Post on 24-Sep-2015
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La reflexivit ou lanalyse de donnes. Trois anthropologues de terrain.
Rosana Guber (IDES-CONICET)
Diana Milstein (COMAHUE-IDES)
Lidia Schiavoni (UNAM MISIONES)
La reflexividad es ya parte del bagaje con que las ciencias sociales y particularmente la
antropologa social en la Argentina, incorporan la figura del investigadorsu perfil ciudadano, sus prenociones y su adscripcin acadmicaal desarrollo del trabajo emprico. Sin embargo, el uso de este concepto suele limitarse a detallar sus vivencias en el campo.
En estas pginas tres antroplogas argentinas muestran que el anlisis de esas vivencias es
el primer indicio acerca de cmo los investigadores efectuamos el pasaje de nuestra propia
reflexividad hacia la comprensin de la reflexividad de los sujetos de estudio. Las autoras
presentan un episodio de sus trabajos de campo en el mbito escolar, en los relatos de
abusos sexuales en la temprana adolescencia, y en las memorias familiares de un hermano
desaparecido en una misin blica.
Mots cls: ethnographie Argentine, reflexivit, femmes anthropologues, coles, Malouines,
abuso sexual.
Rosana Guber, Ph.D. Johns Hopkins University, rechercheuse CONICET (Consejo
Nacional de Investigaciones Cientficas y Tecnolgicas) et IDES (Instituto de Desarrollo
Econmico y Social). Champs dintret: memoire sociale, guerre de Malouines (1982), militaires et histoire de lanthropologie Argentine. Professeur de methodologie ethnographique trois coles superieures danthropologie, et autheur de El salvaje metropolitano (2004), Etnografa. Mtodo, campo y reflexividad (2011) et La articulacin
etnogrfica (2012).
Diana Milstein, Ph.D. lUniversidade de Brasilia, Brsil, rechercheuse et professeur la Facult d'ducation lUniversit Nationale de COMAHUE. Champs dintret: ethnographie ducative, politique et scolaire; ethnographie avec et des enfants, et
l'ducation artistique. Professeure de methodologie ethnographique lcole Superieur de la Sant Publique, et autheure de La escuela en el cuerpo (1999), Higiene, autoridad y
escuela (2003), La nacin en la escuela (2009) et editeur de Encuentros etnogrficos con
nios y adolescentes (2011).
Lidia Schiavoni Magister de la Universidad Nacional de Entre Ros, investigadora y
profesora en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional
de Misiones. Campos de inters: relaciones de gnero, sexualidad y violencia en contextos
de pobreza. Profesora de cursos de especializacin en Familia y Derechos Humanos
(FHyCS-UNaM) y en Investigacin Educativa (FCEQyN-UNaM). Autora de Pesadas
cargas, frgiles pasos (1993) y compiladora con M. Barone de Efectos de las polticas de
ajuste en la dcada del 90 (2005).
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La etnografa acadmica moderna, en su triple acepcin de enfoque, mtodo y
gnero textual, comenz a desarrollarse en la Argentina a fines de los 1960 con la
antropologa social. Su objeto de estudio, la sociedad nacional integrada por diversos
conjuntos tnicos, econmicos y polticos, fue encarado por jvenes argentinos, algunos
procedentes de postgrados en social anthropology en academias metropolitanas. Su
principal herramienta era el trabajo de campo malinowskiano intensivo y prolongado que,
junto a la arqueologa, la etnologa, el folklore y la sociologa moderna, revelaron una
Argentina ms compleja que la imaginada por sus estadistas desde mediados del siglo XIX,
como la Nacin europea y civilizada de la Amrica del Sur (Briones y Guber 2008).
Basado en el capitalismo colono (settlers capitalism), el pas ingres al mercado
mundial con cereales de clima templado y carne vacuna de primera calidad, marginando la
alteridad de las comunidades aborgenes sobrevivientes de las campaas blicas del Estado,
y de los descendientes de esclavos africanos, en favor de la homogeneidad cultural y
educativa, la industrializacin vinculada al agro, la urbanizacin y la masiva inmigracin
ultramarina. Pero ni la temprana escolarizacin obligatoria, pblica y laica, ni la
conscripcin militar1 anularon las diferencias regionales, tnicas y lingsticas. A ello se
sum desde 1930 un turbulento proceso poltico que estableci dualismos excluyentes que
afectaron a toda la sociedad argentina y tambin al campo acadmico, discontinuando la
presencia de la antropologa social en las instituciones universitarias entre 1974 y 1983i, y
desalentando el trabajo de campo en zonas no indgenas.
El ingreso del concepto reflexividad a la investigacin social en la Argentina,
fue parte del retorno del estudio antropolgico de las sociedades complejas al mbito
universitario, y de la recuperacin de algunos planteos de los 60-70 que ya haban puesto
en cuestin la objetividad positivista (Hermitte 1968/2002) y la neutralidad del
investigador (Vessuri 1973, Menndez 1970). En los 80, antroplogos argentinos que
integraban la Red Latinoamericana de Investigaciones Cualitativas de la Realidad Escolar
1 Acompaando el proceso de organizacin y consolidacin del Estado nacin en la Argentina a fines del
siglo XIX se crearon instituciones centralizadas como la escuela pblica y el ejrcito. La ley de obligatoriedad
de la escuela primaria pblica, laica y gratuita, se sancion en 1884. El servicio militar obligatorio fue
instaurado en 1896 para los varones nativos de veinte aos. Ambas leyes fueron derogadas a mediados de
1990; la obligatoriedad de la enseanza se extendi al secundario y el servicio militar obligatorio fue
suspendido en 1994.
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(RINCUARE) empezaron a hablar de reflexividad, estimulados por los debates de la
etnografa educativa anglosajona (M.Hammersley, P.Atkinson, en Rockwell 1980/1986).
Retomando estas lneas, un texto antropolgico de la nueva poca (Guber
1991/2004) aplicaba la nocin etnometodolgica de reflexividad como condicin de la
vida social, a la comprensin del trabajo de campo. La reflexividad supone que las
actividades realizadas para producir y manejar las situaciones de la vida cotidiana son
idnticas a los procedimientos empleados para describirlas (comprenderlas, comunicarlas).
Un enunciado transmite informacin y tambin crea el contexto en el cual esa informacin
puede cobrar sentido. As, los sujetos producen la racionalidad de sus acciones y
transforman la vida social en una realidad coherente y comprensible. Las reflexividades que
se encuentran en el campo no pueden ser convergentes, porque el investigador carece de la
formacin necesaria para interpretar adecuadamente qu significa lo que ve y escucha, y lo
que l mismo dice y hace para sus nuevos interlocutores. No se trata slo de explicitar, por
ejemplo, el gnero del investigador, sino de comprender qu modalidades e implicancias
adopta el gnero en esa situacin de campo ante esa poblacin. El trabajo de campo
etnogrfico consiste, pues, en un trnsito controlado y cada vez ms explcito desde la
reflexividad socio-culturalmente determinada del investigador a la de la poblacin en
cuestin. La inclusin manifiesta de la persona del investigador en la obtencin y
elaboracin de sus materiales es imprescindible para entender el proceso de produccin
de datos (Guber 1995, Guebel & Zuleta 1995) y para sustentar la argumentacin textual
(Fasano 2006, Gandulfo 2007, Milstein 2007, Quirs 2006, Vargas 2005, Zapata 2005,
entre otros).
En estas pginas tres antroplogas con distintas reas de inters y trayectorias
acadmicas, exponemos situaciones vividas en el campo con el fin de analizar las
reflexividades propias y de nuestros sujetos de estudio. Con ms de dos dcadas en estas
temticas, hemos crecido con ellas como profesionales y como personas. Diana Milstein se
refiere al extrao hallazgo de una directora de escuela primaria pblica, en una localidad
del Gran Buenos Aires que naci con la industria y en 2004 sobreviva con planes sociales
del gobierno. Lidia Schiavoni analiza cmo su conversacin con dos promotoras en un
centro de salud de Posadas, Misiones, exhum experiencias tabuadas de violencia familiar.
Rosana Guber analiza cmo la hermana de un piloto desaparecido en el conflicto anglo-
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argentino por las Islas Malvinas en 1982, le ense sobre los dilemas que nos impone a los
acadmicos, la organizacin universitaria.
1. Diana, Bety y la bandera del Belgrano.
Estaba empezando mi trabajo de campo en el 2004, buscando comprender la
percepcin colectiva de desprestigio, fragmentacin y desestructuracin de las escuelas
primarias pblicas. Pretenda radicar mi nueva investigacin en una zona particularmente
castigada por las polticas econmicas y educativas de la dcada del 90, la zona sur del
Conurbano Bonaerense que rene aproximadamente 10% de la poblacin nacional. Una
maana de abril me present a la escuela N 40 de Villa La Florida en el partido de
Quilmes, para conversar con Bety, su directora. Nos puso en contacto una amiga docente
que la conoca haca 20 aos por su militancia gremial en la Confederacin de Trabajadores
de la Educacin de la Repblica Argentina (CTERA). Quera contarle sobre mi proyecto y
que me ayudara a encontrar una escuela para hacer trabajo de campo, pero las formalidades
dieron paso a la cercana y a la afinidad. Nuestro dilogo se fue poblando de historias de
distintas pocas y lugares, las mas en escuelas de Ro Negro entre 1980 y 2002 y las suyas
en Quilmes desde haca 30 aos. Tambin repasamos nuestra militancia poltica
universitaria en los 70 y en gremios docentes en los 80. De sus relatos Bety destac, por
el tono y el detalle, la historia de lo que denomin utilizando una expresin que yo oira de
ah en ms en la escuelala bandera del Belgrano. Esta expresin daba por
sobreentendido que se trataba de la bandera del Crucero ARA Gral Belgrano, hundido por
Gran Bretaa en el conflicto anglo-argentino por las Islas Malvinas
En 1987 Bety gan un concurso como directora titular de la 40. En su primer mes
de trabajo encontr en la Secretara una bolsa con un trapo y dos banderines. Advirti, al
sacarlo, que se trataba de una bandera argentina distinta de las que suelen usarse en las
escuelas: era una bandera de guerra de la Nacin Argentina de gran tamao, con sus tres
franjas horizontales celeste-blanca-celeste y el sol en el centro. Una antigua maestra del
establecimiento le explic que entre 1983 y 1984 la haba entregado un ex soldado que
haba sobrevivido al hecho blico.
Cuando el barco se hunda y los gomones se acercaban para salvar a los
sobrevivientesii levant la cabeza, mir y vio una de las banderas de los costados,
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una de las ms grandes que tena el barco. En ese momento, pens que el barco se
hunda y la bandera tambin, junto con el barco. Entonces corri, se envolvi la
bandera en el cuerpo, arranc los dos banderines y despus se tir al gomn (Bety
2004).
El archivo escolar deba contar con el acta de recepcin de la bandera pero nadie la haba
visto; tampoco se saba quin era aquel ex soldado. Bety resolvi designarlo hroe
annimo por su determinacin y valenta: se haba arriesgado a salvar la bandera de su
hundimiento con el buque, y la haba entregado a una escuela en vez de a su dueo original,
la Armada (Milstein 2009, 91).
Al da siguiente al comentarle de la bandera, Rosa, una auxiliar de limpieza con
muchos aos all, me dijo: -Y no sabe lo que va a ser cuando la vea!, y se entusiasm
contando cmo les gustaba llevarla desplegada entre nueve chicos (en vez de un
abanderado portndola en un pequeo mstil como es habitual). Me explic que todos
saban que haba que cuidarla porque Bety aprovechaba cada acto para recordarle al pblico
de dnde proceda. Desde entonces otras personas de la escuela y el vecindario me fueron
confirmando su admiracin por la bandera del Belgrano con alguna apreciacin personal.
Bety haba invertido cierto trabajo para lograr tamao consenso. En la ceremonia
del dcimo aniversario del desembarco argentino en las Malvinas, el 2 de abril de 1982,
convoc a un acto en la plaza del barrio y design como padrinos de la escuela a la
Asociacin de Veteranos de Guerra de Quilmes. En la foto del acto que exhibe en su
escritorio se ve una nutrida concurrencia con banderas argentinas de las escuelas
participantes (sostenidas por los alumnos), de la Asociacin de Bomberos Voluntarios y de
los Veteranos de Malvinas (sostenidas por hombres) y la bandera del Belgrano con sus
nueve portadores. Alrededor estn los nios de la escuela, los hombres de las instituciones
invitadas, y dos mujeres, Bety y Lidia, la secretaria del sindicato de maestros de Quilmes,
SUTEBAiii
. Al ver algunos veteranos con uniforme militar, le pregunt algo descolocada:
-Qu grupo de Veteranos?
-Veteranos de Malvinas. Es un grupo que se llama Veteranos de Malvinas y que
comprende a civiles y a militares. Ac estn todos juntos cuando sacamos la foto,
todos los que vinieron, toda la plana mayor. Y vos ves que algunos tienen uniforme
y otros no. Porque algunos despus de lo que pas no quieren saber nada con la
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Armada, y entonces ellos van de civil. Ellos vinieron de abajo y no quieren saber
nada. Y algunos todava tienen el uniforme. Entonces los veteranos de Malvinas
seran todas las personas que tuvieron algo que ver con estar en Malvinas o hacer la
parte logstica desde tierra, sean civiles o militares.
Ante mi silencio, Bety justific que stos eran militares jugados, comprometidos, que se
arriesgaron y pusieron el cuerpo; no haban rehuido el combate, como lo haban hecho
otros.
El ensamble de Bety y su bandera segua complicando mis esfuerzos clasificatorios.
Le produca mucha emocin recordar que esta bandera encabez protestas contra el cierre
de fbricas en Villa La Florida y en defensa de la educacin pblica en Quilmes. Y siempre
era como que nos protega.
Corra el 2002 y la 40 fue invitada al acto por los veinte aos de la recuperacin
argentina de las Islas, en la ciudad de Quilmes. Bety estaba nerviosa porque su bandera
podra ser reclamada por las instituciones armadas. La 40, otras escuelas y los vecinos
quilmeos se reunieron esa maana con la banda de msica de la Marina, varios de sus
oficiales, y altos jefes de las tres Fuerzas Armadas. All consagraron a la escuela de Bety
como poseedora oficial de la bandera del Belgrano. Ella se senta triunfal.
Con toda perplejidad trat de entender los denodados esfuerzos de Bety por
promover un smbolo nacional de ascendencia militar que haba participado de una derrota
blica protagonizada por fuerzas armadas extremadamente impopulares al frente de un
rgimen dictatorial marcado por la persecucin poltica y la crisis econmica. Ms an, ella
haba convertido a la bandera de la 40 en un estandarte de la demanda econmica y social
en la trgica y recesiva dcada de los 90. Yo poda estar de acuerdo con la manera cmo
Bety identificaba a esa bandera nacional con la causa anti-colonialista de Malvinas, el
soldado y la escuela, pero no lograba comprender cmo esta militante social y gremial
admita la asociacin de los militares con las protestas populares y de los maestros. Esta
incomprensin, sin embargo, pareca ser slo ma; era evidente que todos all parecan
compartir el mvil de Bety y aplaudan su proceder y decisin.
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1.1 Cuando Diana entendi a Bety
Pese a que despus de Malvinas, los militares fueron considerados por la sociedad
civil y poltica como responsables de la derrota y la reocupacin inglesa de las islas, hasta
el da de la rendicin argentina el 14 de junio de 1982, y pese a su impopularidad como
gobernantes de facto, la Junta Militar logr la adhesin masiva a su iniciativa. Bety se
recordaba, con emocin y angustia, como parte de la generacin de las maestras que
mandbamos cartitas con nuestros chicos a los soldados. Mis compaeras se pasaban
tejiendo bufandas y entre todas juntbamos chocolates. En la escuela donde yo era maestra
se juntaban abrigos y alimentos para las tropas pero yo desconfiaba de la genuina
determinacin de los militares argentinos y senta un rechazo visceral por toda guerra. Esto
no me impeda entender el entusiasmo malvinero gracias a mis discusiones polticas con
compaeros de militancia que actuaban, pensaban y sentan como Bety.
Para ella el silencio que sucedi a la derrota en la escuela y en la sociedad gener un
vaco inabarcable. En ese paso abrupto de la euforia a la apata, ni docentes, ni alumnos, ni
familias habamos sido reconocidos por nuestra colaboracin. Tampoco los ex soldados,
que recibieron alguna consideracin de la ciudadana pero ms como proteccin, lstima y
caridad, que afirmando su valor como combatientes. Por eso ellos se hicieron sus propios
lugares de reconocimiento pblico en esta poca que llamaron de desmalvinizacin,
precisamente cuando el hroe annimo habra entregado la bandera del Belgrano. Tal
vez aquel ex soldado encontraba un modo de inscribir su propia historia en una institucin
pblica y civil, a la vez local y nacional, identificada con la difusin de Malvinas como una
causa de soberana pendiente. Bety, a quien escuch ms de una vez decir que Malvinas es
una deuda no saldada con la gente y con los que quedaron, los sobrevivientes, sacaba la
bandera de la bolsa del olvido y haca su pequeo aporte para saldar esa deuda: la guard
en un cofre y la sac a los actos escolares. Esto explicaba la primera conexin bandera-
Malvinas-ex soldado-escuela. Restaba la segunda: bandera-protesta social-docentes-fuerzas
armadas.
Adems de las dos banderas nacionales reglamentarias de toda escuela, la portable
de ceremonias y la fija en un mstil para izar y arriar en cada jornada en el patio, la 40
tena otra que haba pertenecido a la Armada. Con ella, esta escuela pareca consolidar su
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sitio de honor en el Estado aunque ya el sistema educativo estatal y pblico haba perdido
su histrico prestigio. Con la privatizacin de las empresas pblicas, el endeudamiento
externo y la reduccin del gasto pblico en los aos 90, los edificios escolares comenzaron
a deteriorarse y los sueldos docentes a perder valor adquisitivo; a ello se agreg la reforma
educativa de 1994 que desarticul la estructura histrica de los niveles primario y
secundario. El empobrecimiento y el desempleo a niveles inditos en el pas, provocaron el
descreimiento cvico en los partidos polticos, el sistema de representacin parlamentaria y
la accin de la Justicia. Las protestas docentes, la interrupcin de las clases y una creciente
movilizacin ciudadana por fuera de partidos y sindicatos, a travs de movimientos sociales
conocidos como piqueteros, desembocaron a fines del 2001 en una gran rebelin que
termin con la renuncia presidencial y el llamado a elecciones anticipadas para fin de 2002.
En este contexto, a slo cuatro meses de esta crisis institucional, se conmemoraron
los veinte aos de Malvinas. La central presencia de las escuelas en el acto de Quilmes
pareca contrarrestar el desprestigio de la tarea docente machacada por gobiernos,
funcionarios y medios de comunicacin que responsabilizaban a los maestros por la mala
educacin, la delincuencia y la adiccin de los jvenes.
Bety recuperaba los mltiples sentidos que poda condensar la bandera exhumada:
el bien comn, la justicia social, la experiencia blica y la liberacin nacional, combinando
en el presente distintas coyunturas crticas. Por eso ella queria que yo reconociera el valor
de su descubrimiento (de la bandera en la bolsa) y su esfuerzo para concretar lo que an no
se haba realizado, una irredenta Nacin Argentina con soberana poltica, social y cultural
pendientes. As como el soldado haba demostrado valenta, primero al rescatar la bandera
de un buque que se hunda, y despus al entregar la bandera de la Armada a una escuela
pblica, as tambin Bety haba transgredido la estricta reglamentacin que establece al
detalle las dos banderas que pueden y deben usarse en la escuela. Sin pedir permiso a las
autoridades del distrito y exponindose a sus sanciones, Bety extremaba la apuesta al
prestar una bandera de guerra donada por un desconocido que deca ser un soldado del
Belgrano, para manifestaciones de protesta. Tena razones para temer que la Armada se la
reclamara, pero estaba convencida que el Estado tena varias deudas con el pueblo
argentino que haba apoyado la recuperacin de las islas: explicar la derrota, y el derecho a
la educacin y al trabajo; pero la desmalvinizacin haba acallado esas deudas. Por eso se
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justificaba: -Son muchos aos que (la bandera) est ac y nadie la reclam. Sobre mi
cadver la van a sacar. Mientras yo sea la directora de esta escuela, no.
Al hacer pblica su nueva bandera, la Escuela 40 se afirmaba como preservadora y
transmisora de los valores nacionales, en pleno desprestigio de la educacin pblica. Los
chicos entendan cuando Bety les deca que tener esa bandera es como tener un pedacito
de la bandera de los Andes, y ellos entendan que Malvinas era la continuacin de las
guerras de independencia del siglo XIX. Pero en el mismo movimiento Bety se distanciaba
de los discursos oficiales (desmalvinizadores) de las ltimas dos dcadas. Malvinas era una
alegora: escuela pblica y archipilago haban sido olvidados, y con el olvido se
postergaba la realizacin de la Nacin. Por eso docentes, administrativos y alumnos haban
convertido a la escuela en escenario privilegiado de la poltica extraescolar, a la que
necesitaban para acometer las transformaciones de las instituciones escolares.
Bety, maestra como yo en tiempos de guerra, haba colaborado en convertir a la
escuela en un canal de respaldo popular a la recuperacin insular, articulando as a la
sociedad civil con el Estado y las fuerzas armadas. Pero las revelaciones de postguerra
sobre la improvisacin y la corrupcin en el frente y en los altos mandos, quebraron la
retrica de coincidencia que sell el pacto blico. Bety percibi esa brecha en los sentidos
de la bandera, en la accin del ex soldado (uno de los que vinieron de abajo y no queran
saber nada con la Armada), y se propuso enmendarla. La causa de Malvinas se
rearticulaba en y por la 40 con las causas populares de los soldados no profesionales
organizados en asociaciones, y de las maestras y los alumnos que acompaaron el conflicto
y que ahora el Estado olvidaba, negndoles recursos edilicios, educacin y trabajo. Por eso,
la bandera del Belgrano desembarc en las movilizaciones populares del 2001. Como
directora de una escuela pblica en un barrio empobrecido del Conurbano, Bety mostraba
su rebelda contra las polticas de Estado, transformando la bandera del Belgrano en
bandera de la 40. Pero para completar este pasaje era imprescindible que la Marina
concediera su smbolo nacional-estatal expresamente con su presencia. Por eso, a los 20
aos de 1982 fue tan crucial para Bety que los oficiales de uniforme vieran pasar su ensea
sin reclamarla. Contra el olvido y el silenciode Malvinas y la educacin pblicaBety
devolva el prestigio (al menos) a su escuela, convirtindola en un espacio de
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recomposicin del sentido de lo nacional, y a los maestros y alumnos en sus legtimos
portadores.
Este anlisis no hubiera sido posible sin que yo advirtiera el impacto que caus en
m la inesperada inclusin de los militares dentro del relato de Bety. Registrar mi
desconcierto me impuls tiempo despus a comprender la perspectiva de Bety y sus
decisiones obligndome a describir y analizar el proceso de transformacin de esa bandera
para apresar algunos de los sentidos de la desestructuracin de las escuelas primarias
pblicas. Con su reflexividad Bety me indicaba el contexto significativo a partir del cual
yo, y quizs otros, podramos comprender los esfuerzos para recuperar el prestigio de la
escuela.
2. Lidia, Victoria, Martina, Elena, Hermes
En septiembre de 2010 entr en contacto con un grupo de mujeres del San Luis, un
barrio periurbano de Posadas, formado por ocupantes de tierras fiscales, familias de
trabajadores rurales procedentes del interior provincial. Explorndolo como mi futuro
campo doctoral para estudiar el incesto, me incorpor como capacitadora a un equipo de
la universidad y tres ONGs que formaban promotoras para la prevencin de violencia
hacia las mujeres (Proyecto de Gnero, Progen). La capacitacin consista en talleres
semanales entre septiembre y diciembre, y el desarrollo de cuatro mdulos temticos
(violencia, gnero, salud y promocin social), coordinados por un equipo tcnico de
socilogas, politloga, trabajadoras sociales, abogada y dos antroplogas sociales, yo una
de ellas. El equipo tcnico se reuna regularmente con unas 35 mujeres del barrio en un
caluroso saln de la ONG local.
Fuera de mi taller especfico yo participaba como observadora, salvo cuando deba
intervenir por una situacin de crisis y alta emotividad. La mitad de las asistentes haba
atravesado situaciones de violencia conyugal, y por eso se haban sumado al proyecto. De
sus relatos, incluso los ms casuales, pude advertir la necesidad de compartir experiencias.
Por eso sola acercarme a conversar con ellas fuera de las actividades programadas. As las
fui conociendo por sus nombres y biografas, lo que me diferenciaba de mis otras colegas.
De los relatos sobre violencia conyugal tambin escuchaba acerca de avances de
los padres y/o padrastros hacia las hijas, se aprovechan porque es criatura y no sabe qu
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le hacen, la madre parece que no ve que el otro le agarra a la hijita, la guainaiv
embarazada del padrastro. Las colegas del equipo tcnico llamaban a esto abusos
intrafamiliares pero no los abordaban porque el Proyecto atenda slo a mujeres adultas.
Era evidente que el incesto necesitaba de alguna atencin pero, cuando me dispuse a
encararlo, mis colegas me advirtieron de sus dificultades: quin querra revelar sus
pormenores? A mis 50 aos y con ms de una dcada investigando la sexualidad de los
jvenes y de nias y nios prostituidos en la extrema pobreza, me senta capaz de
intentarlo.
A poco de concluidos los talleres supe de un gran revuelo en el barrio: Miriam, con
sus 14 aos, vena siendo acosada desde los 12 por su padre. Su madre le haba restado
importancia a sus reclamos, y cuando el hecho se concret, estaba ausente. Fue su abuela
materna quien reaccion para protegerla. Los vecinos indignados casi linchan al padre,
quien fue detenido en la Comisara barrial en cuya celda se ahorc. Miriam fue interrogada
en la Comisara, no recibi atencin mdica ni psicolgica y debi asistir al velorio y al
entierro de su padre obligada por su madre y por sus tos. A los pocos meses Miriam volvi
a quejarse a su madre por el acoso de su nueva pareja pero su madre la ech del hogar. Sin
donde ir, fue alojada por una vecina con cuatro hijos pequeos.
El episodio me pareci una buena puerta de acceso al tema del incesto porque me
permita no involucrar directamente a las participantes de los talleres. Cuatro meses
despus y pensando en Miriam, retom el contacto. Una maana de mayo encontr
conversando en el patio del Centro de Salud a Victoria y a Martina, promotoras y vecinas
del barrio, con quienes yo haba desarrollado un mayor acercamiento el ao anterior. Les
dije que me interesaba saber qu haba pasado con Miriam, y Victoria empez a contar,
intercalando duras crticas al equipo tcnico que no se haba involucrado porque era una
nia y no una mujer adulta, por lo cual escapaba a la poblacin destinataria directa del
proyecto. Excedidas en sus capacidades pero urgidas por las demandas del vecindario, las
promotoras decidieron reunirse por s mismas todos los jueves en ese mismo patio, para
darse contencin. Victoria me invit a la prxima reunin, despus de las 5 de la tarde,
cuando el sol ya no pega tan fuerte. Solan juntarse entre 20 y 30 mujeres: algunas
siempre hablan ms que otras, pero todas parecen interesadas aunque sea para escuchar.
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Cuando Martina se nos integr, pues estaba atendiendo en una sala contigua, me
pregunt qu haca yo en el barrio. Le aclar que me interesa estudiar situaciones de
violencia que ocurren en las familias y que a veces se toman como naturales y que la
mayora de las veces son nenas como Miriam que las tienen que soportar sin que nadie las
ayude. Tambin le expres mi inters en apoyarlas todos los jueves en el Progen. Me
costaba presentarme slo como investigadora, cargo que suele parecerle poco til a la gente
que no lee nuestros escritos; adems senta que en estas relaciones casi impuestas es
necesario algn intercambio; en este caso yo les aportara mis habilidades de capacitadora.
Victoria sigui contando lo sucedido con Miriam, a quien deca poder comprender
porque cuando tena 12 aos el marido de su hermana mayor a quien ella quera como a un
padre porque era quien nos cuidaba y protega, intent violarla dos veces, dicindole que
la quera como hombre. Fue a contarle a su madre pero ella le rest importancia. Con el
tiempo avanz sobre su hermana menor e insisti con Victoria, ya con 16. Su madre tuvo la
misma reaccin, y su hermana mayor, esposa del hombre, le contest que hagan lo que
quieran, denncienlo si quieren, pero para m seguir siendo mi marido y es el padre de mis
hijos.
Martina entendi que tambin ella poda contar su experiencia. Su familia era de
Villa Tacur, un barrio ms antiguo y urbanizado, con familias de clase media baja y
propietarios de sus lotes. Tena 11 aos cuando una tarde sali del bao, separado de la
casa, envuelta en una toalla; su padre le sali al cruce y le roz los pechos: ya parecs una
mujer. Martina sali corriendo a su cuarto y esa noche transcribi el episodio en un diario
que su madre le haba regalado para que usara como si fuera tu confidente. Martina se
senta incmoda y culpable por haberle provocado tal reaccin a su padre, y expresaba su
extraeza ante un comentario tan fuera de lugar de un padre para su hija. Su madre, que
sola revisarle el diario, le pidi ms detalles, le aconsej tranquilizarse y que no dejara de
escribir. Das despus estaba con su hermana menor acomodando y jugando con la bisutera
que vendan en el almacn familiar. Mientras miraba una pulsera, su padre se acerc a
Martina: -Si vos sos buena conmigo yo te puedo regalar esa pulsera. -Yo soy buena con
vos, le contest. Soy buena alumna, colaboro ac, me porto bien. Pero -Yo te digo como
hombre. Entraron clientes al almacn y su padre debi atender; Martina sali corriendo.
Esa noche volvi a escribir en su diario. Ni bien lo ley, su madre denunci al esposo a la
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Comisara y se fue de la casa con sus hijas. Pero el diario de Martina, la nica prueba
sobre lo ocurrido pues no haba daos fsicos, se traspapel y no form parte del proceso
judicial. El padre neg la acusacin y la hermanita de 10 aos que no entenda tanto
trastorno, se neg a irse. Siendo oriunda de Neuqun, la madre no tena familia en Posadas,
pero estaba decidida. Por tres meses resistieron el infierno en la misma casa; el padre no
volvi a acercarse a Martina, pero insultaba y le pegaba a su madre. Ella consigui un
trabajo y un lugar donde vivir y se llev a Martina. La menor no acept: si es amoroso y
muy bueno con nosotras. Ni Martina ni su madre le haban explicado lo que estaba
sucediendo. Dos o tres aos pasaron cuando el padre tuvo un derrame cerebral que lo dej
ciego y paraltico. La madre acept que fuera a vivir con ellas para atenderlo. Pero cuando
se restableci les incendi la vivienda a modo de venganza. Martina y su madre
permanecieron all y reconstruyeron la casa, mientras l volvi a la suya y al almacn que
haba quedado a cargo de la hermana menor, ya con 15 aos. Al ao padeci un nuevo
derrame que termin con su vida. La madre se ocup del velorio y del entierro pero su
hermanita, desafiando el reclamo materno, fue a bailar en la misma noche del funeral.
Pas lo mejor que poda pasar, deca. Me alegro que se haya muerto, porque desde que
ustedes se fueron mi vida fue un infierno con l.
Yo no caba en mi sorpresa. No esperaba que tambin a Martina le pasaran estas
cosas. Su familia vena de Neuqun, una provincia con mejor nivel sanitario y educativo
que Misiones; ella haba completado la escuela secundaria e iniciado el terciario para ser
maestra; Villa Tacur tena un mayor nivel socio-econmico que San Luis y ella es hoy
personal estable de la ONG local, con estrecha vinculacin con las instituciones del barrio
(escuelas, comisara, iglesias y jardn maternal). En un taller haba contado sobre problemas
de violencia verbal con su marido, pero consultaron a una psicloga y en varias sesiones
arreglaron las cosas.
El relato de Martina no tuvo interrupciones y fluy en una pieza. Victoria ya
conoca el caso, pero al escucharla volva a contrastar las reacciones de sus madres: la suya
negando, la de Martina haciendo. La gente de la chacra es distinta; mi mam era de las de
antes, haba que aguantarse todo sin chillar, pero ahora ya noooo. Y yo me senta con
una paradjica felicidad: haba encontrado sin querer dos situaciones que podran
sustentar mi proyecto. Pero esto mismo me generaba una tremenda ansiedad: por qu mis
14
colegas me haban advertido acerca de las dificultades de abordar el incesto? Por qu
Victoria y Martina me haban franqueado episodios tan ntimos de sus vidas? Acaso
porque esperaban que por mi investidura universitaria y profesional, defendiera sus
derechos a quejarse y a incluir un tema erradicado de la agenda del Progen?
2.1 El punto justo
Si algo me quedaba claro es que los abusos incestuosos estaban muy a flor de
piel: podan expresarse, contarse, revivirse, y gozaban de una larga vida pese a los aos
transcurridos. Sus protagonistas los reconstruan una y otra vez con gran detalle y pasin.
Por eso me pareca hasta inhumano que los talleres sobre violencia contra las mujeres
hubieran obviado el tema. Los abusos incestuosos estaban en las bases psicolgicas,
sociales y parentales de muchas de las asistentes y de sus conflictos actuales. De ah que
hubieran inventado las reuniones de los jueves, para compartir sus experiencias, sin la
presencia del equipo tcnico.
Dichas reuniones revelaban las competencias comunicativas necesarias para
socializar y apropiarse de estos pasados difciles. No eran talleres/cursos/conferencias entre
capacitadores/as y capacitadas, ni entre profesionales y legos; eran charlas entre iguales,
reuniones entre mujeres, entre vecinas, juntarse para conversar. En nuestra reunin
informal de aquella maana, Martina y Victoria tenan sus razones para contar sus historias,
y yo tena la ma para escucharlas: explorar una posible investigacin. Sin embargo, todo
convergi en un espacio catrtico que pese a su densidad me enseaba cmo indagar en
episodios dolorosos y tabuados sin exponerlas ni avergonzarlas. Si Martina pareca aliviada
despus de su relato era probablemente porque le permita reconstruirse en nosotras, sus
oyentes empticas, cuidadosas, sensibles a su sufrimiento y a su fuerza para seguir. Al
escuchar (otra vez) a Martina, Victoria segua elaborando acerca del proceder de su madre.
La comparacin dejaba de ser un recurso exclusivamente antropolgico: ellas contrastaban
a sus madres y a travs suyo, sus propios roles maternos.
Quince aos mayor que mis interlocutoras (Martina de 36 y Victoria de 34) pero
con hijos en edades semejantes, las tres habamos atravesado la infancia de nuestros hijos y
padecamos sus adolescencias. Martina y Victoria conocieron a mi hija cuando una vez
15
me acompa al barrio. Ser mujeres-madres hoy y haber tenido una madre nos confrontaba
con cmo hubisemos actuado en situaciones semejantes. Pero yo no poda pensarme como
vctima; s en el lugar de madre dispuesta a defender a mis hijos. Me senta a la par de
ellas, aunque ellas eran promotoras que conocan estos temas y sus efectos en carne propia
y yo no. Al finalizar el encuentro quise salir de la situacin de extrema confianza e
intimidad que habamos creado, y retomar mi lugar de colaboradora, capacitadora sin
convertirme en una investigadora, rol que denotaba una distancia despersonalizada. Los
relatos haban superado mis expectativas del da, y sin grabador tema perder detalles. Mi
intencin haba sido tantear el terreno, no zambullirme ya en sus dramas. Lo que los
antroplogos desean en el trabajo de campo es intimidad pero es tambin lo que ms
temen (Markowitz 2003:85). Cul era el modo adecuado, el tiempo para mi indagacin?
Mi dilema acerca del punto justo en la relacin y la escucha sobre el incesto,
pareca no existir para los dems. Martina y Victoria haban hablado con espontaneidad. En
vez, mis colegas lo resolvan demasiado rpido: el acceso al tema era difcil.
Y estaba mi padre, un prestigioso abogado de Posadas. Su relacin con nosotras, sus
dos hijas mujeres, haba sido afectivamente distante, poco demostrativo. A fines de 1999 la
prensa denunci casos de nios y nias prostituidos por sus propias familias en Posadas, y
seal confiteras y bares cntricos como sitios de enganche. Lo coment con mi padre
pero para l eran hechos armados por la prensa escandalosa para vender ms. Me indign
y le di mi informe final sobre explotacin sexual comercial infantil que acababa de concluir
y que coincida con los casos periodsticos. Su lectura lo oblig a admitir la realidad de
estos hechos y que merecan seria atencin; adems lo acerc a mis temas como nunca
antes, y me reposicion frente a l; yo le demostraba que stos eran temas legtimos de
investigacin acadmica, y que era necesario aprender a tratarlos y a sostenerlos, ayudando
a su exhumacinv. Record, de mis conversaciones en viejos trabajos de campo, cuando
Elena, por entonces con 34 aos y yo con 25, debi tranquilizarme despus de contarme
cmo a los 15 aos huy de su padrastro de 35, en medio de un maizal, y se fue de su casa a
trabajar como empleada domstica. Record a Hermes, cuya primera hija fue el producto de
la violacin del hijo de su patrona cuando ella tena 14 aos, y que debi escapar de esa
casa sin tener adonde ir. Con mis 30 aos algo lineales yo estaba shockeada frente a sus
arduos 32 desde donde me explicaba cmo Carlos, su marido actual, la haba protegido.
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Supe de Elena y Hermes haca unos 20 aos y, sin embargo, ellas seguan conmigo. Tanto
que en nuestros reencuentros nos saludamos con un afecto muy especial y dedicado. Pero
en el nterin yo haba cambiado: mis primeras reacciones de horror y ansiedad haban dado
paso a una aproximacin ms analtica.
Estos relatos sobre las violaciones tenan un efecto que no not hasta contrastarlo
con mi propia relacin filial. Martina y Victoria ubicaron a sus agresores como hombre,
las palabras en las que esos padresel de Martina y el cuado de Victoria, 16 aos mayor y
cumpliendo el rol paterno por la viudez de su madrese haban fijado para siempre en las
memorias de aquellas nias, al intentar seducirlas. La paternidad se les haba escurrido
porque sus padres la haban declinado en el mismo acto del abuso.
Victoria y Martina, y en su momento Elena y Hermes, me haban franqueado sus
vidas, y al hacerlo me haban entregado las claves de un punto justo que yo crea que deba
establecer por mi cuenta. Pensaba que ellas hablaban conmigo y me contaban sus historias
en honor a mi jerarqua intelectual, a mi posicin profesional, a mis contactos, esperando
que las ayudara a revertirlas. Entend que la ansiedad que estos relatos generan no se debe
slo a su contenido sino tambin a la responsabilidad enorme que implica escuchar. Por
suerte descubr que ellas podan indicarme que el punto justo est en el modo de encuentro,
en las formas de narrar pese a, o junto con mis caras de asombro. Yo aprend a controlar
mis ansiedades y a decirles, quizs slo con la mirada y mi presencia, que no se sintieran
despojadas de sus testimonios y que siempre habra algo a cambio, aunque fuera un buen
rato de conversacin en los cauces del afecto y del respeto.
Mi objeto analtico, el incesto, no hubiera sido posible sin que yo advirtiera la
importancia de la interaccin. Aquellos tremendos relatos silenciados durante aos
pudieron aflorar cuando logramos un clima de confianza y empata entre nosotras.Sin
experiencia personal en episodios similares, mi hallazgo del incesto estaba imbricado con
espacios femeninos sensibles a su expresin y escucha; yo estaba incluida. El punto justo
de distancia y proximidad con los sujetos de estudio aprendido en la academia, deba ser
replanteado, para permitirme reconocer las duras experiencias del incesto en la
potencialidad del dilogo, y as reubicar mi rol como investigadora que no slo obtiene
datos. Victoria y Martina me ensearon que yo poda habilitarlas a reelaborar incidentes
traumticos, todo un dato en s mismo, reflexivamente hablando.
17
3. Rosana, Martha y la doble desaparicin de Pepe.
Estaba terminando mi curso virtual sobre proyectos de investigacin, cuando recib
un mensaje que me agradeca el curso pero no poda concluirlo por sus obligaciones
laborales. Lo firmaba Martha Ardiles. Le agradec sus palabras y le pregunt
-Sabs quin fue Ardiles en Malvinas?
- Gracias por acordarte de mi hermano.
Mi rpida reaccin a su apellido obedeca a mi investigacin sobre los pilotos de combate
en la guerra de Malvinas. Estando yo en plena etapa de campo, tena cierta familiaridad con
la participacin aeronutica en el hecho blico y con los nombres de sus protagonistas,
algunos de ellos fallecidos. Le promet visitarla en Cordoba, la ciudad donde resida,
cuando viajara a dar mi curso anual a la Universidad.
Tres meses ms tarde nos encontramos en un restaurante despus de mi clase y sus
ocupaciones. El encuentro dur desde las 21.30 hasta las 2 de la maana. Yo recin pude
conciliar el sueo a las 4. No s ella.
Comenzamos hablando de la universidad donde se haba graduado como licenciada
en Ciencias de la Educacin y ahora daba clases, adems de participar activamente en su
vida poltica. Conoca, por eso, a los arquelogos que me haban contratado en un posgrado
de Antropologa en esa misma universidad, y tambin porque sus hijas eran amigas desde el
preescolar. Me cont de su niez en una escuela rural que su padre diriga, de sus estudios
secundarios en la ciudad de Crdoba, de su vida universitaria en los turbulentos aos 70,
de sus distintas localizaciones profesionales y de su paso con sabor a exilio interno, por una
ciudad patagnica donde vio por ltima vez a su hermano. Pepe se haba alistado en la
Fuerza Area en 1974, y en 1982 iba camino a una unidad militar en Tierra del Fuego.
Aquel breve encuentro converta a Martha en la ltima familiar que lo vio con vida y en la
depositaria de una imagen nica y final; Pepe ya estaba en su misin, lejos de su esposa, de
su hijo de dos aos y de su hija de 4 meses. As, rodeadas de comensales en su salida de
viernes, nosotras dos estbamos internadas en la memoria trgica de la incansable bsqueda
de informacin sobre su hermano desaparecido el 1 de mayo de 1982 a bordo de un MV
Dagger. Martha y su familia slo haban encontrado pistas falsas y versiones de variada
estirpe, muchas de carcter fantstico y/o improbable.
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El relato del cual fui partcipe presencial, silenciosa, femenina y tambin
universitaria, no hablaba slo de un episodio previsible en toda guerra y en la vida de todo
militar; tampoco era slo la prdida irreparable de un hermano querido y aorado. Nuestra
cena al comps de las palabras de Martha tena otras lecturas en cuya interpretacin
transcurr algunas horas hasta conciliar el sueo. Y retom la tarea al da siguiente.
Esperando tomar el avin de regreso a mi ciudad, llam por telfono a mis colegas
arquelogos que conocan a Martha y a su hija desde haca unos 20 aos para compartir con
ellos a nuestra conocida en comn. Rpidamente la identificaron y me confirmaron
conocerla bien y haca mucho tiempo.
Viste lo del hermano?, le pregunt a mi interlocutora telefnica
Qu?
- Que muri en Malvinas.
No, qu hermano?
Pepe.
Ah, era soldado?
No, era piloto, era oficial de la Fuerza Area.
Ah, nooo, eso no sabamos.
Despus del silencio, me desped hasta la prxima.
3.1 La memoria selectiva de la academia
El carcter vvido del relato de Martha aquella noche sobre un hecho acaecido casi
treinta aos atrs, contrastaba con la novedad que yo impart a mis colegas. Su sorpresa
fue el contexto desde el cual empec a buscar algn indicio para entender la potente
inconclusin de una vida y su memoria.
Que mis colegas no supieran que su conocida de tantos aos haba perdido un
hermano en la guerra, poda deberse a que fingan ignorancia, a que lo haban olvidado, o a
que ella nunca se los haba dicho. Descarto la primera opcin, pues ellos saban largamente
de mi repentina pasin por la aviacin en Malvinas motivada por una investigacin
antropolgica que llevaba ya ao y medio. En mis sucesivos trabajos de campo sobre el
conflicto blico, mis interlocutores ocasionales siempre me referan a un conocido con
19
algn familiar que haba estado en el Teatro de Operaciones. De haberlo sabido, ellos me
hubieran referido a Martha para ayudarme. Mi sorpresa/constatacin ante la
sorpresa/ignorancia de mis colegas no vena del engao o el ocultamiento, sino de otro
lugar que haca improbable tambin la segunda opcin: no lo haban olvidado.
Es cierto que uno no le comunica la prdida de un ser querido a todos cuantos
conoce. Muchos han visto morir a sus hermanos, an jvenes, por accidente, enfermedad o
violencia poltica; el dato surge en conversaciones de cierta intimidad o confianza. Pero al
tratarse de un episodio de la guerra de Malvinas difcilmente pudiera pasarse por alto.
Haber estado all no era un dato fcil de olvidar sobre nuestra nica guerra del siglo XX.
Para asegurar su recuerdo ao tras ao, all estaba el santoral malvinero con sus fechas
consagradas (como el 2 de abril del desembarco o el 2 de mayo del Belgrano), y con sus
fechas intermedias que conmemoran hechos puntuales de significacin ms acotada (como
el da de una misin exitosa o la prdida de una vida). Entre el 2 de abril y el 14 de junio de
cada ao Malvinas cobra un relieve especial y todos pensamos en aqullos que
estuvieron. Dudo que de saberlo mis colegas lo hubieran olvidado. No lo saban porque
Martha no se los haba contado. Por qu?
Tuve tres indicios para empezar mi bsqueda. El primero fue que en nuestra charla
de aquella noche, y prologando el segmento ms especfico de la prdida de Pepe, Martha
abandon su tono reflexivo y conceptual y me mir fijamente: -La carrera militar no es lo
que yo hubiera alentado para mi hermano, pero tuve que aceptarlo. (abri los ojos y se puso
la mano derecha sobre el corazn) Yo lo quera a mi hermano y mi hermano era militar!.
En ese momento sent que su pecho era una tela rasgada, mucho ms que por su
desaparicin cumpliendo una misin. El segundo indicio fue que previo a ese instante, ella
vena hablando de su trabajo acadmico y no, por ejemplo, de su situacin familiar. El
tercer indicio fue pasado un tiempo de aquella noche, cuando Martha record que en una
reunin universitaria otra docente se le acerc y le dijo: Yo soy esposa hermana de un
piloto (un apellido que no poda recordar). Pero despus hablamos, despus hablamos y se
alej como queriendo ocultar el dato del resto de los presentes. Nunca volvi a verla.
El panorama acadmico de la apertura democrtica posterior a 1983 reprodujo el
clima nacional de generalizado antimilitarismo. En las universidades esto se traduca en un
avance sobre los cargos de quienes ahora eran considerados como profesores de la
20
dictadura. Esta polarizacin revanchista en la poltica acadmica argentina tena sus
antecedentes. En el primer gobierno de J.D.Pern profesores de todas las universidades
fueron exonerados por oponerse a la intervencin federal de la autonoma universitaria y a
la afiliacin obligatoria al Partido Peronista para acceder a un cargo. Depuesto Pern en
1955, la regularizacin de las universidades requiri, para participar de los concursos
docentes, la declaracin de fe democrtica donde el candidato juraba no haber
participado de la universidad peronista. En 1966 legiones de profesores abandonaron sus
puestos en protesta por la intervencin policial del rgimen militar, conocida como la
noche de los bastones largos. En 1974 la intervencin de las universidades argentinas bajo
el gobierno de la viuda de Pern, Estela Martnez, dej a varios profesores e investigadores
como prescindibles o simplemente fuera de los planteles docentes, sospechados de
contribuir a la accin subversiva y disolvente de la izquierda armada y/o ideolgica. Cada
uno de estos hitos1947, 1955, 1966, 1974 dej vencedores y vencidos que se
sucedieron de perodo en perodo, como en una carrera de relevos. Unos y otros no se
diferenciaban necesariamente por su calidad acadmica ni por su orientacin terica, sino
por su capacidad de demostrar una posicin conveniente al nuevo orden. Esa posicin se
expresaba como una categora moral que deba ser plausible principalmente para la faccin
en ascenso que se converta, por eso, en custodia del nuevo statu quo.
La posicin que Martha poda asumir a su regreso de la Patagonia a su universidad
de origen, ya en el perodo democrtico, revesta cierta complejidad. En los trminos
histricos en que, segn creo, operaron los antagonismos poltico-universitarios en la
Argentina, Martha era un ser de difcil clasificacin segn las categoras significativas para
el campo de la poltica universitaria pblica argentina desde 1947 hasta, probablemente, la
actualidad. Esas categoras suelen delinearse, en trminos corrientes y desde la perspectiva
hoy dominante, en dos bandos opuestos: el autoadscripto como progresista,
democrtico, pluralista y afn a los organismos de derechos humanos, por un lado, y
el fascista, autoritario, de pensamiento nico y militarista, por el otro. Segn su
propio relato, Martha poda pertenecer al bando progresista, pero se resista a negar su
parentesco con un militar. Algunos de sus colegas (afortunadamente no los que ella y yo
tenemos en comn) significan su emotiva hermandad como contaminante, y ella lo sabe:
por eso se desgarra cuando es forzada a optar; quiere seguir llevando consigo la cariosa
21
memoria de su hermano, incluyendo la condicin militar que l eligi y nadie le impuso.
Por qu su relacin de hermandad es contaminante?
Invocar a su hermano Pepe como fuente de sospecha del progresismo de Martha
(progresismo que, quede claro a esta altura, nada tiene que ver con la calidad y orientacin
terica de su produccin acadmica) significa tomar slo una lnea del parentesco y
abandonar la otra, acaso ms potable a los partidarios de la educacin popular: su padre y el
de Pepe era maestro de campo. El progresismo universitario suele reconocer a los maestros
rurales por su abnegacin, alfabetizando y enseando en condiciones de aislamiento y falta
de recursos. Entonces los universitarios que comenzaron a obstaculizar el desarrollo
acadmico de Martha le dieron prioridad a la consanguinidad generacionalsu hermano
por encima de la consanguinidad filialsu padre.
En la Argentina, la generacin es una figura de gran importancia para la
organizacin social de la comprensin histrica, y aparece en la designacin de ciertas
gestiones polticas que introdujeron sustantivas reformas en la vida nacional (por ejemplo,
la generacin del (18)57, la del (18)80). Tambin surge como trmino de autoadscripcin
entre las personas para ubicarse recprocamente, como Bety y Diana con referencia a sus
grupos polticos y a su labor profesional. Cuando en mbitos de intelectuales alguien dice
que pertenece a la generacin trunca, a la generacin perseguida, significa que se est
posicionando en un grupo de edad integrado por iguales que se reconocen recprocamente
como vctimas unvocas de la persecucin poltica estatal encarnada por las fuerzas
armadas y de seguridad. Cmo incluir a Martha en semejante pertenencia
(pretendidamente) absoluta e incontaminada?
Que su hermano haya desaparecido complica las cosas, porque an cuando Martha y
Pepe perteneceran, por edad, a esa generacin trunca con el grueso de desaparecidos en
el terrorismo estatal de 1976-1980, Pepe no sera admitido en ella. Habiendo yo misma
atravesado varios tramos turbulentos de la historia argentina reciente, jams escuch que un
universitario se refiriera a un militar en trminos de su edad. En el mundo universitario
(que no incluye, claro, a los pocos analistas de la cuestin castrense) el mundo militar no
se considera en trminos generacionales, sino como una totalidad homognea basada
exclusivamente en la jerarqua institucional. Y es cierto que la relacin de edad con los
civiles queda menguada a favor de una pertenencia profesional que arrastra tras de s, al
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menos en la experiencia argentina, a todos los dems aspectos. Sin embargo, en 1982 Pepe
se hizo un tiempo para cenar con su hermana en escala a su destino blico, regalndole as
su ltima imagen de familia. S que era sta una relacin generacional entre hermanos, que
tambin atravesaba las barreras entre los bandos. Por eso Martha deba ser marcada.
Ella saba que deba sacar de su vida acadmica a un ser entraable por generacin,
parentesco y sentimientos. Aunque su hermano fuera, tcnicamente, un desaparecido del
que nunca ms se supo, en el medio universitario ser un par generacional es incompatible
con el desaparecimiento de un (joven) oficial. Entonces Martha aprendi a partirse en dos
amores y en dos vidas que llev adelante del modo ms ecunime que pudo: su profesin
en un espacio no tan pluralista, y una familia paterna que no ha vuelto a completarse.
Universidad y mundo militar inconcluyen una guerra que renueva los desgarros.
Mi comprensin del mundo militar no hubiera sido posible sin advertir, como me lo
ense Martha, que la mirada acadmica depende de mucho ms que el compromiso con el
conocimiento. En nuestros sucesivos encuentros aprend que la reflexividad con que yo
daba sentido a mis elaboraciones requera incluir como objeto de estudio al mundo
acadmico. Al final de cuentas, mi conocimiento de los militares aeronuticos dependa de
poner en cuestin la pureza del mundo universitario.
4. Diana, Lidia y Rosana
La tarea que hemos emprendido las autoras de este artculo fue recuperar el
contraste de las reflexividades que se ponen en contacto en nuestro trabajos de campo
etnogrficos. En los tres casos se referan a experiencias de la etapa inicial, una de las ms
fructferas porque permite exhibir como sorpresa, descolocacin o desgarro lo que, de no
registrarse quedar invisibilizado como cotidianeidad. Llamar contraste al encuentro de
reflexividades del investigador y de aqullos que queremos conocer, es ms preciso que
hablar de romper el hielo, acceder, presentarse y sortear un shock cultural, porque da cuenta
de la trama interna por la cual valores y normas convertidos en actos concretos, dan sentido
a lo que nos sucede en el campo y, por lo tanto, lo que all podemos aprender. Parte de este
material se convertir tiempo despus en dato.
Por corresponder a la etapa inicial, aunque todava no llegue a racionalizarlos, los
episodios relatados tienen la virtud de integrarse rpidamente a la persona del investigador
23
porque comprometen las posibilidades del acceso social y conceptual al campo. Lidia
buscaba un lugar donde conversar y con quines hacerlo. Diana buscaba una escuela, y
Bety le ofreci la 40. Rosana estaba ms avanzada en el campo y slo quera conversar
porque Martha era demasiado nativa para ella: universitaria, acadmica, con lenguaje y
perspectiva similares. Rosana no le explic a Martha que quera hablar de Pepe pero fue la
conexin entre su apellido y Malvinas un punto de re-conocimiento; entonces Martha le fue
mostrando el tortuoso camino de no querer optar entre dos mundos afectivos y la
investigacin de Rosana se torci irremediablemente.
Las tres investigadoras encontraron en sus interlocutoras mucho ms que
informacin. Al analizar sus reflexividades descubrieron las sendas por dnde indagar y las
formas de hacerlo. La bandera del Belgrano, la violacin de Miriam y la desaparicin de
Pepe fueron plantadas por el campo y las investigadoras las retomaron sin saber adnde las
llevaran. Pero en verdad no fue el campo en abstracto sino ciertas personas en ciertas
situaciones las que demandaron la confianza de las investigadoras (adems de entregarles
su confianza, como suelen plantear los textos de metodologa). La conversacin entre
mujeres-vecinas-colegas-militantes, la reunin de los jueves en el Barrio San Jorge, la sala
de Direccin de la 40, y un restaurante cntrico de Crdoba, no eran meros espacios sino
mtodos que las tres adoptaron porque les fueron ofrecidos por sus interlocutoras-guas-
baquianas. stas fueron clave no porque fueran las jefas de informantes o detentaran la
perspectiva prioritaria de toda la interpretacin.
Y as como cualquiera puede ser informante clave, as tambin cualquier actividad
puede convertirse en una tcnica de recoleccin de datos. Las formas de acceso, las
formas de conversar y de escuchar, el punto justo que buscaba Lidia, las ancdotas no
pueden planificarse en el laboratorio. Es arduo descubrir las palabras (y gestos) mgicos
que en cada caso abrieron las cuevas de Al Bab y revelaron los tesoros ocultos que quizs
estn siempre ah pero muy pocos alcanzan a ver y menos an se dedican a escuchar.
A veces estos encuentros fluyen como encuentros entre mujeres porque involucran
referencias a la maternidad, a la filiacin, y a las ansiedades de madres, hijas y mujeres. A
veces son encuentros entre militantes gremiales de una poca que las reuni y las lanz a la
vida laboral, imaginando un pas mejor. A veces son encuentros entre universitarias que
intentan desarrollar sus carreras acadmicas, sus familias, sus ideas sobre algn campo de
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indagacin, publicar en una buena revista acadmica y ganar algn concurso docente. Todo
esto se despliega, a menudo sin palabras, en esos encuentros que definen su carcter en su
mera ocurrencia, es decir, segn las reflexividades en juego. Las investigadoras lo
aprendieron sin necesidad de registrarlo en un grabador ni en la toma simultnea de notas.
Aunque Lidia tema perder datos en su conversacin inesperada con Martina y Victoria,
pudo recordar al detalle porque las escuch con la misma intensidad con que Martina vivi
el acoso de su padre y lo transcribi luego a su diario. Probar un dato no es una necesidad
acadmica sino jurdica, como saben Martina, Victoria y Miriam. Probar la validez de un
dato es algo muy diferente. Rosana entendi el gesto desgarrado de Martha sin filmadora;
entendi que deba caminar por ah para entender el mundo en que los pilotos y sus familias
transitan esta tarda postguerra que jams abandon el molde dualista. Y Diana entendi
que de todas las afirmaciones de principios poltico-gremiales ella deba seguir la pista por
la cual la bandera del Belgrano se transform en la bandera de la 40.
Reconocer la reflexividad propia cuando encuentra otras reflexividades en el campo
ayuda, en suma, a entender que las tcnicas etnogrficas son contexto-dependientes y en
s mismas el camino de la investigacin; lo interesante no es aplicar las tcnicas sino
descubrirlas, porque al hacerlo tambin se descubre el campo y a nosotras en l. Una
premisa tan crucial en un pas tan escindido que necesita re-conocersevi
.
NOTAS i Slo la Universidad Nacional de Misiones dict una licenciatura en antropologa social
desde 1974 (ver Bartolom et.al. 2010).
ii El Crucero ARA General Belgrano fue atacado por un submarino nuclear fuera del rea
de exclusin establecida por Gran Bretaa, el 2 de mayo de 1982. El hecho provoc 323
muertos, la mitad de todas las bajas argentinas. El Belgrano llevaba 1093 tripulantes
(Bonzo 1992).
iii
Sindicato nico de Trabajadores de la Educacin de la Provincia de Buenos Aires,
organizacin de docentes que integran CTERA.
iv
Guaina = (guar.) chica, mujer joven.
v Claro que el periodismo que mi padre criticaba con justicia, no tiene el problema del
punto justo: aborda las perversiones de la sexualidad en todas sus aristas pero ingresa por la ventana, sin cuidar la intimidad ni la vergenza; por eso viola la vida privada, los sentimientos y la seguridad.
25
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