Escrito en el Aire online

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Libro sobre escrituras y carteles de la ciudad de Rosario de Guillermo Buelga y Juan Manuel Alonso

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Escrito en el aire Guillermo Buelgay Juan Manuel Alonso

Proyecto ganador del concurso Subsidio 2005 Cultura Joven,

Club Cuba Libre,

Todas las marcas exhibidas en esta edición son propiedad de sus respectivos dueños. Prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de este libro, ni su almacenamiento digital, ni sutransmisión en cualquier forma o por cualquier medio. Los trabajos exhibidos se publican con el consentimiento de sus autores, quienes son responsables de la veracidad de los datos publicados.Todo el material publicado en esta obra, incluyendo, pero no limitado a iágenes e ilustraciones están protegidas por derechos registrados, marcas registradas y otros derechos de propiedadintelectual, los cuales le pertenecen y son controlados por sus autores, o por otros partícipes que hayan licenciado sus materiales a dichas empresas. Los materiales publicados son solamente muestrasde trabajos realizados con fines de exhibición. Estos materiales no se deben copiar, reproducir, replicar, cargar, enviar, transmitir, o distribuir en ninguna forma, incluyendo correo electrónico u otroselementos electrónicos, sin el consentimiento previo y por escrito del propietario. Modificaciones de los materiales, o cualquier otro uso, es una vilación de derechos depropiedad, marcas registradasy otros derechos patentados.

Hecho el depósito quepreviene la Ley 11.723Impreso en Argentina, por Aquatint

Alem xxx, Rosario

Buelga, GuillermoEscrito en el aire / Guillermo Buelga y Juan Manuel Alonso1aed. - Rosario - Guillermo Buelga y Juan Manuel Alonso, 2007.100 p.; ilustración; 24x17 cm.ISBN 978-987-05-2783-11. Fotografías. I. Alonso Juan Manuel II.Título CDD 770.9 Fecha de catalogación 31/05/2007

Escrito en el aire es una publicación propia,proyecto ganador del premio Subsidio 2005Cultura Joven, de la Secretaría de Cultura de

la Municipalidad de Rosario.

FotosGuillermo Buelga

y Juan Manuel Alonso

TextosJuan Manuel Alonso

DiseñoGuillermo Buelga

Preimpresión e impresiónAquatint

ISBN 978-987-05-2783-12007. Escrito en el aire

Escrito en el AireGuillermo Buelga y Juan Manuel Alonso

F uera de campo. En las fotos se presiente elrastro de lo que falta: la ciudad; pero ésta se

sobrepone a su ausencia, a su relegamiento a unsegundo plano restringido. Esto no es producidopor un efecto ùun mérito- de las fotografías,sucede; es una cualidad inherente a las cosas re-tratadas. La manifestación ocurre por fuera delencuadre, mínimo por otra parte, y quizás encontra de él; entre los objetos retratados y subúsqueda.

Excluidas del registro fotográfico de este libroquedaron las marcas comerciales y las gráficasrotuladas digitalmente. Las marcas —animadaspor otra lógica—mantienen con el habitante unarelación unilateral, sólo ellas hablan. Cabría pre-guntarse entonces por la diferencia entre “marca”y “firma” (o nombre de negocio); es, en principio,una diferencia cuantitativa: ¿cuántas veces serepite a lo largo del paisaje? Una: firma; cin-cuenta: marca. Además, el modo de producciónde las escrituras fotografiadas difiere radical-mente del seguido por lasmarcas; no tanto en suaspecto técnico —aunque también allí—sino encuanto a su concepción. Las primeras carecen deestrategia —sólo existe un módico objetivo in-mediato, diferenciarse del cartel de media

cuadra—, en las segundas la estrategia lo es todoy así los objetos, próximos a ese discurso total-izador, quedan subordinados a la estrategia y de-sentendidos de su ubicación física.

Las imágenes aquí reunidas enfocan objetosque proceden de una concepción anterior, visual,gráfica; pero también social, mercantil,económica, ciudadana. Muchos de esos objetosaún están presentes en la ciudad, pero su capaci-dad de evocación se debilita.

Detrás de lo que anuncian los letreros, en suestricta visualidad, disimulada entre las difer-entes caligrafías que se entrecruzan y las per-sonas que se desplazan de una vereda a otraquizá pueda verificarse una trama.Más que a lin-eamientos tipográficos estas letras demarcan yaluden a una topografía que se configura de-splazada del orden al que pertenece.

Tienda La Obrera,

Vidrio

S ehizo tarde, está oscureciendo. El caudal detráfico aumenta y de pronto las calles se

llenan de autos, es el final de la jornada laboral.Detenidos en el semáforo, a punto de ingresar ala avenida Alberdi, las luces de los guiños de losautos que están adelante reverberan y su inter-mitencia se va reproduciendo ymultiplicando enlas chapas y paragolpes de los que esperan. Esteinstante en que la tarde se desliza en la noche ylos carteles de las calles se encienden—aunqueel neón aún no brille opacado por la última clar-idad del día— se sitúa fuera del tiempo. Otra ciu-dad emerge al esfumarse los límites, disminuyenlos caracteres de época; entonces es posible ver oadivinar una ciudad anterior...

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Bar Los Inolvidables,

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Club Morning Star,

ClubesL a vida, en el recuerdo, se convierte en una

película muda. La primera imagen de mivida es una cortina, blanca, transparente, quecuelga creo que inmóvil ante una ventana que daa una callejamás bien triste y oscura. Esa cortiname aterroriza y me angustia; pero no como algoamenazador o desagradable, sino como algo cós-mico. En aquella cortina se compendia y tomacuerpo todo el espíritu de la casa en que nací. Erauna casa burguesa, en Bolonia. En realidad lasimágenes que compiten con la cortina por la pri-macía cronológica son: una habitación con al-coba (donde dormía mi abuela); unos pesadosmuebles como es debido; una carroza, en la calle,a la que quería subir. Estas imágenes son menosdolorosas que la de la cortina; no obstante, tam-bién en ellas está representado algo cósmico enlo que reside el espíritu pequeño-burgués delmundo en que nací. Pero si en los objetos y lascosas cuyas imágenesmehan quedado fijadas enel recuerdo —como las de un sueño indeleble—se precipita y se concentra todo un mundo de“recuerdos” que tales imágenes evocan en unsolo instante, o sea, si aquellos objetos y aquellascosas son contenedores dentro de los cuales sereúne un universo que yo puedo sacar de ellos yobservar, entonces almismo tiempo tales objetosy tales cosas son también algo distinto de un con-tenedor.

Pier Paolo Pasolini

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Club Atlético Aurora,

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Verduleria Urquiza y Corrientes,

Neón

E n Shakespeare y en Calderón, las batallasocupan continuamente el último acto, y los

reyes, príncipes, escuderos y séquitos “entran enescena huyendo”. El instante en que se vuelvenvisibles a los espectadores los hace detenerse. Elescenario da la voz de alto a la huida de los per-sonajes del drama. Su ingreso en el campo visualde quienes no participan en la acción y estánrealmente por encima de ellos, permite tomaraliento a esos abandonados a su suerte y los en-vuelve en una atmósfera nueva. Por eso la en-trada en escena de los que llegan “huyendo”tiene su significado oculto. En la lectura de estaindicación entra en juego la esperanza de unlugar, de una luz o de unas candilejas en las quenuestra huida por la vida también quede a salvode observadores extraños.

Walter Benjamin (“Máscaras-Guardarropa”)

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Night Club Las Vegas,

Casa de repuestos,

Pared

H acia fines de los 80 los edificios de la Mal-tería eran un lugar emblemático de la ciu-

dad. Esos paisajes contiguos al río, con su cargaindustrial en decadencia y la ilusión (perdida) delprogreso inscripta en sus instalaciones podíanasociarse sin esfuerzo al tono de El Astillero, deOnetti, y a su historia levemente cínica. El vahohúmedo de sus paredes parecía exudar, aún, esemomento de confianza único —al cual más queimprecisamente podríamos ubicar entre media-dos de los 30 y mediados de los 60— cuando elcapitalismo en la Argentina parecía revestirse deuna pátina de romanticismo. La atención haciaesas ruinas era algo que estaba en el aire e iba acambiar de signo. Algunos años después esosmismos edificios serían utilizados para mostrarlas nuevas tendencias del diseño. El edificio, queofrecía casi una estela arqueológica para unaetnografía precaria, puesto que entrecortada-mente aún susurraba, era definitivamenteclausurado en tal sentidomediante la congelantemirada del buen gusto.

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Usina Sorrento,

Cartel zona del Swiff,

PizarrónV élez Sarsfield, después Junín. Pequeños su-

permercados atiborrados, pizarrones en lavereda, pinturas en las paredes, vidrieras reple-tas.

—¿Y a ustedes quién los manda? ¿Los chinos?—el tipo no nos ve caras de espías pero igual de-sconfía de las cámaras que portamos.

—¿Quiénes son los chinos? —le pregunto. Eltipo a su vez tiene cara de turco.

—Van a poner un supermercado por VélezSarsfield y Aldao y nos están averiguando todo.Los precios, a quién le compramos, quiénes sonnuestros clientes. Se quieren quedar con todo.

Es la versión local de la invasión amarilla,quizá algo desteñida. Coreanos recién afincadosamenazando a pobres mercaderes argentinosque, ya no tan confiados en su impronta y localía,temen la continuidad de una derrota queaparenta ser eterna.

A medida que avanzamos el cantito regresacomo una letanía ¿Quién los manda, los chinos?Una psicosis de barrio apuntalada por los revesesy las cuentas en rojo.

Escobillones, veneno para hormigas, re-gaderas, todo colgado desde unas vigas demadera; el decorado de una ferretería. Una viejitaencorvada, amparada detrás del mostrador alfondo del pasillo me hace la pregunta repetida,se niega a que fotografiemos el cartel que sobre-vuela el toldo de lona y luego asegura: “Nos estánvigilando con satélites los chinos”. En la car-nicería son un poco más optimistas: “Sobre-viviremos”, dicen sonrientes.

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Bar calle San Luis,

Plástico

P referiría que no le saques. Me dice esteBartleby rosarino, ensimismado en su pe-

queño escritorio, dentro del local finito. No me loimpide, sólo pregunta si es posible evitarlo.

—Cada día nos va peor —sigue—. Al que estáarriba lo tengo declarado pero al que está contra elárbol no. Si podés no le saqués.

Le estoy por explicar que no creo que le traigaconsecuencias perome abstengo, nunca se sabe.

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Usina Sorrento,

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Galeria Corrientes,

VolumenV isita a la casa de repuestos. El dueño del ne-

gocio es un tipo gordo y está sentado a unescritorio de esos de chapa que se ensanchanhacia la base. El hombremantiene una larga con-versación telefónica con un pariente acerca deun tercer familiar que está internado.Va a salir dela clínica, pero su mayor desafío no es la enfer-medad sino su recuperación anímica, creo que leocultan una muerte. El dueño se está haciendocargo del enfermo, lo visita, lo alienta.

La casa comercial está dentro de una galeríaalejada del centro, concentra negocios relaciona-dos al mercado automotor y enseguida se notaque pertenece a otra época, un cierto olor, deter-minada escenografía. El local es vidriado, con unmostrador de fórmica cuya base está cubiertapor un revestimiento de goma acanalado. In-mediatamente detrás, en un amplio escritoriocon cubierta de vidrio, un señor de edad que atodas luces revista de contador examina carpetasy saca cuentas en una máquina de calcular deesas grandes, sin prestarmayor atención a lo quesucede a su alrededor.

El escritorio del dueño está a la derecha, másalejado. El criterio predominante en el local es laacumulación, sobre los escritorios, en estanteríasde chapa, afiches y almanaques en las paredes,cosas depositadas en el suelo. Es casi palpable laprosperidad anterior del negocio, todo con-cuerda: el cenicero que reproduce una rueda deauto con goma incluida, los escritorios ampu-losos, las biromes publicitarias, la presencia delcontador viejo que registra saldos y haberes connúmeros escritos a lápiz... tan palpable como elhalo de caída y deterioro que se percibe ineludi-ble, aun cuando, a diferencia de la corresponden-cia anterior, no posea idéntica ubicuidad.

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Usina Sorrento,

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Tienda A,

de ChapaT aller electromecánico Salvatierra-Milone. La

fosa, la luz entrando por una ventana alta algalpón dematerial, las herramientas en el tablerocorrespondiente.

Hay dos hombres de alrededor de cincuentaaños en el interior, presumiblemente Salvatierra yMilone; les pido permiso para fotografiar el cartelque está a la entrada—el galpón está dentro deunpredio más grande, al fondo—, uno mira dubita-tivo, el otro seniega. Sin vueltas, se niega.Dice queellos vendieron todo, que no trabajanmás, que sevan.

—Preguntá enfrente —dice—. Ellos son loscompradores,nosotros ya no tenemos nada que ver.

Noto la cargade angustia, de tristeza contenidaen la voz y a la vez las ganas de terminar, de no ex-plicar. No insisto. Después, Salvatierra, o Milone,agrega: “Nosotros estamos eliminados”.

Utiliza esa palabra, “eliminados”, una palabratajante, que aterroriza, pero resume la situación.La sensaciónque tienende sí y la imagende loquele pasó a una cantidad de personas durante la dé-cada del 90.

El interior del taller no tiene un aspecto aban-donado, ni siquiera decaído. Es cierto que no pre-senta signos demodernización evidentes pero noes precisamente anticuado, está justo antes de1990. Todo está limpio, ordenado, las herramien-tas alineadas en el tablero, las latas de aceite, losalmanaques gigantes. Todo demasiado en sulugar.

En la calle, enfrente, está el negocio de los com-pradores, es un edificio inmenso, con amplia su-perficie vidriada.Venden electrodomésticos.

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Usina Sorrento,

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Usina Sorrento,

Ferreteria Casa Rico / Alberdi,

en Chapa

A lineados a lo largo del cordón una docenade discos de arado convertidos en útiles de

asador y otros elementos de hierro se disponensobre la vereda. Unosmetrosmás allá, el hombreque los construye arregla un viejo tractor rojo conla pintura deslucida y negras manchas de aceite,y otro —¿el dueño del tractor?— con aspecto dehombre de campo lo espera apoyado en el guard-abarros.

Estamos en calle Mendoza, al borde de la cir-cunvalación, y los elementos que se ofrecen anuestra mirada, así como la tarea que se lleva acabo en estosmomentos, pertenecen a una zonade deslinde, convocan otras imágenes: tareasagrarias, pueblos, patios de tierra, gallinas. Tam-bién es posible que tales imágenes ni siquiera ex-istan en sus lugares de origen, pero este espaciodonde la ciudad se abre las recuerda, y quizá porese carácter ajeno, con mayor énfasis.

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Libreria Casa Bleger,

de Estilo

N octurna. Sábado en avenida SanMartín, lagente hace cola en la vereda de la pizzería

iluminada; al lado la vidriera de una joyeríaofrece unos pocos relojes y pequeños objetos deplástico o de vidrio, souvenirs, regalitos coloridospara repisa, esa miríada de cosas que acumu-lamos a lo largo de nuestras vidas, tan a la vez in-significantes e inolvidables, pero que en elescaparate que se ralea parecen cada vez másdesvalidas.

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Usina Sorrento,

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Bar Estación Rosario Oeste,

RecorridoE l “Chiquitón”, un bar de Junín y República

Dominicana. Cortina a tiras multicolores,interior oscuro, tres o cuatromesas chicas, las sil-las, televisor en blanco y negro, mostrador conportavasos de aluminio y los vasos bocabajo,secándose. Afuera, las paredes son bicolores: azuly blanco descascarados con rastros negros; elmarco de la ventana es verde claro y los vidriosson transparentes abajo y opacos arriba (allí estápintado el nombre del bar), una cortina de telaimpide el paso de la luz. Así era.

Ahora, cuando pasamos, notamos que laleyenda sobre el vidrio está intacta, entonces nosdetenemos y le decimos al dueño que queremosfotografiar las letras pintadas. No tiene proble-mas. Mientras estamos en la tarea alguien lollama desdemitad de cuadra: “¡Chiqui!” Estamosen presencia del mismísimo Chiquitón, descub-rimos. Después el tipo vuelve, hace como treintaaños que tiene el bar, está contento de que lo fo-tografíen. El local está justo en la esquina, aden-tro continúa siendo chico, oscuro, con pocasmesas; pero está cambiado. El dueño pareciónotar la desilusión: “No, yo lo remodelé”, dice,casi pidiendo disculpas. Elmostradorcito dema-terial había sido revestido con azulejos de col-ores.

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Despensa / Zona oeste,

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Garage Apolo,

Guillermo Buelga y Juan Manuel AlonsoEscrito en el aireProyecto ganador del concursoSubsidio 2005 Cultura Joven

A partir de unas 1.500 fotografías de escrituras dispersasen las calles de la ciudad de Rosario, cuyas tomas re-alizaron entre febrero y mayo de 2001, Guillermo Buelgay Juan Manuel Alonso agruparon las imágenes selec-cionadas para este libro según los modos técnico con-structivos de las diferentes caligrafías presentes (en sumayoría se trata de letreros publictarios); de allí que las

secciones de este libro se llamen: letras en tres dimen-siones, en relieve, de chapa, sobre vidrio, sobre plástico,en neón... Pero Escrito en el Aire no es específicamenteun libro de fotografías, se trata más bien de un retratometonímico de Rosario que reconstruye a partir de esasescrituras en carteles, vidrieras y chapas, otro relatosobre la ciudad.