Post on 16-Nov-2014
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Moderadores de traducción:
Daniel
Jane
Traductoras:
GabyNox98
Hailo0
Kathfan
Mariela
Mary Haynes
NataliCQ
Nerea97
Piopolis
Sofy Gutz
Moderadora de corrección:
Mariela
Correctoras:
Daniela B
DeniisRodriguez
Emmie
Esperanza
Iemila
Jane
Lucero Rangel
Mariela
Pagan
Revisión
Esperanza Mariela Jane
Diseño
Jane
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Basada en el clásico de La Bella y La Bestia, Cruel Beauty es una historia
deslumbrante sobre nuestros deseos más profundos y su poder para
cambiar nuestro destino.
Desde que nació, Nyx ha estado prometida con el malvado gobernante de
su reino, todo por un trato imprudente que su padre hizó. Y desde su
nacimiento, se ha estado entrenando para matarlo.
Sin poder evitar su destino Nyx arremete contra su familia por no tratar de
salvarla y se odia a si misma por querer escapar de su destino. Sin
embargo en su decimoséptimo cumpleaños abandona todo lo que una vez
conoció para casarse con el inmortal y poderoso Ignifex. ¿Su plan?
Seducirlo, destruir su mágico castillo y romper la maldición de 900 años
que él invocó sobre su pueblo.
Al Nyx buscar una forma para liberar su tierra descubriendo los secretos
de Ignifex, se encuentra irremediablemente atraída hacia él. Pero aún si
ella pudiera decidir enamorarse de su peor enemigo, ¿podrá rehusar su
deber al matarlo? Sin tiempo que perder, Nyx deberá decidir que es más
importante: el futuro de su reino o el hombre al que jamás pensó amar.
Traducido por Natalicq
Corregido por DeniisRodriguez
Me criaron para casarme con un monstruo.
El día antes de la boda, apenas podía respirar. El miedo y la furia se
retorcían en mi estómago. Toda la tarde me escondí en la biblioteca,
pasando mis manos sobre los lomos de cuero de libros que nunca tocaría
de nuevo. Me apoyé en los estantes y deseé poder correr, deseé poder
gritarle a la gente que había marcado este destino para mí.
Miré las esquinas sombreadas de la biblioteca. Cuando mi hermana
gemela, Astraia, y yo éramos pequeñas, escuchamos la misma historia
terrible que los demás niños: Los demonios son hechos de sombra. No mires
a las sombras demasiado tiempo o un demonio puede devolverte a mirada.
Fue aún más terrible para nosotras, porque veíamos regularmente a las
víctimas de los ataques del demonio, gritando o silenciadas con locura.
Sus familias los habían arrastrado a través de los pasillos y suplicado a
Padre usar sus artes Herméticas para curarlos.
A veces él podía aliviar su dolor, sólo un poco. Pero no había cura para
la locura infligida por los demonios.
Y mi futuro esposo, el Señor Benévolo, era el príncipe de los demonios.
Él no era como las despiadadas sombras, sin sentido que él gobernaba.
Como corresponde a un príncipe, él superaba, por mucho, a sus súbditos
en poder: él podía hablar y tomar tal forma que los ojos mortales podían
mirarlo y no volverse locos. Pero aún así, era un demonio. Después de
nuestra noche de bodas, ¿Cuánto de mí quedaría?
Oí una tos húmeda y di la vuelta. Detrás de mí se encontraba la tía
Telomache, de finos labios apretados, un mechón de pelo escapando de su
moño.
—Vamos a vestirnos para la cena —dijo en la misma plácida, forma de
hecho de la misma forma en que había dicho la noche anterior, Tú eres la
esperanza de nuestro pueblo. Ayer por la noche, y mil veces antes.
Su voz se agudizó. —¿Me estás escuchando, Nyx? Tu padre ha
organizado esta cena de despedida para ti. No llegues tarde.
Deseé poder agarrar sus huesudos hombros y sacudirlos. Era por culpa
de Padre que me iba.
—Sí, tía —susurré.
Padre llevaba su chaleco de seda roja; Astraia su alborotado vestido azul
con las cinco enaguas; Tía Telomache sus perlas, y yo me puse mi mejor
vestido de luto negro, el de lazos de satén. La comida era tan grandiosa:
las almendras azucaradas, aceitunas en vinagre, gorriones rellenos y el
mejor vino de Padre. Uno de los sirvientes tocaba un laúd en la esquina
como si estuviéramos en el banquete de un duque. Casi pude haber
pretendido que Padre trataba de mostrar lo mucho que me amaba, o al
menos lo mucho que le honraba mi sacrificio. Pero supe, tan pronto como
vi a Astraia sentada con los ojos rojos en la mesa, que la cena era por el
bien de ella.
Así que me senté derecha apoyada en la silla, apenas capaz de tragar la
comida, pero con una sonrisa fija en mi cara. A veces la conversación
disminuía, y oía el fuerte tictac del reloj de pie en la sala de estar,
contando cada segundo que me acercaba a mi marido. Mi estómago se
revolvió, pero sonreí ampliamente y entre dientes, nada alegre, acerca de
cómo mi matrimonio era una aventura, como estaba tan emocionada por
pelear con el Señor Benévolo, y por el espíritu de nuestra madre muerta,
juré que sería vengado.
Lo último hizo a Astraia desanimarse de nuevo, pero me incliné hacia
adelante y le pregunté por el chico del pueblo siempre persistiendo bajo
sus ventanas, Adamastos o algo así, y ella sonrió y se rio bastante pronto.
¿Por qué no iba a reír? Ella podía casarse con un hombre mortal y vivir
hasta la vejez en libertad.
Yo sabía que mi resentimiento era injusto, seguramente ella se reía de
mí, mientras yo sonreía por ella, pero aún burbujeaba en el fondo de mi
mente durante toda la cena, hasta que cada sonrisa, cada mirada que ella
lanzó hacia mí raspó mi piel. Mi mano izquierda se apretaba debajo de la
mesa, las uñas enterradas en mi palma, pero me las arreglé para
devolverle la sonrisa y fingir.
Por fin los sirvientes retiraron los platos de crema vacíos. Padre se
ajustó las gafas y me miró. Yo sabía que él estaba a punto de suspirar y
repetir su frase favorita: "El deber es amargo al gusto, pero dulce para
beber". Y yo sabía que estaría pensando más en cómo él sacrificaba la
mitad del legado de su esposa que cómo yo sacrificaba vida y libertad.
Me levanté. —Padre, ¿puedo por favor retirarme?
La sorpresa le atrapó por un momento antes de responder—: Por
supuesto, Nyx.
Balanceé la cabeza. —Muchas gracias por la cena.
Entonces traté de huir, pero en un momento la tía Telomache se
encontraba a mi lado. —Querida —comenzó en voz baja.
Y Astraia estaba en mi otro codo. —Puedo hablar con ella por un
minuto, por favor, ¿puedo? —dijo, y sin esperar respuesta, me arrastró
hasta su dormitorio.
Tan pronto como la puerta se cerró detrás de nosotras, se volvió hacia
mí. Me las arreglé para no flaquear, pero no podía mirarla a los ojos.
Astraia no merecía la ira de nadie, y menos la mía. No la merecía. Pero en
los últimos años, cada vez que la miraba, todo lo que podía ver era la razón
de que yo tuviera que enfrentar el Señor Benévolo.
Una de nosotras tenía que morir. Ese era el trato que Padre había
realizado, y no era su culpa que él la hubiera elegido para ser la que
viviera, pero cada vez que sonreía, yo todavía pensaba: Ella sonríe porque
está a salvo. Ella está a salvo porque yo voy a morir.
Yo solía pensar que si me esforzaba lo suficiente, podría aprender a
amarla sin resentimiento, pero finalmente había aceptado que era
imposible. Así que ahora miraba uno de los puntos de cruz enmarcados en
la pared, una casa de campo ahogada en rosas, y me preparaba para
mentir y sonreír y mentir hasta que hubiera terminado cualquier momento
de ternura que ella quería y yo pudiera meterme en la seguridad de mi
habitación.
Pero cuando ella dijo—: Nyx. —Su voz era entrecortada y débil. Sin
querer la miré, y ahora ella no tenía la sonrisa, sin lágrimas bonitas, sólo
un puño apretado contra su boca mientras trataba de mantener el
control—. Lo siento mucho —dijo—, sé que debes odiarme. —Y su voz se
quebró.
De repente recordé una mañana cuando teníamos diez y ella me
arrastró fuera de la biblioteca porque nuestra vieja gata Penélope, no
comía ni bebía y Padre podría agarrarla, ¿puede? ¿Puede? Pero ella ya
sabía la respuesta.
—No. —Agarró sus hombros—. No. —La mentira se sentía como vidrio
roto en mi garganta, pero cualquier cosa fuera mejor que escuchar el dolor
sin esperanza y saber que yo habría causado eso.
—Pero te vas a morir… —Ella hipó un sollozo—. Por mi culpa.
—Debido al trato del Señor Benévolo y de Padre. —Me las arreglé para
mirarla a los ojos y convocar a una sonrisa—. ¿Y quién dice que me voy a
morir? ¿No crees que tu propia hermana pueda derrotarlo?
Su propia hermana le mentía: no había manera posible en que derrotara
a mi marido sin destruirme también. Pero le había estado diciendo la
mentira de que podía matarlo y volver a casa por demasiado tiempo para
detenerme ahora.
—Desearía poder ayudarte —susurró.
Puedes pedir tomar mi lugar.
Aparté ese pensamiento. Toda la vida de Astraia, Padre y la tía
Telomache la habían mimado y protegido. Le habían enseñado una y otra
vez que su único propósito era ser amada. No era su culpa que nunca
hubiera aprendido a ser valiente, y mucho menos que la hubieran elegido
para vivir en mi lugar. Y de todos modos, ¿cómo podría yo desear vivir a
costa de la vida de mi propia hermana?
Astraia podría no ser valiente, pero ella quería que yo viviera. Y ahí
estaba yo, deseando su muerte en mi lugar.
Si una de nosotras tenía que morir, debía ser la que tenía veneno en su
corazón.
—Yo no te odio —dije, y casi me lo creí—. Nunca podría odiarte —dije,
recordando cómo ella se aferraba a mí después de que enterramos a
Penélope bajo el manzano. Ella era mi gemela, nació pocos minutos
después de mí, pero de todas maneras que importaba, ella era mi hermana
pequeña. Tenía que protegerla, del Señor Benévolo, pero también de mí, de
la envidia y el resentimiento interminable que hervía debajo de mi piel.
Astraia suspiró. —¿En serio?
—Lo juro por el arroyo en la parte trasera de la casa —dije, nuestra
privada variación de la niñez de un juramento por el río Styx. Y si bien dije
las palabras, decía la verdad. Porque recuerdo las mañanas de primavera
cuando ella me ayudó a escapar de las lecciones para correr por el bosque,
las noches de verano cogiendo luciérnagas, las tardes de otoño actuando la
historia de Perséfone en el montón de hojas, y las noches de invierno,
sentadas junto al fuego cuando le dije todo lo que había estudiado ese día
y ella se quedó dormida en cinco ocasiones, pero nunca admitió estar
aburrida.
Astraia tiró de mí para abrazarme. Sus brazos se envolvieron bajo mis
hombros y su barbilla se acurruco contra mi hombro, y por un momento el
mundo era cálido, seguro y perfecto.
Entonces la tía Telomache llamó a la puerta. —Nyx, ¿Cariño?
—¡Ya voy! —grité, alejándome de Astraia.
—Nos vemos mañana —dijo. Su voz seguía siendo suave, pero me di
cuenta de que su dolor sanaba, y sentí el primer goteo de resentimiento
volviendo.
Tú querías consolarla, me recordé a mí misma.
—Te amo —le dije, porque era verdad, sin importa que tan amargado
estuviera mi corazón, y la dejé antes de que ella pudiera responder.
Tía Telomache me esperó en el pasillo, con los labios fruncidos. —¿Has
terminado de charlar?
—Ella es mi hermana. Debía decir adiós.
—Dirás adiós mañana —dijo, llevándome hacia mi propio dormitorio—.
Esta noche tienes que aprender acerca de tus deberes.
Conozco mi deber, quería decir, pero la seguí en silencio. Había recibido
los consejos de la tía Telomache durante años, no podía ser peor ahora.
—Tus deberes de esposa —agregó, abriendo la puerta de mi habitación,
y me di cuenta de que podría conseguir ser infinitamente peor.
Su explicación llevó casi una hora. Todo lo que podía hacer era
quedarme quieta en la cama, con mi piel estremeciéndose y mi cara
ardiendo. Mientras ella seguía hablando con su voz plana, tonos nasales,
me miraba las manos y trataba de excluir su voz. Las palabras ¿Es eso lo
que haces con Padre todas las noches, cuando piensa que nadie está
mirando? serpenteaban detrás de mis dientes, pero me las trague.
—Y si él te besa en… ¿Me estás escuchando, Nyx?
Levanté la cabeza, esperando que mi cara se hubiera quedado en blanco
—Sí, tía.
—Por supuesto que no me estás escuchando. —Suspiró, enderezando
sus gafas—. Sólo recuerda esto: haz lo que sea necesario para hacer que
confíe en ti. O tu madre habrá muerto en vano.
—Sí, tía.
Besó mi mejilla. —Sé que vas a hacerlo bien. —Entonces se puso de pie.
Se detuvo en la puerta con un jadeo húmedo, ella siempre se imaginó a sí
misma de manera hermosa y conmovedora, pero sonaba como un gato
asmático.
—Thisbe estaría muy orgullosa de ti —murmuró.
Miré hacia el frente al tapiz de repollo, rosas y cintas. Pude ver cada
floritura del patrón horrible con perfecta claridad, porque Padre había
gastado el dinero para darme una lámpara Hermética que resplandecía
brillante y claro con luz de día capturada. Él usaba sus artes para mejorar
mi habitación, pero no para salvarme.
—Estoy segura de que Madre está orgullosa de ti también —dije sin
alterarme. La tía Telomache no sabía que yo sabía sobre ella y Padre, así
que era una observación irónica segura. Tenía la esperanza de que le
doliera.
Otro suspiro húmedo. —Buenas noches —dijo, y la puerta se cerró
detrás de ella.
Cogí la lámpara Hermética de mi mesita de noche. La bombilla era de
vidrio esmerilado y la forma como de un repollo rosa. Le di la vuelta. En la
parte inferior de la base de latón se hallaban grabadas las líneas de
remolinos de un diagrama hermético. Era muy simple: sólo cuatro sellos
entrelazados, los diseños abstractos cuyos ángulos y curvas invocaban el
poder de los cuatro elementos. Con la luz de la lámpara dirigida hacia
abajo contra mi regazo, no podía distinguir todas las líneas, pero podía
sentir el suave, zumbido pulsante de cuatro corazones elementales
trabajando mientras invocaban a la tierra, aire, fuego y agua en una
cuidada armonía de atrapar la luz del sol durante todo el día y liberarlo de
nuevo cuando el interruptor de la lámpara estaba encendido en la noche.
Todo en el mundo físico surge de la danza de los cuatro elementos, su
unión y división. Este principio es una de las primeras enseñanzas
Herméticas. Así que para un Hermético practicando para tener poder, su
diagrama debe invocar los cuatro elementos en cuatro "corazones" de
energía elemental. Y para que ese poder sea roto, los cuatro corazones
deben ser anulados.
Puse la punta del dedo en la base de la lámpara y tracé las líneas de
bucle del sello Hermético para anular la conexión de la lámpara al agua.
En ese pequeño mecanismo, no necesité grabar el sello con tiza o un lápiz,
el gesto fue suficiente. La lámpara parpadeó, su luz se tornó roja cuando el
Corazón de Agua trabajando se rompió, dejándolo conectado a sólo tres
elementos.
Cuando empecé en el siguiente sello, recordé las incontables noches que
había pasado practicando con Padre, anulando funcionamientos
Herméticos como este. Él escribía un diagrama tras otro en una tablilla de
cera, y me ponía a romperlos todos. Mientras practicaba, leía en voz alta
para mí; me decía que era para que pudiera aprender a trazar los sellos a
pesar de las distracciones, pero sabía que él tenía otro propósito. Sólo me
leía cuentos de héroes que murieron cumpliendo su deber, como si mi
mente fuera una tablilla de cera y las historias fueran sellos, y al trazarlos
en mí lo suficiente, me pudiera moldear en una criatura de puro deber y
venganza.
Su favorita era la historia de Lucrecia, quien asesinó al tirano que la
violó, y luego se suicidó para acabar con la vergüenza. Así que ella ganó
fama eterna como la mujer de la virtud perfecta que liberó a Roma. La tía
Telomache amaba esa historia demasiado y más de una vez dio a entender
que eso debería consolarme, porque Lucrecia y yo éramos muy iguales.
Pero el padre de Lucrecia no la había empujado a la cama del tirano. Su
tía no le había dado instrucciones sobre la manera de complacerlo.
Tracé el último sello anulándolo y la lámpara se apagó. Lo dejé caer en
mi regazo y me abracé a mí misma, la espalda recta y rígida, mirando
hacia la oscuridad. Mis uñas se clavaron en mis brazos, pero por dentro
sentía sólo un nudo frío. En mi cabeza, las palabras de la tía Telomache se
enredaban con las lecciones que Padre me había enseñado durante años.
Trata de mover las caderas. Cada mecanismo Hermético debe unir los
cuatro elementos. Si no puedes soportar más, quédate quieta. Como es
arriba, es abajo. Puede doler, pero no llores. Como es adentro, es afuera.
Sólo sonríe.
Tú eres la esperanza de nuestro pueblo.
Mis dedos se retorcieron, arañando bajo mis brazos, hasta que no pude
soportarlo más. Agarré la lámpara y la arrojé al suelo. El estallido atravesó
mi cabeza, me dejó jadeando y temblando, como todas las otras veces que
dejé mi temperamento salir, pero las voces se detuvieron.
—¿Nyx? —me llamó la tía Telomache a través de la puerta.
—No es nada. Choqué contra mi lámpara.
Sus pasos repiquetearon más cerca, y luego la puerta se abrió.
—¿Estas...?
—Estoy bien. Las doncellas pueden limpiarlo mañana.
—¿Estás segura…?
—Tengo que estar descansada si voy a utilizar todos tus consejos
mañana —dije con frialdad, y luego finalmente cerró la puerta.
Caí hacia atrás contra las almohadas. ¿Qué fue eso de ella? No
necesitaría la lámpara de nuevo.
Esta vez el frío que ardía en mi era de miedo, no de ira.
Mañana me casaré con un monstruo.
Pensé en otra cosa, todo el resto de la noche.
Traducido por Natalicq
Corregido por DeniisRodriguez
Dicen que una vez el cielo fue azul, no pergamino.
Dicen que una vez, si los buques navegaban al este de Arcadia, llegarían
a un continente diez veces más grande, no se hundían con el agua de mar
en un vacío infinito. En aquellos días, podríamos comerciar con otras
tierras; lo que no cultivábamos, podríamos importar, en lugar de intentar
hacerlo con complicados mecanismos Herméticos.
Dicen que una vez no había Señor Benévolo viviendo en las ruinas del
castillo en la colina. En aquellos días, sus demonios no infestaban cada
sombra; no le rendíamos tributo para mantenerlos (en su mayoría) en la
bahía. Y él no tentaba a los mortales a negociar con él para obtener favores
mágicos que siempre dirigían a su perdición.
Esto es lo que dicen:
Hace mucho tiempo, la isla de Arcadia era sólo una provincia de menor
importancia en el imperio Greco-Romano. Era una tierra medio-salvaje
poblada sólo por guarniciones imperiales y personas groseras, ignorantes
que se escondían en los matorrales para adorar a sus antiguos,
incivilizados dioses y se negaron a llamar a su tierra de cualquier forma,
excepto Anglia. Pero cuando el imperio cayó por los bárbaros, cuando la
Atenea Pártenos se rompió y las siete colinas se quemaron, Arcadia
permaneció sin devastar. El príncipe Claudio, el hijo menor del emperador,
huyó de allí con su familia. Él reunió la gente y las guarniciones, venció a
los bárbaros, y creó un reino brillante.
Ningún emperador antes ni después del rey fue tan sabio en el juicio,
tan terrible en la batalla, tan querido por los dioses y los hombres. Dicen
que el mismo dios Hermes se le apareció a Claudio y le enseñó las artes
Herméticas, revelando secretos que los filósofos Greco-Romano nunca
habían descubierto.
Algunos dicen que Hermes incluso le concedió el poder de mandar
demonios. Si es así, entonces Claudio fue realmente el rey más poderoso
que jamás haya existido. Demonios, aquellos trozos de malicia idiota,
engendrados en las profundidades del Tártaro, son tan antiguos como los
dioses, y algunos siempre han escapado de su prisión para rastrear a
través de las sombras de nuestro mundo. Nadie más que los dioses pueden
detenerlos y nadie en absoluto puede razonar con ellos, para cualquier
mortal que los ve se vuelve loco, y los demonios solo desean darse un
festín con el miedo humano. Sin embargo Claudio, dicen, podría
aprisionarlos en frascos con una palabra, para que en su reino nadie
necesitara temer a la oscuridad.
Y tal vez ahí fue donde comenzaron los problemas. Arcadia fue
bendecida grandemente, y tarde o temprano, toda bendición tiene un
precio.
Durante nueve generaciones, los herederos de Claudio
gobernaron Arcadia con sabiduría y justicia, defendiendo la isla y
manteniendo las antiguas tradiciones vivas. Pero entonces los dioses se
volvieron contra los reyes, ofendidos por algún pecado secreto. O los
demonios que Claudio había aprisionado por fin se soltaron. O (pero pocos
se atreven a decir esto) los dioses murieron y dejaron las puertas del
Tártaro desbloqueadas. Cualquiera sea la razón, lo que pasó es lo
siguiente: El noveno rey murió en la noche. Antes de que su hijo pudiera
ser coronado a la mañana siguiente, el Señor Benévolo, el príncipe de los
demonios, descendió sobre el castillo. En una hora de fuego e ira mató al
príncipe y destruyó el castillo de piedra en piedra. Y luego nos dictó los
nuevos términos de nuestra existencia.
Podría haber sido peor. Él no buscó gobernarnos como un tirano, ni nos
destruyó como los bárbaros. Él sólo pidió tributo, a cambio de mantener
sus demonios a raya. Él sólo ofreció sus mágicos, acuerdos deseos
concedidos a aquellos que eran lo suficientemente tontos como para
preguntar por ellos.
Pero era bastante malo. Por la noche en que el Señor Benévolo destruyó
el linaje de reyes, también separó a Arcadia del resto del mundo. Sólo
podemos ver el cielo azul que es el rostro del padre Urano, tampoco está
nuestra tierra unida a los huesos de la madre Gaia.
Ahora sólo hay una cúpula de pergamino por encima de nosotros,
adornada con una burla pintada del real sol. Sólo hay un vacío alrededor y
debajo de nosotros. En cada sombra, los demonios esperan por nosotros,
unas cien veces más común de lo que eran antes. Y si los dioses aun nos
pueden oír, ya no levantarán mujeres a profetizar en su nombre como
Sibilas1, ni han respondido a nuestras oraciones por liberación.
Cuando la luz brilló a través de los bordes de encaje de las cortinas, me
di por vencida tratando de dormir. Mis ojos se sentían hinchados y
rasposos mientras me tambaleaba hacia la ventana, pero aparté las
cortinas y entrecerré los ojos obstinadamente al cielo. Justo afuera de mi
ventana crecían un par de árboles de abedul, y algunas veces en las
noches de viento sus ramas resonaban contra los paneles de cristal; pero
entre sus hojas pude ver las colinas, y tres rayos del sol se asomaban
sobre su silueta oscura.
Los antiguos poemas, escritos antes del Cataclismo, dicen que el sol, el
verdadero sol, carruaje de Helios, era tan brillante que cegaba a todos los
que la miraban. Hablaban de rosados dedos del Amanecer, que pintaban el
este en tonos de rosa y oro. Elogiaban la infinita cúpula azul del cielo.
No es así para nosotros. Los ondulados rayos dorados del sol, parecían
una iluminación en uno de los antiguos manuscritos de Padre, sino que
brillaban, pero su luz era menos dolorosa que una vela. Una vez que el
cuerpo principal del sol salía sobre la ladera, sería incómodo para mirar,
pero no más que el vidrio esmerilado de una lámpara hermética. Durante
la mayor parte de la luz que provenía del mismo cielo, una cúpula de
crema veteada con crema oscura, como el pergamino, a través del cual la
luz brillaba como si viniera de un fuego lejano. Amanecer no era más que
la zona más brillante del cielo elevándose por encima de las colinas, la luz
más fría que en mediodía pero por lo demás la misma.
—Estudia el cielo pero nunca lo ames. —Padre nos había dicho a Astraia
y a mí unas mil veces—. Es nuestra prisión y el símbolo de nuestro
captor.
Pero ese era el único cielo que siempre había conocido, y después de hoy
nunca volvería a caminar debajo de él otra vez. Debía ser una prisionera
en el castillo de mi marido, y si fallaba o tenía éxito en mi misión, sobre
todo si tenía éxito, no había manera de que pudiera escapar de esas
paredes. Así que me quedé mirando el cielo de pergamino y el sol dorado
mientras mis ojos se humedecían y me dolía la cabeza.
1 Sibilas es un personaje de la mitología griega y romana. Se trata de una profetisa,
inspirada en ocasiones por Apolo, capaz de conocer el futuro.
Cuando era mucho más joven, a veces me imaginaba que el cielo era
una ilustración en un libro, que estábamos todos situados seguramente
entre las cubiertas, y que si sólo pudiera encontrar el libro y abrirlo, todos
nos escaparíamos sin tener que luchar contra el Señor Benévolo. Había
medio creído mi fantasía cuando dije a Padre una noche: —Supongamos
que el cielo es verdadero… —Y él me había preguntado si yo pensaba que
contando cuentos de hadas salvaría a alguien.
En aquellos días, todavía había una medio creencia en cuentos de
hadas. Yo todavía tenía la esperanza, no es que quisiera escapar de mi
matrimonio, sino que primero podía asistir al Liceo, la gran universidad en
la ciudad capital de Sardis. Oí hablar del Liceo durante toda mi vida,
porque era el lugar de nacimiento del Resurgandi, la organización de los
estudiosos que fue fundada oficialmente para promover la investigación
Hermética. Tenía solo nueve cuando Padre nos dijo a Astraia y a mí la
verdad secreta: después de recibir su carta, en la sala más profunda de la
biblioteca del Liceo, el primer Magister Magnum y sus nueve seguidores
hicieron un juramento secreto para destruir al Señor Benévolo y deshacer
el Cataclismo. Durante doscientos años, todo el Resurgandi había
trabajado con ese fin.
Pero ese no era porqué deseaba asistir al Liceo. Estaba obsesionada con
eso, ya que era el lugar donde los estudiosos utilizaron por primera vez
técnicas herméticas para resolver las carencias impuestas sobre nosotros
por el Cataclismo. Unos cien años atrás, ellos aprendieron a cultivar
gusanos de seda y plantas de café a pesar del clima y cuatro veces más
rápido que en la naturaleza. Cincuenta años atrás, un mero estudiante
descubrió cómo preservar la luz del día en una lámpara Hermética. Quería
ser como ese estudiante, maestra de los principios Herméticos y hacer mis
propios descubrimientos, no sólo memorizar las técnicas que Padre creía
útiles, sino lograr algo más que el destino que Padre me había dado. Y yo
calculaba que si completaba todos los años de estudio en nueve meses,
podría estar lista en quince años, y tendría dos años para el Liceo antes de
tener que enfrentar mi destino.
Traté decirle a la tía Telomache sobre esa idea, y ella me preguntó
mordazmente si pensaba que tenía tiempo que perder con gusanos de seda
creciendo cuando la sangre de mi madre clamaba por venganza.
—Buenos días, señorita.
La voz era poco más que un susurro. Me di la vuelta para ver la puerta
abrirse con un chasquido y mi doncella Ivy mirando a través de ella.
Entonces mi otra doncella, Elspeth, la empujó al pasarla e irrumpieron en
la habitación con una bandeja de desayuno.
No había tiempo para lamentaciones. Era el momento de ser fuerte, si
sólo mi cabeza dejara de doler. Con agradecimiento acepté la pequeña taza
de café y la bebí de tres tragos, incluso hasta lo que había en el fondo,
luego se la devolví a Ivy y pedí otra. En el momento en que terminé el
desayuno en sí, había bebido dos tazas más y me sentía preparada para
afrontar los preparativos de la boda.
Primero fui al cuarto de baño. Hace dos años, la tía Telomache había
decorado con helechos en macetas y cortinas de color púrpura, el papel de
la pared era un patrón de manos entrelazadas y violetas. Se sentía como
un lugar extraño para la purificación ceremonial, pero la tía Telomache y
Astraia esperaron con cataros a ambos lados de la bañera-con-patas. El
invierno pasado, Padre había instalado la nueva plomería climatizada, pero
para el rito tenía que ser lavada en agua de uno de los manantiales
sagrados; así que me estremecí cuando tía Telomache arrojó agua helada
sobre mi cabeza y Astraia cantó el himno de la doncella.
Entre versos, Astraia lanzó tímidas sonrisas hacia mí, como si
comprobara si todavía estaba perdonada. No, ella quiere asegurarse de
que estás bien, me dije a mí misma, así que apreté los dientes rechinando
y le devolví la sonrisa. Cual fuera su preocupación, para el final de la
ceremonia parecía completamente consolada, cantó el último verso como si
quisiera que el mundo entero la oyese, luego arrojó una toalla alrededor de
mi cuerpo y me dio un abrazo rápido. Cuando me frotó enérgicamente con
la toalla, dejó de mirarme a la cara. Pensé finalmente, y dejé que mi
dolorida sonrisa se deslizara.
Una vez que estuve seca y envuelta en un manto, fuimos a la capilla
familiar. Esta parte de la mañana era reconfortante, pues había entrado en
esta pequeña habitación y arrodillado antes mil veces sobre los mosaicos
de color rojo y dorado. El olor a humedad, picante de humo de las velas y
el viejo incienso despertó recuerdos de oraciones de la niñez: el rostro
solemne de Padre parpadeó en la luz de las velas, Astraia con la nariz
arrugada y los ojos fuertemente cerrados mientras rezaba. Hoy la luz de la
mañana fría ya brillaba a través de las estrechas ventanas, se reflejaba en
el suelo pulido y hacía a mis ojos humedecerse.
En primer lugar rezamos a Hermes, patrón de nuestra familia y el
Resurgandi. Entonces corté un mechón de pelo y lo puse delante de la
estatua de Artemisa, patrona de las doncellas.
A esta hora, mañana no seré una doncella. Mi boca estaba seca y
tartamudeé con la oración de despedida.
Las siguientes eran las plegarias a los Lares, los dioses del hogar que
protegían una casa de la enfermedad y la mala suerte, impedían que el
grano se echara a perder, y ayudaban a las mujeres en el parto. Nuestra
familia tenía tres de ellos, representado por tres pequeñas estatuas de
bronce, sus rostros desgastados y verdes con la edad. Tía Telomache puso
un plato de aceitunas y trigo seco ante ellos, y añadí otro mechón de pelo,
ya que estaba dejándolos detrás: esta noche le pertenecería a la casa del
Señor Benévolo y a los Lares que él podría poseer.
¿A qué dioses les serviría un demonio, y que se requería ofrecerles?
Finalmente encendimos incienso y pusimos un plato de higos ante el
retrato de marco dorado de mi madre. Incliné mi cara contra el suelo.
Había orado a su espíritu una y mil veces antes, y las palabras se
automáticamente aparecieron en mi cabeza.
O mi madre, perdóname que no te recuerde. Guíame en todas las formas
en que debo caminar. Dame fuerza, para poder vengarte. Tú me diste nueve
meses, me diste aliento, y te odio.
El último pensamiento salió tan fácilmente como respirar. Me estremecí,
sintiendo como si hubiera gritado las palabras en voz alta, pero cuando
miré de reojo a Astraia y tía Telomache, sus ojos seguían cerrados en la
oración.
Mi estómago se sentía vacío. Sabía que debía retirar las perversas
palabras. Debería llorar por la impiedad que había mostrado a mi madre.
Debería saltar y sacrificar una cabra para expiar mi pecado.
Me ojos ardían, mis rodillas dolían, y cada latido me llevaba más cerca
de un monstruo. Mi cara se quedó humildemente presionada al suelo.
Te odio, oré silenciosamente. Padre sólo negoció para tu bien. Si no
hubieras sido tan débil, tan desesperada, yo no estaría condenada. Te odio,
Madre, siempre y para siempre.
Sólo pensar en las palabras me dejó temblando. Sabía que estaba mal y
mi garganta se apretó con la culpa, pero antes de que pudiera decir algo
más, tía Telomache me puso de pie y me sacó de la habitación.
Lo siento, articulé sobre mi hombro mientras cruzaba el umbral. La luz
de la mañana había dejado las estatuas y las imágenes sombreadas, desde
la puerta, no podía ver las caras de los dioses o de mi madre.
Volvimos a mi habitación, donde las doncellas esperaban. Entrando,
alcancé a ver el rostro de Ivy con aspecto pálido y cansado por la
preocupación, pero al momento en que me vio, sonrió enormemente.
Elspeth sólo me dio una mirada aburrida y abrió el armario. Sacó mi
vestido de novia y se volvió hacia mí, la falda del vestido rojo se remolinó
en una ola espumosa.
—Su vestido de novia, señorita —dijo ella—. ¿No es maravilloso? —Su
sonrisa era de dientes brillantes y amargura.
Elspeth era incomparable cuando se trataba de cabello y guardarropa,
pero realizaba cada uno de sus deberes con esa dura sonrisa irónica. Ella
odiaba el Resurgandi por ser maestros de las artes Herméticas sin
embargo nunca levantaba una mano contra el Señor Benévolo. Ella odiaba
a mi padre más que a nada, porque era su deber ofrecer el diezmo del
pueblo, el tributo de vino y grano que persuadían al Señor Benévolo a
retener a sus demonios. Sin embargo seis años atrás, aunque padre juró
que hizo la ofrenda correctamente, su hermano Edwin fue encontrado
gimiendo y tratando de arañar su piel, sus ojos negros como la tinta de
alguien que vio a los demonios y se volvió loco. Se alegraba de verme
casada, porque significaba que Leonidas Triskelion perdería a alguien tan
querido.
No podía culparla. Ella no podía saber que durante doscientos años, el
Resurgandi secretamente trataba de destruir al Señor Benévolo, más de lo
que podía saber lo poco que mi padre me echaría de menos. Al igual que
toda la gente en el pueblo, ella sólo sabía que Leonidas, el poderoso
Hermético, negoció con el Señor Benévolo como cualquier tonto común, y
ahora, como cualquier tonto común, debía pagar. Era la justicia, ¿por qué
no iba a alegrarse?
—Es hermoso —murmuré.
Ivy se sonrojó cuando me vistieron, y el vestido valía el rubor: carmesí
profundo como cualquier otro vestido de novia, pero demasiado llamativo y
atractivo. La falda era una masa de volantes y rosetones; las mangas
abullonadas dejaban los hombros al descubierto, mientras que el corpiño
negro ajustado levantaba mis pechos y los exponía. No había corsé o
cambio debajo, me vestían para que yo pudiera quitarlo lo más rápido
posible.
Elspeth se rió cuando abrochó la parte delantera. —No se acostumbra
hacer esperar al nuevo esposo, ¿eh?
Miré fijamente a la tía Telomache y ella levantó las cejas, como
diciendo ¿Qué esperabas?
—Estoy segura de que va a enamorarse de usted a primera vista —dijo
Ivy valientemente. Sus manos temblaban mientras ajustaba mi falda, así
que me las arreglé para levantar los restos de una sonrisa para ella.
Pareció calmarla un poco.
Para los próximos minutos, todos fingimos que era feliz al casarme.
Elspeth e Ivy reían y cuchicheaban; Astraia aplaudió y tarareó fragmentos
de canciones de amor; tía Telomache asentía, con los labios fruncidos en
satisfacción. Me quedé tranquila y dócil como una muñeca. Si me quedaba
muy dura en la pared y revisaba los sellos Herméticos en mi cabeza, el
bullicio a mi alrededor se desvaneció. Todavía notaba todo lo que hacían,
pero no le prestaba mucha atención.
Ellas peinaron mi cabello y lo fijaron, colgaron rubíes en mis oídos y
alrededor de mi cuello, pintaron carmín en mis labios y mejillas, y
untaron mis muñecas y garganta con perfume de almizcle. Finalmente me
empujaron delante del espejo.
Una reluciente dama vestida de carmesí me devolvió la mirada. Hasta
este día, había llevado sólo el negro liso de duelo, a pesar de que Padre
nos había dicho cuando teníamos doce que podíamos vestir como nos
gustara. Todo el mundo pensaba que yo lo hacía porque era una hija tan
piadosa, pero simplemente odiaba fingir que todo estaba bien.
—Te ves como un sueño. —Astraia deslizó su brazo alrededor de mi
cintura, sonriendo trémulamente a nuestros reflejos.
Todo el mundo decía que Astraia era la imagen misma de nuestra
madre, y ciertamente no podría haber conseguido su mirada en otro sitio:
las regordetas mejillas con hoyuelos, los labios fruncidos, la nariz chata y
rizos oscuros. Pero yo podría haber nacido directamente de la cabeza de mi
padre como Atenea: tenía sus altos pómulos, su nariz aristocrática, su pelo
negro y lacio. En un arranque poco frecuente de bondad, la tía Telomache
me había dicho una vez que si bien Astraia era “bonita”, yo era “real”, pero
todos los que veían a Astraia le sonreían, mientras la gente sólo me asentía
y decían que mi padre debía estar orgulloso.
Orgulloso, sí. Pero no amoroso. Incluso cuando éramos muy jóvenes,
estaba claro que Astraia se aparecía a Madre, y yo a Padre. Así que nunca
se puso en duda cual de nosotras pagaría por su pecado.
Tía Telomache aplaudió. —Ya es suficiente, chicas —dijo—. Di adiós y
vete.
Elspeth me miró de arriba abajo. —Se ve bastante linda para comer,
señorita. Que los dioses sonrían a su matrimonio. —Ella se encogió de
hombros, como diciendo que no era asunto suyo, y se fue.
Ivy me abrazó y puso un pequeño hombre de paja en mi mano —Es el
hijo de Brigit, el joven Tom-a-Lone —susurró—, para la suerte. —Ella se
apartó después de Elspeth.
Aplasté el amuleto en la mano. Tom-a-Lone era un dios de protección,
señor de la muerte y el amor de los campesinos. Los aldeanos podrían
hacer sacrificios a Zeus o Hera a veces, cuando lo exigía la costumbre,
pero para los niños enfermos, los cultivos inciertos, y el amor no
correspondido, rezaban a los dioses de protección, las deidades que habían
adorado mucho antes de que los buques Greco-Romanos desembarcaran
en sus costas. Los estudiosos coincidían en que los dioses de protección
eran simplemente superstición, o bien versiones distorsionadas de los
dioses celestiales; ese Tom-a-Lone era más que otra forma de Adonis;
Brigit otro nombre de Afrodita, y ese de cualquier manera, el único camino
racional era adorar a los dioses bajo sus verdaderos nombres.
Ciertamente, los dioses de protección no habían salvado al hermano de
Elspeth de los demonios. Pero los dioses del Olimpo casi no parecían
inclinados a rescatarme, tampoco.
Con un suspiro, la tía Telomache desplegó mi puño y tomó el arrugado
Tom-a-Lone.
—Todavía se aferran a sus supersticiones —murmuró, y lo arrojó a la
chimenea—. Podrías pensar que a los Greco-Romanos los vencieron la
semana pasada y no hace 1.200 años.
Y por la forma que tía Telomache habló, podrías pensar que ella era
descendiente en línea directa desde el príncipe Claudio, cuando en
realidad ella y Madre provenían de una familia a sólo tres generaciones de
distancia de ser campesinos. Sin embargo, no tenía sentido recordárselo.
—Tú no sabes —protestó Astraia—. Podría traer buena suerte, después
de todo.
—Y entonces los Benévolos otorgarán sus tres deseos, ¿no? —dijo tía
Telomache, sonando más indulgente que molesta. Luego me dio una
mirada pétrea—. Confío en que no necesito recordarte la importancia de
este día. Pero es fácil para los jóvenes olvidar esas cosas.
No, es fácil para ti, pensé. Esta noche vas a acariciar a mi padre mientras
yo soy el juguete de un demonio.
—Sí, tía. —Miré hacia abajo a mis manos.
Ella suspiró, sus párpados cayeron, preparándose para un momento
más tierno. —Si solo la querida Thisbe…
—Tía —dijo Astraia, que se encontraba de pie junto a la cómoda—. ¿No
olvidas algo? —Tenía las manos detrás de su espalda, su sonrisa tan
grande y brillante como la vez que se comió todas las tartas de mora.
—No, niña…
—Así que no es suerte ¿lo recordé? —Con una floritura, sacó de detrás
de su espalda un cuchillo de acero delgado colgando de un arnés de cuero
negro.
Por un instante, la tía Telomache se quedó mirando el cuchillo como si
fuera una grande y gorda araña. Sentí como si me hubiera tragado esa
araña, como si gateara por mi garganta con sus piernas venenosas. Así era
como se sentía la mentira: todas las mentiras que me había tragado y
escupido de nuevo, vil y vacía como cáscaras de insectos muertos, todo en
aras de asegurar que la preciosa Astraia fuera feliz. Y este cuchillo era la
mentira más importante en nuestra familia.
—Lo tenía hecho especialmente. —Astraia prosiguió con seriedad—.
Nunca ha cortado un ser viviente. Sólo para estar segura, nunca se ha
utilizado en absoluto, ni siquiera probado. Olmer juró que no lo fue, y tú
sabes que él nunca miente.
A diferencia del resto de nosotros, quien le había estado diciendo
durante los últimos cuatro años que había una posibilidad de que
pudiera matar al Señor Benévolo y marcharme.
—¿Te das cuenta… —dijo suavemente tía Telomache—, que es posible
que Nyx no tenga la oportunidad de usar el cuchillo? Y… —Se detuvo con
delicadeza—, no podemos estar seguros de que va a funcionar.
Astraia levantó la barbilla. —La Rima es cierta, yo lo sé. E incluso si no
lo es, ¿por qué no lo intentaría Nyx? Yo no veo cómo apuñalar al Señor
Benévolo podría perjudicarle.
Eso le demostraría que no estaba rota y acobardada, que había llegado
como un saboteador a destruirlo. Es probable que le hiciera matarme o
encarcelarme, y entonces nunca tendría la oportunidad de llevar a cabo el
plan actual de padre. Incluso si la Rima era cierta, incluso si, trataba de
cumplir eso todavía era una mala apuesta, cuando el Resurgandi nunca
podría tener otra oportunidad como yo de nuevo.
—No sé por qué estás tan reacia a confiar en Nyx. —Astraia añadió en
voz baja—. ¿No es ella la hija de tu hermana más querida?
Por supuesto que no entendía. Ella nunca tuvo que planear
cuidadosamente este plan, sopesando cada riesgo porque sólo tenía una
vida que perder. Nunca se había despertado en la noche, ahogándose en
un sueño de un marido-sombra que la hacía pedazos y pensaba, No
importa cómo me duela. Soy la única oportunidad de salvarnos de los
demonios.
Tía Telomache miró mis ojos, y el conjunto de lineas de su boca habló
tan claramente como las palabras: —Complácela por ahora, pero ya sabes
qué hacer.
Luego acercó a Astraia y le dio un beso en la frente. —Oh, niña, eres un
ejemplo para todos nosotros.
Astraia se retorció felizmente, casi parecía un gato, le gustaba mucho
ser acariciada, luego se liberó y me dio el cuchillo, sonriendo como si el
Señor Benévolo ya estuviera derrotado. Como si no pasara nada. Y para
ella nunca nada sería un error. Sólo para mí.
—Gracias —murmuré. Podía sentir la rabia empujando en mí como una
ola de agua fría, y no me atreví a mirarla a los ojos mientras tomaba el
cuchillo y el arnés. Traté de recordar el pánico que ardió a través de mí la
noche anterior, cuando pensaba que su corazón estaba roto.
Ella estuvo aliviada en cuestión de minutos. ¿Crees que ella te llorará por
más tiempo después de tu boda?
—Aquí, ¡yo te ayudo! —Cayó de rodillas y ató el cuchillo en mi muslo—.
Estoy segura de que puedes hacerlo. Sé que puedes. ¡Tal vez vuelvas a la
hora del té! —Ella sonrió hacia mí.
Tuve que devolverle la sonrisa. Se sentía como si estuviera dejando al
descubierto los dientes, pero ella no parecía darse cuenta. Por supuesto
que no. Durante ocho años había transmitido este destino, y en todo ese
tiempo ella nunca se había dado cuenta de lo aterrorizada que yo estaba.
Durante ocho años le mentiste con cada respiración, y ¿ahora la odias
porque ella está engañada?
—Te voy a dar un momento a solas —dijo la tía Telomache—. La
procesión está lista. No pierdas el tiempo.
La puerta se cerró detrás de ella, y en el silencio que siguió, desde fuera
oí el golpeteo de los tambores y el débil gemido de flautas: la procesión de
la boda.
La boca de Astraia tembló, pero ella empujó una sonrisa. —Parece que
tan recientemente éramos niñas soñando con nuestras bodas.
—Sí —le dije. Nunca había soñado con bodas. Mi padre me dijo mi
destino cuando yo tenía nueve años.
—Y leíamos el libro, el de todos los cuentos de hadas, y discutimos
sobre qué príncipe era lo mejor.
—Sí —le susurré. Eso era cierto, de todos modos. Me pregunté si mi
rostro aún parecía cariñoso.
—Y luego, no mucho tiempo después Padre nos habló de ti… —Bueno,
él le dijo, cuando cumplió trece años y no paraba de intentar casarme—, y
lloré durante días, pero luego la tía Telomache nos habló de la Rima de la
Sibila.
Todos los niños de media educada sabían la Rima de la Sibila. En los
días antiguos, Apolo a veces tocaba a una mujer con su poder,
concediéndole su sabiduría y volviéndola loca a la vez, y ella podía vivir en
su gruta sagrada y profetizar en su nombre. Dijeron que en el día de la
Separación, la sibila se levantó y proclamó un solo verso, y luego se arrojó
en el fuego sagrado y murió; ella fue la última sibila, y ese día fue la última
vez que los dioses nos hablaron.
Cada niño bien educado sabía que era sólo una leyenda. No había
evidencia de que existiera una sibila en Arcadia en el momento de la
Separación, y mucho menos que dijera tal cosa, y no la antigua tradición
acerca de los demonios, ni ningún principio Hermético recién descubierto,
tanto como dio a entender que lo que la rima prescrita podría funcionar.
El día que la tía Telomache le dijo a Astraia la rima, ella me prohibió
decirle que no era verdad. “La pobre niña tuvo suficiente de lágrimas”
había dicho. “Mientras la quieras, dejala creerlo.”
Había prometido y cumplido mi promesa, y por eso ahora tenía que ver
a Astraia, tomarla de la mano y recitar en voz baja y reverente: Un cuchillo
virgen en la mano de una virgen puede matar a la bestia que gobierna la
tierra.
Una media sonrisa esperanzada torció sus labios, y ella lanzó una
mirada media esperanzada en mi cara. Era mi señal para sonreír y fingir
ser consolada, como si la rima fuera cierta. Como si Astraia no pidiera
alivio tanto como trataba de darlo. Como si alguna vez hubiera vivido en
su mundo, donde las hijas eran amadas y protegidas, y los dioses
ofrecieran un escape de cada destino terrible.
Tú querías que ella pensara eso, me dije a mí misma, pero lo único que
quería ahora era agarrar un libro de la mesa, y tirárselo a la cara. En su
lugar, apreté mis manos y dije con amargura. —Las dos sabemos la rima.
¿Cuál es tu punto?
Astraia se marchitó un momento, luego recuperó. —Sólo quería decir...
Creo que tú puedes hacerlo. Creo que vas a cortarle la cabeza y volver a
casa con nosotros.
Entonces echó los brazos alrededor de mí. Mis hombros se tensaron y
casi me aparté, pero en cambio me obligué a abrazar su espalda. Ella era
mi única hermana. La amaba y estaba dispuesta a morir por ella, ya que la
única otra opción era que ella muriera por mí. Y yo la amaba, y no podía
dejar de estar enojada con ella tampoco.
—Sé qué Madre estaría orgullosa de ti —murmuró. Sus hombros
temblaban bajo mis brazos y me di cuenta de que lloraba.
¿Se atrevía a llorar? ¿En este día de todos los días? Yo era la que se
casaba tras la puesta de sol, y no me había permitido llorar en cinco años.
Había hielo en mis pulmones y no podía respirar. Flotaba, me dejé llevar
y salir del frío, hablé con ella con una voz tan suave como la nieve, la voz
suave y obediente que había utilizado para consentir todos los pedidos que
padre y la tía Telomache siempre me dieron, cada orden de que jamás
renunciarían a Astraia porque realmente la amaban.
—Sabes, esa rima es una mentira que la tía Telomache sólo te dijo
porque no eras lo suficientemente fuerte para soportar la verdad.
Yo había pensado en las palabras tan a menudo, que se sentían como si
nada en mi boca, como no más que un soplo de aire, y tan fácilmente
como respirar continué:
—La verdad es, que madre murió a causa tuya, y ahora tengo que morir
por tu bien también. Y ninguna de nosotras jamás te perdonará.
Entonces la empujé a un lado y salí de la habitación.
Traducido por Natalicq
Corregido por DeniisRodriguez
Astraia no me siguió, lo cual fue una suerte. Si hubiera visto su rostro
de nuevo, me habría destrozado. En cambio, yo flotaba aturdida por las
escaleras. Sabía que pronto me daría cuenta de lo que había hecho, que el
ácido de mi auto-odio carcomería mis muros y me quemaría hasta los
huesos. Pero por ahora, estaba envuelta en algodón, y cuando llegué a la
parte inferior de las escaleras di un paso fuera del suelo e hice una
reverencia sin siquiera temblar.
—Buenos días, Padre. —A mí lado, oí a la tía Telomache tomar aliento, y
me di cuenta de que me había desviado de la ceremonia. Hice otra
reverencia—. Padre, te doy gracias por tu amabilidad y suplico que me
dejes salir de tu casa.
Como si el Señor Benévolo se preocupara por el decoro.
Padre extendió un brazo. —Le concederé con corazón alegre y las manos
abiertas, a mi hija.
Ciertamente, la parte alegre era bastante cierta. Él vengaba a su esposa
muerta, salvaba a su hija predilecta, y mantenía a su cuñada como su
concubina, y el único precio era la hija que nunca había querido.
—¿Dónde está tu hermana? —siseó Tía Telomache mientras arreglaba el
velo sobre mí. La gasa roja me cubría hasta las rodillas.
—Estaba llorando —le dije calmadamente. Era más fácil enfrentar el
mundo desde detrás de la neblina roja de la tela—. Pero puedes arrastrarla
a arruinar la ceremonia, si quieres.
—No es apropiado que ella se pierda tu boda —murmuró tía Telomache,
ajustando el velo.
—Déjala, Telomache —dijo Padre en voz baja—. Ella tiene bastante
dolor.
El odio helado amenazaba con envolverme, pero me lo tragué y puse
mis dedos en el brazo de Padre. Salimos de la casa juntos en un lento y
majestuoso ritmo, tía Telomache detrás de nosotros.
La luz del sol brillaba a través de mi velo, vi la dorada mancha del sol
muy por encima del horizonte, y por ahora todo el cielo era luminoso y
cálido. La música se apoderó de mí, junto con un estruendo de voces. La
gente de la ciudad estaba divirtiéndose; oí gritos y risas, vislumbré
serpentinas rojas y niños bailando. Ellos sabían que me casaba con el
Señor Benévolo como pago por un pacto con mi padre, y aunque no sabían
el plan de Padre, ellos sabían que el matrimonio con un monstruo debía
significar la muerte o algo peor. Pero todavía era la hija del señor feudal y
él todavía pensaba dar la tradicional fiesta.
Para ellos, era un día de fiesta.
Caminamos la longitud del pueblo. Era mucho antes de mediodía, pero
entre la luz del sol y la cercanía del velo, había sudor corriendo por mi
cuello en el momento en que llegamos a la roca del diezmo. Cada pueblo
tenía una: una gran, roca plana abarcando entre los límites del pueblo,
para que las personas dejaran sus ofrendas al Señor Benévolo.
Ahora había una estatua fija encima de ella: una cosa áspera, medio
formada de piedra clara. La cabeza ovalada tenía dos abolladuras por ojos
y una línea suave por una boca; caballetes a lo largo de los lados del
cuerpo sugerían brazos. Por lo general, se situaba en lugar de un hombre
muerto, para un funeral o ritos en relación con los antepasados. Hoy se
ponía de pie para el Señor Benévolo. Mi novio.
Delante de testigos, mi padre proclamó que me ofrecía libremente. Las
doncellas del pueblo cantaban un himno a Artemisa y luego a Hera. En
una boda normal, la novia y el novio, cada uno daría al otro un regalo, un
cinturón, collar o anillo, luego bebían de la misma copa de vino. En lugar
de colgar un collar de oro alrededor del cuello inclinado de la estatua. Tía
Telomache me ayudó a levantar la punta del velo así yo podría tomar el
empalagoso vino de una copa de oro, y luego sostuve la copa a la cara de
la estatua y dejar un poco de vino gotear bajo el frente. Me sentí como un
niño jugando con toscos juguetes. Pero este juego me unía a un monstruo.
Luego llegó el momento de los votos. En lugar de tomar las manos del
novio, me agarré de los lados de la estatua y dije en voz alta: —Mirad,
vengo a ti carente del nombre de mi padre y exiliada del hogar de mi
madre; por lo tanto tu nombre será el mío, y yo seré una hija de tu casa;
tus Lares serán míos y les honraré, a donde vayas, yo iré; donde tú
mueras, allí moriré, y allí seré enterrada.
En respuesta, hubo sólo el susurro del viento entre los árboles. Pero las
personas vitorearon de todos modos. Entonces comenzó otro himno, esta
vez con el baile y flores esparciéndose. Me arrodillé en la piedra delante de
la estatua, sin ver, mi cabeza inclinada bajo mi velo. El sudor perlaba mi
cara, y mis rodillas dolían por la dura piedra.
La voz de una niña se levantó por encima de los demás:
—Aunque las montañas se derritan y los océanos se quemen, los regalos
de amor volverán. —Supuse que era verdad: Padre había amado a Madre
demasiado, y diecisiete años después los dones de la locura seguían
volviendo a nosotros. Yo sabía que no era el tipo de regalo del que el himno
hablaba, pero no sabía nada más. En mi familia, ningún amor había sido
correspondido, excepto con crueldad y dolor, y nadie había dejado de dar
amor, nunca.
De vuelta en la casa, Astraia lloraba. Mi única hermana, la única
persona que me había amado, siempre trató de salvarme, lloraba porque
había roto su corazón. Toda mi vida había mordido la espalda con crueles
palabras y tragado el odio. Había repetido la mentira reconfortante sobre la
rima y trate de no resentirla por creer en eso. Porque a pesar de todo el
veneno en mi corazón, yo sabía que no era culpa de Astraia que Padre la
escogiera por encima de mí. Así que siempre me había obligado a fingir
que era la hermana que ella merecía. Hasta hoy.
Cinco minutos más, pensé. Sólo tenías que aguantar durante cinco
minutos más, y todo el odio en tu corazón nunca será capaz de hacerle daño
de nuevo.
Oculta por el velo y el clamor de la boda, finalmente lloré también.
Cuando los sacrificios a los dioses se terminaron, tía Telomache me
arrastró fuera de la piedra y me llevó dentro del carruaje con Padre.
Normalmente, la novia y el novio se quedarían para la fiesta, al igual que el
Padre de la novia, quien era el anfitrión, pero llegar al Señor Benévolo era
prioridad.
La puerta se cerró detrás de nosotros. Cuando el carruaje traqueteó en
movimiento, me despojé del velo de la cabeza, contenta de librarme del
calor sofocante. Mi cara estaba todavía pegajosa con las lágrimas, me froté
los ojos, esperando que no estuvieran demasiado rojos.
Padre me miró, su mirada nivelada e impasible, su cara una máscara
elegantemente esculpida. Como siempre.
—¿Recuerdas los sellos? —Su voz baja era tranquila, incluso; podríamos
estar hablando del clima. Noté sus manos entrelazadas sobre su rodilla;
llevaba el gran sello de oro con forma de anillo como una serpiente
comiéndose su propia cola: el símbolo del Resurgandi.
Sabía lo que se encontraba inscrito en el interior de su anillo: Eadem
Mutatá Resurgo: “Aunque cambiado me levanto de nuevo igual.” Era un
antiguo dicho Hermético, hace mucho tiempo adoptado como el lema del
Resurgandi porque ellos trataban de devolvernos al verdadero cielo.
No me dirigía a mi destino con mi padre. Me dirigía a mi destino con el
Gran maestro del Resurgandi.
—Sí. —Junté mis manos sobre mis rodillas—. Me has visto
escribiéndolas con los ojos cerrados.
—Recuerda que los corazones pueden ser disfrazados. Tendrás que
escuchar.
—Lo sé. —Apreté los dientes para mantener atrás todo el veneno que
quería gruñirle a él. Puede que no fuera capaz de hacerle daño a Padre,
pero todavía le debía mi deber y respeto.
Algunas personas no confiaban en el secreto del Resurgandi, la forma en
que los duques y el Parlamento les consultaban; susurraban que el
Resurgandi practicaba artes demoníacas. En cierto modo, eso era cierto. A
fuerza de mucho estudio y cálculos cuidadosos, el Resurgandi había
llegado a creer que, si bien las negociaciones del Señor Benévolo fueron
logradas por sus insondables poderes demoníacos, el Cataclismo era
diferente. Era un gran mecanismo Hermético, cuyo diagrama era la casa
del Señor Benévolo en sí.
Esto significaba que en algún lugar de la casa del Señor Benévolo debía
estar un Corazón de Agua, un Corazón de Tierra, un Corazón de fuego, y
un Corazón de aire. Si alguien inscribía los sellos anuladores en cada
corazón, la teoría era, que eso desencadenaría el mecanismo de Arcadia.
La casa del Señor Benévolo colapsaría sobre sí misma, mientras Arcadia
regresa al mundo real.
El Resurgandi sabía esto desde hace casi cien años, y el conocimiento
no les valió nada. Hasta mí.
—Sé que no vas a fallarle —dijo Padre.
—Sí, Padre. —Miré por la ventana, incapaz de soportar aquel rostro
tranquilo un momento más. Me había pasado toda mi vida fingiendo ser
una hija feliz de morir por el bien de su familia. ¿Él no podía fingir, sólo
una vez, ser un padre triste por perder a su hija?
Conducíamos a través de los bosques ahora cuando comenzamos el
lento ascenso hasta la cima de las colinas donde estaba asentado el
castillo del Señor Benévolo. Entre las ramas de los árboles, pude
vislumbrar retazos y pedazos de cielo, como papel picado arrojado entre
las hojas. Entonces de repente nos condujo a través de un claro y había
un gran folio del cielo despejado.
Miré hacia arriba. Padre había instalado, a causa de la claustrofobia de
la tía Telomache, una pequeña ventana de cristal en el techo del carruaje.
Así pude ver el cielo en lo alto y el negro diamante, en forma de nudo que
ocupaba el vértice del cielo como una araña. La gente lo llamaba el ojo del
demonio y dijeron que el Señor Benévolo podía ver todo lo que pasaba por
debajo de ella. El Resurgandi oficialmente se burló de esta superstición, si
el Señor Benévolo tenía tal perfecto conocimiento, los habría destruido a
ellos hace mucho tiempo, pero me preguntaba cuántos secretamente
temían que pudiera conocer sus planes y se dibujaron en una de sus
condenas irónicas.
¿Me miraba ahora desde el cielo? ¿Sabía que el miedo se arremolinaba
en mi cuerpo como el agua corriendo fuera de una bañera, y se reía?
—Desearía que hubiera tiempo para entrenarte más —dijo Padre
bruscamente.
Lo miré sorprendida. Él me había entrenado desde que tenía nueve
años. ¿Podría significar que él no quería que me fuera?
—Pero el trato decía tu decimoséptimo cumpleaños —continuó, tan
plácidamente que mi esperanza se marchitó—. Sólo tendremos que esperar
lo mejor.
Me crucé de brazos. —Si trato de derrumbar su casa y fallo, estoy
segura de que me va a matar, por lo que tal vez puedes casar a Astraia con
él la próxima y darle a ella una oportunidad.
La boca de Padre se aflojó. Él nunca le haría algo así a Astraia, y ambos
sabíamos eso.
—Telomache me dijo que Astraia te dio un cuchillo —dijo.
—Solamente ella tiene la culpa por eso —dije—. ¿O era tu idea decirle
Astraia esa historia?
Todavía recuerdo el día en que tía Telomache nos habló acerca de la
Rima de Sibila, la inhalación sorda de Astraia, el fuerte dolor en mi
garganta, la repentina punzada de esperanza salvaje cuando la tía
Telomache dijo que podía no tener que destruir a mi marido atrapándome
a mí misma para siempre con él en su casa colapsando. Que yo podría
matarlo y volver a casa a salvo a mi hermana.
No puede ser verdad, había pensado. Sé que no puede ser verdad, y sin
embargo esa noche estuve todavía cerca de llorar cuando la tía Telomache
me dijo que era una mentira.
—Ella era una niña y necesitaba consuelo —dijo Padre—. Pero ahora
eres una mujer y sabes cuál es tu deber, por lo que confío que ya te
deshiciste de eso.
Me senté derecha. —Yo estoy usándolo.
Se sentó también. —Nyx Triskelion. Vas a quitártelo en este momento.
Al instante, las palabras Sí Padre se formaron en mi boca, pero me las
tragué. Mi corazón martilleaba y mis dedos se retorcían con el frío porque
estaba desafiando a mi padre y eso era ingrato, impío, malo…
—No —dije.
Iba a morir llevando a cabo su plan. Contra esa obediencia, este
pequeño desafío podía difícilmente importar.
—¿Estas en realidad engañándote a ti misma…?
—No —le repetí rotundamente. Esa había sido la otra parte de mi
educación: la historia de todos los tontos que intentaron asesinar al Señor
Benévolo. Ninguno tuvo éxito, y todos murieron, porque incluso si
apuñalaron al Señor Benévolo en el corazón, él podría curarse en un
momento y destruirlos al siguiente. Hace mucho tiempo que había
renunciado a la esperanza que cualquier arma mortal pudiera matar a un
demonio.
—No creo en la Rima, e incluso si lo hiciera, no apostaría nuestra
libertad en mi habilidad con un cuchillo. Me entrené demasiado bien para
eso, Padre. Pero este es el último regalo que mi única hermana me dio, y lo
llevaré a mi destino si me da la gana.
—Hmm. —Él se acomodó en su asiento— ¿Y has pensado en cómo vas a
explicar eso a tu marido, cuando llegue el momento?
Su voz estaba una vez más lo más tranquila cuando me leyó la historia
de Lucrecia. El eufemismo era seco y sin derramamiento de sangre como el
polvo en el libro antiguo. Cuando llegue el momento. Esto quiere decir,
cuando él te desnude y te utilice como le plazca.
En ese momento odiaba a mi padre como nunca lo había hecho antes en
mi vida. Me quedé mirando la piel floja de su cuello y pensé, Si yo fuera
realmente como Lucrecia, te mataría y luego a mí misma.
Pero sólo pensar en la impiedad me hizo sentir enferma. Sólo trataba de
salvar a mi madre. Sin duda, en su desesperación, él se había engañado a
sí mismo pensando que el Señor Benévolo sería más fácil de engañar, y
una vez que supo cómo de equivocado estuvo, ¿Qué podía hacer sino
tratar de salvar tanto como pudo?
Ifigenia había dejado gustosamente a su padre, Agamenón, sacrificarla a
los dioses para que la flota griega tuviera buenos vientos mientras
navegaban a Troya. Mi padre me pedía morir por algo mucho mejor: la
oportunidad de salvar a Arcadia.
Toda mi vida, había visto a la gente enloquecer por los demonios; había
visto cómo todo el mundo, débil o fuerte, rico o pobre, vivía con el temor de
ellos. Si llevaba a cabo el plan de Padre, si atrapaba al Señor Benévolo y
liberaba a Arcadia, nadie nunca sería asesinado o llevado a la locura por
un demonio de nuevo. Ningún tonto haría negocios desastrosos con el
Señor Benévolo, y ningún inocente pagaría el precio por ellos. Nuestra
gente viviría libre por debajo del verdadero cielo.
Cualquiera de los Resurgandi gustosamente moriría por esa
oportunidad. Si yo amara a mi pueblo, o incluso sólo a mi familia, debería
estar contenta de morir por ella también.
—Le diré la verdad —dije—. No podía soportar la idea de separarme del
regalo de mi hermana.
—Deberías hacerle pensar que ni siquiera quieres tenerlo. Dile que
hiciste una promesa a tu padre.
No pude resistirme a decir: —Él negoció contigo mismo. ¿Piensa que es
tan tonto como para creer que ibas a tratar de salvarme?
Sus ojos se agrandaron y su mandíbula se endureció. Con un poco de
chispa de placer, me di cuenta de que le había hecho daño finalmente.
Esta era la primera forma en que escuchaba la historia: Mi padre me
llevó a un lado y dijo: —Cuando yo era joven, le prometí al Resurgandi que
una de mis hijas lucharían contra el Señor Benévolo y nos liberaría. Tú
eres esa hija.
Supongo que fue un acto de bondad que me dijera de esa manera, el
primer y último acto de bondad que nunca me mostró. Oí el resto de la
historia muy pronto de la tía Telomache, y lo escuché una y otra vez, de
ella, de él, de miembros visitantes del Resurgandi.
La historia estaba a mi alrededor, en silencios sombríos de la tía
Telomache, la mirada cuidadosamente en blanco de Padre, la forma en que
sus manos se tocaban cuando pensaban que nadie miraba; estaba en la
caja de juguetes desbordante de Astraia, los retratos de mi madre en todas
las habitaciones, la pila de libros que Padre me dio sobre cada héroe que
alguna vez había muerto por deber. Respiraba esa historia, nadaba en ella,
sentía como si me ahogara en ella.
Así es como acontecía:
Érase una vez, Leonidas Triskelion era un hombre joven, guapo e
inteligente y valiente. Él era el favorito de su familia y la esperanza de los
Resurgandi. Y también era el amado de una joven llamada Thisbe, y con el
tiempo su marido. Pero a medida que pasaron los años, su alegre
matrimonio se llenó de tristeza, porque Thisbe no podía concebir un hijo.
Sin importar cómo Leonidas juraba que la amaba, ella se despreciaba a sí
misma como una esposa inútil y de mala suerte, que haría que el nombre
de su marido muriera con él porque ella no podía darle un
hijo. Finalmente cayó en tal desesperación que trató de suicidarse. Porque
si incluso las artes Herméticas de Leónidas no podían ayudarla, ¿qué
esperanza le quedaba?
Solo una.
Así finalmente Leonidas, que había pasado años estudiando cómo
derrotar al Señor Benévolo, fue a negociar con él. Y este es el pacto que el
Señor Benévolo acordó: un hijo estaba fuera de la cuestión. Pero Thisbe
concebiría dos hijas sanas antes de fin de año, y el único precio sería que
cuando una de ellas estuviera de diecisiete, ella debería casarse con el
mismo Señor Benévolo.
—Y no creo que me puedas engañar —dijo el Señor Benévolo—. Si
ocultas a tus hijas, las encontraré, y después de casarme con una voy a
matar a la otra; pero entrégame una hija a mí y la otra vivirá libre y feliz
toda su vida.
Pero mientras el Señor Benévolo siempre cumplía su palabra, él siempre
hacía trampa en sus negocios. Hizo que Thisbe concibiera e hizo crecer
pesadas gemelas, pero no la hizo capaz de soportarlas. La primera hija
nació con bastante rapidez, pero la segunda salió torcida y cubierta de la
sangre de su madre, y aunque ella sobrevivió, Thisbe no lo hizo.
Leonidas no podía dejar de amar a Astraia, la hija por la que su esposa
había pagado tan caro. No podía dejar de despreciarme, la hija que había
recibido su vida sin costo, ya que él no había pagado su cuenta para
recibirnos. Así que Astraia creció amada, la viva imagen de su madre. Y yo
crecí sabiendo que mi único propósito era ser la venganza encarnada de mi
padre.
El carruaje se detuvo con una sacudida y un golpe.
Miré a Padre. Él me miró de nuevo a mí.
Mi garganta se apretó de nuevo y trague. Me sentía segura de que había
algo que pudiera decir, debería decir, si tan sólo pudiera pensar esto lo
suficientemente rápido.
—Ve con todas las bendiciones de los dioses y de tu padre —dijo
tranquilamente.
Las palabras de rutina picaban más que su silencio. Mientras el
conductor abría la portezuela del carruaje, me di cuenta cuan
desesperadamente siempre había querido que él mostrara una pizca de
reticencia, una sugerencia de que le doliera usarme como un arma.
Pero, ¿por qué me quejaba? ¿Debía sólo lastimar a Astraia aún más?
Sonreí alegremente. —Seguramente los dioses bendecirán a un padre
tan amablemente a la medida de lo que se merece —le dije, y salí del
carruaje sin mirar atrás. La puerta se cerró detrás de mí. En un instante el
conductor tomó el látigo de los caballos y el carruaje echo a correr.
Me quedé muy quieta, mis hombros apretados, mirando a la casa de mi
novio.
No me habían traído exactamente a la puerta, nadie iría tan cerca de la
casa del Señor Benévolo a menos que ya estuviera lo suficientemente loco
como para solicitar un acuerdo, pero la torre de piedra era sólo una corta
distancia por la pendiente cubierta de hierba. Era la única parte de todo lo
que quedaba del antiguo castillo de los reyes de Arcadia. Más allá, la
colina estaba coronada con desmoronadas paredes y puertas revenant que
estaban solos, sin ninguna pared sobre ellas.
El viento gemía suavemente, agitando la hierba. El difuso resplandor del
sol calentaba mi cara, y el aire fresco tenía un cálido olor maduro de
finales de verano. Aspiré una bocanada de aire, sabiendo que era la última
vez que iba a estar fuera.
O yo iba a fracasar, y el Señor Benévolo me mataría… o de otro modo
tendría éxito, y, o bien a morir en el colapso de la casa o estar atrapada
con él para siempre. En ese caso yo sería afortunada si él me mata.
Por un momento consideré correr. Podría estar abajo de la colina por
otro camino antes de que el Señor Benévolo supiera que me había ido, y
entonces...
...y entonces él me cazaría abajo, me llevaría por la fuerza, y mataría a
Astraia.
Sólo había una elección que podría hacer.
Me di cuenta de que estaba temblando. Todavía quería correr. Pero
estaba condenada en cualquier caso, por lo que podría al menos, morir
salvando a la hermana que me había hecho mal. Pensé en lo mucho que
odiaba al Señor Benévolo, cuánto quise mostrarle que solicitar una novia
cautiva fue el peor error que jamás cometió. Mientras que el odio todavía
titilaba dentro de mí, me dirigí a la puerta de madera de la torre y la
golpeé.
La puerta se abrió silenciosamente.
Di un paso adelante antes de que pudiera cambiar de opinión, y la
puerta inmediatamente se cerró de golpe. Me estremecí por el estruendo
pero me las arregle para detenerme de tratar de abrirla de nuevo. No debía
que escapar.
En vez miré a mí alrededor. Me encontraba en un salón de entrada
redondo del tamaño de mi habitación con paredes blancas, suelos de
baldosas azules, y un techo muy alto. Aunque desde el exterior, la había
mirado como si no hubiera nada de la casa excepto una torre solitaria,
esta habitación tenía cinco puertas de caoba, cada una grabada con un
patrón diferente de frutas y flores. Yo tire de ellas, pero estaban cerradas.
¿Eso fue una risa? Continué, mi corazón golpeando. Pero si el ruido
había sido real, no se repitió. Di la vuelta a la habitación de nuevo, esta
vez golpeando en cada una de las puertas, pero todavía no había ninguna
respuesta.
—¡Estoy aquí! —grité—. ¡Tu novia! ¡Felicitaciones por tu matrimonio!
Traducido por Natalicq
Corregido por DeniisRodriguez
Nadie respondió.
Todo mi cuerpo latía con miedo, porque seguramente en un momento
las puertas se abrirían, o el techo se agrietaría, o él hablaría a la derecha
detrás de mí cuello.
Me di la vuelta, pero todavía estaba sola. No había sonidos excepto para
mis jadeos ásperos cuando me esforcé por respirar contra el corpiño
ajustado. Miré hacia abajo y de nuevo estaba mortificada por la visión de
mis pechos apoyados y expuestos, como si yo fuera un plato para deleite
de mi marido.
Mi miedo comenzó a desvanecerse en el aburrido, familiar ardor del
resentimiento. Había rosas pintadas en los botones de la blusa, porque el
tributo del Señor Benévolo debía estar bien envuelto, ¿verdad? Al igual que
un regalo de cumpleaños, y como un niño mimado en su cumpleaños, al
Señor Benévolo no le importaba si hacía esperar a otras personas.
Con un suspiro, me senté y me recosté contra la pared. Probablemente
mi marido estaba acordando negocios malditos con otros tontos que
pensaban, como Padre lo hizo una vez, que podían soportar pagar sus
precios. Por lo menos tenía un poco más de tiempo antes de tener que
encontrarme con él.
Esposo. Apreté mis manos, y el miedo volvió, al recordar lo que la tía
Telomache me había dicho la noche anterior. Sabía que el Señor Benévolo
era lo suficientemente diferente de otros demonios que la gente podía
mirarlo y no enloquecer. Pero algunos decían que tenía la boca de una
serpiente, a los ojos de una cabra, y los colmillos de un jabalí, de modo
que incluso los más valientes no podían rechazar sus ofertas. Otros dijeron
que era inhumanamente hermoso, de modo que incluso el más sabio era
engañado por él. De cualquier manera, no podía imaginar dejar que me
tocara.
(Padre nunca dijo como era negociar con el Señor Benévolo. Una vez me
había atrevido a preguntarle a qué se parecía mi enemigo. Me miró como si
yo fuera un insecto fascinante y me pregunto qué diferencia me
imaginaba que iba a hacer.)
Golpeé mi puño hacia los lados en la pared. Me dolió, pero me hizo
sentir un poco mejor. Si tan sólo pudiera golpear a mi marido, cuando
llegara el momento.
Si sólo la Rima fuera cierta.
No lo creía, no lo hacía, pero todavía saqué el cuchillo de su vaina y lo
agité lentamente, sintiendo cómo su peso se movió en mi mano. Por
supuesto Padre nunca me había entrenado para usar un cuchillo; nunca
había querido entrenarme en nada que no fuera útil para el plan. Pero de
vez en cuando Astraia había robado cuchillos de cocina y me hablaba de
“práctica”, lo que quería decir, agitar los cuchillos en el aire y gritar, sobre
todo. Nada útil.
Sabía que mi padre tenía razón, que debía deshacerme del cuchillo, pero
no había ningún lugar donde esconderlo, ahora que yo estaba encerrada
en esta habitación. Y también era verdad, que este era el último regalo de
mi hermana para mí. Si no podía amarla, al menos podría usar su regalo
como una ficha en la batalla. (Ella siempre había amado las historias
donde los guerreros hacían eso.)
Deslicé el cuchillo en la vaina y arreglé mis faldas. Entonces me di
cuenta de lo cansada que estaba. Durante un tiempo traté de permanecer
despierta, pero el aire en la habitación había crecido caliente y pesado.
Todavía estaba en silencio, no había ninguna señal de cualquier monstruo.
Y así me quedé dormida.
Alguien había amontonado mantas sobre mis hombros. Ese fue mi
primer pensamiento nebuloso cuando me desperté. Pesadas, mantas
calientes. Algo me hizo cosquillas en el cuello y me retorcí.
Las mantas se retorcieron de nuevo.
Mis ojos se abrieron de golpe. En un momento me di cuenta de que lo
que me hacía cosquillas en el cuello era un mechón de pelo negro, las
mantas eran un cuerpo caliente, y el Señor Benévolo estaba cubriéndome
como un gato perezoso, su cabeza reposando en mi hombro.
Levantó la cara y sonrió. Las historias eran ciertas al llamarlo “El dulce
rostro del desastre” porque tenía una de las caras más hermosas que
había visto: nariz afilada, altos pómulos, enmarcado con desorden, pelo
negro como la tinta y sellado por todas partes con la arrogante suavidad de
un hombre recién salido de la infancia que nunca habían sido desafiado.
Llevaba un abrigo largo y oscuro con una corbata blanca inmaculada
atada a su cuello y encaje blanco con espuma en sus puños. Si hubiera
sido humano, podría haberle tomado por un caballero.
Pero sus ojos tenían el iris de color carmesí, con las pupilas de gato en
forma de ranura.
Mi corazón estaba tratando de golpear de manera de salir de mi pecho.
Me había pasado toda la vida preparándome para este momento, y yo no
podía hablar ni siquiera moverme.
—Buenas tardes —dijo. Su voz era como crema, ligera pero rica.
Me empuje fuera del suelo y me senté. Se incorporó también, con gracia
lánguida.
—¿Qué…? —Me las arreglé para articular.
—Estabas dormida —dijo—. Estaba tan aburrido esperando que me
quedé dormido también. Y ahora estás aquí. —Inclinó la cabeza—. Eras
una buena almohada pero creo que te prefiero despierta. ¿Cómo te llamas,
querida esposa?
Esposa. Su esposa. Podía sentir el cuchillo contra mi muslo, pero podría
haber estado a un centenar de kilómetros de distancia. Y no importaría si
lo tuviera en la mano. Se suponía que debía someterme a él.
—Nyx Triskelion —le dije—. Hija de Leonidas Triskelion.
—Hmm. —Se inclinó más cerca—. He visto más bonitas, pero supongo
que lo harás.
—¿Entonces mi señor esposo es un experto? —Las palabras salieron de
mí antes de que supiera lo que estaba haciendo, que todo estaba mal
porque se suponía que debía estar complaciendo, seduciéndolo.
A él le gustará si piensa que eres indefensa, tía Telomache había dicho.
—Tu señor esposo ha tenido ocho mujeres antes. —Se inclinó hacia
delante, y pude sentir su mirada viajando por la longitud de mi cuerpo—.
Pero ninguna de ellas bastante… —Sus manos se deslizaron debajo de mi
falda en un instante—… tan… —Apreté los dientes, dispuesta a resistir—...
preparadas.
Y él había sacado el cuchillo de su vaina. Él la hizo girar una vez, luego
lo arrojó hacia la pared. Se hundió hasta casi la empuñadura, se alojó en
la pared de al menos doce metros de altura.
Entonces él me miró.
Aquí era donde yo debería pedir misericordia.
—¿Pero sólo un cuchillo? —dijo—. Un guerrero prudente llevaría dos. O
¿Me he perdido uno? —Se inclinó hacia delante—. ¿Mi señora esposa me
dejará registrarla?
Coloqué mi puño en su cara.
El golpe fue lo suficientemente fuerte que él cayó hacia atrás. Me quedé
sin aliento, incluso frente al Señor Benévolo, mi primer impulso fue el de
pedir disculpas. Entonces me puse en pie, el corazón latiendo con fuerza,
sólo para darme cuenta de que las puertas aún estaban cerradas, mi
cuchillo estaba fuera de alcance, y probablemente sólo me había
condenado al fracaso a mí misma y a mi misión.
Cuando él se sentó de nuevo, caí de rodillas. Sólo había una cosa que
hacer. Empecé a deshacer el botón de la parte superior de mí vestido,
entonces simplemente se abrió.
—Lo siento —le dije, mirando al suelo—. Yo solo, mi padre me hizo
prometer traer un cuchillo, y… y… —Tartamudeé, muy consciente de que
estaba medio desnuda delante de él—. ¡Yo soy tu esposa! ¡Ardo por tu
toque! ¡Tengo sed de tu amor! —No venían sé de dónde las terribles
palabras, pero no podía detenerlas—. Haré lo que sea, haré…
Me di cuenta de que se reía.
—Tú no hace nada a medias, ¿verdad? —dijo.
—Ni siquiera lograría medio matarlo, pero deme el cuchillo y voy a
arreglar eso. —Me crucé de brazos y recordé que todavía estaba medio
desnuda, pero no iba a mostrar vergüenza frente a él.
—Tentador, pero no. Si hiciera eso, tendría que matarte, y quiero una
mujer que viva más allá de la hora de la cena. —Él rápidamente tiro mi
corpiño de vuelta, por lo que yo estaba medio-cubierta al menos, luego me
agarró del brazo y me puso de pie—. Es hora de mostrarte tu habitación.
Él levantó la mano. El gesto parecía un llamamiento, pero no había
nadie para verlo.
Algo estaba mal, sentí el zumbido de una mosca en la habitación de al
lado. ¿Estaba convocando a sus demonios? ¿Estaban ya aquí? Eché un
vistazo alrededor de la habitación…
Y mi mirada se posó en su sombra. Era una silueta alta contra la pared,
y a pesar de la luz difusa, era crujiente como la sombra proyectada por
una lámpara Hermética.
Él había levantado la mano. Pero la mano de la sombra se mantuvo en
su sitio.
Los demonios están hechos de sombra.
Mi garganta se cerró con horror cuando la sombra se alargó y se alejó de
él, si ésa era la palabra para algo cuyos pasos se deslizaron por la pared,
entonces sus largos dedos se deslizaron sobre mi muñeca. El toque se
sentía como un soplo de aire fresco, pero cuando traté de sacudirla,
sostuvo mi brazo en su lugar como el hierro.
No mires a las sombras demasiado tiempo, o un demonio puede
devolverte la mirada.
—Shade te llevará a tu habitación. —Metió la mano en su abrigo oscuro,
sacó una llave de plata, y la arrojó a la sombra, Shade, que la atrapó en el
aire—. Enséñale la suite nupcial —dijo mientras Shade abría la puerta
tallada con rosas y granadas—. Tráela de vuelta a mí para la cena. —La
puerta se abrió para revelar un largo pasillo, con paneles de madera
forrado con puertas, y Shade me empujo a través.
—¡Y asegúrate de que tenga un nuevo vestido! —dijo detrás de nosotros.
La puerta se cerró de golpe.
Al principio, mientras Shade me arrastraba rápidamente por el pasillo,
apenas me di cuenta de nada más que el martilleo de mi propio corazón.
Cada paso me llevaba lejos del mundo exterior, más profundamente en el
dominio del Señor Benévolo, era como estar enterrado vivo. No podía dejar
de mirar a las garras de la sombra en mi brazo, se veía como una sombra,
como un soplo de aire, pero me tiraba hacia delante como si pesara no
más que una hoja. Mi estómago se retorció con horror antinatural ante la
criatura.
Líbranos de los ojos de los demonios. Esa era la primera oración que
alguien siempre aprendía, sin importa quién eras y a qué dios orabas.
Porque cualquiera, duque o campesino, podría ser atacado.
No sucedía a menudo. Una persona de cada cien nunca conocía a un
demonio. Pero sucedía bastante.
Me acordé de las personas introducidas en el estudio de padre: la chica
que se acurrucó en un montón silencioso de extremidades óseas, el
hombre que nunca dejó de retorcerse, silencioso sólo porque hacía tiempo
que había gritado hasta perder su voz. A veces Padre podría curarlos un
poco, a veces sólo podía decirles a sus familias que los mantuvieran
drogados con láudano. Ninguno de ellos se curaba de nuevo. Y esos eran
los más afortunados, o tal vez deberían ser contados desafortunados, que
en realidad sobrevivían al encuentro de los demonios.
La mayoría no lo hacía.
Ahora estaba en las manos de un demonio mismo. Pero con cada paso
que daba, mi corazón seguía latiendo. Mi mente permanecía. Yo no quería
arañar mis ojos fuera de mi cabeza, ni masticar las uñas de mis dedos. El
grito estremecedor dentro de mí era fácil de suprimir. Lo que podía pensar,
dijo que quiere que yo viva hasta la cena, y las palabras tenían sentido
para mí.
Observé el perfil de Shade deslizarse por la pared, ondulando cuando
pasó el marco de una puerta. Era exactamente como la sombra que es
arrojada por un hombre caminando un paso delante de mí, arrastrándome
hacia adelante. Pero una mano agarraba mi muñeca, sólo una banda de
sombra, y nadie caminaba delante de mí.
Excepto esta sombra caminando.
Nadie sabía cómo se veían los demonios del Señor Benévolo, porque
nunca nadie había sobrevivido a su encuentro lo suficientemente sano
como para contar. Pero Shade no se veía como algo que podría enloquecer
a la gente con la mirada. Lentamente, empecé a relajarme.
Empecé a notar el pasillo. En primer lugar el aire: tenía la claridad, la
calidez de descanso de las brisas del verano, nada como el calor de un
fuego, aunque no pude ver una ventana en ningún lugar. Eso era bastante
extraño. Luego estaban las puertas, corriendo por ambos lados del pasillo.
Se veían normales al principio, pero luego me di cuenta de que eran un
poco más altas y más estrechas de lo habitual. Y era sólo la perspectiva,
¿O estaban los umbrales realmente inclinados?
¿Por cuánto tiempo habíamos estado caminando? Pude ver el final del
pasillo, pero no parecía estar cada vez más cerca.
¿Fue un débil eco de la risa en la distancia?
De repente, la sombra caminando parecía mucho menos terrible que el
cálido silencio del pasillo.
—¿Eres un demonio real, o simplemente una criatura que el Señor
Benévolo hizo? —le pregunté bruscamente. Tan pronto como pronuncié las
palabras, me sentí estúpida: ¿Cómo me esperaba que una sombra hablara,
de todos modos?
—¿O eres una parte de él? ¿Todos los señores demonios tienen sombras
caminando cuando brotan de las entrañas del Tártaro? —continué,
absurdamente decidida a hacer que pareciera que la primera pregunta
había sido retórica—. Supongo que tiene sentido que las cosas generadas a
partir de la oscuridad…
Shade se detuvo tan abruptamente que me tropecé. La llave de plata
brilló mientras abría una de las puertas, y luego entramos a través de una
estrecha escalera de caracol de piedra. El frío, húmedo aire se apoderó de
mí, un poco áspero, como si alguien hubiera usado una vez la habitación
para un acuario. Miré hacia arriba, y arriba y arriba. Por encima de la
cabeza, las escaleras se desvanecieron en la oscuridad sin fin a la vista.
—¿Planea matarme con escaleras? —murmuré. Entonces Shade me tiro
hacia delante y continué en silencio, porque sabía que iba a necesitar
guardar mi aliento.
Subimos hasta que mis piernas quemaban y el sudor me corría por el
cuello, a pesar del aire frío. Dejó de importarme que mi cara estuviera
torcida con esfuerzo y mi respiración se convirtió en fuertes jadeos. El
mundo se redujo al esfuerzo de levantar un pie tambaleante tras otro y no
venirme abajo hacia los lados en el vacío. Shade fluía suave e
implacablemente. Justo cuando pensé que no podría subir más, la
escalera terminó con un arco estrecho en una habitación cuadrada, con
paredes blancas y desnudas y un suelo de madera lisa. Tropecé a través y
caí de rodillas.
—Por favor. —Me quedé sin aliento, mi garganta tan seca que la palabra
era poco más que un graznido.
Dejó caer mi muñeca. Con un suspiro, me dejé caer sobre mi espalda.
Durante un tiempo me quedé mirando ciegamente al techo y me faltaba el
aliento. Por fin mi corazón se desaceleró y mi respiración se hizo más fácil,
mientras que el sudor se enfriaba y secaba en mi cara.
A medida que empecé a sentirme mejor, me di cuenta de que Shade se
había arrodillado junto a mí, su forma oscura aferrándose a las paredes.
Su tacto frío se deslizó por mi cara y tiró de un mechón de pelo fuera de
mis ojos. Golpeé una mano inútilmente en el aire y me senté en un apuro.
—No necesito una peluquera —gruñí. Mi corazón latía de nuevo y la
línea que había trazado a través de mi piel se estremeció. El toque se
sentía suave, pero seguía siendo una cosa, si no era un demonio entonces
al menos un siervo del Señor Benévolo. Como su maestro, su bondad sólo
estaba destinada a hacer los tormentos más crueles después.
Como la bondad de Padre y de la tía Telomache al decirle a Astraia
acerca de la Rima. Sólo me había hecho capaz de lastimarla más.
Me precipité a levantarme. —Vamos, necesitas encarcelarme —dije,
mirando hacia la sombra, que todavía se agachaba, una gota de sombra en
la pared.
Se levantó lentamente, estirándose hasta estar casi una cabeza más
arriba que yo, lo mismo que el Señor Benévolo. Luego tomó mi mano pero
se detuvo; sentí como si me mirara. Ahora era un perfil claro, la silueta de
su nariz y los labios y los hombros crujiendo contra la pared. De repente
me di cuenta de que a pesar de un monstruo, también era algo así como
un hombre; mi cara se calentó, y mi mano libre agarró los bordes rotos de
mi corpiño.
Había estado observando cuando rasgué mi vestido. ¿Seguiría
observando cuando el Señor Benévolo finalmente…?
Hubo una punzada de presión, casi como si estuviera apretando mi
mano, como si estuviera tratando de tranquilizarme o pedir disculpas. Pero
un demonio, o la sombra de un demonio, seguramente no tenía ningún
uso para cualquier semejanza con la amabilidad. Luego me tiró hacia
adelante, con menos violencia que antes.
La habitación de al lado era un gran salón de baile. Sus paredes estaban
dispuestas en molduras pintadas de dorado; su suelo era un mosaico de
remolino de azul y oro; su cúpula pintada con los amores de los dioses,
una vasta maraña de miembros regordetes y tela retorciéndose. El aire era
frío, inmóvil, y enormemente silencioso. Mis pasos eran sólo un tap-tap-
tap suave, pero se hizo eco a través de la habitación.
Después vino lo que parecía como un centenar más de habitaciones y
pasillos. En cada una, el aire era diferente: caliente o frío, fresco o
congestionado, con olor a romero, incienso, granadas, papel viejo, pescado
en vinagre, madera de cedro. Ninguna de las habitaciones me asustó como
el primer pasillo. Pero a veces, sobre todo cuando la luz del sol brillaba a
través de una ventana. Me pareció oír la risa tenue.
Por último, al final de un largo pasillo con un revestimiento de madera
de cerezo y ventanas de encaje colgados entre las puertas, llegamos a mi
habitación. Pude ver por qué el Señor Benévolo la llamó la suite nupcial:
las paredes estaban empapeladas con un patrón de plata de corazones y
palomas, y la mayoría de la habitación estaba ocupada por una enorme
cama con dosel, lo suficientemente grande para dos. Los cuatro postes
tenían la forma de cuatro doncellas, peinadas y vestidas con una túnica de
gasa que se aferraban a sus cuerpos, sus rostros serenos. Eran
exactamente como las cariátides sosteniendo el pórtico de un templo. Las
cortinas de la cama eran grandes caídas de encaje blanco, tejido a través
de cintas de color carmesí. Un jarrón de rosas se encontraba en la mesa
de noche. Sus pétalos rojos habían florecido amplios para exponer sus
centros de oro, y su almizcle tejió a través del aire.
Era una cama que se había construido para el placer, al igual que mi
vestido, y mientras me quedé mirándolo me sentía caliente y fría a la vez.
Entonces me di cuenta de que a la izquierda de la cama estaba un gran
ventanal que daba hacia mi pueblo. Apenas me había dado cuenta de que
podía ver antes de que yo estuviera en la ventana, con las manos
apretadas contra el cristal. Podía ver todos los edificios, pequeños y claros,
como un modelo perfecto que podía alcanzar y tocar.
Debería ser reconfortante mirar hacia casa. Pero desde fuera, el castillo
del Señor Benévolo estaba en ruinas. Aquí de pie junto a la ventana al lado
de mi cama nupcial, sabiendo que yo era invisible para el mundo exterior,
me sentía como un fantasma.
Apoyé la cabeza contra la ventana, tratando de no llorar de nuevo. Tal
vez debería sentirme de esta forma. En ese momento, no siempre, existía
sólo para destruir al Señor Benévolo. Astraia era la estúpida, pensar que
yo estaba en el mundo para amarla.
Algo cosquilleó en mi codo. Me giré y vi a Shade cayendo de nuevo a lo
largo de la pared, era su toque, me di cuenta. Vaciló en la pared de la
cómoda, y aunque su forma distorsionada hacía difícil decirlo, pensé que
él retorcía sus manos.
—Estoy bien —le dije, dando un paso fuera de la ventana.
Por supuesto que estaba bien. Me habían asignado esta misión. No
podía estar otra cosa que totalmente de acuerdo.
Entonces me di cuenta de que había estado hablando con él como si
fuera alguien que se preocupaba. Me crucé de brazos.
—Ve y dile a tu señor que has hecho su voluntad. ¿O es que quieres
quedarte y verme cambiar?
Shade se balanceó, podría estar asintiendo, entonces se alejó y me dejó
en privado. Me senté en la cama con un golpe. La sala nadó a mí
alrededor, de repente no podía creer que fuera real, que estuviera
realmente en el castillo del Señor Benévolo y hubiera una pastorcilla de
porcelana con un vestido azul y mejillas rosadas junto a las rosas en mi
mesita de noche.
Astraia tenía una figura como esa, sólo que con un vestido de color rosa.
Mis uñas se enterraron en mis las palmas. No había sido sólo el dolor en
su rostro cuando la dejé; había sido absoluta incomprensión. Ella no podía
creer que su querida hermana, que siempre había sonreído, besado y
consolado, trataba de causarle dolor. Ella no podía creer que Padre y tía
Telomache le hubieran mentido, tampoco.
Ella te quería, pensé salvajemente. Tú realmente la engañaste y ella
realmente pensaba bien de ti. Hasta el último minuto, cuando le quitaste
todo el amor.
Esta vez no lloré, pero la sensación helada que me azotó fue peor.
Quería arañar mi piel, quería aplastar la pastora en pedazos, quería
golpear la pared y lamentarme. Pero eso sería perder mi temperamento, ¿y
no había visto adonde eso llevaba? Así que me quedé quieta y tensa,
asfixiándome por la miseria, furia y vergüenza, hasta que por fin la
sensación de adormecimiento regresó.
Entonces apreté los dientes, fui al armario, y encontré el vestido más
escotado, algo fluyendo de seda azul oscuro. Había roto el corazón de mi
hermana. Nunca la volvería a ver de nuevo, por lo que nunca podría
pedirle perdón. Había dejado que el odio creciera en mí tanto tiempo, no
creía poder aprender a amarla correctamente, tampoco. Pero podría
asegurarme de que ella viviera libre del Señor Benévolo, ya no tener miedo
de sus demonios, con el verdadero sol brillando sobre ella.
Traducido por Mariela
Corregido por Emmie
La cena fue en un gran salón tallado en piedra azul profundo. Una
columna corría por ambos lados; a la izquierda, la pared de roca detrás de
los pilares era áspera y sin terminar, pero a la derecha había una gran
pared de vitral. No había figuras en el vidrio, solamente un intrincado
remolino de cristales de diamantes de muchos colores, que arrojaba un
arcoíris de luces tenues sobre el mantel blanco. Al fondo del salón, un
gran arco vacío daba al cielo del oeste, donde el sol colgaba. Aunque el
horizonte estaba muy lejos, el cielo se veía extrañamente cerca: su
moteado era más grande y su superficie más transparente, brillante rojo
dorado con vetas de color rojizo.
En medio de la gloria de ese cielo había una mancha oscura. Creció
rápidamente, hasta que vi que se trataba de un gran pájaro negro,
fácilmente tan grande como un caballo. Desaceleró al acercarse al arco, su
cuerpo disolviéndose y cambiando a un hombre.
No, no a hombre: el Señor Benévolo. Él aterrizó con un silbido y se
acercó, sus botas repiqueteaban en el suelo de piedra con las alas
plegadas y se hundieron en las líneas de su largo abrigo oscuro. Por un
instante se vio humano, y lo encontré hermoso. Entonces se acercó lo
suficiente y pude distinguir las pupilas de gato en sus ojos rojos, y mi piel
se estremeció con horror ante esta cosa monstruosa.
—Buenas tardes. —Se detuvo en el lado opuesto de la mesa, una
mano descansando en el respaldo de su silla—. ¿Te gusta tu nuevo hogar?
Sonreí y me incliné, mis codos en la mesa y mis brazos presionados
para hacer subir mis pechos. —Lo amo.
Su sonrisa se encrespó, como si estuviera sosteniendo apenas la
risa. —¿Cuánto tiempo has estado practicando ese truco?
No dejes de sonreír, pensé, pero mi rostro ardió cuando me di cuenta
de lo infantil que debía parecer.
—¿Y fue tu tía la que te enseñó? Porque aquí entre nosotros, estoy
casi seguro que un gato solitario podría resistir sus encantos.
Lo terrible era que ella me había dado la idea; pero él no necesitaba
decirlo de esa forma. Como si yo fuera como la tía Telomache. Como si él
tuviera el derecho de criticarla.
Dijo algo más, pero no me di cuenta; estaba viendo hacia mi plato
vacío, respirando muy lento y tratando de no sentir nada. No podía perder
mi temperamento otra vez. No aquí, no ahora.
Era como hormigas trepando por debajo de mi piel, como moscas
zumbando en mis oídos, como una corriente de hielo tratando de alejarme.
Enlisté las sonrisas en mi mente, porque a veces si analizaba los
sentimientos lo suficiente, estos se irían.
Su respiración hizo cosquillas en mi cuello, y me estremecí. Ahora se
encontraba a mi lado, inclinado sobre mí, mientras decía: —Estoy curioso.
¿Qué consejos te dio tu tía de todos modos?
La estrategia no era de repente nada para mí. Agarré mi tenedor y
traté de apuñalarlo.
Él atrapó mi muñeca justo a tiempo. —Eso es un poco diferente.
—Lo siento... —empecé automáticamente, entonces vi dentro de sus
ojos rojos.
Él había matado a incontables personas, incluyendo a mi madre.
Había tiranizado mi país por novecientos años, utilizado a sus demonios
para mantener a mi gente en el terror. Y había destruido mi vida. ¿Por qué
debería sentirlo?
Tomé el plato y se lo estrellé en el rostro, luego agarré el cuchillo y
traté de apuñalarlo con mi mano izquierda. Casi lo conseguí, pero luego
me torció mi mano derecha. El dolor quemó por mi brazo y ambos caímos
al suelo. Por supuesto él aterrizó encima de mí.
—Definitivamente diferente. —No sonaba sin aliento en absoluto,
mientras que yo jadeaba—. Puede ser que incluso merezcas ser mi esposa.
—Se sentó.
—Noté eso... aunque no crees que eso sea un cumplido. —Me las
arreglé para salir. Mi corazón todavía latía con fuerza, pero él no parecía a
punto de castigarme.
—Soy el señor de los demonios. Sé que eso no es un cumplido, pero
me gusta una esposa con un poco de malicia en su corazón. —Habló
contra mi frente—. Si no te sientas pronto, te podría usar de almohada
otra vez.
Gateé para sentarme. Sonrió. —Excelente. Comencemos. Soy tu
esposo y te debes dirigir hacia mí como “mi querido señor”...
Mostré mis dientes.
—O Ignifex.
—¿Ese es tu nombre verdadero?
—Ni cerca. Ahora escucha cuidadosamente, porque te voy a decir las
reglas. Uno. Cada noche te voy a ofrecer la posibilidad de adivinar mi
nombre.
Era completamente inesperado que me tomó un momento solo
entender las palabras, y después me tensé, segura de que sus reglas
estaban a punto de convertirse en una amenaza o burla. Pero Ignifex
siguió, tan calmado como si todos los esposos dijeran cosas como estas.
—Si adivinas correctamente, tienes tu libertad. Si adivinas mal,
mueres.
Incluso con el trato de muerte, todavía sonaba demasiado bueno
para ser nada más que uno de sus trucos.
—¿Por qué me estas ofreciendo una oportunidad?
—Soy el Señor de los Tratos. Considéralo uno de estos. Regla dos, la
mayoría de las puertas de esta casa están bloqueadas. —Abrió su abrigo, y
esta vez vi cinturones de cuero oscuro ceñidos entrecruzando el pecho,
cada uno colgando con una cadena de llaves. Sacó una llave de plata lisa
cerca de su corazón y la mantuvo para mí—. Esta llave abrirá todas las
habitaciones en las que se te permite entrar. No trates de entrar a otras
habitaciones o lo vas a lamentar profundamente... aunque no por mucho
tiempo.
—¿Eso les paso a tus otras ocho esposas?
—A algunas de ellas. Algunas adivinaron mal el nombre. Y una se
cayó de la escalinata de acero, pero era torpe fuera de lo común.
Apreté mi mano alrededor de la llave. Sus fríos bordes picaban en mi
palma, una clara pequeña promesa. Podría haber fallado en seducir a mi
esposo, pero él todavía había sido lo suficientemente tonto para darme un
poco de libertad, y me aseguraría de que lo lamentara muy
profundamente.
—Mientras tanto, ¿te importaría cenar? —Se levantó y me tendió la
mano.
Lo ignoré y me quedé por mi cuenta. El cálido, delicioso aroma de la
carne cocinada me golpeó; en algún momento de la pelea, un enorme cerdo
asado había aparecido sobre la mesa, sus patas alzadas hacia el techo.
Junto a este, sopa en una sopera que simulaba a una tortuga, y todo
alrededor eran platones con fruta, arroz, pastas y lirones asados.
—¿Cómo...? —Respiré.
Ignifex se sentó. —Si empiezas a preguntarte como esta casa trabaja,
te podrías volver loca. Eso podría ser divertido, supongo. Especialmente si
es el tipo de locura que hace que corras desnuda por los pasillos. Siéntete
libre de dar rienda suelta en cualquier momento.
Apreté mis dientes mientras me sentaba de nuevo en la mesa.
Indignante como era, su charla era curiosamente confortante: porque todo
el tiempo estaba balbuceando tonterías, él no hacía nada.
De alguna forma, las manos invisibles que habían puesto la mesa
con comida, también habían regresado mi cuchillo, tenedor y plato a su
lugar y rellenado mi vaso de vino. Cogí mi vaso y lo giré, mirando el líquido
oscuro. El pensamiento de comer y beber aquí de repente me llenó de
pavor. Perséfone había probado el alimento del inframundo sólo una vez, y
nunca fue capaz de partir. Pero entonces, no tenía pensado salir de aquí
de cualquier forma.
—No está mezclada con sangre o veneno. —Su sonrisa brilló, al
parecer su diversión de mis miedos era inagotable—. Podría ser un
demonio, pero no soy Tántalo o Mitrídates.
—Es una lástima —murmuré, y bebí mi vino—. No me importa
Mitrídates. Obtendría una muerte rápida y una inmunidad útil. —La
leyenda dice que el antiguo rey había dosificado su comida con un poco de
veneno todos los días, hasta que él pudo resistir cualquier veneno sobre la
tierra. Me preguntaba si podía envenenar a Ignifex pero, ¿qué veneno
terrenal podría destruir a un demonio?
—Al menos agradece que no sea Tántalo. —Lamió su cuchillo, y yo
no podía dejar de encresparme. Sólo los eruditos leían sobre Mitrídates,
pero todos sabían la historia de Tántalo, el rey que pensó que para honrar
a los dioses tenía que servir a su hijo descuartizado. Su castigo fue una
eternidad de hambre y sed, atormentado por fruta colgando fuera de su
alcance y el agua que se alejaba cuando el trataba de beber.
—Contenerse de abominaciones no es un favor especial eso debería
ser ganarse el gran premio, mi señor esposo. —Crucé los brazos—. ¿O será
que lo siguiente que esperas es que te quiera porque tú aún no me has
puesto en tormento?
Mientras decía las palabras. Me di cuenta que eran ciertas. Había
sido la esposa del Señor Benévolo por medio día ya, y sorprendentemente
hubo un pequeño tormento. Y no lo agradecía, me molestaba. ¿Qué podría
estar planeando?
—Bueno, ya estoy esperando que podamos tener la cena y tú no
trates de apuñalarme con tu tenedor —dijo.
—Puede que tengas que hacer las paces con la decepción.
Tal vez él planeara destruirme con suspenso. Pero esperé que me
destruyera toda mi vida; podía burlarse de mí tanto como quería, y todavía
no me quebraría. Cogí el plato de lirones rellenos. Después de que él había
mencionado a Tántalo, ya no tenía mucho apetito de carne, pero me negué
a dejarlo ver eso.
Comimos en silencio. No tenía hambre y no vi el punto en pretender,
entonces pronto bajé mi tenedor y dije: —¿Puedo retirarme por favor?
—No necesitas mi permiso para retirarte de la mesa. No eres una
niña.
—No, solamente soy tu prisionera. —Me levanté—. Me voy a la
cama. —Y luego mi corazón se aceleró nuevamente, porque ¿cómo había
olvidado, incluso por un momento? Era su esposa, y esta era nuestra
noche de bodas. Aún si él no quisiera atormentarme, él querría con certeza
reclamar sus derechos.
Él era un poco menos cruel de lo que esperaba, pero seguía siendo
un sin corazón, una cosa inhumana que me había tomado cautiva, mató a
mi madre, y oprimió todo mi mundo. El pensamiento de que él poseyera mi
cuerpo era repugnante. No tenía opción.
Recordé a Padre acariciando mi cabeza mientras entonaba: “El deber
es amargo al gusto pero dulce para beber”, y hubiera deseado que él
estuviera aquí así podría escupirle en la cara.
Observé a Ignifex de manera constante mientras se levantaba y
acercaba a mi lado. Tal vez él no esperaría hasta la cama; tal vez me
tomaría aquí y ahora. Supuse que al menos estaría terminado y hecho,
pero mi mente traicionera agregó: —Hasta la siguiente noche, y la
siguiente, y la siguiente...
—Nyx Triskelion. —Tomó mi mano derecha—. ¿Deseas adivinar mi
nombre?
Me tomé un momento para recordar lo que él había explicado antes,
y otro para hacer que mi voz funcionara. —Por supuesto que no.
—Entonces te veo mañana. —Levantó mi mano y besó mis nudillos;
después la dejó y pasó junto a mí por la puerta—. Dulces sueños.
—Pero —dije, y odié mi voz vacilante. El alivio no debe sentirse como
el miedo.
—¿Qué? —Ya había dado un paso hacia la puerta, pero se inclinó de
nuevo, unos cuantos mechones sueltos de cabello oscuro cayeron sobre
sus ojos—. ¿Ya decepcionada de tu matrimonio?
Tragué saliva. —Bueno. Me esperaba algo más deslumbrante en mi
noche de bodas.
—Soy tu esposo. Puedo esperar todo el tiempo para complacer y
todavía tendría todo de ti.
Los camisones en mi armario estaban hechos de encaje y gasa, con
un corte para que se ajustaran al cuerpo y con aberturas inesperadas.
Busqué entre ellos hasta que encontré una bata de seda roja suave como
la mantequilla. No tenía botones, solo una banda, pero al menos no era
transparente. Luego yo iba y venía sin ponérmelo. Ignifex tuvo por bien
decir que no me iba a visitar esta noche, pero era mi noche de bodas. ¿Qué
otra cosa podía hacer él?
De nuevo, él no era humano. ¿Quién sabía qué pensaba sobre
matrimonio?
Mi cabeza se levantó ante un destello de movimiento: era Shade,
deslizándose a lo largo de la pared blanco y plata de la habitación. Todo mi
cuerpo se llenó de tensión; hasta ese momento, no me había dado cuenta
de que había empezado a creer que me salvaría.
—¿Mi señor esposo me necesita pronto? —demandé.
Shade vaciló por un momento y se quedó quieto.
—¿O estás aquí para prepararme para él? —Crucé los brazos para
ocultar el temblor de mis manos—. Porque lo que ves ahora es todo lo que
tu maestro obtendrá. —Ignifex podría golpearme bajo cuando quisiera,
pero hasta entonces me negaba a doblegarme.
Shade se apartó de la pared.
Primero él era solo una nube oscura en sugerencia de una forma
humana. Después manchas de oscuridad se ramificaron en dedos y
deshilachados cabellos; éstos se aligeraron y después se volvieron sólidos.
Cuando él se puso a los pies de mi cama, se veía casi como un hombre
normal, viviendo y respirando, y corpóreo. Casi: porque él aún estaba
formado en sombras de gris. Su abrigo harapiento era de color pizarra, su
piel era blanco leche, su cabello era pálido gris plata. Sólo sus ojos estaban
pintados, de un tipo de azul profundo como nunca había visto antes, sus
pupilas redondas y humanas.
Su rostro estaba esculpido exactamente en la misma encantadora
forma como el de Ignifex. Pero sin los ojos carmesí de gato, sin la
arrogancia o la burla en las líneas de su rostro o la forma en que se
paraba. Me tomó un momento para notar el parecido.
—Tú... —Ahora me estaba abrazando a mí misma—. Cómo lo
hiciste...
Hizo un gesto hacia el reloj haciendo tictac en mi pared.
—¿Porque es de noche?
Asintió, señalando a la puerta y tendió una mano. La invitación era
clara.
Una cosa era para un señor demonio tener una sombra viviente.
Incluso parecía posible para esa sombra poder tomar forma humana en la
noche. Pero los ojos de Shade eran humanos, y azules como el cielo
verdadero del que únicamente había leído. Por un instante tonto, quería
confiar en esos ojos. Empecé a tomar su mano.
Entonces recordé dónde estaba, y de quién era el rostro que tenía.
—Entonces te puedes poner en su cara —dije—. Eso significa que
eres otra parte de él. —Dejé caer las manos temblorosas a mis lados y me
enderecé tan orgullosa como pude—. Si has venido a violarme, tendrás que
hacerlo aquí, mi señor. No lo voy a seguir a ningún lugar.
Su boca se apretó. Entonces se adelantó; mientras me estremecí de
nuevo, él se arrodilló delante de mí en una profunda reverencia. Besó mis
pies y puso sus manos contra mis rodillas: la antigua postura de súplica.
Después me miró, sus ojos azules muy abiertos y desesperados.
Una vez, cuando era niña, tuve que sentarme con mi oído
presionado contra el reloj de pie en la sala de estar hasta casi mediodía.
Los repiques no sonaron en mi cabeza; sonaron en mi cuerpo entero,
desde los huesos de mis brazos al aire en mis pulmones, hasta que fui solo
vibraciones indefensas junto a ellos.
Me sentía de la misma manera ahora. Por un corto tiempo no me
pude mover o respirar; solo pude bajar la mirada a su rostro pálido, sus
labios entreabiertos, y un pensamiento hacía eco una y otra vez. Él me está
rogando.
Recordé a Ignifex, su arrogancia y poder fácil. Él nunca me rogaría
para nada. Ningún demonio sería menos amenazado con el más terrible de
los destinos, y yo no tenía poder para dañar a Shade.
Cualquier cosa que fuera esta criatura, no podía ser ninguna parte
de Ignifex. Él podría no ser un demonio. Él era un prisionero como yo.
Tomé sus manos. Su piel era fresca y seca, sorprendentemente
sólida; podía sentir la flexión de los huesos y los tendones debajo.
Pero menospreciar una súplica era profundamente irrespetuoso; el
ritual era tan antiguo como la hospitalidad y tan sagrado. Pero no fue por
eso que lo ayudé a ponerse de pie. Yo sabía lo que debía hacer, por
supuesto, pero ya estaba condenada lo suficiente que no tuve mucho
miedo a la ira de los dioses. Cuando miré dentro de los ojos de Shade, lo
que pensé era, si él es un prisionero, entonces podría ser un aliado.
El Señor Benévolo traicionado por su propia sombra. Me gustaba ese
pensamiento.
Todavía no me fiaba de él, pero seguirlo no era un acto de confianza.
Era una apuesta.
—Muéstrame —dije—. Estoy aquí para morir de cualquier forma.
Una sonrisa vaga cruzó por su rostro pálido, y sus dedos se
apretaron alrededor de los míos; otra vez estuve sorprendida cuán humana
se sentía su piel. Después la dejó ir y se alejó, sus pies descalzos
susurraban contra el suelo. Una tabla del piso crujió bajo de él,
sorprendentemente corpóreo, y me estremecí. Luego lo seguí.
Después de todo, le había dicho la verdad. No estaba aquí para
sobrevivir.
Me condujo por los pasillos oscuros de la casa, algunos estaban
iluminados por la luna pálida sesgada a través de las ventanas, la plateada
luna, tan falsa como el sol, brilló redonda y llena en el cielo nocturno.
Algunas habitaciones tenían lámparas herméticas o antorchas crepitantes.
Algunas no tenían luces o ventanas, o, inquietantemente, tenían ventanas
que veían fuera a la absoluta negrura. En estas habitaciones chasqueó sus
dedos y una pequeña serpenteante luz apareció junto a él.
Volvimos al salón de baile que recorrimos más temprano. Lo
reconocí por las molduras doradas en las paredes, por la oscuridad no
podía ver el techo, y el piso estaba totalmente cambiado. Se habían ido los
mosaicos; se había ido el piso. En su lugar, había agua llenando la
habitación de fin a fin, de un profundo azul con brillos blanco-dorado, y
remolinos sobre el agua con pequeños destellos de luz.
—Es hermoso —susurré.
Shade capturó mi mano nuevamente y me condujo hacia adelante.
Lo seguí dos pasos inseguros, esperando que mis pies salpicaran dentro
del agua; pero instantáneamente las plantas de mis pies tocaron algo frío,
firme y liso como el vidrio. Bajé la mirada; el agua se replegó alrededor de
nuestros pies pero sostenía nuestro peso. Entonces caminamos al centro
del lago a medianoche y observamos las luces arremolinarse alrededor de
nosotros como una bandada de pájaros.
Pero encantador como era, no pude perderme en la vista.
—No has apretado mis rodillas sólo para mostrarme la bella vista. —
Eché una mirada a Shade. Se quedó lejos de mí, por encima del agua—.
También apostaría que te arriesgaste a su ira para traerme aquí. ¿Por qué?
Entonces él se volvió hacia mí, su rostro sin color, distante.
Rápidamente y con firmeza, tomó una de mis manos y la apretó contra mi
corazón.
Mi respiración se detuvo en mi garganta. No había ruido alguno, sólo
mi latido.
Él tocó mi mano sobre mi corazón, después hizo un gesto hacia el
agua que nos rodeaba. Era un enigma, uno que me estaba suplicando que
rompiera, y si sólo pudiera pensar más allá de esos ojos azules y mi pulso
golpeando en mi garganta...
Y me di cuenta que no era mi pulso: era el latido del corazón de un
mecanismo Hermético. Había pasado horas en el laboratorio de Padre,
buscando los cuatro corazones de innumerables trabajos, hasta que
pudiera hacerlo con los ojos cerrados. Pero esto era diferente. Los
mecanismos de Padre tenían pequeños pulsos que martillaron con rapidez
hasta el quiebre, como un pequeño y febril reloj de precisión. Este era un
ciclo lento de energía, como la circulación de sangre dentro de mi cuerpo,
el giro de la savia de un árbol.
Y lo supe.
Mi aliento se estremeció dentro de mí. Dejé caer mi mano, viendo
hacia él. —Este es el Corazón del Agua.
El asintió pausadamente.
El Corazón del Agua. Era el primer paso para derrotar al Señor
Benévolo. Era la prueba de que estábamos en lo cierto, que podía ser
derrotado.
Y en desafío a su amo, Shade me lo había mostrado.
—Gracias —susurré. Estaba esclavizado a Ignifex de una manera
que no podía imaginar, y todavía me ayudaba a luchar contra él.
Me ayudaba. Ya no estaba sola en esta extraña y terrible casa, a la
merced de mi monstruoso esposo.
—Gracias —dije otra vez, y él sonrió. Fue una suave y encantadora
expresión, como si no pudiera creer que se le permitiera sonreír.
Transformó su rostro de una belleza lejana en algo real y humano, y le
devolví la sonrisa. Era la primera vez en años que había sonreído a alguien
realmente, sin el menor rastro de resentimiento en mi corazón.
Fuera de esta habitación y cuando la luz del día regresara, sería la
esposa cautiva de un monstruo. Me ahogaría en mi miedo y odio, y Shade
podría solo ser un ápice de oscuridad que no podría ayudarme, e Ignifex
podría burlarse de mi miseria. Pero aquí y ahora, Shade se veía como el
original, Ignifex la copia. Aquí y ahora, sentí como si yo fuera otra chica,
alguien sin miedo, quien nunca había odiado o merecido odio. Alguien que
incluso podría ser perdonada si tomara algo que quería.
Recordé la sonrisa de Ignifex y sus confiadas palabras: Puedo
esperar todo lo que quiera y todavía tendría todo de ti.
Y pensé, aquí hay una cosa que no obtendrá.
Parada sobre los dedos de mis pies, besé a Shade en los labios.
Fue solo un choque de mi cara contra la suya. A pesar de la lectura
de la tía Telomache, no tenía ni idea cómo prolongar un beso y sus labios
me sobresaltaron, extraños y fríos como el cristal. Pero entonces él me
cogió por el mentón y suavemente besó mi boca abierta. Aunque sus labios
eran todavía fríos, su aliento era cálido; mientras me besaba, respiraba al
mismo compás que él, hasta que sentí que era un aliento de aire
mezclándose con el de él.
Cuando me soltó del beso, no me alejé; me quedé mirando el hueco
de su garganta, el corazón desbocado, y luché contra el impulso loco de
reír. Nunca había soñado que podría probar otro beso de nadie más que el
de mi monstruoso esposo, que solo podría ser una tortura, y ahora...
—Debes ser cuidadosa —dijo Shade.
Luego me alejé. —Cómo...
Él sonrió ligeramente. —Porque me besaste.
Cuando él dijo la palabra besaste, todo mi cuerpo se contrajo. De
repente no me sentí como una chica extraña, libre, que podía tener lo que
quisiera. Me sentí como Nyx Triskelion, que se suponía iba a guardar su
virtud (cuando ella no la sacrificaba) y pensé solo en salvar Arcadia. Y sólo
tenía que besar a un hombre sin motivo, bueno, posiblemente él no era un
hombre, pero definitivamente no era mi esposo...
Yo solo había besado a alguien cuya sonrisa se había desvanecido,
que me observaba con ojos tranquilos y sin hacer el menor esfuerzo para
cruzar el poco espacio entre nuestros cuerpos.
Ya que no podía hundirme en el suelo, di un paso atrás y traté de
pensar en otra cosa.
—No eres parte de él —dije, observando su cara. Me devolvió la
mirada, sin reacción—. No creo que seas sólo algo que él creó. —Una mera
cosa no sería capaz de darme un beso en contra de la voluntad de su
creador—. Eres alguien a quién él maldijo, ¿no?
Shade asintió, y eso hizo a mi corazón latir. Alguien que había sido
maldito podría ser liberado, y alguien que había sido libre podría pensar
en...
¿Qué? ¿Besarme otra vez, antes de quedarme atrapada con el Señor
Benévolo en su casa colapsando por toda la eternidad? No importaba en
ese momento si hubiera tenido un beso o cien antes de que la condena
cayera sobre mí.
Y Shade no pensaba en eso de cualquier forma. Él solo estaba
contento de poder hablar, si contento fuera la palabra para alguien quien
su rostro seguía quieto como el agua bajo nuestros pies.
—Ambos somos prisioneros —dije—. Tú ya lo has traicionado una
vez. Eso nos hace aliados, ¿cierto?
Podría estar contenta sólo de tenerlo como aliado. Nunca esperé
siquiera tener tanto.
Él abrió la boca como si fuera a hablar, luego se detuvo. —Debo
obedecerlo siempre —dijo después de un momento—. No deberías confiar
tanto en mí.
Pero esas palabras hicieron que la confianza se agrietara y creciera
dentro de mí. Un demonio o sombra de demonio me diría que confiara en
él, no advertiría que me alejara.
—Entonces confiaré en ti tanto como pueda —dije—. ¿Qué me
puedes decir sobre él? ¿Qué te hizo a ti?
—No puedo... —Su boca se movió sin hacer ruido hasta que presionó
una mano sobre ella, la piel sobre sus ojos se apretó.
—¿No puedes hablar sobre él? ¿O sobre ti?
—Nada de sus secretos —dijo despacio.
—¿Qué me puedes decir?
Shade pareció pensar cuidadosamente antes de contestar. —
Deberías encontrar los otros corazones por ti misma. Y ten cuidado.
Traté de pensar en una pregunta útil que pudiera probablemente
contestar. —¿Hay algún momento en que sea más seguro explorar la casa?
—Nunca. —Se detuvo—. Pero en la noche, no nota qué haces. Él se
queda en su habitación.
—¿Por qué? ¿Le tiene miedo a la oscuridad?
Dije esas palabras como broma, pero Shade asintió seriamente. —
Como todos los monstruos. Porque le recuerda quién es verdaderamente.
—¿Es por eso que eres humano en la noche? —pregunté—. ¿Porque
te hizo un monstruo durante el día, pero la oscuridad te recuerda que eres
en realidad?
Él me miró: por supuesto, no podía hablar de su naturaleza.
—Estoy contenta —dije—. De llegar a conocerte. Siento que todavía
tengas que usar su rostro. —Aun así su rostro era muy encantador, pensé,
y quise hundirse en el suelo otra vez. En lugar de eso continué—: ¿Sabes
lo que estoy haciendo? ¿Lo sabe él?
Trató de contestar, pero el poder del Señor Benévolo lo mantuvo
atrás, haciendo su boca girar y luego endurecerse hasta que finalmente se
dio por vencido, tomó mi mano y miró directamente dentro de mis ojos. —
Tú eres nuestra única esperanza.
Había escuchado esas palabras de parte de mi familia miles de veces
antes, pero esta vez se filtraron en mí con trémula esperanza en vez de
rabia desesperada.
—Entonces te salvaré —dije, y le sonreí, otra vez sin ni siquiera
tratar—. Si tengo que explorar esta casa por mí misma, deberías llevarme
de vuelta a mi habitación así puedo empezar desde ahí.
Él asintió, y caminamos de vuelta juntos en silencio. Cuando
llegamos a mi puerta, finalmente le pregunté la pregunta que había pesado
sobre mi lengua todo el camino de regreso.
—¿Quién eres?
Sus dientes brillaron en una media sonrisa triste que cruzó su rostro
y desapareció en un latido. Sus ojos decían, ¿crees que él alguna vez me
permitiría decírtelo?
—Sólo una sombra —dijo, y besó mis dedos.
Luego se desvaneció en la oscuridad.
Traducido por Sofy Gutz
Corregido por Mariela
La luz brillaba a través de las cortinas de cama. Mi estómago se
estrecha con hambre. Entrecerré los ojos, cansados y en blanco. El
desayuno podía esperar. Nunca había tiempo suficiente para dormir ahora,
con mi boda tan cerca, estaba despierta hasta tarde todas las noches
estudiando y luego preocupándome, y en un momento Astraia saltaría
para despertarme, su risa tan alegre y mis dientes estarían zumbando de
ira…
Yo no estaba en casa.
Y había destruido la sonrisa de Astraia.
La vergüenza me despertó sobresaltada, aguda y fría como el miedo. Me
senté, rechinando los dientes contra los recuerdos. Si sólo no me hubiera
dado esa estúpida sonrisa ¿Cómo pudo ella, cuando su propia hermana
estaba a punto de morir? Si hubiera permanecido en silencio solamente
por un momento…
Ninguno de nosotros jamás te perdonará.
Respiré y salí de la cama. La seda azul arrugada se deslizó por mi piel
cuando me dirigí al armario, recordándome que Shade tenía razón. Ignifex
debe tenerle miedo a la oscuridad, porque no me había tocado en la noche.
Cuando me puse una sencilla blusa blanca y una falda gris mucho más
cómoda y modesta, recordé los ojos azules de Shade y la luz sobre el
Corazón de Agua.
Y el beso.
Escondí mi cara en los pliegues del encaje de un blanco vestido de té y
gemí. ¿Cómo pude haber hecho eso? Ahora que había amanecido, ahora
que no estaba rodeada por hermosas luces imposibles y mirando fijamente
los imposibles hermosos ojos azules, besarle parecía la más egoísta,
insensible y estúpida cosa en el mundo.
No me preocupaba serle fiel a mi marido, no cuando él era un demonio
que me había tomado por la fuerza. Pero incluso después de tan poco
tiempo, me preocupaba mucho lo que Shade pensara de mí. ¿Y qué podía
pensar de mí, cuando lo había besado tan descaradamente? Como si
tuviera el derecho de tomar de él lo que yo quisiera, sin ninguna razón
más que mi propio placer.
Él me había devuelto el beso, sentí como si hubiéramos compartido un
solo aliento, pero él no había mostrado ningún signo de deseo después.
Quizás besarme, así como lo había hecho, era necesario para que hablara.
Podía soportar eso. Fui tan tonta como para desear que él me devolviera
el beso, que me tomara en sus brazos y me hiciera intrépida, una chica sin
culpas sólo una vez más. Y no era tan tonta para imaginarme a mí misma
enamorada de él.
Me enderecé, dejando caer el vestido arrugado, y cerré la puerta del
armario. Lo que sea que él pensara del beso, Shade quería ayudarme.
Tenía un aliado en esta casa de pesadilla, y gracias a él, sabía cómo vencer
a mi marido de pesadilla. Ignifex podía ser capaz de ver durante el día,
pero difícilmente podía enfrentarme usando la llave que me había dado.
Me gustaría explorar la casa durante el día y descifrar sus adivinanzas
cuando estaba confinado en su habitación por la noche.
Aunque primero, necesitaba desayunar. Con cautela, abrí la puerta de
mi habitación y me asomé. Vi el mismo pasillo que la noche anterior: lisas
paredes blancas revestidas de madera de cerezo, un piso de parque de
estrellas y tablas entrelazadas, las ventanas estrechas con cortinas solo
con encaje blanco. Y corriendo a ambos lados, puertas de todos tipos y
colores. El aire estaba quieto y fresco, no perturbada por esa peligrosa,
medio oída risa del día anterior.
Shade no estaba por ningún lado. Tampoco había sombras al acecho
que podrían ocultar demonios.
Salí en silencio, con la esperanza de encontrar mi camino de regreso a la
sala del comedor. Si la cena apareció mágicamente en la mesa, el
desayuno puede ser que también, y era por el pasillo de mi habitación,
¿Cuatro puertas o eran tres?
La tercera puerta estaba cerrada con llave y mi llave no pudo abrirla. La
cuarta tampoco. Cuando no pude abrir la quinta puerta tampoco, pateé
con frustración y grité: —¡Shade!
El aire se estremeció ¿O lo había imaginado? Me di la vuelta, pero
ninguna sombra se movía en el corredor.
Estaba sola.
De pronto el pasillo se sentía como una caverna enorme. ¿Cómo podía
saber, me pregunté salvajemente, si volvería a ver a alguno de ellos de
nuevo? Ignifex no era humano y Shade era su esclavo. Tal vez satisfizo su
fantasía de cenar conmigo una vez y luego abandonarme a morir de
hambre en el infinito, en los torcidos cuartos de su casa. Tal vez debería
encontrar comida, pero nunca lo vería de nuevo hasta que los años se
hubieran desgastado mi fuerza y me hubieran dejado débil y arrugada;
entonces el vendría para reírse, y yo nunca lo derrotaría, pero lo maldecía
con la boca desdentada y moriría.
Con un gran esfuerzo, solté un lento suspiro. Entonces cerré mis puños
contra la puerta, temblando de rabia.
Tú pequeña tonta, me dije. Eres Nyx Triskelion. Vengadora de tu madre.
Esperanza de Resurgandi. La única posibilidad de que tú hermana pueda
ver el verdadero cielo. No puedes renunciar mientras tengas aliento en tu
cuerpo.
Si Astraia estuviera aquí, se reiría y haría un juego para encontrar su
camino alrededor de la casa. Si ella fuera abandonada en la casa durante
años, quitaría un listón de hierro forjado de la cama y lo afilaría abajo en
un cuchillo. Cuando su cabello hilado se volviera gris y su piel crepé e
Ignifex viniera a burlarse de ella, ella lo apuñalaría y se carcajearía
mientras la sangre brotaba de su pecho.
Mi hermana carecía de toda clase de sentido, pero no de resolución.
Desde luego no se daría por vencida después de intentar con tres puertas.
Continué. Diez puertas estaban cerradas; cinco abiertas pero mi llave no
me llevaba a ninguna parte útil. Luego abrí una puerta de madera color
marrón mate, y un soplo de aire cálido y fragante me llamó la atención. Me
encontré de pie en el umbral de una cocina con amapolas rojas pintadas
alrededor del borde de sus paredes, y amplias ventanas cuyo encaje de las
cortinas blancas brilla con la luz de la mañana. Parecía como si los
cocineros simplemente hubieran desaparecido, la avena burbujeaba en la
estufa al lado de una sartén de salchichas chisporroteantes, champiñones
y alcaparras, mientras que en la mesa un pan recién horneado de pan
fragante se hallaba al lado de un pequeño plato de aceitunas y un montón
de pasteles.
Me deslicé en el interior, mi boca deshaciéndose. En segundos estaba
devorando la comida, y tal vez era el hambre, tal vez mi miedo, pero era el
mejor desayuno que nunca había probado. Sin duda el mejor que había
tenido en años, nuestro cocinero actual servía hasta salchichas quemadas
y setas casi crudas. Pero no podía haber quejas, la tía Telomache lo había
contratado, por lo que cada mañana me hacía masticar en silencio a través
del silencio mientras Astraia sonreía y agradecía a la cocinera y
valientemente charlaba de como amaba las salchichas por lo bien hecho y
como no eran las setas maravillosamente tiernas y…
De repente, la comida era un nudo en mi estómago; las aceitunas que
permanecían en mi plato parecían repugnantes. Trague saliva, intentando
imaginar a Astraia en la mesa del desayuno en estos momentos. Tenía que
dejar de pensar en ella. ¿Qué tenía de útil recordar su sonrisa, el tintineo
de los platos del desayuno, el modo en que aplastaba sus salchichas…?
Me aparté de la cortina, desesperada por una distracción.
El cielo puro me devolvió la mirada. Sin nubes, sin sol, sin tierra ni
horizonte. Sin nada excepto calidez, como pergamino en blanco como la
primera página de un libro vacío.
Sin escape. Nunca. Porque La Rima no era cierta. No había ninguna
manera de matar al Señor Benévolo y escapar; todo lo que podía hacer era
colapsar su casa por él. Si los dioses me sonreían, si contestaban a las
oraciones que se les había gritado durante novecientos años, liberaría
Arcadia. Pero estaría encerrada dentro de esta casa, sin ser capaz de
correr, con el cielo apergaminado asfixiándome a mí y a mi monstruoso
marido y sus demonios atormentándome.
Metí un puño contra mi boca y respiré lento. Siempre había sabido mi
destino. Siempre lo había sabido, siempre. Era estúpido e inútil parecer
sorprendida ahora.
Nunca volvería a ver a mi hermana de nuevo. Nunca podría escapar de
mi destino. Tenía una misión que cumplir independientemente, y era hora
de que empezara.
Miré hacia atrás una última vez antes de irme, y fue entonces cuando
me di cuenta de la puerta a un lado de la estufa. Estaba a penas a la
altura de mi cadera; cuando me agaché para mirar dentro, vi un túnel bajo
de piedra. Se curvaba hacia la derecha, así que no podía ver dónde
terminaba, pero la luz difusa brillaba desde el otro lado.
Una briza sopló la pequeña puerta, acariciando mi rostro. Aspiré el
aroma cálido de verano, el polvo y la hierba y las flores: el olor de la
libertad, de espacios abiertos.
Podría ser una trampa, pero si esta casa quería matarme, yo ya estaba
atrapada. Me puse de rodillas y me metí en el túnel. Una vez que estuve
dentro, seguía sabiendo que podía estar yendo hacia mi muerte, pero no
podía sentirme más preocupada; y tan pronto como doblé la curva, salí a
un pequeño cuarto redondo y fui capaz de ponerme de pie.
¿Podía llamarse una habitación? No había ni siquiera un techo; era más
como el fondo de un gran pozo seco. El muro de piedra a mí alrededor
subía y subía y subía hasta terminar en un círculo perfecto de cielo color
crema. Al contrario de la luz de la cocina que había mirado en la mañana,
aquí el sol brillaba por encima, vertiendo calor en mis hombros.
No había muebles ni adornos, excepto la pared en el lado opuesto que
donde había una pequeña alcoba, y en la alcoba había una estatua de
bronce de un ave, verde por el tiempo. Pensé que podría ser un gorrión,
pero estaba tan corroído que no podía decirlo con seguridad.
Me preguntaba si podía ser la estatua de un Lar.
En esta sala, como en el primer pasillo, el aire olía a verano. Pero no
había medias risas en el aire, sin el presentimiento que el espacio estaba
sutilmente mal, ni que ojos invisibles te vigilaban. Solo había calma cálida,
pacifica que existía entre el aliento de la brisa de verano y el siguiente. Un
hilo de agua corría por la pared a mi izquierda y se agrupaba en la
entrada; tomé aliento, y mis pulmones llenos del aroma mineral del agua
sobre la tierra caliente.
Sin pensarlo, me senté y me recargué contra la pared. No era suave; las
duras rocas formadas, se ondulaban irregularmente a mis espaldas, pero
la tención dejó mi cuerpo. Me quedé mirando el gorrión de bronce, y no me
dormí completamente, pero casi soñé: mi mente estaba llena de la brisa de
verano, el olor cálido y húmedo de la tierra después de la lluvia de verano,
la alegría de correr descalza por la hierba húmeda y la búsqueda de la
maraña oculta de fresas.
Por fin me incorporé nuevamente. Aunque me había desplomado contra
la piedra dura, no me sentía rígida o adolorida en cualquier parte, sino
descansada como si hubiera dormido por una semana.
Volví a mirar al gorrión. Esta habitación no era nada comparado con
cualquier santuario que hubiera visto, o jamás vería a un Dios en un
santuario sin una cara humana, pero mientras miraba la pequeña forma
corroída, sentí el mismo reconocimiento profundo-en-los-huesos igual que
un tono de voz, o un cambio en el viento, o la luz del sol en una bola de
estambre trae la memoria un sueño olvidado. Yo no podría poner un
nombre al gorrión, sin embargo, estaba segura de que era un Lar y la
habitación un santuario.
Me recordé de rodillas bajo mi velo, diciendo mis votos de boda a una
estatua. Había sido apenas ayer, pero ya sentía como si hubieran pasado
cien años. Las palabras de la promesa, sin embargo, seguían siendo claras
en mi mente. Si se trataba de un Lar, el dios de la casa y hogar de Ignifex,
entonces era ahora mío también.
Shade vivía dentro de su casa pero quería destruirlo. ¿El Lar me
ayudaría en mi tarea también?
En cualquier caso, me había mostrado bondad, y no podía negarme a
honrar al dios que me había bendecido.
Me deslicé de vuelta en la cocina y busqué en las estanterías. No tenía
ni idea de dónde encontrar incienso, y de todos modos, para este Lar se
sentía mal. En su lugar me encontré con otra rebanada de pan fresco, con
su corteza marrón dorado todavía brillante y nítida; rasgué dos piezas y las
metí en mis bolsillos, y me metí de nuevo a la habitación secreta. Allí
destrocé el pan en migas y los esparcí en el suelo ante el gorrión.
Cada Lar tiene sus propias oraciones tradicionales. No tenía idea de cuál
debía ser, pero la ceremonia parecía tan mala como el incienso.
Simplemente me incliné y susurré: —Gracias.
Y luego me fui. Porque tenía una casa que explorar, un marido que
derrotar, y no había tiempo que perder.
Pasé cinco puertas más cerradas más allá del poder de mi llave,
entonces subí a una estrecha escalera de madera oscura tallada con rosas
que crujían con cada paso. En la parte superior había un pasillo con una
espesa alfombra verde. Tres de las puertas en ese pasillo se abrieron, pero
aunque me quedé en cada habitación con los ojos cerrados por más de un
minuto, no podía sentir ningún rastro del poder Hermético.
Debería marcar mi camino, pensé mientras traqueteaba mi llave en la
cerradura de la última puerta antes de que el pasillo girara a la derecha.
Una ráfaga de un fuerte aire de otoño soplaba por el pasillo, ondulando
mi falda y levantando mi cabello. Me di la vuelta, saboreando el humo de
madera.
Detrás de mí había una pared de madera de la que colgaba un espejo de
cuerpo entero; su marco de bronce moldeado con un sinnúmero de ninfas
y sátiros retozando entre las vides. Mi rostro me devolvió la mirada, con los
ojos abiertos y rígidos.
Los cambios de la casa, pensé aturdida. Tiene voluntad y cambia a su
propio capricho. Tal vez la próxima vez el suelo se rompa debajo de mí, o el
techo se hundirá para aplastarme, o tal vez la casa me encierre en una
habitación sin puerta para morir gritando mientras demonios brotan de
las grietas entre las tablas del suelo…
O tal vez la casa era más que otra muestra del poder de Ignifex, y justo
ahora él se reía mientras veía mi pánico. Así que no podía mostrar miedo.
Solté una respiración lenta y luego otra. Si Ignifex me quería muerta justo
ahora, ya no estaría respirando. Claramente él tenía la intención de jugar
conmigo, y eso significaba que yo tenía una oportunidad de ganar.
Si pensaba que la casa era un laberinto, no tenía esperanza. Aún me
perdía en el laberinto de setos cuadrados de Padre; nunca resolvería este
laberinto.
Pero si lo consideraba un acertijo… La casa era un trabajo Hermético. Y
yo había entrenado para dominarlos toda mi vida.
Hay un antiguo dicho Hermético: “El agua nace de la muerte del aire, la
tierra de la muerte del agua, el fuego de la muerte de la tierra, el aire de la
muerte del fuego.” En su danza eterna, los elementos dominan y surgen
entre sí en este orden, y cada mecanismo Hermético debe seguirlo.
Tal vez tenía que desenredar los misterios de la casa en ese orden
también.
No tenía materiales para escribir. Pero tracé el sello Hermético para
evocar la tierra en la pared junto a mí una y otra vez, hasta que pude
sentir las líneas invisibles que brillaban con la posibilidad. Luego puse mi
mano sobre el sello fantasma y el pensamiento de la tierra: Grueso, franco
fragante detrás de la casa, donde Astraia y yo una vez excavamos con
nuestras propias manos para plantar tallos de una rosa robada. Polvo gris
fino en el viento de verano, haciendo volar en mi boca la arena contra mis
dientes. La colección de rocas de Padre: malaquita, rodonita, y la loza
caliza simple embutida por el esqueleto de un curioso pájaro colmilludo
con garras en sus alas.
A mi izquierda, sentí un brillo.
Tomé el primer corredor que se desviaba a la izquierda, a pesar que era
estrecho y tallado en piedra gris húmeda. Sólo había tres puertas, ninguna
de las cuales se abría, y luego el corredor terminaba. Intenté el sello de
nuevo.
Ahora el brillo estaba detrás de mí.
Así que volví atrás. Y caminé en círculo. Busqué durante todo el día por
el Corazón de la Tierra, pero nunca conseguí acercarme. Los corredores
siempre parecían torcidos y me traicionaban, hasta que me pregunté si era
mi imaginación la que me había traicionado al pensar que había sentido
algo.
Finalmente tomé un rumbo y fui capaz de seguirlo por tres corredores y
a través de cinco puertas, hasta que llegué a una puerta de color rojo
oscuro, y mi llave quedó atrapada en la cerradura. Con un grito corto, tiré
de la llave. La rojiza, pulida textura de la madera parecía estarme
sonriendo.
La frustración me atragantó como una piedra apisonada por mi
garganta. Los huesos en mis manos zumbaban con la necesidad de
alcanzar algo, pero no sabía que odiaba más: la puerta sonriente, o mi
propio ser estúpido. Con un gemido, apoyé mi cabeza contra la puerta.
Algo hizo clic, en lo profundo de la madera, y la puerta se abrió. Tropecé
hacia adelante en una pequeña habitación, cuadrada de piedra oscura.
Estaba completamente desnuda excepto por una pequeña lámpara
Hermética sentada junto a la puerta y un espejo colgando en la pared
opuesta.
En el centro del espejo había una cerradura.
En un momento intentaba meter mi llave, pero ni siquiera había
recorrido todo el camino, y mucho menos girado la cerradura. Tracé un
diagrama Hermético debilitando vínculos, pero tampoco pasó nada, por
supuesto, pues era una técnica insignificante que había aprendido por mi
cuenta para evitar los estudios que Padre había puesto para mí. Él nunca
estuvo interesado en enseñarme nada además de los sellos y los diagramas
necesarios para su estrategia. Tal vez se habría preocupado si hubiera
usado el conocimiento para escapar. Más probablemente, simplemente no
había pensado que fuera importante. Hice una mueca, lista para dar la
vuelta e irme.
Mi rostro se desvaneció del espejo.
Un momento después, el reflejo de la sala a mí alrededor se había ido
también. En su lugar; un poco borroso, como si alguien hubiera soplado
sobre el cristal, pero aún bastante reconocible, vi a Astraia sentada en la
mesa con Padre y Tía Telomache. Una cinta negra estaba atada en un arco
alrededor de la parte de atrás de mi silla habitual; al parecer, esa era la
forma correcta de mostrar que había vendido a su hija a un demonio, pero
Astraia reía.
Reía.
Como si nunca hubiera llorado, como si yo nunca hubiera sido cruel con
ella. Como si Padre y Tía Telomache nunca le hubieran mentido para darle
falsas esperanzas. Como si yo nunca hubiera existido.
Se sentía como si alguien hubiera escarbado en mi pecho y llenado la
cavidad con hielo. Ni siquiera me había dado cuenta de que me estaba
moviendo hasta que mis manos se apoderaron del marco del espejo y mi
nariz estaba a centímetros del espejo.
Padre asintió y se inclinó sobre la tabla para poner su mano sobre la de
Astraia. Tía Telomache sonrió, su rostro arrugado en algo casi amable.
Astraia se retorció en su asiento, el centro del mundo.
—Tú —me atraganté—. ¿Por qué no pudiste ser tú?
Entonces escapé de la habitación.
Traducido por Mariela
Corregido por iemilaa
Por último me detuve en el salón de baile que por la noche era el
Corazón de Agua. Me dolía el costado de correr y el sudor picaba en mi
cara. Me senté y me apoyé contra la pared pintada de oro para mirar al
techo. En lo alto, Apolo miraba a Dafne, quien huía de él con terror
estilizado; lo gritos silenciosos de Perséfone se veían mucho más genuinos
mientras que Hades la arrastraba hacia el inframundo. Pero al menos ella
tuvo una madre que no descansó hasta que la salvó.
Con un suspiro, apreté mis manos contra mi cara. Había un dolor
sordo, palpitante detrás de mis ojos, mis pies y las pantorrillas me dolían
mucho. Se me ocurrió que no había caminado tanto en mucho tiempo. Tal
vez Padre debería haberme hecho practicar caminata por las colinas, así
como elaboración de sellos Herméticos.
Tal vez no debí haber gastado tanto tiempo preocupándome de esconder
mi odio de Astraia, cuando claramente la había molestado un poco.
No. No. Debería estar agradecida de haber fallado en romper el corazón
de mi hermana. ¿No había yo deseado poder tomar de vuelta esas palabras
para regresarle la sonrisa al rostro de Astraia? Debería estar dando gracias
a los dioses por recibir tal bendición.
Pero todo lo que sentía era desolación.
Me sorprendí de mis pensamientos por un toque repentino contra mi
hombro.
Era tan suave, por un momento pensé que era un soplo de aire.
Después volteé hacia arriba y vi a Shade flotando contra la pared del
Corazón de Agua, de nuevo no más que una sombra. Los recuerdos de su
beso la noche anterior… de mí besándolo a él… corrieron de vuelta, y
estaba sobre mis pies en un instante.
—¿Hora de la cena? —dije. No sabía qué hacer con mis manos: si las
relajaba, me veía como una muñeca de trapo, si las apretaba, me veía
demasiado tensa…
Shade tomó una de mis muñecas y me llevó abajo al corredor, que
resolvió parte del problema.
—Debería decir que estoy impresionada por la hospitalidad de tu señor
—continué, incapaz de soportar el silencio por más tiempo—. Podría
haberme proporcionado al menos un mapa. O un refrigerio.
Shade no se detuvo mientras me llevaba hacia adelante. Desde este
ángulo, no podía ni siquiera ver la silueta de su cara, y las palabras caían
como si estuviera sola.
—O podría haber provisto una casa que no se desplaza como un
laberinto de borrachos, pero supongo que eso sería un problema. ¿Piensas
que se molestaría en proporcionarme un Minotauro, o su plan es
encaminarme a la muerte?
De repente me di cuenta de que tan alta y como un gemido sonaba mi
voz. Las palabras se marchitaron en mi garganta. Shade había sido
prisionero aquí por quien sabe cuánto tiempo, una víctima de Ignifex todos
los caprichos y yo estaba quejándome de que estaba cansada de caminar.
Como si esto importara.
Ni siquiera podía soportar ver su silueta. Pero sabía que tenía que
disculparme, di un respiro tembloroso.
Excepto que Shade me llevó por la puerta dentro del comedor e
instantáneamente se desvaneció. Estaba sola. Ignifex todavía no llegaba; la
mesa estaba puesta con relucientes platos y cubiertos de plata, pero sin
comida.
Me dejé caer en mi silla con un golpe, mi garganta apretada. Contra todo
pronóstico, había encontrado un aliado. Alguien que me llamó su
esperanza y besó mi mano.
Pero en mi primer día, no había logrado nada, excepto quejarme. Él
debía pensar que soy como una niña egoísta.
Con un suspiro, apoyé mi cabeza en la mesa. Buscaré toda la noche, me
prometí. Todo el día de mañana también. Pero las palabras sonaban
huecas, incluso dentro de mi cabeza, ahora que sabía la magnitud de esta
casa, mucho dudaba de poder encontrar los otros corazones en cualquier
momento pronto.
Labios cálidos se presionaron contra la parte de atrás de mi cuello.
Me enderecé, agitando los brazos, Ignifex estaba junto a mi silla,
sonriendo hacia mí.
—¿Algo mal? —preguntó.
Lo fulminé con la mirada, tratando de frotar la sensación fantasma del
beso. —Creo que ya sabes qué, mi señor.
—Supongo que lo sé. —Se encogió de hombros y se apartó de mí, hacia
su asiento.
Antes de que pudiera formular una respuesta, el olor de la cena me
golpeó otra vez. Esta noche el plato principal era estofado de ternera con
duraznos. Por lo general no me gustaban los duraznos, pero no había
comido nada desde el desayuno, y en ese momento la ambrosia no podía
haber olido mejor. Tomé mi tenedor y lo devoré. Solamente cuando sentí la
pesadez reconfortante en mi estómago me detuve dándome cuenta de que
Ignifex me miraba, su boca torcida a media sonrisa. Sin duda de que
estaba divertido al ver que la hija del Resurgandi engullía su comida como
un campesino común.
Bajé mi tenedor lentamente, deseando poder limpiar esa sonrisa de su
rostro.
—¿Y dónde has estado todo el día? —pregunté.
—Vagando la tierra y haciendo negocios —Cogió una copa de vino y la
hizo girar—. ¿Quieres escuchar de ellos?
—Ya sé qué tipo de negocios haces. Y no vagas por la tierra, sólo
Arcadia.
Aun cuando de repente se me ocurrió que por todo lo que sabía, él había
pasado entre mundos para pararse sobre la tierra real y ver al cielo
verdadero.
—Ah, sí, eres la hija del Resurgandi. Sabes de que has sido privada —él
se echó hacia atrás en su silla.
—¿Qué estas planeando? —pregunté cautelosamente.
—Vida de casados. Obviamente. —Cogió un plato—. ¿Quieres que te
diga sobre la chica que malbarató los ojos de su madre, que le solían
gustar los dátiles rellenos, cosas como estas? No puedo decir que lo siento
cuando la atacaron los perros rabiosos.
—No te lamentas de nada de lo que haces.
Repentinamente me dio una sonrisa. —Entonces estás aprendiendo.
—Conozco ese hecho de toda mi vida.
—Entonces, ¿Qué has aprendido desde que llegaste aquí?
Qué se siente besar a tu sombra, pensé. Tragué las palabras, pero el
secreto me dio el coraje.
—Que tú casa es desorganizada —dije—. Que eres menos impresionante
de lo que pensaba y mucho más molesto. Y que si los dioses tienen algo de
misericordia, encontraré la forma de destruirle.
Entonces me di cuenta de que había dicho la última parte en voz alta.
Acostumbraba guardar mis palabras muy bien, pensé aturdida mientras
me puse de pie. ¿Qué había en esta casa, este demonio, que me hacía
decirle la verdad?
Por lo menos yo no había insinuado el plan de usar la casa en su
contra.
—Todavía no dejes la mesa. —Ignifex se puso de pie—. La conversación
se estaba poniendo interesante.
—Sí, por supuesto —dije retrocediendo lentamente. Mi cuerpo vibraba
con la necesidad de correr, pero sabía que era inútil—. ¿La muerte siempre
es interesante para ti, no es así?
Él avanzó hacia mí como el gato asechando al pájaro. —¿Quieres que me
preocupe más por mi propia muerte?
Di otro paso hacia atrás y choqué contra uno de los pilares. Sin ningún
lugar a donde correr; y sabiendo que correr no me iba a salvar; todo lo que
podía hacer era mirar hacia abajo.
—Oh, no, no podría, posiblemente, molestarlo. Vaya a descansar en la
ignorancia confortable.
—¿Es mejor matarme en mi sueño?
—Sería grosero levantarlo antes.
Era como un baile en el hielo quebradizo. Me sentía mareada con el
terror apenas contenido, pero casi pude haber reído, porque estaba
manteniendo el ritmo y todavía estaba viva y eso significaba que estaba
ganando.
Ignifex parecía casi a punto de reírse de sí mismo. —Pero eso no es
divertido para ninguno de nosotros. Podrías por lo menos traerme el
desayuno a la cama con la muerte.
—¿Qué, veneno? ¿Así puedes demostrar cómo eres inmune como
Metriadates?
—Estoy tranquilo de que hayas pensado en él y no en Tántalo.
—Por mucho que signifique para mí, esposo, hay algunas cosas que no
haré por ti.
Nuestros ojos se encontraron, y por un momento no hubo nada más que
alegría compartida entre nosotros.
Entre mi enemigo y yo.
Sentí un pulso de miedo en el momento en que sus ojos se
entrecerraron. Entonces una de sus manos descansó en la columna
enseguida de mí mientras se inclinaba.
—Nyx Triskelion —dijo bajo.
Mi respiración se detuvo.
Él era un monstruo. Ni siquiera cercano a un ser humano. Pero yo no
estaba mirando sus ojos de gato o sonrisa burlona. Yo miraba las líneas de
su hombro, flojo pero fuerte aún con su ropa, la piel pálida de su garganta,
expuesta donde varios broches dorados de su abrigo se había deshecho; la
curva de su mandíbula que podría ser cálida contra mis labios. Por un
momento, sentí como un río corriendo a su océano.
Luego se echó a reír. El sonido raspando a través de mi piel como uñas
de gato, recordé quien era y lo que había hecho, y sabía que se estaba
burlando de mí.
Se inclinó más cerca. —¿Quieres adivinar mi nombre?
Encontré mi aliento. Apreté mis dientes. Y lo miré con toda la fuerza que
me quedaba.
—Prefiero morir —dije.
Otra carcajada. —Entonces buenas noches. —Y otra vez me dejó, y fui a
mi habitación sola.
El reloj sonó. Me estremecí y luego vi nuevamente a la puerta. Había
estado esperando aquí en mi habitación por las pasadas dos horas, segura
que en cualquier momento Ignifex caminaría por la puerta para reclamar
sus derechos matrimoniales.
Shade había dicho que estaba a salvo en la noche, pero en este
momento no lo podía creer. Ignifex era un demonio. Un monstruo. Y él
debía, él debió ver ese momento en que fui engañada brevemente. Por
supuesto él no esperaría incluso una noche antes de tomar ventaja.
Pero todavía estaba sola.
Finalmente acepté que Shade tenía razón después de todo. Estaba a
salvo. Pero me hizo recordar mi lloriqueó a él en el pasillo, y mis dedos se
clavaron en el edredón.
Cuando me imaginé frente a él de nuevo, sentí que me ahogaba bajo
una montaña de sabanas. Pero si incluso él todavía me creía egoísta y
estúpida, al menos podía saber que estaba apenada por quejarme como
una niña mimada.
Nunca podría disculparme con Astraia. Con Shade, tenía que al menos
que intentarlo.
Entonces fui a buscar el Corazón de Agua. Probablemente no
encontraría la habitación, y si lo hiciera, no había garantía que Shade
estuviera ahí. Pero apenas había empezado a deambular cuando abrí la
puerta y vi un millar de luces que bailaban sobre el agua inmóvil, una
figura pálida, sentado en el centro.
El miedo pasó por todo mi cuerpo. No quería enfrentarme a él. Entonces
apreté mis dientes y caminé hacia adelante, preguntándome cuán
estúpidamente nerviosa me veía.
A pesar de que me puse los zapatos esta noche, mis pies estaban
todavía silenciosos en el agua. Pero Shade de todos modos levantó la vista
mientras me acercaba a él. Sus ojos estaban muy abiertos y serios, su
rostro se relajó, la falta de dolor o enojo me detuvo en seco.
—Yo… —Mi voz quedó atrapada; tragué, obligándome a seguir
mirando—. Lo siento.
Sus cejas ligeramente alzadas. —¿Por qué?
—Más temprano. Lo que dije. Quejarme. Has estado aquí mucho más
tiempo y yo… no te lo mereces.
—Has venido aquí para morir. Tienes permitido lamentarte.
—Yo no me estaba lamentando, me estaba quejando que caminé tanto
tiempo —Mi voz era irregular y demasiado fuerte para la paz de esta
habitación, pero no podía aceptar el escusa que me estaba ofreciendo.
Se levantó en un solo rápido movimiento. —No has hecho nada más que
lamentarte —dijo, y aunque su voz era calmada como un tazón de leche
hizo que mi garganta hiciera nudo—. Se te permite.
—No. —Mi voz se pellizcó en un gemido otra vez, pero estaba cuidando
el pasado—. ¿Lamentarme por mí? No tengo el derecho. Eres un esclavo,
mi madre está muerta, los demonios conducen a las personas a la locura
todos los días, y todo lo que he hecho es quejarme y…
Sentir lujuria por el que te lastimó.
Me tragué las palabras. —No podía incluso encontrar mi camino
alrededor de esta casa, mucho menos encontrar los corazones. Mi
hermana me ha olvidado y me lo merezco, porque yo… yo… —Mi garganta
se me cerró por un momento. Luego me sacudí—. No es nada. Lo siento.
Shade tomó mi mano. —Ven conmigo —dijo.
No se veía enojado, pero mientras lo seguía a través de los corredores,
mi estómago todavía se retorcía por el miedo. Seguramente, cualquier
momento él giraría y explicaría como yo había sido una tonta, débil niña…
una decepción para mi familia…
Después me di cuenta que estábamos caminando dentro de la
habitación con el espejo.
Me detuve, saliendo de su agarre. —He visto esto. —Odié lo alto que
salió mi voz, pero no podía detenerme—. No necesito verla nuevamente.
—No. —Shade gesticuló al espejo—. Mira.
Astraia sentada en su cama, agarrando uno de mis viejos vestidos
negros, su cabeza agachada. Sus hombros temblaban, y luego levantó la
vista, y vi que estaba llorando, con los ojos rojos y un mechón húmedo de
cabello pegado a su cara.
Supongo que no soy la única que esconde cosas, pensé, pero no sentí
nada. Ni siquiera sentí mis propios pasos mientras me volteaba y andaba
fuera de la habitación.
Sentí mi golpe contra la pared mientras me sentaba. Después empecé a
sollozar.
Después de un rato, me di cuenta de que Shade estaba arrodillado junto
a mí, una mano flotando cerca de mi hombro. Sentí el impulso de
avergonzarme, pero estaba tan cansada. Sin querer, resoplé.
Su mano bajo en mi hombro, fresca y sólida, y me apoyé en su agarre.
—El espejo —dije después de un pequeño rato—. ¿Lo que muestra es
real? ¿O una ilusión?
—Nada más que la verdad —dijo.
Entonces Astraia realmente me lloró. Sabía que no debería, pero me
alegré de ello.
—Tiene cerradura. Debe ser una puerta a algún lado. —Lo miré.
Miró hacia mí y luego lejos, apretando la mandíbula. Así que debía
conducir a alguna parte suficientemente importante para que Ignifex
quisiera esconderlo; tal vez incluso a alguno de los corazones; pero
conociendo que eso no me sirve sin una llave.
—Gracias —dije, y por un rato se hizo el silencio.
Observé a Shade por el rabillo de mi ojo. Ahora se sentaba contra la
pared, un codo descansando sobre una rodilla, pacíficamente y relajado
como sí hubiéramos terminado una tarde de té, no arrebatando el
descanso en la casa de un monstruo.
Su rostro estaba quieto y color blanco leche. Recordé nuevamente como
ese rostro tenía la forma exacta de Ignifex, los mismos pómulos altos, la
misma línea de la mandíbula perfectamente esculpidos… y sin embargo
eran tan diferentes: sin distorsión por la adición monstruosa de ojos que
parecían de gato, y drenados de no solamente color, sino también malicia y
alegría maliciosa.
Quería tocar su rostro. Quería hacerlo reír nuevamente, sólo por mí, y
después quería besarlo hasta olvidarme de mi misma, olvidarme de la
fealdad de mis entrañas, y volverme tan pacifica como sus ojos.
Pero no tenía derecho a tocarlo, no mientras él era un prisionero
inocente y había mirado a su captor y quería…
Y Shade no podía quererme de cualquier manera.
Él me había besado dos veces, mis labios y mi mano. Una de esas veces
deberían significar algo ¿No es así?
Varias veces abrí mi boca para hablar pero fallé. Cuando finalmente
dije: —Shade. —La palabra salió sin respiración. Entonces volteó hacia mí,
y por un momento mi respiración se detuvo completamente. Apreté mis
manos y forcé las palabras fuera—. ¿Por qué… porqué besaste mi mano?
Era el único beso por el cual podía permitirme preguntarle.
Él agachó su cabeza. —Lo siento.
—No estoy enojada —dije abruptamente—. No lo estoy. —No importa
cuáles fueran sus razones, no podía odiar esos ojos solemnes que no
pretendían nada, estaba todo bien—. Pero me lo preguntaba.
—Tú eres mi defensora —dijo las palabras como si le hubiera
preguntado por la razón de por qué el agua esta mojada—. Nuestra
defensora. De toda Arcadia.
Lo sabía, pensé, y, no tenía tiempo para quererlo de cualquier forma.
Todavía sentí como estuviera atada dentro de fríos, dolorosos nudos.
Sólo había una razón por la que nadie me quería.
—¿Y crees que te pueda salvar? —exigí.
—He estado aquí por… —Sus labios se detuvieron; agitó la cabeza y
empezó de nuevo—. He visto morir a todas sus otras esposas. Yo había
perdido la esperanza. Pero tú… tú trajiste un cuchillo. Tienes un plan.
Creo que nos salvaras a todos.
—No —susurré, mi garganta apretada—. E incluso si lo derroto… no
sabes mi plan, ¿o sí? Es…
La mano de Shade cubrió mi boca. —No me lo digas —dijo—. Todavía
debo obedecerlo.
Halé su mano y no pude dejarlo ir. Mis dedos se apretaron alrededor de
los suyos, y otra vez me enervó que tan fría estaba su piel, la solidez de
sus huesos por debajo, pero lo sostuve.
—Vas a morir junto con él —dije. O ser prisionero con él por siempre, casi
agregué, pero él tenía la razón; no podía decir ni una palabra del plan, no
sea que Ignifex le ordenara que hablara de ello.
Él miró de nuevo mis ojos. —No necesito vivir. Sólo necesito verlo
derrotado. Sin importar el precio para esto, estoy dispuesto a pagarlo.
—Tú… tú no deberías… Mi voz se quebró y no pude continuar. Nadie se
había ofrecido a pagar el precio conmigo antes.
Me tocó la mejilla con su mano libre. —Descansa.
Así que lo hice.
Traducido por Mariela
Corregido por Jane
A la mañana siguiente, abrí una puerta pintada de rojo y vi un pequeño
cuarto con libreros cubriendo sus paredes blanqueadas. En el centro de la
habitación había una mesa redonda con patas de león, en la cual estaba
abierto un códice grueso y viejo; en la pared más lejana, entre un hueco en
las estanterías, una musa Clío de bajo relieve de tamaño natural me
miraba fijamente, sus pergaminos entrelazados en su pecho, sus ciegos
ojos blancos que todo lo saben.
Era una biblioteca. Al principio pensé que era muy pequeña, pero
cuando me paré dentro vi la puerta principal de entrada a otra pequeña
habitación de libros, la cual en ella sola se abría a dos más. Era un panal
de habitaciones, sus paredes cubiertas de libreros, relieves de musas
observando fijamente desde huecos ocasionales.
No quería pasar mucho tiempo cuando entré; solo el tiempo justo para
estar segura de que uno de los corazones no se escondía allí; pero
mientras recorría las habitaciones, el olor familiar del cuero y papel
empolvado drenó la tensión de mi espalda. La biblioteca de mi padre
siempre había sido mi refugio cuando niña. Tal vez esta podría ser mi
aliada. Seguro que en uno de los libros del Señor Benévolo debía estar una
clave sobre su casa.
Tomé el libro más cercano de la repisa y lo abrí de un tirón. Las
palabras en el encabezado de la página se leía, “En la quinta”, y después
estaba buscando en la repisa.
Parpadeé y vi de nuevo a la página. “de su reinado”, y estaba buscando
en mi mano.
Sacudí mi cabeza. Aprendí a leer cuando tenía 5 años; unos pocos días
lejos de mi hogar no podrían cambiar eso. Apretando mis dientes, me forcé
a leer la página completa. En la quinta torre de su reinado tras el más
antiguo pero Imperial Cuando a la Romana-Graecia y otros niños Si no por el
Quizá. Traté cómo pude, esas fueron todas las palabras que pude leer, y
cuando llegué a la parte inferior de la página, el dolor palpitaba detrás de
mis ojos. Frotando mi frente, se me cayó el libro sobre una mesa cercana;
y al instante el dolor se fue.
Así que el libro estaba maldito. Tomé otro libro de la repisa. Y otro. Pero
con todos los libros era lo mismo. No podía leer más de una frase antes de
que mi mirada se deslizara lejos; si trataba de leer por la página; y podría
apenas descifrar más de una palabra en un dos por tres, el dolor se
construía detrás de mis ojos hasta que me daba por vencida.
Mi espalda se erizó. Observé las repisas, hace unos minutos muy
reconfortantes. Ahora se sentían como enemigos. Quería a este punto
alejarme al mismo tiempo que sentía un loco impulso de mirar la
habitación.
Fue entonces cuando escuché la campana. No era ruidosa, pero tenía
un claro, dulce tono que sonó directo a mi cabeza. Me estremecí y decidí
que dado que la biblioteca no era de utilidad para mí, debería investigar.
La campana sonó una y otra vez mientras seguía su sonido fuera de la
biblioteca, bajando por un pasillo alfombrado de terciopelo rojo, y
subiendo a una escalinata color marfil. Entonces abrí una puerta y caminé
dentro a habitación con tapiz rojo y dorado. Las ventanas estaban
cubiertas con cortinas de terciopelo morado y flanqueado por macetas con
aspidistra; en una esquina de la habitación se encontraba una estatua de
mármol de Leda entrelazado con el cisne, mientras que en la otra una
estatua de oro del niño Hércules estrangulando las serpientes. A mi lado,
Ignifex tumbado en una afelpada, silla con patas de oro bulbosas.
En el lado opuesto de la habitación estaba un hombre joven.
Me tomó un momento para darme cuenta de que él no era una estatua,
no una ilusión, sino un hombre mortal de carne y sangre real: joven, nariz
grande, con cabello castaño y desigual barba en su mentón. Llevaba un
abrigo gris remendado y sostenía en sus manos una gorra marrón plana; y
cuando me miró, vi que él tenía grandes ojos oscuros como un buey. Me
resultaba familiar, pero no podía recordar incluso haberlo conocido antes.
Cuando se encontró con mis ojos, el hombre se estremeció y tragó
convulsivamente, como si me reconociera. ¿O sólo tenía él miedo de todo
en esta casa?
Ignifex me dio una mirada perezosa. —Hola, esposa. Estoy haciendo un
negocio. ¿Preocupada de ver?
La pregunta, toda la situación, era tan surrealista que por un momento
me quedé sin palabras. Entonces me di cuenta, Aquí es donde mi padre
negoció conmigo.
La boca de Ignifex se arqueó en una sonrisa y así fue como sonrió
cuando demandó que me casara con él.
Mi familia me hizo un favor: ellos me enseñaron a sonreír y guardar
silencio cuando quería gritar. Caminé hacia adelante con pasos de dama
como la tía Telomache me había enseñado —No te caigas, niña— y me
detuve detrás de su silla, mis manos descansando en el respaldo.
—¿Quién es él? —pregunté, tratando de sonar simplemente resentida,
no calculadora.
—Su nombre es Damocles, y viene desde Corcya —dijo Ignifex, su voz
tan ligera como si estuviera discutiendo sobre el tapiz—. Y…
—Tu eres Damocles —interrumpí, finalmente reconociéndolo, y el
conocimiento era como un torrente helado—, Damocles de Sicilia.
Hace años, Menalion Siculus había sido nuestro cochero; Damocles era
su hijo, y yo tenía vagos pero felices recuerdos de él ayudándome a
colarme en el granero para acariciar a los caballos. Menalion murió
cuando yo tenía once años, y su familia dejó el pueblo poco después.
Sus hombros se encorvaron un poco, pero asintió. —Buenos días,
señorita.
—En realidad —dijo Ignifex—, ella es ahora una mujer casada, de tal
forma que debes dirigirte a ella como señora.
—¿Por qué estás aquí? —Respiré.
—Oh, él ha venido con una muy importante diligencia —dijo Ignifex—.
La chica que él ama…
—Philippa —murmuró, girando la gorra.
—… está casada, entonces el necesita que su esposo muera.
Damocles se levantó de repente pero no dijo nada.
Sabía que algunas personas quienes tenían tratos con el Señor Benévolo
no eran incautos inocentes que venían a él por razones malvadas. Me
recuerdo pensando que el casi se merecía todo lo que obtuvo.
Pero recordé al chico desgarbado, tranquilo que me había deslizado un
terrón de azúcar para mi yegua favorita. Y yo sabía que los negocios del
Señor Benévolo nunca castigo a una sola persona.
Solté un bufido y me incliné sobre el hombro de Ignifex. —¿Así que el
Señor de los Negocios pasa su tiempo arreglando bodas? Eso es un poco
menos impresionante de lo que esperaba.
Entonces yo puse una mano en su boca y envolví la otra debajo de su
mandíbula para mantenerla cerrada. Miré hacia arriba y rápidamente le
dije: —Corre. Él te engañará, lo que ha prometido, el precio es más de lo
que piensas, lo lamentarás toda tu vida…
Ignifex resopló a través de mis dedos, pero no se movió.
—¿No has oído las historias de mi familia? Padre negoció y todavía estoy
pagando. Corre mientras puedas.
Damocles negó con la cabeza. —Lamento que su padre fuera también
egoísta. Siempre lo fui, pude verlo… —Él volvió a tragar saliva—. Pero las
historias todas dicen que el Señor Benévolo nunca miente, y él me
prometió que soy el único que habré de pagar. He amado a Philippa desde
que tenía doce. Haré esto por ella así cueste mi alma.
—No entiendes, Philippa pagará… Padre pidió niños, y Madre murió en
el parto…
—Él debe de haber pedido el deseo equivocado. —Damocles había
convertido ahora su gorro en un nudo, pero sus ojos oscuros encontraron
los míos con decisión—. Él sólo quería tener hijos para sí, a lo mejor, por
lo que el deseo lo traicionó. Pero yo sólo quiero que Philippa sea feliz, y no
me importa lo que yo sufra. Entonces sé que puedo hacer lo correcto para
ella.
Si él piensa que matar al esposo de Philippa era la forma de hacerla
feliz, estaba tan perdido en su egoísmo que nunca podría persuadirlo.
Detrás de él, la puerta del fondo se quedó entreabierta para revelar la
esquina de una habitación en mal estado. Si pudiera forzarlo a volver y
cerrar la puerta…
Solté a Ignifex y se lanzó hacia adelante.
Conseguí dar dos pasos antes de que Ignifex chasqueara los dedos.
Instantáneamente, una sombra fluyó alrededor de mis muñecas y Shade
me arrastró hasta ponerme de rodillas en el suelo. Tiré contra su agarre
incorpóreo, pero era implacable como siempre.
Damocles se había estremecido de vuelta por mi estocada, pero ahora se
quedó clavado en el suelo, la parte blanca de sus ojos mostrando pánico
mientras miraba a Shade.
Lo miré. —Ves su poder, es un demonio, corre…
—Eso es más que suficiente, querida esposa —dijo Ignifex, y el agarre de
Shade cerró mi boca, tan fuerte que apenas podía siquiera apretar la
mandíbula, todavía podía respirar por mi nariz, pero la respiración llegaba
como resoplidos de pánico.
Detrás de mí, escuché que Ignifex se levantaba de su asiento; entonces
su mano acarició mi cabeza. —Esa no es forma de asustar a los invitados,
—dijo—. Este pobre hombre viene desde lejos para ser valiente por su
amada Philippa, ¿y tú tratas de alejarlo?
Se paró pasándome para enfrentar a Damocles. —Has visto que soy un
demonio y por lo mismo tengo el poder de concederte tu deseo. —Su voz se
volvió tranquila y lejana—. ¿Estás dispuesto a pagar el precio?
La mirada de Damocles oscilo entre mí e Ignifex. —¿Va a lastimarla? —
preguntó.
—Es mi esposa no te incumbe.
—Me gustaría saber de cualquier forma, señor.
—Oh, no me llaman Señor Benévolo por nada. Tan pronto como te
vayas, ella estará libre para regañarme nuevamente. La pregunta es: ¿Te
iras con tu deseo concedido?
Por un momento pensé que Damocles huiría. Pero luego cuadró sus
hombros. —Pagaré lo que sea que no lastime a Philippa.
—Entonces haré este trato —dijo Ignifex—. El esposo de tu Philippa
morirá hoy, y podrás verla en tu casa mañana. Pero perderás la vista tres
días después.
Damocles asintió bruscamente. —Yo no necesito ojos para ver su
belleza.
—Además, ella vendrá a ti con un regalo de su marido. Debes
comprometerte a aceptarlo como propio. ¿Puedes hacer eso?
—¿Por quién me toma? Cualquier niño de ella será como mi propia
carne y sangre.
—Di que lo aceptaras.
—Lo prometo.
Ignifex se encogió de hombros y le tendió la mano. —Entonces besa mi
anillo, y se te concede tu deseo.
No había nada que pudiera hacer solo ver como Damocles se adelantó,
cogió la mano de Ignifex y besó el anillo con un movimiento espasmódico,
luego saltó hacia atrás.
—Está…
—Él ya está muerto —dijo Ignifex—. Ve a casa.
Damocles me miró. —Gracias por su preocupación, señora. Lo lamento,
pero realmente era el mejor camino. —Se detuvo—. Buen día. —Luego se
movió hacia atrás dentro de la habitación; un momento después, el camino
a la puerta se llenó de ladrillos.
El agarre de Shade se derritió de mi cara y grité de alivio.
—Puedo ver que no serás de mucha ayuda a la hora de cerrar tratos. —
Miré hacia arriba y vi a Ignifex sonriéndome como si fuera particularmente
una adorable gatita.
Quería gritar, escupirle en la cara, sacarle los ojos. Cualquier cosa para
quitarle la sonrisa. Pero sabía que mi ira solo lo divertiría. Así que apreté
mis labios y le miré hacia abajo.
Ignifex se encogió de hombros. —Y parece que no serás de mucha
diversión tampoco. Shade, llévatela.
Instantáneamente, Shade me levantó y me arrastró fuera de la
habitación. Tan pronto como estuvimos fuera de la vista de Ignifex, me
dejó ir.
Me apoyé en la pared y me deslicé hasta el piso. Mi garganta estaba
atascada con los recuerdos de Damocles. Él jugó con Astraia mas que
conmigo; la tía Telomache había dado una conferencia de una hora
cuando los encontró atrapando ranas juntos.
Eres la esperanza de nuestra gente.
No solo mi familia, no solo los Resurgandi. Supuse ser la esperanza de
todos en Arcadia, incluyendo Damocles.
Pero desde que mi misión era un secreto, nadie fuera de la elite de los
Resurgandi sabía que había una esperanza. Entonces las personas todavía
se autodestruían con falsas negociaciones.
A lo mejor no haría la diferencia si ellos sabían acerca de mí. ¿Qué clase
de esperanza era, cuando lo único que podía hacer era mirar?
Vi a Shade cernirse contra la pared a mi izquierda. Incluso su mirada
sin cuerpo se sentía como un reproche.
—Déjame sola —gruñí
Entonces me acordé que se suponía debía ser amable con él, pero ya se
había ido.
Esa tarde, mientras me sentaba, esperando en la mesa del comedor, se
me ocurrió que Ignifex todavía me podía castigar por tratar de detenerlo. Él
no me había lastimado entonces, pero le había hecho gracia. Seguramente
cualquier momento, cuando lo dejé de divertir…
Pero se veía infinitamente entretenido. Cuando Ignifex llegó, el sólo
sonrió en silencio y dijo: —¿Ningún reproche? Esperaba por lo menos una
promesa de juicio de los dioses.
Levanté mi copa de vino, tratando de que no me temblara la mano. —
Sabes cuánto los dioses se han cansado de castigarte.
—Es un rompecabezas porque ellos todavía no me han derribado. —
Tomó un sorbo de su propio vino—. Lo que es más desconcertante es por
qué no atacan a mis clientes. Aunque supongo que hacen un suficiente
buen trabajo condenándose a ellos mismos ya.
Recordé a Damocles riendo mientras su padre le daba la vuelta y lo
arrojaba a heno. ¿Qué había convertido a ese chico en un asesino?
—No sé cuál de ustedes es más monstruoso —dije despacio—. Tu por
ofrecerlo o ellos por aceptarlo.
—Oh, no te preocupes. Ese esposo de Philippa es un bruto que la
golpeaba. Lo monstruoso es que el regalo que va a soportar su querido
amor es la viruela. Aunque supongo que eso es romántico también. ¿No
hacen todos los poetas pedir morir con sus seres amados?
Lo miré fijamente como él tranquilamente se comía un pastel relleno de
pasas. ¿Había sido sólo ayer cuando pensé que era bonito? ¿Qué quería
tocarlo, esta cosa que se reía del sufrimiento?
—Dijiste que ella no pagaría por su acuerdo. —Rechiné—. Lo prometiste.
El lamió sus dedos. —Oh, ella habría tenido la viruela de cualquier
modo, por lo que no tiene nada que ver conmigo. Y sin el acuerdo, su
marido se recuperaría y viviría para golpear a otra esposa, por lo que
nuestro querido Damocles algo va a comprar con su muerte. Tal vez no sea
lo que él esperaba, pero entonces, ¿quién lo hace?
Compraré tu muerte con la mía, lo juro.
Pero no dije las palabras en voz alta. En su lugar: —Por tus estándares,
podría matarte y seguir siendo una esposa obediente.
Ignifex rio. —No es posible que te preocupes por mí, por lo que debes
tenerle lástima. Yo hubiera pensado que, de todas las mujeres, carecerías
de paciencia para quienes piensan sacar provecho de mis tratos.
Recordé cálculos remotos de mi padre, la autosatisfacción dramática de
la tía Telomache. Damocles no era nada como ellos, él al menos trató de
pagar su precio por sí mismo. Si algo, él era como Astraia, ellos dos creían
que su amor podría resolver cualquier cosa.
Los dos eran unos tontos, pero ese no era su defecto.
—Él quería salvar a la mujer que amaba —dije—. Usaste ese amor para
engañarlo.
Ignifex me miró, toda su risa se fue de repente de sus ojos rojos. —Él
sabía muy bien quien soy y cómo funcionan los tratos. Y el vino por su
libre deseo, para que asesinaran a un hombre así él no tendría que
arriesgar su vida o ensuciarse sus manos. Dime, mi esposa amable, ¿cuál
parte de eso merece misericordia?
Le regresé la mirada. —Y si merece justicia, ¿piensas que tú tienes el
derecho de dársela?
—Todos debemos hacer nuestro deber.
Ignifex atrapó mis manos mientras yo estaba a punto de salir, sus
dedos, cálidos y secos, envueltos alrededor de los míos.
—Nyx Triskelion, ¿Quieres adivinar mi nombre?
Yo le devolví la mirada, sus hombros, sus labios, la piel pálida de su
garganta que tuve alguna vez (aunque sea brevemente) el anhelo de besar.
No sentía nada.
—¿Qué es lo que hay que adivinar? Ya sé que eres un monstruo.
Busqué en la casa durante horas, hasta que mis pies me dolían y mis
ojos se sentían arenosos de cansancio. Seguí moviéndome, incluso
después de mi paso aleatorio y apenas notando las habitaciones a mí
alrededor. Pero no podía tener que parar, porque eso significaría admitir la
derrota por otra noche, Astraia podría estar llorando ahora mismo y
Damocles estaría infectado mañana. ¿Cómo podría descansar mientras
eran heridos?
Al final abrí una puerta y coqué contra Shade.
Tropecé de nuevo, mi corazón saltando de sorpresa. —¡Shade! —Me
quedé sin aliento. Encontramos la mirada del otro y de inmediato la
desviamos.
—Lo siento… —dijimos ambos a la vez, luego nos quedamos en silencio.
—Lo siento —repitió bajito—. No lo pude detener. —Y había vergüenza
desnuda en su rostro. Al igual que su sonrisa, la expresión era tan
humana que me atravesó.
—Lo sé. —Agarré su mano—. No podías desobedecerlo. Lo siento estaba
enojada contigo; enojada, estaba… —Respiré—. Sabía lo que hacía. Pero
nunca lo había visto.
Él tomo otra mi mano. —Ven —dijo, y me señaló a través de la puerta,
en el Corazón de Agua. Las luces se arremolinaban sobre la superficie del
agua, tal como lo recordaba.
—Necesitas descansar —dijo Shade.
Negué con mi cabeza. —Damocles está muriendo justo ahora a causa
de… de mi esposo. —Las palabras se sentían como piedras en mi boca,
pero eran ciertas—. No puedo solo sentarme aquí y disfrutar de la casa
hecha con sus poderes.
—No puedes ayudar a las personas cuando estas exhausta.
Entonces él se sentó, sosteniendo todavía mi mano, entonces no tenía
opción pero me senté con él. Y una vez que estuve sentada, fue un alivio
que no creía poderme levantar de nuevo.
Las luces se arremolinaban lejos de nosotros y luego se abalanzaban de
nuevo, sus reflejos bailaban en la superficie del agua en contrapunto. Era
tan hermoso y pacifico como lo recordaba. Pero los recuerdos de Astraia y
Damocles se atascaron bajo mi piel como astillas.
Miré a Shade. Se sentaba recto y quieto, mirando las luces. Los reflejos
brillaban en sus ojos azules y echaban destellos en su rostro sin color,
pacífico como una estatua de mármol. Tenía el aspecto de un príncipe, no
un esclavo.
—¿Cómo lo llevas? —pregunté—. Todos estos años… —La pregunta de
repente parecía infantil e insensible, y brusca.
Pero Shade no se vio ofendido. —Porque no imagino poder detenerlo.
Pero debo, pensé. Damocles morirá porque no detuve a Ignifex lo
suficientemente rápido.
Como si supiera lo que pensaba, Shade dijo: —Cualquier cosa que
hagas va a ser demasiado tarde. Debería haber muerto hace novecientos
años.
Reí con voz temblorosa. —Eso es reconfortante.
—Tú todavía vas a salvarnos. —Sus ojos azules encontraron los míos—.
Eres nuestra única esperanza.
—Esperanza. —Aparté la vista, porque no podía mantener el
resentimiento infantil en mi voz—. Ni siquiera sé cómo se siente.
Él tocó mi mejilla para hacer que lo volteara a ver. Después el extendió
la mano, ahuecándola. Algunas luces flotaban hacia abajo anidando en su
palma, donde se quedaron inmóviles y satisfechas. Luego se volvió hacia
mí.
—Tómalas —dijo.
Deteniendo la respiración, ahueque las manos, y él puso las luces
dentro de ellas. Se sentían como un puñado de perlas calentadas contra
mi piel, pero temblaban como agitadas por la briza, y chisporrotearon
contra mis palmas como gotas de cerveza. Después de unos momentos
empezaron a desplazarse hacia arriba; Shade juntó las manos con las
mías, y la luz cautiva bailó entre nuestras palmas.
Él sonrió nuevamente, su sonrisa real, la que me hizo besarlo, y
nuevamente no pude dejar de sonreírle, en respuesta.
Pude ver el movimiento de sus hombros mientras el respiraba, y el ligero
cambio de los tendones de su garganta. Podía sentir cada fracción de sus
manos que tocaba las mías. Podría estar pálido como un fantasma, pero
su cuerpo era real. Por un momento quería solamente enredar mis dedos
en su cabello claro, besarlo hasta que su aliento se moviera en mi
garganta, hasta que su paz fuera mía. Lo quería como respirar.
Pero no podía soportar la idea de romper la paz de sus ojos. Y no podía
soportar, ya sea, el riesgo de hacer que me rechazara.
—¿Has escuchado sobre las estrellas? —dijo Shade. Asentí, con la
cabeza, no confiando en mi para hablar—. Estas luces son la cosa más
cercana que nos queda.
—Pero… son muy pequeñas —dije, mi voz vacilante. Los poemas decían
que las estrellas eran una belleza distante, no un resplandor que podías
atrapar entre tus manos.
—La cosa más cercana que nos queda —repitió—. Y eran lo más
parecido que tenía a la esperanza.
Se me cortó la respiración. Dijo las palabras con facilidad, como si
estuviéramos hablando del clima, pero pensar en él solo en casa, sin
consuelo excepto por retazos de luz, su cuerpo diurno, una sombra, su
cuerpo durante la noche una parodia de su captor.
—Entonces viniste —dijo Shade—. Y ahora tengo esperanza verdadera.
—Dices eso —murmure—, como si fuera un héroe.
—Lo eres —dijo.
—Un héroe habría salvado a Damocles. —Me dolió mi garganta. Si solo
hubiera dicho las palabras correctas…
—No puedes salvarlos a todos —dijo Shade—. No más de lo que yo
puedo.
Solté una carcajada que era casi un sollozo. —Eso es reconfortante.
—Pero puedes pararlo —dijo Shade— Nadie mas puede. Eso te hace
nuestra esperanza, incluso si nadie sabe de ti.
Lo miré —Di eso cuando me las arregle para lastimar a mi esposo.
—Lo harás —dijo Shade.
—No estoy tan segura —susurré.
Apoyó su frente contra la mía.
—Confía en mí —dijo.
Y lo hice.
Al día siguiente, escuché la campana otra vez.
Me detuve en el pasillo, puños apretados, y conté las campanadas. Una,
dos, tres. Odio a mi esposo. Cuatro, cinco, seis. Lo voy a detener. Siete,
ocho. Lo voy a detener. Nueve, diez. No importa el costo, romperé su poder.
La campana se detuvo. Esperé, tensa, un momento más; después seguí
con mi exploración.
Shade tenía razón. La forma de sobrevivir era darme cuenta de que no lo
podía detener.
Este día.
Traducido por Natalicq
Corregido por DeniisRodriguez
Sólo un tonto se sentiría a salvo en la casa del Señor Benévolo.
Pero mientras los días caían en un simple patrón, empecé a perder mi
miedo. Cada noche cené con Ignifex. Sin importar lo que decía, reía y se
burlaba de mí a cambio... pero sin importar qué, nunca se enojaba. Al final
de cada cena, me preguntaba si quería adivinar su nombre, y yo decía que
no. Entonces a veces me besaba la mano o la mejilla, pero no volvió a
besarme en el cuello, ni me siguió a mi habitación. Y aunque a veces era
incómodamente consciente del espacio exacto entre nosotros, o de su
toque persistiendo en mi piel después de que él se había ido, nunca sentí
la extraña corriente de deseo nuevamente.
Tal vez yo le había querido sólo porque se parecía tanto a Shade. Me dije
eso a mí misma, y después de un tiempo empecé a creerlo.
Día y noche, era libre para explorar la casa, y me fui por todas partes
que pude, mi llave abrió casi la mitad de las puertas. Me encontré con un
jardín de rosas bajo una cúpula de cristal, las rosas forman un laberinto
en el que siempre me he perdido, y sin embargo, de acuerdo con el reloj
cucú en la puerta, yo siempre salía a trompicones de nuevo en
exactamente veintitrés minutos. He encontrado un invernadero lleno de
helechos en macetas y naranjos. El aire estaba cargado con el cálido, olor
húmedo de la tierra. Las abejas zumbaban en el aire, las paredes de vidrio
congeladas con la condensación. Encontré una habitación redonda con las
paredes cubiertas de mosaicos de náyades y las olas agitadas, y el aire
siempre olía a sal, y no importa por cual camino giré, la puerta siempre
justo detrás de mí.
Todos los días fui a mirar en el espejo para ver a Astraia, y la mayoría de
las noches que visité el Corazón de Agua, al menos brevemente, caminé
sobre el agua y vi las luces. Por lo general Shade también se encontraba
allí; no había muchas cosas que él estuviera autorizado a decir, pero nos
sentábamos en amigable silencio. A menudo él señalaba las luces, a veces
me las dio a mí, a veces ellas se tejían en patrones de encaje a nuestro
alrededor, en el aire o temblando en la superficie del agua. Vi y dije muy
poco. En esos momentos, casi podía olvidar mi misión, y yo no sentía odio
amargando en mi corazón. Era la única paz que había conocido, y yo no
quería perderla.
Desesperadamente no quería perderlo. Así que nunca le di otro beso. De
vez en cuando me tocó la muñeca o en la mejilla, y luego quería enroscar y
entrelazar nuestros dedos, darle un beso y hundirnos en el agua y estar
perdidos en la perfecta paz azul. Pero yo no sabía lo que él quería. Y todas
las otras veces que había amado a alguien, se había torcido en mi corazón.
No podía correr el riesgo con él.
En cambio me quedé quieta a su lado, mi corazón latiendo rápido pero
mi cara tan tranquila como la suya, y sólo le lancé una mirada de soslayo.
Cien veces deseaba poder preguntarle, ¿Por qué besaste mis labios? ¿Por
qué no me besas de nuevo? Pero las palabras siempre quedaban atrapadas
en mi garganta: eran demasiado necesitadas, demasiado egoístas,
demasiado tontas, y ¿cómo podría yo pedir más, cuando ya me había dado
tanto?
Todavía no me sentía segura de que lo amaba. El amor, del tipo que era
sagrado para Afrodita, era algo que nunca me había permitido pensar
mucho. Si tú deseas a alguien, si él te reconforta, si tú piensas que él
podría ser la sanguijuela que saque el veneno de tu corazón, ¿era eso
amor? ¿O sólo la desesperación?
Cada vez que el nudo de emociones en mi pecho se hizo demasiado
fuerte, me levantaba de un salto y practicaba carreras desde el Corazón de
Agua a mi habitación a toda carrera. Cuando llegue el momento, yo
tendría que escribir todos los sellos rápidamente, tan pronto como un
corazón fallara, Ignifex seguramente lo notaría y trataría de detenerme.
Lo conseguiré más rápido. Aprendí a correr por los pasillos y elegir todas
las puertas correctas de regreso a mi habitación, mientras que apenas
siquiera miraba, y llegué todavía respirando fácilmente. Y una vez que
estuve en mi habitación, lo suficientemente lejos de cualquiera de los
corazones que yo no tenía que preocuparme por una accidental reacción,
practiqué los sellos, entrenándome para atraerlos no sólo con precisión
sino con rapidez, hasta que los movimientos se volvieron como una danza.
Pero no importaba cuanto busqué, nunca encontré un rastro de los
otros corazones.
Hasta que una mañana, cinco semanas después de mi llegada, intenté
una nueva puerta y entré en el vestíbulo donde había conocido a Ignifex. Y
se me ocurrió que yo todavía era virgen, y mi cuchillo virgen, todavía sin
utilizar para cortar una cosa viviente, se encontraba justo aquí, aunque
incrustado a tres metros y medio de altura en la pared.
Yo nunca había creído en la Rima antes. Y cuando Ignifex había tomado
el cuchillo lejos de mí, él había tratado eso como si fuera una broma, no la
única arma que podría destruirle.
Pero yo sospechaba que mi marido trataría como una broma el estar
siendo echado en el abismo del Tártaro. Y mientras él era feliz de dejarme
atacarlo con todos los cubiertos en la mesa de la cena, a la vez había
alejado mi cuchillo. Eso no prueba que la Rima fuera cierto... pero no me
había castigado o encarcelado por mi intento anterior de apuñalarlo, lo
que significaba que no estaría de más intentarlo.
Me llevó toda la mañana llegar al cuchillo. La casa no parecía contener
cualquier tipo de escalera, así que tuve que encontrar los muebles
adecuados para ser apilados, y ese día no pude encontrar una sola
habitación con mesas, sillas y taburetes únicos. Era más bien una
pirámide bastante precaria lo que construí, pero se sostuvo cuando subí, y
finalmente tuve la oportunidad de agarrar la empuñadura de mi cuchillo
nuevamente.
Sonreí. Si Ignifex vivía o moría esta noche, al menos recibiría una
sorpresa desagradable.
Tiré del cuchillo. No se movió. Tiré de nuevo, más fuerte, y entonces
había el pequeño atisbo de salir. Con un gruñido, di al cuchillo de un
tirón, y salió como si nunca hubiera sido clavado. Me tambaleé un
momento, luego caí de espaldas…
Dentro de un par de brazos. El choque fue suficiente para atontarme por
un momento, y en ese momento Ignifex me afirmó sobre mis pies, sacó el
cuchillo de mis manos, lo escondió en algún lugar de su persona, y levantó
una ceja.
—Estoy empezando a preguntarme si alguna vez debería dejarte sola —
dijo suavemente, dejando caer una mano a mi hombro.
Me puse rígida.
—Entonces no —le dije—. Quédate justo aquí y nunca cierres otro trato.
—Oh, ¿Estás tan desesperada por estar conmigo? —Se inclinó hacia
delante, con la mano todavía en mi hombro—. Si quieres un beso, sólo
necesitabas pedirlo.
Su toque era ligero, pero me pareció tan meticuloso como las líneas de
una litografía2, con mi cuerpo para el papel.
—Estoy tan desesperada por detenerte —le dije, pero el deseo por él
estaba de vuelta como si yo nunca hubiera visto lo que era capaz de hacer.
—¿Suficientemente desesperada para besarme? Tú estás en un estado
terrible.
Es sólo porque te pareces a Shade, pensé, pero en ese momento supe
que las palabras eran una mentira: esa risa, criatura de ojos carmesí
podría llevar la cara de Shade, pero yo no lo quería por las mismas
razones.
Me di cuenta de repente que su abrigo estaba abierto, y pude ver el
hueco en la base de su garganta, pero también los cinturones de cuero
adornado con llaves que cruzaban su pecho. Pero Ignifex no era el único
que podía voltear las palabras de la gente en contra de ellos.
—Tú te jactas conmigo cada día sobre las personas que matas —le dije,
tratando de medir la ubicación de las llaves, manteniendo mis ojos fijos en
los suyos. Había dos colgadas altas, cerca de su cuello—. Por supuesto
que estoy desesperada.
—Yo no mato personas —dijo fácilmente—. Ellos piden favores, y yo los
concedo. Si ellos no se dan cuenta de la clase de precio requerido por mi
poder, está en sus propias cabezas.
Hace mucho tiempo, Astraia una vez me desafío a subir a la azotea. Me
sentí de la misma manera ahora como entonces, anudando mi pañuelo a
la veleta: mareada y viva, el mundo precipitándose a mi alrededor, mi
cuerpo hecho de chispas bailando al ritmo de mis latidos.
Era monstruoso quererlo. Pero besarlo en aras de salvar a Arcadia, esto
no era del todo mal, ¿verdad?
2 Litografía es un procedimiento de impresión.
—Entonces —dije—. ¿Supongo que debí pedírtelo?
—Entonces —dijo—. Esto.
Y cerró sus labios sobre los míos.
Él era mi enemigo. Él era el mal. Ni siquiera era humano. Debería haber
estado disgustada, pero al igual que la última vez, no podía ayudarme a mí
misma más de lo que el agua podría detenerse corriendo cuesta abajo. Me
las arreglé para deslizar una mano por su pecho, conseguir dos llaves de
su correa y apretar mi mano alrededor de ellas, luego disuelta en el
sentimiento, y besándolo de vuelta con igual entusiasmo.
No era nada como besar a Shade. Eso había sido como un sueño que
poco a poco me envolvió, esto era como una batalla o un baile. Él tomó
posesión de mi boca y yo tome posesión de la suya, y nos abrazamos el
uno al otro en un peligroso, equilibrio perfecto como la circulación de los
planetas.
La campana sonó en la distancia. Apenas me di cuenta de eso, entonces
Ignifex se alejó de mí. Me tambaleé hacia atrás hasta que me golpeó la
pared.
—Alguna pobre alma está llamándome. —Hizo una reverencia—. Hasta
luego, mi esposa.
Todavía apoyada contra la pared, miré detrás de él cuando salía,
restregando mis labios con el dorso de mi mano. Era vergonzoso que su
beso pudiera afectarme de esta forma. Era humillante que él lo supiera.
Aunque no podía sofocar el pensamiento, tal vez no sea tan malo si
alguna vez reclama sus derechos.
Entonces miré hacia abajo a las dos llaves que había robado. Una de
ellas era de oro, con forma de cabeza de un león rugiendo en su
empuñadura, y la otra era de acero llano. Mis labios se curvaron en una
sonrisa de las mía. Que tenga su pequeña victoria. Estaba a punto de salir
a explorar.
Traducido por Mariela
Corregido por iemilaa
Por supuesto fui directo al salón de espejos. Pero ninguna de las llaves
podrían incluso entrar en la cerradura en el centro del espejo, así que me
puse a buscar una nueva puerta. Hoy la casa se veía como si viera
amablemente mi búsqueda: encontré habitación tras habitación que no
había visto antes, y puerta tras puerta que nunca había abierto. Pero
ninguna de las nuevas puertas se pudo abrir con mis nuevas llaves.
Finalmente, encontré una habitación llena de jaulas doradas de pájaros
vacías, colgadas de estructuras de hierro con formas de árboles en un
bosque de delicado cautiverio. No vi puertas extras, y me giré para irme,
pero luego escuché un chillido de pájaro, tan débil que por un momento
pensé que lo había imaginado.
Recordé el gorrión Lar. Astraia era la que le gustaba ver presagios en
cada vuelo de los pájaros, no yo; pero de cualquier forma volteé y miré
sobre la habitación una vez más. Y entonces vi una puerta en la esquina
izquierda de la habitación, detrás de la mayor pila de jaulas, donde antes
había una pared vacía.
Fue casi una pequeña puerta normal; corta y angosta, apenas lo
suficientemente grande para pasar sin agacharse, hecha de madera y
pintada de gris pálido; que por un instante me quedé mirando sin miedo.
Entonces, mi piel se erizó como siempre lo hacía cuando veía una de las
transformaciones de la casa. Esta no era la más extraña que había visto,
pero todavía trajo la indefensión, cayendo en la sensación de saber que la
casa podría matarme en cualquier momento que le placiese.
Pero no le placía. Más como si, Ignifex no le permitiera que lo haga. Y si
el gorrión era para hacerme dar la vuelta, entonces… yo todavía no tenía
una garantía de que me quisiera decir algo, pero me había dado unos
minutos de paz y lo puso por delante de la casa.
Tomé mi camino por las jaulas a la puerta y traté con mi llave. No
funcionó. Entonces traté con la llave de acero, empezó a girar pero forzado.
Así que traté con la llave de oro.
La cerradura cedió y la puerta osciló abierta.
Entré.
La primera cosa que noté fue el olor a madera y papel empolvado: el olor
del estudio de Padre. Esta habitación parecía ser un estudio también,
aunque más grande que cualquiera que hubiera visto jamás; era circular,
con paneles de madera oscura, mosaicos con remolinos de color azul
oscuro en el piso.
Varias mesas apiladas con libros, periódicos, y curiosos objetos estaban
alrededor de los bordes del cuarto con cortos libreros entre ellos. El techo
era una cúpula, pergamino pintado como el cielo; la luz, aún colgaba de
un armazón de hierro forjado con forma de ojo de demonio. Alrededor de la
base de la cúpula estaba escrito con letras doradas “COMO ES ARRIBA,
ES ABAJO”; el gran principio del funcionamiento Hermético.
Pero era el centro de la habitación lo que atrajo mi mirada, porque ahí
había una gran mesa circular, cubierta en un domo de vidrio, sobre el que
se asentaba un modelo de Arcadia.
Me acerqué lentamente; era minuciosamente detallado, sentí que podía
desintegrarse si respiraba, a pesar del cristal. Ahí estaba el océano, hecho
a mano de cristal entintado de modo que brillaba como el agua real. Allí
estaban las montañas del sur, salpicadas con entradas a las minas de
carbón, allí estaba el río Severn, allí la ciudad capital de Sardis, todavía
medio arruinada por el incendio de hace veinte años. Era mi propio
pueblo, asentado en el borde sur, cerca de las ruinas desmoronándose
donde la casa de Ignifex aparecía desde el exterior.
Me incliné más cerca. Gracias al truco del cristal, mientras me enfocaba
en mi pueblo, se hizo más grande; vi paja y techos de teja, la fuente de la
plaza principal, mi propia casa, y la roca donde había estado casándome.
Era todo perfecto, hasta el último detalle, y miré mi hogar con añoranza
hasta que la amplificación me dio dolor de cabeza.
Me di la vuelta lejos del modelo. En la mesa cercana se encontraba
asentado un pequeño cofre de madera de cerezo café rojiza. No tenía
candado, sólo una simple aldaba; sin decoraciones pero con una pequeña
inscripción de oro fija sobre la tapa. Lo tomé y miré la cursiva miniatura
brillante. “ASI COMO ES DENTRO, ES AFUERA” otro precepto Hermético.
—¿Qué estás haciendo?
Bajé el cofre y di la vuelta. Ignifex estaba en la puerta, apenas tuve
tiempo para jadear antes de que él estuviera a mi lado, agarrando mis
brazos como hierro, su rostro sólo a centímetros del mío.
—¿Qué piensas que estás haciendo?
—Explorando la casa —dije con voz temblorosa—. Si soy tu esposa…
Mi voz murió. El color rojo en sus ojos no era de un simple patrón
moteado como cualquier ojo humano o animal, sino era un caos de
turbulencia carmesí, en constante cambio como una llama viva. Me di
cuenta de lo tonta que había sido sentir otra cosa excepto terror por él.
Recordé que era mi enemigo, pero había olvidado que él era peligroso, mi
destino y probablemente mi muerte.
—¿Crees que estas a salvo conmigo? —gruñó.
—No —susurré.
—Eres igual de tonta que las otras. Piensas que eres hábil, fuerte,
especial. Piensas que vas a ganar.
Abruptamente se dio la vuelta y me arrastró fuera de la habitación.
—Sabía quién era tu padre cuando él vino a mí —su voz era
calmadamente fría ahora, cada palabra dicha fuera con precisión—.
Leonidas Triskelion, el más joven magistrado de los Resurgandi. Cuando él
solicitó mi ayuda, apenas pudo decir las palabras por vergüenza, pero no
vaciló ni un instante cuando te vendió lejos.
Volteamos bajo un corredor de piedra que nunca había visto.
—Claro que era tonto para pensar que podría negociar conmigo y ganar.
Pero su plan de mandarte como saboteadora no era tan tonto. Ninguna de
las decisiones desde entonces. Él ha tomado a la hermana de su esposa en
la cama, mantiene a la hija que se parece a su esposa a sus rodillas, y
envió a la hija con su cara para expiar… los humanos nunca pueden
deshacer sus pecados, pero digo que él lo ha estado haciendo bastante
bien.
Se detuvo y me empujó contra la pared. —Fuiste enviada a morir. Eres a
la que no necesitaban, a la que no querían, y ellos te mandaron aquí
porque sabían que nunca volverías.
No pude detener que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas, pero lo
fulminé con la mirada lo mejor que pude. —Sé eso ¿Por qué necesitas
decírmelo?
—La única forma de que veas el día de mañana, o el día después de
este, o el día después del siguiente, es si haces exactamente lo que te diga.
O morirás tan rápido como todas mis otras esposas.
Él metió la mano por delante de mí; escuché un chasquido y me di
cuenta de que estaba recargada contra una puerta, no la pared. La puerta
osciló abierta junto a mí y me encontré de nuevo en la oscuridad fría hasta
que golpeé el borde de una mesa.
—Piensa en eso por un rato —dijo Ignifex y cerró la puerta.
Por un momento pensé que fui dejada en la oscuridad; luego, mientras
mis ojos se ajustaban, me di cuenta que la débil luz grisácea se filtraba a
través de una pequeña rendija de una ventana en lo alto de la pared.
Todavía no podía sacar mucho. El aire estaba frío. Me volví, a tientas en la
mesa; era de piedra, no madera.
Mis dedos encontraron tela, después algo suave y frío.
Me estremecí, pero mi mente se negaba a reconocerlo hasta que busqué
a tientas más lejos y mis dedos se deslizaron por los dientes dentro de una
fría, húmeda boca.
Con un grito, me eche a correr hacia atrás contra la puerta. Me froté la
mano con saña contra mi falda, pero la tela no podía limpiar lejos el
recuerdo de tocar la lengua de la chica muerta.
La lengua de la esposa muerta. Porque ahora mis ojos estaban
creciendo realmente acostumbrados a la luz, y pude ver a las ocho,
dispuestas en sus bloques de piedra como si se almacenasen para un
futuro uso.
Cuando tenía diez años, Astraia y yo encontramos un gato muerto
mientras jugábamos en el bosque. Estaba medio enterrado bajo una cama
de hojas; no nos dimos cuenta que estaba muerto e hinchado hasta que
me asomé. Desencadenó un hedor nocivo que hizo que Astraia corriera
sollozando, mientras me senté ahogándome y llorando de terror. Ahora
mientras mi respiración se hizo más y más rápida, pensé que podía oler
ese hedor nuevamente, sólo una pizca de él flotando en el frío, aire quieto.
Mis uñas enterradas dentro de mis brazos, mis respiraciones duras el
único ruido en medio de un silencio sepulcral. Ignifex me pondrá aquí.
Cuando cometa mi error final, me matará y me pondrá en esta habitación,
y yo yaceré en la fría piedra con mi muerta boca abierta.
Con un gran esfuerzo, tomé una profunda, lenta respiración. Y lo dejé
salir en un gran grito. Golpeé mi puño contra la pared, luego volteé y pateé
la puerta dos veces, todavía gritando. Aunque la puerta se sacudió en las
bisagras, se mantuvo firme. Pero cuando me quedé en silencio, tratando de
recuperar el aliento, ya no estaba en pánico. Yo estaba furiosa.
No: Lo odiaba.
Toda mi vida, había odiado al Señor Benévolo, pero solamente en la
manera que se odia la plaga o el fuego. Él era un monstro que había
destruido mi vida, que oprimió mi mundo entero, pero él todavía era sólo
una historia. Ahora lo había visto, cenado con él, besado. Lo había visto
matar. Tenía un nombre para él, incluso si no era el real. Así podría
odiarlo verdaderamente. Odiaba sus ojos, su risa, su sonrisa burlona.
Odiaba que pudiera besarme, matarme, o encerrarme con toda facilidad.
Por encima de todo, odiaba que me hubiera hecho quererlo.
El odio no era nada nuevo; yo había estado odiando a mi familia toda mi
vida. Pero mi familia había tenido el deber de amar, no importa el daño
que me habían hecho. Ignifex, yo tenía el deber de destruirlo.
Agachándome en la oscuridad, me di cuenta de que podría disfrutarlo
mucho.
Lo sentí en mi corpiño. La llave de oro que había tontamente dejado en
la chapa de la puerta, de donde sin duda Ignifex la habría reclamado; pero
la llave de acero estaba todavía segura contra mi piel, esperando para ser
usada.
Me obligué a buscar en las paredes de la habitación de piedra con el
tacto, pero sólo había una puerta, y ninguna cantidad de golpes la habría
movido. Entonces finalmente me recosté contra la puerta a esperar. Ignifex
probablemente me dejaría salir mañana, cuando él pensara que iba a ser
intimidada profundamente y asustada. Y debería pretender estar así, y
regresar a explorar tan pronto como su espalda se volteé.
Acababa de empezar a dormitar cuando el ruido de la cerradura me
despertó de golpe. En un instante, me puse de pie y me volví a la puerta
que se abría. Pero no era Ignifex quien se paró en el otro lado; era Shade.
—Lo siento —me tocó la mejilla—. Vine tan pronto como pude.
Yo había estado lista para saludar a Ignifex con odio y coraje, pero el
amable pesar de Shade me dejó temblando al recordar el terror de esos
primeros minutos. Lo agarré en un abrazo repentino.
—Gracias —dije sobre su hombro—. Estoy bien. Estoy bien. —Tragué
saliva, mi garganta cerrada—. ¿Por qué las mantiene aquí?
Shade se encogió de hombros. —Mira —dijo, empujándome a girar.
Levanto la mano y la luz brillaba en la habitación. En la iluminación
repentina me di cuenta de que las chicas eran todas jóvenes, todas
encantadoras, todas dispuestas con las manos cruzadas sobre el pecho,
monedas sobre sus ojos y flores en sus cabellos. Sus cuerpos estaban
perfectamente conservados, se podría pensar que estaban durmiendo, si
sus rostros no estuvieran pálidos, como de cera vacío de muerte.
—Traté de hacer lo correcto para ellas —dijo—. Pero no puedo recordar
los himnos funerarios.
¿Cuántos años han estado yaciendo aquí, a falta de los ritos finales que
permiten el cruce por el río Estigia y encontrar la paz?
¿Cuántos años había visto sobre ellos, tratando de darles al menos una
muerte digna y sabiendo que había fallado?
Agarré sus manos. —Arrodíllate conmigo —dije—. Te enseñaré.
Como hija del señor feudal, había sido mi deber el asistir a los funerales
de los pobres y huérfanos. Yo había aprendido los himnos funerarios
cuando sólo tenía seis años, un libro equilibrado sobre mi cabeza para
asegurar que tenía la postura correcta, la tía Telomache cerniéndose sobre
mí con su boca fruncida.
Fue de uno de los pocos deberes que nunca resentí, no importaba lo que
me dolía el cuello y mi lengua se trababa sobre las palabras arcaicas. Los
himnos fueron escritos por los hermanos gemelos Homero y Hesíodo, en
los antiguos días cuando Atenas era más que un grupo de granjas y el
imperio Greco-Romano ni siquiera era un sueño. Cuando los dije; una
niña en el salón de mi padre, de pie bajo una corona de cabello de mi
madre muerta, el cuello de encaje negro de mi vestido de luto raspando mi
garganta; me sentí brevemente como si no fuera un apéndice de la tragedia
de mi familia, sino solamente otra chica en el mar de los dolientes que
habían hablado estas palabras hace casi tres mil años.
Ahora puse las manos hacia arriba, cerré los ojos y empecé a cantar.
Hay siete himnos funerarios: a Hades, señor de la muerte; a Perséfone,
su esposa; Hermes, el guía de las almas; Dionisio, que redimió a su madre
desde el inframundo; Demetrio, el patrón de los cultivos y la maternidad;
Ares, dios de la guerra; y Zeus, señor de los dioses y de los hombres.
Normalmente se canta solamente un himno, a cualquier dios que fuera el
patrón en vida del muerto, pero canté todos ellos, esperando fuera
suficiente para que las ocho chicas descansen. En el momento en que
había terminado, mi garganta estaba seca y áspera.
—Gracias —dijo Shade.
Nos sentamos por un tiempo en silencio.
—Sigo sin entender porque las mantiene aquí —dije.
—Él me envía aquí abajo también, algunas veces —dijo Shade
tranquilamente—. Para meditar, dice él.
—¿Sobre qué? —demandé. Casi podía escuchar la cadencia de la risa de
Ignifex mientras decretó el tormento, y yo deseaba que él estuviera allí así
podría golpearlo—. ¿Las profundidades de su mal? No hay alguien vivo que
no lo sepa ya.
Shade se movió un poco lejos de mí. —En mi fracaso.
Su voz, apenas más que un susurro, hizo detener mi respiración. Yo
estaba a punto de protestar que no era su culpa, sin embargo había
terminado prisionero; seguramente no era su lugar para derrotar a un
demonio que podía dividir el mundo, que había regido Arcadia desde antes
de él hubiera nacido.
Pero mientras miraba fijamente las líneas incoloras de su hombro y el
rostro viendo hacia otro lado, lo recordé enseñándome las luces. Lo más
cercano que nos queda.
Él había visto las estrellas. No era más que un alma desafortunada a
quien Ignifex había engañado en algún momento de los últimos
novecientos años; él era un prisionero de la División, botín de la guerra
inicial.
—Él te mantiene —susurré—. Él te mantiene como un trofeo. Como a
esas pobres chicas.
Había asumido que Ignifex había obligado a Shade a llevar el rostro de
su señor. Pero tal vez era de la otra forma completamente: tal vez Ignifex
había escogido el usar el rostro de su prisionero como cruel burla.
Y de todos los prisioneros posibles, podría pensar en solamente uno
quien él podría odiar tanto.
Mi corazón dio un vuelco. Todo el mundo dice que el Señor Benévolo
había destruido el linaje de los reyes. Las palabras formándose en mi
lengua se sentían locas; pero aquí, en esta loca casa, tenía sentido.
—El último príncipe… no murió ¿lo hizo?
Shade se volteó, sus ojos azules encontrándose con los míos; su boca se
abrió, pero otra vez el poder de su señor lo detuvo. Tragó saliva, y me miró
como si esperaran que sus ojos pudieran transmitir todo. Tal vez lo
hicieron, mientras miraban fijamente a los ojos, me sentí segura que él era
el último príncipe de Arcadia, que ha estado cautivo en esta casa desde el
Cataclismo.
Diecisiete años esperando para casarme me había dejado amargada y
cruel. Novecientos años de esclavitud lo habían dejado amable, todavía
tratando de ayudar a cada una de las víctimas de Ignifex, aun cuando
sabía que iba a fracasar. Incluso cuando la víctima era yo.
Mi respiración se redujo. No me di cuenta que me inclinaba más cerca
de él hasta que él cerró la distancia final y me besó. Fue lento y suave pero
enorme, como una marea creciente. Se sentía como el perdón. Como paz.
Cuando él se retiró, su mirada parpadeaba en mi rostro sólo un
momento antes de mirar abajo.
—Tú… —empecé sin aliento, y luego dejó caer su frente en mi hombro.
Se sentía como que estaba buscando consuelo en mí, aunque no podía
imaginar por qué. Pero era lo menos que podía hacer por él, así que puse
una mano en su hombro, sorprendida de nuevo que podía sentir las
sólidas líneas de sus omóplatos.
Sorprendida, también, que me quisiera. Él me quería.
—¿Shade? —dije suavemente.
Él habló despacio, y aunque no pude ver su rostro, sabía que él estaba
luchando contra el sello de sus labios. —Deseo… poder habernos
conocido… en otro lugar.
El aire permanecía en mis pulmones. Si esa no era una confesión de
amor, era lo suficientemente cercana.
—Yo también —dije.
Si lo pedía, él probablemente me hubiera besado otra vez. Por un
momento me imaginé quedándome. Pude meterme entre sus brazos y
besarlo hasta que me olvide de todo, las chicas muertas y mi monstruoso
marido, el castigo por mi país y por mi deber de repararlo.
Entonces pensé, yo no tengo tiempo para esas cosas.
Me puse de pie. —Tengo que ir. Yo…. Yo todavía tengo que encontrar los
otros corazones.
Shade tomó mi mano, deslizó sus dedos entre los míos. El toque se
sintió como un relámpago por mi brazo.
—Él tiene la razón en una cosa —dijo—. Esta casa tiene muchos
peligros. No te puedo salvar de la mayoría de ellos.
Apreté mi mano hasta que sentí los huesos de sus dedos.
Entonces lo dejé ir y forcé una sonrisa. —Yo no nací para ser salvada.
Traducido por Mariela
Corregido por iemilaa
Por la noche los pasillos parecían más largos y extraños, sutilmente
fuera de proporción. Era rara vez a oscuras, por luces brillando de
esquinas inesperadas; pero era difícil decir exactamente de donde venía la
luz, y tuve que forzar atrás la sospecha de que las sombras iban cayendo
hacia la luz, con hambre de calidez y bienestar.
Los demonios están hechos de sombras.
Pero las sombras nunca me han atacado antes, sin importar que tan
tarde dentro de la noche caminé en la casa. Ignifex les debe haber
ordenado que me dejaran en paz. Tenía que creer eso, o me volvería loca
de terror. Yo lo creí, mayormente, pero el miedo persistente todavía picaba
en mi espalda.
Fui a cualquier lado. Pronto di vuelta dentro de un pasillo decorado con
elaboradas molduras de oro y murales, pensé que mostraban a los dioses,
pero en las sombras, no podía ver más que una maraña de miembros. Muy
al fondo del pasillo estaba una simple puerta de madera. ¿Mis pisadas
hicieron eco un poco fuerte mientras caminaba hacia ella? Mis hombros
picarón; cuando revisé la puerta, me detuve, pero sin escuchar nada.
Ningún demonio saltando fuera de las sombras para matarme, ninguna
condenación cayó sobre mí. Tomando un respiro profundo, tiré la llave de
acero fuera de mi corpiño. Se deslizó fácilmente dentro de la cerradura.
Giré la manija.
Abrí la puerta y vi la sombra.
Toda mi vida, había oído las advertencias, No mires a las sombras por
mucho tiempo, o un demonio te verá de vuelta. Me hice miedosa de las
habitaciones cerradas, de la oscuridad, de espejos con poca luz, de los
bosques que susurran en voz baja en la noche. En ese momento, me di
cuenta que nunca había visto sombras. Había visto objetos, habitaciones,
espejos, todo el campo en la ausencia de luz. Pero por esta puerta no hay
nada excepto por perfecta, primitiva sombra que no necesitó objetos para
manifestarse. Tiene su propia naturaleza, su propia presencia, palpable,
hirviente y viva. Mis ojos ardían y se humedecieron mientras la miré, pero
no pude apartar la vista.
Después la sombra me vio a mí.
No hubo ningún cambio visible, pero me tambaleé bajo el peso de la
percepción y el conocimiento de que no estaba sola. Jadeante, me agarré
de la puerta y empecé a empujar para cerrarla. Apoyé mi peso contra esta,
pero la puerta se movió lentamente, como si la estuviera empujando a
través de miel.
Cuando miré a la brecha lentamente cerrando, no vi nada viniendo por
la puerta, pero cuando miré a mis manos, vi por el rabillo del ojo una
membrana de sombra sujetando el marco de la puerta con sus zarcillos.
Todo esto había sucedido en completo silencio. Yo estaba demasiado
aterrada para gritar. Sin embargo, cuando la puerta estaba casi cerrada, oí
un coro de voces infantiles. Se cantó la melodía de mi canción de cuna
favorita, pero las palabras estaban mal:
¡Vamos a cantar tus nueve, oh! ¿Cuáles son tus nueve, Oh? Nueve para
los nueve limpiabotas brillantes, La noche apagará, oh. El sonido se
arrastró por encima de mi cuerpo como un millar de pequeños pies fríos.
Me habían enseñado encantos contra la oscuridad, invocaciones de Apolo
y Hermes. Pero las voces trataban cautelosamente el conocimiento fuera
de mi mente, y yo sollozaba en silencio mientras luchaba para empujar la
puerta para cerrarla.
Ocho para ocho doncellas muertas, muertas en toda la oscuridad, oh. La
puerta estaba casi cerrada ahora, pero la presión de la sombra latía contra
mí desde el otro lado. Un zarcillo tocó mi mejilla, quemando de frío. Me
atraganté, la interrupción de aire en mis pulmones.
Seis por tus seis sentidos, Nunca los sentirás de nuevo, oh. Con una
explosión final de desesperación, empujé la puerta cerrándola. Jadeando y
temblando, me tambaleé hacia atrás contra la pared. La sombra se había
ido, pero todavía me estremecí, y mis ojos se llenaron de lágrimas. Cuando
las limpié, las lágrimas ardían, frío en mi piel, miré mi mano.
Sombra líquida goteó sobre mi mano.
Recordé las personas arrastradas antes que mi padre, reducido a
romper la cubierta. Pensé, esto es lo que era para ellos.
Entonces finalmente grité.
Ellos cantaron de todo a mí alrededor, un millón de niños sin cuerpo
susurrando, cantando en mis oídos:
Cinco por el símbolo en tu puerta. Diciéndonos tú nombre, oh. Cuatro por
las esquinas de tu mundo, siempre estamos mordisqueando, oh. Sombra
corrió por mi cara y brotó de mi piel. Las sombras en la sala respondieron,
volviendo a la vida. Yo quería arañar mi piel apagada, a roer la carne de
mis huesos, cualquier cosa para conseguir las sombras fuera de mí. Raspé
mis uñas en mis brazos, pero cuando levanté ronchas rosadas, oí la risa
de nuevo y me acordé: estos eran los demonios del Señor Benévolo. Me
había jurado salvar a Arcadia de sus ataques. Ellos querían que me
destruyera.
No los podía dejar ganar.
Tres por los prisioneros en esta casa, Nos vamos a comer a todos, oh.
Traté de correr, pero las sombras bañaban mi piel, y aunque mis pies
golpeaban lentamente no me moví hacia adelante. Entonces el aire se agitó
y me tiró contra la pared. Cuando las sombras se arremolinaron alrededor
de mí, me hundí en el suelo, la última fuerza que fluía fuera de mi cuerpo.
Dos por tu primer y por tu último, Vamos a ser los dos, oh. Sabía el verso
final de la canción original, y sabía con enferma certeza que iban a cantar
justamente el mismo, y estaba segura que si oía esas palabras finales
estaría perdida.
Uno es uno y completamente solo. Y por siempre deberá… Un brazo
envuelto alrededor de mi cintura. Un anillo de oro brillaba en una mano.
Fuego en las esquinas de mi visión.
—Hijos de Tifón —gruñó Ignifex—, volver a tu vacío.
Las sombras gemían como una bisagra oxidada, ya que fluían lejos y se
arrastraron bajo la puerta, dentro de la oscuridad. Ellos lloraban sin cesar,
hasta que mi garganta me dolió y mis ojos se humedecieron, y me di
cuenta que el gemido salió de mi garganta y mis ojos aún lloraban sombra.
Ignifex me tenía inmovilizada contra la pared por mis muñecas; mi espalda
arqueada y mis dedos se retorcían mientras las sombras se filtraban a
través de los poros de mi piel. Yo quería que se fueran, pero se sentían
como si mi cuerpo, todo mi ser, era papel de seda y las sombras fueran
triturándolo mientras se iban.
Si pudiera arrastrarse detrás de ellos, a través de la puerta y en su
perfecta oscuridad, yo seguiría existiendo. Me gustaría ser su juguete para
siempre después, pero me gustaría existir. Sentí la certeza en cada latido
irregular de mi corazón, y por eso me resistí y retorcí contra el agarre de
Ignifex. Tenía que seguirlos. Tenía que hacerlo.
—Nyx Triskelion —gruñó Ignifex—. Te ordeno que te quedes.
El sonido de mi nombre acuchilló a través de la compulsión como un
cuchillo serrado. Me dejo caer contra la pared y me quedé inmóvil,
mientras veía las últimas sombras fluir de nuevo a la puerta y por las
rendijas. En un momento se habían ido.
Sin las sombras, el mundo se sentía vacío y apático. Las paredes del
pasillo eran planas y aun así, quedaba la oscuridad muerta y sin poder. Mi
corazón latía en mis oídos; mi piel se sentía a la vez insensible y espinosa.
Yo quería seguirlos, pensé, pero todavía no podía sentir nada de la idea.
Ignifex me dejó ir. Parpadeé a sus labios moviéndose y me di cuenta que
estaba hablando.
—¿Estás bien? —Cuando no respondí, él me dio una suave bofetada—.
¡Escúchame! ¿Puedes hablar?
—Sí. —La palabra salió baja y áspera.
Él inspeccionó mis brazos. —Creó que vas a vivir. Esta noche.
El tono de su voz despertó mi ira de nuevo a la vida, y el resto de mí con
ella. Levanté la cabeza, mostrando los dientes.
Él me dio un golpecito en la frente. —¿Pero existe algún límite para tu
idiotez?
—¿Te refieres a mi idiotez de no haberte dicho que tus demonios corren
sueltos por la casa? —Lo empujé hacia atrás—. Creo que podría ser tu
culpa.
—Te dije que algunas puertas de esta casa son peligrosas. Y te puse en
una habitación agradable, segura para la noche. No es mi culpa que te
escapaste de la cama.
—¡Me encerraste en una tumba!
—Seguro y cómodo. —La voz de Ignifex era todavía ligera, pero había
una nota tensa también—. Y ahora está más allá de mi hora de dormir.
De pronto me di cuenta de tres cosas: Llevaba pijamas de seda oscura.
Se balanceaba como si estuviera a punto de colapsar. Y la oscuridad lo
estaba comiendo.
No sombras. Suena extraño, pero los pequeños tentáculos oscuros que
lamieron el agua de su piel, dejando marcas rojas, era nada como el horror
sobrenatural de sus demonios. Esas sombras habían estado vivas,
conscientes, esta fue la simple coagulación de la oscuridad de la noche
alrededor de su cuerpo, tan natural como coágulos de sangre sobre una
herida, y quemándolo como el ácido quema la piel.
Mi piel todavía se arrastró a la vista.
Ignifex se apoyó con una mano en la pared. —Me ayudarás a llegar a mi
habitación —dijo entre dientes, y había una nota tensa repentina en su
voz. Casi como si tuviera miedo.
De la misma forma que había tenido miedo de los demonios cuando se
arrastraron fuera de la puerta, y tenía miedo de las esposas muertas
cuando me encerró con ellas, y con miedo a los días de mi vida, porque
sabía que el Señor Benévolo iba a poseerme y nadie me salvaría.
El remolino frío en mi pecho se sentía como un viejo amigo.
Crucé mis brazos —¿Por qué?
Parpadeó como si nunca hubiera considerado la pregunta. O tal vez era
sólo mareo, para el siguiente momento él cayó de rodillas. La oscuridad se
arremolinaba y se hinchó a su alrededor. Ronchas rojas florecían en su
rostro.
Mi corazón se arrastró a latir más rápido, pero yo ya no tenía miedo. Por
primera vez, no era la única que estaba indefensa.
Mi voz se sintió fría, preciosa, y ajena como el cristal en la garganta. —
¿Por qué debería ayudarte de cualquier forma?
A pesar de que se desplomó contra la pared ahora, se las arregló para
mirarme. Sus pupilas felinas estaban tan dilatadas que parecían casi
humanas.
—Bueno… te salvé la vida. —Luego se dobló de dolor y cayó al suelo.
Tan lejos como puedo recordar, la ira retorcida y garras en mi interior, y
sin importar lo mucho que lastimara, me había ahogado abajo. Ahora, por
fin yo odiaba a alguien que se merecía el odio, y me sentí como si yo fuera
un trueno de Zeus, como si yo fuera las tempestades de Poseidón sobre el
mar. Yo estaba temblando de furia, y nunca me había sentido tan
contenta.
—Mataste a mi madre. Esclavizaste al mundo. Y como has señalado, voy
a vivir aquí como tu cautiva hasta que muera. Dime mi querido señor, ¿por
qué debo agradecerle por mi vida?
Estaba jadeando y temblando de dolor, y no parecía estar viéndome más
mientras él susurraba—: Por favor.
Me arrodillé sobre él y le sonreí a la cara. Mi cuerpo estaba envuelto en
hielo; mi voz salió de algún lugar muy lejano.
—¿Crees estar a salvo conmigo?
Entonces me levanté y caminé lejos, dejándolo solo en la oscuridad.
Traducido por GabyNox98
Corregido por iemilaa
Me sentí fuerte, orgullosa y hermosa mientras bajé el corredor.
Dejándolo asustado, indefenso y solo. Dejándole probar lo que fue para
esas ocho chicas muertas estar tumbado solo en la oscuridad, para Shade
ser un esclavo en un castillo en el cual una vez fue príncipe, para mí saber
que estaba condenada y que nadie nunca me salvaría.
Dejarlo probar y morir, si pudiera. Quería creer que la oscuridad lo
mataría, que quemaría la carne hasta el hueso y del hueso hasta las
cenizas. Porque entonces lo imposible sería realidad: mi deber cambiaría.
No tendría que colapsar la casa conmigo en ella. Con el Señor Benévolo
muerto el Resurgandi tendrían todo el tiempo y libertad que necesitan para
deshacer el Cataclismo sin sacrificarme. Y yo sería capaz de volver a casa,
de decirle a Padre que había vengado a mi madre, de rogar a Astraia
perdón en su cara en vez de susurrar palabras a un espejo.
Pero recordé todos esos cuentos de gente que ha tratado de matar al
Señor Benévolo y fallado. Esta oscuridad abrasadora podría ser un arma
más apropiada que un cuchillo, pero yo no podría creer que en realidad
funcionaría, que el demonio que comandaba a todos los otros demonios
podría morir tan fácilmente. Lo más probable es que Ignifex sólo sufriría
hasta el amanecer y luego se recuperaría.
Había historias de gente a la cual él había engañado en destinos tan
terribles que habrían rogado por la muerte, pero lo vivieron en cambio.
Incluso si todo lo que podría manejar seria darle unas cuantas horas de
dolor, por lo menos era una cierta medida de venganza, por mi madre, por
Damocles, por todas esas personas que él había engañado hasta sus
muertes y toda la gente que él había permitido que sus demonios
destruyeran. Y mientras él estaba ocupado, tal vez podría encontrar una
manera de matarlo de una vez por todas.
Abrí las puertas delante de mí y miré en el Corazón de Agua.
—¡Shade! —llamé ansiosamente. Tal vez él sabía lo que había pasado
con mi cuchillo, tal vez sabía lo que tenía que hacer a continuación.
Quizás Ignifex podrían morir esta noche, y yo podría ser libre.
Pero él no estaba por ningún lado. Caminé hacia el centro de la
habitación, pero no vino. Yo estaba sola, y esta noche las luces no podían
mantener mi atención, me quedé mirando a las aguas tranquilas, donde
mi cara se reflejaba débilmente. Me hizo pensar en la cara de Astraia,
pálida y con los ojos abiertos como la dejé.
Ella está vengada ahora, pensé, pero eso sólo me recordó la cara de
Ignifex, lleno del mismo horror en blanco mientras la oscuridad se cerró
sobre él.
Sacudí mi cabeza. Ellos no eran nada parecidos. Astraia era amable y
gentil y merecía nada más que mi amor, mientras que Ignifex mantuvo a
sus esposas muertas como trofeos y no merecía nada más que mi odio.
El Corazón de Agua, siempre tan hermoso, de repente se sentía vacío y
equivocado. Caminé hacia fuera, ciegamente abriendo las puertas y dando
vuelta en las esquinas hasta que de pronto estaba de vuelta en el comedor.
El cielo era puro, negro aterciopelado a excepción de la media luna de
plata; lámparas colgaban del techo arrojando una cálida y parpadeante luz
sobre la mesa, la cual estaba con los platos limpios, vacíos. Caminé hacia
adelante, frunciendo el ceño a la mesa, mientras recordaba la sonrisa de
Ignifex dirigida a mí por encima de su copa de vino.
Pero me gusta una esposa con un poco de malicia en su corazón.
Cogí una de las copas de vino y la lancé a través de la habitación. Otra
la siguió. Entonces lancé los platos en el suelo y arrojé los cubiertos
después. Tiré los candelabros de plata de la pared; cogí una bandeja de
plata vacía y comencé a golpearla contra la mesa.
Fue entonces cuando me di cuenta de lo ridícula que debía lucir. Dejé
caer la bandeja. Las lágrimas picaron en mis ojos, y yo las limpie, pero
más vinieron, hasta que estaba llorando en frente de la mesa del comedor.
Yo había hecho lo que los doscientos años del Resurgandi, lo que cada
persona en Arcadia, lo que incluso los dioses mismos habían encontrado
imposible. Yo había tomado venganza contra el Señor Benévolo. Yo le
había hecho probar el dolor que él entregaba todos los días, e incluso si lo
era por unas horas, eso me hizo una heroína. Mi corazón debería estar
cantando.
Pero yo estaba inconsolable. No importa cuántos platos destrocé, no
importa cuánto pensé en las generaciones que clamaban por venganza, no
podía olvidar el miedo en los ojos de Ignifex o su agitada respiración,
entrando en pánico mientras me suplicaba.
Era mi deber, pensé, pero me acordé de mis últimas palabras para él, y
no tenían nada que ver con el deber y todo que ver con un regocijo vicioso.
Quería seguir furiosa, destruir esta habitación y toda la casa. Quería
volver atrás y estrangular a Ignifex con mis propias manos. Quería
encontrar a Shade y hacer que me bese hasta que se me olvide todo lo
demás. Quería despertar y darme cuenta de que toda mi vida había sido
un sueño.
Las lágrimas finalmente se detuvieron. Dejé salir un lento y tembloroso
suspiro mientras me limpiaba la cara. Y me di cuenta que más que nada,
quería regresar y ayudar Ignifex.
Inmediatamente enterré mis uñas en mis brazos, apretando los dientes
de vergüenza. Yo no era una tonta que se olvidaría después de uno o dos
besos que había sido secuestrada. Yo no era una idiota qué pensaría que
era un hombre noble, porque él la había salvado de las consecuencias de
sus propios crímenes. Ciertamente, no era una chica que consideraría a su
marido más importante que su deber.
Pero yo era una chica que había roto el corazón de su hermana y por un
momento, me gustó. Había dejado a alguien en el tormento y me había
gustado.
Yo no quiero seguir siendo esa persona.
Así que limpié mi cara y volví a salir. Estaba a medio camino de la
puerta cuando otro pensamiento me golpeó: ¿Y si la oscuridad podía
matarlo, después de todo, y él ya estaba muerto? ¿O qué si la oscuridad
había roído sus manos y su cara, pero lo dejó aun terriblemente vivo, con
la garganta demasiado destrozada para gritar?
Mi estómago dio un vuelco. Por un momento no pude hacer frente el
salir de la habitación. No me importaba si Ignifex estaba muerto, yo podría
lamentar mi crueldad, regocijarme de que había vengado a mi madre, e ir a
casa con Astraia. Pero si todavía estaba medio vivo, mutilado, y sufriendo,
si tuviera que mirarlo y saber lo que había hecho, sin ninguna razón, más
que odiar y no lograr nada.
Entonces pensé: Si te quedas aquí, serás como Padre, que ni siquiera
pudo reconocer que había sacrificado a su propia hija.
Salí corriendo de la habitación.
Parecía que tardaba horas para en encontrar mi camino de regreso a él,
pero probablemente no fueron más que treinta minutos. Cada vez que
abría una puerta, me dirigía a un lugar nuevo, y otra vez me encontré en
los pasillos que se curvaban sobre sí mismos, que no tenían puertas para
abrir, que se retorcían y giraban largas distancias en la oscuridad antes de
que finalmente acabaran.
Pensé que esta casa le pertenecía, pensé, corriendo a través de un
pasillo con espejos en las paredes. El sudor corría por mi espalda. Me
detuve en seco en una puerta y la abrí. Una pared de ladrillo me devolvió
la mirada.
Un breve grito furioso raspó fuera de mi garganta. ¿No debería
ayudarme a salvar a su amo?
Ignifex probablemente diría, ¿pensabas que un demonio tendría una casa
agradable?
Abrí la puerta de al lado y observe en el interior, sólo para saltar a una
parada. Yo estaba en la sala de los espejos, y a través del cristal vi a
Astraia dormida en su cama, la lámpara hermética en forma de cisne que
brillaba intensamente en su mesita de noche, porque todavía tenía miedo a
la oscuridad, todavía tenía miedo de los demonios. Como al que yo estaba
corriendo para salvar.
—Astraia —di un grito ahogado, y luego—: desearía que pudieras oírme.
Pero, por supuesto, ella no podía. Me dolía el pecho.
—Tú no querrías que yo fuese cruel, ¿verdad? Siempre fuiste tan amable
con todos.
Ella había estado tan encantada, tan orgullosa cuando ella pensaba que
iba a cortar la cabeza del Señor Benévolo y llevarla a casa en una bolsa.
Contra la voluntad de Padre; y tenía que haber sabido que él no quería, a
pesar de que ella no sabía por qué; había conspirado para traerme ese
cuchillo.
Ella había sido una niña. Todavía lo era, y ella no tenía idea de lo que
significaba matar, y mucho menos lo que era sentir a las sombras que
viven burbujeando fuera de tu piel, y aunque la oscuridad que se estaba
comiendo a Ignifex era diferente, era lo suficientemente cerca para que no
pudiera dejarlo. Aunque mi hermana me odiara.
—Es un monstruo —le dije—. Tal vez soy un monstruo por tenerle
piedad. Pero no puedo dejarlo.
Entonces salí corriendo de la habitación.
Finalmente encontré mi camino de regreso al estrecho pasillo. Cuando lo
hice, al principio pensé que se había ido. Entonces me di cuenta de que la
masa en el medio de la oscuridad espesa era él.
Corrí hacia adelante, pero me detuve en el borde de la peor oscuridad.
—¿Ignifex? —llamé, inclinándome hacia adelante mientras lo miraba
fijamente.
Él no se movió. No podía ver su rostro, sólo la oscuridad retorciéndose
sobre él.
Me arrodillé junto a él. Mi piel se arrastró mientras recordaba mis dedos
deslizándose en la boca de la mujer muerta, pero no podía retractarme
ahora. Con cautela, llegué a través de la oscuridad para tocar su rostro.
La oscuridad se arremolinaba lejos de mi mano, como si estuviera
asustada de mi piel. Por debajo, verdugones lívidos cruzaban su rostro.
Aparté mi mano, y luego me di cuenta de que aún respiraba. Mientras
observaba, las ronchas se desvanecieron hasta palidecer en cicatrices
blancas que comenzaron a disminuir en su piel sana.
Lo sacudí por el hombro, la oscuridad hirviendo aún lejos. —¡Despierta!
Un ojo carmesí se entreabrió; silbó suavemente, y el ojo se cerró de
nuevo. La oscuridad se arrastró de vuelta a su cuerpo.
Parecía tener miedo de mi tacto. Así que lo arrastré hasta apoyar su
cabeza y sus hombros en mi regazo; después de un momento se torció y se
acurrucó contra mí. Y la oscuridad fluyó lejos.
—¿Qué estás haciendo?
Mi cabeza se sacudió. Shade se detuvo sobre mí, con las manos en los
bolsillos del abrigo, su pálido rostro ilegible.
—Yo… la oscuridad.
—Deberías dejarlo.
—No puedo —dije en voz baja, tratando de no encorvar los hombros.
Esto era mucho peor que ver a Astraia. Shade era el último príncipe de
Arcadia. Mi príncipe, que me había ayudado y consolado estas últimas
cinco semanas, que me había besado, no hace más de una hora y casi dijo
que me amaba. Yo le había devuelto el beso, y ahora estaba abrazando a
su torturador en su cara. Era obsceno.
Shade se arrodilló a mi lado. —¿No vas a derrotarlo?
¿No eres tú mi esperanza? dijo con sus ojos.
—Yo iba. Lo haré. Quiero, pero… pero… —Me sentí como si tuviera diez
años, y hubiese sido convocada en el despacho de Padre para explicar
cómo había derramado la miel en la sala—. Esto no lo va a derrotar. Lo
lastimé sólo por venganza.
—¿Sabes cuánto sufrimiento ha causado? Este es lo mínimo que se
merece.
Ignifex no había dado señales de escuchar nuestra conversación, pero
me di cuenta ahora que estaba temblando.
—Lo sé —le dije. Recordé como había estado acurrucada con Astraia en
el pasillo, escuchando los gritos del estudio de Padre—. Pero no puedo…
no puedo dejar a nadie en la oscuridad.
El silencio de Shade era como una condena.
—Ayúdame a llevarlo a su habitación —le dije —. Entonces lo dejaré.
La boca de Shade se apretó, pero obedeció. Agarró los hombros de
Ignifex, yo agarré sus piernas, y juntos lo arrastramos a través de los
torcidos pasillos de regreso a su dormitorio.
Nunca me había preguntado donde dormía, pero ahora casi esperaba
una caverna húmeda con un altar ensangrentado en vez de una cama. En
cambio, era un espejo carmesí de mi habitación: tapices rojos y negros en
lugar de blanco, cortinas rojas y doradas de damasco en vez de encaje, y el
apoyo del dosel no eran cariátides, sino águilas, emitidos por un metal
negro pulido que brillaba en la luz de las velas. Todo alrededor de los
bordes de la sala quemaba, filas y filas de velas, lanzando la luz de oro en
todas las direcciones para que las sombras apenas existieran.
Shade desapareció tan pronto como habíamos dejado a Ignifex sobre la
cama, por lo que no podía culparlo. Ahora que había apaciguado mi culpa,
yo quería irme también. Miré a mi marido y captor. Los cardenales se
habían desvanecido y la mayoría de las cicatrices también, pero él todavía
estaba pálido como la muerte y cojeando como hilo mojado. Él también
estaba enroscado en una posición que parecía que iba a darle calambres y
aunque me pareció que el pensamiento era divertido, supuse que si yo iba
a ayudarle, debía hacerlo correctamente. Con un suspiro, le di la vuelta
sobre su espalda y enderecé sus piernas.
Sus ojos no se abrieron, pero una de sus manos se acercó y agarró mi
muñeca.
Temblé y quedé inmóvil, pero no hizo ningún movimiento. Luego
susurró en una voz tan baja, apenas lo oí—: por favor, quédate.
Tiré libre mi muñeca, a punto de decir que, aunque yo le había salvado,
yo no tenía la intención de ser su niñera... pero entonces me acordé de la
última vez que había dicho por favor.
—Sólo un poco —le dije, sentándome en la cama. Me agarró la mano
otra vez, como si fuera su única esperanza. Dudé un momento, pero
parecía demasiado débil como para intentar cualquier cosa, y yo estaba
cansada. Me acosté a su lado, y de inmediato se dio la vuelta para
acurrucarse en mi espalda. Puso un brazo sobre mi cintura, y luego se
quedó dormido con un suspiro.
Como si él confiara en mí. Como si yo nunca le haría daño.
Incluso Astraia, con todos sus abrazos y besos, no se había relajado
contra mí como esto en años. ¿Qué clase de tonto era él?
La misma clase de tonto que era yo, supuse, porque sabía que era mi
enemigo y, sin embargo, yo también estaba tomando la comodidad del
tacto.
Su aliento hizo cosquillas en mi cuello. Tomé sus manos entre las mías,
entrelazando nuestros dedos, me dije a mí misma que yo estaba aquí sólo
por mi deuda, que cualquier persona, cualquier cuerpo caliente, me haría
sentir esa paz. Y envuelta en esa paz, me quedé dormida.
Traducido por Kathfan
Corregido por Emmie
A la mañana siguiente me desperté y descubrí que Ignifex se había ido,
las velas estaban quemadas hasta los cimientos. Sobre la mesita de noche
se asentaba una bandeja con un humeante desayuno caliente de tostadas,
pescado sazonado, fruta y café; desde la puerta del armario colgaba un
vestido blanco de volantes. Mientras tragaba el desayuno, fulminaba el
vestido con la mirada todo el tiempo; pero estaba limpio y era lindo, y al
final me lo puse. Dejé caer en mi bolsillo la llave que Ignifex me había
dado, deslicé la llave de acero que había liberado las sombras por mi
corpiño y me fui.
El primer lugar al que fui fue el cuarto con el espejo. Astraia se sentaba
a la mesa del desayuno, machacando sus salchichas medio quemadas con
un tenedor y leyendo un grueso libro. Cuando se movió para alcanzar la
cafetera, vi las ilustraciones y me di cuenta que era el Manual de Técnicas
Herméticas Modernas de Cosmatos & Burnham, uno de los primeros libros
de texto serios que Padre me había puesto a leer.
Padre entró en la habitación; Astraia lo miró y dijo algo, no podía ver su
rostro con claridad pero Padre sonrió. Así que ella no debía estar
estudiando para un intento de rescate: Padre nunca le permitiría hacer
algo tan peligroso y ella no lo defraudaría haciendo algo como eso.
Tal vez ella deseaba unirse a la Resurgandi en mi honor. ¿Alguno de
ellos aún creía que podría tener éxito?
Tal vez no deberían hacerlo. Ayer por la noche había rescatado al Señor
Benévolo. ¿Quién sabía si sería lo suficientemente fuerte como para
colapsar su casa alrededor de él y atraparlo con todos sus demonios?
—Lo haré —le dije en voz baja al espejo.
Padre se inclinó para darle un beso en la frente a Astraia, pero no sentí
la punzada normal de amargura, a pesar de que me había besado por
última vez cuando tenía diez años.
—Voy a acabar con él —le dije a Astraia—. Lo haré. No es necesario
estudiar nada.
Padre se sentó a su lado. Sacó el libro entre ellos y trazó una de las
ilustraciones con su dedo. Astraia se inclinó y la mano libre de Padre se
posó en su hombro como si fuera la cosa más natural del mundo.
Y parecía que aún era capaz se sentir la envidia y el odio, porque por un
momento quería arrancar a Astraia fuera de la mesa y escupirle en la cara.
Toda mi vida, me había dicho a mí misma que, al menos, Padre me
respetaba. Yo era su estudiante, la hija inteligente que aprendió todos los
diagramas en un tiempo récord y ni una sola vez me di cuenta de que
nunca podría estudiar lo suficiente para hacer que me ame, las lecciones
eran algo que tenía que Astraia no.
Y ahora era su alumna y querida, además.
Me di la vuelta y estaba casi en la puerta cuando me detuve. No miré
hacia atrás, porque eso sólo haría que el odio me ahogara de nuevo.
—Te amo —le dije, mirando el marco de la puerta—. Yo no te odio. Te
amo.
Tal vez algún día sería cierto.
Luego corrí fuera de la habitación para explorar.
Casi de inmediato, me encontré con la puerta roja de la biblioteca. La
abrí ociosamente, y la respiración se detuvo en mi garganta. Era la misma
habitación que recordaba: las estanterías, la mesa con patas de león, el
blanco grabado de Clío. Pero ahora, zarcillos de hiedra verde oscuro
crecían entre los estantes, llegando a los libros como si estuvieran
hambrientas de leer. Niebla blanca fluía a lo largo del piso, ondeando y
revolviéndose como si el viento la soplara. Cruzando el techo se tejía una
red de cuerdas congeladas como las raíces de un árbol. Ellas goteaban...
no como pequeñas gotas de hielo derritiéndose en los árboles, sino como
gotas de agua del tamaño de uvas, como lágrimas gigantes, que se
derramaban sobre la mesa y caían al suelo.
Corrí hacia la puerta y cogí el códice de la mesa más cercana pero,
aunque el agua goteaba a través de sus páginas, no había penetrado en el
papel o manchado la tinta.
Yo, sin embargo, fui rápidamente empapada. El techo había iniciado un
goteo más rápido tan pronto como entré.
Se me cayó el códice en la mesa y me estremecí, tirando de un mechón
de pelo mojado de mi cara. El agua corría por la parte de atrás de mi
vestido. Ahora que sabía que no había emergencia, recordé cómo la última
vez los libros se habían negado a ser leídos y estuve a punto de dejarlos,
pero al mirar alrededor, no sentía ninguna hostilidad silenciosa de los
estantes que goteaban. Tal vez sólo lo había imaginado la primera vez. La
biblioteca, después de todo, no era donde vivían los demonios.
Me estremecí; ¡vamos a devorarlos todos, oh!; y golpeé mis manos en la
mesa, disfrutando de la fuerte picadura contra mis palmas que no era un
millón de sombras carcomiéndome, el ruido de un chapoteo sordo que no
era un millón de cantos susurrados.
Y vagué por la biblioteca. No había sonido además del gota a gota de
hielo derritiéndose y el chapoteo ocasional cuando me encontraba con un
charco. La niebla se arremolinaba lejos de mis pies y luego de vuelta a mis
tobillos, como un temeroso pero cariñoso gato. Me estremecí, pero el aire
frío tenía un afilado sabor limpio tan dulce como la miel, que me hizo
querer quedarme.
Me acordé de las horas que había pasado en la biblioteca de Padre,
drogándome a mí misma con los libros, así podría olvidar mi destino
durante una hora; cómo había mirado las fotos apretando mi mano sobre
las páginas, deseando poder desaparecer en las líneas seguras de una
ilustración. Ahora me sentía como si lo hubiera hecho, me metí en una
imagen o un sueño: un lugar que era extraño, pero sin ningún tipo de
horrores ocultos.
Entonces, en una pequeña habitación con una ventana, encontré a
Ignifex. Se sentaba en un rincón, con las rodillas levantadas bajo la
barbilla, sus párpados bajos y reflexivos. Su pelo oscuro colgaba inerte y
empapado alrededor de su rostro; su abrigo también estaba
completamente mojado. La niebla lamió sus rodillas y un delgado dedo de
la hiedra se desvaneció en su pelo.
Mis pies se detuvieron cuando lo vi. Las palabras se espesaron y
disolvieron en mi garganta. No podía ser amable con él después de lo que
había hecho, no podía ser cruel después de lo que había hecho, no podía
olvidar su furia, su beso o su brazo alrededor de mi cintura cuando me
salvó de las sombras.
Entonces me di cuenta de que me estaba mirando.
—¿No deberías estar afuera tentando a un alma inocente a su
perdición? —exigí, caminando hacia una de las estanterías.
—Te lo dije. —Parecía ligeramente divertido—. Nunca son los
inocentes los que vienen a mí.
Me di cuenta que estaba mirando tan de cerca los libros que mi nariz
casi tocaba sus lomos. Aparté un poco de hiedra, cogí un libro de la
estantería, y lo abrí, esperando aparentar como si lo hubiese estado
buscando todo este tiempo.
—¿No vas a amenazarme con un terrible castigo de nuevo? —pregunté
manteniendo los ojos fijos en el libro. Era una historia de Arcadia, tan
vieja que no se imprimió, pero estaba escrita a mano con hermosa
caligrafía. Sólo pretendía fingir que leía, pero luego me di cuenta que podía
leer cada palabra en la página. Cualquiera poder que había empujado mis
ojos a un lado la última vez se había ido.
Pero abrí una página dañada. Pequeños agujeros fueron quemados a
través del papel, lo suficientemente grandes como para destruir una o dos
palabras, pero había ocho o diez agujeros en cada página. Di vuelta a la
página. Más agujeros.
—¿Lo encuentras emocionante?
—Predecible, más bien. —Me atreví a echarle un vistazo. Ya no se
doblaba sobre sí mismo, Ignifex se apoyaba contra la estantería con la
mirada fija en el aire.
—Sabes, sólo dos de mis esposas pensaron alguna vez en robarme las
llaves.
—Eso no dice mucho de tu gusto por las mujeres.
—No puedo evitarlo, la mayoría de la gente que hace tratos conmigo
tiene hijas estúpidas.
Giré la página. Aún más agujeros.
—Y a esas hijas estúpidas, ¿qué les ha pasado?
—Las conociste anoche. Y entonces conociste su suerte. Creo que lo
puedes imaginar.
Me estremecí, recordando las sombras ardientes y el infantil canto
alegre. Uno es uno y completamente solo.
—Yo crecí viendo a mi padre tratar de ayudar a la gente que tus
demonios atacaban —le dije—. Siempre he sabido lo que significaba esa
suerte.
Todo el libro estaba dañado. Lo puse de regreso en la estantería y saqué
otro.
—¿Problemas leyendo?
—Deberías cuidar mejor de tus libros —le dije—. Mira, ¡este también se
quemó! En un momento, sin dudar, se inclinó sobre mi hombro sonriendo;
empujé el libro hacia él. Lo tomó y pasó las páginas. ¿Por qué nunca me
había dado cuenta de la gracia con que sus manos se movían?
—¿Fuiste a jugar en la biblioteca con un conjunto de velas? —
pregunté—. Estas parecen ser tu cosa favorita. —Entonces apreté mi
mandíbula cerrada, porque las cosas se estaban acercando mucho a la
última noche y todas las cosas que no quería discutir o recordar, sin
embargo el aire se espesó entre nosotros.
Cerró el libro con un pequeño pero definitivo golpe. —No, de hecho los
agujeros en los libros podrían ser la única cosa en el mundo que no es mi
culpa—. Una gota de agua se deslizó por su garganta hasta su clavícula.
Me crucé de brazos. —¿Cómo es que cualquier cosa en este castillo no
es tu culpa? No había agujeros la última vez.
—No los podías ver antes de hoy. Y los libros no son culpa mía, porque
fueron mis maestros quienes los controlaban.
—¿Maestros? —repetí.
Él arqueó las cejas. —¿No los mencioné?
—Por supuesto que no. —Quería gruñir las palabras pero sonaron
huecas.
—¿Quién crees que hizo todas esas reglas para mi esposa? —preguntó—
. Yo no, o si fuera así tendrías que darme un beso de buenas noches.
Sentí como si la tierra se abriera bajo mis pies. El Señor Benévolo era la
criatura más malvada, además de Tifón y el más poderoso después de los
dioses. Todo el mundo lo sabía.
Todo el mundo estaba equivocado.
¿Qué clase de criatura era lo suficientemente poderosa y feroz para
comandar al príncipe de los demonios?
—Pero eso no importa. Hay otra cosa que no podías ver antes de hoy.
Ven a ver. —Me hizo una seña hacia la ventana.
Miré, y el aire se detuvo en mi garganta. Las verdes colinas eran como
yo las recordaba... pero el apergaminado cielo estaba salpicado de
agujeros, marrón quemado destrozado en los bordes a través de los cuales
podía ver nada más que oscuridad. Sombras.
—Se parecen mucho a los agujeros en los libros, ¿verdad? Pero a
diferencia de los libros, supongo que se podría decir que son mi culpa. Mis
maestros sólo los hacen porque les resulta más divertido cuando tengo un
reto.
—¿Qué quieres decir?
—Había un niño enloquecido en tu propio pueblo, ¿no es así? ¿A pesar
de que su padre pagó todos los diezmos correctamente? A veces los Hijos
de Tifón escapan en contra de mi voluntad y tengo que bajar a darles caza.
Me quedé mirando los agujeros en el cielo, sus bordes quemados y no
podía apartar la mirada. Se sentía como si me hubiera tragado un negro
pudín entero, pesado, frío y hecho de sangre.
—Los agujeros en el cielo son la forma en que entran —dijo—. Los
puedes ver ahora porque viste a los hijos de Tifón y sobreviviste.
—Eso no tiene sentido —susurré.
—Los miraste y ellos te miraron. ¿Piensas que esa mirada realmente no
terminaría jamás?
Los agujeros eran como ojos. Al igual que las ventanas. Al igual que el
infinito negro de una entrada que había enfrentado y me abracé a mí
misma cuando recordé las sombras escurriéndose de mis ojos,
burbujeando fuera de mi piel; si Ignifex no me hubiera encontrado, a lo
mejor me habría convertido en una cáscara de pergamino quemada llena
de agujeros, la oscuridad goteando fuera de mi destrozada boca...
Ignifex se inclinó delante de mí. —Estás temblando.
—¡No lo estoy!
En un movimiento me recogió en sus brazos. —Parece que tienes frío. —
Se dirigió hacia la puerta—. Te voy a llevar a un lugar más cálido.
—¿Qué...? —Lo golpeé, pero su agarre era demasiado fuerte... y la
calidez no era desagradable.
—No te preocupes, es un sitio agradable.
—¿Por qué harías algo bueno por mí? —Pretendía que las palabras
sonaran enojadas, pero salieron un poco demasiado vacilantes.
—Yo soy el Señor de los tratos. Puedo recompensarte si quiero.
Me sacudí con el vaivén de sus pasos, y se sentía como ser arrastrada
por un río.
—No tienes que llevarme —le dije—. Puedo caminar.
—Soy tu señor esposo. Es en mis brazos o encima de mi hombro.
—Sobre el hombro.
—¿Quieres que te sostenga por los muslos? No es que me importara.
Lo fulminé con la mirada, pero él sólo se rió y me dio un beso en la
frente. Supuse que si esto era su venganza por lo de anoche, no fue tan
malo.
Me llevó a través de cinco salas de la biblioteca, y luego abrió de una
patada la puerta verde que nunca había visto antes y salió a la luz.
Traducido por Hailo0
Corregido por Mariela
Eso fue todo lo que pude ver primero: brillante luz blanca y oro que
deslumbró mis ojos, así que tuve que entrecerrarlos y parpadear para
contener las lágrimas. Entonces mis ojos se acostumbraron, y me quedé
sin aliento con asombro. Nos pusimos de pie en un campo de hierba y
flores de color amarillo que se extendía hasta el horizonte, en el que no se
encontró con el cielo de pergamino que siempre había conocido, sino con
uno azul puro, brillante.
Miré hacia arriba. Sólo por un momento, antes de que la luz absoluta
hiriera mis ojos y me obligara a mirar nuevamente hacia abajo, gotas de
color púrpura y verde nadaron en mi visión, pero fue suficiente. Había
visto el sol.
Había visto el sol.
Pero eso era imposible. El sol se había ido, perdido más allá de
cualquiera de los infinitos que separó a Arcadia del resto del mundo. No
podía estar viéndolo, no podía estar sintiendo su cálido cosquilleo debajo
de mi nariz como el calor de una chimenea.
Yo no podía, y aún lo estaba.
—¿Estamos. . .? —comencé en voz baja.
Ignifex me puso abajo. —No —dijo—. Es otra habitación. Una ilusión. —
Se sentó y se arrojó sobre la hierba—. Pero se ve casi igual. —Sonaba
nostálgico.
Me di la vuelta lentamente. Detrás de mí había un marco estrecho de la
puerta de madera, a través del cual podía ver la biblioteca, pero por lo
demás la ilusión era perfecta. Una brisa agitaba las flores y susurró contra
mi cuello; tenía la misma delicada inmensidad como la brisa que había
sentido correr por los campos que rodean el pueblo, y olía a verano, a la
hierba caliente, y a amplios espacios abiertos.
Sin embargo, a pesar de la similitud del aire, a pesar de que yo supiera
que era una habitación, todavía parecía más vasto que las colinas abiertas
de Arcadia. Al principio no estaba segura de por qué; pensé que
simplemente podría ser el cielo azul o la brillante luz del sol, pero luego me
di cuenta que era las sombras. En Arcadia, el sol proyectaba sombras
suaves, difusas que eran como un murmullo de oscuridad. Aquí las
sombras eran nítidas y claras como los emitidos por una lámpara
Hermética sin su sombra; pero la luz aquí era infinitamente más brillante,
más clara y más viva. Se sentía como si hubiera vivido toda mi vida en el
interior de una pintura plana y sólo ahora había entrado en el mundo real.
No podía ayudarme a mí misma. Giré alrededor, tragando grandes
bocanadas de aire iluminado por el sol, hasta que de repente me di cuenta
de que debía parecer una niña tonta. Me detuve y miré hacia abajo a
Ignifex. Yacía de espaldas, mirando con los ojos entrecerrados contra el
sol. El viento agitaba su cabello húmedo; su rostro parecía más relajado y
humano como nunca lo había visto.
Él me había dicho la verdad: me había traído a algún lugar cálido, un
lugar tranquilo, dorado con un cielo sin atormentar por las sombras. Él me
había recompensado, aunque la noche anterior yo había intentado dejar
que la oscuridad se lo comiera.
Me senté a su lado. —Recuerdas al mundo de antes —dije.
Él no se movió. —Esa es una apuesta segura, ya que soy el demonio que
te arrancó de él.
—Esa no es una respuesta.
—No hiciste una pregunta.
—Así que no lo recuerdas.
—. . . recuerdo la noche —dijo en voz baja—. ¿Sus libros de sabiduría
mencionan estrellas?
He sostenido lo más cercano a eso que nos queda entre mis manos,
pensé, pero no había ninguna posibilidad de que alguna vez le diría lo
mucho que sabía sobre Shade. En su lugar entrelacé mis dedos juntos y
calmadamente le dije—: ‘Las velas de la noche’. Sí.
Era una línea de una de las canciones menores de Hesíodo; había
estudiado minuciosamente la página un centenar de veces, pronunciando
las palabras y tratando de imaginar las llamas en el cielo nocturno.
Él soltó un bufido. —Su sabiduría es más estúpida de lo que pensé. No
eran como velas. Fueron. . . ¿Has visto brillar la luz artificial a través del
aire con polvo, el establecimiento de las motas de polvo en el fuego? —Hizo
un gesto con la mano—. Imagínate eso, repartidos en el cielo en la noche;
pero diez mil motas y diez mil veces más brillante, brillando como los ojos
de todos los dioses.
Su mano cayó en la hierba. Me di cuenta que había dejado de respirar
mientras sus palabras bailaban en mi cabeza, desatando visiones.
—Si amaste el cielo verdadero —dije—, ¿por qué te encerraste aquí con
nosotros?
—Sin duda malicia premeditada.
—No te acuerdas —dije lentamente—. Has perdido tus recuerdos.
—Bueno, yo no me acuerdo saltando de las entrañas del Tártaro.
—¿Recuerdas tu nombre?
Su boca se adelgaza.
—Supongo que tiene sentido que quieras que tus esposas adivinen —
continué—. ¿Qué te sucede si alguien acierta?
—Entonces no tengo maestros nunca más. —Él rodó sobre su costado y
me sonrió—. ¿Quieres salvarme, encantadora princesa?
—Yo no soy una princesa.
—Entonces voy a seguir languideciendo. —Se echó hacia atrás, agitando
una mano letárgicamente—. Qué lástima.
—No te oyes muy preocupado.
—Si hay una cosa que he aprendido como el Señor de los Tratos, es que
el conocimiento de la verdad no siempre es un acto de bondad.
—Esa es una filosofía práctica para un demonio que vive de la mentira.
Él soltó un bufido. —Digo nada más que la verdad. ¿Y cuántas verdades
alguna vez te han consolado?
Me acordé de mi padre diciéndome—: Nuestra casa tiene una deuda y tú
tendrás que pagarla. —Me acordé de la tía Telomache diciendo—: Tu deber
es redimir a tu madre de la muerte. —Yo había oído esas verdades, en
hechos si no en palabras, todos los días de mi vida.
Recordé mis últimas palabras a Astraia, y la expresión de su rostro
cuando se enteró de la verdad acerca de mí y la Rima.
—Ninguna —le dije—. Pero al menos yo nunca he aprendido a vivir una
mentira.
Se sentó. —Déjame que te cuente una historia sobre lo que sucede
cuando los mortales aprenden la verdad. Érase una vez, cuando Zeus
mató a su padre, Cronos; pero ya que era un dios, nadie parece culparlo
por ello.
—He leído la Teogonía —le dije con dignidad—. Sé cómo los dioses
llegaron a ser.
—Entonces sabes que el demonio Tifón era uno de los monstruos que
combatieron para vengar a Cronos.
Temblé, mi garganta cerrándose. Ayer por la noche, él había llamado a
las sombras-demonios Hijos de Tifón. Todavía estaban esperando detrás de
la puerta, detrás del cielo irregular, dispuestas a arrastrarme hacia atrás;
uno es uno y completamente solo…
Ignifex me estaba observando tan de cerca como un gato acechando a
un ratón. —Sí —dijo en voz baja, leyendo el miedo de mi cara—. Tifón
formó una familia.
Me obligué a mirarlo a los ojos. —Ya lo sabía. —Rechiné los dientes—.
La Teogonía lo llama ‘Padre de Monstruos’. Y Zeus arrojó a todos los
monstruos en el Tártaro. ¿Cómo entraron estos en tu casa?
Bueno, esa es una historia divertida. Cuando Zeus finalmente obligó a
los hijos de Tifón entrar en el abismo del Tártaro, le rogó a su madre, Gaia,
evitar que ellos causasen estragos en la tierra nuevamente. —Su voz se
suavizó, perdiendo su borde burlón, y se deslizó como una cinta de seda a
través de mi piel—. Así que Gaia encerró todo el Tártaro dentro de una
gran torre, y puso la torre en una casa, y la casa en un cofre, y el cofre en
una concha y la concha en una nuez y la nuez en una perla, y la perla la
puso en un hermoso frasco esmaltado que ella selló con un corcho y cera.
Una ráfaga de viento sacudió la hierba que nos rodeaba. Parpadeé, luego
crucé los brazos. La voz de mi enemigo no debe ser reconfortante.
…la sombra burbujeó fuera de mi piel y me miró como se escurría por mis
brazos…
Mis uñas se clavaron en mis brazos. —Entonces, ¿cómo llegaron a salir?
—demandé.
—Bueno, verás, Prometeo amaba a la raza de los hombres y les dio
fuego contra la voluntad de Zeus.
—Y Zeus lo encadenó a la roca y puso a un águila a comer su hígado
todos los días. —Yo conocía bien la historia; había existido un libro con
una imagen llamativa que hizo que Astraia gritara de horror.
—¿Qué tiene eso que ver con los hijos de Tifón? —Me las arreglé para
obtener el nombre sin un temblor.
—Oh, ¿han olvidado los Resurgandi ese detalle? Zeus no lo castiga por
el fuego. No se atrevía a arriesgarse a otra guerra entre los dioses. En su
lugar, le tendió una trampa. No había todavía ninguna mujer mortal, y
Zeus se negó a hacer alguna, diciendo que las generaciones futuras
podrían rebelarse contra los dioses. Sabía que Prometeo; que amaba más a
la humanidad que a la razón; no podía permanecer al margen mientras la
raza se extinguía. Y, en efecto, Prometeo se ofreció a hacer una apuesta.
Zeus crearía una mujer mortal y la dejaría tener hijos, pero también le
pondría una prueba de obediencia. Si fallaba, la humanidad sería
maldecida con la desgracia y Prometeo sería encadenado para el águila,
pero si ella aprobaba, la humanidad viviría en la dicha para siempre.
—Esa fue una apuesta estúpida –murmuré.
Ignifex arrancó una margarita y la dio vueltas entre los dedos. —
Supongo que los dioses como los hombres tienden a ser estúpidos cuando
tienen la oportunidad de obtener todo lo que quieren. —Aplastó la flor, con
la cara enfurecida por un momento.
Luego me sonrió fácilmente. —Así que Zeus creó a Pandora, la primera
mujer mortal, y por dote le dio el frasco de las sombras, con la orden
estricta de que nunca debería abrirlo. Se casó con un hombre mortal y le
dio hijos y se podría pensar que todos vivieron felices para siempre. Pero
Zeus había hecho el rostro de Pandora tan hermosa como la aurora y su
alma errante como el viento, por lo que no pasó mucho tiempo antes de
que Prometeo se enamorara de ella y ella de él. Pandora le rogó que la
llevara lejos de su marido, pero él se negó: porque ella iba a morir pronto,
en cualquier caso, y él pensó que era mejor dejarla vivir sus días con otro
mortal.
Yo sabía lo que venía y apreté mis manos, sin querer escuchar las
palabras, no queriendo mostrar mi miedo.
—Pandora fue lamentando su suerte en el bosque silencioso, y luego
fuera del bosque llegó en un susurro. Quizás fueron mis maestros, tal vez
algo más, igual de travieso. Decía—: Abre tu frasco. Si tiene el coraje de
enfrentar toda clase de mal que surja, en la parte inferior de la misma se
encuentra esta esperanza: que nunca vas a morir, para llegar a ser como
Prometeo por toda la eternidad. Así que ella abrió el frasco.
—Porque siempre debes confiar en las voces incorpóreas en el bosque —
murmuré, clavando las uñas en mis palmas mientras intentaba no
imaginar el estallido del tapón, el primer susurro de la canción haciendo
eco de la boca del frasco.
—…y todos los hijos de Tifón salieron y comenzaron a devastar el
mundo, causando enfermedad y muerte y locura en la raza de los
hombres.
Recordé las sombras burbujeantes fuera de mi piel, la gente gritando en
el estudio de Padre, y si esto se hiciera al mundo entero al mismo tiempo…
—Pero porque habían mirado a los ojos de Pandora cuando salieron,
estaban obligados a ella. Podrían ser encerrados de nuevo sólo si Pandora
fuera echada en el frasco, y como ella pidió clemencia, esto es lo que hizo
Prometeo. Entonces, después de haber perdido la apuesta, él se entregó a
Zeus, quien lo encadenó para el águila.
—Así que Zeus consiguió lo que quería: Prometeo fue encerrado,
mientras que el daño hecho por los hijos de Tifón garantizó que la
humanidad nunca podría prosperar lo suficiente como para amenazar a
los dioses. Prometeo consiguió lo que quería: las hijas de Pandora
quedaron atrás y la raza de los hombres continuó. Y Pandora consiguió lo
que quería: ella nunca murió, sino que se convirtió exactamente como
Prometeo, para ellos, ambos atrapados en el tormento eterno.
Terminó y alzó las cejas hacia mí, como si estuviera esperando una
reacción.
Lo fulminé con la mirada. Mi piel todavía se crispó con el horror de
sobra, pero yo no iba a darle cualquier tipo de espectáculo.
—Yo no veo cómo esa historia demuestra tu punto —le dije con
frialdad—. Si Pandora hubiera sabido toda la verdad, ella nunca habría
abierto el frasco.
Y si no hubiera sido tan estúpida, ella jamás habría imaginado que
podía hacer que sus deseos imposibles se hicieran realidad. Pero yo no
estaba dispuesta a admitir que en este momento, entendí cada onza de
desprecio de Ignifex por sus víctimas.
Se inclinó hacia mí, por una vez sin la risa en sus ojos. —Era
exactamente como tú. Ella fue lo suficientemente valiente para arriesgar
cualquier cosa por lo que ella quería, y sabía un poco demasiado de
verdad.
En las últimas palabras su voz se hizo más suave y amarga. Antes de
hoy, nunca lo había visto tan serio, y me hizo sentir como si la tierra se
tambaleara por debajo de mí.
Me incliné hacia delante, mostrando los dientes. —¿Te gusta Prometeo
para ti, entonces? ¿Me lanzarías en un frasco para salvar al mundo?
—Soy el señor de los demonios, ¿recuerdas? —Él apartó el pelo de mi
cara, haciéndome estremecer de nuevo—. Yo no te mataría por la mitad de
una buena razón. Pero hay que admitir que eres toda una Pandora, pero
con motivos menos egoístas. Anoche mismo abriste tu propio frasco.
Por un instante pude sentir las sombras burbujeantes a través de mi
piel, aunque me senté a salvo en la luz del sol.
—Sí, y ¿cómo aquellos demonios llegaron a estar detrás de esa puerta?
—exigí—. O detrás del cielo y afuera en nuestro mundo, si todos están
encerrados con Pandora.
—¿He dicho ‘todos’? Zeus deja uno o dos permanecer afuera, para
humillar aún más la raza de los hombres.
—¿Uno o dos?
—O tres, o cuatro, o diez mil. Pero no lo suficiente para destruir a la
humanidad, por lo que la fatalidad de Pandora logró algo.
Me froté los brazos y aparté la mirada hacia el horizonte. —La oscuridad
estaba comiéndote la otra noche. Era diferente.
—Oh, a mí, a mi simplemente no me gusta la oscuridad.
—Tú… —Lo miré accidentalmente y le vi directamente dentro de sus
ojos. Recordé el miedo en esos ojos mientras él decía, Por favor, y sacudí
mi cabeza, la garganta apretada.
—¿Qué? ¿Cree que casi me muero? Voy a tener que hacerte saber, que
no soy tan fácil de matar como eso. —Yo estaba mirando a la hierba, pero
le oí moverse—. ¿Acaso piensas que fue la primera vez que me vi envuelto
por la oscuridad?
—No —murmuré, aunque yo no había pensado en ello antes.
—Y no me digas que lo sientes, porque eso te haría una asesina muy
lamentable.
—¡No soy una asesina! —Mi cabeza se levantó y vi que estaba
arrodillado junto a mí.
—Oh. Lo siento. Eso te hará una saboteadora muy lamentable para
alguien que lleva un cuchillo para fines violentos. —Sus ojos de gato
carmesí se reían de mí.
Sonreí. —Entonces menos mal que no me arrepiento. Ojalá te hubiera
dejado más tiempo.
—Bueno, eso es una lástima. —Se inclinó hacia mí. Su clavícula estaba
húmeda, y me di cuenta de repente que mi vestido todavía se aferraba a mí
en pliegues húmedos pálidos–. Porque yo sólo había estado pensando en
maneras en que podrías hacerlo por mí.
Me tocó la barbilla con un dedo. El aire estaba quieto y caliente en mi
garganta.
De pronto su mano bajó a tirar la llave de mi corpiño. Él la hizo girar
mientras se sentaba de nuevo, riendo, y luego la colgó en una de las la
cintas atadas sobre su pecho.
—Tú… —Me atraganté. Entonces me lancé sobre su garganta.
Él me bloqueó fácilmente con un brazo, pero ambos caímos; él aterrizó
sobre su espalda conmigo encima de él.
—¿Lo ves? —dijo—. Para nada una buena asesina.
—Cállate —gruñí, y detuve su boca con un beso.
Lo dejé atónito por un momento; luego cerró sus brazos a mí alrededor y
me devolvió el beso tan ferozmente como la luz del sol pegando en mi
espalda, y durante unos minutos no dijimos nada. Yo no sabía por qué
nunca me había sentido que podía disolverme o deshacerme, ese beso se
sentía como volver a la vida, y estaba indefensa sólo en la forma en que yo
no podía hacer nada para evitar que mi corazón lata.
Finalmente lo dejé ir. Todavía tumbados uno al lado del otro, sólo a un
suspiro; su mano derecha estaba bajo mi cabeza, y su mano izquierda
abrazó mi hombro. No se parecía a las mañanas perezosas cuando me
negué a salir de la cama. Yo sabía que él era mi enemigo, mi casa, y mi
mundo entero; yo sabía que probablemente no tiene misericordia para mí y
sin duda no debo tener ninguna para él. Y yo estaba preparada para
levantarme y luchar contra él, pero todavía no. Todavía no.
Seguramente yo podría estar en su abrazo otro momento, escuchando
su constante respiración, mi propio corazón latiendo rápidamente.
Seguramente yo podría dormitar un poco más en este sueño iluminado por
el sol de la felicidad donde me sentí amada y segura.
Él trazó un dedo por mi pelo. —No creo que haya tenido una esposa con
este cabello largo y oscuro. No tienes de qué avergonzarte cuando estés
con las otras.
Pero los sueños, por supuesto, siempre terminan.
Me aparté de su mano y me senté. —No cuentes tus trofeos antes de que
estén muertos.
También se sentó. —Y yo que pensaba que te estaba dando un
cumplido.
—¿Es por eso que tomas esposas? ¿Así se verán bonitas, todas en una
fila?
Él miró hacia otro lado. —Las tomo por orden de mis maestros —dijo
rotundamente—. Ellos quieren estar seguros de que sé que nadie puede
adivinar mi nombre.
La honestidad en sus palabras hizo mi respiración entrecortada. Miré al
suelo, no queriendo volver a verlo en un momento en el que yo podría
tenerle lástima, y finalmente me di cuenta de ello: un susurro silencioso de
un latido del corazón, lo percibí en lugar de escucharlo. Este zumbaba en
el suelo, ondulado por el aire, y me di cuenta.
—Sí —dijo Ignifex—, este es el Corazón de la Tierra.
Parpadeé hacia él. —¿Qué es eso?
—Oh, no te molestes en parecer inocente. Puedo dibujar tus sellos para
ti.
—Entonces, ¿por qué me has traído aquí?
—Es bonito.
—¿No crees que nuestro plan va a funcionar?
—Yo le daría las probabilidades más bajas.
Me incliné hacia delante, con la esperanza de que por una vez su
temperamento de regodeo sería útil. —¿Por qué no? Explícame cómo soy
estúpida, esposo.
Asomó la nariz. —No eres estúpida ni tampoco es tu plan. Pero el
Corazón de Aire está totalmente fuera de tu alcance. Y tu gente ni siquiera
has comenzado a comprender la naturaleza de esta casa.
—Entonces dime. —Incliné la cabeza—. ¿O tienes miedo?
—No —dijo tranquilamente, y de repente cayó al suelo, con la cabeza
apoyada en mi regazo—. Cansado.
Tragué saliva. La fácil comodidad del gesto me tocó de una manera en
que sus besos no lo hacían. Yo no podía entender por qué seguía actuando
como si confiara en mí.
—Tuve una noche muy larga —agregó, mirándome por debajo de sus
pestañas.
—Te dije que no me arrepiento —gruñí.
—Por supuesto que no. —Él sonrió con los ojos cerrados.
—Te mereces todo eso y más. Me hizo feliz verte sufrir. Lo haría todo de
nuevo si pudiera. —Me di cuenta de que estaba temblando con la
inmensidad cayendo fuera de mí—. Yo lo haría una y otra vez. Cada noche
me gustaría atormentarte y reír. ¿Entiendes? Nunca estás a salvo conmigo.
—Di un tembloroso suspiro, tratando de esperar alejar el escozor de las
lágrimas.
Él abrió los ojos y me miró como si yo fuera la puerta de Arcadia y de
nuevo al verdadero cielo. —Eso es lo que te convierte en mi favorita. —Alzó
la mano y limpió una lágrima de mi mejilla con el pulgar—. Cada pedacito
de maldad de ti.
Nunca nadie me había mirado de esa manera, y ciertamente no después
de ver que el veneno seguía encerrado en mi interior. Ni siquiera Shade,
porque siempre había tratado de ser amable con él.
Casi beso Ignifex de nuevo, pero yo sabía que si lo hacía ahora no
pararía. Nunca sería capaz de luchar contra él, y se lo debía a Astraia,
Shade, Madre, todo el mundo para acabar con el poder de esta criatura.
Así que yo lo empujé de mi regazo y me paré, porque si yo lo sostenía
por más tiempo, yo no sé si sería capaz de traicionarlo.
—Te engañé —le dije—. Voy a seguir buscando una manera de
detenerte. —Y salí por la puerta antes de que el pudiera decir una palabra
más.
Traducido por Kathfan
Corregido por Lucero Rangel
Pasé la mayor parte del día en mi habitación, tratando de dormir una
siesta. Planeaba pasar la noche explorando, quería estar tan alerta como
fuera posible, así podría evitar más desastres.
Pero el sueño no vino fácilmente. Un pensamiento serpenteaba dando
vueltas en mi cabeza: lo besé. No en contra de mi voluntad, no por el bien
de mi misión, sino simplemente porque lo deseaba, había besado al
monstruo que rige nuestro mundo.
Tomó esposas por orden de sus maestros. Ellos querían que él supiera
que nunca podría ser libre. Habían quemado agujeros en el cielo y dejaron
que los demonios; Hijos de Tifón; saquearan a las personas en contra de
su voluntad.
Si estaba diciendo la verdad. Quería creerle pero cada una de las
historias que siempre escuché sobre él, coincidían en que era un
embustero, incluso si Ignifex era menos malo de lo que pensaba, incluso si
era; de alguna loca manera, tan inocente como Shade; eso no me
excusaba.
Anoche había besado a Shade. Anoche fue tan bueno como si dijese que
me amaba, y yo había pensado que lo amaba también. Cuando pensaba en
él; sus raras sonrisas, su suave bondad, la paz en su tacto; todavía lo
deseaba.
Me di la vuelta y hundí la cara en la almohada. El calor del sol se había
esfumado de mi pelo, pero todavía podía recordar el ardor a través de mi
espalda. Casi podía sentir el calor del cuerpo de Ignifex debajo del mío. Lo
deseaba a él también.
¿Qué clase de mujer era yo?
Eventualmente me quedé dormida. Me desperté, con los ojos pesados,
con el pelo aplastado en mi cara y me fui a cenar por mi cuenta para que
Shade no me convocara. No creo que pueda soportar verlo aún. Ignifex no
llegó a la mesa de la cena, lo cual era extraño, pero comí en silencio y
decidí que entre más me ignorara, mejor. Luego volví a mi habitación para
esperar la caída de la noche.
—¿No vas a usar un camisón?
Me giré y vi a Ignifex apoyado contra el marco. Una vez más, llevaba el
pijama de seda oscura.
—Tenía la esperanza del de encaje —continuó—, pero seguramente
podría soportar algo completo al menos. Puse un montón en tu armario.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Exigí, agarrando uno de los postes
cariátides de la cama. No importaba lo mucho que me lo había reprochado
a mí misma más temprano, quería cerrar la distancia entre nosotros.
—Pasar la noche. —Caminó dentro—. Mira el lado bueno, podrías
arreglártelas para estrangularme mientras duermo.
Detrás de él, Shade fluyó; siendo una simple sombra, arrastrándose
como el haz de una vela, me puse rígida. ¿Sabía lo del beso? ¿Había
alardeado Ignifex con él?
—¿Por qué? —Me las arreglé para preguntar.
—Porque tienes un buen regazo. —Puso su mano en el rostro de una
cariátide y se inclinó hacia mí—. Y porque tenía una pequeña y extraña
sensación de que estabas pensando en meterte en problemas esta noche.
—Yo siempre estoy pensando en meterme en problemas —le dije. Podía
sentir cada contorno del espacio entre nosotros y me preguntaba si esta
debilidad era visible, si brillaba fuera de mi cuerpo como una aceitosa
capa sobre el agua.
—Es esto o encerrarte —dijo alegremente—. Hay veinte minutos
sobrantes hasta el anochecer, sabes que lo puedo hacer.
Shade ya estaba encendiendo velas alrededor de los bordes de la
habitación. Pude ver sus movimientos rápidos desde la esquina de mi ojo,
pero no me atreví a mirarlo porque al mismo tiempo no podía dejar que
Ignifex supiera cuánto me preocupaba por su prisionero.
Tuve que recordarme que ambos, Shade y yo éramos cautivos. Levanté
mi barbilla y me encontré con la mirada de Ignifex.
—¿No crees que podría dejarte de nuevo?
Sus dientes brillaron en una sonrisa.
—No sé, ¿lo harías?
La última vela parpadeo a la vida. Shade se deslizó por la puerta y un
poco de tensión me dejó. Por lo menos ahora no podía ver.
—Sólo si creo que te va a matar —le dije.
Y así fue como terminé con el Señor Benévolo en mi cama, su cabeza
apoyada en mi regazo. Parecía aún más joven cuando dormía, y puesto
que tenía los ojos cerrados, parecía humano. Le acaricié el pelo a la ligera,
que era suave y sedoso como el pelaje de nuestra vieja gata Penélope y me
pregunté si alguna vez ronroneó.
Lo llamaban; entre otras cosas; el elocuente engañador, porque podía
llevar a los hombres a creer cualquier falsedad sin decir nunca una
mentira. Podía no confiar en sus palabras y mucho menos en sus besos.
Pero él me había salvado de las sombras, se había aferrado a mí para
consolarme en la noche y él me había llevado al campo de flores. . . quizá
no totalmente en aras de conseguir la llave.
Eso es lo que te hace mi favorita, había dicho. Sabía que era patética,
más que eso, obscena, pero esas simples palabras las cuales pueden ser
fácilmente una mentira, me hicieron querer cuidar de él.
Pero lo que yo quería no tenía importancia, y tampoco lo hizo, lo que
pudo o no pudo sentir por mí. Yo había pensado en esto durante mi cena
solitaria. No lo hacía, ni siquiera importaba si de buena gana hizo tratos o
no, ni si los demonios atacaban a las personas bajo sus órdenes o en
contra de su voluntad. Lo que importaba era salvar Arcadia, y asegurarse
de que nadie más iba a morir como mi madre o Damocles, que los hijos de
Tifón no devastaran a cualquier otro como el hermano de Elspeth. Y estaba
segura de que Ignifex no había mentido cuando dijo que había tenido
maestros, que establecían las leyes para su existencia y le ordenaban
tomar esposas. No era posible mantener Arcadia en contra de su
voluntad.
Si quería deshacer el Cataclismo, tendría que derrotar no sólo a Ignifex
sino a sus maestros también.
Sin duda Ignifex no podía desafiarlos directamente, no más de lo que
Shade podía hablar de sus secretos. Pero aun así Shade me había ayudado
y seguramente Ignifex habría estado más dispuesto a doblar las reglas.
Me di cuenta de que había estado acariciando su cabello desde hace
algún tiempo. Me detuve, pero no me pude resistir deslizando mis dedos
por su mejilla. Sin despertar, se apoyó en el tacto.
Contra toda razón, parecía que confiaba en mí. Tuve una idea ahora, de
cómo podría utilizar esa confianza en su contra. Si fuera cualquier hija de
un Resurgandi, cualquier hermana de Astraia, seguramente lo haría.
—Shade —susurré—. ¡Shade!
Llamé por varios minutos antes de que apareciera, condensando su
esencia justo a mi lado. Me había preparado a mí misma para este
momento, pero cuando nos miró, me sentí caliente y fría a la vez con la
vergüenza. Su cara estaba en blanco, pero cuando su mirada parpadeo a
Ignifex, me pareció ver el dolor en la comisura de su boca.
—¿Por qué eres buena con él? —preguntó, y me estremecí. No sabía ni
la mitad.
No importaba si Shade me odiaba. Yo misma me había dicho esto una y
otra vez, pero todavía tenía que tragar explicaciones y excusas.
—Es útil —dije secamente—. Todavía voy a derrotarlo, ya sabes—. Tan
pronto como las palabras salieron de mi boca, me di cuenta de que sonaba
defensiva y condescendiente, pero no importaba. Seguí adelante—. Yo sé
que no me puedes decir mucho, pero escucha y asiente con la cabeza sí o
no, si puedes, cuando la oscuridad estaba quemándolo, trataste de dejarlo,
así que claramente no careces de la voluntad para lastimarlo. Pero no le
has matado todavía, aunque en 900 años debes haber aprendido como.
Shade me miró, su rostro era una máscara pálida.
—No sólo estás obligado a obedecerle, ¿verdad? Estas obligado a no
hacerle ningún daño y probablemente a protegerlo también de cualquier
daño permanente, porque si hubiera un vacío legal tan fácil lo habrías
utilizado en su contra. ¿Estoy en lo cierto?
Después de un momento, Shade asintió, y ahora no había ira clara en
su rostro.
—Bueno… —Pude sentir mis latidos acelerándose con cada
respiración—. Quiero que me traigas el cuchillo que él me quito ayer o te
juro por el río Estigia que voy a desgarrar fuera, primero sus ojos y luego
los míos.
Hizo un movimiento medio fallido, entonces se me quedó mirando.
—No le voy a hacer daño con el cuchillo —le dije—. Pero si no lo traes,
voy a cumplir mi juramento, y será tu culpa que lo haya hecho.
— . . .no te creo —susurró.
Me encogí de hombros.
—O tal vez no lo haré. Entonces habré hecho perjurio y tú sabes cómo
los dioses tratan a los interruptores de juramento.
Se me quedó mirando un momento, luego se desvaneció abruptamente.
Miré a Ignifex. Mi corazón corría tan rápido y frío como un río en deshielo.
Si yo hubiera juzgado mal a Shade, o a Ignifex.
Pero unos minutos más tarde, Shade volvió con el cuchillo apretado en
la mano.
—Gracias —le dije, tendiéndole una mano—. Tengo un plan. Lo
prometo.
Shade se quedó fuera de alcance, mirándome con sus brillantes ojos
azules, establecidos en la descolorida reflexión de la cara de Ignifex… pero
otra vez, como en el Corazón de Agua, se parecía al original, al único que
importaba. Al único que debería amar. Deseaba la oscuridad que podría
devorarme por lo que estaría oculto desde su mirada.
—Creo… —dije con desesperación—, es la única manera de salvarnos a
todos.
Shade asintió lentamente, como si aceptara una fatalidad inevitable. —
Todo lo que le das, lo usara en tu contra —dijo—. Haz lo que debas. Pero
no confíes en él.
Tragué saliva —Yo no lo hago.
—No tengas lástima de él.
Mi corazón latía dolorosamente; yo era muy consciente de su peso
caliente en mi regazo.
—No la tendré —le dije, porque yo siempre había sido capaz de odiar a
todo el mundo.
Me tendió el cuchillo; cuando lo tomé, se inclinó y me besó,
rápidamente, pero con fuerza. —No dejes que te haga daño —dijo y
desapareció.
El beso ardió en mis labios. Incluso después de que había salvado a su
captor y hacerlo ayudarlo, Shade todavía se preocupaba por mi seguridad.
Aún me amaba. Y aún lo amaba también, si pudiera atreverme a llamar a
este sentimiento egoísta amor.
Pero lo besé con la cabeza de Ignifex descansando en mi regazo, con sus
ojos cerrados en la confianza, o la locura, que parecía más probable,
haciendo que la culpabilidad se arrastrara bajo mi piel como gusanos.
Mi mano se cerró en el cuchillo. Sólo una cosa importaba. Tuve que
recordarme eso a toda costa.
Cuando los ojos de Ignifex se abrieron la mañana siguiente, tenía el
cuchillo en su garganta.
—Buenos días, esposo —dije amablemente, aunque todo mi cuerpo
vibraba de frío, monótona canción del miedo—. ¿Te gustaría aprender tu
nombre?
Sentí su cuerpo tenso, pero su rostro seguía siendo impresionante
tranquilo.
—Sí —añadí—. Es el cuchillo virgen y has sido negligente en hacer
cualquier cosa sobre mis virginales manos, por lo que podría matarte
ahora mismo.
Pero mis manos vírgenes estaban temblando. Yo no sabía si podría
matarlo, sólo lo había supuesto debido a la rapidez con la que siempre
tomó el cuchillo lejos de mí. En un momento podría saber si tenía razón,
que contra todo pronóstico, la mentira que mi familia había dicho a toda
Astraia era la verdad absoluta.
O, en un momento él podría reírse, tomar el cuchillo y explicar cómo era
tan indefensa e ilusa como el día de mi boda.
Él no sonrió. —Sabía que me estaba olvidando de algo.
Dejé escapar el aliento lentamente. El alivio no se sentía como cualquier
cosa: el miedo reprimido y esperando todavía estaban allí, quemando a
través de mis venas, temblando en mis manos.
—Dime la verdad —le dije. Por lo menos mi voz era firme—. ¿Quieres ser
libre, no?
Él arqueó las cejas.
—¿Por qué sospecho que estás a punto de ofrecerme un trato?
—Es uno muy bueno. Te voy a dar el cuchillo y veremos tu nombre
juntos.
—Todavía somos enemigos —dijo.
—Por supuesto lo somos. Y voy a seguir tratando de derrotarte y tú
seguirás tratando de detenerme, pero mientras tanto, vamos a buscar tu
nombre.
Esperé. Yo sabía lo que iba a decir a continuación: Déjame hacer algo
acerca de esas manos virginales y vamos a tener un trato. Era lógico, pues,
obviamente, podría conseguir el cuchillo siempre que quisiera y mientras
yo permaneciera virgen, todavía podría utilizarlo para cumplir con la
Rima.
No importaba lo mucho que deseara sus besos, la idea de dejar que me
posea por completo todavía era aterradora. Pero había venido aquí
preparada para ofrecer tanto como eso. No podía echarme atrás.
—Trato —dijo.
Parpadeé. Él extendió la mano y tocó mi muñeca.
—¡Muy bien! —Tiré del cuchillo. Él cogió mi muñeca, tomó el cuchillo y
lo lanzó a través del cuarto.
—¿Estás preocupado por el cuchillo, pero no por mis manos? —le exigí.
—Bueno, yo soy el poderoso señor de los demonios y tengo tu cuchillo.
Parece justo que te deje algunas ventajas.
—Pero… —Me di cuenta con una ola de vergüenza que a pesar de mi
alivio también estaba decepcionada. Mi cara se calentó.
Él sonrió como si lo supiera y besó mi palma.
Yo le di una bofetada en la cara. —No me hagas perder el tiempo —dije
secamente y salí de la cama.
Traducido por Natalicq
Corregido por DeniisRodriguez
—Pero tienes que recordar algo —le dije.
Ignifex se inclinó sobre mi hombro. —Recuerdo el fuego y la sangre.
Supongo que era el Cataclismo. Entonces mis maestros me explicaron los
términos de mi existencia. Y entonces yo estaba aquí en mi precioso
castillo, y creo que ya sabes el resto.
Estábamos de vuelta en la biblioteca. Cualquiera que sea el estado de
ánimo que se había apoderado de ayer se había ido; la luz del día brillaba
a través de las ventanas, a través de los pisos secos y nada creció a través
de los estantes solamente una capa tenue de polvo. El aire caliente olía de
nuevo a papel viejo.
Esta habitación era larga y estrecha; una mesa redonda asentada en un
extremo, con apenas espacio suficiente a su alrededor para caminar. Me
senté a la mesa con libros apilados todos cerca de mí mientras Ignifex
alternativamente se paseaba y paraba. Había sido mi idea comenzar aquí:
pensé que podría haber algo que aprender de lo que estaba censurado en
los libros. Hasta ahora, todo lo que pudimos descubrir fue que no
debíamos saber mucho sobre el antiguo linaje de reyes.
Y yo había descubierto que no importaba cuántas veces me enojé con
Ignifex, no hizo nada para detener el zumbido de la conciencia de lo cerca
que estaba, que podía tocarle aunque sólo alcancé…
—¿Quiénes son tus maestros? —le pregunté, al mismo tiempo que
remonte a enganchar una llave de uno de sus cinturones, porque burlarlo
era una idea mucho mejor que besarlo.
Justo a tiempo, mientras él se alejaba a caminar de nuevo. —Si los
conocías en absoluto, serían como Los Benévolos.
—¿Los Benévolos? —hice eco, deslizando la llave arriba de mi manga.
—Por supuesto que no las conoces.
—Por supuesto que sí, porque me he pasado toda mi vida estudiando
todo lo relacionado con las artes herméticas, demonios, y tú. —Realmente
no era justo enojarse con él ya que no hacía nada para detener mi deseo
por él—. Pero sólo hay unas pocas referencias confusas a ellos en algunos
cuentos muy antiguos. Todo el mundo piensa que son un mito… tal vez
otro nombre para la defensa de los dioses…
—Han pasado 900 años desde que fueron vistos en esta tierra. —Él se
volvió hacia mí.
—Desde que fuimos sellados lejos.
—Desde que ellos adquirieron un corredor. —Dejó caer las manos a la
mesa a cada lado de mí y me habló al oído— ¿De dónde crees que obtengo
el poder para mis negocios?
Miré hacia arriba para contestarle, pero el movimiento acurruco mi
cabeza contra su pecho. La calidez del contacto me aturdido por un
momento, y en ese espacio el deslizó sus dedos en la manga y tiró de la
llave.
—Mejor suerte la próxima vez. —Él me besó en la mejilla.
La condescendencia se sentía como agujas debajo de mi piel. No estaba
fingiendo para nada cuando di un puñetazo de lado en su pecho; he
utilizado el movimiento para tirar otra llave de su cinturón.
—Háblame de los Benévolos —le dije inmediatamente, y la distracción
parecía funcionar, porque él partió a pasear de nuevo mientras yo soltaba
esta llave en la parte delantera de mi vestido—. ¿Quiénes son? ¿Dioses o
demonios?
—Ninguno de los dos, me imagino. Son la unidad de Aire y Sangre. Los
Señores de Trucos y Justicia.
Me moví, y la llave se deslizó hacia abajo y se detuvo encima de mi
estómago. Yo estaba bastante segura de que no se vería tan lejos hacia
abajo.
—Ellos vengan a los agraviados, cuando les conviene. Cierran tratos con
los desesperados, cuando les conviene. A ellos les encanta burlarse. Dejar
respuestas en los bordes, donde cualquiera podía verlos pero nadie lo
hace. Para decir la verdad cuando es demasiado tarde para salvar a nadie.
Y siempre son justos.
—¿Justos? Creo que los demonios tienden a usar esa palabra de manera
diferente de lo que lo hacemos nosotros.
—Déjame que te cuente una historia de antes del Cataclismo. —Se
volvió hacia mí, y me prepare para tratar por otra llave—. Érase una vez,
había un hombre cuya esposa se enfermó, pero un mes después de su
boda, y en tres días ella estaba casi muerta. El hombre se fue al bosque y
llamó a los Benévolos, quienes le ofrecieron este pacto: su mujer iba a vivir
y durante diez años él podría disfrutar de su amor, pero después de ese
tiempo le darían caza por el bosque y dar un banquete a sus perros sobre
él. Sin embargo amablemente, ellos le ofrecieron la oportunidad de
escapar: si al cabo de diez años él podía nombrar sólo a uno de los
Benévolos, ellos le permitirían vivir el resto de sus días en paz.
Frustrantemente, Ignifex permaneció a unos pocos pasos de distancia,
con una mano se apoyó en una estantería, completamente inmerso en su
historia. Tratando de verme absorta, me levanté en silencio y di un paso al
costado.
—El hombre estuvo de acuerdo. Su esposa vivía, pero ella estaba
postrada en cama para siempre y lo llevó medio loco con quejas. Ella le dio
una hija, pero la niña fue ingenua; ella no dijo nada salvo una sola palabra
sin sentido todo el día, no importa lo que él la golpeó. Así que el hombre
vivió en la miseria durante diez años. Cuando su tiempo se había
terminado, trató de negociar por su vida, ofreciendo a su hija en su lugar.
Yo arranqué un par de llaves de uno de sus cinturones, mis manos tan
ligeras como una pluma, y traté de ignorar cómo sonaba de petulante.
Como si el hombre había hecho mal con el único propósito de probar a
Ignifex en lo correcto.
—Los Benévolos se negaron, pero antes de que echaran a sus perros
sobre él, le dijeron que la palabra que su hija dijo era el nombre que podría
haber salvado su vida. Si hubiera sido más amable con ella, él podría
haber adivinado y vivido. Dime, ¿no era eso justicia? —Él sonrió y cogió
mis manos apretadas en la suya.
—Él era un hombre terrible. —Estuve de acuerdo, tirando de mis
manos. Su apretón era como el hierro—. Pero a mí me parece que si
rompes una cosa, no puedes quejarte de que está en pedazos.
Ignifex cambió su agarre para tratar curiosamente abrir mis manos. En
un instante me había arrancado mis manos libres y me di la vuelta,
arrojando las llaves a través de la habitación cuando Ignifex agarró mi
cintura por detrás.
—No hay gente honesta jamás negociando con los Benévolos. —Su
aliento me hacían cosquillas en el cuello—. Sólo los tontos. El orgulloso.
Los que creían que merecían el mundo a ningún precio.
Tenía la esperanza de que él no pudiera sentir la llave todavía clavada
en el estómago de mi vestido. —¿Es eso lo que piensas de los que hacen
negocios contigo?
Me acordé de Damocles diciendo, voy a hacer esto por ella así cueste mi
alma. Ciertamente, él había sido un tonto, quizás de una manera había
estado orgulloso, pero había estado más que dispuesto a pagar.
—Por supuesto. —Ignifex me suelta y ríe entre dientes mientras yo
tropiezo hacia adelante y me atrapo a mí misma contra la mesa—. Es lo
que pensaba de tu padre cuando él vino a mí pidiendo trato por niños.
Recordé a Padre diciendo, decidí salvar a Thisbe, sin importar el costo, su
voz dura y seca como si estuviera describiendo un experimento hermético,
no explicando cómo había llegado a venderme.
—Toda una vida dedicada a derribar al Señor Benévolo, olvidado tan
pronto como vio las lágrimas de su mujer, a pesar de que él sabía cómo iba
a terminar. Tan ansioso de pecar por ella, que ni siquiera podía detenerse
a pensar a través de su deseo lo suficiente como para darse cuenta de que
le había pedido a su esposa tener hijos sanos, pero no para ella tener un
cuerpo que podría sobrellevarlo y sobrevivir. Se merecía lo que le pasó y
ella también lo hizo.
Mis manos se apretaron sobre la mesa. Me acordé arrodillándome en el
altar familiar, diciéndole a Madre la misma cosa. Recuerdo sintiéndolo
durante años, aunque nunca dejé que se formaran las palabras.
Me di la vuelta y le di una bofetada en la cara.
—Nunca hables de mi madre de esa manera otra vez —le dije.
Mi mano dolía por el golpe, y se sentía más como una transgresión que
cuando había intentado apuñalarlo, pero yo no la podía tomar de vuelta.
Todavía no, con la furia aun retorciéndose en mi estómago.
Su sonrisa se amplió más. —¿Pero soy bienvenido a hablar de tu padre?
Apreté los dientes. Quería negarlo, pero yo odiaba a mi padre y una
parte de mí disfrutaba oyendo a Ignifex culparle de todo.
—Tú eres una novia justa para mí —continuó—. Más de lo que
esperaba, y yo siempre esperaba que tu padre te eligiera.
—¿Tú me viste?
—De vez en cuando. —Dio un paso adelante—. Vi a toda tu familia. Tu
padre, castigándote porque no era lo suficientemente valiente como para
castigarse a sí mismo. Tu tía, odiándote por demostrar que tu madre
siempre tendría la totalidad de su corazón. Tú hermana, fingiendo que
sonreír haría que la oscuridad desaparezca. Y a ti. La hija dulce y amable
de Leonidas, con un mundo de veneno en su corazón. Tú luchas y luchas
para mantener a toda la crueldad encerrada en tu cabeza, ¿y para qué?
Ninguno de ellos te amaba, porque ninguno de ellos alguna vez te conoció.
—Sí. —Apenas podía ahogar la voz; todo mi cuerpo estaba tenso por la
ira—. Tienes razón. Nunca me conocieron. Ellos nunca me amaron. Y
ciertamente no merecía su amor. —Lo empujé un paso atrás— ¿Eso te
hace feliz? ¿Crees que, si se puede condenar a todo el mundo, eso te hará
libre de culpa? —Di un paso hacia él—. Porque si lo haces, eres un idiota.
Mi padre y mi tía me trataron injustamente, pero sigo siendo una niña
egoísta, odiosa que ama su vida más de Arcadia, por lo que merezco ser
castigada. —Ahora lo tenía apoyado contra una estantería— ¿O es que
piensa que tus maestros te eximen? Porque yo no veo cómo eres diferente
de tus negociadores. Los benévolos proporcionan tu castillo y te prestan su
poder, y ¿piensas que eres un prisionero? Incluso si tú no puedes luchar
contra ellos, aún podías todavía rechazarlos.
Nuestros rostros estaban apenas una palma de distancia. Me dolía la
garganta; me di cuenta que había estado gritando en el rostro del Señor
Benévolo. En un momento él se burlaría de mí con esa sonrisa perfecta
hasta que yo no tuviera más orgullo olvidado, o él finalmente se enojaría lo
suficientemente como para castigarme, o…
Él bajó la mirada.
Miró hacia abajo y hacia la izquierda, sin una sonrisa en su cara, con la
mandíbula apretada. Como si él no tenía una respuesta. Como si le
importara lo que había dicho.
—Lo siento, te di una bofetada —murmuré.
—...todo está bien. —Él todavía estaba verdaderamente mirándome—.
Supongo que no debería haber mencionado a tu madre.
—¿Y por qué sigues actuando como si no te haré daño? —Le di la
espalda, las lágrimas punzando en mis ojos y pequeños temblores corrían
por mi cuerpo. Él era un tonto por confiar en mí. Yo era una tonta por
preocuparme si se lesionó. ¿Por qué ya no era mi odio sencillo?
Me cogió de nuevo por la cintura; traté de liberarme y en su lugar nos
caímos hacia atrás al suelo contra la librería en medio de una pequeña
lluvia de libros. Acabé en su regazo, y en un momento sus brazos estaban
cerrados a mi alrededor.
—Bueno —dijo suavemente—, como te habrás dado cuenta, no soy tan
fácil de matar.
Me mantuve rígida contra el calor de sus brazos. —Estoy segura que se
me ocurrirá algo.
—¿Sabes por qué te amo?
Abrí la boca, pero no podía hablar.
Ignifex continuó con tanta calma como si fuéramos un esposo y esposa
normal que discuten su amor cada día. —Toda persona que negocia
conmigo está convencido de que él es justo. Incluso los que vienen de
mirada triste y culpable, lloran a los dioses que son pecadores, pero en sus
corazones creen que su necesidad es tan especial que justifica cualquier
pecado, que son héroes por perder toda su justicia y pagar con sus almas.
—¿Cómo puedes saber eso? —le exigí.
—Porque siempre creen el precio que les digo. Ellos siempre piensan que
pueden pagarlo, porque piensan que sólo están pagando por el deseo en sí,
y en el fondo creen que se merecen ese deseo por derecho. Lo que no
entienden es que no están comprando el deseo, que están comprando el
poder para lograrlo. Y ese poder, el poder de los Benévolos, tiene un precio
infinito. Así que todos se merecen lo que reciben. —Sus brazos se
apretaron a mí alrededor—. Pero tú sabes lo que eres, y lo que te mereces.
Tú me mientes a mí, pero no a ti misma. Es por eso que te amo.
—No te creo. —Las palabras rasguñaron y serpentearon en mi
garganta—. Yo no te creo, e incluso si lo hiciera, todavía te mataré.
—No estés tan segura. —Inclinó su rostro en mi cabello.
Quería golpearlo de nuevo. Me entraron ganas de llorar. Por encima de
todo, quería olvidar mi misión y perderme en el abrazo de la única persona
que había visto mi corazón y reclamó amarme después.
Por un rato, me perdí a mí misma. Descansé en sus brazos y no pensé.
Entonces, tan repentinamente y distintivamente como un reloj repicando
la medianoche, yo sabía que tenía que pasar en ese momento o perderme
para siempre. Me empuje libre de sus brazos y me levanté.
—¿Cómo convertiste a Shade en tu sombra? —pregunté—. ¿Te
acuerdas?
La pregunta rompió el estado de ánimo; en un momento Ignifex estaba
de vuelta en sus pies, toda sonrisa y media sonrisa y los ojos
entrecerrados.
—Yo no lo hice. Siempre he tenido una sombra, como todo el mundo. Y
lo odio porque es un tonto y un cobarde y él intenta robarme a mis
esposas.
Esas últimas palabras fueron tan inesperadas que me reí. Entonces
Ignifex levantó una ceja y me di cuenta de que hablaba en serio, por lo
menos tanto como lo era siempre.
—¿Qué? No me digas que no te ha besado. No eres Helen o Afrodita,
pero no eres simple.
Me acordé de la noche anterior y mi cara se puso caliente. Claro que él
podía ver la verdad en la cara, le solté lo primero que se me vino a la
mente.
—Y tú sabes mucho acerca de las mujeres, encerrado en tu castillo.
—Encerrado con ocho esposas. Y a veces hago visitas a domicilio para
mis negociadores. Hay muchas mujeres encantadoras suficientemente
desesperados como para negociar conmigo.
Esta idea nunca hubiera ocurrido a mí antes, pero —tú tocas otra mujer
y te voy a cortar tus manos—, le espeté.
Él parecía encantado. —Pensé que tenías miedo de hacerme daño.
No había nada que pudiera decir sin que sea peor, así que lo fulmine
con la mirada hasta que él se echó a reír y dijo—: Nunca he cerrado ese
tipo de trato. Aunque es bueno saber que estás celosa.
Me crucé de brazos. La llave oculta en la parte delantera de mi vestido
se clavó en mi piel, recordándome que estaba aquí por más que disputas.
—¿Cómo es Shade un cobarde? —pregunté.
—Ahora estoy celoso.
—No te preocupes, sigues siendo el único que quiero matar. ¿Por qué le
llamas un tonto y un cobarde si nunca ha sido cualquier cosa menos que
tu obediente sombra?
—Él es bastante desobediente. ¿Crees que yo le digo que vaya por ahí
besando a mis esposas? —Atrapó mi barbilla—. Dicen que si quieres algo
bien hecho…
Golpeé su mano lejos. —Si él sólo es tu sombra, ¿no es ridículo competir
con él? Y, ¿cómo sabes que es un cobarde?
Los ojos de Ignifex se abrieron una fracción. —Es un cobarde y un tonto
—repitió distantemente, como si hubiera aprendido las palabras de
memoria. Luego su mirada se volvió hacia mí—. ¿Por qué no puedo
conocer a mi propia sombra?
—Él de alguna manera es mejor que tú besando —le dije—. ¿No te has
preguntado alguna vez cómo?
Si Shade era realmente el príncipe, y yo todavía pensaba que lo era,
entonces tal vez podría suscitar algunos de los recuerdos de Ignifex.
Tal vez yo quería que estuviera celoso, también.
Ignifex abrió la boca para hablar, pero lo interrumpí. —Puedes meditar
eso por un tiempo. Tengo que ir a buscar la manera de derrotarte. —
Caminé hacia la puerta, sabiendo que en un momento el contaría las
llaves en sus cinturones y recordaría las que había tirado por la
habitación. Si tenía suerte, él no se daría cuenta de que la tercera llave no
estaba en el piso hasta que hubiera tenido tiempo para explorar.
Traducido por Mariela
Corregido por Pagan
Corrí por el corredor, tratando puerta tras puerta, pero la llave robada
no podía abrir ninguna de ellas. Al final las odie, jadeando, en el pasillo
con paredes con paneles de madera oscura y un piso pintado como el cielo,
pálido pergamino con una dispersión de nubes y hoyos quemados. Me di
cuenta que estaba parada sobre uno, y moví mis pies. Me preguntaba si
pude haber visto los agujeros pintados hace dos días. Si regresara a la
habitación redonda con el modelo de Arcadia, ¿Tendría su cúpula de
pergamino también hoyos?
Esa habitación no era uno de los corazones, estaba segura. Pero el
espejo con la cerradura que no había sido capaz de abrir, debe ser
importante ya que Shade nunca me contestó ninguna de mis preguntas
acerca de este.
Tal vez el Corazón de Fuego estaba del otro lado.
Valía la pena intentarlo. Volví sobre mis pasos, pensando en la
habitación de los espejos. Siempre había sido más móvil que las otras
habitaciones; en tan solo unos minutos, abrí la puerta y vi a Astraia
sentada en un banco de piedra en el jardín. Sus rodillas estaban cerca de
su barbilla, y su frente estaba arrugada de estar pensando.
Un movimiento brilló en el borde de mi visión. Giré, esperando a un
Ignifex iracundo, pero en su lugar vi a Shade deslizarse por la pared detrás
de mí, todavía atrapado en su forma sin cuerpo a la luz del día. Se detuvo,
vacilando, y luego una de sus sombrías manos fluía por el suelo para
agarrar mi mano.
Mis dedos se curvaron alrededor de su agarre fantasmal. Había estado
justo antenoche que él me liberó de la habitación de las esposas muertas.
Recordé que lloré dentro de sus brazos, recordé besarlo y quererlo con
tanta seguridad como quería respirar.
Se sentía como hace cien años. Y su presencia quieta, una vez tan
confortante, me dieron ganas de encogerme. Sentí como si los besos de
Ignifex estuvieran escritos en mi cara, pero seguramente debería
avergonzarme de besar a un hombre que no es mi esposo.
Seguramente debería de avergonzarme de besar a la criatura que ha
matado a tantos.
—¿Ignifex te mandó? —pregunté.
Fue difícil decirlo, pero pensé que sacudió su cabeza, y supuse que si
Ignifex lo había enviado, hubiera sido con órdenes de arrastrarme de los
cabellos, no preguntando amablemente.
—Pienso que este es uno de los Corazones —dije.
Shade se quedó inmóvil, como si tuviera prohibida cualquier
contracción, entonces supe que tenía la razón. Entonces él me soltó, y
volteé hacia el espejo.
La llave se deslizó fácilmente en la cerradura. Cuando traté de girarla, al
principio se atoró; después hubo un pequeño clic metálico, y se convirtió
fácilmente en un medio circulo. Con un alto, fuerte ruido, el espejo se
quebró en el centro.
Salté hacia atrás, pero nada más pasó. Después de un momento,
camine al frente y giré la llave nuevamente. Ahora había más resistencia;
escuché un clic-clic-clic mientras giraba la llave, como si el movimiento
impulsara un conjunto de ruedas y engranes.
Entonces el espejo se rompió en una cascada de polvo brillante.
Un soplo de aire frio y seco golpeó mi cara. A través de los bordes
dentados del marco era una habitación un poco oscura con paredes de
piedra; cuando caminé por el umbral, vi que era el camino para una
estrecha escalera girando hacia la oscuridad.
—¿Puedes hacer luz durante el día? —pregunté. Pero Shade sólo tiró de
mi mano otra vez. Lo recordé cantando los himnos funerarios a mi lado y
lo seguí abajo en las escaleras.
Muy pronto la oscuridad era absoluta. Me moví lentamente, una de las
manos contra la pared, y la otra agarrando a Shade. Podía sentir la
presión de su toque, pero era sin cuerpo, como si el aire por si solo
estuviera agarrando mi mano. Eso me hizo pensar en cómo los Hijos de
Tifón me habían agarrado y me mantenían en lugar para devorar.
Me obligué a centrarme en la piedra fresca, suave bajo mis dedos y la
cercanía del aire, no había sensación de enorme vacío en esta oscuridad.
No había quemadura de hielo de sombra líquida contra mi mano. Todavía
mi corazón late más rápido, y mi piel se erizó como preparándose para el
terror.
De repente Shade me deja ir. Tropecé hacia adelante y encontré que
había entrado por las escaleras hacia el piso. La pared se había ido y
busqué frenéticamente en la oscuridad, tratando de no entrar en pánico.
Luz deslumbró mis ojos. Parpadeé, ojos llorosos, y vi a Shade de pie
delante de mí, sólido y humano como si fuera de noche, un rizo de luz en
su mano. Estábamos en una amplia habitación circular de piedra,
completamente desnuda y sin rasgos distintivos a excepción de la puerta
que conduce a las escaleras, sin luz excepto la que brilló en la mano de
Shade.
—¿Cómo…? —Mi garganta se secó y mi voz se quebró; tragué—. ¿Cómo
puedes tener cuerpo durante el día?
—Siempre es de noche en esta habitación. —La luz brillaba en sus ojos.
Levantó la mano con la luz más alta, y llamas blancas y oro surgieron
todas alrededor del borde de la habitación. No hacían humo, pero crujían
suavemente; era un sonido cálido, reconfortante, y el aire caliente fluyó
sobre mi cara. Y sentí el repiqueteo de poder.
—Este es el Corazón de Fuego —dije.
Shade asintió. Y me observó, la luz del fuego bailando en sus ojos.
Cuadré mis hombros. —Adelante. Dime que he hecho mal.
Las palabras sobresalían entre nosotros, duras y enojadas. Me di cuenta
demasiado tarde que sería el tipo de cosas que le diría a Ignifex. No eran
nada que debiera decir al cautivo que sólo me ha mostrado bondad.
—Él te ha enseñado la ira —dijo Shade—. Pero él no te ha hecho detener
el tratar de salvarnos.
La ira y la crueldad siempre han sido parte de mí, e Ignifex sabe eso
demasiado bien. Pero al final Shade todavía fue engañado.
—No —dije—. Nunca me detendré. Te salvaré, te lo prometo.
—¿Morirías por eso?
—¿Por qué crees que estoy aquí? —espeté, y luego respiré—. Sabes que
estoy preparada para pagar cualquier precio.
Sus dedos fantasmales bajaron por el lado de mi rostro. —Te has vuelto
tan fuerte. Casi estas lista.
—No me siento lista —murmuré.
—Lo estás —dijo—. Confía en mí.
No me conoces, pensé.
Él siempre me había consolado antes. Pero esta vez, la tensión seguía
enroscada en mis hombros y estómago. Un millón de palabras zumbaban
en mi garganta. Él dice que me ama. Tú me besaste y yo lo quería, pero
también lo quiero a él. Creo que eres el príncipe. Es mi deber salvarte y
juro que lo haré. Creo que soy lo suficientemente mala para amar a un
demonio. Incluso pensándolas picaban como abejas, y me las trague todas.
—Sabes del plan de los Resurgandi —dije a cambio—. Ignifex dice que
nunca funcionará. Que no entendemos para nada la naturaleza de la casa.
—¿Confías en él? —preguntó Shade.
Mire dentro de sus ojos azules que habían visto una vez el verdadero sol,
y en ese momento yo no quería negarle nada. Quise decir No, nunca, por
supuesto que no. Pero las palabras quedaron atrapadas detrás de mis
dientes. Recordé el fuego de Ignifex regresando de las sombras, su cuerpo
acurrucado confiadamente contra el mío, su voz diciéndome, tú me mientes
pero no a ti misma.
Al final dije—: No sé qué pensar. Él no es… No confío en él. Pero no creo
que él sea un monstruo.
Shade tomó mi mano. —Nunca dudes esto: Él es el peor de los
monstruos. Él es el causante de todas mis desgracias, y sería la mayor de
las bendiciones si nunca hubiera existido.
Brazos me rodearon en la oscuridad. Labios contra los míos a la luz del
día. ¿Sabes porque te amo?
Él me conocía. Y me amaba. Y nunca me ha pedido nada. Incluso Shade
me quería para morir por él. Tal vez no debería perdonar a un monstruo
sólo porque me amaba de esa forma… pero…
Pero amarme de esa forma lo hacía un monstruo. Mi castigo fue el
precio para salvar a Arcadia, y sólo un monstruo se preocuparía más de
salvarme a mí en vez de salvar a miles y miles de inocentes. Shade era el
último príncipe; por supuesto si pudiera salvar a solo uno el escogería a
Arcadia. Yo debería de hacer lo mismo.
—Bueno, los Benévolos también parecieran tener el mérito de
censurarte —dije—. ¿Puedes decirme algo sobre ellos?
—Ellos nunca vienen a menos que sean llamados —dijo Shade—. Ellos
nunca se van sin ser pagados.
—¿Son ellos los que te hicieron así? —pregunte—. No se ven como que
lo recuerden. Pensé que te capturaron cuando rondaban Arcadia, pero
tiene que ser más complicado que eso.
Los labios de Shade se cerraron.
—Pienso que él fue hecho para olvidar algo sobre ti. Él parece realmente
creer que tú eres solamente su sombra. Pero luego algunas veces el actúa
como si tú fueras una persona independiente que alguna vez conoció. Dice
que eres un tonto.
El fuego crepitaba más fuerte. Sonaba casi como una risa.
—Él es el tonto —dijo Shade—. El duelo y la ira y él ni siquiera sabe
cómo murieron sus esposas. —Había un filo en su voz que nunca había
oído antes.
La luz del fuego bailaba en sus ojos. ¿Estaban las llamas creciendo más
cerca? Sentí de repente una ola de calor contra mi rostro.
—Él dice que abrieron las puertas equivocadas. O adivinaron mal su
nombre.
—Tres de ellas adivinaron mal. ¿Las otras cinco? Ellas no eran lo
suficientemente fuertes. Cuando las llevé a su habitación y les enseñé la
verdad, ellas murieron. Pero tú. —Su voz llena de amable asombro—. Tú
vistes a los hijos de Tifón y sobreviviste.
Él dijo las palabras con tanta calma y había confiado tanto en él que fue
un momento antes del temor que estremeció en mi estómago.
—No sé nada sobre eso —dije, preguntándome lo rápido que Shade
podía correr. Las llamas estaban definitivamente más cerca ahora, sudor
picaba en mi rostro.
—Tú eres nuestra única esperanza —dijo.
Saqué mis manos de las suyas y me sobresalte.
Pero él no necesitaba correr. Él simplemente se derritió delante de mí y
me agarró de las muñecas, su apretón tan fuerte como el de Ignifex.
—Déjame ir —me quedé sin aliento, tirando de mis brazos en vano.
—Preguntaste como fui hecho —dijo serenamente—. Voy a mostrarte. Te
voy a mostrar todo.
El círculo de fuego se apretó alrededor de nosotros, y el calor
tamborileaba sobre mi piel. Me acordé de la vez que Padre donó un cerdo
para asarlo en la plaza del pueblo, pero el asador colapsó y cuando ellos lo
sacaron el cerdo era un lío ennegrecido.
—¡Vas a matarme! —Mi voz salió tan alta y con pánico era casi un grito.
—Esta habitación es la única forma de mostrarte —dijo Shade—. Podría
matarte. Pero dijiste que morirías por mí, y no puedes salvar a nadie a
menos que sepas la verdad.
Entonces las llamas fueron alrededor de nosotros, llenando toda la
habitación, lamiendo mi cuerpo. Dolor chamuscando a través de mí,
ardiente o helado, no podría decir. Grité y mis piernas cedieron, pero no
caí porque Shade seguía sujetando mis muñecas como el hierro. Él me
bajo lentamente al suelo y apoyó mi cabeza en su regazo.
No había olor a carne quemada. Mi ropa no se carbonizó. Pero las
llamas lamiendo a través de mi cuerpo se sentían reales, sentí que me
estaban quemando mi cuerpo a cenizas. Mi corazón latía a un ritmo
irregular. No podía moverme, incluso no podía gritar. Todo lo que podía
hacer era estremecerme de dolor y mirar al rostro de Shade, a esos ojos
azules que había pensado una vez tan humanos. Parecía triste, pero no
hizo ningún movimiento para ayudarme.
—Por favor —jadee.
Shade puso una mano sobre mi mejilla. —Lo siento —dijo—. Desearía
habernos conocido en algún otro lugar.
Él se inclinó y presionó sus labios contra mi frente. Fuego ardía a través
de mi visión y tuve un momento para pensar, ¿fue así para Ignifex? antes
de no ver nada más.
Me puse de pie en un jardín redondo con altos muros blancos. Sentí que
lo había visto antes, pero no podía recordar donde. Árboles rodeaban el
borde del jardín; a mi alrededor eran grandes arbustos de rosales, que
florecen en cascadas de color carmesí, blanco y flores doradas con punta
roja. Pétalos rebosantes yacían salpicados en el suelo debajo de ellos. La
luz era una cosa líquida, viviente que se torcía y se arremolinaba a través
de las hojas, susurrando como si fuera el viento. En el rabillo de mi ojo,
pensé que había dado forma a sí mismos en figuras que estaban mirando
con todavía, peligrosa atención, pero luego vi que se habían ido.
Ante mí estaba un arbusto seco, casi más que un esqueleto, sólo unas
pocas hojas cafés que se aferraban a sus ramas. En la rama más alta
posado un gorrión café y gris, sus ojos negros brillantes.
Gracias por las migajas, dijo.
Mi garganta picaba y se pegó a si misma mientras tragué.
—Tú —susurré—. Tú eres el Lar3 de esta casa.
Podrías decir eso. Otros no.
—¿Eres uno de los Benévolos? —pregunté.
Nada tan joven o tonto.
—¿Entonces que eres?
Se puso en marcha en el aire y aterrizó en mi mano, pequeñas garras
pinchando mi piel. Estoy muy agradecido por tú amabilidad.
Las hojas secas crujieron detrás de mí; aire seco, caliente se agitó contra
la parte posterior de mi cuello. Me giré, segura que alguien había pasado
detrás de mí, pero no vi a nadie.
3 Lar es un dios domestico
—¿Y dónde está esto? —pregunté.
Eso depende, dijo el gorrión, en por qué estás aquí.
Estaba aquí porque Shade me había traicionado. Pero ahora no parecía
tan importante. Y no era una razón real de cualquier forma.
—Estoy buscando la verdad acerca de esta casa —dije—. Acerca de
Arcadia. Tengo que salvarnos a todos.
Entonces ve en la alberca, dijo el gorrión.
Me di cuenta que en el centro del jardín había una grandiosa alberca
redonda recubierta de mármol. Al principio pensé que estaba vacía. Luego,
cuando me acerqué, me pareció que estaba llena de agua perfectamente
clara, pero cuando me puse de pie en el borde, me di cuenta de que estaba
llena de luz líquida.
Todos los tiempos están reunidos aquí, dijo el gorrión. Es posible que
veas algo útil.
Me arrodillé; el borde de mármol era fresco y suave bajo mis dedos. Mis
ojos no querían enfocarse en el brillo líquido. Era peor que lo que alguna
vez había sido la biblioteca; sólo un momento de atención hacía que me
dolieran los ojos y lagrimearan, mientras mi cuerpo se estremeció con la
necesidad de ver hacia otro lado. Pero me forcé a ver hacia abajo dentro de
las resplandecientes ondas, colgando en el borde con mis dedos
acalambrados, mi respiración entrecortada, ahogada, hasta que pensé ver
una sombra…una cara…
Ojos azules me vieron de vuelta. Como si esa mirada fuera la llave, el
instante siguiente el jardín se había ido y también mi cuerpo, arrastrados
por un torbellino de luz y de imágenes. Las visiones fluyeron a través de
mí, quemándome como fuego, y cada una remplazando otro de mis
recuerdos. Traté de pelear, de aferrarme a mis recuerdos y a mí misma,
pero no tenía dedos para agarrarlos, no piel para separarme a mí de esto.
Sin poder hacer nada, vi un castillo, y olvidé la casa de mi padre. Vi un
jardín, y olvidé mis diagramas Herméticos. Vi a un chico de ojos azules, y
olvidé a Astraia. Pasaron a través de mí hasta que me olvidé de luchar,
olvidé que había sido otra cosa que un palimpsesto4 de memorias sobre
escritas por visiones.
Vi el Cataclismo. Y me olvidé que yo existía.
Cuando por fin regresé a mi misma, me desplomé en el borde de la
alberca, en el borde del aro de mármol cortando mi mejilla, el polvo en la
boca y lágrimas medio secas picando en mis mejillas. Mis dientes me
dolían y probé la sangre.
Pero era real. Y vivo.
Y finalmente conocí la verdad.
El gorrión estaba a mi lado en el suelo, y aunque un pájaro no tiene
expresiones, yo podía haber jurado que había compasión en sus diminutos
ojos negros.
Vete, dijo el gorrión. Vete. No puedes soportar tanta realidad.
El aire quemó en mis pulmones.
Vete, dijo el gorrión nuevamente, y todo se desdibujo dentro de la luz.
Cuando caminé, al principio no note nada excepto por el pájaro y el
dolor punzante dentro de mi cabeza.
Después de unas pocas respiraciones, me di cuenta de que el ave se
tejía en las cortinas de encaje de mi cama. Yo sólo podía hacerlo en la luz
de una vela vacilante; que tenue como era; apuñaló dentro de mi cabeza.
Gemí suavemente, cambiando, y me di cuenta que alguien estaba
acurrucado junto a mí. Ignifex.
En un momento estaba sentándose, inclinándose sobre mí, ojos carmesí
abiertos con preocupación. No deben haber sido suficientes velas en la
habitación, por la oscuridad bordeando su rostro, pero él no parecía darse
cuenta.
—Nyx —dijo—. ¿Puedes escucharme?
Y yo sabía. En ese momento, supe su nombre y el conocimiento puso a
martillar mi corazón.
—Tú —susurré— Yo era… y tú eras… 4 Palimpsesto: es un antiguo manuscrito que fue borrado para escribir otra cosa.
—Yo te saqué. Lejos de él. —Él gruño la última palabra.
—Shade. —El nombre salió como un sollozo.
Su mano flotaba sobre mi rostro. —Voy a matarlo.
—¡No! —dije vagamente—. No, él es también… —Pero mi lengua no se
movería más y me hundió de nuevo en un sueño.
Traducido por Mariela
Corregido por Pagan
Cuando me desperté nuevamente, era de día. Ignifex no estaba
acurrucado contra mí pero se encontraba sentado al lado de la cama, sus
brazos cruzados. Cuando me moví, él levantó una ceja.
—¿Sintiéndote mejor? —preguntó.
Me senté. Mi visión nado un momento y tomé una lenta y profunda
respiración. Ignifex alcanzó mi hombro, pero le di un manotazo en la
mano.
—Estoy bien —dije. La cabeza iba a dejar de dolerme eventualmente—.
¿Qué pasó?
La boca de Ignifex se retorció. —Esa cosa… —Se detuvo—. Shade trato
de matarte. Te encontré gritando. Está encerrado ahora.
Parpadeé en las ondas azules de la colcha sobre mis piernas. —No —
dije, porque esa historia no estaba bien. Algo más había pasado.
—Él te llevó al Corazón de Fuego —Su voz era como de piedra,
destrozando mis pensamientos—. Ese lugar no es para los seres humanos,
y derramó su poder dentro de tu cabeza.
Viste a los Hijos de Tifón y sobreviviste. La voz de Shade hizo eco en mi
cabeza. Tú eres nuestra única esperanza.
—No —dije nuevamente, porque recordé más que fuego y muerte; me
acordé de un chico de ojos azules, un cierre de golpe, y un pájaro…
—Él se jactó de que lo había hecho antes. —Ignifex sonaba enfermo.
—Estoy bien —solté, porque el demonio a quien tendría que derrotar no
se le permitía estar molesto por mí.
Al príncipe perdido hace tanto tiempo no se le permitía intentar
matarme, tampoco. Pero yo sabía que Shade trato de hacer algo más; sabía
que había tenido éxito, pero las visiones ardientes dejaron mi mente tan
turbia que no podía recordar.
—Me desperté temprano. ¿Qué dije?
—Balbuceaste. —Ignifex se inclinó hacia adelante—. Y entonces te
acostaste, o te habría atado. Todavía no tienes permitido salir de la cama,
por cierto.
Claramente nunca me diría lo que había dicho; más como si él no lo
recordara; y tal vez yo no había dicho nada comprensible. Pero la primera
vez que me desperté, lo había sabido. Recordé eso, pero no podía recordar
que había sabido.
Vi el Cataclismo. Yo sabía mucho: había visto el momento en que
Arcadia fue arrancada lejos del mundo y atrapada bajo el domo de
pergamino. Pero no podía recordar cómo se veía. Lo que sucedió.
No puedes salvar a nadie a menos de que sepas la verdad.
Ignifex limpió mi mejilla con su pulgar. Me di cuenta que había estado
llorando.
—No dejaré que te haga daño —dijo tranquilamente.
—Te odio —dije a través de mis dientes.
Él se rió y se fue a buscarme el desayuno. Esperé hasta que el eco de
sus pisadas cesara antes de que rompiera en sollozos, en parte por la
horrible verdad que no podía recordar, pero sobre todo por el hombre en el
que había confiado.
Por los siguientes tres días, me recuperé. Aunque Ignifex dejo de
decirme que me quedara en la cama después de que le arrojara una jarra
de agua a su cabeza; fallé, pero a propósito; en su mayoría obedecí a su
mandato de cualquier forma. Incluso un pequeño movimiento me dejó
exhausta y sin aliento; si trataba de seguir adelante, empezaría a sentir
estremecimientos calientes a través de mi piel y oiría un débil crujido de
las llamas en mis oídos.
Ignifex merodeaba mi habitación como un gato se mantiene en el
interior por la lluvia. Me trajo comida, cada vez se ofreció para
alimentarme con la cuchara, y cada vez le golpee la nariz con la cuchara.
También trajo montones de libros de la biblioteca; no las historias, que
tenían la mayoría de los agujeros de quemaduras en sus páginas, pero
libros de poesía y, una vez que se enteró de que me gustaban, los
volúmenes de la tradición y el saber acerca de los dioses.
—Hubo un país donde quemaron a sus hijos delante de una estatua de
bronce de su dios patrono Moloch, a quien este estudioso sugiere otra
forma de Kronos. —Ignifex pasó la página—. Hay una foto también.
—Siempre encuentras las historias más encantadoras —dije, aunque la
verdad parecía estar fascinada por cualquier cuento de tierras foráneas.
Tal vez en 900 años había comenzado a aburrirse.
—El nombre del país fue Phoinikaea. ¿Sabes dónde está? O estaba,
supongo, desde que Roma-Grecia se quemó y saló la tierra. Aquí hay otra
foto.
Sí, definitivamente aburrido.
—¿Cómo sabría? —Fruncí el entre cejo al libro de rimas para niños.
Varias de sus páginas habían sido quemados en tiras, aunque no podía
imaginar porqué los Benévolos se preocupaban por él—. Tú dividiste
nuestro mundo, ¿recuerdas?
—Y tu gente ha pasado cerca de dos siglos estudiando el Mundo
Anterior.
—Estamos más interesados en matarte que en la localización de
barbaros ancestrales. —Se me cayó el libro, renunciando a este—. Pero si
murieras en este momento, estoy segura que podríamos encontrar el
tiempo para investigar Phoinikaea en una década o cuatro.
Me sonrió. —Es una lástima que soy bastante intransigentemente
inmortal.
Todavía pasa sus noches conmigo, acurrucándose contra mi lado. Sin
Shade, tiene que traer y arreglar todas las velas él mismo, aunque podría
acomodar todas encendidas con una señal de su mano.
—Muy bien si tienes que ser un demonio, cuando tienes que llevar tus
propias velas —le dije la segunda noche.
—¿Quién dijo que no había nada bueno acerca de ser un demonio?
En la tercera noche permanecí despierta por mucho rato, viendo su
rostro en el parpadeo de la luz de las velas. Todavía recordaba al verlo y
saber algo más allá de toda duda: una respuesta que me llenó de
esperanza y desesperación. Pero por mucho que lo intentaba, no podía
recordar el secreto.
Pensé de vuelta en el Corazón de Fuego. Le había rogado a Shade por
ayuda; las llamas se habían cerrado sobre mí…
Recordé el pájaro en el jardín, las figuras que medio vi en la luz líquida.
Brillantes ojos azules y la voz de un hombre joven desesperado. Pero no
recordaba nada más.
Ignifex hizo un ruido suave y se acercó más. Sin pensarlo, deslicé un
brazo alrededor de él. Sabía que tenía que retroceder, que debía endurecer
mi corazón y prepararlo para destruirlo, pero perdida en las interminables
horas de la noche, finalmente fui capaz de admitir: yo no quería derrotarlo.
Sabía que era él y que había hecho, y todavía no quería hacerle daño de
ninguna manera.
El pensamiento debió haberme perturbado. Pero en cambió caí en un
sueño pesado, y toda la noche soñé sobre luz de sol y canto de pájaros, sin
fuego o dolor por ningún lado.
En la cuarta mañana, me desperté antes que Ignifex, cuando el cielo
estaba oscuro y sin color, veteado de carbón. Traté de permanecer inmóvil,
pero mi cuerpo se sentía como un reloj a punto de estallar, y en solo unos
pocos minutos no lo pude soportar más. Me tuve que levantar.
El amanecer estaba tan cerca que la oscuridad ya no consumía a
Ignifex; no sentía culpa de deslizarme de sus brazos y caminar de puntitas
hacia el armario. Quería ropa adecuada, pero no podía soportar la idea de
recostarme, me constreñía el vestido todo abotonado. En vez saqué un
vestido de estilo antiguo: uno sencillo de lino blanco con cinturón, se
sostenía con broches dorados en los hombros.
Abrí la puerta y corrí en el corredor. Mis pies susurraban contra los
pisos fríos; el aliento corrió dentro y fuera de mis pulmones, pero no me
debilite ni me maree. Corrí por los pasillos hasta que finalmente cogí uno
de los pilares para frenarme y, riendo, traté de recuperar el aliento.
Debería comprobar a Astraia, pensé, y entonces me acordé que el espejo
se había ido, destrozada así pude encontrar el Corazón de Fuego. Entonces
Shade pudo traicionarme.
Algo me toco el cuello. Me giré, dándome cuanta que sólo era el viento
de una ventana abierta, trayendo un mechón de cabello detrás de mí
cuello.
Nadie me siguió en las sombras. Nadie me esperaba, ojos azules y
serios, con amables manos y una voz tranquila.
Lagrimas escocían mis ojos. Parpadeé para no derramarlas, dándome
cuenta que estaba en duelo por Shade. Pensaba que me amaba, que yo
posiblemente lo amaba. Con certeza confiaba en él. Estuvo cerca de
matarme. Y ahora seguramente se había ido para siempre.
Traté de mostrarles la verdad, él había dicho. Sin embargo por loco o
monstruoso que sea, yo no creo que él se hubiera convertido en eso por
pequeños motivos. Recordé sabiendo la verdad, y se había sentido como si
estuviera desgarrando mi alma aparte. Tuve que recordarlo de nuevo.
Mirando abajo al corredor sombrío, sin embargo, no ayudo
particularmente. Me sequé los ojos y fui a encontrar el comedor, donde los
platos del desayuno y pequeñas ollas de café humeante me esperaban.
La casa hacía con mucho gusto el desayuno, pero no ayudaría a Ignifex
a recoger las velas para mantenerse a sí mismo de ser comido vivo por la
oscuridad todas las noches. Reflexioné por unos momentos, y luego decidí
que era un signo más de la naturaleza caprichosa de los Benévolos, y me
centre en el desayuno.
Ignifex se arrastró dentro de la habitación, frotándose la cabeza, cuando
estuvo a la mitad del camino. —Pareces estar recuperada —dijo.
—Esperó que no estés planeando ordenarme que regrese a la cama.
—No, tienes demasiada vajilla a tu disposición. —Se sentó a la mesa, se
levantó de nuevo, y deambuló a mi lado. Levanté las cejas, pero él no dijo
nada; en vez de eso se sentó junto a mí y comenzó a apilar las manzanas
en una torre.
—Estás perdiendo tu habilidad para aterrorizarme. —Hice la
observación después de que su torre de manzanas había caído dos veces.
—Ese es el problema con una esposa que sobrevive tanto tiempo.
—¿He puesto algún tipo de record?
—Dos de ellas duraron más tiempo. Pero no por mucho. —Se quedó en
el otro extremo de la mesa un momento; luego se levantó bruscamente—.
¿Has terminado con tu desayuno?
—Sí —dije, mirándolo con recelo.
—Bien. Quiero llevarte a alguna parte.
—No tengo ninguna llave para que robes —dije, levantándome.
—No todas mis acciones tienen un motivo ulterior. —Tomó mi mano—.
Si te levanto, ¿me golearas?
—¿Qué estas planeando hacer?
—Llevarte a un jardín. —Me cogió en sus brazos y se dirigió hacia el
extremo abierto de la sala que daba al cielo. Me di cuenta de lo que estaba
planeando y tragué.
—Pensé que nunca iba a dejar esta casa —dije, viendo hacia atrás sobre
su hombro para no tener que ver el borde aproximarse. En su lugar vi
aparecer sus alas. Primero no eran más que marcas en el aire mismo;
después se engrosaron dentro de la sombra o humo tal vez, y luego fueron
solidas: grandes alas arqueadas con plumas de hollín negro.
—Oh, este lugar es parte de esta casa. —Sus alas se agitaron una vez y
tire mis brazos alrededor de su cuello, apretando mis ojos cerrados
mientras me encorvaba sobre su hombro; entonces salto en el aire.
Por un momento agonizante caímos; entonces sus alas nos impulsaron
hacia arriba, y arriba, y con jadeo estrangulado me las arreglé para mirar
hacia abajo. La casa ya estaba muy por debajo de nosotros; desde arriba,
desde la colina en las afueras, se veía como una torre solitaria de pie entre
las ruinas. No había ninguna señal de la gran sala del cual habíamos
despegado, y me pregunté qué habría visto si hubiera mantenido mis ojos
abiertos en esos primeros momentos. ¿El mundo se ha torcido, las líneas y
las esquinas del edificio curvado como el espacio se cerró sobre sí mismo?
Me di cuenta de que estaba imaginando esta transformación ocurriendo
a una gran habitación del trono con columnas, y la imagen se sentía
familiar, como un recuerdo medio olvidado. ¿Fue algo que había visto en el
Corazón de Fuego?
Seguimos volando hacia arriba, el paisaje se encogía a la distancia por
debajo de nosotros. Vi las casas de la villa creciendo pequeñas, hasta que
no fueron más que puntos en la tierra, mientras que la propia tierra se
hizo confusa con la distancia. Estábamos al nivel de un banco de nubes a
la izquierda, enormes estructuras blancas que ondeaban, se rodaban y
enviaban tentáculos translucidos.
Y después estábamos sobre las nubes. La superficie del mismo cielo se
alzaba cerca de nosotros, su patrón de pergamino tan enorme como si
fueran robados desde el escritorio de los Titanes. Y terriblemente cerca de
nosotros se abrieron las brechas irregulares en el cielo a través de los
cuales los Hijos de Tifón podían en cualquier momento pulular y devorar…
El dolor atravesó mi cabeza. Di un grito, de nuevo mareada con la
sensación fugaz de reconocimiento fantasma.
—No te preocupes —dijo Ignifex—. Soy el Señor de los demonios ¿lo
recuerdas? No te pueden tomar contra mi voluntad.
—Se las arreglaron bastante bien hace unas noches.
—Sí, pero ahora estas en mis brazos.
—Así que ya estoy tomada por un demonio —murmuré—. Apenas una
mejora. —Pero aun así me relaje en sus brazos.
Entonces, una sombra cayó sobre mi rostro. Miré hacia arriba, y me
quedé sin aliento, maravillada. El enrejado de los Ojos del Demonio se
alzaba por encima, pero lo que, junto con todos los demás en Arcadia,
habíamos tomado como una figura pintada en el cielo de pergamino era de
hecho un marco de un vasto jardín colgando en el aire. Lo que desde el
principio parecía una fina hebra de trabajo de punto era en realidad
amplias pasarelas de dieciséis pies de diámetro, cubierto de césped y
campanillas5. Estatuas de mármol de las jóvenes mujeres, sus rostros
medio desgastados, se situaron en los puntos de diseño como si fueran
cariátides6 que soportan el cielo. En el centro había una alberca redonda
de agua con bancos junto a ella, y como bajamos en picada, vi una gran
carpa manchada dorada y plateada nadando en círculos perezosos. 5 Campanilla o amarilis tipo de flor 6 Cariátides es una estatua, especial de mujer que sirve de columna
Una enorme cadena de hierro, sus eslabones tan gruesos como era un
hombre de alto, colgaba del domo. Parecía sostener el Ojo: pero trece pies
por encima de la alberca, se desvaneció dentro del aire, y volamos debajo
sin un susurro de resistencia.
Ignifex aterrizó al otro lado de la alberca y me bajo. Di un paso
tambaleante, todavía un poco mareada; esperaba que la tierra empezara a
oscilar bajo mis pies, pero era firme como una roca. Si ignoraba la
inmensidad de todas partes y veía el césped entre mis dedos, podía
pretender que estaba a salvo en la tierra.
Pretendiendo, sin embargo, habría sido un desperdicio. No me atreví a
pararme en el borde, pero caminé tan cerca como me atreví, entonces di
vueltas de alegría, porque había aire en mi rostro y césped bajo mis pies, y
nunca pensé sentirlos tampoco de nuevo.
Cuando me detuve, vi a Ignifex sentado de lado en una de las bancas,
apoyándose en sus manos, con una rodilla levantada. El viento le alborotó
el cabello; parecía ligeramente divertido.
—Gracias —dije tranquilamente.
—Es tu recompensa por no morir —dijo.
Di un paso hacia adelante, resistiendo la urgencia de retorcer mis
manos —Sí, sobre eso. Puedo… si pudiera hablar con Shade…
Él gruñó.
—No entiendes. —No entendía yo tampoco, no enteramente, pero pensé
que si veía a Shade nuevamente podría recordar—. Yo sé cómo es la falsa
bondad, porque he estado sonriendo y mintiendo toda mi vida. Shade no
es así. Hace mucho, él verdaderamente era amable. Pienso que alguna
parte todavía lo es, pero él sabe algo que lo hace dispuesto a asesinar a
cinco mujeres. Si supiéramos…
—Y si era esa clase de conocimiento, tal vez tendríamos que asesinarnos
mutuamente y le ahorraríamos la molestia.
—O tal vez podríamos encontrar la solución. —Di otro paso hacia él—.
Pensé que querías saber tu nombre y la verdad de tus orígenes.
—A lo mejor cambie de parecer.
—Tal vez me estas contradiciendo solo por diversión.
—Tú lo haces divertido.
Casi le grite, pero sabía que no era la forma de derrotarlo.
—Casi todos los días que te conozco —dije despacio y con claridad—, me
has dicho como desprecias a las personas que viene a ti, porque ellos no
admiten sus pecados incluso para ellos mismos. ¿Estás contento de ser
tan cobarde para ti mismo?
Inclinó su cabeza hacia atrás y miro al cielo. —Es una de las ventajas de
ser un demonio, tu sabes…
—¿Además el poder de causar terror y destrucción?
—Además de eso y posiblemente más importante. Sí. —Me miró, su
rostro volviéndose mortalmente serio—. Los demonios saben alternativas.
He hablado con los Benévolos cara a cara. He repartido sus condenas por
novecientos años. No niego lo que soy, pero sé que puedo ser si sé
demasiada verdad. Entonces sí, soy un cobarde y un demonio. Pero aún
estoy vivo en la luz del sol.
Viendo dentro de sus ojos, recordé a los Hijos de Tifón saliendo de la
puerta. Él había protegido esa puerta y mandado a esos monstruos por
novecientos años. Si yo hubiera hecho lo mismo, tal vez pensaría como él.
Pero yo no lo había hecho, y crucé los brazos sobre mi pecho. —El
filósofo dijo que el hombre virtuoso, torturado hasta la muerte en los picos,
es más afortunado que el hombre malvado, viviendo en un palacio.
—¿Puso esta teoría a prueba? —Ignifex estaba sonriendo nuevamente.
—No, él murió por envenenamiento. Pero enfrentó esa muerte porque no
podía darse por vencido a la filosofía, por lo que fue al menos en serio
cuando dijo que la vida no examinada no vale la pena vivirla.
Ignifex resopló. —Que se lo diga a Pandora.
—Y si Prometeo le hubiera dicho lo que había en el frasco, ella nunca
habría sido tan tonta.
—O más culpable, cuando la abriera de cualquier forma. No hay
sabiduría en el mundo que pueda detener a los humanos de tratar de
arrebatar lo que quieren.
Mi cabeza me dolió. Llamas crujían en mis oídos.
—Algunas veces la ignorancia —dije—, es la más culpable…
El crujido se volvió hacia el susurro de las hojas en el viento, y luego a
la risa. Mis labios y lengua seguían moviéndose, pero lo que salió fueron
pequeños ruidos fuertes como el lenguaje del fuego. Traté de silenciarme
pero no pude, y miré a Ignifex con terror indefensa.
Enseguida él estaba en sus pies, y luego agarró mi cara y me besó. Mis
labios combatieron sólo un momento, cuando finalmente rompimos el
beso, ambos sin aliento, mi boca y mi voz eran míos nuevamente.
—¿Qué…fue eso? —Di un grito ahogado.
—Lo voy a matar —murmuró Ignifex, abrazándome en su pecho.
Me libere. —Si es sólo tu sombra no sé cómo es posible eso, y no estás
respondiendo a la pregunta. ¿Qué fue eso?
Miro hacia otro lado. —Algo que no he escuchado en mucho tiempo.
—Una respuesta útil, por favor.
—El lenguaje de mis maestros. —Me dio una sonrisa triste—. Parece que
tienes un don por haber sobrevivido a lo que mataría a la mayoría de las
personas. Primero has sobrevivido el ver a los Hijos de Tifón, y te hizo
capaz de ver sus agujeros en el mundo. Después sobreviviste a las visiones
en el Corazón de Fuego, y parece que los Benévolos ahora pueden hablar a
través de ti.
Mi corazón se cerró en mi pecho. Los Señores de las Tretas y Justicia.
Hablando a través de mí.
—¿Qué dijeron? —pregunté.
—Nada útil ¿Sabes, había un hombre al que los Benévolos pusieron en
silencio y lo usaron como su portavoz? Cuando terminaron, le concedieron
hablar de nuevo, pero él se cortó su propia lengua, porque no podía
soportar la idea de profanarla con palabras humanas de nuevo.
—Distraerme con historias truculentas sólo funcionará algunas veces.
—Te voy a distraer con otra cosa, entonces. —Agarró mis hombros y me
dio la vuelta—. Mira el mundo de abajo. Mira el cielo. Dime lo que piensas.
—Es Arcadia. Encarcelado bajo tú cielo. —Miré alrededor sólo para
demostrar que no había nada que ver, pero luego me detuve. Un recuerdo
insignificante en el fondo de mi mente: la sala redonda con su modelo
perfecto, el adorno de hierro forjado que cuelga de su domo de pergamino.
Recordé las palabras escritas en la habitación redonda: Así como es
arriba, es abajo. Así como es adentro, es afuera.
—Es todo el interior —suspiré—. Todo Arcadia, todo nuestro mundo,
está dentro de tu casa. Dentro esa habitación.
Apoyó su cabeza en mi hombro —Ves la falla en tu plan.
La realización se estrelló contra mí. Si de alguna manera me las hubiera
arreglado para establecer mis sellos en todos los cuatro corazones, y si
funcionaran, habría colapsado no sólo su casa sino toda Arcadia en sí
mismo. De cualquier manera eso no significaba nada bueno para la gente
viviendo allí.
Voltee hacia él, empujándolo de mi hombro. —¿Y me has dejado
encontrar tres corazones sin decírmelo? ¿Sabes lo que hubiera pasado?
—Eres una mujer muy especial, pero la última vez que lo revisé, tú
todavía no podías volar.
Abrí la boca para exigir lo que quería decir; y entonces finalmente sentí
el latido del corazón. —Este es el Corazón de Aire.
—Mm.
—…sigues siendo un tonto —dije—. Estoy segura que de alguna manera
puedo usar este conocimiento para matarte.
—¿Lo harías?
Abrí mi boca, entonces tuve que ver hacia otro lado lejos de él. —Tal vez.
—Mi voz salió áspera, y mi corazón empezó a correr.
Silencio se estableció entre nosotros. —¿Qué es lo que tú quieres? —
demandé finalmente.
Inclinó su cabeza. —¿Qué es lo que tú quieres?
Su rostro estaba pálido y compuesto; sus pupilas se estrecharon hasta
convertirse en rendijas filiformes; no había ningún atisbo de duda en su
cuerpo. Vino hacia mí nuevamente, el conocimiento de lo poco humano
que era.
Él se había aferrado a mí en la noche. Me había salvado la vida dos
veces. Me había visto, en toda mi fealdad, y nunca me odió; y en ese
momento, nada más importaba.
—Quiero mi mundo libre. —Di un paso hacia él—. Quiero que mi
hermana nunca hubiera sido lastimada por mí. —Tomé sus manos—. Y
quiero que me digas nuevamente que me amas.
Sus manos se apretaron alrededor de las mías. —Te amo —dijo—. Te
amo más que a cualquier otra criatura, porque eres cruel, amable y viva.
Nyx Triskelion, ¿Quieres ser mi esposa?
Sabía que era una locura para ser feliz, por sentir esta exaltación
desesperada ante sus palabras. Pero sentí como si hubiera estado
esperando toda mi vida para escucharlas. Espere, toda mi vida, a alguien
desengañado que me ame. Y ahora él lo hizo, y se sentía como caminar en
la luz del sol deslumbrante del Corazón de la Tierra. Salvo que la luz solar
era falsa y su amor era real.
Era real.
Muy deliberadamente, saque mis manos de las suyas. —Eres un
demonio —dije, mirando el suelo.
—Lo más probable.
—Sé lo que has hecho.
—Las partes emocionantes, de cualquier forma.
—Y todavía no sé tu nombre. —Mis manos temblaron mientras abrí mi
cinturón, y luego empecé a desabrochar los broches. Parecía una eternidad
desde el primer día cuando yo me había arrancado mi blusa con tanta
facilidad—. Pero sé que eres mi esposo.
El vestido se deslizó y yacio en el suelo en la planta de mis pies. Ignifex
tocó mi mejilla con suavidad, como si yo fuera un pájaro que podía
sorprendido en el vuelo. Finalmente encontré sus ojos.
—Y —dije—. Supongo que te amo.
Entonces me jaló a sus brazos.
—Todavía podría matarte —le dije, mucho más tarde.
Trazó un dedo a lo largo de mi piel. —¿Quién no lo haría?
Traducido por Mariela y Nerea97
Corregido por Pagan
En los días que siguieron, algunas veces sentía como si estuviera
soñando.
Toda mi vida, supe que me casaría con el Señor Benévolo, y toda mi
vida, esperé que fuera un horror y un castigo. Nunca había pensado que
conocería el amor para nada, mucho menos en sus brazos. Ahora que cada
hora del día era una delicia, no podía creer que fuera real.
Todavía buscábamos una respuesta. Aún cazábamos a través de la
biblioteca y merodeábamos por los pasillos. Pero parecía menos como una
búsqueda y más como un juego. Y jugábamos en esa casa. Nos
perseguíamos por el jardín de rosas, escondiéndonos y buscando a su vez;
construimos castillos en una habitación llena de arena; lo hice sentarse en
la cocina mientras trataba de cocinarle y colocaba los sartenes en el fuego.
Y yo era su delicia y él era el mío. Leí poemas de amor cuando se
estudiaban las lenguas antiguas, aunque nunca los había buscado como
Astraia; había aprendido el ritmo de las palabras y frases, pero siempre
pensé en ellas como decoraciones vacías. Dijeron que el amor era terrible y
tierno, salvaje y dulce, y nada de esto tenía sentido.
Ahora sabía que cada loca palabra era verdadera. Pero Ignifex era
todavía él mismo, seguía burlándose y salvaje e inhumano, terrible como
una legión ataviada para la guerra, pero en mis brazos se convertía en
amable, y sus besos eran más dulces que el vino.
De vez en cuando, la campana sonaba, y me dejaba para hablar con
cualquier tonto desesperado que lo hubiera convocado. Pero cuando
regresaba, ya no me contaba que caprichoso negocio había hecho, y se veía
cansado, sin reírse de todo el mundo. Así que lo llevé a mis brazos y lo
besé sin preguntar, manteniendo mis temores, así como mis esperanzas.
De vez en cuando, pensé en Astraia, en Padre, en mi misión. En
Democles y en mi madre y en cualquiera que ha sufrido. Pero con el espejo
destrozado, no había forma de ver a Astraia nunca más, sin oportunidad
remota de adivinar que estaba pensando ella de mí. Y ahora que sabía que
Ignifex también era prisionero, no podía desear vengarme de él.
Y algunas veces una caída de luz, el crujido de una puerta; algunas
pequeñas cosas ordinarias; podían iniciar el crepitar de mis oídos, y
hablaría a Ignifex con las palabras de las llamas. Pero él nunca me diría lo
que dije.
—Recibimos mensajes de los Benévolos y ¿no quieres decirme lo que
son? —demande una tarde. Nos quedamos en una habitación húmeda con
estantes sobre estantes de esmaltados relojes con aves, y cuando Ignifex
terminó con uno, el movimiento desigual de las alas rojas y azules hizo que
las extrañas palabras cayeran de mis labios hasta que Ignifex me presionó
contra las repisas y me besó a conciencia. Ahora había un calambre en mi
cuello y no me sentía paciente.
Ignifex se volteó, lanzó un ave que lo provocó al suelo y lo aplastó con la
bota.
—No es un mensaje, es siempre lo mismo.
—Entonces no puede lastimarme escucharlo, si has sobrevivido a
cincuenta repeticiones.
No me miró. —¿Sabes porque he sobrevivido a la oscuridad, sin
importar cuánto me quema?
—¿Porque eres un inmortal señor de los demonios?
—Porque olvido. Siempre escucho una voz en la oscuridad, diciendo
palabras que me queman vivo. Sobrevivo porque siempre me hago olvidar
esa voz tan pronto como habla. Pero tú, mí querida Pandora… —Se volteó
hacia mí con una sonrisa perversa—. No eres ni la mitad de buena
olvidando. Entonces tendré que hacerlo por ti.
Se dio la vuelta y salió de la habitación. Me quedé mirando los restos del
ave, destrozado esmalte y resortes torcidos, y los restos de colores hechas
trizas parpadeó calor en las sienes hasta que corrí tras de él. No quería el
riego de un ataque cuando él no estuviera para sacarme de ahí.
Después de eso, no importaba como le rogué, incité o lo besé, no daría
otra pista de lo que decía en palabras de las llamas, o que voz le habla a él
en la oscuridad.
Aun así, los días eran como un sueño de placer. Pero las noches eran
diferentes, Ignifex era todavía perseguido por la oscuridad, y aún dormía
en mis brazos. Y a veces me dormí fácilmente a su lado, pero más seguido,
yacía despierta por horas, mirando a las sombras en la esquina de la
habitación. Por la noche, incluso más que en el día, sentí como si el
pasado fuera bajo mis dedos, temblando entre una respiración y la
siguiente, un pozo sin fondo que me ahogaría si parpadeo.
Cuando caí dormida, siempre soñé con el jardín y el gorrión. Las hojas
se arremolinaban alrededor de mí, convirtiéndose en chispas mientras
volaban por el aire. Traté de atrapar un puñado; que crepitaban en mis
manos y se derrumbaron las cenizas arenosas.
Uno es uno y todo solo, dijo el gorrión, y cada vez más será así.
—Por favor —dije—. Dime lo que pasó.
El sueño siempre cambiaba entonces. Algunas veces vislumbré un
príncipe de ojos azules. Estaba segura que era Shade, porque yo
reconocería esos ojos en cualquier lugar, pero aun así nunca recordaría
completamente su cara cuando me desperté, recordé que siempre estaba
lleno de vida. Él gritó, lloró y se echó a reír: nunca estaba en calma y en
blanco como Shade había sido usualmente.
Pero entonces había sido libre y sano, no un prisionero por novecientos
años y conducido a medidas desesperadas.
Algunas veces vi el castillo derrumbarse, piedra a piedra, con aire y
fuego. Otras veces vi la puerta de madera abrirse y los Hijos de Tifón
arrastrarse fuera. Vi rosas marchitándose en montones marrones
arrugados estallando en llamas.
Hasta una noche que no soñé con el gorrión para nada. Soñé que
caminaba dentro de la habitación de las esposas muertas de Ignifex, y ahí
yacía Astraia con el resto de ellas.
Sabía que estaba soñando, y que las pesadillas terminaban con el
momento de horror puro, que justo cuando el sueño se hizo imposible de
soportar, todo había terminado. Mientras miraba el rostro pálido de
Astraia, mi garganta apretada, sabía que iba a despertar en un momento.
Pero no lo hice. Miré a mi hermana muerta hasta que empecé a sollozar,
y luego lloré por lo que pareció una eternidad, hasta que por fin las
lágrimas corrían secas. Todavía no me desperté, y en ese momento se me
había olvidado que estaba soñando. Sólo sabía que le había fallado a mi
hermana, y eso por mi castigo debo vivir con ese pecado para siempre. Me
acosté a su lado; la fría, y húmeda piel era horrible al tacto, pero me
acurruqué cerca; y me quedé mirando a la oscuridad y esperé.
Y esperé.
Lloré nuevamente, y paré. Las lágrimas picaban y se secaban en mi
rostro. Y esperé, hasta que mi visión se había desvanecido, dejándome en
total oscuridad, y no podía sentir a mi hermana o la losa de piedra, sólo
frío a mí alrededor.
Finalmente Ignifex me sacudió para despertarme. Me acurruqué
temblando en sus brazos, y no le dije que había soñado. Toda mi vida
había sido veteada de odio; no quería recordarnos tanto de la enemistad
entre nosotros y tal vez despertar de nuevo.
Pero después de esa noche, no podía ignorar enteramente el
conocimiento que estaba todavía allí.
—Nuestro cielo es el domo de aquella habitación, ¿Cierto? —dije una
tarde.
—Más o menos —dijo Ignifex sin levantar la vista.
Estábamos en la habitación con paneles de madera en las paredes y una
gran chimenea; el piso entero estaba cubierto por piezas de rompecabezas
que flotaban como movido por corrientes invisibles. El único mueble era
un sofá marrón regordete con borlas de oro. Me quedé tendida sobre el
sofá mientras Ignifex se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y trató
de armar el rompecabezas.
Yo estaba tratando de leer un libro sobre astronomía, pero la mitad de
las palabras estaban quemadas. Quería saber porque los Benévolos habían
censurado pensamientos del cielo y las teorías ancestrales de la esfera
celestial.
—Pero nadie ha visto que se cierre sobre el horizonte —dije pensativa,
observando sus hombros moverse. Por una vez no llevaba la chaqueta, y la
luz del fuego brillaba a través de la tela blanca de su camisa.
Ignifex se lanzó hacia adelante, cabello balanceándose, para atrapar una
pieza a la deriva con un dedo. La retiró y la colocó en una esquina entre
otras dos piezas; esta tembló un momento y luego se quedó inmóvil.
—Tú podrías saberlo mejor que yo —dijo, tocando con el dedo
pensativamente contra lo que había armado. Hasta el momento mostraba
parte de un castillo.
—Y cuando estás en esa habitación, se ve como un modelo en lugar del
mundo entero. ¿Qué pasaría si dejaras caer una piedra en él?
Él finalmente levantó la vista, la luz del fuego llameando en sus ojos. —Y
ellos me llaman sangre fría.
—No quiero hacerlo, sólo quiero saber cómo trabaja esta casa.
—No estoy seguro que incluso los Benévolos lo sepan.
—La mayoría de las demás habitaciones tienen ventanas —dije, tanto
para mí como para él—. Y siempre puedo ver el cielo a través este. Están
dentro de Arcadia y Arcadia es dentro de esa habitación, entonces… ese es
el único lugar real, ¿no es así?
—O esa habitación es el único lugar que no es real. ¿Importa? —Atrapa
una pieza que se había desplazado desde el piso y la giró entre sus dedos.
Me incliné hacia adelante. —¿Qué tiene esa caja?
—¿Qué caja?
Tomé su cara. —Ya sabes, la que yo levanté y luego tú te abalanzaste
sobre mí, como todas las furias, todo en uno.
—Oh, esa caja. —Se quedó mirando el fuego, todavía girando la pieza del
rompecabezas en una mano—. No sé.
—¿Más de tu filosofía?
—No, cuando yo… estuve primero, ellos me dijeron que si abría la caja,
podría ser el fin.
Sobre la caja están escritas las palabras “COMO ES DENTRO, ES
AFUERA”. Ese era un dicho Hermético: ¿lo era la caja también, como la
casa, un trabajo Hermético?
—¿Tu fin? —pregunté despacio— ¿O de Arcadia?
—Ellos no lo especificaron y, sorprendentemente, no puse su
advertencia a prueba. —Me sonrió y deslizó la pieza del rompecabezas
dentro de mi mano—. Este mundo ya ha visto suficientes Pandoras, ¿No
crees?
Vi la pieza del rompecabezas. Mostraba piedras, y yaciendo sobre estas
también había un pétalo de una rosa o una gota de sangre. O tal vez una
llama.
—¿Qué es esto? —pregunté curiosamente.
—Es una parte de esta casa, así que ¿quién sabe? —La luz del fuego
brillaba en sus ojos cuando me miró.
Rodé mis ojos. —Estas enteramente satisfecho con tus propios dichos a
veces. ¿Supongo que incluso tienes un chiste preparado para tu muerte?
—¿Estas planeando averiguarlo?
Arrastré mis dedos por su cabello. Su cuero cabelludo era cálido y seco
por debajo de mis dedos. Me sorprendió, como era todavía algunas veces,
sólido y vivo; que esta salvaje, criatura innombrable no era un fantasma,
pero permaneció inmóvil bajo mi mano. Ese demonio que gobernaba todo
nuestro mundo era mío.
—No sé —dije—. ¿Has venido con algunas razones por las que no
debería?
Se enderezó y me besó. Me incliné hacia adelante y lo besé de vuelta,
hasta que perdí mi balance y ambos caímos al suelo, conmigo aterrizando
encima de él.
Alrededor de nosotros, piezas perdidas del rompecabezas flotaron en el
aire tan ligeras como plumas. Una vez en el aire, no cayeron pero
empezaron un lento, remolino majestuoso por la habitación, como un baile
formal. Desde el rabillo de mi ojo, vi que la parte irregular que Ignifex
había armado se estaba disolviendo también, pequeños trozos de castillo
levantándose dentro del aire, su colectivo significado olvidado. Algo; medio
memoria, medio suposición; insignificante en mi mente.
Entonces Ignifex se estiró para tocar mi cara. Me incliné hacia abajo
para besar a mi esposo, y sin pensar más en el rompecabezas.
Quería olvidar. Pensé en Astraia, madre, padre, y tía Telomache. Pensé
en la sonrisa amarga de Elspeth y la única vez que había espiado su
llanto. Pensé en todas las demás personas en el pueblo, que siempre
debían tener miedo que este año el diezmo no funcione; del Resurgandi,
que había trabajado doscientos años y puso su confianza en mí; de
Damocles y Philippa y la gente gritando en el estudio de mi padre.
¿Quién era yo, para considerar mi felicidad más importante?
—Eres solemne hoy. —dijo Ignifex una mañana. Estábamos en una
habitación grande, con pisos de mármol blanco y paredes cubiertas de
hiedra. El techo era de todas las ramas de los árboles, con una ventana en
el centro. Bajo el círculo de la luz solar difusa agrupado una alfombra roja
gruesa; habíamos traído libros y una tetera de té, pero en vez de hacer
investigación, terminé apoyando mi barbilla en una pila de libros y
mirando la hiedra, mientras Ignifex sorbía el té y acarició mi cabello.
—Es otoño —dije—. Puedo ver los árboles cambiando a través de las
ventanas.
Puso un mechón de mi cabello detrás de la oreja.
—Pronto va a ser el Día de los Muertos —dije.
—Suena horrible.
—Es un festival. —Lo miré por encima de mi hombro—. El único que
comparten la alta burguesía y los campesinos. Celebramos a Perséfone
bajando a Hades para el invierno, ellos recuerdan a Tom-a-Lone
consiguiendo su cabeza cortada por la niñera Anna. Todos hacen ofrendas
de tumbas, después hay un gran sacrificio a Hades y Perséfone, y esa
noche hay una hoguera en que se quema a Tom-a-Lane de paja vestido
con listones.
Siempre había detestado el viaje al cementerio. Astraia y yo nos
poníamos nuestros mejores trajes negros ataviados con cintas y encajes, y
nos arrodillábamos durante una hora mientras Padre y tía Telomache
quemaban incienso y recitaban oraciones interminables juntos, sus
rostros repugnantemente piadosos. Astraia sollozaría a través de todo el
asunto, mientras yo miraba las palabras talladas “THISBE TRISKELION” y
con cuidado de no preguntar a Padre porque no acababa de hacerle el
amor a tía Telomache encima de la tumba y terminaban con esto.
—Encantadora forma de honrar a un dios —dijo Ignifex.
—Bueno, él ya está muerto. Necesita una pira.
Ignifex subió sus cejas cuestionadoramente.
Suspiré. —Supongo que un demonio no le presta atención a los límites
de los dioses. Cuenta la historia, que Tom era el hijo de Brigt, quién es un
poco como Deméter y Perséfone combinado. Ella gobierna todo el bajo
mundo, semillas e igualmente a los muertos. De cualquier forma, Tom se
siente enamorado de la niñera Anna, el límite de la diosa quien baila con
los pájaros. Pero Brigit estaba celosa; ella no quería compartir a su hijo
con una amante. Entonces ella le dijo a la niñera Anna que Tom era mortal
como su padre, verdad, pero eso si su amante le cortara la cabeza, él se
convertiría en dios. Lo cual fue también cierto, pero lo que ella no dijo era
que él se convertiría en el dios de la muerte, atrapado en la oscuridad
debajo de la tierra. Entonces ese es el por qué fue llamado Tom-a-Lone;
porque está separado de su amor, la niñera Anna, a excepción del Día de
los Muertos, cuando él puede encontrarse con ella desde el atardecer hasta
el amanecer. Aunque realmente el nombre no tiene sentido, desde que
todavía tiene a Brigit y a todos los muertos para hacerle compañía. —Me
encogí de hombros—. Los eruditos dicen que es una corrupción de la
historia de Adonis y Afrodita, pero los campesinos juran arriba y abajo que
él es real como Zeus. De todos modos, es por eso que el día es para el
duelo, por la muerte pero la noche es para beber y para los amantes.
Padre siempre nos prohibió asistir a las celebraciones vulgares, pero
Astraia y yo nos habíamos escapado de la casa desde que teníamos trece.
Y Padre nunca se dio cuenta, porque siempre pasaba la noche con tía
Telomache.
Ignifex parecía bastante atrapado por la historia; miraba hacia el aire,
muy quieto, luego frotó su frente como si le doliera. El consejo de Brigit a
la niñera Anna no era diferente a los tratos burlones de los Benévolos; me
pregunté si él había arreglado una suerte similar a alguna chica tonta.
Mis propios recuerdos estaban tirando de mí. Recordé a Astraia riendo
mientras bailábamos alrededor de la hoguera con todo el pueblo, incluso
las personas quienes normalmente desdeñaban los límites de los dioses se
unieron dentro. El año pasado nos habíamos deslizado de nuevo a la casa
de la mano, y Astraia había susurrado, no me importa el día de hoy cuando
estoy contigo.
—Quiero visitar su tumba —dije.
—¿Hm?
—Mi madre. —Las palabras se sentían torpes, pero me hice encontrarme
con sus ojos—. Quiero… necesito visitar su tumba. Siempre he sido una
hija horrible.
No dije, y ahora estoy haciendo el amor con su asesino, pero estaba
segura que Ignifex sabía que lo estaba pensando.
—Se supone que no debes dejar esta casa —dijo él—. Esa es una regla.
—No hay ningún lugar al que puedo ir pero esta casa —Señalé—. De
todos modos ¿qué sobre el Corazón del Aire? Eso fue tan en el exterior
como cualquier lugar en Arcadia.
—Yo estaba contigo entonces.
—Entonces llévame al cementerio. No tenemos que hacerlo el Día de los
Muertos, solamente… pronto.
Sus dedos tamborilearon contra una pila de libros. Desde afuera, el
viento gemía suavemente.
—Por favor —dije.
Abruptamente sonrió. —Entonces te llevaré desde que preguntas tan
amablemente.
—Gracias —dije, y besé su mejilla.
Ignifex mantuvo su palabra, me llevó sólo unas pocas horas después,
cuando el sol brillaba alto en el cielo y el pergamino alrededor de este
brillaba color miel-dorado que pone sus rayos dorados en vergüenza.
—Obtén lo que quieras para la ofrenda —dijo él, por lo que busque a
través de la casa hasta que me encontré con velas y una botella de vino.
Ignifex sacó una llave de marfil y abrió la puerta blanca que nunca había
visto. Del otro lado de esta estaba el cementerio; fui a través de este, y me
encontré parada en la entrada principal. Ante nosotros un revoltijo de
lápidas surgió en filas irregulares, desde sencillas pequeñas losas que
marcan el lugar, hasta estatuas y santuarios en miniatura del doble de
grande que un hombre.
La tumba de Madre yacía cerca del fondo del cementerio. Pude haber
caminado ahí en mis sueños, y sentía que estaba soñando, al gran paso
allí en la clara luz de día con el Señor Benévolo a mi lado. El aire era fresco
y el viento soplaba en ráfagas irregulares que olían un poco a humo; las
hojas rojas-doradas se arremolinaban alrededor de nosotros y crujían bajo
nuestras botas. Sobre nosotros, los agujeros en el cielo se abrieron como
tumbas abiertas, pero yo estaba creciendo acostumbrándome a ellos. En
cambio, mi espalda hormigueo con el temor de que ojos humanos pudieran
vernos, que todo el mundo estaba esperando detrás de las lápidas para
saltar y condenarme por mi impiedad. Mire alrededor una vez y otra vez,
pero aunque no vi a nadie, no podía evitar la sensación de ser observado.
La tumba de mi madre no era de las más grandes, pero era elegante; un
dosel de piedra albergaba una cama de mármol sobre la cual yacía una
estatua de una mujer envuelta, tan delicadamente tallada que se podía ver
las líneas de su cara a través de los pliegues de gasa. Por el lado de la
cama fue tallado “THISBE TRISKELION”, y debajo de esto el verso; en
latín, desde que Padre era un erudito; “IN NIHIL AB NIHILO QUAM CITO
RECIDIMUS”.
De la nada a la nada la rapidez con que volvamos.
Me arrodillé y puse las velas. Ignifex, de pie junto a mí, las encendió con
un chasquido de sus dedos, luego se metió las manos en los bolsillos de su
largo abrigo oscuro. Por primera vez desde que lo conocí, había algo tieso y
torpe en la forma que se mantuvo de pie.
—Te ves asustado —dije—. Arrodíllate y dame el sacacorchos.
Se arrodilló y me pasó el sacacorchos; después de unos momentos de la
lucha con dedos fríos, obtuve la botella abierta. Me serví un chorrito de
vino oscuro en la tierra antes de la tumba.
—Bendiciones y gloria pertenecen a los muertos —susurré. Las palabras
rituales eran reconfortantes—. Te bendecimos, te honramos, recordamos
tu nombre.
Levanté la botella y bebí un sorbo de vino. Era dulce y picante, como el
viento de otoño, y quemó su camino por mi garganta. Entonces le tendí la
botella a Ignifex.
Me miró sin comprender.
—Bebamos también —dije—. Es parte de la ceremonia.
Su mirada se movió. —Yo…
—Vas a honrar a mi madre o romperé esta botella sobre tu cabeza.
Apareció un espectro de sonrisa; entonces tomó la botella y el cuello
blanco destelló mientras inclinaba la cabeza para beber. Cuando él
devolvió la botella, puse una libación en el suelo.
—Oh, Thisbe Triskelion, te rogamos nos bendigas. Respiramos ahora la
luz del sol, como una vez lo hiciste; pronto vamos a dormir en la muerte,
como ahora tú lo haces.
Bebí otra vez, y le tendí la botella de nuevo a él. Cuando también había
tomado, tomé la botella y me senté inmóvil, observando el rostro de la
estatua. Era curioso ver la tumba de mi madre, sin Padre y tía Telomache
zumbando en el fondo; por primera vez, pude ver su rostro de piedra sin
ira encrespándose bajo mi piel.
—¿Ahora qué? —preguntó Ignifex.
Hice una pausa, pero ya había la digna de diez generaciones de himnos
cantados; no tenía ningún deseo de añadir más. En su lugar me tomé otro
trago de vino.
—Terminamos la botella. —Se la pasé de nuevo a él.
Ignifex sostuvo la botella hacia la luz, y miro de soslayo cuanto quedaba
—Las costumbres mortales son más divertidas de lo que pensé.
Debimos haber permanecido sentados cerca de una hora, bebiendo
lentamente el vino en medio de las hojas arremolinadas. Apenas hablamos;
a veces Ignifex me miraba pensativo, pero sobre todo parecía absorto en el
estudio del cementerio. Una vez, del rabillo de mi ojo, lo sorprendí
vertiendo una pequeña libación sobre el suelo moviendo los labios.
Al final, ya no estábamos arrodillados sino sentados apoyamos el uno
contra el otro. Después eché las últimas gotas de vino en el suelo, porque
los muertos deben tener siempre el primer y último sorbo, nos sentamos
unos minutos en silencio.
—Gracias —dije por fin.
Sentí que tomaba una respiración profunda; entonces él dijo: —Tu
hermana me llama todas las noches.
Me senté de golpe. —¿Ella qué?
—No le respondo —añadió rápidamente.
Me puse en pie ahora, toda paz olvidada. ¿Habría empezado esto
después de que rompí el espejo? ¿O Astraia trató de sacrificarse todas las
noches desde que me fui, y el espejo nunca me lo mostró? Era la clase de
truco que podía esperarse de una pieza de la casa.
—Ella sabe de tus negocios ¿en qué puede estar pensando?
—En algo heroico, imagino. —Se puso de pie, tan elegantemente como
siempre.
Me acordé de la cara, como la había dejado. Seguramente ella no se
atrevería a tanto por la hermana que la había lastimado.
Mis hombros cayeron. Ella me había dado un cuchillo. Creció oyendo
hablar de Lucrecia quitarse la vida y Ifigenia sacrificarse en un altar, y
Horacio defender el puente y Cayo Mucio Scaevola quemar su propia mano
para mostrar su devoción a Roma todos los héroes que padre y la tía
Telomache habían utilizado para instruirme. Por supuesto que ella se
atrevería.
—Pensaba que tenías que responder a todos los que te llamaban. —dije.
Se encogió de hombros. —A veces debo hacerlo. Otras tengo elección.
Hasta ahora mis maestros parecen indiferentes a tu hermana.
Pero si los Benévolos eran la mitad de caprichosos como él dijo, tarde o
temprano, no serían indiferentes, y cuando llegue ese día, Ignifex no
tendrían más remedio que darle la cruel fatalidad que ellos decretaran.
—Podrían estar satisfechos con su ser indefenso —dijo—. Pero... Pensé
que deberías saber.
No era la rigidez incómoda en su postura de nuevo. Me di cuenta de que
estaba nervioso.
—Gracias —dije lentamente, mirándolo a los ojos—. Tengo que ir a verla.
Incluso si nunca hacen su respuesta para que se arriesguen mucho ella
debe pensar que estoy muerta o algo peor. No la puedo dejar de esa
manera. —Di un paso adelante—. Por favor, deja que me vaya de nuevo a
ella. Sólo por un día.
—No puedes ir sola.
—¡Pues llévame! —Pero al decirle las palabras, me di cuenta de lo
estúpidas que eran.
—Incluso si tu padre no tratara de matarme en el acto, no ayudará a
cambiar la forma de pensar de tu hermana. —Ignifex suspiró y miró a lo
lejos—. Hay una manera. Pero tienes que prometerme que no harás
ninguna tontería.
—Lo prometo —dije.
Me estudió un momento, luego sacó el anillo de oro de su mano
derecha. —Nyx Triskelion, te entrego libremente este anillo. —Me tomó la
mano derecha y lo deslizó en mi dedo—. Mientras que lo usas, tú estarás
en mi lugar; mi nombre será el tuyo, y mi aliento estará en tu boca.
Miré el anillo. Era pesado, como un anillo de sellos, pero en lugar del
escudo de una familia había una rosa. Era el anillo que Damocles había
besado cuando lo vi cerrar su parte del trato, el que mi padre había besado
cuando condenó a nuestra familia. Y ahora estaba en mi dedo como
cualquier otro ornamento.
—Este es el anillo que sella mis tratos —dijo Ignifex—. Los Benévolos me
lo dieron como señal de mi servicio. Cuando lo uses, controlaras una parte
de mi poder.
Moví mis dedos, mirando el brillo del oro. —¿Entonces puedo dominar el
mundo a través de negocios malvados?
Me lanzó una sonrisa. —No del todo. Pero si puedes abrir cualquier
puerta, y te dará acceso a cualquier lugar al que quieras ir. —Abrí la
boca—. En este mundo, ni siquiera yo puedo provocar el Cataclismo. Pero
ya ves por qué hay que tener cuidado.
El Resurgandi mataría por poseer este anillo. Hace unos meses, yo lo
habría utilizado para matarlo. Y él lo había colocado en mi mano.
—No tengo ningún deseo de ser devorada por los demonios —le dije—.
Puedes confiar en mí.
—Lo hago —susurró, en voz tan baja que apenas lo escuché. Entonces
me besó como si fuera la última vez que me vería, y le devolví el beso con
la misma avidez.
—Quédate conmigo hasta mañana —susurró finalmente.
Mi corazón latía y yo quería decir que sí, pero pensaba en Astraia
sentado cada noche, tratando de morir por mí.
—No. Ya he esperado demasiado tiempo.
—¿Una hora?
—Bueno... sólo si haces que valga la pena.
Se rió y me atrajo de nuevo hacia la puerta del cementerio. Justo antes
de que nos fuéramos, me pareció oír un ruido de nuevo. Miré hacia atrás,
pero el cementerio estaba tan quieto y vacío como antes.
Traducido por Kathfan
Corregido por Daniela B
Dos horas más tarde, de pie junto a la cariátide de la cama en mi
habitación, estaba lista para ir a casa. Me había puesto un vestido rojo
liso; mi pelo bien trenzado y sujeto alrededor de mi cabeza. Miré una vez
más por gran el ventanal al pequeño pueblo, como un juguete en la
distancia.
Entonces me volví hacia la puerta, el pesado anillo de Ignifex en mi
dedo, y puse la mano en el pomo.
—Llévame a casa —susurré, y abrí la puerta.
A través de la puerta, vi el vestíbulo de la casa de mi padre. El cielo del
atardecer brillaba cálidamente, a través de las ventanas, en las baldosas
de color marrón rojizo. A lo lejos, oí las campanadas del gran reloj de pie.
No quería hacer frente a Astraia, no quería enfrentarme a lo que le había
hecho. Pero ella me necesitaba. Así que cuadre mis hombros y marché
directo.
La puerta se cerró detrás de mí. El reloj marcó imperturbable; la gente
gritaba fuera en el patio; el aire olía a polvo, madera y al perfume de la tía
Telomache.
Mi vieja mucama Ivy salió de una puerta, llevando un montón de toallas.
Me vio, chilló y huyó, dejando caer las toallas con prisa. Era como si
hubiera visto un fantasma.
Yo era un fantasma, para estas personas, estaba muerta.
Caminé frente a la puerta de entrada y baje por el pasillo hacia el
estudio de Padre, donde di un golpe en la puerta una vez antes de lanzarla
abierta.
—Buenas tardes, Padre —dije—. Tía Telomache, que bueno verte.
Estaban de pie a un lado de la habitación, horquillas saliendo de su pelo
y sus ojos fijos en el techo. No era lo más cercano a abrazarse que los
había capturado alguna vez, pero estaba cerca.
Ahora, por supuesto, los dos estaban mirándome y palideciendo. Nunca
en mi vida los vi así de desconcertados y la realización me hizo marear.
—Estoy buscando a Astraia —dije alegremente—. ¿Está en su
habitación?
Luego ambos caminaron hacia mí, tía Telomache para tomar y besar
mis manos, padre para cerrar la puerta.
—Hija, ¿qué pasó? —exigió Tía Telomache—. ¿Lo hiciste… él esta…?
—No —dije—, no está muerto o preso. Sin embargo, su consejo fue más
que útil, Tía. —Tomé un placer vicioso por el profundo rubor que se
extendió por su cara.
Padre la atrajo suavemente hacia atrás de mí. —Entonces haznos un
informe ¿Por qué has vuelto?
Me crucé de brazos. —Quiero ver a Astraia
Dejó escapar un suspiro de impaciencia.
—¿Ya tienes localizados los corazones de la casa?
—Los cuatro de ellos. No nos servirán de nada. —Abrí la puerta—. ¿Está
Astraia en su habitación?
—¿Por qué no servirán? —exigió Padre.
—Porque toda Arcadia está dentro de la casa del Señor Benévolo. El
colapso de la casa haría colapsar el mundo.
Los dos me miraron. Las palabras se deslizaron entre mis dientes,
rápidas y más rápidas.
—Es un pequeño pensamiento acogedor, ¿verdad? Todos nosotros bajo
un mismo techo, incluso el Señor Benévolo. Tú me enviaste a morir apenas
al cuarto de al lado.
La mandíbula de Padre se aprieta.
—Te he enviado para salvar nuestro mundo —gruñe.
—Soy tu hija —escupí—. ¿No se te ocurrió alguna vez, por un solo
momento, que deberías tratar de salvarme?
—Por supuesto que quería salvarte —dice Padre pacientemente—, pero
por el bien de Arcadia…
—No pensabas en Arcadia cuando negociabas con el Señor Benévolo. Y
no estoy segura de que pensaras mucho en Madre, tampoco, porque si
realmente la amaras, hubieses encontrado una manera de salvar a las dos
hijas que ella tanto quería —Le mostré mis dientes—. O por lo menos no
habrías pasado los últimos cinco años acostándote con su hermana.
Como todavía estaban ahogándose con mis palabras, me di la vuelta y
salí de la habitación. En un momento escuche a Padre venir detrás de mí;
no sentía propio intentar correr más rápido que él, así que me dirigí a la
puerta más cercana, pensando en la biblioteca, di un paso a través al
mismo tiempo que comenzó a gritar.
—Nyx Tris…
Entonces su voz se cortó como si fuese amortiguada por mantas. La
puerta de la biblioteca se cerró detrás de mí y yo estaba rodeada por
hileras de estanterías de madera de cerezo pulido. La biblioteca era la
habitación más grande en la casa, pero se había convertido en un panal de
estanterías. Estuve dando vueltas a las hileras, arrastrando un dedo a
través de los lomos de cuero con sellos de oro. Pase tanto tiempo de mi
vida en esta sala; el olor de cuero, polvo y papel viejo era como un amigo.
Desde atrás, escuché un grito que era casi un sollozo. Me volví y vi a
una chica sentada en el suelo en un charco de faldas oscuras.
Era Astraia.
La imagen borrosa del espejo me mintió, ¿o simplemente no me había
dado cuenta de su cambio? La grasa se había ido de su rostro; su
mandíbula era afilada y angular ahora y aunque sus labios seguían
regordetes, se le presionaban en una línea plana. Iba vestida toda de
negro, como nunca lo había hecho desde que Padre procuró dejarnos elegir
nuestra propia ropa y su cara puso una expresión dura, estoica que yo
nunca vi antes en ella.
Abrió la boca, pero no salió ningún sonido, como si todavía estuviera
detrás del vidrio.
—Astraia —Caí de rodillas ante ella y luego la arroje a mis brazos
rodeándole los hombros—. Lo siento. Lo siento mucho.
Sus brazos se movieron lentamente para devolverme el abrazo.
—¿Nyx? ¿Cómo…que pasó?
—Volví —dije, no quería mirarla a los ojos otra vez, así que me obligue
sentarme y hacerlo—. No podía dejarte ir pensando que yo estaba muerta y
te odiaba.
—Sabía que no estabas muerta —dijo vagamente—. Te vi en la tumba de
Madre hoy… a ti y al Señor Benévolo. —Mi corazón dio un sobresalto, pero
ella no me acuso, simplemente continuó—, si sólo hubiera llevado mi
cuchillo, podría haber… podría haber… —Su boca se movió en silencio un
momento; luego tragó—. Lo llamo cada día, pero nunca me escucha.
—Lo sé —susurré—. Él me dijo.
Su boca se arrugó un momento, luego se suavizó
—Por supuesto. —Entonces se sentó muy quieta, como una muñeca
abandonada.
Tomé sus manos. Sintiéndolas pequeñas y frías.
—Escucha. Nunca debí haberte mentido acerca de la rima, ahora lo sé,
pero no podía soportar que llevaras tu esperanza lejos. Y lo que dije esa
mañana… yo estaba enojada y asustada y no lo decía en serio. Nunca te
he odiado y estoy segura que Madre nunca lo hizo tampoco —Las palabras
pronunciadas tantas veces al espejo, estaban ahora tiesas y torpes en mi
boca—. Y yo… si pudiera sólo volver atrás…
—Silencio. —Me empujó a sus brazos nuevamente, y me tranquilizó
bajando mi cabeza hacia su regazo. Tal como a veces había imaginado que
ella haría—. Sé que él te hizo cosas terribles.
Me atraganté con una carcajada que era quizás un sollozo. Ella estaba
tan bien y tan mal, que no tenía idea.
—Quería ir contigo —dijo, con la misma calma vacía—. Si alguna vez
hubieses preguntado, me habría arrastrado para ayudarte. Pero no querías
mi ayuda. Sólo querías que yo fuera tu dulce y sonriente hermana. Así que
sonreí y sonreí, hasta que pensé que me iba a romper.
—Lo lamento —susurré sin poder hacer nada, recordando todas las
veces en nuestra infancia, cuando ella había balbuceado sobre el
aprendizaje de las artes herméticas o la lucha del cuchillo y yo había
rodado los ojos hacia ella. Yo siempre había supuesto que no lo decía en
serio, porque ella era la dulce y feliz pequeña Astraia.
Ella había tenido el consuelo de creer en la rima. Pero su felicidad fue
casi tan falsa como la mía. Y yo había ignorado su dolor, al igual que Padre
y la Tía Telomache ignoraron el mío.
—¿Realmente lo lamentas? —Me acarició el pelo—. ¿Quieres que te
perdone?
—Sí. —Lo dije cientos de veces al espejo. Lo pensé mil más: Perdóname.
Perdóname. Perdóname.
Su mano se quedó inmóvil.
—Entonces, mata a tu esposo.
—¿Qué? —Me cerní hacia arriba.
—Él mató a Madre. Te deshonró. Está esclavizando Arcadia y ha
devastado nuestra gente con demonios por novecientos años. —Astraia me
miró fijamente a los ojos—. Si tienes cualquier amor por mí, hermana, lo
mataras y nos liberaras.
—Pero… pero… —casi dije: yo lo amo, pero sabía que nunca entendería.
Ella sonrió, la misma expresión soleada que durante años había
asumido era simple y sin engaño.
—Lo sé. Crees que lo amas. Te vi besarlo en el cementerio. ¿O vas a
seguir fingiendo que no disfrutas acostarte con el enemigo?
—No lo es… —Pero no podía continuar; Me acordé de sus besos, sus
dedos corriendo a través de mi pelo, su piel contra la mía y sentí como si
todo mi cuerpo se hubiese sonrojado.
La sonrisa de Astraia desapareció.
—Te gusta —Hablaba en voz baja y temblorosa—. Todos estos años eras
miserable. Todos estos años he tratado y tratado de consolarte, pero nada
funcionó hasta que al final pensé que estabas rota. Me sentía tan inútil al
no poder sanarte. Pero en realidad, lo único que necesitabas era besar al
asesino de nuestra madre y llegar a ser la puta del demonio…
Abofeteé su cara.
—Él es mi marido.
Entonces me di cuenta de lo que había hecho y me retorcí las manos
juntas, sintiéndome enferma.
Pero Astraia no parecía darse cuenta de que había sido abofeteada.
—Y gran honor que es. —Se puso de pie—. Pero sigo siendo virgen. Lo
puedo matar. Si no tienes el estómago para salvar Arcadia, méteme en su
casa y lo voy a hacer por ti.
Me puse de pie.
—No puedes.
—¿Todavía no crees en la rima de la Sibila? Porque que he hecho un
montón de investigación desde tu boda y estoy más convencida que nunca.
Estoy dispuesta a arriesgar mi vida en ello.
Recordé cómo Ignifex siempre había tomado el cuchillo al instante lejos
de mí, cómo todavía había sido así cuando lo sostuve en su garganta.
Cómo estuvo de acuerdo con mi trueque
—No —dije con dificultad—. Lo creo ahora.
—Entonces, ¿por qué no? ¿Por qué es más importante para ti tener un
hombre en tu cama, a que toda Arcadia sea libre?
—No, porque lo amo. —Las palabras se arrancaron desde mi garganta y
colgaron en el aire entre nosotras. No podía mirar a Astraia a los ojos; Me
quedé mirando el piso, mis mejillas calientes—. Y debido a que él no es el
único que esclaviza Arcadia. —Me levante silenciosamente, con
desesperación—. Los Benévolos lo hicieron. No es más que su esclavo. Ni
siquiera sabe su nombre. Se lo dije… Él dijo que si encuentra su nombre,
será libre. Le prometí que le ayudaría.
Me atreví a mirar hacia arriba entonces. Astraia inclinó la cabeza,
pensativa hacia un lado.
—¿Los Benévolos son reales? —dijo.
Asentí.
—Sí. En los días antes del Cataclismo, hicieron tratos con hombres,
como el Amable Lord hace ahora. Y creo que el último príncipe debe haber
hecho algún trato con ellos, ya que esclavizaron Arcadia, crearon al
Amable Lord para administrar sus negocios e hicieron al último príncipe
su esclavo.
—Así que sabes cómo ocurrió el Cataclismo —La voz de Astraia estaba
tranquila, reflexiva—. Sabes que el último príncipe está vivo y lo
mantienen en esclavitud. Con lo que has aprendido y el conocimiento del
Resurgandi, probablemente podrías salvarnos a todos. ¿Y tú preocupación
es por un siervo de los Benévolos?
—No, pero… —Un nuevo pensamiento de pronto me llamó la atención y
me dejo sin aliento—. La Rima no promete terminar la esclavitud o
destruir a los demonios, sólo promete que lo va a destruir a él.
—¿Y? —dijo Astraia—. Habríamos vengado a nuestra madre. Lo
detendríamos de enviar sus demonios contra nosotros. Podemos resolver el
Cataclismo en nuestro tiempo libre, una vez que esté muerto.
—No lo entiendes —dije—. Él no manda a los demonios contra nosotros.
Es el único que les impide hacerlo. Cuando hacen daño a la gente, es
porque se escaparon en contra de su voluntad, y los persigue. Si se va, nos
van a romper en pedazos.
Sentí una oleada repentina de esperanza. No entendía a esta nueva
Astraia… no, yo nunca había entendido como en realidad era mi hermana
todo este tiempo. Pero, sin duda tuvo que ver la lógica de mi argumento.
Seguramente ella tendría que aceptarlo.
Su frente se arrugó pensativamente.
—¿El principal agente de los Benévolos no siempre puede controlar sus
demonios? ¿Por qué lo dejarían con tan poco poder?
Me encogí de hombros.
—Pensaron que era divertido, supongo.
—O él pensó que era divertido mentirte.
—No lo haría… —empecé, sorprendiéndome a mí misma cuando su
rostro empezó a torcerse mostrando una desdeñosa incredulidad—.
¿Quieres correr el riesgo? —pregunté en su lugar.
—No —dijo Astraia, pareció reflexionar un momento—. Entonces, antes
de que lo matemos, tenemos que encontrar una manera de terminar el
Cataclismo y desterrar los demonios.
Ella habló con tanta confianza en la materia, con total naturalidad que
me tomó un momento para encontrar mi voz.
—No, tenemos que encontrar su nombre.
—Y si es posible encontrar su nombre, y si es verdad que lo liberaría,
¿tienes alguna razón para creer que pondría fin a la esclavitud y nos
libraría de los demonios?
No lo sabía, me di cuenta con un horroroso y frío hundimiento. Sólo
había dicho que iba a ser libre y que no tendría más Maestros. Todo lo
demás eran sólo mis propias esperanzas insensatas.
—Pero no podemos matarlo —protesté—. Te dije…
—Me has dicho buenas razones para ser cuidadosos —dijo—. Me dijiste
que mientras él viva, los demonios devastaran nuestro pueblo. Que
mientras él viva, todavía atraerá a la gente en retorcidos tratos. —Ella se
acercó más, hasta que nuestros rostros estaban sólo a un suspiro de
distancia—. Me has dicho que quieres que él viva, aunque esto significa
que nuestra madre quede sin vengar, que sus tratos castiguen tanto a
culpables como inocentes y que sus demonios se arrastren fuera de las
sombras y dañen a los hombres hasta que mueran a gritos todos los días.
—No había rabia en su voz ahora, era absoluta convicción inquebrantable.
No podía moverme, respirar, ni apartar la mirada de su vista implacable—.
¿No es así, hermana?
Quería gritar, ¡Tú no lo entiendes!... Pero cada palabra que había dicho
era verdad. Las personas morían cada día y a mí no me había importado si
seguían muriendo, siempre y cuando la única persona que yo quería
quedara con vida. A pesar de que él era la única persona que menos lo
merecía.
Al final, lo único que podía hacer era mirarla y susurrar—: Sí.
—Sabes que es un monstruo —dijo suavemente—. Por mucho que
pienses que lo amas, aún así lo sabes. Tal vez él está esclavizado, pero si
de verdad odiaba lo que estaba haciendo, podría haberse matado a sí
mismo en cualquier momento.
Negué con la cabeza, recordando cómo había sanado de la oscuridad.
—No estoy segura de que lo dejaran morir…
—¿Estoy diciendo la verdad?
—Sí —le dije sin poder hacer nada.
Ella puso una mano en mi mejilla.
—He escuchado las historias sobre él. No te culpo por ser engañada.
Pero si no me ayudas, nunca te perdonaré. —Sus labios curvados en una
soleada y feroz sonrisa—. Y sé que Madre nunca te perdonará tampoco.
Mis uñas se enterraban en mis palmas. Ella tenía todo el derecho de
lanzar mis propias palabras en mi cara y probablemente estaba diciendo la
verdad, no como yo.
—Él confía en mí —dije—. ¿Sabes cómo los dioses juzgan a los
traidores?
—Debes traicionar a uno de nosotros. Supongo que la elección depende
de a quién ames más.
La miré. Ella quería que rompiera mi promesa con Ignifex, que le
entregase después de que él me había dado su confianza absoluta, que
matara a la única persona que me había amado y pedido nada a cambio.
Era mi única hermana, la viva imagen de mi madre y la persona que
más lastime cuando de toda la gente en el mundo era quien menos se lo
merecía. Ella quería que yo vengara diez mil almas asesinadas y salvara
toda Arcadia del terror de los demonios.
Recordé los gritos haciendo eco en el estudio de Padre. Acurrucarme
junto a Astraia cuando no podía dormir por miedo a que las sombras
podrían mirarla. Recordé en silencio jurar, voy a terminar esto.
Ese juramento, también, sin duda debía mantenerse.
—Nyx. —Astraia acunó mi cara entre sus manos—. Por favor.
Yo debería haber sabido, pensé debidamente. ¿Por qué pensaba que
alguna vez podría mantener lo que quería?
¿Por qué debía pensar que mi amor era más importante que toda Arcadia?
Agarré sus manos y le susurré—: Sí.
Nuestros dedos se enredaron juntos. Me sentí como si hubiera hielo
atascado en mi pecho.
—Júralo —dijo—, por el amor que me tienes y a nuestra madre, por los
dioses del cielo y el río Styx abajo, que vas a destruir al Señor Benévolo,
rescatar al último príncipe, y salvarnos a todos.
Mi corazón latía. Traté de hablar, pero mi garganta se apretó. Recuerdos
de Ignifex me inundaron: sus labios contra los míos. Sus manos mientras
deslizaba el anillo en mi dedo. Su voz en la oscuridad cuando él decía, por
favor.
Pero no le importaba más de lo que me importaba. Los dos estábamos
con gente malvada y nosotros éramos los únicos que habrían de ser
sacrificados.
—Te lo juro. —Las palabras salieron en un susurro. Entonces tragué y
lo eche fuera—. Juro por mi amor por ti y nuestra madre, por los dioses
del cielo y el río Styx abajo, que voy a destruir al Señor Benévolo, rescatar
al último príncipe y salvarnos a todos.
—¿Y? —apremio Astraia con suavidad.
—Y… y por el arroyo en la parte trasera de la casa.
Echo sus brazos alrededor de mí.
—Gracias.
Apoyé la cabeza en su hombro. Mis ojos se llenaron de lágrimas, y
esperaba que en cualquier momento el frío odio por ella se levantara sobre
mí. Pero todo lo que sentí fue el vacío, hasta que me di cuenta de que por
fin había conseguido mi deseo: que había aprendido a amar a mi hermana
sin amargura. Todo lo que me había costado era todo.
Se me ocurrió que Ignifex encontraría este destino un tanto divertido y
apropiado. Entonces lloré, todo mi cuerpo se sacudió por los sollozos y
Astraia me abrazó y acarició mi espalda hasta que me tranquilicé.
No paso mucho hasta que Padre y la Tía Telomache nos encontraran,
pero cerramos la puerta y nos negamos a salir. Padre llamó a la puerta y
ordenó a Astraia -él debió haber sabido que era una causa perdida-
abrirle.
—¡Estamos representando la muerte del Señor Benévolo —respondió
Astraia—. ¡Fuera!
Me reí débilmente.
—Te creció una lengua afilada con bastante rapidez.
—Los gemelos son siempre iguales, ¿no lo sabes? —Su voz sonaba casi
cariñosa, y me reí de nuevo; entonces sus siguientes palabras me
atraparon como un golpe en la cara—. ¿Por qué fuiste al cementerio?
Me acordé de mi mejilla apoyada en el hombro de Ignifex, su brazo
alrededor de mi cintura, y sus labios mientras me besaba, ferozmente
tierno. Se sentía como gusanos que se arrastran por mi piel recordar que
Astraia había visto todo, odiándonos a ambos.
Pero le debía una respuesta.
—Porque yo siempre fui una hija terrible. Y…en esa casa, me convertí en
una peor. —Astraia me miró bruscamente y pude ver las palabras debido a
lo que él hizo en sus ojos, pero ella misericordiosamente guardo silencio.
Continué—: Quería, sólo una vez en mi vida, hacer algo bueno por ella.
Astraia frunció los labios.
—¿Por qué fue contigo? —preguntó pareciendo ausente o simplemente
aceptando la implicación de que yo nunca había, en toda mi vida, amado a
nuestra madre correctamente.
—Yo se lo pedí.
Sus fosas nasales se dilataron.
—¿Para que pudiera reírse de su tumba?
Mis manos se apretaron.
—Tomó la libación7 funeral conmigo —gruñí, luego no pude evitar
añadir—: Debes haberlo visto; estuviste espiando el tiempo suficiente.
Astraia se levantó.
—Podría derramar toda su sangre en libación y no pagaría lo que nos
debe.
—No he dicho eso. —Me quedé mirando el piso, recordando sus novias
muertas que yacían en la oscuridad y la dolorosa muerte sobre el rostro de
Astraia cuando la dejé. Ninguno de nosotros podía pagar por nuestros
pecados.
—¿Supongo que a estas alturas él confía en ti? —Miró hacia abajo y me
sentí obligada a mirarla a los ojos.
Puedes confiar en mí, le había dicho, y él había susurrado, lo hago.
Asentí sin decir nada.
—Esa es una buena cosa. Porque después de todo, él merece saber lo
que se siente ser traicionado —Su sonrisa era como un cristal roto—.
Algún día serás libre y entonces estarás de acuerdo.
Al instante siguiente me puse en pie, mi corazón latía con fuerza en mis
oídos.
—De acuerdo, él es malo e imperdonable. —Mi voz se sentía como si
viniera desde el otro extremo de un largo túnel—. Pero es la única razón
por la que he honrado a Madre con un corazón limpio. Y si no hubiera
aprendido a ser amable con él, nunca habría regresado a pedir tu perdón y
te escogí sobre él. Así que regodéate todo lo que quieras, mereces vernos
sufrir, pero no te atrevas a decir nunca que voy a ser libre. Cada bondad
que alguna vez te mostraré, por el resto de tu vida, es gracias a él. Y no
importa cuántas veces lo traicione, lo amaré todavía.
Apreté mi boca cerrada. Mi piel se arrastró con vergüenza por haber
revelado lo que me atreví a querer. Pero mientras miraba a Astraia, con
manos temblorosas, la ola de frío del odio no me encontró, no me convertí
en un monstruo que podría decir o hacer cualquier cosa.
7 Libación es un rito antiguo que consistía en derramar determinado líquido sobre el suelo, fuego o
víctima, después de probado.
El rostro de Astraia era ilegible. Ella extendió la mano lentamente; Me
tensé, pero sólo me acarició el pelo, y yo cerré los ojos. Sin mi odio, me
sentía despojada.
—Él va a morir —dijo en mi oído—. Así que no estoy descontenta.
—Entonces, ¿podemos seguir adelante con la planificación? —Mi voz
tembló sólo un poco.
—Por supuesto. Dime lo que has aprendido. Además de la amabilidad.
Así que le conté mi historia. Parte de ella.
Le dije cómo la oscuridad intentó comerse vivo a Ignifex, cómo
necesitaba filas de velas o al menos mis brazos para sobrevivir a la noche.
Pero no le conté cómo lo deje indefenso en el pasillo o como él había dicho:
Por favor porque sabía que ella iba a sonreír ante la idea de su sufrimiento
y no podía soportarlo. Le comenté cómo encontré todos los corazones;
incluyendo el corazón de Aire, y aunque me sonrojé lo suficiente como
para que ella lo supusiera, no le dije lo que hicimos allí.
Por encima de todo, tuve cuidado de no decirle cuánto tiempo había
dilatado entre encontrar el Corazón del Aire y venir a verla. Ella sabía que
amaba al enemigo de nuestra casa, pero no tenía por qué saber lo mucho
que quise olvidarla. O lo fácil que fue.
Después de terminar, Astraia se sentó en silencio durante un rato.
Entonces dijo—: Tienes que liberar a Shade. Él es el príncipe, ¿no es
cierto?
Mató a cinco mujeres, pensé, pero Ignifex había matado a más, y al final
a ninguno de los dos le importaba en absoluto. Vengar a mi madre y salvar
Arcadia de los demonios eran las únicas cosas que debían preocuparme.
—Sí —dije.
—Durante mi investigación, he encontrado una variante de la Rima, solo
grabada en dos manuscritos, pero añade otra copla:
Un corazón puro y un beso puro, liberaran al príncipe y le darán su dicha
Me reí. —Incluso si es verdad, creo que eso es tan imposible ahora como
las manos vírgenes. —Ella abrió la boca—, para ti también. Hay demasiado
veneno en tu corazón ahora. —Fruncí el ceño—. Además, yo tendría que
encontrar a Shade primero. Ignifex no dirá dónde… —Mi voz se apagó
cuando me di cuenta de que sólo existía un lugar donde Ignifex estaría
satisfecho para encarcelar a Shade.
—Él está detrás de la puerta —susurré—. Con los hijos de Tifón. —Sentí
un toque de horror al pensar en que Ignifex le haría eso a alguien, pero
sabía que tenía que ser verdad.
—Bueno, eso es fácil, entonces, ¿no es así? —dijo Astraia—. Tienes el
anillo.
—¿Y?
Puso los ojos en blanco.
—Él puede mandar sobre los demonios. El anillo te permite estar en su
lugar. Apostaría cualquier cosa que puedas mandar sobre ellos también.
—¿Apostarías tu vida? —murmuré, pero mire el anillo. ¿Qué parte de su
naturaleza me había dado el anillo? Me permitió compartir sus poderes ¿y
si me permitía compartir sus debilidades? Me di cuenta de las profundas
sombras de la biblioteca y mi piel se erizó.
—Sí, y más —dijo Astraia, sombría de nuevo.
—No estaba vacilando —le dije—, estaba pensando. ¿Recuerdas que te
dije que la oscuridad le quema? Creo que podría ser lo mismo para mí ya
que el anillo me permite compartir su poder. Shade dijo que los monstruos
tienen miedo a la oscuridad, ya que les recuerda lo que son. Ignifex dice
que escucha una voz en la oscuridad y sólo sobrevive porque se olvida —
mire a sus ojos.
—Quiero saber qué verdad es esta que trata de comérselo vivo todas las
noches.
Traducido por Kathfan
Corregido por Daniela B
Necesitábamos una habitación donde pudiéramos encender velas, en
caso que la oscuridad comenzara en realidad a matarme, y eso significaba,
no en la biblioteca.
Por lo que tenía que ver a Padre de nuevo. Fluctúe mi camino a través
de la biblioteca comprobando los libros un poco más de lo que necesitaba,
porque estaba tratando de reunir todo mi valor. No quería gritarle mi odio
de nuevo, no quería que él me mirara con desprecio como lo hizo Astraia y
no pretendía que ninguno de nosotros fingiera que algo estaba bien. Lo
que más deseaba sobre todo era que besara mis pies, pidiendo perdón y
me revelara que me había amado todo el tiempo, pero sabía que era la cosa
más imposible en todos los mundos posibles.
Resultó que él nos estaba esperando fuera de la puerta. Mi piel se erizó
de nuevo mientras consideraba lo que podría haber oído por casualidad,
pero lo mire a los ojos con mis hombros rectos y mi cabeza en alto.
—Nyx, yo… —empezó a decir.
—Padre —interrumpí. Quise decir algo corto y digno que estableciera
que estaba más allá de preocuparme por él, pero en su lugar las palabras
resonaron más alto del uno al otro—. Casi hemos encontrado una manera
de destruir al Señor Benévolo, requerirá un poco de experimentación esta
noche, así que espero que nos preste una caja de velas. Mañana voy a
estar en camino y si todo va bien debería haber cumplido mi tarea por la
tarde. Por supuesto, lo más probable es que no voy a volver, así que espero
que entiendas que me siento orgullosa de morir por mi familia y lamento
las palabras que dije a toda prisa antes.
Luego logré parar. Cada palabra había sido pronunciada con alegre
precisión, pero en mis oídos cada una había gritado por favor ámame sólo
una vez y yo quería retorcerme.
Padre cerró la boca, su mirada vacilando de mí hacia Astraia y
viceversa.
—Quería preguntarte si quieres venir a cenar —dijo finalmente—. Pero,
por supuesto, puedes tener todas las velas que desees.
—Oh —dije, sintiéndome como un idiota.
—¿Quieres venir? —preguntó.
Mis ojos picaban por las lágrimas, y me sentí como la mayor idiota
todavía.
—Por supuesto —dije entre dientes.
Fue una comida atroz. El retrato de Madre en el comedor se me quedó
mirando sobre la cabeza de Padre. El cordero asado y los higos eran como
cenizas en mi boca. Los sirvientes estaban aterrorizados de mí, caminando
de puntillas y saliendo de la habitación con los ojos muy abiertos. Tía
Telomache no estaba allí. —Ella no se siente bien —dijo Padre, con una
mirada de reojo a mí. Hicimos nuestro mejor esfuerzo para hacer
conversación, pero todos estábamos bajo el acuerdo tácito de no
mencionar al Señor Benévolo y mi destino sin mucho más que decir. A
medida que los silencios se agruparon y extendieron, me di cuenta de
cómo muchas de nuestras cenas consistieron en tía Telomache exponiendo
sobre algún tema y Astraia balbuceando acerca de su día.
Para el segundo plato trajeron manzanas; recordé la tonta torre de
manzanas que Ignifex había tratado de construir, condenada siempre a
caer y no podía hablar. De repente, ese momento de descuido parecía un
mayor acto de confianza que darme el anillo y un pensamiento fúnebre
atravesó mi mente: Él confía en mí y voy a traicionarlo.
Astraia puso su mano sobre la mía. Me dio una lánguida -con ojos
desorbitados- sonrisa que era de sosiego o de amenaza no sabría decir.
Padre metió la mano en el tazón de fruta y cogió una manzana.
—La simetría de una manzana es una cosa curiosa —dijo—. ¿Te he
hablado de la monografía que se publicó la semana pasada?
No, yo estaba demasiado ocupada besando al hombre que mató a tu
esposa, pensé, pero aún había algunas cosas que me negué a decir, así
que levanté la barbilla y le dije—: No. Exponlo.
Para el resto de la comida, Padre mantuvo la conversación. Él no se
disculpó. No me rogo que me quedara, no dijo que me amaba, o incluso
pregunto si yo pensaba que podía llevar mi destino. Habló de las últimas
investigaciones herméticas y de las anécdotas de sus colegas, todo ello sin
aludir a la misión central de la Resurgandi. Podrían haber sido una
sociedad inofensiva de investigadores con ningún objetivo secreto más allá
del conocimiento puro.
Cuando terminamos, el sol se había ido, un simple resplandor quedo en
el horizonte; mi piel se erizaba cada vez que miraba una sombra, pero por
lo que sabía era simple miedo.
Y entonces llegó el momento de subir a la buhardilla donde íbamos a
realizar nuestro experimento, del que no mencionamos nada a Padre,
excepto que necesitábamos velas. Una de las criadas fue enviada con una
gran caja de velas de cera de abeja; cuando Astraia empezó a subir las
escaleras, un farol brillando intensamente en sus manos, vacile en la parte
inferior. No quería irme, pero tampoco me quería quedar aquí con los
silencios incómodos y verdades insoportables no reconocidas.
—Buenas noches, Padre —dije, dándole la espalda.
—Nyx —dijo en voz baja y gire mi espalda sin pensar—. Desearía que no
tuvieras que ir.
Mi corazón dio un vuelco. Por un instante me sentí como si estuviera
flotando, porque esto era más de lo que dijo alguna vez… entonces el
silencio me aplasto hacia abajo otra vez, porque él no había dicho nada
más y yo sabía con certeza, hasta los huesos, que nunca lo haría.
—No importa. —Las palabras cayeron fuera de mí como una piedra.
Entonces me obligué a sonreír y hablar en voz más baja—. No importa lo
que cualquiera de nosotros desea. El Señor Benévolo debe ser detenido y
soy yo la que tiene que hacerlo.
No estaba exactamente perdonándolo, pero él no había dado
exactamente una disculpa.
Asintió, su boca apretada; entonces puso una mano sobre mi frente y
susurró—: Ve con la bendición de Hermes, señor de ida y vuelta.
Fue una bendición estándar, que puede ser utilizada por cualquier
persona en la autoridad: un padre, un maestro, un gobernador.
Me obligué a sonreír.
—Ave atque vale8 —dije, la despedida tradicional de la Resurgandi antes
de emprender un experimento Hermético peligroso.
Entonces me di la vuelta y corrí por las escaleras detrás de Astraia. No
pensé que lamentara realmente lo que hizo, pero no podía culparlo por
completo. Amaba al Señor Benévolo y no lamentaba realmente eso
tampoco.
—Sólo si parece que me estoy muriendo —le recordé a Astraia.
—¡Lo sé! —Me miró, con los labios apretados—. ¿Crees que soy
demasiado tonta para recordar o demasiado débil para ver?
Me incliné hacia delante sobre mis manos, dejando escapar un lento
suspiro.
—Ninguno de los dos —dije, mirando las tablas del suelo, podía admitir
a mí misma que estaba realmente asustada de que ella no volvería a
encender las velas en absoluto, que se sentaría a verme sufrir con esa
pequeña sonrisa dura que había aprendido en mi ausencia. Supuse que no
podría quejarme si lo hacía, le había hecho tanto a Ignifex ya y tenía la
intención de hacerle algo mucho peor.
Si yo era demasiado cobarde como para soportar el destino que me
entregaron, entonces realmente era despreciable.
Estábamos directamente debajo del techo, que se inclinaba hacia el
suelo en el otro extremo de la habitación. Sin luces, sólo el farol de Astraia
y en su luz vacilante la habitación deforme ya parecía el comienzo de una
pesadilla. Astraia se acomodó junto a la puerta, encendió una vela, y
apagó el farol. La vela proyectaba sombras que parpadean a través de su
solemne rostro pálido, haciendo que se vea como una estatua
extraterrestre. No tenía ninguna duda de que me dejaría sufrir tanto
tiempo como necesitara para encontrar una respuesta.
Me senté con la espalda recta, cerrando los ojos. Pero esperar a ciegas
era insoportable, así que los abrí de nuevo; y no podía soportar ver el
rostro de Astraia, así que me quede mirando las esquinas sombreadas.
Permaneciendo sentada por fin, me di cuenta de que estaba cansada; mis
ojos picaban y mi visión vacilaba. Una y otra vez, me pareció ver las
sombras comenzar a moverse y el terror sacudió todo mi cuerpo; entonces
8 Ave atque Vale: Del latín Salve y Despedida.
me di cuenta de que era sólo la tenue luz y mis ojos cansados jugando una
mala pasada. Mi espalda dolía; una de mis piernas se entumeció; parecía
que alguna parte de mi cuerpo estaba siempre empezando a cosquillear o
picar pero no quería rodar por el suelo rascándome, frente Astraia.
Tal vez había sido tonta al pensar que el uso del anillo de Ignifex haría
que la oscuridad me queme de la forma en que lo hizo a él, que la voz en la
oscuridad me hablaría. El hecho de que pudiera manejar algunos de sus
poderes, ¿significaba que compartía su naturaleza? él había dicho:
Mientras lo uses, estarás en mi lugar…pero sólo porque confiaba en mí,
¿significaba eso que compartía su destino?
La parte de atrás de mi cuello me picaba de nuevo… una realmente
horrible especie de picazón que enviaba un hormigueo corriendo arriba y
abajo de mi espina dorsal. Me di por vencida y los arañazos se extendieron
de nuevo.
La oscuridad se deslizó sobre mis dedos.
Moví mi mano, pero en un instante la oscuridad se deslizó por encima
de mi cuerpo. No era nada como las sombras de más allá de la puerta.
Habían sido frías, la nada de hielo, mientras que esta oscuridad quemaba
como ácido. Me hacía burbujear fuera de mí, girando mi cuerpo contra mí;
esta oscuridad era indiscutiblemente extraterrestre, mi cuerpo ardía desde
el exterior.
Los hijos de Tifón destrozaron la distancia, careciendo totalmente al
mundo de sentido. Esta oscuridad vino a imponer un significado para mí.
Fluyó sobre mi cuerpo como el movimiento de la lengua, dando forma a las
palabras en rojo vivo a través de mi piel. Pero el dolor no era nada al lado
de la desesperada necesidad de responder, hablar a esas palabras de
nuevo, a la voz sin cuerpo.
Excepto que no podía entender las palabras. Ni siquiera podía repetirlas,
porque se arrastraban a través de mi cuerpo y se enterraban en mis oídos,
llorando a través de mis ojos sin dejar la menor huella en mi memoria.
Nunca pensé que iba a escuchar la voz en la oscuridad y no ser capaz de
entenderla.
No está funcionando, pensé, y traté de llamar a Astraia, para decirle que
encendiera las velas y me salvara. Traté de gritar. Pero el aire en mis
pulmones no era mío para mandar más; estaba hablando las mismas
palabras incomprensibles.
Me di cuenta que me derrumbe en el suelo. Astraia se puso encima de
mí y por un momento creí que me iba a salvar. Entonces vi que sus ojos
eran agujeros en blanco, la oscuridad goteaba de ellos como lágrimas. Su
boca se curvó en una sonrisa. Parpadeé, y ella se había ido. Tal vez lo
imagine.
La oscuridad desgarraba dentro de mi boca y me cubría los ojos. Me
estremecí y ahogue y el mundo se fue.
Vi un gran vestíbulo de mármol, ejes dorados de luz que caían entre sus
pilares pintados de rojo y un estrado cubierto de mosaicos en el otro
extremo. Parecía la sala del trono de un gran rey, pero el estrado estaba
sin trono, sólo una pequeña mesa de marfil, en cuya cima se asentaba una
pequeña caja de madera; la misma caja que había visto en la habitación
redonda; a su lado había una mujer de rostro severo con ropas antiguas y
frente a ella un joven sentado en el suelo, de espaldas a mí.
—Has escuchado de cuando Arcadia se quedó sola contra los bárbaros,
cuando desembarcaron en nuestras costas y comenzaron a saquear
nuestras ciudades, tu antepasado Claudio buscó a los Benévolos —dijo la
mujer—. Son los Lords de los tratos, así como de la Justicia, y se dice que
incluso los dioses les temen, sin embargo, él estaba tan desesperado por
proteger a su pueblo que negoció con ellos.
—Y ellos le dijeron que si les traía el frasco de Pandora, le concederían
un deseo. Y él buscó, durante siete días y los demonios mataron a todos
sus compañeros, excepto a uno, y entonces lo encontró. —El chico recitó
las palabras en un ritmo monótono de competencia aburrida—. Lo trajo de
vuelta y los Benévolos salvaron Arcadia de los bárbaros. Convirtiéndose
por siempre en el único que negoció con ellos y no fue engañado.
—Es cierto —dijo la mujer—, pero más cierto de lo que crees. Porque eso
no es toda la parte del trato. Cuando Claudio les trajo el frasco, los
Benévolos le prometieron una victoria contra los bárbaros. Sin embargo,
dijeron que iban a proteger a Arcadia de todos los invasores todos los días
de su vida, y todos los días que sus sucesores reinaran, si él estaba de
acuerdo en una negociación más allá: Cada rey de Arcadia debía mirar en
el frasco. Si él tenía un corazón puro, de esos que arriesgaría todo por
Arcadia, los hijos de Tifón le servirían y protegerían la tierra de cualquier
invasor. Pero si su corazón no es puro… si se ama a sí mismo más que a
su pueblo, si el odio y la pasión gobiernan su alma, entonces ellos le
arrastrarían hacia abajo en el frasco para morar con ellos en la oscuridad
para siempre y Arcadia no sería más protegida. Y si no se atreve a mirar
dentro de la jarra, igualmente ellos lo encontrarán y lo llevaran no importa
cuán puro sea su corazón.
—Claudio estuvo de acuerdo. Miró en el frasco y su corazón era puro.
Así Arcadia se salvó de los bárbaros, y la isla se ha mantenido invicta
hasta la fecha, por cada heredero de Claudio que ha demostrado ser digno
y engañado a los Benévolos. Y por lo que debes prepararte, mi príncipe,
para afrontar la prueba en el día de la coronación.
No pude ver la cara del chico, pero vi su espalda enderezarse y escuche
el estruje repentino en su voz.
—El frasco está perdido. Todo el mundo sabe eso.
—No perdido. —La mujer puso una mano en la pequeña caja de
madera—. Escondido. Toma una nueva forma en cada tiempo.
—Eso es… eso es sólo el cofre de las joyas de la corona.
—¿Y qué mayor joya puede poseer un rey que un corazón puro? Algún
día levantaras la tapa de esta caja, miraras dentro, y serás juzgado. —Se
inclinó hacia el chico—. ¿Entiendes ahora por qué siempre hay que tratar
de ser un buen príncipe?
—¡Nunca pedí ser uno!
La mujer levantó una ceja.
—¿Qué diferencia debe hacer eso?
Ellos dos se desvanecieron como el humo. Un hombre maduro se dirigió
entre los pilares. Ese era Shade, el último príncipe; su cabello era negro en
lugar de blanco, pero reconocería esos ojos azules en cualquier lugar.
—¡No me importa! —gritó por encima del hombro—. ¡Despídelos!
—Ellos son tu Banda de guerra. —Una mujer lo siguió a la vista: el
cabello blanco ahora, pero era la misma que había hablado con él cuando
era un niño—. Juraron luchar a tu lado toda la vida, hasta la muerte. Si
los despides, les avergonzaras para siempre. Y esta es la tercera Banda de
guerra que has enviado lejos. No se puede seguir así. Un príncipe debe…
Él se volvió hacia ella.
—Un príncipe no debe odiar, ¿no me enseñaste eso? Y yo los odio. Yo
siempre les odio, así que tienen que irse.
—Pero…
—Vete.
La mujer suspiró y se fue. Una vez solo, el príncipe dio al cuadro una
mirada temerosa y se cubrió la cara con las manos temblorosas. Luego se
desvaneció en el aire.
Caminé hacia la mesa y la sala se fundió a mí alrededor, las columnas
deslizándose en corrientes de luz pálida que se agrupaban a través del piso
¿Lo entiendes ahora? La voz zumbaba a través de mi cabeza sin tocar
mis orejas. Era casi la voz de una mujer, aunque con una calidad de
campana que no era del todo humana y yo sabía instintivamente que eran
los Benévolos.
Un corazón lleno de odio y temor por su suerte, desesperado por vivir…
siempre fue cualquier cosa menos puro. Así que él vino a nosotros y juró que
pagaría cualquier precio si seguíamos protegiendo a Arcadia de los
invasores y deteníamos su final en la oscuridad, solo. La voz estaba al
borde de la suave risa, como cuando una madre habla a su hijo necio,
entrañablemente. Y ahora él nunca está solo, contrariamente, Arcadia está
escondida con él en la oscuridad, donde ningún invasor la encuentra.
Toda la sala se había derretido ahora; me puse de pie encima de un
charco cristalino de luz, rodeado de oscuridad absoluta, con la mesa y la
caja delante de mí.
Como es adentro, es afuera.
Y sabía que el movimiento, el esplendor paradójico de la casa era nada
comparado con la paradoja de la caja. Todo Arcadia fue encerrada dentro
de la casa y toda la casa estaba cerrada con llave dentro de la caja, junto
con los hijos de Tifón y el último príncipe, que una vez había estado tan
aterrorizado de ser atrapado a solas con ellos.
Pero ¿Que había dentro de la caja en el interior la casa, la que Ignifex
había dicho estaba prohibida?
—Si abro la caja —dije en voz baja—. ¿Seremos liberados?
Tú no eres la única que puede abrirla.
—Shade
Sí. Pero no todavía.
—¿Qué está esperando? ¿Su cumpleaños?
La risa recorrió el aire, la misma risa que había oído en el jardín con el
gorrión.
Él y tu marido están aprisionados como opuestos. Por tanto tiempo como
uno tenga el poder, el otro es impotente. Pero lo que uno pierde, el otro lo
gana. Convoca a los Hijos de Tifón y utilízalos para desgarrar a tu marido
hasta que su poder este roto. Una vez que el príncipe haya reunido de nuevo
todo lo que ha perdido, él será capaz de abrir la caja. Al abrir la caja, toda
Arcadia saldrá libre. El Cataclismo terminará, y los hijos de Tifón serán
atrapados en el interior de la caja, para no devastar a tu gente de nuevo.
Todo lo que tenía que hacer era cumplir mi promesa a mi hermana. Fue
una buena noticia. No la quería. No quería creerlo, pero Ignifex me había
dicho que los Benévolos amaban decir la verdad, una vez que era
demasiado tarde para salvar a nadie. Y ahora, con mi juramento a Astraia
todavía amargo en mi boca, era demasiado tarde.
—¿Qué pasará con Shade? —pregunté—. ¿Va a ser encerrado en la caja
también, de la forma que temía?
Tu marido pagará ese precio.
Como Pandora. Había siempre un sacrificio; lo supe durante toda mi
vida.
No sabía si era el dolor o la rabia lo que hizo temblar mi voz cuando
pregunté—: ¿Eso es lo que aprendí en las llamas?
Parcialmente.
Recordé el jardín y el gorrión. Cuando me dijo que mirara en el estanque
una manera de salvarnos, no me había parecido que significaba que debía
traicionar al único que yo amaba.
Ese pájaro no puede ayudarte. Vive en su jardín. Se alimenta de sus
migajas. ¿Crees que te puede salvar?
Yo ni siquiera consideré esa posibilidad, pero ahora me preguntaba…
Era amable contigo, dijeron los Benévolos ¿Qué crees que significa eso?
Era exactamente la misma entonación que una madre diciendo:
Querido, si tocas la estufa, te quemas.
Y sabía la respuesta tan simple como respirar. Había algo mal con el
gorrión. Tenía que haberlo. Porque me ofreció esperanza y ¿Cuando existió
alguna vez una esperanza para mí que no se terminara en la
desesperación? Mi oportunidad en el amor había roto el corazón de
Astraia. Mi visita a la casa se convirtió en una promesa de matar a Ignifex.
Y ahora estaba más indignada por mi propio dolor que sobre el
sufrimiento de Shade, Astraia y Damocles, las ocho esposas muertas y el
hermano de Elspeth y toda Arcadia durante novecientos años. Con un
corazón egoísta, ¿qué derecho tenía a esperar alguna esperanza?
¿Qué vas a hacer ahora?
La voz habló a todo mi alrededor, en mis oídos y en mis pulmones y
vibrando a través de mis huesos. Yo sabía lo que tenía que hacer.
Luché por hablar, pero mi lengua se sentía torpe y pesada; sólo un
suave gemido salió. La oscuridad vaciló a mí alrededor.
—Sí —rechine y se sentía como hablar debajo de una montaña—. Voy…
a hacerlo.
Y me di cuenta que desperté y estaba mirando a los ojos de Astraia
mientras estaba con mi cabeza apoyada en su regazo.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Astraia, y sonaba casi amable.
Tenía la garganta seca cuando dije—: Lo qué debo hacer.
Traducido por Hailo0
Corregido por Daniela B
El pasillo era justo como lo recordaba: las molduras de colores chillones,
los murales de figuras retorciéndose. Mis pasos resonaban mientras
caminaba hacia adelante; Miré hacia atrás con nerviosismo, pero Ignifex
no apareció.
Era apenas el amanecer. Probablemente estaba todavía en su
habitación, rodeado de velas. Me acordé de la forma en que se acurrucó en
mis brazos, abrigándolo de la oscuridad.
Juraste a Astraia. Por el bien de Arcadia.
Me obligué a seguir. Él era el enemigo. Tenía que detenerlo.
La puerta también era la misma: pequeña, de madera, y llena de horror
inimaginable. Puse la mano en el picaporte. ¿La hice temblar bajo mi
toque?
¿Qué pasa si el anillo no me permite controlar a los hijos de Tifón,
después de todo?
Te lo mereces. Por lo que estás planeando. Ignifex me había dado el
anillo con amor y confianza y yo lo estaba utilizando para acabar con él.
Lo prometiste, me recordé a mí misma, y antes de que pudiera dudar
más, tiré de la puerta abierta.
Vacío arañó mis ojos. Traté de hablar, pero mis labios no se movían.
Desde muy lejos, en las profundidades, me pareció oír el eco de una
canción.
Los hijos de Tifón, pensé, pero mi lengua no se movía. Aspire en un
aliento apretando los puños, y luego finalmente fui capaz de articular las
palabras—: Hijos... de Tifón... tráiganme a Shade.
Hubo un ruido como el deslizamiento de un millón de pequeños pies con
garras, como el burbujeo del agua; entonces la oscuridad se abrió y Shade
cayó hacia adelante. Apenas lo alcancé, se tambaleó hacia atrás bajo su
peso, y luego lo bajé al suelo.
Su ropa estaba desgarrada y harapienta; sus dedos sangraban como si
hubiera estado arañando la tapa de un ataúd, y la sangre goteaba también
por sus oídos y nariz, marcando de carmesí su piel incolora. En toda su
cara y manos estaban las mismas cicatrices pálidas arremolinadas que la
oscuridad dejó sobre Ignifex.
Pero su aliento susurraba dentro y fuera. Todavía estaba vivo; Podía
salvarlo y a todos en Arcadia.
Puse mi mano derecha, la que llevaba el anillo sobre su frente y dije—:
Sanar. —Tan imperativamente como pude. Pero no pasó nada; se quedó
inmóvil, su respiración entrando y saliendo en el ritmo de un sueño
perfecto.
—Sanar —dije de nuevo—. ¡Despierta! —Pero no se movió.
Me incliné a su oído y le susurré—: Yo sé quién eres. Vuelve.
Nada.
Entonces me acordé de cómo mi beso lo había hecho capaz de hablar;
Recordé también media docena de cuentos, y cómo Ignifex había dicho que
a los Benévolos les encantaba dejar pistas.
—Por favor, despierta —le dije, y luego muy suavemente, le di un beso
en los labios.
Él suspiró. Sus ojos no se abrieron, pero las cicatrices en su rostro se
desvanecieron visiblemente. Mi corazón latía más rápido, besé su frente,
sus orejas, y finalmente sus labios; y la piel de su rostro se veía fresca y
curada.
Tomé sus manos. Uno por uno, besé sus dedos ensangrentados,
tratando de ignorar el olor y el sabor de la sangre, y sus dedos sanaban
bajo mis labios.
Ignifex hizo esto, pensé mientras besaba cada dedo. Ignifex sabía cómo él
iba a sufrir y se lo hizo de todos modos. Se merece esta traición. Si pudiera
concentrarme en ese pensamiento, podría ser lo suficientemente fuerte.
Besé sus palmas y bajé sus manos. Parecía curado ahora, pero todavía
no había despertado; así que me agaché y besé sus labios de nuevo.
Esta vez se despertó con un rápido y estremecedor respiro. Me miró, sus
ojos muy abiertos y aturdidos. Como yo había mirado hacia él cuando me
traicionó en el Corazón de Fuego.
Él había estado tratando de salvar a Arcadia. Yo estaba traicionando a
Ignifex por la misma razón ahora.
Por un momento, su boca se movió sin hacer ruido; entonces dijo,
todavía sin mirarme del todo—: ¿Estás aquí... para castigarme?
Su voz era áspera y ronca, de tanto gritar, y mi estómago se enroscó.
Todo este tiempo, mientras que yo había estado deleitando a mi marido, él
había sido torturado por los hijos de Tifón.
—No. —Agarré su mano—. No. Ahora estás a salvo.
Se estremeció y se centró en mí. —Nyx —dijo con voz entrecortada, y
luego repitió—: ¿Estás aquí para castigarme?
—Estoy aquí —le dije vacilante—, para salvarte y matar a mi marido.
Se incorporó lentamente, haciendo una mueca, y se apoyó contra la
pared. —Gracias.
Ni siquiera traté de mantener la amargura fuera de mi voz. —Tenía que
hacerlo.
Se encontró con mi mirada. —Ya lo sabes.
—Sí —le dije—. Tú eres el último príncipe de Arcadia. Mi príncipe. Voy a
salvarte, y tú vas a salvarnos a todos.
—No —susurró—, tú vas a salvarnos. Yo sabía que lo harías. —Y me
besó.
A pesar del recuerdo de lo que me hizo, el beso aún recorrió mi cuerpo.
Pero entre nosotros se encontraba más que su traición ahora. Lo empujé
hacia atrás, mi mano derecha contra su pecho.
—Yo te voy a ayudar —le dije, mi voz baja y clara. No podía mirarlo a los
ojos, así que me quedé mirando el reluciente anillo en mi dedo. —Yo te
elegí y a Arcadia, así que voy a traicionar a Ignifex. Lo voy a destruir de
manera que puedas recuperar todo lo que él robó. Pero yo lo amo, no a ti,
y soy su esposa, no la tuya.
Dejó escapar un suave aliento y tomó mi mano. —Entonces reúne a los
Hijos de Tifón, y vamos a buscar tu marido. —Se puso de pie, tirándome
con él.
Me libre. —Nunca te he dicho sobre la necesidad de ellos.
Me miró en silencio.
—Sabías qué hacer todo el tiempo —dije, mi voz apretando con furia
desesperada. Todo el mundo siempre supo lo que yo necesitaba hacer. Yo
sólo me engañé creyendo que podía tener un final feliz—. ¿Por qué no
pudiste decírmelo antes de que me enamorara?
—No puedo empezar nada.
—¿Aparte de arrojarme al fuego?
—Casi nada. —Sus ojos se estrecharon y su voz bajó al tono de
desprecio que yo recordaba—. Yo sé y no puedo actuar. Él actúa, pero no
sabe nada.
Parpadeé. La memoria parpadeaba en el borde de mi mente: algo acerca
de un incendio, no, un rostro iluminado por luz de la lámpara, una voz
enojada…
Luego desapareció, y tal vez no había sido nada, sólo un sueño medio
recordado. Y no era un sueño que podría cambiar lo que tenía que hacer.
Como los Benévolos dijeron, mientras Ignifex tenía poder, Shade estaba
indefenso. Y Shade era el único que podía salvar a Arcadia.
Haciendo una mueca, me acerqué hasta el umbral de nuevo. Los hijos
de Tifón esperaban a sólo un suspiro de distancia, temblando de
anticipación, pero tratando de no transgredir.
Porque ellos sabían. Ellos sabían que yo tenía el anillo, y sabían que les
estaba preparando una víctima que duraría para siempre.
Alcancé la oscuridad con mi mano derecha. La sombra quemó y se
arremolinó alrededor de mis dedos, a través de mi palma. Apreté los
dientes, llevándola. Después de unos momentos, mi mano todavía ardía y
mi corazón dio un vuelco, pero ya no estaba tan mareada por el dolor.
—Ven a mí —susurré, y los hijos de Tifón se agruparon en mis manos,
torciéndose y reduciéndose en una pequeña semilla de oscuridad, como la
perla en el corazón del tarro de Pandora. Cerré el puño.
Todavía había oscuridad más allá de la puerta, pero ya no era horrible:
era la ausencia de luz y no más.
Me volví hacia Shade. —Sígueme —le dije. Mi voz parecía muy fría y
lejana.
—Eso es todo lo que puedo hacer —dijo, y de nuevo había ese rastro de
una sonrisa.
Con él siguiéndome en silencio, me dirigí por el pasillo. Cuando llegué a
la puerta en el otro extremo, me detuve y pensé en Ignifex. Cuando me
imaginaba su rostro, mi mano palpitaba de dolor; se sentía como los hijos
de Tifón trataban de abrirse paso y devorarlo.
—Pronto —les murmuré, dejando mi mano libre en la manija de la
puerta. Ahora el pensamiento de mi misión sólo me hizo sentir vacía y
decidida. La quemadura fría en mi mano parecía haber quitado mi pesar.
Llévame a Ignifex, pensé frente a la puerta y se abrió.
Entré en mi cuarto.
No me sorprendió que él hubiera estado allí en mi ausencia. Los
bastidores de la quema de velas también estaban como se esperaba. Lo
que me detuvo en el umbral, en shock, era el estado de la habitación. Pilas
de papel cubrían el suelo: página tras página quemada y arrancada de los
libros de la biblioteca. El papel tapiz de plata estaba cubierto de notas
garabateadas de carbón. A los pies de mi cama, agachado estaba Ignifex,
arrastrando los pies con ansiedad a través de los papeles.
—¿Qué estás haciendo? —Respiré, y no tuve que fingir el desconcierto
en mi voz.
Su cabeza se levantó. —Nyx —dijo, parpadeando con fuerza. Sus pupilas
se dilataron enormemente—. Mientras no estabas, empecé... ¿Qué dijeron
los Benévolos a través de ti? Ellos dijeron: "El nombre de la luz que está en
tinieblas”. Juré a la tumba de tu madre que iba a tratar. Así que me quedé
despierto toda la noche. Casi en la oscuridad. Y casi, casi recuerdo la voz.
—Su voz fue una divagación, perdió algo—. Hay una forma de salvarnos. Si
sólo pudiera recordar.
Me sentí como una telaraña suspendida encima de la entrada,
temblando en el proyecto y a punto de llorar si me movía. Si sólo hubiera
esperado un día más, intentado una pizca más fuerte en todos los días
anteriores, tal vez él se hubiera atrevido a estar en la oscuridad, y ya
recordaría. Quizás encontró una manera de salvarnos a todos. Pero ahora
estaba unida al juramento de destruirlo.
Tal vez él habría acabado de recordar que no existía forma de salvar a
Arcadia sin su destrucción. Sea cual sea la verdad, ya no importa.
Se puso de pie, tambaleándose ligeramente, y luego por fin se dio cuenta
de Shade de pie detrás de mí.
—¿Qué… —empezó a decir, pero su voz me maravilló. Yo estaba al otro
lado de la habitación en dos zancadas y luego detuve su boca con un beso.
Cerré mis brazos alrededor de él; sentí sus omóplatos y el pequeño relieve
de su columna vertebral, y la sólida realidad de lo que estaba a punto de
destruir por poco me deshace.
Pero si yo no lo destruía, el último príncipe nunca estaría completo otra
vez. Nadie salvaría Arcadia. Y había hecho un juramento a mi hermana.
—Lo siento —dije en voz baja, y él se quedó inmóvil bajo mis manos,
como si supiera. Entonces dije en voz alta—: Rompe su poder. —Mientras
abrí mi mano.
Los hijos de Tifón se lanzaron entre mis dedos. Me aferré a él, para
sujetarlo o compartir su suerte, no estaba segura, pero las sombras se
deslizaron entre nuestros cuerpos, fría como el hielo, mientras lo
envolvían. Entonces comenzaron a llevárselo. Mi agarre se rompió; rasguñe
para agarrarlo y conseguí por un momento alcanzar su muñeca y su mano
aferró mi muñeca a cambio, sus ojos desorbitados por el miedo… entonces
lo desgarraron y lo golpearon contra la pared. Mis piernas cedieron y me
desplomé en el suelo. Fue varios segundos antes de que pudiera reunir
suficiente fuerza para mirar hacia arriba.
Las sombras mantenían a Ignifex contra la pared; se retorcían y lo
arañaban con un millar de diminutos dedos. Su lado izquierdo entero se
había ido, el borde desigual que no sangraba, pero estaba destrozado en
niebla.
Increíblemente, todavía estaba vivo. Y esbozó esa sonrisa salvaje,
maligna, que me enamoró.
—La mitad del poder para la mitad de tus conocimientos —le dijo a
Shade—. No es un mal negocio. Al menos ahora entiendo por qué
codiciaste a mis esposas. —Le tendió la mano que le quedaba. —Toma mi
mano. Pon fin a esto. Y todas mis esposas serán tuyas.
En cuanto Shade dio un paso adelante, llegando a la izquierda, su lado
derecho se fundió en el aire. Estaba sonriendo exactamente de la misma
manera.
—Espera —dije, tratando de ponerme de pie, porque esto no estaba
bien. Aún estaba aturdida, pero me di cuenta de que algo andaba mal.
Shade debía recuperar lo que le había sido robado. Él no iba a perder la
mitad de su cuerpo. No iba a ganar la sonrisa de mi marido.
Sus manos se tocaron, las puntas de sus dedos rozándose, y todas las
velas en la sala se encendieron. Luego sus dedos se cerraron para poner
sus manos juntas. Luz explotó a través de la habitación.
Y me acordé de la última visión que Shade me mostró en el Corazón de
Fuego, la visión que rompió mi corazón hasta que se me olvidó otra vez.
Una vez más me vi en el pasillo del antiguo palacio, pero esta vez era de
noche. Una lámpara quemada en la pared, y en esa luz vacilante vi al
último príncipe de rodillas ante la caja.
—Oh Benévolos —dijo él entre dientes—. Oh nobleza de aire y sangre.
Oh Señores de Trucos y Justicia. Vengan en mi ayuda.
El silencio se extendió más y más, roto sólo por su respiración
entrecortada, pero esperó. Hasta que una brisa se arremolinó a través del
pasillo, revolviéndole el pelo y susurrando contra las piedras, y en la brisa
flotaba un millar de puntos de luz, y la luz se estaba riendo.
Entonces las luces agrupadas, se fundieron, y tomaron la forma de una
mujer. Su pelo estaba hecho de luz de luna, sus ojos de fuego; ella era
encantadora y terrible como un rayo.
—Así que usted es el último heredero de Claudio —dijo ella—. ¿Se da
cuenta del don que le otorgamos a su familia? ¿La protección maravillosa
concedida a cualquier rey digno?
Se puso de pie con orgullo y la miró, con la boca situada en una línea
sombría.
—Pero usted no es un digno príncipe, ¿verdad? —Ella acarició con un
dedo el lado de su cara—. ¿Es por eso que me llama?
Él dejó escapar un profundo suspiro, el orgullo fusionado en su rostro, y
luego dijo en voz baja—: Por favor. Tome el odio de mi corazón. Voy a pagar
cualquier precio, siempre y cuando Arcadia permanezca segura y yo no
tenga que terminar solo en esa caja.
La mujer sonrió y tomó su barbilla. —Por supuesto —dijo—. ¿Acaso no
somos los dadores de regalos? Deberá abrir la caja esta noche, pero no
terminara solo en ella, y todos los días de su vida gobernará una Arcadia
que nunca será invadida. Sólo sepa esto: después de esta noche, usted
nunca más debe abrir la caja, o todo el trato será deshecho. El tiempo
mismo volverá de nuevo a este momento, y usted será bloqueado por las
sombras para siempre, como si nunca nos hubiera llamado.
Él asintió. —No voy a abrirla de nuevo. No importa lo que pase.
—Entonces bésame —dijo ella—, y el trato está cerrado.
Él la besó rápidamente y con fuerza. Ella se echó a reír y dijo—: Abre la
caja, mi príncipe.
Lentamente, se acercó a la mesa, abrió la caja, y levantó la tapa.
Las Sombras hirvieron fuera de la caja: los diez mil hijos de Tifón. Y
ellos estaban cantando:
Nueve de los reyes que gobernaron su casa, ellos son ahora traicionados,
oh. Cada vez más y más escuchados, como un río sin fin viniendo de la
oscuridad; se deslizaron a través de las paredes y los pilares, dejando
marcas de garras pequeñas, y sus altas pero pequeñas voces eran un
puñado de garras en mis oídos.
—¡No! —gritó el príncipe, pero la mujer lo tomó por los hombros y lo
sostuvo.
—Este es tu deseo, mi príncipe. Debemos cumplir con él.
Luchó, pero ella era inamovible. Y lo sostuvo mientras gritos resonaban
por todo el castillo, el suelo y los pilares se estrecharon, las llamas
aparecieron al final del pasillo. Las piedras cayeron desde el techo sobre
ellos, rompiendo el suelo de mármol. Uno de los pilares se estrelló contra
el suelo y luego otro.
Antes él había gritado y luchado. Ahora el príncipe se arrodilló en
silencio, con los ojos muy abiertos y sin ver como su castillo cayó a su
alrededor. De repente hubo un gran estruendo que tan repentinamente
interrumpió, como si el silencio fuera un muro que había caído, y yo sabía
que era Arcadia ahora dentro de la caja, y el cielo de pergamino curvado
sobre la tierra.
La mujer le sonrió y dijo—: Nadie podrá jamás conquistar Arcadia, y tú
nunca estarás solo en la caja. ¿Acaso no somos amables? —Ahuecó su
cara otra vez—. Y ahora voy a tomar todo el odio de tu corazón.
Entonces ella apretó las manos y las separó. Y lo jaló aparte también:
una sombra cayó al suelo, con el rostro borroso pero con esos ojos de color
azul brillante; era Shade. Y de pie encima de él ahora estaba Ignifex, con
los ojos rojos y sonriendo como yo recordaba.
Desperté.
Y por fin sabía la verdad.
Ignifex me había dicho, me di cuenta. Los Benévolos siempre dejan la
respuesta en los bordes. Crecí escuchando la historia de la niñera Anna,
que mató a su amor, porque pensó que lo salvaría. Siempre pensé que ella
era una tonta por escuchar a la madre celosa de Tom-a-Lone. Sin duda
ella había sabido que Brigit no significaba nada bueno para ella.
Seguramente supo que incluso una diosa no podía traicionar a su amor y
escapar de la venganza.
Pero tal vez pensó que estaba salvando a su mundo.
Y al igual que ella, traicioné mi amor a la cautividad. Solo en toda la
oscuridad.
La habitación parecía como si hubiera sido saqueada por los lobos, cada
pieza de mueble estaba rota, la almohada y cortinas destrozadas. Las velas
fueron quemadas, las paredes carbonizadas y cubiertas de hollín. Ignifex y
Shade habían desaparecido.
Eché la cerradura de la puerta. Yo sabía dónde ellos… a dónde él iba.
Agarré el pomo de la puerta y pensé, tráeme la habitación redonda. Pero
cuando abrí la puerta, vi en su lugar el gran salón de baile, el Corazón de
agua, aunque sabía que debía ser por la mañana ahora, estaba lleno de
agua y luces. Cargué hacia adelante, pero tan pronto como mi pie tocó el
agua, se elevó y se onduló. Me tambaleé y caí; luego una ola se estrelló
contra mí, empujándome bajo el agua.
Luché, tratando de salir a la superficie, pero el agua me sujetó como si
fuera un ser vivo determinado a matarme, y quizás lo era, o lo
suficientemente cerca. La casa era el más grande trabajo hermético jamás
hecho, y voluntarioso en el mejor de los tiempos. Ahora que estaba a punto
de ser destruida, tenía que volverse loca.
La única manera de escapar de su Corazón de agua era anular el poder
del corazón.
Me acordé de estar con Padre, en su estudio, trazando los sellos junto
con la pluma y la tinta. La primera vez que lo tuve bien con mis ojos
cerrados, él había asentido realmente a mí en señal de aprobación serena
y yo sonreí a mí misma por horas, porque en esos primeros días creí que
aún podía ganar su afecto.
Levanté las manos. Despacio, con cuidado, y empecé a rastrear el sello
anular en el agua. A medida que mis dedos se movían, el agua se agitó y se
quedó inmóvil; entonces me di cuenta de que estaba dejando atrás rastros
relucientes. Mis pulmones me dolían y quemaban, pero me obligue a
moverme lentamente porque no podía hacer esto mal.
Mis dedos se encontraron, completando el sello. Las líneas relucientes
estallaron cegadoramente brillantes; entonces el agua se fue y me caí con
un golpe en la seca pista de baile.
Durante unos momentos sólo podía jadear desesperadamente por
respirar; luego salté a mis pies y corrí hacia adelante. Todo estaba fuera de
lugar: la próxima habitación era el invernadero, después, un pasillo que no
estaba cerca a ninguna habitación. Luego la gran escalera, pero las
paredes a su alrededor estaban plagadas de grietas, y conforme corría por
las escaleras, se desmoronaban detrás de mí. Apenas llegué a la cima a
tiempo, y entré por la puerta más cercana, sin siquiera hacer una pausa
para mirar.
Y estaba en la sala redonda, pero la cúpula de pergamino se había ido.
Por encima, sólo oscuridad vacía; un viento helado soplaba desde el vacío,
recordándome que estaba empapada. En el centro de la sala se situaba
Arcadia; un poco de luz sobrante brillaba a su alrededor, y se veía muy
pequeña y frágil.
En el extremo opuesto de la sala se puso de pie Ignifex, su abrigo
destrozado, acunando la caja en sus manos.
No. Sus ojos eran azules y humanos. Era el último príncipe quien ahora
se me quedó mirando a través del cuarto, con el rostro pálido y quieto.
—Nyx —respiró, y luego alzó una mano. Las sombras me agarraron y me
aferraron a la pared por las muñecas.
—¡No! —grité—. No puedes abrir la caja, estarás encerrado allí para
siempre.
—Porque mi trato se puede deshacer, y toda Arcadia saldrá libre. Nadie
más volverá a ser devorado por los hijos de Tifón. Tú querías eso, ¿no? —
Caminó hacia mí lentamente—. Había una vez, que yo quería eso también.
Tengo que quererlo de nuevo. —Su voz era suave y triste como la de
Shade, pero luego esbozó una sonrisa que era puramente de Ignifex—. O
morir intentándolo.
Estaba delante de mí ahora, la caja en sus manos.
—Pero no morirás —le susurré.
—Y una vez que se devuelva el tiempo, tampoco lo hará tu madre. —Aún
así su voz era suave, triste, implacable.
—Entonces no voy a nacer.
—Vi a tu padre cuando estaba desesperado. —Esa sonrisa de nuevo—.
Estoy seguro de que va a pensar en algo. Tal vez sea un plan mejor esta
vez.
En una Arcadia que nunca se había roto, nunca gobernada por un
Señor apacible o asolada por los demonios, mi madre y Damocles y otras
mil personas estarían vivos. Quizás Astraia y yo lo estaríamos también, y
si así fuera, entonces seguramente nos encantaría estar entre nosotras sin
amargura. Sería cada uno de mis sueños de la niñez hecho realidad.
Pero…
—Yo no te recordaré —le susurré.
—Lo sé —dijo, inclinándose hacia delante sobre la caja. Deslizó una
mano por mi mejilla, cerró los dedos en mi pelo, y me besó.
Fue un beso desesperadamente torpe; tiraba de mi pelo hasta que dolía,
mis brazos dolían de estar clavados a la pared, y mi corazón golpeaba
contra mis costillas tanto por el miedo como el deseo. Pero era la última
vez que iba a sentir sus dedos en mi cabello, sus labios contra los míos, y
lo besé como si fuera mi única esperanza de respirar.
Entonces se alejó de mí otra vez. Y no pude detenerlo.
—Gracias —dijo—, por tratar de salvarme.
—¡Espera! —le espeté—. Dijiste, dijeron, que si yo adivinaba tu nombre,
entonces eras libre. ¿De acuerdo?
Él dio otro paso atrás. —Tiré mi nombre cuando hice ese trato. Nadie
puede encontrarlo de nuevo.
Me acordé de los manuscritos hechos jirones en la biblioteca. Cada
nombre se había quemado de ellos.
—No importa —le susurré—. Yo te conozco. —Miró la caja abierta. La luz
estaba saliendo, y grité—: ¡Yo te conozco! —Mientras la luz llenó todos los
rincones de la habitación.
Luego hubo oscuridad.
Traducido por piopolis
Corregido por iemilaa
Traté, mientras la oscuridad se cerraba sobre mí, peleé para recordar el
nombre de mi esposo.
Peleé para recordar el nombre de alguien a quien amé. Para recordar:
¿Qué?
Estaba sola, y no tenía manos para agarrar mis memorias. No tenía
memorias, ni nombre, sólo el conocimiento -más profundo y frío que
cualquier oscuridad- que perdí lo que amaba más que a la vida.
Y luego olvidé que lo había perdido.
El tiempo se estiró. Los precios no eran pagados.
El mundo cambió.
Traducido por Mary Haynes
Corregido por Esperanza
Me desperté llorando.
No sollozando, como si mi corazón fuera nuevamente roto. Me acuesto
de espaldas y quedó sin aliento con las tranquilas lágrimas, sin esperanza
de una certeza absoluta. Me sentí como si estuviera flotando en un océano
de dolor sin fin. El recuerdo de mi sueño parpadeó por mi cabeza: estuve
bajo el agua, luchando por no nadar, me perdí entre las sombras, había un
rostro pálido, o tal vez un pájaro.
—Nyx. ¿Qué pasa? —La voz de Astraia destrozó las memorias. Se puso
de pie junto a mi cama, con las cejas dibujadas juntas con preocupación.
La pálida luz azul de la madrugada se reflejaba en su pelo y brillaba a
través de los volantes de gasa de su camisón blanco.
—Nada. —Me senté, frotándome los ojos, avergonzada de que me vio
llorar. No merecía compasión de ella, de todas las personas.
No. Ese pensamiento fue del sueño, y tan pronto como me di cuenta de
eso, a continuación, ya no estaba. Traté de recordar, pero las imágenes se
perdieron. Los sentimientos también se deslizaban entre mis dedos; sabía
que estaba completamente desolada, pero ahora sólo me acordaba del
concepto de la sensación: como mirar la nieve a través de la ventana, en
lugar de temblar en el viento helado.
—¿Nyx?
Negué con la cabeza. —Sólo un sueño.
Su boca se frunció con simpatía. —Hoy tampoco me gusta.
Con un bufido, me levanté de la cama. —No es hoy —le dije. Un pájaro
gorjeó fuera de la ventana, y me crispé. Por lo general, me encantaba el
canto de los pájaros, pero hoy el ruido raspó a través de mi piel. —Tú eres
la que llora en el cementerio. Solo tuve un sueño.
Astraia vaciló de nuevo hacia mí. —No estás molesta por esta noche.
Abrí las cortinas, entrecerrando los ojos al sol de la mañana que
atravesaba mi cara. —No —dije.
Me agarró por detrás en un abrazo salvaje. —Bien —dijo en mi oído—.
Porque no te dejaré salir de ello. Te vas a casar esta noche, aún con fuego
o agua.
Fuego de la muerte del agua
Las palabras resonaron en mi mente, y por una vez no me recordaron a
mis lecciones herméticas, pero dejó una impresión vaga de puertas y
pasillos, un lugar secreto con remolinos de luces y la luz del fuego
bailando en los ojos de alguien.
Otro sueño, sin duda, y el recuerdo desapareció tan pronto como llegué
a tenerlo. Empujé la ventana abierta y aspiré una bocanada de aire frío de
la mañana. El canto de los pájaros era mucho más fuerte ahora: un
centenar de gorriones se posaron y ondeaban en los árboles de abedul que
se habían vuelto color oro de otoño y el cielo arriba era brillante, azul
infinito y sin una sola nube.
—Me voy a casar —le susurré, y no podía dejar de mirar ese cielo azul
hasta que Astraia me apartó para vestirme.
Podía recordar a Madre, sólo un poco, desde antes de que la enfermedad
se la llevó. Pero no podía recordar celebrar el Día de los Muertos con ella.
La primera visita al cementerio que recordé fue la primera después de su
muerte. El recuerdo estaba en fragmentos como agujas: el vestido negro de
luto rígido arañando mí cuello; el Interminable lloriqueo sin esperanza de
Astraia; la brillante luz del sol, fuera de estación que proyectaba sombras
con forma de cuchillos afilados a través de la lápida y en su nueva
inscripción.
—THISBE TRISKELION —mi padre había grabado, y debajo—, OMNES
UNA MANET NOX ERGO AMATA MANE ME.
Una noche nos espera a todos; Por lo tanto, amada, espérame.
Era una frase de un viejo poema sobre amantes separados, uno
esperando al otro del otro lado del rio Estige. Vi las palabras cientos de
veces antes, pero como me quedé mirándolas hoy, los bordes ahora suaves
por el paso de los años, se sentían nuevas... y ominosas. No podía
quitarme la imagen de las sombras retorciéndose, cerrándose sobre un
pálido rostro indefenso.
—¡Nyx!
Parpadeé. Astraia tendió la botella de vino, sus cejas dibujadas juntas.
La tomé de forma rápida y bebí oscuro vino tinto, rico y picante. Me
recordó al humo de leña en el aire frío del otoño, aunque hoy en día -como
el primer día de los muertos- era extrañamente cálido.
Astraia me lanzó una mirada, pero no dijo nada. Nunca decía más de lo
que debía en el cementerio; ninguno de nosotros lo hizo, sino porque era la
parlanchina de la familia, su silencio era especialmente sombrío. Al menos
ya no estaba ceñuda hacia Padre y la Tía Telomache, como lo fue el año
pasado cuando sólo estaban comprometidos. Ese había sido un momento
extraño: yo no estaba acostumbrada a ser la hija más alegre y obediente.
—Nyx, cariño —dijo la tía Telomache. Su mano se posó sobre la curva de
su estómago, siempre estaba acariciando su vientre, en cualquier
momento que tenía una mano libre, como si no pudiera creer que fuera
tan afortunada de estar cargando al hijo de Padre—. ¿No vas a recitar el
himno siguiente?
Como una bofetada en la cara, me acordé de que yo tenía que cantar el
himno y luego tomar un trago-no tragar el vino y mirar estúpidamente a la
distancia sin cantar antes o después. Mi cara se calentó mientras me
sumergí en el siguiente himno para los muertos. Vacilé en las primeras
líneas, pero pronto el ritmo se hizo cargo y me perdí en el bajo, canto
fúnebre.
Hasta que me di cuenta de que todos estaban todavía mirándome.
Astraia había apretado la mano en la boca como para contener la risa, los
labios de Tía Telomache fueron apretados en una línea delgada, y la cara
de Padre había adquirido la blancura helada que no veía desde el día que
anunció que Tía Telomache sería nuestra nueva madre y Astraia le escupió
a ella.
Por un momento me sentí como si no estuviera allí en absoluto, pero
mirando a través de una ventana a otro mundo, uno donde era una
horrible hija que merecía ser odiada.
Pero lo fuiste.
La idea me pasó por la cabeza tan fácilmente como respirar y
desapareció en un instante, ya que mi mente finalmente se encontró y me
di cuenta que no estaba cantando uno de los himnos funerarios en
absoluto, sino una canción campesina: el lamento de la niñera-Anna para
Tom-a-Lone. La mayoría de los versos residían en los placeres perdidos de
sus besos, por lo que no era apropiado para cualquier tumba, pero la
canción terminaba con la niñera-Anna jurando que le lloraría para
siempre, y deja que los gusanos coman mis ojos antes volver a amar. En la
tumba de mi madre, ante mi padre y su segunda esposa, era un insulto
mortal.
Me puse sobre mis pies. Mi corazón latía con fuerza en mis oídos
mientras mi estómago se retorcía con hielo. Abrí la boca, pero las únicas
palabras que podía pensar era en te odio, y esas estaban mal y no tenían
sentido. En cambio me giré y corrí, hojas secas crujiendo bajo mis pies y
lágrimas picándome en los ojos.
Me patiné hasta detenerse frente a la puerta del cementerio, jadeando
en busca de aire. Pensé que estaba a punto de estallar en sollozos, pero
más allá del picor, no vinieron más lágrimas.
Algo estaba mal. Siempre estaba de mal humor en el otoño,
especialmente en el Día de los Muertos y ¿quién no lo estaría? Pero este
año era peor que nunca. Este año, todo el mundo de repente se sentía tan
mal que quería gritar.
—Creo que ganas el premio a la mala conducta al pie de la tumba.
Salté ante el sonido de la voz de Astraia. Se puso de pie detrás de mí,
con los brazos cruzados y las mejillas ligeramente con hoyuelos en la
forma en que los extranjeros pensaban eran dulces y yo sabía que eran de
una forma calculadora.
—Bueno —le dije—. Tuviste toda la atención el año pasado.
El último Día de los Muertos fue sólo unos pocos días después del
incidente del escupitajo. Yo había sido la única en la familia que estaba
hablando con todos los demás.
La mirada de Astraia no vaciló. —Si estás tratando de hacer que Padre
te encierre por la noche, dime ahora mismo que no deseas hacerlo. Puedes
quedarte como la hija favorita y yo llevaré a cabo mi plan original.
Suspiré a través de mis dientes. —Sabes muy bien que tú eres la
favorita, y sólo tú podrías pensar que estaba haciendo algo tan ladino. No
he cambiado de opinión. No estoy preocupada por esta noche. Es que es…
—¿Madre? —La voz de Astraia se suavizó un poco.
—No —dije en breve.
Astraia se encogió de hombros. —Bueno, siempre y cuando vayas a ser
útil, supongo que será mejor que te salve. —Presionó una mano en mi
frente—. Que impactante. Estás febril del sol y casi te desmayas. No sabías
lo que estabas cantando.
Le golpeé la mano.
—Te lo dije, estoy bien.
—Nyx. —Me miró con los ojos muy abiertos y razonables—. ¿Quieres
pasar esta noche teniendo una disputa familiar, o te quieres casar?
Abrí la boca para protestar. Luego la cerré. —Entonces, me voy a sentar.
—Bien. —Le dio una palmadita a mi mejilla—. Trata de sentirte débil.
Me senté con un resoplido. Mientras caminó de vuelta al cementerio a
mentir descaradamente, me apoyé contra la fría pared de piedra y cerré los
ojos. Mi mejilla todavía hormigueaba donde ella la había tocado; Astraia
me abrazó todo el tiempo, me acarició el pelo, y me agarraba las manos,
pero no era frecuente que me tocara la cara. Nadie lo hizo.
¿Por qué me acuerdo de la sensación de manos agarrando mi barbilla?
Traducido por Natalicq
Corregido por Esperanza
—¿Estás segura que te sientes bien, querida?
Yo no me precipito sobre mi bordado, pero era una cosa cercana. Los
esfuerzos de la tía Telomache para ser maternal siempre me hicieron
querer encogerme lejos, más desde que me di cuenta de que eran en su
mayoría sinceras.
Tuve la tentación de decir: No, las rosas de la col me están repugnando
de nuevo. Pero la tía Telomache había elegido el papel pintado por sí
misma y me encantó. Por lo menos fui capaz de detenerla de ponerlo en mi
dormitorio.
—Estoy bastante recuperada, tía. —Le dije en su lugar, furtivamente
eche un vistazo al reloj: cuatro y media. La puesta del sol no estaba muy
lejos—. Pero me gustaría ir a ayudar a Astraia a prepararse.
—Por supuesto. —Tía Telomache sonrió, su mano izquierda apartando
su estómago. ¿Qué iba a hacer una vez que el niño finalmente naciera?
Puse mi bordado abajo en la mesita junto al sofá. La tarde de Bordado
en el salón era una nueva tradición: inició el año pasado, cuando Astraia
todavía estaba de mal humor por la casa en negro y yo decidí que alguien
tenía que fingir que todos nos llevamos bien. Desde entonces, no había
aprendido a encontrar el bordado interesante o disfrutar de la compañía
de mi tía, pero aprendí que ella era sobre todo sincera en desear mi bien, y
eso me ayudó a soportarla. Un poco.
Tía Telomache se paró junto a mí, aunque a diferencia, ella soltó un
pequeño resoplido de esfuerzo que se las arregló para sonar triunfante.
Incluso había saboreado su enfermedad de la mañana, y mientras se hizo
más grande, ella sólo consiguió ser más alegre.
Supuse que no podía culparla. Vivir casi dos décadas en la sombra de
su hermana muerta, y ahora por fin, no sólo padre se caso con ella, sino
que estaba llevando -por todos los portentos herméticos- un hijo varón, la
única cosa que madre nunca pudo darle.
Todavía podía encontrarla molesta, sin embargo. Por lo menos las falsas
sonrisas eran cada vez más fáciles.
—Gracias por la costura. —dije, como siempre lo hacía. Las palabras
hace mucho tiempo comenzaron a sonar como una sarta de tonterías
mecánicas para mí, pero la tía Telomache parecía tomarlas en serio todo el
tiempo.
—No hay de qué. —Tú realmente no podías decir que alguien tan cara
de gamuza como la tía Telomache brillaba, pero ella estaba cerca—. ¿Tal
vez deberíamos comenzar cosiendo cosas para tu cofre de bodas pronto?
—Sí —dije—, pero tengo que ir a ayudar a Astraia. —Y escapé de la
habitación antes de que me pudiera decir otra vez que mi madre no solo se
había casado sino que era madre a mi edad, y mientras que ella era joven
cuando se casó, yo era vieja para nunca haber sido cortejada, y así
sucesivamente.
Al menos mañana finalmente tendría una excusa para estar sin
ataduras. Porque esta noche, me casaría con Tom-a-Lone.
Una vieja costumbre campesina. Tan pronto como el sol se pusiese, los
aldeanos comenzarían una hoguera y llevarían afuera a un hombre de paja
sin huesos para representar a Tom-a-Lone, devuelto para su única noche
de reencuentro con la niñera Anna. Entonces una chica se casaría con él
en lugar de la niñera, y ellos dos serían coronados rey y reina de la fiesta.
Justo antes del amanecer, ellos queman a Tom-a-Lone, pero la chica sería
su novia todo el siguiente año. Pondría pasteles especiales de miel en el
solsticio de invierno y dirige el baile en torno a la cruz de mayo en la
primavera, pero no podría casarse hasta después del próximo Día de los
Muertos.
Tía Telomache siempre negó con la cabeza y murmuró cuando llegó el
momento de recoger a la novia por montón. Pero madre asistió a la
hoguera, y había sido ella misma novia de Tom-a-Lone cuando tenía
dieciséis años, así que cuando Astraia y yo cumplimos trece años, llegaron
a entrar nuestros nombres. Nunca nos escogieron, pero bailamos
alrededor de la fogata y bebimos vino de cebada con el resto de la aldea.
Hasta la semana pasada, cuando echaron la suerte y Astraia era la
elegida. Pero ella me dijo con lágrimas en los ojos que Adamastos iba a
hablar con padre tan pronto como regresara del Liceo el próximo mes, y no
podía soportar esperar otro año antes de casarse con él.
Entonces ideo un plan que comenzó con el envenenamiento de Padre y
recolección de dieciséis gatos callejeros.
Le había golpeado la frente y dicho—: Estúpida. La novia siempre está
velada, ¿verdad? Voy a entregarme en tu lugar, y nadie lo sabrá hasta que
sea demasiado tarde.
Así que ahora el plan estaba hecho y en sólo unas pocas horas, yo
estaría casada. Sonreí para mis adentros mientras subía las escaleras.
Estaba segura de obtener una gran cantidad de conferencias enojadas
mañana, pero al menos no tendría que preocuparme de la casamentera de
la tía Telomache por otro año.
Pero cuando llegué a mi habitación, resultó que Astraia estaba de un
humor casamentero para sí misma. Se mordió la lengua mientras que las
camareras nos estaban vistiendo, pero tan pronto como se fueron, me
sonrió.
—La semana pasada, Deifobo y Edwin hablaron con padre sobre ti. —
dijo, apoyándose contra uno de los postes de la cama—. ¿Segura que no
te interesa? Porque Edwin hizo todo ese dinero cuando se escapó a la mar,
y Deifobo fue el mejor en su clase en el Liceo, y son a la vez muy guapos.
Suspiré mientras repase las cintas bordadas que íbamos a atar en
nuestro cabello para la buena suerte. —No tú también. Voy a estar casada
con Tom-a-Lone, ¿recuerdas?
—O si no puedes tomar una decisión, tal vez podrías tener a los dos.
¿Acaso la cobertura de los dioses no tiene una ceremonia para eso?
—¡Astraia!
—Oh, me olvidaba, no puedes casarte con cualquiera de ellos, porque tú
te comprometiste a esperar por tu príncipe.
—Yo tenía siete años. —dije, empezando a atar cintas en mi cabello.
Astraia sonrió mientras se movía para ayudarme.
—Él te abrazará y besará y será tu luz en la oscuridad…
La broma no era nada nuevo, pero la palabra oscuridad envió un
escalofrío por mi piel y golpee mis palmas sobre la mesa, haciendo sonar el
peine y los pequeños tarros. —¡Cállate, pequeño sapo!
Eso hizo que un sorprendido silencio saliera de ella, nosotras peleamos
cuando éramos más jóvenes, pero no había levantado la voz contra ella en
años.
—Lo siento. —murmure.
Ella rodo los ojos y me besó en la mejilla. —No serías mi hermana si no
tuvieras un poco de veneno en tu lengua.
Mire sus ojos en el espejo. —Y tú no serías mi hermana si no tuvieras
un poco de veneno escondido en tu corazón. ¿Qué cosa hiciste para llevar
a Lily Martin fuera del pueblo?
Lily Martin era la hija del molinero, ojos de vaca y exuberante y por
todas las consideraciones no es mejor de lo que debería ser. Ciertamente,
ella intentó todo lo posible para seducir a Adamastos antes de irse en un
viaje muy repentino para visitar a sus parientes.
Astraia rió. —Yo sólo escribí a su tía que su hermanastro estaba
gastando una cantidad impar de tiempo con ella, y desde que su tía es
mente sucia como todos los familiares de edad, decidió que era su deber
salvar a Lily de su pasión retorcida.
—¿Sabe Adamastos que está recibiendo una esposa tan tortuosa? —
pregunté.
—Oh, sabe lo que es bueno para él —La sonrisa de Astraia era reservada
y muy satisfecha.
Solté un bufido, pero no dije nada. Adamastos era un tranquilo, amable
chico que parecía más que un poco de atemorizado de Astraia, pero él
seguía volviendo a cortejarla, y yo suponía que en este momento él debe
saber en lo que se estaba metiendo.
Afuera de la ventana, un pájaro cantaba en voz alta. Las notas eran
dulces, pero de repente quería gritar, llorar, o romper algo.
Tome una respiración profunda y me obligué a relajarme. Este no era
momento para perderme en uno de mis estados de ánimo. Tenía una
hermana para salvar.
El pensamiento era familiar. No sabía por qué.
Cuando llegamos abajo, ambas vistiendo seda roja, Astraia también
velada en gasa roja, padre y la tía Telomache estaban esperándonos. Padre
miró a la distancia como de costumbre, pero tenía un brazo establecido
suavemente sobre el hombro de la tía Telomache.
—Ambas lucen hermosas —dijo la tía Telomache.
—Tú no puedes verme —dijo Astraia, y yo aproveche la oportunidad
para sacar el velo fuera de su cabeza. Ella se rió y me lanzó una mirada de
triunfo antes de saltar hacia delante para abrazar a Padre, que la atrajo
hacia su pecho con un suspiro.
—Muy bonita. —dijo, y le dio un beso en la parte superior de su cabeza.
Luego miró por encima hacia mí—. Nyx, hablé con tu tutor hoy. Le pedí
que te escribiera una carta de recomendación para el Liceo, y me dijo que
sí.
Asentí, agarrando el velo y presionando mis labios en una línea firme,
aunque yo quería bailar por la habitación. —Gracias, Padre. —le dije.
Padre sonrió y besó la cabeza de Astraia de nuevo. Él nunca me adoro a
mí en la forma que lo hizo con ella, pero se enorgullecía de mí como nunca
lo hizo con ella. El conocimiento todavía dolía a veces, pero hice en su
mayoría las paces con él.
—Nos tenemos que ir. —dije. Padre libero a Astraia y ella se rindió
brevemente para ser besada por la tía Telomache antes de saltar de nuevo
a mi lado.
Salimos afuera juntos, cogidas de la mano. El sol acababa de ponerse;
un poco de luz se aferró al cielo, pero las estrellas ya habían comenzado a
brillar.
Al igual que los ojos de todos los dioses, pensé, y traté de recordar dónde
leí esa frase. Un poema de edad, tal vez.
Astraia tiró de mi mano. —Has visto las estrellas antes.
—Lo sé —dije, siguiéndola lentamente.
Me sonrió por encima del hombro. —¿O estabas admirando la casa de tu
verdadero amor?
Ni siquiera pensé en el castillo, pero ahora que ella dijo las palabras, no
pude evitar mirar hacia el este, donde por encima de la colina las ruinas
del antiguo castillo aún eran visibles como siluetas contra el cielo oscuro.
Nadie trató de reconstruir la casa de los antiguos reyes después de que
fueran destruidas en una sola noche. Los registros de aquellos días
estaban casi perdidos, pero las leyendas eran algo como esto: Hace 900
años, Arcadia fue gobernada por una línea de sabios y justos reyes, que
defendieron la tierra con sus artes herméticas. Pero una noche, como el
rey yacía moribundo, la perdición cayó sobre ellos: una maldición o un
monstruo, las leyendas difieren en exactamente que destruyo todo el
castillo y habrían destruido toda Arcadia, excepto que el último príncipe se
ofreció a sí mismo a los Benévolos. Este es el trato que cerró: mientras él
está limitado al castillo como un fantasma, cualquier mal que destruya
está obligado a estar allí también. Así que el castillo nunca puede ser
reconstruido y el linaje de reyes se terminó para siempre, pero Arcadia
siempre estará a salvo.
Las historias siempre terminaban así: a veces a media noche, el último
príncipe camina por las ruinas. Si tú lo ves y le llamas por su nombre -
Marcus Valerius Lux- entonces él se volverá y hablara contigo, porque
quiere saber si su gente está a salvo. Pero siempre debe desaparecer con el
amanecer.
Escuché por primera vez la historia cuando yo tenía siete años, y me
pasé todo el día llorando antes de declarar que iba a encontrarle y casarme
con él. Durante años, estaba siempre escabulléndome al castillo para jugar
entre las piedras caídas. Cantaba su nombre, medio anhelando y medio
temerosa, preguntándome cómo sería reunirme con él. Hasta que una
noche robe una lámpara hermética y el reloj de bolsillo de padre, y
después de que la tía Telomache me metió en la cama, me escabullí hacia
el castillo. Me senté en una piedra, temblando a pesar de mi abrigo, hasta
que el reloj de bolsillo marco la medianoche.
Pero cuando llamé a su nombre, nadie respondió. Fue entonces cuando
me di cuenta de lo estúpido que era pensar por mí misma en el amor con
una leyenda. Lloré y me fui a casa, y evité el castillo para siempre.
La plaza principal del pueblo estaba iluminada con un resplandor de las
antorchas y adornada con guirnaldas de hiedra y gavillas de trigo, los
emblemas de Tom-a-Lone y Brigit. Una gran hoguera crepitaba alta en el
centro, mientras que a la izquierda estaban los fuegos de las cocinas más
pequeñas, donde dos corderos asados sobre asadores y una gran olla de la
sopa de castañas tradicional burbujeaban. Los ricos, aromas picantes
flotaban en el aire y se enredaban con el ruido de los violinistas y el sordo
rugido de la charla, porque la mitad del pueblo estaba en la plaza. La
mayoría estaban sentados ya en las mesas que rodeaban la hoguera, pero
algunas de las mujeres todavía se afanaban en hacer los preparativos,
mientras que los niños saltan bajo los pies. Todos ellos, jóvenes y viejos
por igual, tenían cintas atadas a sus muñecas, brazos y el pelo, al igual
que Tom-a-Lone.
Estábamos casi en la plaza cuando la vieja Nan Hubbard se abalanzó
sobre nosotros desde atrás. Ella era una mujer robusta con un diente
frontal faltante que había sido la novia de Tom-a-Lone misma, y ahora no
sólo era una curandera sino lo más cercano que la aldea tenía a una
sacerdotisa de los dioses de cobertura.
—¿Y qué estás haciendo desvelada, desvergonzada? —demando ella de
Astraia. Cintas colgaban de sus rizos grises y zangoloteándose en su
rostro.
—¡Lo siento! —dijo ella—. Era sólo una noche tan bonita, que quería
sentir la brisa.
—Tú sentirás el peso de mi mano si mantienes al dios esperando. —
Detrás de ella, vi a un trío de jóvenes levantando al hombre de paja.
Sonreí. —La tendré lista. —Le dije, y arrastré a Astraia alrededor a una
esquina entre las sombras—. Creo que ella sospecha. —Añadí en voz baja,
una vez que estábamos fuera de la vista.
Astraia se encogió de hombros. —Probablemente, pero yo he estado
trayendo sus hierbas frescas todos los días durante dos semanas.
—¿Has estado sobornándola?
—Si funciona, ¿por qué no? —Arrebató el velo fuera de mis manos y la
puso sobre mi cabeza—. Será mejor que te ruborices, o todo el mundo
sabrá que no soy yo.
—Astraia, no creo que haya una cosa en el mundo que podría hacerte
sonrojar. Y yo estoy usando un velo de todos modos. —Agarré sus manos—
. Quédate escondida.
Entre la penumbra y el velo de gasa, yo apenas podía distinguir su
sonrisa. —Buena suerte.
Nan Hubbard me dio una mirada de reojo, pero no dijo nada mientras
ella me llevó a la hoguera en el centro de la plaza. Una gran ovación
cuando fui conducida dentro y sentada en la mesa principal, por ahora los
festejos podrían comenzar. Un grupo de chicas unieron las manos
alrededor de la hoguera y cantaron: no cualquiera de los himnos
tradicionales de la boda, sino la canción de contar que siempre cantamos
en esta noche.
Te cantare nueve, ¡oh! ¿Cuál es tu nueve, oh? Nueve es para las nueve
monedas de oro brillantes, veremos el cielo, oh. Me sabía las letras, porque
la canción era también una canción de cuna; Madre a menudo la cantó
para nosotras, antes de que la enfermedad se la llevara lejos, y siempre fue
una de mis favoritos.
Cuatro por los símbolos en tu puerta, Vamos a ver el cielo, oh. Pero ahora
las palabras me hicieron temblar de miedo con un terror sin nombre y
medio recordé la tristeza. Mientras las chicas trabajaron a través de los
versos, esto sólo empeoró. Apenas podía respirar, y luego llegó el final de la
canción:
Uno es uno y completamente solo. Y nunca más estará así. Yo sabía que
estaba siendo una idiota, que no tenía ninguna razón para llorar, pero no
podía detenerme. Me senté bajo mi velo y lloré como una niña que había
perdido su primer amor. Las palabras resonaron en mi cabeza, y aunque
yo las había escuchado una y mil veces antes, ahora sonaban como
repentina y completa desesperación.
—¡Traigan a la novia hacia adelante! —proclamó Nan Hubbard. Tenía
otro humor. Después de un aturdido momento, me levanté y me dirigí
vacilante hacia donde ella se encontraba justo delante de la hoguera, el
Tom-a-Lone de paja sentado a su lado.
Ella me lanzó una sonrisa. La luz brilló en su cara arrugada, y sentí un
repentino miedo.
—Extiende tu mano, chica. —Extendí mi mano derecha, y el frío, sólido
peso del anillo cayó en mi palma—. ¿Sabes lo que estás tomando junto con
este anillo?
Sabía lo que debía decir: yo levanto la mano de nuestro Señor bajo los
campos. Pero las palabras se atascaron en mi garganta. El anillo era una
vieja reliquia, un regalo para el pueblo de algún señor largamente olvidado.
Lo vi poner en el dedo de la novia cada año, lo podía recordar. Pero ahora
finalmente lo vi: un pesado anillo de oro, tallado como un sello en la forma
de una rosa.
Olí crujiente, aire otoñal ahumado y no podía apartar la mirada. En
algún lugar estaba un pájaro cantando y como si desde muy lejos, también
escuche la dulce voz, entrecortada de una niña elevando en la canción:
Aunque las montañas se derritan y los océanos se quemen, los regalos de
amor todavía volverán. Me quedé mirando el anillo, de oro y brillantes y
absolutamente real, y yo recordaba.
Recordé estar casada con una estatua mientras mi hermana lloraba su
corazón de nuevo en casa. Recordé haber sido criada como un homenaje y
un arma, y recordé recibiendo este anillo. Con amor.
Recordé a mi marido, a quien había amado, odiado y traicionado.
Hubo un rugido en mis oídos y pensé que me iba a desmayar. Les
encanta burlarse, había dicho Ignifex, y ellos lo hacían. Dejan respuestas
en los bordes, donde cualquiera puede verlos, pero nadie lo hace.
Y ellos lo hacían. Todo el mundo conocía la historia del último príncipe,
y todo el mundo conocía la historia de Tom-a-Lone, y nadie sabía lo que
significaba.
La vieja Nan dijo—: ¿No tienes una promesa que hacer, chica?
La gente decía que el último príncipe todavía rondaba las ruinas de su
castillo. Que el vendría si lo llamas por su nombre. La gente decía que
Brigit dejó a Tom-a-Lone fuera por sólo una noche cada año. Para
encontrar a su novia.
Y ellos siempre son justos.
Cogí el anillo y lo deslice en mi dedo, y luego me quite el velo mientras
decía las palabras que había dicho antes, en un tiempo que ahora nunca
lo había sido.
—Donde tú vayas, yo iré; donde tú mueras, allí moriré, y allí seré
enterrada.
Entonces me eché a correr hacia el bosque.
Traducido por Natalicq
Corregido por Esperanza
Detrás de mí oí gritos y gente corriendo, pero los perdí muy pronto.
Seguí corriendo, sin embargo; tenía que llegar al castillo antes de la
medianoche. Esa parte de la leyenda podría ser una mentira, pero no
podía correr el riesgo. Viví toda mi vida rodeada de pistas burlonas de los
Benévolos haciendo caso omiso de ellas. No las ignoraría más.
Con el tiempo reduje a una caminata, pero luché con gravedad por ir
hacia adelante en la oscuridad, mis piernas doloridas mientras subía la
pendiente, sudor corriendo por mi espalda. Ahora estaba siguiendo el
camino, parecía lo bastante seguro, porque ¿quién iba a esperar que
corriera de esta manera? Pero no había mucha luz de la luna y yo estaba
aterrorizada de perder mi camino.
Finalmente llegué a la cima. Hice una pausa por un momento,
respirando con dificultad, luego me tambalee a través del arco en ruinas
en los restos del castillo y me desplome en el suelo. Estaba ardiendo con el
calor de la subida y mis piernas se sentían como si estuvieran hechas de
lana floja; Quería tumbarme en la hierba y dormir, pero me obligué a
sentarme y mirar.
Todo a mi alrededor, no había nada más que oscuridad y el sonido de
los grillos.
—¡Benévolos! —grité en la noche—. ¿Dónde están? ¿No siempre quieren
negociar?
No hubo respuesta. Apreté los dientes y esperé. Y esperé. El seco sudor
picaba contra mi piel y temblaba de frío. Comencé a preguntarme si me
había vuelto loca y todos mis recuerdos de esa otra vida eran sólo una
ilusión.
O tal vez todo pasó y yo estaba engañada para pensar que ellos lo
dejaban fuera de la caja incluso una vez al año. Recordé mi inútil vigilia
infantil. Eso fue en primavera, pero tal vez no importaba que esa noche yo
espere por él. Tal vez mi única oportunidad de salvar al último príncipe
había estado de vuelta en esta casa, y ahora que lo había perdido yo
nunca la iba a tener más.
La oscuridad bostezó a mí alrededor. Me imagine viviendo afuera toda
mi vida sabiendo lo que hice y lo que perdí, sabiendo que Ignifex —
Shade— mi marido estaba sufriendo en la oscuridad y nunca, nunca seria
rescatado.
Entonces lloré de nuevo, pero sólo un poco; Sequé mis lágrimas y me
dispuse a esperar. Contra toda esperanza, recordé. No podía rendirme
ahora. Si tuviera que hacerlo, me gustaría volver a este lugar cada noche
por el resto de mi vida. Sabía a quién yo amaba y lo que tenía que hacer, y
por una vez lo que quería estaba en lo cierto: así que nada en el mundo
podría romperme.
Pero podía dormir.
Tuve esto apagado durante mucho tiempo. Me senté muy erguida,
forzando mis ojos abiertos mientras miré hacia la oscuridad, o a veces me
paraba y saltaba hacia arriba y hacia abajo, moviendo mis manos por el
aire frío para despertar y calentarme a la vez.
Pero al final estaba tan cansada que no podía pensar. Finalmente pensé
que no pasaría nada si Apoyaba la espalda contra las piedras por un
minuto; y luego pensé que seguramente podría descansar mis ojos por un
momento; y luego yo estaba dormida.
El canto de los pájaros me despertó, alto y puro. Salí corriendo, mi
corazón latiendo con fuerza, mientras yo recordaba hablando con el
gorrión.
Entonces oí los cascos de un caballo en la oscuridad y vi un destello de
luz a través de los árboles.
En un instante me puse en pie y escondiéndome en un rincón de las
ruinas. Los vi cabalgar fuera de peligro dentro de las ruinas: una tropa
reluciente de personas hechas de luz y aire, montado en caballos hechos
de sombra, sin embargo ellos parecían muy nítidos, más sólidos, más real
que la piedra y los árboles a su alrededor. No llevaban antorchas, pero la
luz y el viento se arremolinaba a su alrededor; las hojas de los árboles se
reían a su paso, y ellos se reían y cantaban a cambio.
A excepción de uno. Él montaba en un caballo brillante, tal vez porque
no tenía luz propia: sombras caían sobre su rostro, y estaba encorvado y
silencioso.
Los caballos se detuvieron. La señora del frente desmontó, y también lo
hizo el hombre en sombras. Ella se volvió hacia él.
—Bueno, mi señor —dijo ella con una voz como la luz del sol brillando a
través del hielo—. ¿Está usted satisfecho?
Él asintió sin decir nada.
—Entonces vuelve a tu oscuridad. —Le tendió la caja, y él la cogió con
una mano.
Me estrellé contra él.
Nos caímos juntos al suelo. Traté de alejarme, pero no llegue muy lejos,
porque luchó contra mí como si fuera los hijos de Tifón. No hizo sonido
sino cortos jadeos desesperados mientras él golpeo y arañó mi cara.
—Idiota —gruñí—. Yo soy tu esposa.
Se quedó inmóvil.
—¿Crees que voy a dejarte escapar? —exigí, y lo acerqué más. Se
acurrucó contra mí y se quedó inerte en mis brazos.
La señora me miró. Ella era la misma que había visto hacer un trato con
él, hace ya tantos años.
—¿Cuál es el significado de esta imprudencia? —preguntó, y su voz era
la misma que me habló en la oscuridad, que me había dicho que lo
destruyera a él.
—Tú. —Me atragante—. Tú le has engañado.
—Hemos mantenido nuestro acuerdo —dijo—. En el momento que era, y
el tiempo que es. Y nosotros hemos demostrado tanta bondad aparte. Una
noche todos los años, lo dejamos salir para ver las estrellas y saber que su
gente está a salvo.
—¡Yo sé su nombre! —grité—. Usted no se molestó en sacar eso fuera de
la historia porque pensó que nadie en este momento se acordaría de él,
pero yo sí. Me acuerdo de él y su nombre es Lux. Marcus Valerius Lux.
¡Ahora tiene que dejar que se vaya!
Mis palabras cayeron en un silencio de muerte. No ocurrió nada.
—Oh, chica. —La señora sacudió la cabeza con suave diversión—. Ese
pacto fue con el Señor Benévolo. Ahora se ha deshecho, porque nunca se
hizo, y el Señor Benévolo no existe.
—Si no se hizo, entonces ¿por qué está pagando su castigo?
—Él está pagando lo que prometió en la última noche: cada instante
después se deshizo, y fue encerrado en las sombras como si nunca nos
hubiera llamado a nosotros. ¿Cree que su corazón fue siempre lo
suficientemente puro para mirar a los hijos de Tifón y escapar de ellos?
El viento susurraba entre los árboles. En mis brazos, Lux tomo un
respiró tembloroso. De todas partes, los Benévolos nos despreciaban a
nosotros, despiadados y serenos como las estrellas, y en cualquier
momento ellos iban a arrastrarlo lejos de mí.
Tuve que pensar. Yo nunca oí hablar de nadie más listo que los
Benévolos, pero tenía que ser posible.
—Has hecho trampa —le dije—. Se supone que son los Señores de los
tratos, pero usted lo engañó. No es un juego o una apuesta o un trato si no
hay manera de ganar, y nunca hubo ninguna forma de adivinar su
nombre. —Mis dedos se clavaron en su piel—. Él dijo que ustedes eran
siempre justos. Y siempre dejaban pistas.
—Pero le dimos mucho más que pistas. Cada noche en la oscuridad,
susurrábamos su verdadero nombre. Con tus propios labios, le dijimos
dónde encontrarlo.
Recordé su desesperada, voz errante, el momento antes de que yo lo
traicioné: El nombre de la luz que está en las tinieblas.
—No es nuestra culpa que él estuviera demasiado asustado para que
nos prestaras atención. O que cuando encontró el valor de escuchar en la
oscuridad, lo traicionaras antes de que pudieras oírlo hablar. O que, una
vez que se reuniera consigo mismo, estaría demasiado desesperado y
culpable para buscar su nombre por más tiempo. Le dimos a cada uno de
ellos mil posibilidades, chica, y desperdició todos ellas.
Mi garganta se atascó con amargas protestas, pero sabía que eran
inútiles. Los Benévolos explicarían sólo aún más su imparcialidad. Shade
supo siempre que eran dos mitades de un todo. Ignifex siempre había
tenido el poder de unirse. Yo tuve la oportunidad de escuchar a ambos y
poner sus historias juntas.
Pero ellos habían hecho a Shade impotente para empezar nada, y
convencieron a Ignifex que no había sentido en hacer preguntas, me crie
para odiar y destruir y nunca imagine que podía salvar al hombre que
amaba.
Los Benévolos dirían que no tenía importancia. Y tal vez ellos estaban en
lo cierto. Nosotros todavía podríamos haber arrebatado la felicidad de
nuestra tragedia si hubiéramos tomado las decisiones correctas, los deseos
correctos. Si hubiéramos sido más amables, más valientes, más puros.
Cualquier cosa menos lo que éramos.
Pero yo era lo que era, y mi marido sufrió el destino que eligió para él.
Y ahora yo tenía la oportunidad de redimir lo que había hecho.
—Entonces, permítanme hacer un trato —dije—. Suéltalo, y yo voy a
pagar lo que quieras. —El miedo vibraba a través de mi piel, pero no podía
detenerme ahora—. Si es mío y no hace daño a nadie, lo pagaré.
Simplemente deja que se vaya.
—¿Ah, sí? —dijo la señora—. ¿Qué crees que tienes que ofrecer?
La miré fijamente, tratando de pensar en algo que consideraría un
sacrificio. —Mis ojos.
—No es suficiente. —dijo las palabras como si ella estuviera agitando
una hormiga fuera de su vestido.
—Mi vida —le dijo salvajemente.
—No es suficiente.
—Entonces voy a servirles. —Los Benévolos siempre negociaban. Ellos
tenían que. ¿No?
En mis brazos, Lux se agitó y susurró con voz ronca: —No.
Presioné una mano sobre su boca. Si estaba asustado por mí, entonces
tenía que ser un trato que aceptarían.
—Yo te serviré todos los días hasta el fin del tiempo —dije—. Al igual
que él lo hizo.
—¿Crees que nos faltan sirvientes? —La señora se arrodilló delante de
mí con una sonrisa terrible—. Conoce esto, chica. No hay un precio que
nunca se puede pagar, eso será suficiente para liberarlo de la oscuridad.
Él hizo su elección, y creyendo o reacio deberá tener esto hasta el final de
los tiempos.
Recordé abriendo la puerta, las sombras enterrándose en mi cara y
manos.
—Entonces —dije, y mi voz estaba un poco tambaleante.
Uno es uno y completamente solo. Por 900 años, el sufrió esto por ti.
—Entonces permítanme hacer un trato diferente —le dije, con más
fuerza. Todo mi cuerpo palpitaba de miedo, pero mi amor estaba en mis
brazos y yo no podía dejarlo ir—. Por mi precio, me quedo con él en la
oscuridad. Por siempre y para siempre.
La señora se levantó. —¿Y tú deseo?
—Nada. Lo amo, y quiero estar con él.
—No —dijo Lux, su voz más fuerte.
—No voy a comenzar a obedecerte ahora —dije y le di un beso en la
frente. Luego miré hacia arriba—. Sólo dame el precio y nada más. Déjame
estar con él y compartir su castigo.
Los ojos de la señora se agrandaron. —Eso es el trato de un tonto —
dijo—. Pagar todo y pedir sólo la impotencia a cambio. ¿Crees que tú lo
consolaras en absoluto? No hay amor en las sombras. Sería destruir el
corazón más puro y ninguno de ustedes es puro. Van a odiarse y dañarse
entre sí y convertirse en sus propios monstruos.
Sus palabras se clavaron en mí. Cada una de ellas era absolutamente
cierta. Ninguno de nosotros era puro, y por lo tanto, ninguno de los dos
era lo suficientemente fuerte como para derrotar a la oscuridad. Incluso en
este nuevo mundo —mucho más amable que el que ahora yo recordaba—
los traidores hilos de la cólera y el egoísmo todavía tejidos a través de mi
corazón. Lo odiaría y dañaría a él eventualmente, y no había nada que
pudiera hacer para evitarlo.
Ese fue el error de Lux, hace 900 años, pensando que él podría negociar
con los Benévolos haciéndolo realmente bueno. Era la locura de toda la
gente que nunca negoció con ellos, creyendo que si solo encontraban el
precio correcto por el poder perfecto, ellos serían capaces de hacer que sus
deseos salieran bien.
Sabía que era mejor: no había poder que yo pudiera comprar o robar
que me salvará de mi propio corazón.
Pero todavía podía estar con él. Yo no necesito ningún poder en
absoluto, sufriríamos lo mismo.
Una de las manos de Lux había encontrado la mía, y aunque estaba
articulando No, su agarre me dio la fuerza para encontrarme con los ojos
de la señora y susurrar: —Aun así, voy a mantener mi promesa. Cuando el
muera, yo moriré. Y allí seré sepultada.
Y con una explosión de la canción, el gorrión se posó en mi muñeca.
Un puñado de bondad, eso dijo a los benévolos. La respuesta a su
enigma.
El suelo se inclinó por debajo de nosotros, y de repente estábamos
riendo, en el jardín bañado por la luz donde había conocido al gorrión. Los
Benévolos brillaban con un resplandor doloroso, pero no podía apartar la
mirada.
¿No sois vosotros los Señores de tratos? dijo el gorrión. Mantenga este,
entonces.
No es ningún trato, dijo la señora. Es una rebelión contra la negociación.
Esto se destruirá en la concesión. Nos destruirá en la concesión.
Sí, dijo el gorrión. Manténgalo.
Se merecen esto, la señora gruñó. Su rostro seguía siendo humano, pero
sólo en la misma forma que un nudo forma una cara en un tronco de
árbol, un leve y sin sentido parecido. La oscuridad y las sombras, ellos
tienen ambas en sus corazones y no merecen tener nada más.
Lux levantó la cabeza de mi hombro y miró a los Benévolos. —Ambos...
aceptamos eso —dijo con voz ronca.
Vaya, dijo el gorrión. Vaya. No puedes soportar tanta amabilidad.
Algo resonó, tanto como un grito y como silencio infinito; entonces los
Benévolos desaparecieron como una onda en el agua. Todas las hojas
crujieron y se convirtieron en llamas vivas.
No se olviden, dijo el gorrión. La hierba se incendió.
—¿Olvidar qué? —le pregunté.
Saltó en el aire y flotó, sus alas zumbando en un borrón.
Tu trato es la muerte de su poder. Si te aferras, tú puedes encontrar el
camino de vuelta de nuevo.
El aire se convirtió en luz líquida. El terreno se estremeció por debajo de
nosotros, y luego se derritió, caímos en las profundidades infinitas, el
fuego cayendo con nosotros en grandes corrientes chispeantes que se
arremolinaban y gritaban a través de la oscuridad.
En esa oscuridad espere a los Hijos de Tifón, que reían y cantaban,
mientras se arremolinaban a nuestro alrededor. Al igual que antes, su
canción me dejó temblando de horror impotente. Y ellos nos devoraban; se
arrastraron bajo nuestra piel y lloraron con nuestros ojos, burbujearon en
nuestros pulmones hasta que nos atragantamos con la infinita, helada
sombra. Excavaron en mí hasta que fui sólo una cáscara de pergamino sin
sentido. Pero no importa cómo ellos trituraron lejos todo lo que significa de
mí, yo todavía estaba rodeada en los brazos de Lux y era suya.
El fuego rugía sobre nosotros. Se acurrucó a través de nuestro cabello,
luego se envolvió alrededor de nuestras muñecas y rostro, tratando de
arrastrarnos aparte. Quemando a través de mi piel, más caliente que el
Corazón de fuego, y sin embargo más dolorosa era la forma en que
quemaba a través de mi mente. El fuego quemaba mis recuerdos, tomando
de nuevo su nombre y el mío, mis dos pasados y todas mis esperanzas, el
cielo y el gorrión y el mundo mismo. Me aferré a alguien que no conocía,
no podía imaginarme conociéndolo, pero aun así sabía más allá de toda
duda de que él era el mío.
Caímos hasta que estábamos cayendo por siempre y para siempre, y
siempre seguiríamos cayendo, porque no existía nada fuera de este caos de
fuego y sombra.
Pero me aferré a él.
Y él se aferró a mí.
Me desperté con el resplandor del sol en mis ojos, el canto de los pájaros
parloteando en mis oídos. Me tumbé en el suelo duro, rígido, frío y
doloroso, pero había alguien a mi lado.
Lux.
Me levante de un salto y después no me atreví a moverme. No parecía
posible que él estuviera aquí, el príncipe que había soñado,
verdaderamente real. El marido que había traicionado, realmente
rescatado. El prisionero fantasmal, realmente sano. Sin embargo allí yacía,
medio acurrucado sobre su lado, su pecho moviéndose suavemente con
cada respiración. Me sentí como si se desvanecería si me movía.
Así que me quedé quieta y lo mire fijamente. Tenía el mismo esbelto,
hermoso rostro que yo recordaba viendo en ambos hombres. Su piel era
sorprendentemente pálida, pero era una palidez humana, no el fantasma
blanco como la leche de Shade. Tenía el pelo negro, pero larguirucho y
enredado como yo nunca vi en Ignifex.
La línea de su mandíbula era exactamente lo misma que yo recordaba
besando. Pero nunca lo había besado, no en esta vida. Y él no era
exactamente el mismo hombre.
Desde que lo recordé ayer por la noche, no tuve tiempo de pensar en
nada más excepto en lo que yo había hecho y la terrible necesidad de
corregir las cosas. Ni siquiera me pregunté que sería como, reconciliación.
Ahora yo no podía pensar en nada más. Amé a Ignifex, y en cierto modo a
Shade. Ambos más o menos me quería a cambio. ¿Pero Marcus Valerius
Lux? ¿Qué éramos el uno al otro?
Sus ojos se abrieron y se enfocaron en mí. Eran ojos azules brillantes,
pupilas redondas y completamente humanos, pero no eran exactamente
los ojos de Shade; la forma en que miró a contraluz, todo su rostro
arrugándose en la expresión, era exactamente como Ignifex.
Luego sus labios se curvaron en una leve sonrisa y tocó mi cara. Cogí su
mano contra mi mejilla y la sostuve; sus dedos eran cálidos y
gloriosamente reales, pero se sentían más ásperos de lo que recordaba.
Sostuve su mano para examinarla y vi que sus palmas y las yemas de los
dedos estaban cubiertas de una red de delgadas, pálidas cicatrices.
—Esto es real —susurró, sentándose.
—Sí —le dije.
—Tú eres real. —Ahora él temblaba. La vergüenza quemaba mi cuerpo,
pero lo empujé a mis brazos, y todavía aferrándonos rodamos hacia abajo
para tumbarnos en la hierba.
—Lo siento —dije—. Lo siento mucho.
Por toda respuesta, él sólo enterró su cara en el hueco de mi cuello, y
nos quedamos inmóviles juntos por mucho tiempo, hasta que por fin me
susurró al oído: —Por lo menos no eres tan tímida como cuando nos
conocimos.
Estaba a punto de decir, ¿Tengo que recordarte lo mucho que estoy
acostumbrada a ti? Luego me senté de golpe, la piel quemándome. Porque
me acordé de todo lo que habíamos hecho juntos, recordé siendo esta
mujer a gusto en su abrazo, sin embargo, sabía hasta los huesos que yo
nunca tomé las manos de un hombre, y mucho menos besé uno. Los
recuerdos se enredaron en mi garganta y no podía respirar.
Entonces me di cuenta de que lo había tirado al suelo. —Lo siento —
espete, con la esperanza de no haberle hecho daño.
Pero él se sentó ahora también, se echó hacia atrás con sus manos a la
espalda, su cabeza inclinada hacia un lado. Era exactamente el tipo de
postura que Ignifex podría tener sentado.
—Tú me salvaste —dijo en voz baja. La cadencia de su voz era extraña
totalmente familiar, pero no exactamente como eran Ignifex o Shade—. Tú
me salvaste, y creo que cubre casi la mitad de tus pecados.
Solté un bufido. —Llegué más que tarde.
—Mejor que nunca —dijo—. Además, me lo merecía. Te traicioné. Mis
dos mitades. —Su boca se apretó, y luego dijo en un susurro suave—:
También lo siento. Por favor, perdóname.
Ninguno de los dos jamás se habría disculpado tan desesperadamente.
Era una nueva persona mirándome con ojos azules, pero yo era una nueva
persona también. Y si él, dividido tanto tiempo, podría recomponerse junto
por sí mismo y recordar cómo me ama, entonces yo podría hacer lo mismo
por él.
—Bueno, estabas al menos tan guapo, también. —Tomé su mano otra
vez; nuestros pulgares frotándose entre sí, y de repente nos estábamos
besando.
Cuando finalmente nos detuvimos, Lux dijo: —¿Qué pasa ahora? —Miró
a su alrededor en las ruinas, como si los viera por primera vez.
Empujé el pelo fuera de mi cara y traté de pensar más allá de la calidez
de su brazo alrededor de mi cintura. —Bueno, deberíamos decirle a
alguien que estoy viva, ya que salí corriendo en la noche. Y será mejor que
nos preparemos para ser gritados, desde que deje plantada Tom-a-Lone. —
Me acordé de que el mundo que él conocía no había tenido esa tradición—.
En el festival, ellos…
—He visto los festivales —Su voz suave detuvo el aliento en mi garganta.
Pero luego continuó—, así que, ¿Estabas corriendo detrás de otro hombre?
No te puedo dejar sola por un minuto.
—Entonces no. —dije—. Nunca me dejes otra vez.
Yo acababa de crear el tipo de escándalo que he pasado toda la semana
maquinando evitar. Sin embargo, con el cielo de una sobrecarga imposible
de azul y mi imposible, marido de ojos azules sentado a mi lado, yo no
podía tener mucho cuidado.
—Vamos. —Tomé su mano y se levantó, tirando de él conmigo—. Vamos
a casa. ¿No estás cansado de estar en esta casa?
Me refería a las palabras ligeramente, pero él miraba alrededor de las
ruinas iluminadas por el sol con ojos solemnes. —Es extraño —dijo en voz
baja—. Creo que voy a extrañar esto.
Y me di cuenta de que en cada vida que vivió, este era su único hogar y
nunca se había ido.
—Extraño odiar a mi hermana —dije, tirando de él hacia la puerta de
entrada—. Ella es un poco más malvada ahora, así que ni siquiera puedo
odiarla por ser demasiado amable.
Pero cuando estábamos casi en el umbral, se detuvo de nuevo, y esta
vez no había miedo desnudo en su rostro.
—Te das cuenta —dijo—. No recuerdo cómo ser otra cosa que un señor
de los demonios y su sombra.
—Todavía no soy muy buena siendo otra cosa que una hermana
malvada. —Tomé su otra mano.
Un puñado de bondad, el gorrión había dicho, y ahora cada uno tenía
dos.
—Tanto seamos tontos —dije—, viciosos y crueles. Nunca vamos a estar
a salvo el uno con el otro.
—No te esfuerces demasiado duro en estar alegre. —Sus dedos
enroscados a través de los míos.
—Pero vamos a pretender que sabemos cómo amar. —Le sonreí—. Y
algún día vamos a aprender.
Y salimos a través de la puerta, juntos.
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