que conocí en mi sueño (por así
llamarlo).
COEDUCACIÓN
PABLO SILVA MORALES
Maltrato no
Sinopsis:
Esta historia trata de una familia con dos hijos que vivían en Málaga capital
(España).La madre de los niños era pegada por el padre, pero la mujer no quería decir
a nadie esto por temor a que el marido la pegase más fuerte. Cuando el marido la
pegaba le dejaba unos moratones muy grandes y cuando se iba con las amigas siempre
le preguntaba lo que le había sucedido pero ella siempre decía que se había caído.
Hasta que un día se hartó y se lo dijo a su amiga y al final se arregló todo.
Maltrato no
Todo comenzó el día 13 de abril de 2010, la familia estaba en Disney (París) de viaje
con los niños y los abuelos, los abuelos estaban con los niños en el parque, el padre
estaba esperando a la mujer porque se había ido de compras sin avisar al marido y él
estaba muy enfadado, cuando llegó le empezó a chillar diciéndole que donde había
estado, porque no le había avisado…
Cuando la mujer le dijo que había estado de compras empezó a pegarle con la
zapatilla. Y le dejó unos moratones muy grandes.
Al cabo de un rato vinieron los niños con los abuelos y los niños la vieron con los
ojos rojos de haber llorado y un moratón en el brazo y en la cara, cuando la madre le
miró a los ojos empezaron los niños a preguntarle lo que habías sucedido, la madre le
dijo que se había caído y que se había hecho mucho daño.
Al cabo de una semana fueron al aeropuerto porque se había terminado el viaje,
cuando llegaron al avión los padres de los niños no se hablaban y estaban muy serios y
además los niños le preguntaban que les pasaba a los dos, pero los padres no le
respondían.
Al llegar a la casa el padre se tiró en el sofá y le dijo a su mujer que limpiase la casa
y que deshaga las maletas mientras que el se quedaba viendo la tele y tranquilo.
A la siguiente semana se fue a buscar a los niños que estaban en el colegio, al llegar
la madre vio a los niños hablando con la señorita de matemáticas y a ella le pareció
que le estaba regañando.
Cuando se acercó escuchó decirle a su hijo que estaba muy mal lo que habían
hecho, al escucharlo la madre se acercó a preguntarle lo que había pasado cuando se
lo preguntó le dijo que le había pegado a una niña porque le dijo que no sabía saltar a
la comba.
Al decirle eso pensó que su padre le estaba dando mala influencia, así que pensó
que se tenía que ir a contarle a la policía lo que había sucedido.
Al acabar de hablar con la seño los tres se subieron al coche y la madre le dijo que
iban a casa de su compañera un ratito, al llegar le dijo a los niños que se fuesen a jugar
con su compañera, cuando se fueron la madre le empezó a contarle todo la amiga se
quedó callada y sin decir nada.
Ella le preguntó lo que podía hacer y ella le dijo que le iba a acompañar a ir a la
policía para ponerle una orden de alejamiento, la madre se lo estuvo pensando un rato
pero se decidió que iban a ir.
Al llegar le contaron todo a la policía, pero en medio de la conversación sonó el
móvil de la madre, al escuchar la voz supo que era el marido, ella puso el altavoz para
que lo escuchasen los policías, al escucharlo los policías no lo pensaron más y fueron a
la casa donde estaba el marido y al final le metieron en la cárcel 20 años y así se
solucionó todo, y ya la madre no se preocupó más, ni hacer caso a lo que le decía su
marido.
JAVIER MARTÍN-ALBO MARTÍN
INJUSTICIA
Parece que fue ayer cuando me metieron en esta celda claustrofóbica cuyas
tuberías rezuman un líquido negro del que provenía un olor espantoso.
Cuando los pasos del guardia se empezaron a escuchar en el pasillo dejé rápidamente
lo que estaba haciendo y me metí en la cama tapándome hasta la cabeza con las
ásperas sábanas. Sentí como me alumbraban con una linterna y me moví un poco para
garantizarles que no me había marchado, aún no.
Hace nueve meses que intento sobrevivir aquí de día y trabajar mi escapada durante la
noche. Mientras yo intentaba salir de este agujero mi amigo Lucas intentaba buscar
pruebas para demostrar mi inocencia. Todas las semanas venía a visitarme y me decía
todo lo que sabía hasta el momento intentando no parecer sospechoso ante los
guardias que vigilaban a los presos de forma estricta.
Estoy aquí gracias a aquel juez y a mi mujer. Los últimos tres años de matrimonio me
ha maltratado física y psicológicamente hasta que uno de los vecinos de mi piso en
Madrid avisó a la policía.
Laura, que así se llama mi esposa, solo tuvo que soltar unas cuantas lágrimas
mezcladas con falsas acusaciones que, junto con los prejuicios de que el hombre
siempre maltrata en estos casos, el juez creyó.
Me condenaron a tres años de prisión, pero Lucas y yo supimos en ese instante que no
duraría ni uno.
Nada más llegar a mi celda tuve clara una cosa, no podía escapar mientras
compartiera el habitáculo con un mastodonte repleto de tatuajes. Cada noche al
acostarme creí que los muelles de su cama, que estaba sobre mí, cedería y ahí
terminaría mi escapada.
Librarme de él fue más fácil de lo que esperaba, para ello esperé a uno de los recreos
que nos concedían y empecé con mi plan, le dije que uno de los del distrito contiguo le
había estado insultando a sus espaldas, bastaron un par de palabras malsonantes para
que el mastodonte echase humo y se encaminase al preso al que yo señalaba con el
dedo. Tras varios golpes le había roto la nariz, la ceja derecha y un par de dientes
dejando sin alternativa a los vigilantes que lo llevaron a la sala de castigo, una celda
donde encerraban a los presos conflictivos durante su condena, aislándolos.
Durmiendo solo en mi celda, solo tenía que esquivar los controles que se hacían cada
cuatro horas. La pared está completamente enladrillada, exceptuando el lavabo que se
encuentra atornillado a la misma.
Usé una cuchara del comedor que me costó sacar de su lugar pues te registran antes
de salir, solo sé que le debo un favor a un preso por guardarla en un lugar donde nunca
ningún guardia buscaría, prefiero no pensar mucho en el tema.
Con el extremo de la cuchara y mucho esfuerzo conseguí desatornillar el lavabo y
dejándolo con cuidado en el suelo me sorprendí de mi descubrimiento. Ya había
agujero.
Y aquí volvemos al principio de la historia. El vigilante deja de alumbrarme con su
linterna y se marcha hasta dentro de cuatro horas sin fijarse en el hueco que adornaba
la pared. Se nota que odian su trabajo.
Tras investigar un poco descubrí unas cloacas que llevaban a un campo alejado de la
prisión, esa noche volvería a mi cama para descansar y al día siguiente empezaría con
la huida.
Cuando me desperté me informaron de que mi visita me esperaba.
-Hola Lucas, traigo buenas noticias.
-Me temo que yo debo decirte lo contrario.
-¿Cómo? Explícate
-No hemos encontrado nada, tu mujer está limpia.
-Mierda Lucas, ¿Nada de nada?
-No…
-¿Sabes qué? He encontrado la vía.
-No me jodas- dijo bajando la voz
-Hoy es el día. Sé que tiene que haber algo para incriminarla y lo voy a encontrar,
hablan de igualdad pero cuando se trata de estos casos, está claro que es el hombre el
que pega, ¿Verdad?
-Tranquilízate.
-¿Qué me tranquilice? Una vez salga tengo cuatro horas para disfrutar la libertad, una
vez pase este tiempo se darán cuenta y comenzarán a perseguirme, gracias Lucas, pero
ahora me toca avanzar solo
-Aún puedo hacer algo…
-No, déjame el resto a mí, no voy a volver a este lugar. Créeme.
Me levante y me fui después de que me deseara suerte.
Aquella noche era esencial, todo tenía que ser tratado meticulosamente aunque
rápido para que diese tiempo a completar la huida.
Una vez que la linterna deja de apuntar mi rostro desatornillo el lavabo y entro por el
hueco esquivando las tuberías que ardían como el mismo fuego. Bajé las escaleras de
la cloaca más cercana y comencé a correr manchando mis pantalones. Al salir me sentí
libre, me sentí de nuevo sano, el aire entraba por mi nariz y salía por mi boca,
limpiando mis pulmones del ambiente de la prisión, no duró mucho pues la realidad
era distinta, pronto se darían cuenta de la fuga y a partir de entonces todo iría a peor.
No tenía ni idea de donde me encontraba pero mis piernas no respondían, no podía
parar de correr.
Pronto encontré civilización, un pueblecito.
Cogí un pantalón y una camisa del porche de una casita azul que parecía acogedora y
los sustituí por el uniforme que nos otorgan a los presos.
Lo primero era registrar los bolsillos sin parar de avanzar, esa noche estaba de suerte,
en total conté tres euros y algunos céntimos por lo que cogí un autobús al centro de
Madrid.
Era peligroso, pues no sabía cuánto tardaría en llegar, pero siempre hay que
arriesgarse.
Mientras miraba por la ventanilla pude ver algo que me abrió los ojos. Una gasolinera.
¡Eso es! Hace un año aproximadamente Laura me pegó con uno de los surtidores de
gasolina dejándome una herida en la mejilla izquierda y acto seguido comenzó a
insultarme haciéndome sentir insignificante.
Presioné el botón que hizo al autobús frenar en la siguiente parada y corrí hasta el
establecimiento haciéndome pasar por abogado.
Podía funcionar, la camisa limpia ayudaba y el hombre no parecía muy culto.
-Disculpe, Pedro Sánchez, abogado.- dije extendiendo la mano cordialmente
-Buenas noches y bienvenido señor, ¿Qué desea?- preguntó mirándome por encima de
sus gruesas gafas
-Necesito algo para un caso, es esencial, la vida de alguien depende de ello – Tal vez así
fuese pues si me atrapasen sin tener nada, ¿Qué podrían hacerme? Intenté
permanecer lo más serio que pude
-De acuerdo, pídame cualquier cosa, haré lo que esté en mi mano.
-Si no me equivoco, este establecimiento dispone de una cámara de seguridad.
-Efectivamente
-¿Guarda las grabaciones?
-Todas y cada una desde que las instalé
- Necesito verlas.
-Acompáñeme por favor.
Me dejó en una sala oscura repleta de cintas de video, por lo visto había personas en el
mundo que usaban aún VHS, eso me dificultó más la búsqueda.
En concreto, dos horas.
Ya habrían descubierto la huida y me buscaban una gran cantidad de policías.
-Ya tengo lo que buscaba, se la devolveré después del juicio – dije señalando una de las
cintas
- No se preocupe, mucha suerte.
Justo cuando salía por la puerta, alcé mi vista hacia la pantalla de televisión del la
gasolinera… ¡Era mi cara! Me buscaban a través de los medios de comunicación. Tras
ver el rostro del dependiente y cómo sus facciones cambiaban, eché a correr dejando
sus gritos atrás.
Un coche patrulla frenó cortándome el paso. No podía ser, no tan pronto…
Esquivé al primer policía, salté por encima de capó resbalando mi cuerpo y escapé lo
más rápido que pude, estaba a dos manzanas de mi destino.
¿Por qué todo esta tan mal? Más coches me impiden el paso y me obligan a meterme
en un hotel que tengo a mi derecha.
Una vez en la azotea tenía otro plan más descabellado. Saltar de edificio en edificio.
-¡Alto!, ¡maldita sea!- gritó un policía rechoncho repleto de sudor al subir once pisos
corriendo.
Pero es tarde para dar marcha atrás, cojo un poco de carrerilla… y salto.
Sentí demasiado en poco tiempo. Libertad, aire chocando en mi cara, dolor y por
último cómo mi pierna se fracturaba
Cojee hasta el siguiente bordillo y volví a saltar soltando un gemido. Tras dos edificios
más casi no podía andar. Pero lo había logrado. Bajé arrastrándome hasta lo que antes
era mi casa y abrí la puerta con la pierna sana.
-¡Laura! ¡Estás perdida!
Dos guardias me cogieron de los brazos y me llevaron a un coche mientras me reía.
-Tengo pruebas. El juez marcó mal la sentencia.
-¿Qué estás diciendo? –me preguntó el policía.
-El juez me acusó siendo inocente. Merezco un abogado.
-Has escapado de prisión
-Donde estaba por un crimen que no cometí
- Vale tiene derecho a un juicio justo…
-No hace falta que me lea el reglamento. Lléveme ante el tribunal antes de que el dolor
me haga caer señor policía.
El juicio comenzó con todos en mi contra, es normal teniendo en cuenta que la primera vez me
condenaron por maltrato y escapé saltándome más de dos años de condena, pero las
imágenes hablaron por sí mismas y poco a poco todos vieron la verdad. No duré mucho más
en la sala pues mi pierna no aguantó más sin atención médica y me trasladaron al hospital.
-Buenos días dormilón – dijo Lucas cuando desperté en una camilla.
-Parece que me quedé dormido
-Te merecías un descanso después de lo que has pasado, aún no me creo que lo lograses.
-Lucas, te dije que no volvería
-Pero tu mujer va a ir de cabeza.
-Prefiero que no me recuerdes a Laura.
-Pero lo que cuenta es que todo ha acabado.
-Si, ahora podré vivir mi vida de nuevo, comenzar de cero.
-Aún no te he dicho lo mejor, te han dado una indemnización de setenta mil euros, que un juez
te mande a la cárcel durante nueve meses siendo inocente es lo que tiene.
-Estas de coña.
-No, macho, es verdad
- Tienen que aprender que no porque en un noventa por ciento de los casos sea el hombre el
que maltrata, tenga que serlo siempre.
-Tienes razón, hablan de igualdad pero luego no sabe aplicarla.
-Si todos tuviesen la mentalidad de que hombres y mujeres solo nos diferenciamos en el sexo,
no habría pasado nada.
-El problema es que todo viene de hace mucho tiempo atrás.
-Eso no te lo discuto, pero siempre tenemos que pensar que las generaciones futuras son las
que pueden cambiar el mundo.