Post on 03-Jul-2022
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Sueño con levantamientos
Arturo Camacho Téllez
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A las últimas lectoras que,
tal vez,
lean estos sueños
de la forma más errónea posible.
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Advertencia
Aunque el propósito de estos textos no es otro que el
onanismo creativo y sano, sí traen un consejo: por favor,
reconcíliese con sus sueños, regodéese como un animal feliz
en su propio barro onírico, que es tanto y tan prodigioso. A
mí me sirvió y además le prometí a un ser de mil rostros pasar
la voz.
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Índice de contenido I .................................................................................................. 6
Prólogo a la primera parte....................................................... 7
Figuras dibujadas con la lengua ............................................... 9
Las Cortes de la Muerte ........................................................ 11
Té de hierbas ........................................................................ 14
Pandemia .............................................................................. 16
Senderos de sal ..................................................................... 22
Astra Militarum ..................................................................... 25
Nuestra vorágine................................................................... 32
II ............................................................................................... 34
Prólogo a la segunda parte .................................................... 35
Interrupción de la cena familiar ............................................. 38
En la librería .......................................................................... 42
Un tenedor o una espalda desnuda ....................................... 44
Flores de celuloide ................................................................ 46
La lucidez .............................................................................. 48
Las noticias ahora están tan aburridas ................................... 50
Notas de investigación .......................................................... 54
III .............................................................................................. 56
Prólogo a la tercera parte ...................................................... 57
La sala de los juegos .............................................................. 59
Nada que hayas robado de ahí .............................................. 62
Atenuación ........................................................................... 67
A la diosa araña le encanta el rock ........................................ 68
Aqua floris ............................................................................ 72
En un recital con mis amigas, recito un sueño que tuve con
ellas ...................................................................................... 74
Arte poética .............................................................................. 78
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I
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Prólogo a la primera parte:
Sobre la ingenuidad de los temas en el mercado
actual
No he vuelto a soñar. No sueño desde las pesadillas vagas de
mi infancia: quedarme acurrucada en un ventanal mientras
caen relámpagos, columpiarme demasiado alto hasta dejar de
ver el suelo, la visión de las cosas como un arañazo infinito
hasta caerme de la cama. Cerré esos ojos, los del sueño, para
no volver a arrodillarme ante visiones incoherentes.
Investigué desde lo concreto mecanismos de los cuales las
sociedades se valen para producir la cultura, su telaraña
espectral, encontré algunas excusas que los sueños suponen
para dichos mecanismos, no encontré otras y entonces corrí
entre páginas más duras, resultados de experimentos
reproducibles, especulaciones atiborradas de anclas a la
realidad, de vuelo corto, amansado. Todo para no
arrodillarme. Noches apagadas de cualquier visión y días
refulgentes de realidad pura, en fin… Es por eso que cabe,
durante la lectura de estas reflexiones, buscar en Youtube
alguno de los múltiples vídeos de música fantástica celta y
misterio ilustrados con un número de imágenes con las
mismas circunstancias históricas de la mitología del norte de
Europa, solo que actualizada a los fetiches modernos: un
bosque en el que flota la niebla, un dragón durmiendo en paz,
una sombra pronta a abrir cierta puerta sensualmente
brillante, un vasto campo de trigo inundando la oscuridad,
etcétera; dibujos digitales como la metáfora sobrexplotada del
escape ficticio de las vidas a través del capitalismo actual, sea
cual sea su nombre ya. Y tal vez lo peor sea que todo ese
proceso solo las lleve, queridas lectoras, a encontrarse luego,
en el minuto quince de esa música medieval trastocada y
reapropiada cientos de veces, una publicidad de colchones
para dormir mejor. ¡No es metaliterario el escape, es
paracapitalista!
Similar a esa búsqueda absurda, o peor incluso, es la
intención de escribir sobre los sueños, todos los temas se
suman con la excusa creativa que son; van desde tener un dios
griego propio, pasan por la RIMAX de Freud, por profecías
previas a la escritura misma, el surrealismo, por toda, toda la
manoseada literatura desgarrados, agujereados, sin formas ya,
y van a parar en libros de autogestión emocional extranjeros
en las primeras estanterías del supermercado, tal vez ni
siquiera en las primeras. Es verdaderamente patético y, a mí,
esa intención de escribirlos me parece estúpida, con la vana
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excusa de la experiencia propia del autor no se rescata nada.
Los sueños solo sirven en tanto productos para el mercado del
escape o del terror del escape, y aun así aquí estoy sentada,
escribiendo este prólogo, sin que me hayan pagado todavía,
como si no hubiera aprendido algo de toda mi búsqueda.
Un libro de sueños ya solo es la excusa de la escritura
o de la autogestión de las riendas mentales de la consumidora;
las profecías antiguas y borroneadas hacia el futuro no tienen
otro sentido que su engullimiento fugaz, su alivio narcótico y,
por lo tanto, trabajar con la misma moneda gastada del sueño,
no tiene ningún mérito… Así pues, es apropiado pensar todo
texto en la sección a continuación como una pesadilla, un
laberinto en contra de nuestra voluntad lectora, sin libertades
posibles y, con las que insinúa, ilusorias. No hay otra forma
de leer los sueños que siguen, toda su lluvia, sus
persecuciones, atardeceres, plantas, centros comerciales y
planetas lejanos, todo nace y muere de lo ineludible y lo
repetitivo.
De cualquier forma, lo anterior no quiere decir que
vaya a incumplir con el deber que exige la amistad y escriba
finalmente esta deuda con el autor ingenuo de la antología
onírica. Tal vez, el único sueño real es el de la supervivencia
de su publicación en este basurero del mercado que
compartimos, y le deseo la mejor de las suertes. De nada.
Matalina Corales, 6 de Julio de 2022, Bogotá.
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Martes 14 de abril del 2020
Figuras dibujadas con la lengua
Si no fuera usted tan grandote su insolencia no habría sido
tenida en cuenta de la misma forma, su gesto adusto ante la
orden mientras lo hacinábamos en aquel salón fue un insulto
demasiado atrevido, su manzana de adán como un ascensor
hacia la gloria mientras se resistía. En fin, tampoco es culpa
de que hiciera barras y flexiones en las noches, o de que su
cuerpo brillara en sudor para nuestros ojos ansiosos de aire
libre. Lo que hubiéramos dado por acariciar esos muslos
pegajosos entonces, su nariz achatada y esos ojos tan
ingenuos, imbéciles. Le hubiéramos dado más de una salida
secreta por la puerta al patio, vasos de agua extra cuando los
pidiera, ya sabe cómo son estas cosas. De todos modos, nada
fue posible desde que se negó con brusquedad a cumplir una
orden tan sencilla. A partir de ese momento, Ella se ensañó y
nadie la ha podido frenar cuando se pone así. Solo pudimos
observar nuevamente lo que llama La Prueba.
Ella hizo que lo trasladáramos, encadenado, al
ambiente de oficina, el que está lleno de sillas giratorias, cajas
con papeles y cubículos altos de plástico. Debimos haber
grabado la forma en la que lo botamos sobre el escritorio de
triplex barato, la alfombra gris corrugada y las hojas de pagos
vencidos. Los papeles volaron a su alrededor, el triplex crujió,
la alfombra dejó descubrir en una esquina el cemento debajo,
fue conmovedorsísimo, pero ese es otro arrepentimiento más
para la lista. Nos quedamos observando unos momentos más
de los necesarios su cuerpo túrgido al lado de papeleras
vacías, deformándose por el esmerilado de los cubículos,
abundante como siempre, tentador aún.
Al rato llegó Ella envuelta en telas echas jirones de
nadie sabe qué batallas burocráticas. Tenía la ira a flor de piel
y era como un eclipse cada vez que un trocito de ésta se le
asomaba entre las telas. Enfurecida, agarró unos faxes viejos
mientras usted se retorcía esposado firmemente sobre la
alfombra, le susurró a los faxes cosas y los fue destrozando
sobre usted. Mientras los papelitos caían en su cara de bebé
confundido y esposado, sobre esos ojos verdes del espacio
exterior, usted se fue deshaciendo, deformando más, sus
miembros mezclándose, alargándose, uniéndose, su piel
cambiando de textura a la del peluche sucio. Las esposas de
hierro que le habíamos ajustado ahora estaban incrustadas en
su carne de algodón. Se transformó en una anaconda de
peluche oscura y llena de manchas, voraz, veloz, rabiosa. Sus
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ojos se rasgaron en rendijas de plástico. Y entonces Ella rio
como solo contadas veces hace y salió a correr por todo el
ambiente de oficina con una agilidad que siempre nos ha
atemorizado. Usted la persiguió rebulléndose salvaje,
tumbando separadores, devorando impresoras, sillas, tazas de
tinto, tableros de corcho, fotografías, y mientras lo hacía, su
cuerpo de peluche se alargaba, se ensanchaba, ocupaba todos
los espacios, pero Ella pisaba ligera cada cosa como si
estuviera hecha de lluvia, salpicando a cada paso, riendo
descontrolada.
Después del toreo frenético, Ella se escondió detrás de
un separador de vidrio esmerilado que la hizo difusa. Cuando
usted arremetió furibundo contra el separador, lo rompió y
encontró detrás una ventana abierta hacia el patio estancado
de sol. Basilisco de peluche surcando el cielo a contraluz.
Nueve pisos hasta las rejas de seguridad electrificadas que lo
esperaron indiferentes. Entonces sus colmillos endebles, su
lengua de fomi aleteante, todo, todo empalado, aplastado,
chamuscándose. Y Ella bajó riendo, dando saltitos y espirales
por las escaleras. Y cuando se acercó a su cuerpo sin forma
con los algodones por fuera, lo acarició, aquí tuvimos celos,
y luego lo arremetió con una grapadora sellando cada herida.
Leyó en voz alta un certificado de extinción de dominio de las
oficinas y del cuarto de juguetes anexo, lo hizo trizas también
sobre su cabeza de reptil remendada. Mientras le caían los
restos del papel, sucedieron de nuevo retorcimientos, sus
seseos evolucionaron a gritos débiles, sus brazos se
desprendieron de la felpa, su cuerpo desnudo, ahora
acurrucado, débil, achicharrado, sus ojos fuera de las órbitas.
Entonces nos ordenaron trasladarlo a las celdas de los
baños sucios superiores y usted ya no se quejaba, no emitía
ningún ruido excepto por los pies que abrían caminos y
rechinaban entre el polvo de las baldosas blancas. Desde que
le cerramos la puerta está ahí, mirando con los ojos hundidos
las figuras que dibuja en la suciedad de la habitación con su
propia lengua, hecho todo piel sobrante, qué desperdicio.
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Sábado 17 agosto del 2019 mediodía
Las Cortes de la Muerte
Mi madre conduce hacia el atardecer y hacia La Vega,
Cundinamarca. Simón, de unos diez años, se acaricia la
mandíbula con sus manitos mientras mira las nubes al lado
del abismo. Le duele. La vegetación crece voluptuosa
conforme bajamos, insinuante, las matas de plátano se
despliegan, los pinos y eucaliptos quedan atrás, arriba, lejos.
Se hace necesario que abramos las ventanas para jugar con el
aire, para dejar de sudar. Descendemos en La Vega
inconscientes del caos venidero, aunque en ese momento sí
vemos un par de mujeres enfundadas de negro apurarse calles
abajo hacia la plaza. Paramos en un punto de la vía que recorta
los márgenes del pueblo, está sembrada de estaciones de
gasolina, pocas personas deambulan bajo el calor, entramos a
un local de madera, sostenido apenas por ingenierías
precarias, incomprensibles a primera vista.
Casi todo dentro del local es de tablas, las repisas, los
marcos, las sillas, las ventanas, también los vasos. Una
cantidad considerable de moscas alzan vuelo tras empujar la
puerta que chirrea con esfuerzo. Vinimos a que le arreglen los
dientes a Simón, sus cachetes llenos de aire me hacen una
mueca burlona. Una vieja ligeramente encorvada nos conduce
a un cuarto trasero entre zumbidos constantes y el sonido de
nuestros pasos sobre el piso de tierra. En el cuarto hay una
maquinita arcade, de madera también, con la pantalla rota
utilizada como cajón para guardar destornilladores, tazas
sucias, un folleto desleído. Mi madre dice que si queremos
podemos jugar ahí ya que tanto nos gustan las maquinitas.
Simón y yo reímos, pero ella lo dice en serio. Luego ve un
casillero desvencijado que parece servir de asiento y dice que
ahí podemos guardar nuestras cosas también, si queremos.
Esta vez ríe.
Me recuesto en el marco de la puerta del cuarto y
puedo ver desde allí la entrada que da a la avenida principal.
Veo cómo reverbera de calor, hay una silla de madera con el
espaldar reclinado hacia atrás resistiendo la temperatura,
secándose más. La vieja sienta a Simón en el casillero y le
pregunta si quiere un jugo y él responde emocionado que
quiere de naranja, mientras mira a mi madre con los ojos
encaprichados. Cuando mi madre accede, la vieja ya ha traído
el jugo en una taza de madera, un pitillo y además una
caperuza negra con la que le cubre la cara a mi hermano.
Apenas se le ven los labios que empiezan a sorber
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emocionados por el pitillo. Cuando nos ofrece jugo a nosotras
y lo rechazamos, la vieja hace cierto gesto indeterminado,
algo como un temblor que la sacude ligeramente o como si
rechinara los dientes con la boca cerrada y se devuelve a dejar
la bandeja en la que ha traído todo.
Desde el marco de la puerta observo la silla de afuera
de nuevo mientras la vieja comienza a trabajar la boca de mi
hermanito. Un hombre grande, desnudo y de piel oscura, se
tumba en la silla. Está sudando profusamente y tiene una
erección rígida, dispuesta. Entonces una procesión de
personas en túnicas negras lo rodea silenciosa. El hombre
respira hondo tratando de calmarse. Su sudor gotea en el
espejismo de calor de la acera y da la impresión de que
debiera salpicar, pero en vez de eso se sumerge borroso. Una
de las personas se arrodilla frente a sus piernas a la vez que
desenvaina un enorme cuchillo triangular y oscuro, se las
levanta y hunde el metal entre sus pelotas como si fueran de
plastilina. El hombre comienza a gritar desenfrenado mientras
las demás lo sostienen, pierde la erección a medias y alguna
corre un balde debajo donde recoge la sangre que cae a
chorros.
Giro lo más discretamente que puedo para decirle a mi
madre que nos larguemos de allí. Solo me salen muecas,
gestos con las manos, la pantomima familiar que nos
inculcaron desde siempre, abundante en angustia, y ella
comienza a comprender. Sin más preámbulos tontos, decido
quitarle la caperuza a Simón, sacarlo de allí mascullando que
nos tenemos que ir porque surgió algo, y descubro sus labios
cortados, su cara hinchada de sangre y llena de moscas, sus
ojos llorando. A duras penas puede mantenerse en pie cuando
lo agarro, el cuerpo no le responde y la taza de jugo de naranja
que había bebido cae vacía al suelo haciendo un sonido hueco.
De todos modos lo aprieto de la mano firmemente y salimos
todas lo más rápido posible empujando a la vieja que sonríe
estúpida. Las personas de la puerta han dejado al hombre
desmayado y se han llevado el balde lleno.
La vía principal resplandece en un atardecer
interminable, nos alejamos del local mientras buscamos el
carro para darnos cuenta tarde de que ha quedado atrás, en la
dirección opuesta. Así sea a pie tenemos que volver a la casa.
Simón se tambalea inútil, agotado, mientras nos acercamos al
primer puente peatonal. El pánico burbujea por la avenida y
las personas que antes caminaban en medio del sopor ahora
corren o se encierran. Las únicas que permanecen en calma y
sincronizadas son las personas de las túnicas que empiezan a
bajar de todos lados hacia la plaza.
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Un carro azul celeste y en contravía frena
abruptamente cerca de nosotras. Salgo corriendo a alcanzarlo
y mientras abro la puerta delantera y grito que por favor nos
saque de allí, la conductora menea la cabeza con cierta
vergüenza. Dice que lo lamenta, pero que ella va para el
evento y señala en el asiento de al lado una túnica negra que
tiene perfectamente doblada. Cierro la puerta de golpe y el
carro azul sigue ebrio hasta chocar más adelante.
De entre los gritos de la multitud emerge un rugido
metálico. Volteamos para ver llegar un camión desbocado
montándose en los andenes. Agarradas a sus lados, personas
de túnicas recogen transeúntes y las lanzan a la zona de carga.
Nos alejamos tropezando, de espaldas, pero, en un instante,
han atrapado a mi madre. Dejo a Simón en la esquina de una
gasolinera y cuando lo suelto de la mano cae al suelo, incapaz
ya de moverse. Corro hacia el camión que va en círculos,
salto, me trepo a un lado y antes de poder abrir la puerta, caigo
al espejismo interminable del atardecer en la carretera.
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Lunes 18 de febrero del 2019
Té de hierbas
Nos hemos preparado por años y eso imbuye de cierta
confianza y también de cierto olvido cada acto. Tanto tiempo
hemos practicado las mismas rutinas o sus variaciones que la
danza de los sables ahora siempre es un fluir. Un río de
choques de metal, de reflejos de aguas claras, de remolinos en
las superficies. Nuestros ojos se cierran y siguen el viento de
la habitación, las leves brisas de nuestros movimientos.
Nuestras ropas nos persiguen y emiten sonidos secos con cada
salto, con cada giro, cuando se tensan entre los codos y los
cuellos, entre las piernas separadas. En medio de la oscuridad
o de la luz más enceguecedora sabemos siempre el siguiente
golpe, el espacio justo para cada movimiento.
Todo el miedo tácito ha desaparecido, lo que sentimos
lo damos a entender en cada choque, las sonrisas se abren
paso en nuestros gestos concentrados y la fecha del duelo que
se acerca se vuelve un tema de conversación cotidiano.
Porque sí, conversamos a veces, al tomar el té de hierbas,
mientras el humo sale flotando de las tazas, imaginamos Su
temor, sea cual sea, Su figura arrepentida ante nuestros
brazos, arrinconada en el campo de batalla, de pronto
chillando, de pronto digna. Planeamos al hablar, cada palabra
forja líneas de acción, de emergencia, de imprevistos. Cada
corte preciso entre el agua de las cascadas, cada danza
alrededor de las fogatas nocturnas. Escogemos las hierbas de
té para el día crucial. Afilamos nuestros sables recostándonos
una en la otra. Planeamos las últimas palabras que nos
diremos al oído, que diremos ante El adversario, las
escribimos en trazos grandes, chorreantes de tinta. Cada
choque de metales se vuelve otra idea aventurada hacia el
futuro y, sin embargo, no concebimos ningún tiempo postrero
al enfrentamiento. Sin darnos cuenta, danzamos como chispas
hacia Su sombra.
Es por eso que la invitación, o la orden, un día, nos
tomará por sorpresa a través de un mensajero asustado. Nos
llamará a Su forja poco tiempo antes de la fecha planeada con
el motivo de regalarnos verdaderos sables, armas capaces,
firma. La entrada de arcos de roca gigantescos por la que
cruzaremos para llegar allí se perderá inmediatamente en la
oscuridad. Descenderemos. Su figura informe y cambiante
nos esperará y algo como sus ojos nos examinarán desde lo
otro infinito, otros tiempos, otros lugares, otro aterrador y
desconocido. Exigirá nuestros brazos con un gesto imposible
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de rechazar, así que se los extenderemos y abrirá nuestras
venas lentamente con sus garras. Nuestros brazos derramarán
sangre sobre el yunque del Enemigo. Nuestros aullidos harán
eco a los golpes del martillo. Un haz de luz buscará entre la
espesura. Una onda de agua recorrerá un estanque. Ningún
tiempo nos habrá preparado para Su encuentro.
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Miércoles 15 de abril del 2020
Pandemia
El personaje en cuestión camina por un centro comercial que
parece abandonado. Deambula por pasillos de escasa luz y
vitrinas selladas con cintas de peligro, emplumadas de recibos
sin pagar por debajo de las puertas, pasillos acobijados por el
polvo. Lo hace sin rumbo específico y con una nostalgia
tonta: que ojalá todavía hubiera música ambiental sonando
por los parlantes. Consciente de que aún la administración
más estúpida no guardaría presupuesto para eso, comienza a
silbar una melodía animada. Cruza una tienda de ropa con un
gran ventanal curvo, que se mantiene abierta con dignidad
ante la dejadez general. A través del vidrio ve a una monja,
esto lo sabe por el tocado que lleva puesto, acariciando
lentamente las manos de la tendera. Olvida la imagen y sigue
derecho. Luego encuentra un escaparate con la puerta
entreabierta, vagas luces de colores iluminan el umbral
empolvado desde el interior. Emite un silbido de deseo y
decide entrar. Es un local que alquila consolas por horas para
jugar videojuegos, y las luces provienen de unas extensiones
de Navidad que cuelgan dentro y titilan a ritmos azarosos.
El personaje en cuestión paga un par de horas de Xbox
360 y sube las escaleras negras de metal en forma de caracol
que van a un segundo piso enrejillado con las consolas y algo
como un balcón justo encima de la recepción. Comienza a
jugar juegos de carreras hiperrealistas, se deja sumergir en el
aburrimiento y el olvido por un buen rato hasta que le entran
ganas de orinar. Baja las escaleras torpemente y no encuentra
al encargado para informarle que va a salir un momento y que
pause el contador. Alza los hombros y sale buscando los
baños por pasillos cada vez más dejados, silbando impaciente,
hasta que encuentra las señales viejas que los anuncian. Frente
a la entrada, donde empieza la bifurcación, ve un sofá negro
de bordes rojos, sentadas encima a dos mujeres en traje de dril
con bombines calados y revólveres apuntándole al encargado
del local de videojuegos que tiene la mirada perdida y está
justo en medio de las dos.
El personaje en cuestión se devuelve por donde ha
venido con cautela, antes de ser visto. Atrás escucha el eco de
los disparos y comienza a correr. Por uno de los pasillos choca
con una monja armada toda de crucifijos metálicos: los
pendientes que le cuelgan de las orejas, una camándula que le
brilla entre el brasier, pulseras con imágenes de la Virgen,
brazaletes apretados, hombreras pesadas de oro y una
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tobillera. Su mirada firme bajo el tocado le inquieta. No hace
nada y sigue derecho. Solo voltea a ver antes de girar en la
siguiente esquina y cae en cuenta de que la monja lo persigue.
Corre entonces como un lunático.
El personaje en cuestión sabe inmediatamente que la
monja tiene que ver con el asesinato del encargado y que es
la misma que acariciaba en la tienda de ropa a la
recepcionista. Sabe que sus caricias hipnóticas son amenazas
y que no se puede dejar tocar a menos que quiera sentarse
sobre el sofá negro con un par de balazos incrustados en las
entrañas. Resoplando, encuentra el local de alquiler de
consolas y entra, sube a gatas las escaleras de caracol, se
agazapa tras los monitores y las sillas que arruma en una
barricada. Las pantallas se fracturan y los cables hacen
cortocircuitos con la sacudida, chispeando tristes el
enrejillado del segundo piso. Apenas escucha el tintinear de
las cruces de la monja, extático, se apresura a lanzarle con
todas sus fuerzas un Wii U desde el balconcito apoyado en la
baranda metálica. La monja cae al instante como una moñona
en los bolos.
El personaje en cuestión baja a examinar el cuerpo
sagrado, no respira, el cráneo se hunde bajo el tocado, y ahora
lo tiñe de una nueva humedad. Sin darle muchos rodeos,
decide arrastrarla hasta el piso de arriba y dejarla sobre los
escombros eléctricos. Puesta encima, la monja le parece una
ofrenda cibernética a dioses actuales. Le entran entonces
varias dudas: ¿cómo funciona la hipnosis por caricias?, tal vez
le fuera útil en un futuro, ¿una muerte bajo hipnosis podía ser
indolora?, ¿placentera? Sin ninguna conclusión, sale del local
cuidadosamente y mira hacia la bóveda de vidrios que
conforman el techo del centro comercial. Los arcos metálicos
se cruzan semejando algo que le recuerda un hangar o una
estación de tren de película de época y se pasa las manos por
el pelo con asombro, le entran ganas de silbar una melodía
nostálgica, pero se da cuenta de que, agarradas de las barandas
metálicas del siguiente piso, más asesinas con trajes de dril de
distintos colores oscuros se pasean agitadas.
El personaje en cuestión comprende que las asesinas
buscan a la monja como a un engranaje fundamental para
resolver sus asuntos ejecutivos, así que se escurre por más
pasillos tratando de evadirlas y saltando al primer par de
piernas enfundadas que encuentra, ante cualquier taconeo de
zapatos de charol, hasta que alcanza la escalera de
emergencia. Al empujar la puerta, el polvo y viejas cintas de
contención hacen resistencia desde el otro lado brevemente.
La puerta chirrea. Toma las escaleras de emergencia mal
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iluminadas, y baja, haciendo el menor eco posible, los tres
pisos que lo separan del parqueadero en los sótanos.
El personaje en cuestión se pierde en la inmensidad de
los estacionamientos y cruza columnas de cemento con
libertad contenida, manteniendo el recelo de encontrarse a las
asesinas de dril en cualquier instante. Le parece haberlas visto
alineadas en fila por las rampas de salida. De todos modos
silba torpemente un réquiem que recuerda hasta que, de
pronto, vislumbra un cura gordo escabulléndose dentro de un
carro verde y viejo, es un Zastava de los setentas. El cura tiene
problemas para cerrar la puerta, así que aprovecha su
dificultad para colarse dentro y pasarle por encima hasta
llegar torpemente al asiento de atrás. Luego, inmediatamente,
aprieta la papada abundante del cura con ambas manos, a la
vez que lo amenaza: tiene que conducir por la rampa, seguir
derecho hacia la ciudad de mierda en la que viven y salir de
ese centro comercial a toda costa, si quiere volver a respirar.
Tampoco puede preguntar por qué, solo puede hacer lo que se
le ordena y si no, además, le muerde una oreja. El cura asiente
haciendo gorjeos de pájaro recién nacido, cierra la puerta
como puede y procede a encender el Zastava que, al tercer
intento retumbando en el parqueadero vacío, comienza a
ronronear como un gato con asma. Los neumáticos del carro
ruedan por el suelo delimitado, cruzan la zona para
discapacitadas, las flechas en contravía. Los faros iluminan
secciones oscuras de las tuberías bajas.
El personaje en cuestión libera una mano de la papada
del cura, extiende el brazo hasta el radio moderno instalado
en el panel y lo enciende. Tras unos instantes, comienza a
sonar un concierto de contrabajos por los parlantes
actualizados. Después de repetir la amenaza una última vez,
retira sus manos conforme el Zastava se acerca a la rampa de
salida del centro comercial y se oculta en el espacio entre las
sillas traseras y delanteras. Allí respira copiosamente durante
instantes eternos el mugre que se ha acumulado en los tapetes
hasta que se ve iluminado por la luz mortecina de la tarde de
la ciudad que entra por las ventanas. Aliviado, pasa al asiento
del copiloto, le sonríe al cura que, asustado, pisa el acelerador
haciendo que el carro ruja patético a través de las calles. Ríe.
Por las ventanas ve la ciudad vacía: bolardos secos en los que
salpican las gotas de los charcos por los que pasan, tiendas y
negocios con las persianas metálicas desplegadas, semáforos
brillando sin nadie a quien moderar.
El personaje en cuestión le pide al cura que actúe con
normalidad y se dirija a una iglesia o algo, le cuenta que no
desea hacerle daño sino vivir tranquilamente, que desea
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aprender a realizar buenas hipnosis, no quiere morir todavía
y menos a manos de unas asesinas vestidas anacrónicamente.
El cura se relaja revelando un aspecto bonachón, cree haber
encontrado un amigo. Ruedan por más calles vacías al son del
concierto de contrabajos, parece que las cuerdas siguieran el
rebotar de las llantas, hasta asomarse a una iglesia amarilla
particularmente sucia y baja. Lo primero que ambos ven es
que de la torre del campanario, como de un grifo de agua
estallado y sin control, sale un flujo denso de cuerpos
humanos hacia el cielo, hasta perderse lejos en una nube
oscura. Esto los sorprende, pues nunca han visto algo
semejante, así que comienzan a silbar una melodía de triste
asombro al unísono con los bajos de fondo. Los cuerpos
contorsionados que salen cada vez más vertiginosamente del
campanario desbocado, y por cada una de sus facetas, no
parecen emitir ningún sonido propio más allá de su
agolpamiento junto al tañido opaco de la campana misma. Lo
segundo que ven es que varias de las asesinas con trajes de
dril de diferentes colores escalan hacia la torre del campanario
con afán. El cura saca entonces unos binoculares de la toga y
a través de ellos pueden ver que las muecas de las asesinas
son de preocupación. Esa preocupación les hace comprender
que buscan algo, más específicamente, a la monja que ha
quedado como una ofrenda cibernética en el local de alquiler
de videojuegos. Una asesina de dril beige que ha trepado hasta
la cúpula extiende los brazos como para frenar el chorro de
carne y jirones de ropa, pero es arrastrada hacia el cielo
brutalmente. A pesar de esto, varias otras asesinas,
desesperadas, acometen la misma acción.
El personaje en cuestión y el cura, aburridos ante la
impotencia de la escena, deciden observar otras cosas con los
binoculares: la nube de cuerpos contorsionados en las alturas
que parece comprimirse y extenderse cada cierto tiempo,
latiendo, y que ha comenzado a cubrir el sol gris de la tarde;
el letrero de un puesto de comida rápida con fallos eléctricos
de la acera de enfrente que titila a intervalos irregulares, la
torre del campanario que en la parte inferior oculta una
pequeña puerta solo visible desde el Zastava y con esos
binoculares. El privilegio de esta visión los hace saber que
tienen que ir hasta allí. Salen del carro, trotan hacia la torre
del campanario y en el camino se dan cuenta de que llueven
billeteras, llaves de carros, medias, partes pequeñas de
cuerpos como dedos fracturados, mechones de pelo, uñas. La
lluvia les parece una distracción muy propicia para evitar ser
vistos por el número de asesinas preocupadas y en ascenso
que se aglomeran alrededor de la iglesia.
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El personaje en cuestión observa al cura abrir la
puertecita. Da a un cuarto muy estrecho y atestado de objetos
olvidados. El lugar aparenta un escritorio, pues hay una tabla
con un computador viejo encima que cubre un gran porcentaje
del espacio, varias carpetas apiladas en un cajón que sirve a
la vez de silla. Los dos caben apenas con dificultad, uno logra
encender el computador que reanuda un zumbido esforzado y
el otro revisa las carpetas perezosamente. Como oficinistas en
horario laboral, comienzan a contar chismes que han
escuchado y habrían sorbido tazas de tinto si hubieran tenido
unas. Mientras uno confiesa sus dudas sobre la fe y las
memorias de cuando heredó el Zastava, y el otro asiente
comprensivo, aparece en la pantalla del viejo computador,
curva, la fotografía de la monja. Esto los distrae del break.
Allí leen acerca de la función de la monja en una organización
no gubernamental y sin ánimo de lucro como agente especial:
controlar el desbordamiento de cuerpos hipnotizándolos para
su sacrificio preventivo. Un breve pie de página les informa
que, en caso de su ausencia, los canales comunicativos entre
las catacumbas de la iglesia se verían desbordados con todos
los cuerpos no sacrificados a tiempo, creando así la situación
en la que se encuentran. Ambos se miran y deciden revisar
mejor las carpetas arrumadas. Allí encuentran información
sobre un proyecto de clonación de monjas con el propósito de
volver su labor más eficiente. Los papeles describen la
clonación como si describieran injertos de tallos en cultivos.
Inmersos como están en la nueva información, tardan en
escuchar los golpes en la puertecita.
El personaje en cuestión abre distraído para revelar del
otro lado a una reportera que trae entre sus cabellos una
corbata, un cortaúñas y restos de una pelusa indefinida que le
han ido lloviendo. Dice que las asesinas la han enviado en
representación, ya que una de ellas entró al Zastava, usó los
binoculares del cura y descubrió la pequeña puerta. Cuando
la reportera entra, el nivel de estrechez les permite hacerse a
todas una idea de la densidad de la nube en el cielo.
Temblando un poco por la posición en la que se encuentra, y
también porque siempre ha querido aparecer en televisión, el
cura le explica a la reportera lo que han encontrado, y esta,
que no puede escribir en su libreta los datos o usar su cámara
para una foto discreta, tiene tiempo para considerar en voz
alta cómo transmitir esa información al grupo de asesinas. Le
parece que, si el plan de contención de cuerpos se pusiera en
marcha de nuevo, ella misma podría estar en peligro, a lo que
asienten los otros dos. Tras acordarlo, deciden borrar toda la
información. Rompen el computador viejo que humea triste y
21
liberado de su suplicio, y destrozan la mayor parte de los
documentos de las carpetas. Eligen dejar algunos porque lo
de la clonación les ha parecido interesante, y mandan a la
reportera de nuevo al exterior con los documentos restantes
ocultos bajo su chaleco que brilla con las siglas de la
televisión local estampadas detrás. Es un momento de gran
tensión. Los otros dos permanecen ocultos en el cuarto a la
espera, pero las asesinas no se concentran mucho en las
palabras de la reportera. Ya de por sí les ha costado creer lo
de los binoculares, el carro viejo y la puertecita. Sin embargo,
en un momento dado la reportera, emocionada por sus
habilidades de contraespionaje, abre los codos, encuadra todo
el horizonte entre sus dedos en un gesto de amplitud
periodística y deja caer los documentos al suelo. Todas las
asesinas la voltean a ver.
22
Marzo del 2017
Senderos de sal
De los crespos y la barba, canosa tan pronto, te caían gotas.
La lluvia reunió fuerza en tus oscuridades, se recogió, para
caer desde allí también. Tú tan desaprensivo siempre.
Imposible que te fijaras en ese momento, con el ruido lento
de las gotas sobre las hojas de plátano, en la primera,
precisamente la primera gota que mojaría los billetes llenos
de tierra al abrir aquella bolsa de plástico que habíamos
encontrado jugando a las escondidas. Un símbolo que se
diluiría como todo lo demás entre el fango. Con los ciento
veinte mil, nos dijiste a las demás, compramos una caja
completa, tres sobres para cada una y queda otro que nos
repartimos en un torneíto. Así lo hicimos.
A veces te llegaba el presentimiento inconexo de lo
extraño que era comprar cartas fantásticas de dragones,
piratas, zombis y gigantes en este lugar lleno de pájaros y
naranjas con el dinero de una guaca, pero se te pasaba al
pensar los problemas más inmediatos: estaba el inconveniente
del vicario que iba a oficiar la boda al día siguiente, sus ojos
inquisitivos condenando cada cosa. Tú casándote tan pronto a
pesar de las canas en la barba.
¿Qué punta muerta de las garras interminables que la
iglesia extiende te había alcanzado? Pero cuando
mencionamos lo del matrimonio doble, lo único que supiste
balbucear fue un sí torpe mientras el sudor frío te bajaba por
el cuello, como si fuera otro juego, otro reto inútil para pasar
el tiempo. No acababas de creértelo. La única alternativa, sí.
Claro. Tú solo querías jugar cartas. Nos acostamos a dormir
y pudiste dormir.
Si llovía desde antes que despertaras es porque no
llueve nunca para ti ni para nadie. Por eso el amanecer viscoso
existía antes de que abrieras los ojos con el primer tañido de
la campana que anunciaba la llegada del vicario. El mundo
siempre estuvo allí y siempre seguirá después de que los
cierres, tus ojos. Te resbalaban unas gotas de agua por los
lentes, tu traje de bodas estaba frío. Hiciste esperar al vicario
en el portón de madera de la casa, destechado, mientras te
tomabas un tinto y lo veías quitarse el sombrero para
escurrirlo sobre las piedras del camino. Piedras bendecidas.
No había afán para los ritos sagrados, por supuesto. Revisaste
mientras tanto las cartas que te tocaron de la repartición. Te
habían quedado varias buenas, algunas doradas, otras
23
naranjas, sabías que podrías venderlas por internet fácilmente
y conseguir más después, que abrirías tus ojos
esperanzadamente frente a la pantalla del viejo computador
estancado en páginas de compraventa. Ni siquiera las bestias
se animaron a ladrarle al vicario en medio del filtro azul de la
madrugada y la cortina de lluvia, apeñuscadas en una esquina
de la perrera unas sobre otras, como estaban, resoplando.
La bienvenida que le diste fue concreta, la olvidaste,
un comentario sobre el clima, otro sobre la ropa de bodas,
acaso algo más y, en menos de lo que creías, ya estabas de pie
junto a tu prometida, en el altillo del cuarto. Habíamos
acomodado a un lado las cajas y los juguetes olvidados para
regar el camino blanco de sal que cruzaba toda la casa, salía
por la puerta y se detenía junto a un naranjo frente al altar. Tu
traje y el vestido de tu prometida combinaban con las
telarañas de las esquinas y la pintura desleída de las paredes.
Los ojos del vicario, ojos ocultos de divino misterio, te
esperaban envueltos en una sotana negra y desde el piso de
abajo porque no cabía en el altillo. Sostenía una biblia
húmeda, estaba esperando los votos matrimoniales de las
películas gringas, los tuyos. Metiste las manos en los bolsillos
estrechos del traje para sacarlos. Recordabas haber escrito, un
poco de tinta borroneada sobre el papel, promesas. Pero en tus
bolsillos encontraste las cartas que nos habíamos repartido,
nada más, así que sacaste la primera. Representaba el
naufragio de una flota corsaria bajo el sol, el océano como
una bestia al fin dormida, y leíste su leyenda en voz alta a
modo de voto:
Nadie puede saber cuántos barcos hundidos hay en el
fondo del mar ni cuántos tesoros siguen sin ser encontrados.
Sacaste la segunda carta. Representaba la sombra de
un dragón al fondo de una caverna refulgente de tesoros y la
leíste también:
Las exploradoras que vuelven no cuentan historias del
tesoro. Cuando se menciona el tema, apuran las cervezas
rápidamente con los ojos anegados y una que otra risa
atorada.
Sacaste la tercera. Representaba un par de gárgolas
sacudiéndose la capa de piedra que las cubría y la leíste:
Bajo la influencia del nuevo regente, seres que
llevaban suficiente tiempo petrificadas como para habitar los
cuentos infantiles, comenzaron a despertar.
Sacaste una cuarta carta en la que estaban dibujados
dos guerreras atestadas de cuchillos y navajas chocando
cuencos de alcohol, y leíste:
24
La muerte para las mercenarias de las regiones del
norte no es más que otra compañera de bebida, otra rival,
otra amante.
Terminaste de sacar todas las cartas y las lanzaste al
aire desde el altillo. Llovieron en espiral sobre nosotras
mientras nos confesabas llorando: que la bolsa plástica
sobresalía de la tierra no más que por una punta, sucia,
invisible y cargada de billetes; que con el dinero que sobraba
pensabas terminar la casita de ladrillos al lado del portón y la
perrera, al lado del naranjo de tu infancia; que no te querías
casar; que ni siquiera querías jugar cartas, la verdad; que nada
se secaba nunca y no había forma de salir de allí.
Las demás te insistimos en la necesidad de los rituales
y más aún del matrimonio, tu prometida recogió cada carta
con parsimonia, te alisó el traje, te peinó los crespos con tanto
amor, te secó las lágrimas. La algarabía momentánea que
provocaste se apagó entonces y solo sonaron las hojas de los
plátanos de nuevo bajo el martillo infinito de esta lluvia.
Reanudamos la ceremonia.
Saliste de la casa del brazo de tu prometida pisando
todavía el sendero de sal que con cada segundo se deshacía en
ríos y charcos. Las ropas de ambas se fundían en el barro, y
por fin dejaste de resistir. La música matrimonial fue la del
mundo resguardado bajo los techos, las hojas de todas las
plantas abriéndose agradecidas hacia las nubes. Te detuviste
empapado junto a ella frente al naranjo.
El vicario sostenía en sus manos una guayaba rosada
del tamaño de un balón de fútbol, resbalosa, agujereada por
insectos y pájaros, chorreante. Percibiste a través de tus gafas
empañadas su carne intacta, sus semillas oscuras, imaginaste
tu barba y bigotes untados de ese interior que todo lo mojaría.
Las demás llegamos detrás a esperar nuestro turno. Te
preguntó el vicario, solemnemente mientras escupía la lluvia
que se le metía en la boca, si estabas dispuesto a conseguir el
fruto. Pasaron minutos. Dijiste que no, que no. Nosotras que
sí. Nuestros vestidos y trajes se tiñeron en esa pulpa densa,
sangrante. La lluvia siguió y el vicario desapareció bajo su
cortina después de todo. Más tarde jugamos otra partida de
cartas.
25
Sábado 22 de febrero del 2020
Astra Militarum
Desde la cabina de mando de la nave que sobrevuela la
estratósfera, un comandante nervioso de la Guardia Imperial
solicita información del estado del escuadrón en tierra al
nuevo sistema operativo instalado recientemente en su nave.
Una voz delicada e impersonal se articula desde distintas
esquinas de la cabina y comienza a hablar con matices que se
yuxtaponen, tonos que varían, que a veces se desfasan:
Analizando los archivos de grabación de los drones.
Actualizando sus versiones a tiempo real. Unificando. Zoom
desde lentes de la nave. Comandante, el escuadrón 52-B se
encuentra cruzando lo que nuestros datos de reconocimiento
en terreno han clasificado como una estepa – planicie lunar
que se extiende más de mil kilómetros en el hemisferio que
sobrevolamos. La flora que registran los datos recolectados
corresponde a una variación más desarrollada de lo que en
nuestros archivos está clasificado como t r i g o. Esta
variación es capaz de resistir las temperaturas del planeta,
los periodos extensos de las noches y sintetizar energía
propia a partir de la radiación que emana del subsuelo.
Reproduciendo archivo de audio de los pasos de escuadrón
57-B sobre el terreno. Valores de temperatura de los activos:
estables. Dirección de la brisa: noreste. Historial: activos
llevan varias horas de marcha de espaldas al atardecer del
planeta.
El comandante reconoce en el audio un sonido distinto
del de los pasos y el viento por la estepa, la voz de una
soldado, así que solicita al sistema su aislamiento y
reproducción.
Datos de audio localizados y cribados del ruido
ambiente. Pertenecen a la voz del activo que carga con la
artillería de plasma identificado con el código P4479. Han
comenzado tras tumbarse sobre el tronco del único
organismo distinto de t r i g o en kilómetros. Datos reunidos
al respecto de ese representante de la flora del planeta
insuficientes hasta el momento. Asignando prioridad de
identificación cuando condiciones de riesgo aminoren.
Reproduciendo audio de P4479:
—Nunca van a oír al sargento hablar de esto, y no creo
que me escuche escondido como está detrás de sus escudos
de carne. Es en estos momentos cuando comienzo a pensar en
la Diosa-Emperatriz sentada en el trono de la nave principal
de la flota... ¿Qué significa la paz del Imperio que
26
defendemos? Una perversión que no podemos tocar, reír
algunas noches de marcha agotadas, aprovechar los terrores
del espacio infinito para imaginar al ser erótico perfecto entre
las estrellas, tal vez todo eso signifique... No podemos contar
los milenios que lleva el Imperio defendiendo esa paz,
instaurándola, verificando que se cumpla. Ni siquiera
podemos contar los reemplazos nuevos en el escuadrón por
cada baja. Lo que pasó hace más de unas semanas es mejor
olvidarlo, en esta tierra las memorias que nos atrapen son
basura.
Elementos del discurso de P4479 identificados como
blasfemos. Inicializando procedimiento de ejecución.
Llenando reportes y adjuntando grabación de discurso para
transmitir al departamento espacial de ética imperial
intergaláctica, sub departamento encargado del sistema
solar actual. Adjuntando orden al sargento para su ejecución
inmediata tan pronto aminoren condiciones de riesgo.
El comandante avala la decisión del sistema, sin
embargo las palabras de la soldado le hacen recordar tiempos
pasados, antes de su rango actual, y le pide que continúe
transmitiendo su discurso.
Llenando registros post-mortem en caso de baja en
combate. Aislando archivos de sonido nuevamente. Valores
de temperatura de escuadrón 57-B: descendidos medio
grado. Dirección de la brisa: noreste. Reproduciendo audio:
—Si alguien se acuerda de cómo desembarcamos en
este basurero bien podría acomodarse mejor la armadura de
las ingles con ese tiempo perdido. Nada de recordar infancias
o conversaciones que sintieron importantes en los cuarteles.
Nada de primeras pajas mirando al espacio por las ventanas
de los cuartos de entrenamiento. Lo único que hay que saber
es que todo lo que se extiende bajo las sombras de la flota
imperial le pertenece a la Diosa-Emperatriz y a los
ciudadanos lejanos que protegemos. Desde que aterrizamos,
hemos usado y usaremos nuestras piernas hasta que se
rompan o sean devoradas por alguna inmundicia ¿entendido?
Segunda mención a la figura de la Emperatriz.
Inquiriendo acerca del protocolo de ejecución en condiciones
de riesgo. Verificando manuales de procedimiento.
Revisando documentos anexos y tablas de excepción…
Requerimientos incumplidos.
El comandante sonríe. No lo hacía en años. Poco a
poco comienza a admirar su figura revestida de medallas y
condecoraciones en el reflejo de las pantallas que tiene
enfrente. Le pide al sistema que siga evaluando las
condiciones del terreno y que no pare de transmitir lo que la
27
soldado dice, incluso en medio del combate posible y
próximo.
P4479 continúa marcha tras dejar espécimen no
identificado de flora atrás. Marcas humeantes en corteza
parecen indicar una contextura sensible al tacto o a la
aleación de las armaduras. Escuadrón 57-B se dispersa en
formación de arco por la estepa. Activos cercanos a P4479
con cambios de presión sanguínea ligeros. Sombra de la nave
provoca cambios en valores de temperatura de activos al
alcanzar la retaguardia del sargento y su guardia personal.
Se sacuden. Cambio en dirección de brisa: nororiente.
Cambio en intensidad de brisa: corrientes de aire apenas
perceptibles por receptores en terreno. Activo P4479
continúa emitiendo sonidos. Reproduciendo audio aislado,
almacenándolo en diferentes dispositivos para su edición y
reporte:
—Las supuestas reliquias que teníamos que asegurar
hace dos semanas nos jodían la cabeza y solo queríamos
abrazarlas, quitarnos los cascos y bailar alrededor. Vi bien los
ojos desorbitados de las otras al acercarse, después nos
comenzamos a reír como nunca. Lo juro. Ese fue nuestro
error… ¡Pero cómo brillaban, maldita sea! No se puede decir,
teníamos que extraerlas en nombre del Imperio y entonces,
antes que pudiéramos acercarnos, en el condenado horizonte
aparecieron las Mil hijas de puta que nos habían estado
siguiendo.
Extrayendo archivos de encuentro hace 478 horas.
Recuperando información obtenida. Territorio: ruinas
deterioradas. Abandonadas por habitantes no identificados.
Enemigo: traidores autodenominados Mil hijos, navegantes
del espacio pertenecientes al Imperio hace siglos.
Organismos corruptos, en contacto directo con la anomalía
del Caos. Influencias del vacío los trastornaron. Algunos
sufren deformaciones físicas. Cuernos, placas de armaduras
adheridas a las fibras con fibras nuevas encima. Provocaron
una alteración en la moral del escuadrón 57-B diferente a los
artefactos que debían asegurar. Valores de las temperaturas
sufrieron cambios relativos a estados psicológicos
registrados y al uso de armas térmicas. Fue necesaria la
ejecución de uno de los activos para asegurar enfrentamiento
y prevenir retirada. Cápsulas con activos de élite lanzadas
tras pocos minutos según cálculos estratégicos.
Reproduciendo audio de P4479:
—Podíamos escuchar sus gritos enloquecidos, las
armaduras les brillaban, dos de esas cosas venían sin casco y
con cuernos arrugándoles los hocicos, se habían ocultado
28
entre escombros mientras nos seguían, disparaban en la
oscuridad y nuestro honorable sargento nos apuntaba desde
atrás. Igual abríamos fuego riendo, no podíamos parar de
hacerlo, lo juro. Logré atravesar a más de una con esta
preciosa, se deshacían como la comida de los cuarteles. En
fin, la batalla hubiera terminado muy pronto con el fuego de
los lanzallamas y esas bestias de mierda si las cápsulas de
transporte no hubieran caído en la mitad del campo
aplastando a unas y trayendo a las malditas soldados de élite.
Siempre se llevan el crédito y ni siquiera tienen que marchar.
La sangre mezclada de las Mil hijas con mucha de la nuestra
corrió atraída hacia las reliquias. Cuando acabó todo solo
podía pensar en los gritos de placer de una de esas bestias
mientras te desgarra las entrañas.
Deterioro de escuadrón 57-B tras enfrentamiento
igual al 65%. Activos perdidos desde entonces reemplazados
efectivamente. Activos cercanos a P4479 registran ahora
incremento en presión sanguínea y temperatura dentro de
trajes. Receptores indican que el atardecer se acaba.
Vegetación predominante identificada como t r i g o comienza
a modificar porcentajes de congelamiento y rastros de
escarcha. Activando mecanismos de preservación térmica en
trajes. Escuadrón 57-B estrecha arco en el que avanza.
Debido a cambios de temperatura, diferenciación de sonidos
por receptores se dificulta. Reproduciendo audio de los
alrededores buscando orígenes adversos. P4479 continúa en
susurros. Redirigiendo energías a aumentar rango espectral
y de intensidad en lentes y receptores.
El comandante tiembla en la cabina de mando ante el
cuerpo que ha reconocido en las pantallas, recuerda su antiguo
miedo a la muerte. Sus manos metálicas se acarician entre sí
con fascinación. Continúa escuchando el discurso
amplificado por las paredes de la cabina:
—Genial, nada se acaba en este condenado planeta y
menos la noche. Ahora tenemos que dormir con los ojos
abiertos porque ya han invertido suficiente en nuestro equipo
como para dejarnos descansar, supongan. Creo que solo
descanso al ver fuego. Agh, como el encuentro con orcos hace
unos días. Todo ese campamento lleno de tiendas rotas,
estructuras oxidadas que se caían a pedazos, olía peor que las
letrinas de los cuarteles principales.
Extrayendo archivos de encuentro hace 193 horas.
Transmitiendo información obtenida… Territorio: margen
del bosque occidental con características de ecosistema
húmedo y bioluminiscente. Enemigo: orcos, criaturas
salvajes de piel verde con sistemas sociales anárquicos y
29
brutales. Por razones desconocidas han alcanzado la
tecnología necesaria para viajar al espacio. Imprevisibles en
combate. Anunciaron su presencia con lo que se clasificó
como gritos de guerra. Valores de medición de moral del
escuadrón 57-B permanecieron estables. Despliegue de
cápsulas con activos de élite inmediatamente según cálculos
estratégicos y confirmación de número de enemigos.
Reproduciendo audio de P4479:
—Creímos que era un campamento abandonado, pero
resulta que así construyen todo esas imbéciles y en menos de
nada estaban gritando y abalanzándose como bestias sobre
nosotras. Todas incrustadas de metal y colmillos. En fin, las
de élite volvieron a caer y atravesaron el cráneo del líder que
quedó humeando antes que pudiera dar la primera orden. Las
demás salieron corriendo como cachorras, casi puedo
escucharlas de nuevo entre los árboles y la gran fogata que
hicimos con todo su campamento me da energías de solo
recordarla.
Deterioro de escuadrón 57-B tras enfrentamiento
igual al 5%. Un activo perdió extremidad posterior izquierda.
Efectivamente reemplazada. En este momento, activos se
aproximan a un nuevo tipo de vegetación no identificada, de
mayor altura y con valores de temperatura anómalos.
Sargento registra solicitud de cambio de formación.
Aprobada. Todos los activos se arrastran entre t r i g o para
reducir percepción de posibles enemigos y se dividen en
subescuadrones de cuatro franqueando la vegetación.
Activos dejan marcas en el territorio con nuevos porcentajes
de congelamiento al arrastrarse. Riesgo de seguimiento de
rastros por mecanismos enemigos… Incalculable.
Reconsiderando decisión del sargento. Distancia para
contacto: 560 metros. Activo P4479 continúa emitiendo
sonidos a pesar de órdenes. Susurros difíciles de aislar.
El comandante se prepara para elegir en cuestión de
segundos, junto al nuevo sistema, la trayectoria y las
posiciones donde habrán de caer las cápsulas con las tropas
de élite. Desea volver a sentir el calor de una hoguera. No es
capaz de diferenciar las partes de su cuerpo que son prótesis
de las que no, si cierra los ojos. Continúa observando en las
pantallas las gráficas de audio aisladas que representan a la
soldado sacrílega:
—Por lo menos en el desierto de hace unos días hacía
calor. El pueblo abandonado reflejaba el sol y nos daba en los
ojos, así que era cosa de cerrarlos y seguir disparando, nada
nuevo. Fue divertido ver Tau tratando de escapar, no
sabíamos de qué todavía, siempre tan dignas con sus
30
tecnologías extrañas y ahora huyendo. El problema real
fueron sus putos drones. Volaban. Llegaban desde cualquier
lado y apuntarles…
El comandante solicita ver los archivos de ese
encuentro, incluso si el contacto con el nuevo tipo de
vegetación es inminente, algo en las palabras que ha estado
escuchando le altera las prioridades y los piñones que
articulan su cuerpo se le hacen perceptibles.
Se sugiere concentrar energía en análisis del campo
actual y estado del escuadrón 57-B, Comandante…
Extrayendo archivos de encuentro hace 68 horas.
Transmitiendo información obtenida… Territorio:
asentamiento de cristal abandonado recientemente en
ecosistema desértico. Enemigo: T’au, especie ultra
tecnológica de cazadores. Parecen manipular sus tecnologías
colectivamente y siempre en función de un progreso
comunitario imposible de calcular. Se han registrado tropas
humanas dentro de su imperio ascendente en encuentros
previos en otros planetas. Traición. Valores de moral del
escuadrón en crecimiento antes de fuego cruzado. Estado del
despliegue de las tropas de élite según registro: tardío.
Actividad subterránea insospechada a pesar de las
proporciones. Formularios de investigación y análisis de
fauna nativa al ecosistema desértico enviados
inmediatamente. Reproduciendo audio de P4479:
—Al principio nos dio risa verlas correr, pero cuando
empezaron a defenderse no quedó nadie en pie, pude ver al
sargento inmóvil y temblando detrás mío, a una sola de las
malditas de élite arrodillada y con su arma en la arena. Otro
minuto y si no hubiera sido por el gusano de mierda que las
venía persiguiendo y se tragó las ruinas del pueblo de un solo
bocado, junto a las Tau y sus drones, no estaría aquí yo para
entretenerles la noche… El silencio que siguió a todo
mientras veíamos el agujero enorme que había dejado esa
cosa fue el momento de mayor calma que he tenido en mi
vida.
Deterioro de escuadrón 57-B tras enfrentamiento
igual al 90%. Reemplazo de activos perdidos se encuentra en
proceso. Esperando respuesta a formularios de refuerzos
enviados a demás naves en órbita y calculando posibles
planes de contingencia en caso de encontrar fauna nativa
similar en otros ecosistemas. Haciendo balance de
desempeño del activo P4479 en relación con su ejecución
inmediata por blasfemia… Extrayendo manuales de guerra y
moral. Comparando preceptos principales. Calculando
inversión de tiempo, mezclando incógnitas de azar y
31
posibilidades de insurrección. Proximidad de escuadrón 57-
B al campo de vegetación con valores de temperatura
anómalos: 100 metros. Valores de presión sanguínea y
temperatura de activos: en aumento. Movimientos retrasados
del Sargento. Redirigiendo energía hacia receptores de
sonido:
—Han cambiado tanto este condenado escuadrón de
avanzada que somos... Quiero dormir ahora y es cuando
pienso en la Diosa-Emperatriz. Su trono dorado lleno de
pequeños brazos metálicos acariciando sus senos muertos,
arrojando baba por la boca como una retrasada, su presencia
divina llenando la sala imperial, sus ojos perdidos en batallas
más allá de nuestra comprensión. ¡Pienso en la Diosa-
Emperatriz y en este planeta de mierda en la frontera y todo
cobra sentido! ¡Somos el Astra Militarum!, ¡cada paso que
damos es una extensión de Su cuerpo infinito hacia las
estrellas!, ¡cada nombre que olvidemos volverá al vacío del
que fue sacado y los ríos de nuestra sangre irán siempre hacia
Su gesto imbécil!
El comandante comienza a deshacerse de sus medallas
y reconocimientos hasta quedar completamente desnudo. Su
cuerpo de intrincadas relojerías eléctricas le provoca asombro
genuino y comienza a introducir los dedos fríos entre sus
mecanismos ignorando las señales de alerta del sistema:
Ondas electromagnéticas no identificadas
provenientes de la vegetación con valores de temperatura
anómalos, Comandan-te. ¿Procedimiento a seguir? Activo
P4479 y su sub escuadrón se han levan-tado y abierto fuego
quebrantado orden inmediata del Sargen-to. Grit-tan. Demás
subescuadro-nes disper-sos. Ondas bloquean recep-ción de
datos en el ter-reno y parecen estar afec-tando motores de la
nave, C-Comandante. ¿Proc-edimiento a se-guir? Sistema
oper-ativ-o parece verse aff-ectad-o. ¿Proc-imien-to a se-ir?
Ter-tercera menci-i-ón de La- Emper-emper-trix. Impos-ible
cal-lcu-lar sacr-ileg-gios. Mandan-t-e. R-dirigi-ndo nergí-as
pa-ra r-gist-ro del acti-vo P44…
32
Sábado 17 de agosto del 2019
Nuestra vorágine
La familia se remueve en el carro, inquieta, mientras avanza
en la oscuridad. El ronroneo del carro hace coro a las ramas
que golpean los vidrios y las hojas que los acarician. El verdor
que se deshace en la noche evoca formas incomprensibles en
sus cabezas, recuerdos del abandono que las ha marcado antes
con su hierro, que las marca ahora de nuevo. No hay luna. La
preocupación sube el siguiente pico y la familia comienza a
discutir de nuevo. Desde el asiento del copiloto surge la
misma especulación vaga ¿hace cuánto están buscando?,
¿cómo es posible que el retorno al hogar se haya transformado
en esto? Piensan en su perra, más que pensar, gritan, se gritan
entre sí y gritan también hacia afuera, llamándola. Duna o
Asuki está perdida, podría haber sido cualquiera de las dos.
Lo saben porque un pelaje amarillo se cruzó en la noche del
camino destapado y luego volvió a sumergirse en la espesura.
El carro frenó con un golpe seco sin otros gemidos que los de
la propia familia. Después de esto, las luciérnagas ocasionales
les parecen ojos suplicantes, y los reflejos amarillos en la
maleza del poste que han puesto los vecinos, les parecen más
pelajes desérticos. Las ventanas comienzan a empañarse. El
conductor, que es también el padre, frunce su cara al principio
con fuerza hasta dejar de sentirla. Sus manos se agotan y las
despega lentamente, primero una y luego la otra, del timón.
El carro aminora aún más su marcha titubeante, las llantas
dejan de hacer crujir las piedras del camino hasta que el padre
gira su cabeza, cansado como está de mirar por el retrovisor,
hacia el resto de la familia. Los grillos afuera y su
desesperación adentro se debaten en silencio unos minutos.
Durante esos minutos se palpa una tensión verde húmeda. El
padre confiesa su impotencia y, en un gesto extrañamente
ágil, balbucea algo a la vez que abre la puerta, sale y se interna
en la montaña llamando a la perra. Un par de hojas de plátano
se balancean en la oscuridad despidiéndolo antes de que se
pierda de vista. Los grillos y las luciérnagas lo reciben en su
seno.
Vuelve a reinar el silencio vegetal: la madre cruza del
asiento del copiloto al timón y prosigue por el camino hacia
el hogar. Crujen de nuevo las piedras como susurros, como
rumoreando las desapariciones entre ellas. La ausencia ahora
es mayor y lo que queda de la familia permanece en silencio.
De alguna manera, a pesar del vacío, entienden por qué el
padre se ha ido y entender transforma la atmósfera del carro.
33
El camino hacia la casa se hace más corto. Tras pasar el portón
de madera la oscuridad se abre en bienvenida, la asfixia e
incertidumbre de la familia se alivianan: entran en la danza de
la rutina. La perra perdida es Duna, las demás las reciben con
la lengua afuera y los ojos inquisidores. Las partes restantes
de la familia bailan olvidadas: abren el baúl del carro para
sacar lo que llevan, abren la puerta de madera gruesa de la
casa, abren sus chaquetas para quitárselas, las cortinas de los
cuartos para el cielo estrellado, sus brazos para saludar la casa
sembrada en la noche, los fogones de la cocina para preparar
un té.
Descansadas de los escombros del viaje, se reúnen en
el taller del piso de abajo. Observan las estrellas en la
infinidad a través del ventanal. Se dan el permiso de recordar.
Recuerdan el pelaje de la perra que ya no está, la calvicie del
padre, la seguridad de estar todas juntas, ahora perdida, el
sopor cotidiano desaparecido. Tras el recuerdo, se someten a
una incertidumbre distinta, más firme. La pueden franquear
con resignación mientras pasan las horas porque se tienen
entre ellas y, en la inmensidad del afuera, aunque perdidas, el
padre y la perra y la montaña también se tienen.
Prontas ya a llorar a chorros en un abrazo grupal, el
viento les trae de repente la risa del padre entre hojas de
plátano. Lo ven llegar a través del ventanal, viene montado en
la perra mientras ríe como un vaquero envejecido. Se quita y
se pone un sombrero invisible, está cubierto de cadillos, lodo
y raíces. La perra saliva con su lengua afuera y sus ojos
dorados, aúlla al llegar. La familia, separada por el vidrio
unos instantes, se observa mutuamente. Va a llover.
34
II
35
Prólogo a la segunda parte:
Conversación entre las eminencias del mundo
del arte Roberto Kunai y Manuel Corriente,
marzo del 2033, TikTok Live
Kunai, R: Qué placer estar acá sentados en el show, y más
aún la casualidad que nos reúne, ¿no? De pronto hace años no
habría podido asegurar que una amistad en común me reuniría
en esta tarima llena de luces con usted, Corriente, siendo
transmitidos en vivo y que eso, además, me daría trabajo, já.
Corriente, M: Por favor, llámeme Manuel como si no
hubiera pasado el tiempo y sí, qué chimba todo. Si tuviera una
tapita de Néctar verde haría el brindis. De pronto la podemos
pedir a Producción… ¿no?, bueno, más tarde entonces. Por
ahora, a lo que nos atañe, la segunda parte de este... libro.
¿Qué le pareció?, ¿qué les parecieron los sueños en verso a la
intachable audiencia? Escríbannos en los comentarios. Lo que
es yo, siempre comienzo encontrando en los versos un arte
poética, y no se me puede negar que ese de Un tenedor o una
espalda desnuda podría tener algo que ver por ahí.
K: A mí ese me pareció un poema erótico y bah, las artes
poéticas son una mierda, todas las que comienzan con que el
poema... Que agarro el poema como a un gatito, que el poema
vuela, el poema nacarado, que se sancocha, que se siente, su
deglución y que la pluma, las manos que lo pullan, el origami
y las bombas en la guerra, los mensajes de Whatsapp, la
mendicidad por las calles, etcétera. Una cursilería de vómito.
Afortunadamente eso no lo vi, aunque tampoco lo busqué. Ya
toda reflexión sobre las artes poéticas está mandada a recoger,
Manuel. Qué pasa, por ejemplo si el artista no sigue sus
propias reglas o se inventa un arte poética que le salga del orto
¿qué queda? Quienes unimos las cosas sueltas siempre
seremos las críticas para poder escribir un artículo decente y
llevar la comida a la casa. En fin… de todos modos sí me
surgió una duda de esta sección y es ¿por qué están en verso
los sueños y no en prosa si muchos parecen un relato
continuo?, en especial ese que es como una llamada
telefónica. Ya creo que nos está tomando del pelo, como si
hiciera trampa o le interesara que la sección tuviera los siete
sueños más que los versos en sí o yo no sé.
C: Pff, ¿le parece que se puede hacer trampa en un poema?
Llámeme retrógrado o lo que sea, pero, lo que es yo, todavía
36
veo en el arte poética un acercamiento entre quien escribe y
la forma en la que escribe que me ayuda a leer, porque leer
hasta aquí sí que fue difícil igual. Hay unos sueños muy largos
y qué mamera uno perderse sin más. Me pone a pensar en
nuestro amigo en común que ha decidido desaparecer de los
escenarios públicos y nos ha mandado en representación a
pesar de que su libro ya esté re viejo. Decimos que es para
darnos trabajo, pero al menos déjeme decir, Ruppert, que los
poemas tienen que ver con esa misma actitud de perdido, que
cada imagen la construye como para protegerse de algo y no
participar y luego dárselas de que es una decisión política o
vintage. La abstinencia fue toda una moda en el pasado, ¿se
acuerda? Bueno, y lo de los versos que dice se me hace que
tiene todo que ver con el siguiente tema en la listica aquí que
me dieron, por supuesto, los sueños. Pero sobre eso
hablaremos después de los comerciales de nuestras
patrocinadoras, Hamburguesas Veganas La Corales, SDTown
Condones y Mininos Dafrosía.
K: Es cierto que se desaparece más de lo que quisiera y luego
sale con estas. Por favor no me llame Ruppert, ha pasado
demasiado tiempo y nunca me gustó. Eh, sí, también nos
patrocinan Empanadas Henry’s, Tropel SAS. y, ¿La revista
Los prólogos? No sabía esa. Si tienen más dudas escríbanlas
en los comentarios.
Intermedio.
C: ¡Wo! ¿Nos extrañaron? Recuerden compartir esta
conversación en vivo con sus familiares queridas. Bueno,
como le venía diciendo, Kunai, antes de poder hablar de
versos, o de por qué prima la imagen y se excluyen los demás
sentidos en la literatura de nuestro famoso autor… que fueron
varias de las preguntas de nuestro querido público en el chat,
además de los reproches sobre mi lenguaje, es necesario
adentrarnos en el tema de lo onírico. ¡Ay, los sueños! sus
múltiples posibilidades y representaciones, ¿qué le parecen?
Ojalá me responda sin tanto ímpetu, recuerde que estamos al
aire y sobrios. Conmovedor verlo tan apasionado, pero bájese
del pony.
K: Discúlpeme, Corriente, lo que pasa es que no me había
podido lavar la cara antes, pero ya estoy bien. Las asesoras de
maquillaje tampoco habían tenido tiempo de hacerme nada y
eso me molestó. Le pido de nuevo que me perdone y al
público también. Sobre los sueños tengo cierta impresión…
37
usted me corregirá, de que cambiar de estilo en la forma del
texto fue un factor obvio y hasta ingenuo para acercarse a lo
onírico, una mera búsqueda de la textura. Como que tal vez lo
pueda comprender, ahora que lo pienso, pero me haría más
falta el resultado de esa búsqueda entonces, ¿no?
C: Suena a como si estuviera buscando un arte poética,
Ruppert, ja. Por favor no se empute. Sobre la respuesta que
ha encontrado, no sé, para mí soñar es un poco como abrir una
frase con un signo de interrogación y no poder cerrarla nunca
bien, siempre en la incertidumbre o siempre en un campo
vacío. Eso es todo lo que le puedo decir, pero ¿para qué pedir
resultados y certidumbres dentro del sueño?
K: Ahora veo por qué se hizo amigo del autor, Corriente.
Antes también me lo preguntaba, pero lo había olvidado. No
es solo que sus trabajos tengan una relación simbiótica
perfecta en el campo de batalla del mercado literario, sino que
usted le deja pasar cualquier vaina sin problema, no se
pregunta por nada, solo promociona como una muñeca
inflable socialista y llena sus ensayos de crítica con fluidos
ajenos, rebosantes de halagos. Qué envidia. En cambio
nosotros ya no nos escribimos tanto a menos que sea para este
tipo de circunstancias en las que necesito trabajar. Siempre
me tiene en cuenta. Desaparecido pero fiel. Tal vez así escribe
un poco también, tiene en cuenta el espacio en blanco de los
renglones, su distancia hacia los bordes de las páginas, eso de
que las figuras en el texto se nos meten en el inconsciente y
demás supersticiones de la nueva era tecnológica.
C: No se me ponga así, Kunai, o tendremos que ir a otra
sección de comerciales y no hay tiempo. ¿A qué viene tanto
auto-desprecio?, seguro que podemos hablar algo con
Producción si la cosa es por plata. De hecho, lo de los otros
sentidos en los sueños nos va a quedar faltando, me acaban de
comunicar que hemos llegado al límite de lo que nuestras
patrocinadoras pagaron para estar en vivo en esta plataforma.
De todos modos, nuestras felicitaciones más cálidas y
sinceras a una comunidad lectora capaz de comentarios tan
perspicaces y hasta la próxima.
K: Chao.
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Lunes 20 de abril del 2020
Interrupción de la cena familiar
Un teléfono daña nuestra modesta celebración,
la de la fiesta por el cumpleaños de Migue,
que cumple quince años. Ahora el ambiente festivo,
en la noche, ha llegado hasta la cena:
el comedor lleno de globos, serpentinas, copas de champaña.
Pero el teléfono de la casa aturde estridente todas las acciones
por varios minutos,
hasta que el Jefe, a la cabecera de la mesa,
mientras se rasca el parche que le cubre el ojo derecho
manda contestar a Migue, su hijo,
que nunca hace nada, que no sirve para nada.
Migue asiente con su gorro de cumpleaños en silencio
y el teléfono pegado
a su oreja deforme.
Mientras tanto, nos pasamos una mayonesa de hierbas
sonriendo, brindamos por la madurez,
los trabajos por venir, cortamos las carnes jugosas.
Migue se acerca luego al oído del Jefe
para darle el mensaje, pero Él lo empuja,
que hable duro,
que en la familia no se guardan secretos
baratos y menos
en un cumpleaños.
Migue dice entonces que la llamada era de parte
de un profesor del Jefe,
que llamaba desde un hospital
y que se estaba muriendo.
La cara del Jefe, hasta el momento seria, pero rebosante,
generosa,
se congestiona entonces con dolor,
pareciera un pirata que fuera a llorar
sobre su sopa de tomates
y laureles cosechados en nuestra tierra.
Migue grita que el último deseo del profesor
es que lo vuelva a grabar como antes,
cuando vivían solos.
La cara del Jefe se contorsiona con terror,
unos instantes, se pasa un pañuelo,
que saca del bolsillo,
por los cachetes,
por debajo del parche.
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El Jefe tiene un flashback:
recuerda la piscina de sangre de su ojo derecho
desenroscado,
la paciencia quirúrgica del profesor para sujetarle las manos
y luego enroscarle en la cuenca ocular vacía
una superocho
que no era Canon, o Braun, o Nizo,
sino Elmo ajustada al cráneo.
Recuerda gritar endemoniadamente hasta enronquecer,
su espalda arqueada contra las sábanas ensangrentadas
todas las noches.
Pero también recuerda comenzar a dar tumbos por los
pasillos,
chocar emocionado contra las paredes y producir ecos
siguiendo las sombras del profesor.
Seguirlo hasta la gran cocina de puertas dobles,
el sonido de sartenes hirviendo con aceite.
Recuerda presionar una y otra vez el botón de filmar
de su prótesis
en signo de tímido festejo,
acariciar alegremente el foco y dirigirlo a los tarareos
maternales del profesor
que freía unos buñuelos,
mover los bracitos enhorabuena,
rebobinar el rollo sanguinolento con los mismos bracitos,
cambiarlo por uno nuevo a cada rato.
El Jefe sale de su flashback y se levanta de su silla
haciendo tambalear todo,
las copas de cristal,
algunas gaseosas burbujeantes.
Todas las conversaciones que habíamos iniciado
paulatinamente,
como el comienzo de una lluvia,
mientras el Jefe recordaba,
se detienen.
Tenemos que ir a ese hospital.
El cumpleaños se acaba.
Cabemos quienes importamos
en un mismo carro y las luces de los postes
nos pasan por encima
sin ritmo,
sin color.
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El hospital es una morgue rutilante de circuitos, máquinas que
emiten quejidos alienígenas, pitidos, fuelles, rodachinas
resbalando en pisos recién trapeados, timbres,
electrocardiogramas como montes crispándose, cortinas de
plástico que corren, se descorren, brillos blancos inertes desde
que salen de los bombillos.
Caminamos con el Jefe en el centro recorriendo los callejones
de la asepsia.
Giramos haciendo eco en las esquinas.
Entramos a la habitación del profesor.
Los tubos que le salen de la nariz son antenas de plástico.
El profesor es un insecto patético
que se debate
entre sábanas azules.
El jefe me señala para que me acerque a la camilla
y escuche.
Sus silbidos pidiendo todavía lo mismo:
que… grabe de nuevo como… como antes.
El Jefe señala a Migue.
Las superocho de ahora no son como las de antes,
y dónde íbamos a conseguir una, además,
a esa hora.
Le enroscamos un celular pequeño, que es lo que hay, en lo
que pronto deja de ser su ojo derecho.
Migue grita insultos en otras lenguas,
gritos del adulto que ahora es,
mientras el profesor asiente agonizante en su camilla
como diciendo:
así…. así era la vida.
Luego le enchufamos un cable atrás de la nuca al Migue,
el pobre botando sangre por todo el cuarto
como un pollo sin cabeza,
solo que él sí tiene cabeza y
estará dispuesto a grabarlo todo,
así que se la torcemos hacia la camilla.
El Jefe mismo saca una jeringa de su gabán
llena de un líquido azul
y se la inyecta en el cráneo a su profesor,
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mientras sonríe.
El profesor hace sonidos
como si sorbiera algo,
sus ojos se le resquebrajan,
llora lágrimas azules fluorescentes,
sus manos se extienden hacia el aire de la habitación
como si agarraran un rostro amado,
sigue sorbiendo con la boca
pero tal vez son palabras
lo que dice.
El Jefe lo arrastra de la jeringa clavada en la cabeza hacia
su pecho.
Le da las gracias por todo.
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Sábado 21 de septiembre del 2019
En la librería
Entra a la librería con el impulso de comprar algo.
Revisa la sección de Taschen que es la que le atrae siempre
más.
Libros ilustrados de tapa dura, piensa,
la justificación de cualquier biblioteca.
El primer libro que abre es de memes de Los Simpson.
Plantillas con distintos contenidos. Y un subtítulo:
Glimpses of the Future.
La máquina de escribir invisible del jefe Gorgory.
El apicultor que habla de lo diabólico.
Homero enjabonando su inmoralidad.
El señor Burns con un ramo de rosas tras la puerta.
Cierra el libro con inquietud.
¿Cómo serán las clases de bibliotecología?
Coge otro. Es de memes de White Chicks.
El subtítulo:
Amoblado de ciberespacios.
Brittanny Wilson pidiéndole a Tiffany que sostenga su cartera
o ambas haciendo breakdance en el piso de un bar.
Latrell Spencer exclamando asombrado, asqueado,
o luego, reclamando por la decepción y las traiciones,
o antes, cantando su canción favorita,
congelado para siempre en un balanceo feliz.
Cierra ese libro también. De golpe.
Se pregunta si las bibliotecólogas tendrán clases por Zoom.
Escoge otro libro. Descomunal, brillante.
Es de memes de palomas y no tiene casi texto.
El título:
Borbs.
Una paloma con una tajada de pan como collar opulento.
Otra, picoteando la cabeza de un búho de piedra, dominante.
Varias asomándose a la cámara como en la recepción
de un coma largo,
celebrando.
Cierra el libro en silencio.
Sus ojos desconfiados chocan con el último libro antes de irse.
Es igual de grande que el anterior, reza:
Reddit comments.
No está ilustrado.
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Comienza con párrafos que llenan las páginas,
termina con líneas suspendidas en el blanco.
Comentarios con palabras en otros idiomas,
referencias desconocidas,
el absurdo al final de cada frase le remueve algo dentro,
sus ojos se desorbitan.
Conforme lee comienza a llorar.
La última frase la lee gritando.
No lo puede cerrar.
44
Lunes 23 de septiembre del 2019
Un tenedor o una espalda desnuda
Es acerca de las interacciones de la belleza,
a veces tan esquivas:
una mano fuerte, con callos, acariciando un tenedor
torpemente o una espalda desnuda y que entonces
raspa un poco.
Es también: la línea de una mandíbula perdiéndose
en el pozo de la piel,
poros que abren paso a cada pelo de cada barba,
dientes construyendo
nuevas escaleras.
Se torna en el rastro que dejan los cuerpos
cuando entran a una habitación:
un perfume artificial de carro, su sudor,
mis uñas desesperadas sobre mis dedos
rogando ser huésped,
inspectoras de salubridad,
de los pliegues más húmedos.
Es una masa específica
que ha pasado por el sol,
que late expectante,
que pierde.
Las voces que salen de sus pulmones como una invitación
al canibalismo más vertiginoso.
Poco a poco,
entiendo que en realidad es acerca de un tejido,
como todo siempre:
hilos débiles que arman secretos
guardados por años.
Secretos del dolor,
el deseo de aplastar, finalmente,
un buen cráneo,
el origami de una carta,
de orinar un libro hasta empaparlo,
ponerlo a colgar bajo luces de neón,
llenar de hormigas cada página
y pasar la lengua soberbiamente.
Es reconocer en la telaraña:
un vacío propio y ojalá también colectivo,
anterior a cualquier razón,
45
poblado de evocaciones que apuntan,
de nuevo, hacia el deseo.
A este deseo que me empareda,
que me esconde,
y se desata al cerrar los ojos.
46
Lunes 13 de abril del 2020 en la tarde
Flores de celuloide
1
Sobre el telón descolgado en la oscuridad,
la película enseña imágenes tristes:
un par de brazos morenos que abren surcos
en las aguas indiferentes del mar,
tendidos desde un bote que se oxida.
Las olas reflejando el sol los besan, los remontan,
los rechazan con cariño.
Una voz en off reflexiona:
tener hijos es buscar
a quién ofrecer el espectáculo de nuestra propia decadencia,
a quién alimentar de suspensos y promesas.
Las imágenes continúan:
una onda sin principio ni fin perdida en la masa de agua.
Un rostro triste y esforzado balanceándose
con los ojos en blanco,
trazos de luz se pasean por su piel sudorosa.
La garganta seca de la voz en off pronuncia juramentos
que ya no asombran,
que siembran la desidia.
Aún así, la película es censurada en su propio país.
Fue un acto de dominación gubernamental,
dijo alguien,
alguna nostalgia burocrática.
Quisieron hacer cumplir leyes largo tiempo olvidadas,
e hicieron crecer en grandeza el mundo brillante
de la piratería virtual.
2
Así:
la película se proyecta años después
en un cine foro al aire libre
entre la noche de las cordilleras.
Decenas de cucarrones provocan ecos sordos
al caer en cubos de basura.
Las siluetas de las espectadoras titilan ante la pantalla,
somnolientas.
La pereza del público de emprender luchas que no las sean
propias
47
rezuma como una niebla entre las sillas de plástico.
Cuando aparecen sobre el telón las flores amarillas,
que le dan el título a la película,
flotando sobre el agua salada,
por primera vez,
el celuloide,
tan delgado de repente y doblegado por la luz de las imágenes,
comienza a arder.
Los grillos
enmarcan las exclamaciones de decepción.
La quemadura en el telón rasca un mar solitario y
se detiene titubeante ante los brazos morenos
sumergidos en el agua.
Un bebé en el público llora.
48
Miércoles 20 de marzo del 2019
La lucidez
Sucedió a mitad de la noche,
lo cual no es una gran sorpresa y,
sin embargo, se anota febrilmente,
con las manos dormidas, sueltas:
La casa en el campo acariciada por el viento,
casi balanceándose.
La luna matizando un revés nuevo de las cosas
como en medio de un paisaje extranjero.
Cada ser con su propia sombra extraña.
Cada paso humedecido por la hierba.
Como espectadora atónita, se sentó a observar
la peregrinación frente a sus pies.
Cientos de cachorros de Golden Retriever
desfilaron bajo el cielo nocturno,
descendieron al terreno que da con las otras fincas,
por donde cruza una quebrada.
Cientos.
Profirieron pequeños aullidos y gemidos. Tropezaron.
Sus pelajes iluminados por la luna dieron una impresión
extraterrestre.
Todavía atónita, hizo un comentario al aire.
—¡cómo brillan!
Luego volvió a afirmar.
—Es raro que solo sean cachorros.
Luego preguntó.
—¿Dónde está la madre?
La pregunta desencadenó la lucidez que había esperado por
tantas noches.
Su conciencia se quebró temblorosa,
se bifurcó infinitamente.
Comenzó a reír extática.
Se miró las manos,
la ropa.
Dejó abajo los cachorros y dio un paso.
Flotó.
Perdió su centro de gravedad, dio vueltas
y comenzó a ascender.
49
Golden Retrievers, luna, hojas de plátano, cables de luz,
ramas de árboles más altos, la risa, la luna de nuevo, el vértigo
y las cosas en el suelo empequeñeciéndose.
Tras un par de segundos
despertó agitada.
Sus manos aferradas todavía
a la sobresábana.
Su consciencia recompuesta,
pero distinta.
Anotó todo febrilmente.
50
Miércoles 28 de abril del 2020
Las noticias ahora están tan aburridas
¿Aló? Buenas.
¿Cómo está, vecino?
Sí, yo estoy bien, pero quería contarle…
Es que no se imagina lo que encontré hace unos días
debajo de la cama de mi sobrino.
Una revista que describía tutoriales…
No, yo no entendía nada de qué, nada,
pero me llegó una noticia luego por whatsapp.
Que ahora hay una nueva moda para los jóvenes.
Y eso que usted sabe que Albertico tan joven, joven,
ya no está, el fin de semana que viene cumple
treintaitrés.
¡Sí!, la noticia decía que la moda era esa misma.
No, normalmente no me meto en esas cosas, claro.
Prefiero no pensarlas, la verdad,
pero eso se me hizo macabro.
Como que ponía en riesgo su vida, ¡sí!
Y ya sabe cómo es él,
no siempre entiende las cosas como son,
todo lo toma literal, si me hago entender.
Es como un bebé.
Las personas no lo creerían
con esa mirada que tiene
y la barba roja que le sale ¿sí la ha visto?
Siempre me dicen:
su hijo es tan guapo,
se le nota que hace ejercicio,
¿ha pensado en llevarlo a la televisión nacional?
Yo les digo que es mi sobrino, pero bueno,
me sonrojo un poco.
Es que yo también lo pienso, porque así es,
solo que en ninguna agencia lo recibirían.
No. Estoy segura de que no lo recibirían. En fin,
encontré esa revista cuando entré a limpiar un poco su cuarto.
Es un desastre con las pinturas que ha hecho
por todos lados… y la ropa. ¡No!
Así que me le planté a Albertico,
ya sabe cómo es él de grande,
aunque siempre tan asustado,
sobre todo desde la última vez… pero esa es otra historia.
Empezó a llorar y ni siquiera trató de quitarme
51
la revista.
Decía algo de que se sentía solo,
y que era mi culpa que viviera encerrado. Es el colmo.
No entiendo de dónde sacó esas ideas.
También dijo que desde que yo la había “matado”
ya no le quedaba nada sino pintarla en los cuadros
y por eso el desorden.
Por poco y se los saco de allí también,
pero me dio algo de ternura, ¿sabe?,
se cubría con las manos como si le fuera a pegar.
Yo no sería capaz, claro que no.
Bueno, es que todo ese asunto
del “asesinato” es hasta más indignante.
Si saliera en las noticias
le agradecería a la vida no tener que pasar
por eso,
pero así son los retos que nos pone en el camino
y a mí me tocó guerreármelas. Sí, señor.
¿Se acuerda cuando Albertico se salió del apartamento?
Sí, estuvimos varios días buscándolo y nada,
yo ya me estaba resignando,
no me queda tanta fe en la vida, ¿sabe?
y luego solo volvió
un día.
Sí, me tocó retirar el denuncio y todo.
Pero Albertico era distinto.
En las comidas se reía con los chistes de la tele,
antes ni les prestaba atención.
Me pasaba las cosas cuando se las pedía,
¡conversábamos!
Pero también lo escuchaba hablar solo por las noches
desde mi cama,
y colgó un letrero de NO ENTRAR en su puerta.
Una vez que conversábamos habló de la máquina de coser,
de la gente del piso 13,
el apartamento ese que vive abandonado.
Me di cuenta que ahí se había escondido cuando se perdió,
Bueno, me doy cuenta ahora,
tiempo después de lo que descubrí.
Que me hablara era muy raro
y yo como que me iba acostumbrando… sí.
Pero que no me dejara dormir por la noche,
hablando quién sabe qué hasta esas horas.
Problema.
52
Necesito descansar para que no se me caiga el pelo.
Aproveché mientras se bañaba,
y me volví a meter a su cuarto.
¡Estaba organizado todo!,
la ventana abierta para que aireara,
y a mí claro que me pareció sospechoso.
Imagínese.
Nada más había un bulto bajo las cobijas,
como arropado,
las corrí y había algo como una muñeca de espuma
y tiras de tela cosidas.
Los ojos los tenía dibujados con
marcador permanente,
y una sonrisa.
Toda la espuma estaba húmeda,
en lugares pegajosa.
¡Ay, no!
las porquerías más grandes que me pasaron
por la cabeza.
Me hirvió la sangre.
Y en esas, Albertico salió de la ducha,
desnudo,
chorreando agua.
No, creo que no me esperaba ahí.
Hubiera visto cómo y se agarró sobre esos pedazos de
espuma.
Qué gritos.
Claro, yo tampoco iba a soltar esa cosa así como así.
No me miraba,
pero chillaba mirándose el pecho que
“la soltara”.
Eso me dio miedo,
pero tampoco cedí, no crea,
sino que jalé más fuerte de algo como una pierna que tenía
y la espuma se rompió… sí.
¿Pues qué cree que pasó?
Albertico sí que pegó el grito ahí.
Nunca había escuchado algo así.
Soltó el pedazo que agarraba y
comenzó a pedirme perdón,
que perdón,
que perdón,
perdón, perdón, perdón.
53
Contarlo me hace sentir rara. Discúlpeme.
Yo cogí los dos pedazos que había sobre el tapete,
más los que tenía en la mano
y boté todo por la ventana
los catorce pisos.
Iban cayendo dando vueltas,
como las plumas, ¿las ha visto?
Bueno, esa es la historia.
Desde ese momento Albertico se puso a pintar los cuadros,
y yo lo dejo,
por lo menos no hace ruido cuando pinta,
pero ya no habla, ¿sabe?
Y las noticias ahora están tan aburridas.
Entonces, vecino, le quería pedir un catorce.
Sí. No. No es nada raro. Perdone que siempre me extienda
tanto.
El otro día me encontré unos retazos…
Yo sé que su esposa tenía una máquina de coser.
¿Será que me la podría prestar?
Ah, ¿la vendió?
Bueno, gracias.
No lo molesto más.
Hasta luego.
54
Domingo 2 de febrero del 2020
Notas de investigación
Trajo la muerte, entre su pozo,
un pájaro.
El pájaro fue interrogado.
Testificó que:
aún si se le tenía por sospechoso,
vio una flor retorcida con extremidades humanas por pétalos
y entre los pétalos un apretón de manos
ejecutivo,
más sospechoso que su testimonio,
que lo hizo dejar de cantar.
Se le preguntó si no habría visto todo
a través de un caleidoscopio.
El pájaro aleteó frío,
minúsculo,
su pico acariciando la piel del interrogador
con cierta duda,
duda hacia el sistema de interrogación.
Testificó entonces, y con una previa aclaración, que:
es muy sencillo entender
cómo hemos quedado atrapados
en situaciones inesperadas,
un parpadeo,
un relámpago
y la trampa se ha alzado
y la trampa la hemos construido con nuestras propias fuerzas,
esclavas siempre de algo más.
Que todo lo que hay que hacer
es no volver a cerrar los ojos.
Fin de la aclaración.
Testificó que
un día antes del pozo,
pero solo del pozo y no de su portadora,
el pájaro aterrizó frente a un par de cejas viejas
con pelos como cascadas
que, fruncidas, le amonestaron sobre el suicido
y después
amplias, inabarcables,
le advirtieron sobre su brevedad como pájaro
55
y sobre estadísticas del crecimiento constante de todas las
cosas,
sobre cómo invertir bien en negocios de dudosa procedencia
como los del amor filial,
no invertir, la verdad,
y el pájaro se dio cuenta de que había cerrado los ojos
un instante.
Se le preguntó si esas cejas no pertenecían a una cara
o si más bien eran otra cosa,
como el musgo que crece en las paredes del pozo de la muerte,
por ejemplo.
El interrogador sacó una mano hacia el aire de la ciudad
nocturna
y con la otra apretó más fuerte al pájaro.
Con una mano sintió el aire que batirían las alas que atrapaba.
El pájaro, sin resistirse, cerró los ojos decididamente
y testificó, al final, lo siguiente:
cuando la información no se suministra
usted puede completarla, señor interrogador,
adornar con una tela hecha de su propia mierda,
que nunca es realmente propia, mi canto.
Pero no solo la calidad de la tela depende de usted
ni el infinito se extiende siempre más o siempre menos
según el interrogante,
sino que el solo hecho de extenderlo
es más que suficiente.
Y cerró también el pico
y volvió al pozo
y la muerte se quedó ahí
y el interrogador anotó todo en un cuaderno.
56
III
57
Prólogo a la tercera parte:
Entrevista con la famosa Laura Dafrosía mientras
sale de un D1
Los Prólogos. Señora Laura, vengo de parte de la revista Los
prólogos y se me ha encomendado que le pregunte: ¿qué
piensa de la última sección del libro?, ¿cree que siguen siendo
poemas o cómo?, ¿qué los diferencia?
Laura Dafrosía. Estoy tratando de hacer el mercado para mí
y mis mascotas, no sé de qué me habla, por favor aleje esa
grabadora.
Interrupción, estática, choques, palabras imprecisas.
LP. Pero, señora, ¿qué piensa usted de los sueños?, entonces.
LD. ¿Por qué no me pregunta mejor qué es lo que esta comida
les hace a los gatos? Tengo una amiga que dice que se les está
cayendo el pelo y eso es obviamente por estas tiendas, dicen
que en el Justo y bueno es peor. Los sueños son cosas lindas
y ya. O feas.
LP. ¿Entonces usted está de acuerdo en afirmar que no es lo
mismo una pesadilla a un sueño distinto, no pesadillezco?
LD. ¿Qué? Estarán de acuerdo mis pelotas. Ahora déjeme ir.
LP. ¡Espere! No se aleje. Favor editar lo que voy a decir a
continuación: señora Laura, los gatos a quienes lleva esa
comida han sido confiscados por el equipo editorial hasta que
no nos conceda esta entrevista, yo quería hacerla por las
buenas, pero no nos deja usted otra alternativa. Y aléjese de
la grabadora, por favor.
Estrépitos. Corte.
LP. [resoplando] En fin, como le preguntaba hace un rato,
¿si usted tuviera que definir los sueños que no son pesadillas,
cómo lo haría, señora Dafrosía?
LD. ¿Qué está pasando? No entiendo nada. Por favor, suelten
a mis gatos.
LP. Para ello es preciso que conteste a las preguntas, ¿está de
acuerdo con que lo que no es pesadilla solo lo decide quien
sueña al despertar?
LD. Si eso fuera así, esto sería una pesadilla. ¡Los prólogos
de mierda de ustedes son una pesadilla y ojalá se mueran!
LP. Tiene un buen punto. Para usted lo serían, claro, pero
usted no es quien sueña, sobraría preguntarle cosas como
cómo se despierta de un prólogo entonces, y mucho más de
uno así. La editorial se encargará de formular esas preguntas
a quien convenga.
LD. Ok. ¿Entonces, me puedo ir?
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LP. Antes, una última pregunta. ¿Está usted de acuerdo en
decir que los sueños que aparecen en la sección que sigue NO
son pesadillas, sino todo lo opuesto?
LD. Sí, lo que sea, ahora deme a mis gatos.
Fin de la entrevista, se prorrogan nuevos testimonios
sobre sueños hasta que el comité editorial lo considere
apropiado.
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Viernes 27 de septiembre del 2019
La sala de los juegos
Nos reunimos los hermanos y primos paternos: Pablo,
Camilo, Jorge Esteban, Simón y yo. Nos abrazamos como si
nos hubiéramos visto hace dos horas cuando en realidad han
pasado años. Estamos en la calle y los carros que pasan nos
levantan el pelo, la ropa. Con los brazos en los hombros de
los demás, el viento y el sol haciéndonos entrecerrar los ojos,
miramos el cielo. A contraluz, la silueta de un edificio de tres
pisos. Las nubes lo atraviesan como si fuera un colador de
masas de algodón. Sonreímos y nos soltamos admirados.
Pablo saca una llave común, plateada, de ferretería, recién
mandada a hacer, se acerca a la puerta del edificio, la inserta
y abre. La habitación principal que nos recibe tiene varias
mesas con tableros encima, una gran araña de cristal apagada
en el centro, el empapelado de las paredes semeja las piedras
de un torreón. El polvo parece haberse asentado durante un
buen tiempo en cada superficie y al pisar dejamos huellas.
Nos separamos. Pablo y Simón suben a los pisos siguientes,
Jorge Esteban sopla la mesa más grande revelando tras la
nube de polvo casillas rojas y amarillas de un gran tablero.
Camilo y yo decidimos bajar al sótano. Contra toda intuición,
el sótano está limpio. Es un lugar cálido, con una biblioteca
que cubre la pared. Libros y libros de mitología y fantasía
medieval. Un libro pesadísimo e ilustrado de dragones, la
portada es el ojo y la pupila afilada de uno. Al abrirlo, vemos
los reptiles organizados geográficamente por mitologías de
cada continente y clima, leyendas, comportamientos y
particularidades. Otro libro similar, pero de gnomos altos y
bajitos, de junglas y jardines. Libros y libros con figuras
extrañas, con letras antiguas, o que semejan serlo. Bosques.
Bosques de todas las formas, bosques de palabras, oscuros,
incipientes, infames, prístinos. Libros de recetas para todas
las cosas alquímicas y mundanas. En el centro de la pared, un
gran cuadro. En el cuadro, un edificio que se eleva hasta las
nubes en medio de la tormenta con las ventanas oscurecidas
y una arquitectura cada vez más enrevesada conforme
asciende: tiene incrustadas grandes vigas de metal que lo
atraviesan como si hubiera sido atacado por proyectiles
enormes o como si ramas de acero le hubieran brotado al
pasar los años. Más allá del lugar donde la estructura se pierde
entre las nubes y provoca la tormenta, se presiente un último
fragmento del edificio, tal vez diez pisos más, demasiado
ajenos a los ojos de quien lo mira y por lo tanto invisibles.
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Nos hundimos en cojines de espuma forrados en tela que hay
sobre el tapete. Son de colores. De hecho, se ubican
exactamente en las ramas del árbol que el tapete representa.
Hay cinco cojines y cinco ramas que, enredadas, van a dar al
gran cuadro. Al sentarnos en ellos, el cuadro se hunde en la
pared hasta oscurecerse. De repente nos queda claro que es
una pantalla eléctrica, una pantalla enorme que ha entrado en
suspenso. Espera que presionemos cualquier botón.
Comienza a sonar una música rápida en 8-bit, y las letras
flotan en la pantalla rítmicamente sobre un paisaje similar al
del edificio del cuadro. Alguien en los pisos de arriba parece
haber roto un cristal porque suenan las partes rodando en el
techo, los pequeños crujidos. Probablemente la araña de
cristal ha caído, sus patas transparentes por fin libres
descubriendo cada rincón. Seguramente fue Pablo, su mirada
siempre impertérrita ante los accidentes que él mismo
provoca, como esperando explicaciones de la nada. Sin
embargo, nosotros seguimos hipnotizados con la pantalla, que
ahora pide que lo intentemos de nuevo. Los cristales
tintineando arriba nos dan una idea. Me quito una bota con
cuidado, desamarrando cada cordón de las anillas de metal
con nerviosismo, como si desarmara una bomba. Cuando la
retiro completamente se la paso a Camilo que me mira
dudoso. Ambos sabemos lo que tenemos que hacer. Sin
levantarnos de las sillas por temor a volver el cuadro a su
posición original, Camilo extiende su brazo y catapulta la bota
hacia la pantalla con toda la fuerza de la que es capaz. Falla.
La biblioteca se estremece, cruje, y caen algunos libros de
cristalografía escritos por enanos. Sudamos. Hemos causado
un estruendo considerable y alguno otro, probablemente en
un piso aún más arriba, provoca un sonido de madera al
romperse. Seguramente fue Simón, cobarde, y ahora huye
escaleras abajo para desentenderse. Aunque no hemos subido
al segundo piso, el sonido no puede ser otra cosa que un viejo
armario volando en astillas. Las astillas clavándose en el
techo con fuerza como si trataran de sostenerlo todo. La
pantalla finalmente ha reconocido algo como botón
presionado, se desvanece al negro y luego dos personajes
como Camilo y como yo aparecen a la entrada del rascacielos.
La música en 8-bit es el viento de los carros que pasan y una
suerte de funk. La pesada capa de polvo que cubría el piso
principal ha empezado a bajar las escaleras tras los
estruendos. Me quito la otra bota y la lanzo con fuerza. El
ruido es seco esta vez y solo cae el libro de los bosques. El
polvo comienza a inundar la estancia. Tosemos. En la pantalla
seguimos esperando, observando la infinidad de la
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construcción, el viento de los carros. Parece que bailáramos
al ritmo del funk callejero. Agarro el libro de los bosques y le
arranco una página con la cual me cubro la nariz. Camilo hace
lo mismo con otro libro de rituales para cosechas prodigiosas.
Entonces los personajes de la pantalla entran al edificio, saltan
al cruzar el umbral de la puerta. Es una puerta transparente
como de hotel y parece automática. Simón finalmente baja
por las escaleras entre el polvo como una visión de los
desiertos, su cabeza cubierta por una bufanda que ha
encontrado, seguramente, en el armario que rompió. Ríe.
Comienza a contarnos un chiste sobre el sonido que hacen la
madera al quebrarse y las astillas al sostener el mundo, pero
es larguísimo y no le ponemos atención. Decidimos romperlo
todo, las sillas acolchadas, los demás libros de la biblioteca,
alguno encuentra unas tijeras y recorta el tapete, quiebra una
rama. Los personajes de la pantalla buscan en el edificio las
escaleras, suben por una alfombra gastada, se agarran de las
barandas en los tramos donde no hay escalones, encuentran
escaleras de emergencia por las ventanas y el 8-bit cambia,
primero simula arpas clásicas, luego guitarras turcas, después
trompetas épicas. Los relámpagos iluminan el edificio por
dentro, iluminan los pisos que faltan por ascender. Nosotros
rompemos los bombillos de la sala, resoplamos. Entramos en
una danza frenética del caos, ruedan las palabras, los libros,
el tapete, las astillas, el cristal, el polvo y los estruendos en
todos los pisos. Los personajes en la pantalla saltan, cruzan y
cruzan rellanos metálicos, alfombrados, en baldosas, en
fuentes de cerámica, llegan a las vigas de acero de los pisos
antes de alcanzar las nubes y saltan de una en una sobre el
precipicio del rascacielos, se insertan en la tormenta. En ese
momento, bajan Pablo y Jorge Esteban al sótano y gritan en
medio del caos. Nos detenemos. Dicen que el almuerzo está
servido y que subamos. Tenemos hambre. Subimos.
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Sábado 24 de agosto del 2019
Nada que hayas robado de ahí
Entraste a la maestría gringa en escritura creativa y el
estómago se te encoge al bajar del avión. La tierra
desconocida te recibe con su delirio máximo. Nieva. Apenas
puedes, entras a un supermercado de barrio y raptas un carrito
de compras mientras los colores te abruman. Con la emoción
de la novedad vas tirando dentro todo lo que puedas necesitar.
Nombres extranjeros como en un poema dadá se acumulan en
la canasta metálica hasta que haces la fila para pagar en la
caja. Mientras esperas, abres tu billetera, la desdoblas con
cierta precaución y te das cuenta de que todos tus billetes
están en pesos colombianos. Vergüenza. Sin levantar la
cabeza, y justo cuando tienes que pasar a la caja registradora,
te devuelves. Cada nombre de vuelta a su lugar lejano. Las
cajeras te observan volver con un queso crema que es todo lo
que puedes comprar. Una de ellas es rubia, de ojos claros y al
menos treinta años mayor. Lleva una cámara colgada al cuello
y comienza a hablar en español con las demás. Esto te alivia
mínimamente. Pero ella te pide que la perdones, que tiene que
registrar tu morral. El morral de viaje lleno de ropa, recuerdos
recientes a los que te aferras y un consolador, nada que hayas
robado de ahí, piensas. Sudas. La cajera ríe con nostalgia y le
cuenta a las demás. Entre todas te preguntan si viniste a
estudiar. Respondes que sí aunque estás de paso, te falta llegar
a otra ciudad o pueblo en bus. Conversan bajo las luces de
salida y, antes que te vayas, cada una te abraza. Elogian el
saco que llevas puesto y ha hecho tu madre para el frío. Te
regalan un par de esferos, un chicle y un lápiz de color
morado. El lápiz se te resbala de las manos, rueda hacia fuera
y luego calle abajo. Todas salen a perseguirlo, las cajeras
saltan por encima de la caja y tú también corres.
Nieva y ya es de noche. Los copos se funden con las
ropas y el pelo. Antes que el lápiz se cuele por entre una
alcantarilla otro viandante lo trata de recoger y falla. Tras la
carrera te sacudes la nieve, todas lo hacen y se sientan en la
acera. Son amigas ahora. Planean qué hacer más tarde, se
asombran ante la
coincidencia de que una de
ellas conozca a alguna de tus
familiares. Un paquete de
papas pasa rodando en el aire
y el concreto hasta chocarte.
Dejas de pensar en el futuro.
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Martes 31 de marzo del 2020
Ladrones irrumpen en casa de familia cristiana
ortodoxa rusa
Unidas siempre en la celebración y la angustia, con la lumbre
de compartir la abundancia y trasegar sus sangres, cuatro
representantes de una cofradía de ladronas se deslizaron por
las aceras de los suburbios durante la noche. Sus pasos felinos
sobre el cemento les provocaron suaves raspaduras en las
suelas de caucho que besaban las aceras. La luz de los postes
les iluminó a parches sus trajes negros con pasamontañas y
proyectó en sus cuerpos evadidos la película infame de la paz
suburbial. En sus trajes también rebotó el ronquido de quienes
no se preocupan, las caricias de una ciudad indiferente y
cómplice. Las ladronas cruzaron tapias, recortaron mallas,
investigaron una perrera en un jardín, el timbre oxidado de
una bicicleta. El timbre lo hicieron tintinear. La primera que
lo hizo, salió luego extendida en zancadas silenciosas y
volteretas. Todas se dispersaron como sombras riendo
sofocadas. Como una mano que se extiende y titubea obsesiva
sobre un cuerpo antes de cernírsele encima, las cuatro
ladronas se agazaparon junto a la casa que habían estado
buscando. Saltaron sus barreras, abrieron las ventanas y las
puertas. Nadie las percibió.
Una vez adentro, exploraron la casa como los
centinelas eléctricos de una película de terror futurista,
siempre vigilantes pero también siempre libres: una acarició
lascivamente la pintura del comedor que representaba al
Patriarca Krill, ridículamente ataviado, besando seguro,
formal y discretísimo la mejilla de Putin en traje; otra
entreabrió una puerta crujiente hacia el cuarto en donde
dormía la hija de la familia, arrebujada entre sus cobijas y con
los cabellos libres al fin de la cofia blanca puesta en el
tocador; otra gateó imitadora hacia la cama del perrito en la
cocina, mirándolo en silencio, una cruz ortodoxa sembrada de
travesaños presidió sus actos encima de la estufa; la última
alcanzó el estudio del segundo piso, cerca al cuarto de los
padres, y bailó hasta el computador de torre apagado, empujó
juguetona la silla giratoria.
La última ladrona frente la silla giratoria encontró
también el módem que conectaba toda la casa y sonrió en la
oscuridad del estudio, se acercó a enchufarse. Las sombras
que proyectaban los postes de luz desde afuera revestían el
lugar de una arquitectura más oriental, un verdadero palacio
ortodoxo lleno de columnas y arcos interpuestos. El módem
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titiló verde chillón en su pequeña repisa como un tesoro al
descubierto. Todas recordaron, con el impulso eléctrico de sus
dispositivos al conectarse a la red, los votos de hermandad
que habían hecho al unirse a la cofradía. Recordaron la
soledad profunda y virtual que habían compartido y sus
rostros brillaron secretamente después de que la última
ladrona conectara su cable rosado al tesoro. Se incrustaron los
audífonos en sus orejas y comenzaron a escuchar, al mismo
tiempo en sus cabezas, pistas sucesivas de Drumm & Bass.
El padre de la familia cristiana ortodoxa dormía con la
barba, que había tratado por tanto tiempo de cultivar para
asemejarse a los patriarcas, desplegada sobre la almohada.
Una ladrona, mientras se sacudía al ritmo eléctrico de la
música y sus gafas reflejaban la cuenta de Twitter del padre,
observó cómo éste representaba para la comunidad de su
barrio un islote de salvación en tierras alejadas de los garfios
divinos. Leyó sus retrinos-sermón sobre la marihuana, sobre
la crianza y la prudencia. Juzgó tiernamente sus atentados de
traducción del ruso y las cuentas que seguía sobre tónicos para
crecimiento del vello facial. Entonces, escribió en un trino:
Me siento en el trono al amanecer,
meso las hebras de mi barba pensando en el futuro.
Recuerdo un viejo proverbio chino:
las galletas de la fortuna hay que escribirlas,
todas, antes de desayunar.
La ladrona que gateaba hacia el perrito bajo la cruz para
consentirle la cabeza, lo vio luego voltearse panza arriba en
su cama de tela, con el ombligo rosado, sus fauces le
mordieron juguetonas el guante oscuro y entró a la cuenta de
Instagram del animal. Leyó en su voz ventrílocua los chistes
sobre el paradero de las medias, la inmensa labor de dormir
todo el día buscando rayitos de sol, las cuentas pornográficas
de las que era seguidor. La ladrona subió una foto de los
travesaños de la cruz mientras marcaba sus caricias sobre la
cabeza del cachorro al ritmo de los bajos y en la descripción
de la imagen escribió:
Según las últimas teorías conspirativas, la jaula de la que
todas dependemos no ha surgido con la vigilancia
electrónica en el hogar, como se cree, sino en el
sometimiento de las tribus originarias a los monocultivos y
a las miradas ineludibles de sus mascotas.
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La ladrona que pisó suave cerca de la cama de la hija le
alumbró los rubios cabellos con la pantalla del celular, sus
audiófonos estallando entre la música, se estiró hasta darle un
beso de buenas noches y entró a su cuenta de Tik Tok. Vio
con excitación la incipiente blasfemia que se asomaba en los
retos de la hija, las miradas fijas al ojo de la cámara, las
referencias de los programas que citaba, los chistes sobre el
suicidio. La ladrona grabó en un paneo las sábanas acolchadas
del cuarto y escribió en la descripción del video:
La otra tarde moví un hueso secretamente.
Entre un jirón de ropa
escondí el deseo de futuros llenos de bruma:
de un calor lejano con sabor a algas.
La ladrona hipnotizada con el módem y conectada al
computador aparatoso del estudio al lado del cuarto de los
padres, como si rezara al ritmo invisible de los ronquidos de
la madre, de sus ojos severos ahora apaciguados, entró a su
Facebook tecleando vertiginosamente. Pasó la lengua por los
labios con las recetas de comida que compartía, los videos de
muchachos escaladores en la nieve que le recomendaba el
algoritmo, las nuevas cadenas que le habían llegado y escribió
en un estado:
Ah malaya agua para regar en el desierto
y un par de manos sucias que lamer
con sumisión animal,
con inquietud.
Por unos instantes, quienes habitaban la casa estuvieron
unificadas: una ladrona movía los hombros de un lado para el
otro, la madre perdida en su sueño se ondulaba entre las
cobijas como una sirena, otra ladrona veía deslizarse en los
reflejos de sus gafas imágenes eléctricas, el padre se rascaba
los pelos de su nariz prominente con los dedos gruesos, otra
ladrona balanceaba sus piernas desde la repisa del cuarto de
la hija, la hija encogía su estómago en el sueño como atacada
de una euforia onírica, otra ladrona giraba sobre sí misma en
la silla del estudio, el cachorro se reacomodaba en su tapete
haciendo espirales.
Cada ladrona apagó su dispositivo restableciendo las
sombras del palacio y atravesaron la casa hacia el exterior
pasando en equilibrio por sus columnas y arcos. Saltaron.
Sudaron. Esquivaron la mirada del patriarca en el cuadro,
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sortearon los travesaños de las cruces, los cubiertos bien
puestos en la mesa desde la noche anterior y, al salir, se
deshicieron entre los suburbios como humo.
Al día siguiente, el artículo en el periódico sobre la
intrusión en el hogar terminó con la siguiente advertencia:
Se recomienda a la comunidad lectora de nuestros
periódicos que, además de cerrar bien sus puertas y entrenar
a sus perros para estar alerta en todo momento, cambien las
contraseñas de las cuentas una vez al mes.
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Miércoles 27 de febrero del 2019
Atenuación
Soy de las reveladas, sí. En parte tiene que ver que sea así de
gordo, sí. Tengo al lado una camarada bajita como una silla,
también. Ella tiene a su lado una silla más alta, lógicamente.
Estamos más: una puerta de calabozo, la piedra filosofal, otras
rocas, un bufón, somos innumerables y, aun si no lo fuéramos,
contarnos no es nuestro propósito. Nada tan distante de la
doctrina. El principio único que rige cada existencia revelada
es la ATENUACIÓN. Consiste en alimentar nuestras almas
únicamente de lo tenue. El trozo de carbón de allí, por
ejemplo, alcanza y mantiene su atenuación al mantenerse
encendido al borde de extinguirse. Tampoco es que se esté
jugando su extinción, hace tiempo que no se trata de eso y no
es como si el carbón pudiera sentir miedo de apagarse,
lógicamente. Es solo lo tenue que ello implica. La camarada
bajita tiene dudas al respecto, me confiesa que lo tenue se le
escapa a veces. ¿De su alcance?, ¿de su comprensión?
Probablemente de su alcance, pero al fin y al cabo eso solo
ella lo sabe. A mí no, no se me escapa nada, no tengo dudas,
pero comprendo la discusión general tan impertinente: unas
dicen que la piedra filosofal alcanzó un estadio de atenuación
trascendente que no habíamos concebido, a otras les parece
un error sacrificar la esencia por completo, un desbalance. La
falta de consenso provoca estas reuniones, y nuestra forma de
argumentar, la falta de consenso. Nuestros argumentos solo
se pueden basar en las búsquedas propias, lógicamente. Nos
perdemos en intersticios tenues de la comunicación. También
hay reveladas con las que no podemos discutir, pues parte de
una búsqueda puede ser permanecer en silencio o negar toda
afirmación. Solo queda continuar reuniéndonos de vez en
cuando. En cualquier caso, la estabilidad de la atenuación no
depende de un debate, sino de cada cual.
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Domingo 29 de marzo del 2020
A la diosa araña le encanta el rock
Una viajera envuelta en ropas de invierno aletea con la
ventisca que ataca las montañas. Está escalándolas. Su
peregrinaje la ha llevado, cruzando paisajes escarpados y
filosos, a sumergirse en bosques densos como brócolis, a
rodear lagos oscuros y humeantes. La viajera se agarra la
cachucha con firmeza como si eso la aferrara mejor a la vida
y da un paso tras otro con dificultad, con decisión. No ha
olvidado su objetivo, pero sí de dónde surgió y hace cuánto
emprendió el viaje. Si bien le parece ahora una peregrinación
religiosa, tiene el presentimiento de que antes era lo que
llamaba mera curiosidad científica, un deseo de ahondar en
lo desconocido que se transformó en un deseo de fragmentar
su conciencia en mil pedazos ante visiones divinas. En medio
del viento tenaz sobre los últimos escalones resbaladizos de
roca, la viajera piensa en todo como un presente infinito. No
puede ver dos metros adelante con su mente aunque sus ojos
lo hagan, no puede sentir otra cosa que su piel ardiendo, sus
ropas frotándola heladas, sus músculos insensibles ya, sus
manos acariciando el aire por reflejo. Le pesa en el abrigo una
harmónica que no puede pensar para qué ha traído. Entonces
se recuesta en la primera roca que encuentra y lejos vislumbra
las luces de un pueblo que hienden la niebla o la nieve, la
matizan débilmente en el paisaje monocromático de las
cumbres. Con una fuerza insospechada la viajera camina
como entre sueños hasta la entrada de madera del pueblo que
es un arco enorme, carnoso e indescifrable.
Allí, cruza directamente calles empedradas y
pequeñas cabañas de madera hasta encontrar una taberna en
la que recupera sus fuerzas bebiendo de una jarra la bebida
local. Otras viajantes encapuchadas celebran haber llegado,
algunas caen borrachas al suelo haciendo estrépitos que se
mezclan con la música country vieja que suena en la taberna.
Otras dirigen sus miradas cansadas hacia la chimenea que
crepita en el fondo. La viajera se permite disfrutar un rato
dentro del espacio cálido hasta que la levanta un latigazo de
la misma determinación que la arrastró hasta aquellas
montañas. Sale hacia la plaza principal. No para de nevar,
pero la tormenta está apaciguada por las montañas y
edificaciones que circundan el pueblo. La plaza principal es
inmensa y está compuesta de grandes lozas circulares en
piedra. En el centro hay un micrófono con suaves copos
cayendo a su alrededor puesto en un trípode y dos parlantes
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negros orientados hacia el fondo, hacia una abertura en las
rocas que no es otra cosa que una caverna.
La viajera se acerca hacia allí emocionada, sus pasos
por fin están llegando a donde querían después de tanto, tanto
tiempo y crujen suaves sobre el acolchado frío. Sus
pensamientos se deshacen como agua clara y fresca, entiende
que venía a visitar esa caverna, sí, a eso venía. Unas mujeres
extrañas caminan por la plaza sin abrigo alguno, pero con
chalecos reflectivos, algunas ofrecen a través de megáfonos
suvenires del pueblo para llevar a familiares queridas, tienen
ojos completamente negros y más de dos, son altísimas,
elásticas, de extremidades largas con las manos enguantadas
y unas sonrisas tranquilizadoras. La viajera avanza hacia la
gruta que se amplía poco a poco como una invitación
inaplazable y comienza a escuchar ciertos rumores profundos
que salen de allí. Las dos mujeres que guardan la entrada le
dan la bienvenida y le acercan un folleto sobre la Cueva de la
Diosa araña, le explican mecánicamente con un discurso
preparado que a Su madre, la de ellas, le encanta el rock y que
cuando eran pequeñas crías las trató con algo que la
humanidad puede calificar como cierta ternura, que su estado
actual es el de viuda y su situación la de altar de ofrendas
mientras llega el ser indicado, etcétera, pero la viajera sigue
derecho, atraída implacable por su propio deseo y por los
rumores cada vez más fuertes montaña adentro. Las mujeres
tratan de evitar que entre agarrándola de la ropa con pudor y
algo de duda, pero ella se las sacude indiferente. Avanza
como anegada en pulsos profundos que no busca comprender
y, dentro de la caverna, los rumores se magnifican
inmensamente. En realidad son roces de rocas,
resquebrajamientos. Cuando llega hacia el final del túnel
entre la montaña, sus ojos no alcanzan a verla toda: nada tan
enorme había visto, cientos de ojos de la diosa maquillados
roqueramente y por completo ajenos, otros. Varios brazos o
garras se aprietan en la estrechez de la montaña y chocan
contra esta cuando sus pulmones laminares tratan de
hincharse. Es de una seducción aterradora.
De pronto, afuera de la caverna, el micrófono de la
plaza suena haciendo los quejidos afelpados y estáticos que
hace cuando alguien lo golpea con los dedos, luego es el
sonido de un hombre gordo con un sombrero que se acomoda
su overol y carraspea, probando el micrófono nuevamente.
Todo el cuerpo de la diosa adentro se mueve inmenso, su
cabeza enorme se asoma por la abertura de la caverna donde
quedan apenas cuatro de sus cientos de ojos maquillados, la
oscuridad insondable que hay en cada uno observa a la viajera
70
primero. Luego hace un gesto monstruoso que la viajera, en
lo más recóndito de su cerebro, alcanza a entender como un
fastidio antiquísimo, emite un gruñido que retumba
suavemente en todas las cavidades de la roca, se vuelve a
acomodar y arrastra uno de sus múltiples brazos o garras por
la abertura, avanza raspando cada roca y empuja a la viajera,
haciéndola rodar y chocarse a trompicones hasta sacarla.
Las mujeres en la entrada la levantan del suelo cuando
sale, le sacuden el polvo y le preguntan si está bien. La viajera
no responde, atolondrada como está y en cambio observa al
hombre. Todavía se encuentra probando el micrófono, parece
tambalearse ebrio y torpemente saca un banjo que lleva
colgado a la espalda. Con una maestría insospechada para su
estado, el hombre comienza a rasguear la melodía de un
bluegrass vertiginoso. La música rebota en las losas de piedra,
en las casas aledañas, parece insuflar de emoción los rostros
de quienes pasean alrededor bajo la nieve y poner a danzar a
los mismos copos. Algunas personas se persignan de modos
extraños, las hijas de la diosa a la entrada de la caverna hacen
gestos de sorpresa, una de ellas mueve la cabeza de un lado
para el otro con incredulidad y reprobación, le recuerda a la
viajera que Su madre prefiere el rock y ese género musical le
va a acarrear un descuento en los productos solicitados por el
hombre gordo, mientras la otra mueve una pierna al ritmo del
bluegrass contra su voluntad y trata de controlarla. Otra mujer
de chaleco reflectivo apaga su megáfono, se acerca y continúa
ofreciéndole: recordatorios en forma de patas de araña con
medias veladas sensuales y truenos tatuados, tazas de
cerámica con el nombre del pueblo inscrito en ellas, mapas de
los sitios turísticos de la meseta entre las montañas,
prendedores, adhesivos, botones, camisetas con estampados
representando la plaza, el micrófono y la caverna.
Entonces el hombre por fin comienza a cantar Just a
few old memories going way back in time. Un suspiro que
mezcla el fastidio antiquísimo con algo como la resignación,
seguido de un gruñido, levanta la nieve frente a la caverna y
el abrigo de la viajera. De repente, una garra descomunal se
extiende centelleante, salvaje, hasta el centro de la plaza y
agarra al hombre, lo levanta en el aire mientras este ríe
descontrolado y su banjo se quiebra en pedazos. Todas las
personas dejan de bailar, y comienzan a aplaudir. Tan rápida
como ha salido, la garra vuelve a entrar en la caverna
llevándose al hombre y en la plaza quedan solo los aplausos
durante varios minutos.
71
La mujer de antes prende de nuevo su megáfono y
recuerda al público que también se reciben sacrificios propios
o de acompañantes que sepan de buena música como
monedas de cambio para productos hechos con la tela de su
madre: cobijas de telaraña, turbantes, cuchillos, incluso un
microondas con doble bandeja. La viajera entonces sonríe
ampliamente, se acerca a la mujer del megáfono, le dice que
ha escogido el microondas y una colcha de cuadritos y que
todo lo va a cambiar por una canción vieja de Magic Dick
titulada Whammer Jammer que sabe a medias y tiene que
tararear en ciertas partes. La mujer le ofrece asintiendo un
formulario que la viajera llena con la dirección de sus tierras
lejanas, que ahora recuerda, para el envío de los productos.
Lanza su cachucha al suelo, se acerca al micrófono, lo toca
para probarlo con los dedos produciendo unos quejidos
afelpados y estáticos en la nieve y en la plaza. El brillo lejano
de cuatro ojos oscuros se asoma al fondo de la caverna. Saca
entonces la harmónica que ha cargado tanto tiempo en su
travesía y comienza a interpretar .
72
Lunes 18 de marzo del 2019
Aqua floris
No son sucesos dependientes uno del otro, pero son
simultáneos. Un colibrí que aletea frente a una ventana puede
ser también una servilleta sucia cayendo de una mesa.
Por un lado, va a haber una invasión en tu planeta de
parte de otro (planeta), o de los seres de otro, que no es lo
mismo. Tampoco es específicamente una invasión, pero
desde tu punto de vista claro que todo da igual. Alguien más
podría llamarlo un contacto, o incluso una incursión. Sin ir
más lejos, tu madre la llamará en el futuro experiencia y, a
veces, cuando no pare de mirarse al espejo, bendición. En fin,
vas a resistirla en tu casa en el campo junto a Simón y eso en
sí mismo será frustrante. Con el tiempo que quede se te
antojará ver una película, la que sea, pero él cogerá primero
el control remoto. Burlándose, comenzará a cambiar de canal
indiscriminadamente, cruel e infantil, de modo que solo verás
fracciones de programas, risas cortadas, miradas perdidas en
un horizonte, instantes de acción pura de artes marciales,
discursos sagrados del canal religioso, etcétera. Simón, en
cambio, te verá con el rabillo del ojo temblar un poco a cada
canal que cambie, te verá también por el reflejo de la pantalla
en el día soleado y contendrá su risa. Te irás, decidirás bañarte
mientras piensas en el tiempo que queda, en cómo las cosas
se acaban siempre cuando las has dado por sentadas, bajarás
los escalones mirando al techo, las telarañas hacia el baño, y
cuando llegues, Simón ya se habrá encerrado en él, con
seguro, y abrirá el grifo del agua caliente. Para el gato que te
acompaña tras la puerta cerrada del baño, tú no habrás
insistido lo suficiente, serás débil, no recordarás tu pasado
sangriento y abusivo para reunir fuerzas, perecerás en la
invasión; además no le habrás dado comida nueva y eso solo
lo confirmará. Tras la ventana verás el cielo y en el cielo una
sombra inmensa.
Por otro lado, están todas, Simón, tu madre y tú,
sentadas en un restaurante lleno de luces amarillas y madera
encerada. La mesa invadida de platos sucios tiembla un poco
cuando te levantas para ir a lavarte las manos. Si los restos del
arroz en el plato hubieran podido verte, les habría parecido
que hacías retumbar el planeta mismo, un movimiento
terráqueo y propicio para bailar en honor a los suyos
desaparecidos, devorados, y tal vez un pensamiento similar
habría tenido el vaso de jugo cerca al plato, una torre desolada
y vacía. Tu madre apura a Simón para que también vaya a
73
lavarse las manos y él se levanta perezoso, rezongando, pero
te alcanza. Tu madre los ve alejarse entre el espeso laberinto
de paredes de madera que significan la entrada a los baños.
Paredes que los observan como intrusos entre sus pisos recién
trapeados. Abren el grifo de agua fría y mientras ambos se
miran al espejo y el agua les baja por las manos, se empujan,
se lanzan codazos, se insultan. Toda hermandad es semilla de
una guerra. En el espejo salpicado de agua sus gestos se
deforman y manchan, sus golpes se curvan. Toda guerra es
hacia una hermandad.
La invasión comenzará con la sombra pegada al cielo.
El otro planeta sí se acercará suficiente al tuyo como para que
las placas del piso se quiebren mientras miras con impavidez
por la ventana. Brotará del aire algo como un aullido titánico,
ardiente, y te taparás los oídos. Las casas comenzarán a volar,
desprendidas de sus lugares con las raíces por fuera como
plántulas. Las señales de los celulares fallarán, será necesario
que te prepares para la batalla, aprietes los puños frente a la
puerta, Simón deje de cantar en el baño y cierre la llave de
agua caliente.
Cierran los grifos de agua fría. Las luces del
restaurante titilan titubeantes antes de apagarse del todo, el
espejo se rompe. Todo el segmento laberíntico de madera de
los baños se desprende del suelo y, mientras le das una mano
a tu hermano piensas en tu madre sola en la mesa. El papelito
de la cuenta que vuela por ahí.
74
Lunes 30 de septiembre del 2019
En un recital con mis amigas, recito un sueño
que tuve con ellas
Estamos en un recital con mis amigas, cada una recita con un
micrófono imaginario y mientras estamos allí, antes de recitar
lo mío, sucede algo, repetidas veces. Lo que sucede, y es
asombroso que acontezca, como para abrir los ojos y la boca
un rato y mirar por la ventana, solamente sintiendo el asombro
sin buscar ninguna razón, siendo golpeada por todas las
incógnitas y no responder a ninguna, disfrutando esa golpiza
unos instantes, lo que sucede, es que cada palabra abre ese
universo específico de cosas y ante cada frase dudamos un
poco si sumergirnos, explorarlo, o dejarlo ahí como otra cosa
huérfana del mundo, ¿ya? Entonces una dice en su poema que
dos muslos se mueven y chocan entre sí como si hubieran
inventado el trueno, a todas nos asombra su frase, hace eco
unos instantes en nuestras cabezas, pero luego sigue, ella,
¿ya?, y yo pienso en el trueno creador de dos muslos
chocándose y luego pienso en si es siquiera posible pensar en
el primer trueno, este es un eco de tu verso, creo, pero que se
aleja. Porque un trueno es imposible de inventar, ya está, tanto
está que nos sobrepasa en cada medida de sí mismo y la forma
en la que el trueno pone a vibrar las cosas no la vamos a poder
describir nunca, o el temor animal, feérico y desgarrado de
quienes hemos escuchado un trueno. Algo como presentir la
grandeza y la distancia que nos separa del trueno, tenerme un
poco en la silla, tomar otro sorbo de tinto mirando hacia la
pared, incapaz de ver hacia la ventana. Pero ella sigue con el
poema y luego otra más sale con un verso que dice: el
terremoto de su risa por toda la casa. Aquí el verso tampoco
se detiene, porque no puede, porque no es su afán detenerse,
aunque lo cante, en algo como un terremoto. Las proporciones
absurdas de un terremoto, toda la tierra quebrándose, los
árboles lanzando sus frutos lejos, los pájaros asustados
tratando de huir o de aterrizar en nuevas ramas, el estallido
del asfalto al quebrarse, las montañas de escombros que se
alzarían, la incomprensión total y absoluta de lo que significa
la tierra, existir en la tierra, en fin, un terremoto producido por
su risa. Nos miramos asombradas. Nuestras cabezas asienten,
sí, pero por inercia, por impotencia ante la imagen, no por
comprensión. Qué risa nerviosa me da que alguien lance otra
metáfora, de repente, ¿no? Por favor que ninguna diga que ha
visto a un dios en algo, que no ataje la profundidad del mar,
el olor de quién sabe qué bosques, la luz que se arremolina en
75
cada objeto para dejárnoslo ver, etcétera. En fin, todas
sabemos de este asombro, pero la inmovilidad nunca es una
opción real para la escritura, tampoco es una opción real para
el jodido verso, así que como dejamos huérfanas todas las
existencias que no tomamos, hermanamos también los vacíos:
sí, hay risas que brotan como de los centros de las tierras, sí,
vimos a un dios en una lámina de chocolatina o fue el futuro
o fue la suerte, sí hay tactos como campos solitarios, miradas
que nos devuelven y lo expresan todo a pesar de ser
inherentemente distintas, con esencias lejanas. Podemos
decir: los años de sangre, los gritos de colores selváticos.
Podemos decir: me recorres la piel, solicito tres minutos de
silencio. Podemos dejar de escribir también como protesta, en
cualquier caso nos movemos sinuosamente con cada palabra
a través de mundos abandonados. Eso es lo que sucede y es
verdaderamente asombroso que acontezca. Es mi turno de
recitar y me acerco al micrófono imaginario. Un sueño que
tuve con ellas:
Amigas
Rosamaría, Maria Gabriela, Gabriela y yo nos
sentamos en la biblioteca como nos sentaríamos en una
biblioteca cualquiera, a quién le importa esa metáfora,
¿cierto?, pero nos sentamos al fin y al cabo, en sillas, claro,
que hemos corrido antes, probablemente. Seguro que yo me
quito la chaqueta, Rosamaría deja a un lado su botilito antes
de apartar su silla, previsiva, Gabriela bota los audífonos en
el acolchado de la suya solo para tener que quitarlos de allí
luego también, reiterativa, Maria Gabriela nos ve hacer
mientras continúa con el chisme que viene trabajando, no se
sienta, espera, deja eso para cuando todas la podamos ver
sentarse, dueña de la palabra como está.
¿Qué más se puede decir? El sol entra bonito por entre
los cristales de la biblioteca, todo se ve muy del color de la
madera y los libros amontonados. Bueno, se puede decir otra
cosa: hay más personas alrededor, cada una haciendo lo suyo,
personas leyendo, personas durmiendo, personas haciendo
que escriben y viandantes incautas.
Y ya.
Rosa saca el gran caldero, negro, de cerámica, pesado,
que ocupa casi toda la mesa y al ponerlo cae el letrero de
plástico que pide leer en silencio. Su cara llena de arrugas
tiembla un poco del esfuerzo de haber levantado el caldero y
se humedece con los vapores que salen del mismo. Comienza
a revolverlo con una cuchara enorme, de palo, y a mascullar
palabras con su mandíbula prominente. Agrega a la mezcla el
empaque sucio de algo que nos hemos comido antes en la
76
cafetería. Sus entonaciones varían y la ventana de la biblioteca
se empaña poco a poco, filtrando el sol. Una viandante incauta
supondría que la forma en que se encorva la espalda de
Rosamaría, y su joroba prominente, implican varias cosas:
que le duele, que está haciendo mucho esfuerzo al revolver el
caldero, que años de prácticas cotidianas la han puesto en ese
estado, que está posando deliberadamente para dejar una
impresión, etcétera. Todas las suposiciones de la viandante
incauta son erróneas, pero le sirven para seguir su camino.
Gabriela, después de recoger los audífonos, dudar
nuevamente qué hacer con ellos y sentarse, se sacude el pelo
lo más sensualmente que puede… con su propio pelo. Es decir
que su pelo está compuesto de brazos, pues solo con un pelo
así semejante acción sería posible. Y los brazos son
electromecánicos, llenos de articulaciones, plegados sobre sí
mismos, zumbantes, sinuosos y amenazadores. Sin embargo,
Gabriela lo hace como si nada, toda bracitos ella, toda pelo,
y, casi flotando, aunque en realidad está agarrada de muchos
sitios, agrega a la mezcla del caldero una lagartija muerta y
un par de flores. Dice mecánicamente, como repitiendo un
protocolo de seguridad en desuso, que durante su inspección
de las alcantarillas encontró esos elementos apropiados para
la receta que estamos haciendo. Aquí la viandante incauta,
que no deja de ser una muy específica para estar andando por
las vías entre los corredores de la biblioteca y haberse
detenido ya una vez ante la espalda encorvada de Rosamaría,
supondría sobre el gesto de Gabriela lo siguiente: que tras la
pose previa de Rosa, ella tenía que, como obligada por los
estándares siempre cambiantes de la pose, acudir a otra cien
veces más complicada y sacudirse el pelo con su propio pelo;
que ahora que Gabriela se agarra de todo con sus pequeñas
manitos como pinzas va a ser imposible deshacerse de ella;
que seguramente en las alcantarillas podría haber encontrado
algo más apropiado, pues en qué estado se pueden encontrar
flores en una alcantarilla, y que así no tendría que justificarse
con ese tono de voz robótico, etcétera. Las suposiciones de la
viandante la hacen, por lo menos, una viandante entrometida.
Maria Gabriela se sienta por fin, todo su chisme se
vuelve cántico para el caldero, cruza una pierna sobre la otra.
La que tiene debajo la comienza a balancear de modo que se
balancea toda ella y, con cada balanceo, su pierna va
creciendo. Deja de estar sentada porque la silla le queda
pequeña y, eventualmente, toca el techo. Tiene que agacharse
para poder continuar las entonaciones y le escupe un poco al
caldero al hablar mientras con una mano se sostiene las gafas,
cuidando que no caigan. Rosamaría sigue revolviendo
77
implacable, enfurruñada, Gabriela sobrevuela los alrededores
inquisitiva, manoseadora y la viandante incauta continuaría
haciendo suposiciones como: que Maria Gabriela podría
balancearse menos y así dejar de crecer tanto; que ella misma,
la viandante, es importantísima porque, a fin de cuentas, las
competencias por la pose solo tendrían sentido si ella existiera
para juzgarlas; que las gafas de Maria Gabriela se le van a
empañar de todos modos y más le valdría arrojarlas al caldero,
etcétera. La viandante incauta no para de enaltecer su ego
condicional.
Yo trato de alcanzar el botilito de Rosa para beber
agua. En vez de alcanzarlo, lo tumbo y el agua se acerca
peligrosamente a un celular sobre la mesa. Entonces Gabriela,
siseando robótica, rescata el celular y me mira incrédula.
Siempre me pasa. El agua se extiende hasta gotear al piso.
Trato de buscar algo con qué secar en mi morral y empujo el
caldero que se tambalea gigantesco. Maria Gabriela trata de
hacerle mantener el equilibrio con su rodilla. Rosamaría
espolvorea especias sobre la mezcla con una maestría
admirable moviéndose en el mismo sentido en que el caldero
se tambalea. Revolviendo en mi maleta encuentro una
bufanda para secar el reguero, pero también una regla
metálica que tiene a bien caer al piso, junto al agua, y
retumbar en la biblioteca estruendosamente. La viandante
incauta se taparía los oídos y pensaría cosas como: que las
reglas metálicas suenen así al tocar al piso seguro no era uno
de los objetivos en mente al fabricarlas o que la mente que las
fabricó era malvada, que las demás personas ahora
abucheando ¡silencio! no son coherentes con el ruido que
emiten, que la bufanda mojada se va a pegar a mi cuello,
etcétera. La viandante incauta desaparece en el momento en
que, indignadas ante los abucheos, recogemos nuestras cosas,
las chaquetas, el caldero, los audífonos, los celulares, mi
botilito y bajamos tomadas de las manos por las escaleras de
la biblioteca hacia la salida.
78
Arte poética
para esta antología
79
Arte poética
Tal vez, lo primero que quiero escribir con respecto a la
antología onírica que hice son varias cosas primeras, pero la
linealidad aparente de este texto no da el espacio, así que van
en seis viñetas afanadas:
Esta reflexión se ubica después de todos los sueños,
así la querida lectora la lea antes. Los prólogos
verdaderos ya fueron escritos y posicionados
estratégicamente.
El proyecto se desarrolló cerca del 60%, y también se
terminó, en cuarentena mientras el mundo entero está-
estaba en una crisis similar y simultánea. Eso implica
varias cosas, por ejemplo, que se escribió a veces
desde la confusión y la frustración, o más bien se dejó
de escribir en esos momentos, pero que también
cambió su contenido y mi mirada al teclear.
Este texto es en realidad, por distractores que parezcan
el título y los cuatro subtítulos, una serie de
conclusiones obvias mezcladas con chisme en la
secuencia anárquica de una lista.
Las imágenes en el título son lo que llamarían de
archivo. Recortes de las libretas.
Este es el texto más largo de la antología.
Uno de los orígenes del proyecto fue el momento en
que terminé de ver una película de Richard Linklater
titulada Waking Life, hace poco más de un año, para
una clase de la universidad sobre el mundo onírico, su
representación e importancia relativamente nueva en
el mundo de las ciencias que hacen las personas con
bata.
Origen
Cuando leía fragmentos de uno de los textos para esa clase,
titulado La llave de los sueños, lo primero que pensé fue ¿qué
mierda de la nueva era pseudo-religiosa es esta? Me parecía
sorprendente que el Einstein del mundo de las matemáticas,
Alexander Grothendieck, se hubiera retirado del mundo en
una vejez temprana y después de veinte años hubiera escrito
80
algo así. Un genio matemático escribiendo acerca de sueños
y de Dios de la forma más mística. También era un poco
aburrido de leer, la verdad, con la expectativa que ya nos
habían creado. Sin embargo, ahora, escribo el siguiente
párrafo:
La película de Linklater, a partir de una rotoscopia
embriagadora, representa una serie de monólogos, algunos
son conversaciones, que un personaje que sueña presencia.
Los caracteriza la pasión y sinceridad de las respuestas que
dan sobre lo que es existir o el mundo o la percepción.
Recuerdo verla por primera vez en mi computador mientras
ya me había metido en las cobijas y quedarme mirando al
techo a la una de la mañana. La idea que me resonó más fue,
por supuesto, que los sueños, más que nada, son la realidad.
A partir de esa idea, me surgieron otras del siguiente estilo:
que la muerte imita al sueño y no al revés; que lo que distingue
la realidad del sueño, del recuerdo y de la imaginación es una
barrera difusa, fluctuante, distinta en cada persona y, por
demás, con la importancia relativa de cualquier arbitrariedad;
la exploración del mundo onírico, adquirir consciencia de su
importancia es, por tanto, aceptar genuinamente una unión
con lo que nos rodea y nos compone. Con esta última idea,
quiero decir que si se comprende el universo como en un
sueño, explorar las propias ensoñaciones honestamente,
entregándonos, es reconocernos parte del mundo,
desplegarnos por caminos insospechados que seguramente no
hemos tenido en cuenta.
En fin, después de ver la película, me decidí
definitivamente a comenzar un diario de sueños. Ya había
escrito algunos antes y el que aparece como Senderos de sal
es, de hecho, la reescritura de uno de mis primeros intentos
antes del diario, por eso está fechado con imprecisión. ¿Cómo
afectan esas consideraciones místicas mi proceso de
escritura? Lo afectan desde su concepción misma, porque
¿qué significaría escribir mientras se sueña? Eso reordena mi
acercamiento al artificio de la creación. Hacer cualquier cosa
dentro del sueño no significa, de ninguna manera, hacer algo
por fuera, no hay un afuera, no existe un control real sobre el
universo onírico, incluso en los estados de lucidez, acaso un
fluir, una breve dirección. Cosas como la objetividad o la
originalidad de las imágenes quedan lógicamente de lado.
Incluso la traducción que siempre implica la escritura (del
pensamiento a la letra, de la visión al símbolo, de la sensación
al texto) se torna en una expresión dirigida que salta del sueño
para volverse a zambullir dentro, una acción que requiere el
mismo esfuerzo que cualquier otra dentro del sueño. La
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primera conclusión obvia: las voces de los prólogos, las voces
de la antología y la voz de este texto reflexivo son, todas, mi
voz, mis voces. Los grados de artificialidad no implican
menos de mí en cada caso, sino que hablan de interacciones
con el mundo.
Con el tiempo, después de esa clase, alcancé a llenar
dos libretas de sueños y a recordarlos fácilmente varios días a
la semana. Practiqué mi escritura a mano pues los registraba
en sesiones somnolientas y continuas de veinte o treinta
minutos a las que mi cuerpo del nuevo milenio no estaba
acostumbrado. Comencé a anotar, al final de cada descripción
del sueño, frases cortas que se me ocurrían sobre lo que había
visto o cómo había despertado o qué canción me había
quedado sonando. Luego, comencé a dibujar los elementos
imprecisos que se me hacían más difíciles de describir o más
indelebles, eso me hizo volver a dibujar después de muchos
años, creo que desde que estaba en primaria. Siguiendo los
pasos de un texto sobre la lucidez que también leímos en esa
clase, anoté semejanzas en los sueños escritos y las registré.
La idea era que, resaltando con qué elementos repetitivos
soñaba, llamados llaves oníricas, podría reconocerlos
nuevamente en mitad de la ensoñación y adquirir consciencia
de ésta. No fue tan efectivo para la lucidez que buscaba, pues
la he logrado dos veces hasta ahora, a lo largo de casi dos
años. O por lo menos sólo he recordado esas dos veces, aquí
también surge un punto interesante y es que para hablar de la
lucidez, o de cualquier sueño en general, no sólo dependemos
de que suceda sino de que lo podamos recordar. Hay un
poema en la antología que describe el momento de mi primer
sueño lúcido. Fue un evento importante. Sigo buscando esa
conciencia en los sueños, pero ahora es más un objetivo
secundario, con recordarlos, experimentarlos y registrarlos
tengo suficiente.
Después, naturalmente, sentí que lo que había escrito
debía usarlo en algo y comencé con un poemario basado en
sueños para un taller de poesía que me satisfizo en su
momento. Cuando lo leo ahora no sé qué sentir. También se
me ocurrió que escribir únicamente en verso cuando no
escribía ensayos obligatorios era de una mediocridad extraña
y quise intentar con la prosa. No escribía cuentos o relatos o
nada similar hace años, me lo propuse y escribí un par de
sueños con un prólogo ficticio para el trabajo final de una
clase sobre literatura latinoamericana. De ese trabajo salió el
82
título revolucionario para esta antología (en medio del paro
nacional), así como su idea más general.
Organización
Las tres secciones en las que se divide la antología también
tienen su origen. Cuando propuse el proyecto me dijeron
varias veces, por distintos lados, y con mucha razón, que los
sueños son un tema muy amplio y arrojar una manotada de
ellos dentro de un documento en Word es un acto, por lo
menos, falto de integralidad. Tenía que buscar, antes de
comenzar siquiera a transcribir las libretas y, por lo tanto, de
escribir los sueños, una disposición de los textos dentro del
libro. Necesitaba categorías que fueran lo suficientemente
amplias para sentirme libre, porque si no, no escribiría, eso
siempre lo he sabido, pero esas categorías debían ayudarme a
leer con un objetivo más claro mis propias anotaciones. A la
final, mezclando forma y contenido tercamente, decidí que la
primera sección de la antología la conformarían textos en
prosa nacidos de mis pesadillas, mientras que la última, textos
en prosa nacidos de mis no pesadillas, y que la sección de la
mitad se dedicaría a explorar nuevamente lo onírico en los
versos, pero en poemas narrativos. Esas categorías
amplísimas me ayudaron a clasificar los sueños que quería
escribir y, como ya había planeado hacer un prólogo ficticio
siguiendo el trabajo anterior a este proyecto, me sugirieron la
maniobra satisfactoria de escribir tres prólogos distintos, uno
para cada sección.
Metodología
83
Con las libretas escritas a mano y las categorías definidas,
comencé por escanearlas ante la insistencia de mi padre y su
preocupación de que en cualquier momento las botara como
boto las billeteras o se mojaran en una lluvia, en un charco
citadino, o me las robaran en un operativo de alta inteligencia
gubernamental de los que son tan famosos estos días. Con las
páginas escaneadas en PDF, lo cierto es que pude transcribir
lo que había escrito con mucha más facilidad, no sólo porque
podía poner la imagen escaneada a un lado de la pantalla y al
otro lado la hoja en blanco de Word, sino porque podía hacer
zoom in y ver más de lo que mi ojo veía normalmente cuando
me pegaba las libretas a la cara.
El siguiente paso, entonces, fue la transcripción, por
supuesto. En esto, tengo que aprovechar para escribir sobre
algo así como la traducción interminable y tortuosa que
significó en un principio este proyecto con los sueños. Me
explico, en el cambio de medio constante del sueño siempre
sentí que dejaba de lado cosas, elementos que no podía
arrastrar todo el camino (del sueño al recuento mental con los
ojos cerrados una vez despertaba, luego a la anotación
manuscrita, al garabato, a la transcripción e incluso luego
hacia el relato). Sentía que no les lograba dar el tratamiento
que se merecían, la descripción justa. Cientos de cosas que
quedaban, y tal vez quedarán por siempre, entre lo inefable.
El ejemplo más práctico de esto está en la transcripción: desde
palabras o frases que, por más que les hiciera zoom, no
lograba leer, hasta frases legibles pero sin sentido alguno en
el momento de transcribirlas, énfasis de mayúsculas
sostenidas o subrayados que mi yo recién despertado trataba
de comunicar afanosamente y ya no entendía. La cantidad de
elementos que sentí que estaba perdiendo hicieron que
considerara el proyecto como un esfuerzo vano y siempre
usurpado de sus contenidos por los buitres oníricos que lo
guardan todo celosamente.
Después, revisé las transcripciones y busqué voces
para relatar el mundo específico de cada sueño. Acabé
jugando y eligiendo al azar muchas, rehaciéndolas cuando no
me gustaban, pero escribiendo, al fin, las primeras versiones
de los sueños. Aquí lo de la traducción se intensificaba con
sensaciones que quería transmitir, de las cuales lograba
agarrar apenas un hilo de humo (aunque después de la
cuarentena esa dificultad cambió. Entre otras películas, volví
a ver Waking Life. Volví a las ideas ya mencionadas arriba:
dejé de ver el procedimiento como si arrastrara elementos a
través de dimensiones en un esfuerzo absurdo, y solamente
comencé a escribir. Escribir como una forma de continuar
84
soñando. Me di cuenta de que estaba buscando seguir
lealtades pendejas cuando ya era libre y el sueño seguiría
siendo el sueño así fuera una sola palabra ininteligible. Si no
entendía frases, me las inventaba, si no me pegaba la regalada
gana de poner el último elemento del sueño, no lo ponía, me
dejé guiar mucho más por las voces, los tonos que iban
surgiendo y lo que, de repente, me daba risa).
Paralelamente, me decidí por llevar a cabo otra de las
propuestas de escritura que me carcomían que, más allá de su
novedad relativa me suponía un reto deseado: usar el lenguaje
inclusivo en el texto creativo como una herramienta común y
de exploración artística. Elegí el universal femenino que ya
había comenzado a practicar en el habla hace meses con mis
amistades y amores, pues sentía más seguridad para usarlo.
Sin embargo, también lo elegí porque es el más sencillo para
escribir los textos y mantener la claridad. Quedo con ganas de
arriesgar más con los géneros gramaticales, no puedo evitar
el menosprecio y calificar mi intento aquí de facilista o de
apresurado sabiendo lo que pude haber trasgredido, pero
bueno, no es nada más que el principio, me digo.
Tras el inicio de la cuarentena, puedo decir que
sucedió algo como un segundo origen del texto. Vine a la casa
donde viven mis padres en el campo, por lo que yo creía que
iba a ser la semana de receso de la universidad, y ahora no he
vuelto a salir siquiera al camino veredal en casi 60 días. No
quise escribir, ni escribí, nada relacionado con la antología
por casi tres semanas. Me parecía injusto tener que cumplirle
a la universidad con la entrega de un documento para su
calificación mientras la gente se moría afuera o era separada
de sus familias o mi propia familia corría riesgos absurdos.
No sólo eso, sino que sentí que mi proyecto no tenía sentido
ya, o, por lo menos, no se lo encontraba. La verdad es que la
injusticia sigue y el absurdo del mundo muriendo alrededor
no sólo continúa, sino que siempre ha estado. Hacer o no este
texto no lo cambia. Sin embargo, después de las tres semanas
de rabia y angustia volví a soñar cosas que no podía menos
que anotar en otra libreta que encuadernó mi madre con hojas
de papel bond que encontró en la casa. Sentí que sólo esos
textos nuevos valían la pena, hablaban, desde el inconsciente,
de lo que estaba pasando, adquirían sentido. Cambié el
proceso que llevaba, dejé las libretas escaneadas de lado, y
usé esos nuevos sueños para continuar con el proyecto, que,
por cuestiones de numerología que se me escapan, también
fueron siete, como los sueños de cada sección. Son los que
aparecen fechados desde el final de marzo del 2020 en
adelante.
85
Otra cosa que comenzó después de la cuarentena
fueron los dibujos al final de cada sueño, a pesar de que ya
existían sus primeras versiones en los archivos escaneados.
Al principio del proyecto sentí que eran meramente apoyos
para la descripción que no lograba y, además, pensaba que
mis habilidades para el dibujo eran nulas. Mis habilidades
siguen siendo precarias, pero luego de llevar a cabo durante
la cuarentena un reto de imitaciones de obras de arte con mi
mano no dominante por casi un mes, concluí otra obviedad:
que los dibujos proporcionan nuevos matices de lectura y que
a veces provocan giros narrativos bellos, contribuyen al tono
en su propia manera particular, y, para mí, significan explorar
más formas de contar algo, así que los dejé. De hecho,
inesperadamente, algunos me obligaron a reajustar el
contenido de los sueños. No sólo los dejé, los volví a hacer
tras cada sueño una y otra vez hasta encontrar los que más me
satisficieron, los repasé en esfero, les tomé foto y ahí están.
Me hacen sonreír.
Un elemento que sufrió del antes y el después de la
cuarentena fueron las lecturas que estaba haciendo para
buscar inspiración. Además de las reflexiones de
Grothendieck y el libro de sueños lúcidos, también encontré
una recopilación de sueños escritos por Walter Benjamin a lo
largo de sus obras. Lo cierto es que no me gustaron tanto, me
parece que les falta emoción. También, al principio de este
proyecto, leí un impactante libro de cuentos de Mario Levrero
titulado La máquina de pensar en Gladys, en donde me
encontré con un universo tan divertido y lleno de lo que
prefiero nombrar como escritura onírica, que tuve cierta
nostalgia imaginaria de no haber conocido en persona al
autor, muerto hace tan poco, y haberlo abrazado o al menos
habérmele reído en la cara. Lo que sentí se agrandó cuando
supe que incluso había trabajado en la elaboración de un
videojuego. Qué gonorrea, pensé. Ahora estoy leyendo dos
novelas muy cortas suyas, La banda del Ciempiés y Nick
Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo
agonizo, me hacen reír a carcajadas y creo que le guardo a
Levrero también un rencor sano, una envidia, lágrimas. En
fin, antes del encierro, también encontré un PDF con los
Ejercicios de estilo de Queneau que leí entretenidamente y me
impulsaron a tratar de escribir con más riesgo, si bien creo
que soy todavía completamente tradicional. Traté de leer un
ejemplar del Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio
Fernández que saqué de la biblioteca. Fue una recomendación
que me hicieron por aquello de la prologuística ficcional, sin
embargo, su lectura en Transmilenio fue difícil y,
86
zarandeándome, no pasé de las primeras cincuenta páginas.
Ahora el libro me mira con indignación, no lo he vuelto a
abrir, de hecho, no lo he podido devolver a la biblioteca desde
que el virus se infiltró en las calles bogotanas, y alcancé a
acumular una multa que fue creciendo con los días hasta que
mi madre llamó a la universidad desesperada y me
extendieron la devolución. En cambio, sí leí Vacío perfecto,
de Stanislaw Lem que es un tomo de prólogos a libros de
ciencia ficción imaginados lleno de humor, de prologuistas
atascadas en sus propias lecturas, en contextos futuristas para
el arte y la investigación, muy entretenido. Por mi cuenta,
también encontré distintos web cómics bastante inspiradores,
sobre todo cuando del retrato de mundos distintos se busca,
en especial, uno titulado Witchy de Ariel Ries.
En la cuarentena, retomé las lecturas en voz alta para
mis padres, también tras años de no hacerlo, desde que estaba
en el colegio, sin ninguna intención de que tuvieran algo que
ver con la antología. Así, leímos La peste de Camus y luego
De sobremesa, de Silva. De ambos saqué algo como la calma
y cierta dignidad ridiculizada en el acto de la escritura.
Cuando decidí volver a escribir los sueños y ante la eternidad
aparente de este encierro, nos embarcamos en la lectura de
Las mil y una noches. Me sonaron tanto las transformaciones
que practican las hechiceras susurrando palabras a cuencos de
agua, que en eso me basé para la transformación en Figuras
dibujadas con la lengua. También comencé por mi cuenta a
leer manga seriamente, buscando en la literatura ilustrada
cosas indefinidas, apenas he leído uno completo: Dorohedoro
de Q Hayashida y me sorprende la elaboración de un mundo
absurdo donde la violencia es tan cotidiana como comer pan,
que de hecho se practica a la vez. Todas las lecturas han
afectado mi escritura, algunas con efectos más directos y mi
punto aquí no es listar algo de lo leído por alarde, sino
ejemplificar pobremente la siguiente obviedad con mi propia
experiencia: que los escritos beben del arte consumida como
en un metabolismo estético y misterioso.
Faltando un mes para la entrega del texto final,
organicé un cronograma día a día que he procurado seguir con
la mayor fidelidad de la que soy capaz: llevo acumulados dos
días de retraso. La organización me ha hecho escribir por
rutina y con horario, algo que no había practicado en toda la
carrera, sólo que no sé si es algo de lo que debería
enorgullecerme. Esa organización también me ha llevado a
escribir distintas listas de acciones paralelas al trabajo, listas
de música y listas de películas. Para las películas, acabé
armando casi cada noche, junto a mis padres, un cine foro de
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los sueños en el que las discutimos. Hemos visto dos de
Yorgos Lanthimos, donde los diálogos y las reglas del mundo
siempre están extrañadas. Una de Buñuel, de sueños
encapsulados unos en otros, Yume de Kurosawa, la última de
Kubrick, Blow Up, una delirante animación de Satoshi Kon
titulada Memories, incluso la primera en la que sale Freddy
Krueger, Monsters Inc y muchas más. Resulta que un mes de
películas de a una por noche, es, en realidad, un montón de
cine que se va enredando en la memoria al recordarlo. Tal vez,
como proceso, también me ha inspirado la dificultad que
representa encontrar esas películas en internet sin tener que
comprarlas, luego dejarlas descargando durante la
madrugada, que es cuando el internet en el campo mejora,
después descargar también sus subtítulos, verificar que
sirvan, observar las bocas de las actrices y sincronizar que sus
labios encajen con lo que dicen escogiendo escenas al azar y,
finalmente, procurar que la traducción no sea demasiado
mediocre. Resulta que el mundo de los archivos de subtítulos
en internet está nutrido por fans de las mismas películas que
no reciben ningún pago. Conclusión obvia: el eterno
problema del arrastre de imágenes en distintos medios ataca
desde todas las esquinas.
Sobre la corrección en sí misma de los sueños y en la
que todavía hoy continúo… en este punto, por supuesto, ya
no siento nada. Por un lado, he concluido que la labor de la
corrección es mucho más agradecida, pues no implica
exprimir mi cerebro de la misma manera que para crear con
la página en blanco. Por otro lado, al momento de escribirlos
y de encontrar las voces sentía una inspiración eufórica (es
necesario recordarle aquí a la querida lectora el origen, lejano
ya, de cada sueño en su escritura a mano, a medio dormir, un
momento en el que cada garabato escrito parecía estar
imbuido de significados arrebatados al olvido), pero a la
segunda revisión encontré con cierta emoción las primeras
incoherencias y las complementé como pude con distintas
formas de transmitir las sensaciones e incluso con nuevas
escenas. Después de la cuarta revisión sigo encontrando
elementos incoherentes, pero ya no siento nada, no sé lo que
es el texto por fuera y el texto dentro de mi cabeza, incluso al
leerlo en voz alta. Las historias, las anécdotas, las formas de
contar son como ver llover y me distraigo pensando en otras
cosas que quiero escribir. Necesito alejarme. Es por eso que
agradezco profundamente a las personas que me han leído y
ayudado a encontrar en el mismo mar aspectos nuevos para
pensar y reescribir, a mis compañeras en el seminario, a
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Fernanda, a Francia, a mi mamá, a mi papá que es el corrector
de estilo que más admiro, a un muchacho virtual que me
enamora y a todas las lectoras de estos sueños mientras se han
ido escribiendo, sin sus lecturas, no sé qué clase de texto
mediocre sería este. Lo anterior, me hace concluir la siguiente
obviedad: todo texto es una construcción colectiva, llena de
autoras anónimas o apenas mencionadas en los
agradecimientos.
Con respecto a la música, que fue otra de las listas que
hice, la escuché mientras corregía para sumergirme en el tono
que consideraba similar al de cada sueño. Esa música aparece
a veces nombrada. El sueño de la araña gigante habla de
géneros como el country y el bluegrass y el de las ladronas
del drumm & bass. En realidad, escuché muchas más listas de
reproducción: la banda sonora de El padrino para el sueño de
la cena familiar, la banda sonora distópica de Waterworld
para Flores de celuloide, un jazz inquietante y medio noir
para el sueño del Zastava e incluso una canción de tektonik
titulada A cause des garcon para el sueño de la serpiente (me
río mientras escribo esto, el género musical inmortalizado por
la tribu urbana de los floggers a la cual nunca pude pertenecer
viviendo en el campo). Ha sido divertidísimo escuchar música
mientras escribo y esperar que eso forme conexiones en el
estilo y las escenas. Para el arte poética, comencé con música
clásica relacionada al danse macabre pues así se siente
escribir al final, después de tanto, sin sentir los pies o las
manos, pasé por una lista de música de piratas porque explicar
mi propio texto no es nada menos que arrojar botellas vacías
de ron al mar, luego a la banda sonora de Age of Empires II,
que siempre me dio la impresión del paso del tiempo y de la
aventura hacia lo desconocido que implica cualquier
construcción, y ahora escucho la banda sonora de los
diferentes juegos de DOOM, que son acerca de un soldado
que anda por el infierno destrozando las tripas de los
demonios. Le pido a la lectora que concluya esta última
relación. Va una pista: sí, es metal en su mayor parte.
Sobre los prólogos, qué se puede decir. Siempre son
ficción. Mientras corregía el de la entrevista a Laura escuché
Pina Colada Song y mientras corregía el de Matalina tecleaba
al ritmo de una lista de canciones himno de la URSS. Para el
otro prólogo no escuché nada, o nada que recuerde. En un
principio, surgieron como mi propia exploración del género
literario al que en realidad todo prólogo pertenece, y que
juega siempre a cambiar la lectura de los textos que anticipa,
por aburridos que sean. En la divagación para encontrar las
voces, terminé topándome con que quería que estuvieran
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basadas en mis propias amistades. Cada voz es la de una
amistad querida, y de hecho me hacen falta prólogos para
tantas amistades que admiro. No sólo su escritura se volvió
divertida, sino que me ayudó a pensar la antología desde
nuevos puntos de vista y a englobar cada sueño en su
respectiva sección.
Un factor importante que me ha ayudado a escribir, y
a vivir, ha sido mi propia casa en el campo. Mientras me baño
en una alberca helada que tenemos se me ocurren temas para
los textos. Lo mismo y repentinamente, cuando salgo a
acariciar las panzas de las bestias que guardan esta tierra,
mientras mato cucarachas en las noches, mientras lucho por
salvar pájaros que las gatas traen en sus fauces dentro de la
casa u observo la diversidad absurda de seres alados de los
tamaños más diminutos que pasean por el aire lentamente,
tiernamente, etcétera. Sin este espacio y su cotidianidad, el
texto tampoco sería.
Las propuestas de mis compañeras en el seminario
también influenciaron mi escritura, leerlas conforme se
materializaban no sólo impulsó mi propia voluntad de
escribir, sino que rescaté de algunas el humor que poco a poco
impregnó varios de mis sueños, la presencia de la tecnología,
la nostalgia. Aprovecho este párrafo también para escribir
sobre los elementos que cualquier lectura podría identificar
como recurrentes en mis sueños, por ejemplo, las matas de
plátano, el interior de los carros, o las configuraciones
familiares. Una crítica chismosa o biográfica podría
relacionar esos elementos con la finca en la que he vivido gran
parte de mi vida, sembrada siempre de plátanos, pero también
de otra infinidad de plantas que no aparecen escritas, con los
cientos de viajes en carro que hice para ir al colegio en la
ciudad, todos los días entre semana, durante once años, y
concluir que Simón es mi hermano menor, mi madre es mi
madre y, de hecho, una buena cantidad de personajes son
conocidos por mí. Con esa crítica no tendría ningún problema,
sin embargo, me atormentan siempre los análisis
psicoanalíticos mediocres sobre los sueños, así que aclaro lo
siguiente. En primer lugar, los sueños de la antología son
textos significativamente alterados que tienen las
ensoñaciones como base, nada más, nada menos, si los sigo
llamando sueños es también porque determinar si son cuentos
o relatos o poemas en prosa no me interesa. En segundo lugar,
los muchos sueños que quedaron por fuera, en las libretas
escaneadas, contienen elementos distintos, que no tienen que
ver con plátanos o carros o familias, de modo que el texto es,
primordialmente, una selección mía sobre un material
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abundante bajo criterios como el azar y el interés: bajaba
rápidamente el archivo hasta ir varias páginas adelante,
trataba de descifrar mi manuscrito, si me llamaba la atención,
lo transcribía, si se me ocurría alguna forma de
ficccionalizarlo, entonces trataba, si era efectiva esa
ficcionalización, sólo entonces llegaba el texto al documento
final.
Hay ciertos elementos, a los que guardo respeto, que
resistieron el viaje de la ensoñación al texto, casi sin la mácula
de la ficción y los voy a nombrar, pues son muy pocos, o
recuerdo muy pocos, a manera de reconocimiento honorífico
en la carrera de las palabras: el título de Aqua Floris se
transcribió tal cual, al igual que con En la librería y La sala
de los juegos; la primera frase de cada párrafo en Pandemia
también, lo mismo con las dos primeras frases de Atenuación.
Aunque un poco afectados también se les reconoce el
esfuerzo a los prototítulos de Las Cortes de la Muerte y
Nuestra vorágine, y a una frase final de Té de hierbas.
Felicitaciones a estas palabras, claves del sueño
trascendentes.
La batalla contra la pereza y la angustia no va a
terminar nunca y, aunque haber escrito este proyecto se siente
como una victoria contra mis propias expectativas, como
esquivar las torres amenazantes que se alzaron con la
pandemia, siento que la verdadera victoria no existe, que las
luchas son continuas, van hasta la muerte, y tal vez sigan
después, cuando nuevas torres se alcen. De todos modos, me
enorgullezco del texto que entrego, de lo que representa para
mí acercarme al grado después de tanta desilusión.
Conclusión
Me gustaría acercarme al final de la distracción tan grande de
esta arte poética con otro dato relativo al chisme, pero
también al registro, con algo que podré leer dentro de muchos
años. Al comenzar el proyecto, estaba terminando una tusa
grandiosa que me inundaba de tristezas y que, a falta de
impulsarme a hacer ejercicio, me dio la voluntad para anotar
con juicio los sueños y luego escanearlos. Sin embargo, la
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tristeza ya no me mueve, o no esa, pero el amor persiste. Las
reflexiones que no anoto aquí sobre lo que ha significado
demostrar afecto en la distancia y con una mala conexión a
internet, han vertido en las últimas correcciones de los textos
algo como una certeza mayor en la ficción y en lo onírico, los
mensajes telegráficos de WhatsApp se hacen más poéticos y
los audios mejor interpretados. Algo como una caja de Petri
con el ambiente bacteriológico perfecto para que crezca la fe.
Me gustaría terminar con una frase que retomara la
importancia de los sueños al mejor estilo de Grothendieck,
algo como la frase inicial de Waking Life que es: Dream is
destiny. También me gustaría terminar con una frase que
explicitara la ironía de la escritura, del rumor interminable
que es. ¡Algo!, algo que diera cuenta del final. Podría ser una
frase del estilo de las familias evangelizadoras que reconocen
el valor de las palabras dichas en voz alta con decisión, sus
manos enredadas en camándulas: en nombre de
cristotodopoderoso decreto este proyecto descontinuado, o
tal vez una relativa a la icónica frase de nuestro general del
ejército lucharé hasta que la última palabra sea dicha, patria,
honor, lealtad, etc., pero bueno, no la encuentro, no la logro,
de pronto en el siguiente libro.
Camacho, A. 22 de junio del 2020, Mirapalcielo.