Post on 12-Mar-2016
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Esta visión estereotipada
es aceptada como propia por
unos jóvenes, que perciben que ese es el modelo con el cual la
sociedad espera que se
identifiquen.
En un contexto histórico donde los referentes culturales tradicionales (la religión, la política, los ideales colectivos, etc.) han perdido influencia, la publicidad y los medios de comunicación ofrecen a los jóvenes una imagen con la que identificarse.
Esta identificación con los modelos juveniles
fortalece en los jóvenes la idea de “normalidad”,
como un elemento central en la cultura juvenil,
ligado a los procesos de integración social.
En la medida en que los jóvenes actúan como
creen, lo hacen los demás jóvenes y con ello se
sienten más aceptados e integrados.
¿ Ser joven significa actuar y tomar la misma
posición que nos muestran estas instancias?
¿Pensar , sentir y comportarse como se nos
dice?
Para poder contar con aceptación entre
los iguales, para tener éxito, hay que
adquirir o utilizar ciertos productos y
servicios.
Y son múltiples los productos que se integran en
ese imaginario juvenil: las motos y los coches
(icono de la libertad y la independencia), los
teléfonos móviles e Internet (que permiten recrear
la pertenencia a una misma comunidad y facilitar
el contacto con los iguales),
los videojuegos, la ropa, las prendas y el
calzado deportivo, los refrescos y las
bebidas alcohólicas, la comida rápida,
ciertos artículos personales, entre otros.
La publicidad refuerza la asociación que
se establece entre el consumo de diversos
bienes y servicios y el logro de objetivos
como la realización personal, el éxito
social, el disfrute de la vida o la propia
felicidad.
La sobrerrepresentación de estos valores provoca que los jóvenes tiendan a identificarse más con ellos, desplazando a posiciones secundarias a otros, y
a que se refuerce el propio estereotipo de lo que significa ser y actuar como un joven. De esta manera la publicidad contribuye decididamente a que se consoliden determinadas actitudes y comportamientos.
La publicidad atrae el equilibrio
entre lo real (que refleje cómo soy
y cuáles son mis necesidades) y lo
deseado (que muestre lo que aspiro
a tener o a ser).