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« Elementos para una aprehensión clínica de la psicosis ordinaria »Profesor Jean-Claude Maleval (Universidad Rennes II)
Seminario del Descubrimiento Freudiano « Psicosis y lazo social »Toulouse - 18- y 19 de enero de 2003
Curso de Maestría en Psicopatología: “Cuestiones de las psicosis ordinarias”Laboratorio de Psicopatología – Universidad Rennes 2Rennes: Octubre 2004 – Enero 2005
Traducción: Lic. Luis Volta
Resumen: el discernimiento de la estructura constituye uno de los problemas mayores de las
entrevistas preliminares, sabiendo que condiciona de manera decisiva el manejo de la cura. Ahora
bien, los analistas están confrontados hoy en día con demandas crecientes que emanan de sujetos
para los que se plantea la cuestión de un funcionamiento psicótico, y que sin embargo no son ni
delirantes, ni alucinados, ni melancólicos. La clínica discreta de la forclusión del Nombre-del-Padre
se revela de muy diversas maneras. Determinaremos algunos aspectos de ella, en relación con la
especificidad del desfallecimiento del nudo de la estructura subjetiva: índices de la no-extracción
del objeto, desfallecimientos discretos del capitoneado, y prevalencia de identificaciones
imaginarias.
Índice temático:
- Fenómenos elementales y pre-psicosis ……………………… 3
- Una estructura precozmente identificable …………………. 8
- El remedo del ego …………………………………………… 10
- El concepto de suplencia ……………………………………. 16
- Fenómenos que indican un anudamiento desfalleciente:
-a) de lo real: Índices de la no-extracción del objeto a ……… 21- emergencia de un goce no-limitado ………………… 21
- carencia del fantasma fundamental ………………… 23- el aplastamiento afectivo …………………………….. 26
- los esbozos del empuje-a-la-mujer ………………….. 27- el signo del espejo …………………………………….. 28
- b) de lo simbólico: Desfallecimientos discretos del capitoneado …. 34
- c) de lo imaginario: Trastornos de la identidad y prevalencia de identificaciones imaginarias
…………………………………………………………………… 39- la impostura patológica ……………………………..... 47
- el enganche sobre un prójimo ……………………….. 50
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« La psicosis es aquello frente a lo que un analista no debe retroceder en ningún caso »1, aún
si esta afirmación de Lacan expresa más bien una exigencia didáctica que un consejo técnico, no es
menos cierto que según él la cura analítica no debe conocer contraindicación diagnóstica. Son las
características de la demanda de un paciente las que deciden del compromiso de un análisis o de su
rechazo. Sin embargo, el discernimiento de la estructura del sujeto condiciona de manera decisiva el
manejo de la cura. La confianza crédula en « la histerización del psicótico » no es más aceptable:
sabemos que las intervenciones propicias a moderar el goce desregulado deben ser claramente
distinguidas de aquellas orientadas hacia el análisis de lo reprimido.
Si el sujeto que demanda ya ha hecho episodios netamente psicóticos o si se presenta
actualmente como psicótico, la identificación de su estructura, a lo largo de las entrevistas
preliminares, no plantea problemas mayores – a condición de no confundir psicosis e histeria
crepuscular2. La dificultad nace para el analista cuando está confrontado a demandas de parte de
sujetos que no poseen ningún pasado psiquiátrico, que no son ni delirantes, ni alucinados, ni
melancólicos, y para los que, a pesar de todo, se plantea la cuestión de un funcionamiento psicótico.
Ahora bien, esta situación se presenta hoy con una frecuencia aumentada. Sin embargo, hasta fines
de los años ´90, los trabajos que conciernen a la psicosis no-desencadenada fueron raros. Anne-Lyse
Stevens no recuenta más que una quincena de artículos sobre este tema en 19963. Entre las
dificultades mayores planteadas por la práctica analítica, se trata sin duda de una de las menos
estudiadas hasta que la introducción del concepto de “psicosis ordinaria” en 1998 vino súbitamente
a focalizar la atención sobre esta clínica.
Es cierto que su examen tropezó durante mucho tiempo con la tesis ampliamente extendida,
particularmente por los kleinianos, según la cual la psicosis constituye una virtualidad inherente a
todo ser humano. De hecho, la aprehensión de su especificidad es un problema que no podía
formularse antes de mediados de los años ´50: su estudio requiere de entrada que la noción de
estructura psicótica encuentre su consistencia, y esto no se opera sino con la construcción del
concepto de forclusión del Nombre-del-Padre, sólo después surgen preguntas que conciernen los
modos de compensación y de suplencia. Sin embargo, su estudio fue dejado de lado durante largo
tiempo. Por ejemplo, las indicaciones reiteradas de Lacan sobre el interés de la clínica de Hélène
Deustch sobre las personalidades « como si », no han prácticamente retenido la atención. Los
trabajos modernos los colocan con gusto en la bolsa de gatos de los « borderlines » sin discernir en
ellos una contribución importante en cuanto a los modos de compensación de la estructura
psicótica. Sin dudas fue necesario que fuese superada la subordinación de lo imaginario a lo
simbólico en la enseñanza de Lacan para que se abra plenamente un nuevo campo de estudio sobre
1Lacan J. Ouverture de la section clinique? en Ornicar? Revue du champ freudien, Avril 1977, 9, p. 12.2Maleval J-C. Les hystéries crépusculaires. Confrontations psychiatriques, 18 ème année, 1985, 25, pp. 63-97. 3Lysy-Stevens A. Ce qu’on appelle des « psychoses non déclenchées ». Les feuillets du Courtil, juin 1996, 12, pp. 105-11.
3
las posibilidades de paliar la forclusión del Nombre-del-Padre. Además, él mismo no da el ejemplo
sino tardíamente, luego de haber determinado la importancia equivalente de cada una de las
dimensiones del nudo borromeo, cuando se detiene sobre el ego de Joyce en uno de sus últimos
seminarios.
Fenómenos elementales y pre-psicosis.
Por otro lado, las investigaciones sobre la estructura psicótica se confundieron durante
mucho tiempo con el estudio de los fenómenos elementales. Un pasaje frecuentemente citado del
seminario III parece incitar a correlacionar estrechamente unas con otros. « los fenómenos
elementales, nos dice el 23 de noviembre de 1955, no son más elementales que lo que subyace al
conjunto de la construcción del delirio. Son tan elementales como lo es, en relación a una planta, la
hoja en la que se verán ciertos detalles del modo en que se imbrican e insertan las nervaduras: hay
algo común a toda la planta que se reproduce en ciertas formas que componen su totalidad.
Asimismo, encontramos estructuras análogas a nivel de la composición, de la motivación, de la
tematización del delirio, y a nivel del fenómeno elemental. Dicho de otro modo, siempre la misma
fuerza estructurante, si me permiten la expresión, está en obra en el delirio, ya lo consideremos en
una de sus partes o en su totalidad.
Lo importante del fenómeno elemental no es entonces que sea un núcleo inicial, un punto
parasitario, como decía Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del cual el sujeto haría
una construcción, una reacción fibrosa destinada a enquistarlo, envolviéndolo, e integrarlo al mismo
tiempo, es decir explicarlo, como se dice a menudo. » Lacan se opone claramente a la tesis según la
cual la génesis de los fenómenos de automatismo mental, situada en un proceso irritativo cerebral,
estaría en ruptura completa con la de las elaboraciones delirantes, debidas a la facultad de
razonamiento. « El delirio no es deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es también un
fenómeno elemental. Es decir que la noción de elemento no debe ser entendida en este caso de
modo distinto que la de estructura, diferenciada, irreductible a todo lo que no sea ella misma ».4 Él
promueve así una unificación causal de los trastornos psicóticos ligados a una estructura específica.
Puede deducirse de esto que la clínica de la psicosis ordinaria participa de la misma estructura, y
que ella no debe diferir de la psicosis clínica más que por la discreción de sus manifestaciones y por
sus modos originales de estabilización.
El concepto de fenómeno elemental posee una acepción, por cierto extensa, pero precisa,
que lo inserta en la estructura psicótica. Lacan recuerda que esta concepción de 1955 se inscribe en
4Lacan J. Les psychoses. Le séminaire III. Seuil. Paris. 1981, p. 28. En español, « Las Psicosis » , Seminario 3, Paidós, pág. 33
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línea directa con la desarrollada en 1932 en su Tesis. A fin de diferenciar su doctrina de aquellas de
Clérambault, él utilizaba ya la misma imagen: « la identidad estructural está a la vista – escribía él –
entre los fenómenos elementales del delirio y su organización general impone la referencia
analógica al tipo de morfogénesis materializada por la planta »5. Mientras tanto la estructura de la
personalidad devino estructura del inconsciente, pero siempre se trata de oponerse a la concepción
mecanicista o a la doctrina de la constitución, señalando que los fenómenos elementales no son el
producto de una deducción razonada. Lacan precisa en su Tesis las variedades clínicas de estos:
alucinaciones, interpretaciones, ilusiones de la memoria, trastornos de la percepción, postulados
pasionales y estados oniroides. En su mayor parte aparecen de entrada cargados de una
« significación personal »6. Ahora bien, esta última testimonia de una ruptura de continuidad con los
pensamientos anteriores del sujeto: una certeza se le impone según la cual él está implicado por una
significación cuyo sentido le es profundamente enigmático. Sauvagnat ha mostrado el anclaje de
esta aproximación en la corriente anti-kraepeliniana de la psiquiatría alemana (Neisser, Margulies)
que consideraban que al inicio de una paranoia podía ponerse en evidencia una significación
personal (Krankhafte Eigenbeziehung7) previa a toda construcción delirante. La noción jaspersiana
de « experiencia delirante primaria », la de « momentos fecundos » (K. Schneider), incluso la de
« interpretaciones frustras » de Meyerson y Quercy se refieren a intuiciones del mismo orden8. El
fenómeno elemental está cerrado a toda composición dialéctica porque él se presenta sobre un
fondo de vacío absoluto que la carencia de la función paterna no permite evitar. En la psiquiatría
clásica, está íntimamente ligado a la revelación de esta carencia, en consecuencia al
desencadenamiento de la psicosis; sin embargo la mayoría de los clínicos acuerdan en que él puede
subsistir a veces durante un largo tiempo sin dar nacimiento a un delirio ni a una psicosis declarada.
Es notable que los conceptos de pre-psicosis y de fenómeno elemental, presentes en el
seminario III, desaparezcan en la Cuestión Preliminar, para no volver a reaparecer nunca más en la
enseñanza de Lacan. El término de pre-psicosis sugiere que habría en el seno de la estructura
psicótica un dinamismo que tendería hacia la psicosis declarada. Ahora bien, no es dudoso que
existan suplencias que permitan evitar que esta última sobrevenga durante toda una existencia: si
Schreber hubiese fallecido antes de los 42 años, y no habiendo sufrido hasta ese momento más que
de algunos trastornos hipocondríacos, ¿quién habría osado evocar la psicosis que le concierne? La
determinación de la estructura psicótica en referencia a la forclusión del Nombre-del-Padre implica 5Lacan J. De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité. [1932]. Seuil. Paris. 1975, p. 297.6Lacan J. Exposé général de nos travaux scientifiques. [1933], in De la psychose paranoïaque, o. c. , p. 400.7 Son Sérieux y Capgras, en su obra sobre "Las locuras razonantes " que tradujeron "krankhafte eigenbeziehung" por"significación personal". La expresión alemana designa la autoreferencia delirante; sin embargo la mayor parte de los autores admite que esta autoreferencia es un efecto de significación. (Sauvagnat F. Histoire des phénomènes élémentaires. A propos de la signification personnelle. Ornicar? Revue du champ freudien. 1988, 44, pp. 19-27). Hay versión en español, Adrián Vodovosoff, Ficha de circulación interna de Psicopatología I UNLP. 8Sauvagnat F. Vaisserman A. Phénomènes élémentaires psychotiques et manoeuvres thérapeutiques, Revue Française dePsychiatrie, 1991.
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desde un principio la existencia de posibilidades de evitamiento. Así es que se concibe fácilmente
que la pre-psicosis sea un concepto que cae en desuso. Por el contrario, constatamos con mayor
sorpresa el borramiento del término de fenómeno elemental. De hecho, de la Tesis al seminario III
hay que destacar que éste ha sufrido una extensión que le hace incluir en 1955 al delirio mismo. De
ahí que este último debe ser considerado como un fenómeno elemental, y aún en última instancia,
como el más característico, ya que revelando mejor que todo otro la estructura, se entiende que el
concepto tienda a perder su especificidad. Se disuelve en el conjunto de las manifestaciones clínicas
de la psicosis. Los estudios sobre el fenómeno elemental de los clásicos, el de la Tésis, casi siempre
caracterizado por una experiencia de significación personal, se fundan en aquellos sobre el
desencadenamiento de la psicosis y en aquellos sobre la emergencia del delirio. H Waschberger
hace la misma constatación cuando sostiene la tesis según la cual el fenómeno elemental, en la
enseñanza de Lacan « será finalmente dejado de lado en provecho de la experiencia enigmática »9.
A pesar de esta desafección, constatamos que el concepto perdura en el campo freudiano. Lo
hace sobre una forma original, que no es la de la psiquiatría clásica, en la que está fuertemente
correlacionado a la clínica del desencadenamiento de la psicosis, y que no es tampoco la acepción
extensa que Lacan le da en 1955. Hasta fines de los años ´90, el fenómeno elemental está referido
esencialmente a las manifestaciones clínicas que traducen el aislamiento de un significante con
relación a la cadena. Estos S1 cortados del S2 están a la espera de significaciones, de forma tal que
se presentan bajo un aspecto enigmático que suscita la perplejidad del sujeto. En la Cuestión
preliminar Lacan evocaba esta clínica cuando hacía mención de la « cadena rota ». La suerte
sorprendente que la noción de fenómeno elemental conoció durante este período, resulta
probablemente de una espera inherente al punto de vista estructural: este implica la existencia de
manifestaciones discretas de la forclusión del Nombre-del-Padre, independientes de la psicosis
clínica, que es necesario poder distinguir.
Sin embargo, desde fines de los años ´90, un nuevo concepto, que recorta por un lado la
clínica de los fenómenos elementales, hace su ingreso en la teoría psicoanalítica, el de desenganche.
Jacques-Alain Miller lo introduce en 1997 « menos como un concepto que como una expresión bien
torneada»10 a propósito de una observación clínica, presentada por Deffieux, que parece dar cuenta
de la presencia de una metáfora delirante en ausencia de desencadenamiento11. Allí aparece como
sinónimo de « pseudo-desencadenamiento » o de « neo-desencadenamiento ». Laurent continua la
9Wachsberger H. Du phénomène élémentaire à l'expérience énigmatique. La Cause freudienne. Revue de psychanalyse,1993, 23, p. 14.10Miller J-A. Apertura en “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Paidós. {Ouverture, in La conversation d’Arcachon. Cas rares : les inclassables de la clinique. Agalma. Le Seuil. 1997,p. 163}11Deffieux J-P. Un caso no tan raro, en “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Paidós, pp. 201-207 {Un cas pas si rare, in La conversation d’Arcachon, o.c., pp. 11-19.}
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idea señalando que « la clínica del desencadenamiento del Otro no va sin la clínica de la producción
de la pulsión »12. Dos años más tarde, Castanet y De Georges, titulan su informe « Enganches,
desenganches y reenganches ». El interés de este concepto de desenganche con respecto al Otro
reside, les parece, en el esclarecimiento retrospectivo que permite operar sobre el elemento que
hacía de « enganche » para el sujeto, de manera que abra la posibilidad de dirigir la cura en el
sentido de un eventual « re-enganche ».13 Contrariamente al fenómeno elemental, salido de la clínica
psiquiátrica, el desenganche se presenta como un concepto generado por el discurso psicoanalítico.
Es una gran tentación intentar insertarlo en la clínica de los nudos e intentar hacer de él un sinónimo
del desanudamiento de uno de los elementos de la estructura del sujeto. El riesgo sería que él
sustituya así al fenómeno elemental y que dispongamos de dos términos para nombrar clínicas muy
similares. Sin embargo, Jacques-Alain Miller no los confunde. Aún cuando introduce el
« desenganche », sitúa un dejar caer del cuerpo como « fenómeno elemental »14. Ahora bien, este
signo clínico, destacado por Lacan en relación a Joyce, lo lleva a inferir una desconexión del
elemento imaginario de la estructura del sujeto, cuya relación al lenguaje lleva la marca. Sin
embargo, llamar fenómeno elemental a un dejar caer del cuerpo testimonia de una extensión del
concepto: ya no es solamente ligado a la clínica de la « cadena rota », sino que tiende más
ampliamente a designar manifestaciones clínicas de algo que cojea en el nudo RSI.
El desarrollo de estudios consagrados a la psicosis ordinaria parece hoy inducir una
aproximación más fina generadora de conceptos nuevos. Una de las consecuencias parece ser un
agrandamiento de la acepción del concepto de fenómeno elemental, precisando que la presencia de
éste no implica necesariamente el desencadenamiento de la psicosis, mientras que el desenganche
del Otro no es una característica de todos los fenómenos elementales.
La concepción de la psicosis ordinaria no podría confundirse con la de la pre-psicosis, ni con
aquella que Lacan nombraba en su Tesis « los esbozos de trastornos psíquicos detectables en los
antecedentes »15, porque la psicosis clínica no estaba en germen en la estructura. Ésta no es sino una
posibilidad que se actualizará eventualmente frente a malos encuentros. La identificación de la
estructura psicótica por fuera del desencadenamiento no puede reducirse al discernimiento de
hechos mórbidos iniciales.
Para aprehenderla ¿será necesario entonces convocar a la « psicosis blanca »? Se trata de
una noción ambigua por la cual Donnet y Green buscan describir « una configuración clínica donde 12Laurent E. L’appareil du symptôme, in La conversation d’Arcachon, o.c., p. 18513Castanet H. De Georges P. Branchements, débranchements, rebranchements, in La psychose ordinaire. La Conventiond’Antibes. Agalma-Le Seuil. 1999, p. 14. En español, « Enganches, desenganches y reenganches », en Las Psicosis ordinarias, Paidós, Págs 17 a 43.14Miller J-A. “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Paidós p. 326 (Ouverture, in La conversation d’Arcachon, o.c., p. 164. )15Lacan J. De la psychose paranoïaque, o. c., p. 270.
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se manifiesta en germen la psicosis »16. A partir del estudio minucioso de una larga entrevista,
tomada luego de una presentación de enfermos efectuada por uno de ellos, se esfuerzan por
determinar la « estructura matricial » de una potencialidad psicótica que se actualice o no
posteriormente. Por privarse de una referencia a la forclusión del Nombre-del-Padre, aunque
intentando integrar algunos datos, se encuentran atrapados entre dos tesis incompatibles, y evitando
elegir entre ellas: la kleiniana, la del núcleo psicótico presente en cada uno, y la lacaniana, según la
cual no se vuelve loco quien quiere, una estructura específica es necesaria. Ellos sostienen al mismo
tiempo que la psicosis se funda sobre un « aparato de pensamiento considerado en su integralidad »
y que los « mecanismos psicóticos » obran « en secreto » en los neuróticos. En el mismo momento
en que oponen « estructura neurótica » y « estructura psicótica », se ven llevados a borrar esta
distinción refiriéndola a tipos ideales. Para satisfacer esta búsqueda de sincretismo, deben introducir
nociones eminentemente especulativas « de ombligo de la psicosis » o de « nudo psicotizante ».
Estos procedimientos de patinaje dialéctico hacen oscilar sin cesar a la « psicosis blanca » entre un
síndrome y una estructura. No logran separar este concepto de configuraciones clínicas en las que la
sintomatología psicótica está ya presente y que la internación se vuelve necesaria. A pesar de los
esfuerzos de los autores, en último análisis, la « psicosis blanca » no se despega en nada de la
mirada psiquiátrica. Ella peca de las mismas insuficiencias que la pre-psicosis: no toma en cuenta
para nada lo que la estructura psicótica no desencadenada tiene de más específico, a saber, los
modos de compensación y de suplencias.
La psicosis fría es una noción que busca aprehender el mismo terreno, el de las psicosis no
delirantes, a partir de una aproximación metapsicológica original, muy reticente respecto de una
referencia estructural, fundada sobre el modelo de la anorexia mental. Los autores subrayan la
importancia de una organización perversa en esta forma de psicosis, de la cual testimoniaría una
búsqueda constante del placer de la insatisfacción17 y una relación fetichista al objeto18. De hecho,
parece que este concepto no llega a lograr despegarse del síndrome que le dio origen. Está citado
mayormente en referencia a la imagen que él sugiere que por contribuir a la metapsicología tupida
que busca darle consistencia. Para superar esta supuesta psicosis nada verdaderamente nuevo: una
neurosis histero-fóbica, comportamientos obsesivos, incluso comportamientos de tipo psicopático.
Una apertura sobre la originalidad de las suplencias creadas por los sujetos psicóticos desborda las
posibilidades heurísticas del concepto.
Un estructura precozmente identificable
16Donnet J.L. Green A. L'enfant de Ça. Psychanalyse d'un entretien: la psychose blanche. Ed. Minuit. Paris. 1973.17Kestemberg E.- Kestemberg J.- Decobert S. La faim et le corps. P.U.F. Paris. 1972, p. 189.18Kestemberg E. La psychose froide. P.U.F. Paris. 2001. p. 83.
8
Los defensores de la psicosis blanca o de la psicosis fría son clínicos llevados a criticar la
existencia de una permanencia de la estructura psicótica o bien la posibilidad de su discernimiento
antes de la psicosis declarada. Los dos ejemplos siguientes bastarán al contrario para mostrar la
pertinencia de la hipótesis estructural. Uno de los más famosos locos literarios franceses, Fulmen
Cotton 19, que tuvo el privilegio de ser examinado por los alienistas más renombrados de su tiempo,
la segunda mitad del Siglo XIX, habría tenido una « idea fija » desde que tomó su primera
comunión, a la edad de 8 años, la de llegar a ser Papa. Los signos patentes de psicosis no
aparecieron sino veinticinco años más tarde20. La emergencia precoz de un llamado apremiante a la
función paterna, ¿no sugiere con fuerza que la forclusión estaba ya presente para este primer
comulgante? Que uno de los temas de su delirio haya sido querer ser Papa en lugar de León XIII
parece confirmarlo. Este caso no es anecdótico. Sérieux y Capgras informan en 1909 de un caso
similar. La infancia de Arsene, describen, no presentó ninguna particularidad, si no fuera porque en
su pueblo le dieron un sobrenombre, después de que le diera una respuesta memorable al obispo
cuando tomó la primera comunión a los nueve años: « Qué quieres hacer más adelante? Le preguntó
el sacerdote – Monseñor, yo quiero ser Papa, le respondió sin dudar »21. Quince años más tarde
escuchaba voces que le anunciaban que él sería Papa. Le escribió a Pio IX para ordenarle que
abdicara en su favor. A la muerte de éste, hizo acto de candidatura ante el Concilio. En síntesis,
desarrolla un delirio paranoico cuyo tema mayor ya estaba presente en su infancia. Al igual que
Fulmen Cotton, Arsene testimonia muy precozmente, una fascinación por una figura paterna muy
apta para sugerir en lo imaginario lo que hace defecto en lo simbólico, a saber, la función paterna
forcluída.
La presencia de alucinaciones vividas en silencio por jóvenes niños no es rara. Es concebible
que la falta de discernimiento de fenómenos elementales más discretos o más desconocidos sea de
una gran frecuencia cuando el niño no presenta demasiadas dificultades escolares.
Los modos de compensación que hacen a la especificidad de la psicosis ordinaria se
disciernen a veces ellos también desde la infancia. El funcionamiento « como si »de la Sra. T fue
remarcado tempranamente por su padre, mucho antes de que se declare la psicosis a la edad adulta.
« Desde su infancia, testimonia él, me di cuenta de que ella era muy influenciable, al mínimo
contacto ella se adhiere fácilmente {...} Siempre la vi según el medio, los camaradas que ella tenía,
y yo sentía eso. Tenía que vigilar. Cuando ella estaba en buenas compañías, entonces ella estaba
fantástica, apreciada, pero cuando ella andaba en malas compañías ... ella hubiese podido salir a
hacer la calle. Cuando tiene un buen contacto, ella tiene buenas posibilidades, cuando es gente
19El abad Xavier Cotton firmaba sus obras bajo el nombre de Fulmen, quizás adoptado, según F. Hulak, "por analogía con el de fulmicoton (cordon détonnant) y en referencia a la palabra latina « trueno » (tonnerre).20Hulak F. Fulmen Cotton. D'un cas d'école à l'archéologie du sinthome, in La mesure des irréguliers. Symptôme et création, sous la direction de F. Hulak. Z'éditions. Nice. 1990, pp. 53-69.21Sérieux P. Capgras J. Les folies raisonnantes. Alcan. Paris. 1909. p. 124.
9
honesta .... pero si son rebuscados, ella será como ellos. Ella no tiene un comportamiento único. Le
pasa eso porque no tiene dirección personal. Es más bien mitómana. Contaba cosas agrandándolas,
adornándolas. Sigue el camino de la gente que frecuenta: cuando era chiquita, a los seis años, tenía
una compañera de escuela más grande, más tonta. Hacía como ella: metía la mano en la caja, y ella
imitaba. Hablar con ella no es suficiente: es la gente que frecuenta » (él hace entonces el gesto de
poner sus dos manos {...} cara a cara, en espejo), y dice « ella sigue así al otro. Con su primer
amante ella era tan mentirosa y desequilibrada como él. Es decir, que hablar con ella, no es
suficiente, es la imagen »22. El síndrome aislado por H. Deutsch en los años '30, que ella discernió a
menudo en los antecedentes de esquizofrénicos, se encuentra bien ilustrado por esta remarcable
observación. Ella nos confirma en abundancia que el funcionamiento « como si » es detectable
muchos años antes del desencadenamiento de la psicosis – a veces incluso desde la infancia.
No es raro constatar, además, que numerosos psicóticos manifiestan en sus antecedentes una
atracción excepcional por los juegos de la letra (crucigramas, anagramas, etc). “Cuando yo gozaba
de buena salud”, señala Schreber, las cuestiones de etimología “ya habían cautivado infinitamente
mi atención”23. Sin embargo, la característica del fenómeno elemental, venimos de recordarlo,
reside en el goce excepcional que se liga a ciertos elementos lingüísticos desconectados de la
cadena, lo que es precisamente el estatuto de la letra.
Numerosos sujetos psicóticos adultos, desencadenados o no, dicen haber experimentado
desde su infancia fenómenos elementales. Es el caso de Pierre, un estudiante brillante, que consulta
por dificultades relacionales, trastornos discretamente erotomaníacos, y por una búsqueda del
absoluto en el deseo y en el pensamiento. Testimonia que de niño, a veces perdía la espontaneidad
de la palabra, algo de lo que quedan marcas hoy en una dificultad de expresión, sobre todo en forma
oral, y menos en forma escrita. Índice sin duda de súbitas manifestaciones de la carencia de
significación fálica. Lo que sí es más claro es que, en sus cursos del ciclo elemental, él escuchaba
voces que le decían morir, lo que le resultaba espantoso, ya que él quería vivir. Él temía ser
envenenado y morir de hambre durante la noche. Estos últimos fenómenos han desaparecido hoy en
día. Sin embargo, Pierre permanece confrontado a un Otro amenazante respecto del cual utiliza
diversas estrategias de evitación para mantenerlo a distancia. Éstas son compatibles con la vida
social de un estudiante bastante solitario.
A pesar de que los testimonios de fenómenos elementales precoces son numerosos, puede
ponérselos en duda subrayando que fueron recogidos a distancia de los fenómenos; pero
investigaciones realizadas sobre los antecedentes de psicóticos adultos, apoyándose sobre historias
clínicas establecidas durante su infancia, confirman que en su mayoría presentaron trastornos
manifiestos mucho antes del desencadenamiento de la psicosis clínica. Se destacan en particular la
22Czermak M. Sur quelques phénomènes élémentaires de la psychose, in Passions de l'objet. Etudes psychanalytiques des psychoses. Joseph Clims. Paris. 1986, p. 151.23 Schreber D.P. Mémoires d’un névropathe (1903) Seuil, 1975m p. 191.
10
frecuencia de trastornos del lenguaje y un comportamiento asocial y encerrado24. La noción de
estructura es muy ajena al discurso de la psiquiatría contemporánea, sin embargo sus observaciones
convergen con esta hipótesis cuando, al apoyarse sobre el tratamiento estadístico de un material
clínico, avanza el concepto de “vulnerabilidad” del esquizofrénico25 - en el sentido amplio de este
término. Zubin entiende por esto que existen, en ciertos sujetos, predisposiciones, rápidamente
supuestas de origen biológico, que pueden dar nacimiento a una esquizofrenia cuando son activadas
por el medio ambiente, pero que pueden asimismo permanecer latentes.
Cuando los sujetos “vulnerables” no han desencadenado una psicosis clínica, la hipótesis
estructural invita a considerar que son capaces de recurrir a procesos que les permiten compensar la
forclusión del Nombre-del-Padre. ¿Por qué vienen a veces a consultar al analista? La experiencia
muestra una gran diversidad de demandas, las principales parecen, sin embargo, ser: por un estado
depresivo, por inhibiciones en los estudios o el trabajo, por problemas “psicosomáticos”, para ser
psicoanalistas, incluso porque le han dicho que lo hagan. Sucede muy frecuentemente que se
presenten poniendo en primer plano una sintomatología de apariencia neurótica. Obsesiones, fobias,
e incluso conversiones, no son incompatibles con la estructura psicótica. Lacan señalaba en 1956
que “nada se parece tanto a una sintomatología neurótica que una sintomatología prepsicótica”26.
Ya en ese entonces señalaba la existencia de para-psicosis: algunas que se aferran a
“identificaciones puramente conformistas”27, otras se orientan sobre una identificación “por la que
el sujeto asume el deseo de la madre”28. No tuvo, sin embargo, la ocasión de desarrollar estas
rápidas indicaciones. Su contribución mayor al estudio de la psicosis ordinaria no aparece en su
enseñanza sino una veintena de años más tarde, cuando le consagra su seminario a Joyce – cuya
escritura le parecía poner en evidencia la esencia del síntoma.
El remedo del egoEl escritor irlandés desarrolla según él, una obra encargada de revalorizar su nombre para
hacer una “compensación de la carencia paterna”29. No son nociones salidas de la sintomatología
psiquiátrica las que lo incitan a hacer la hipótesis de la estructura psicótica del artista. Ninguna
referencia por ejemplo a lo que se podría estar tentado de denominar sus “rasgos paranoicos”: sus
sentimientos de persecución, su afición por las querellas, su carácter difícil. Es esencialmente la
escritura de Joyce la que retiene su atención. Toda la obra del irlandés parece progresar con método
24 Spoerry J. Étude des manifestations premorbides dans la schizophrénie, Psychiatrie de l’enfant, 1964, VII, 2, pp 299-379.
25 Zubin J. Spring B. Vulnerability. A new view of schizophrenia J. Abnormal Psychol, 1977, 86, pp 103-126.26 Lacan, J Les psychoses, o.c. , p 216. En español, Las Psicosis, Paidós, Pág. 273.27 Ibid, p. 231. En español, Las Psicosis, Paidós, Pág 292.28 Lacan, J. D’une question préliminaire …Ecrits, 1966, p 565. En español. « De una cuestión… », Siglo XXI pág.
547.29 Lacan, Le sinthome. Séminaire du 17 février 1976, Ornicar ? revue du champ freudien. Hiver 1976-1977, 8, p 15.En español : “El sinthome”, cap VI Joyce y las palabras impuestas. Pág. 92. Edit. Paidós.
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hacia una de las mayores obras de la literatura del siglo XX, “Finnegans Wake”, publicada en 1939,
sobre la que trabajó durante 17 años. Creando allí una escritura que, sucesivamente o
simultáneamente, invita a una lectura alfabética, deletreada, ideográfica, utilizando homofonías
translingüísticas fundadas sobre diecinueve idiomas diferentes, su texto logra una complejidad apta
para dar trabajo a los universitarios durante varios siglos. Cuando un audaz se arriesga a una
imposible traducción, se obtiene por ejemplo: “(Il fait salement prétendant d’espincer la harbe
jubalaire d’un second ouïteur vécu, Farelly y la Flamme) L’histoire est conque. Eclef ta lanterne et
mire le viril ores neuf. Dbln.W.K.O.O T’entends? Proche le mur du mausoliant. Fimfim fimfim.
Gros fruit de fumeferrailles. Fumfum fumfum. C’est octophone qui ontophane. Chute. La lyre
muthique de Pireblé”30 (N de T: en francés, frase incomprensible) En la evolución de la obra de
Joyce, desde sus primeros ensayos críticos hasta Ulises y Finnegans Wake, cierta relación con la
palabra parece serle cada vez más impuesta, al punto de que, constata Lacan, termina por disolver el
lenguaje haciéndole sufrir una descomposición que llega hasta atacar la identidad fonatoria31.
La insistencia de Joyce en desconocer la psicosis de su hija por considerarla una telépata
capaz de informar milagrosamente y de leer los secretos de la gente testimonia de la misma
intuición que su escritura: parece haber tenido la sospecha de que el lenguaje no es algo dado, sino
una adquisición enchapada, impuesta, parasitaria.
La argumentación de Lacan se apoya de manera privilegiada sobre un corto episodio
autobiográfico, incluido en el Retrato de un artista adolescente, en el cual Joyce relata haber sido
golpeado por compañeros de clase, que lo habían atado, y acorralado contra un alambrado de púas.
Lo golpean a palazos y con un gran carozo de repollo (salvaje). A pesar de esto, luego de haberse
desatado, muy rápido, él siente caer su cólera, “tan fácilmente, escribe él, como se despega la piel
suave y madura de un fruto”32. Esta casi-ausencia de afecto en reacción a la violencia física y esta
puesta a distancia del cuerpo que parece él mismo separarse como la piel de un fruto llaman la
atención. Sin embargo, este no es el único en su género. Cuando Joyce relata que el héroe del
Portrato fue golpeado por el Preceptor de estudios, escribe: “De imaginarlas dolidas (sus manos) y
repentinamente doblegadas, él las lamentaba, como si ellas no fueran propias, sino de alguien por
quien sentiría pena”33. La existencia de Joyce confirma estas confidencias literarias: por negligencia
deja que su ojo derecho se calcifique más allá de toda posibilidad de salvarlo34, al mismo tiempo
que no se hará tratar la úlcera que estuvo en el origen de su muerte prematura35. “La forma del
30 Joyce J. Mutt et Jute, en Finnegans Wake. Traduction du Bouchet. Gallimard. Paris. 196231 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 17 février 1976, Ornicar ? Revue du champ freudien, Hiver 1976-1977, 8, p.17. En español: “El sinthome”, cap VI Joyce y las palabras impuestas. Pág. 94, dit. Paidós.32 Joyce J. Portrait de l'artiste en jeune homme, in Oeuvres I. Traduction de L. Savitzky, révisée par J. Aubert. Gallimard. Pléiade. Paris. 1982, p. 611.33 Ibid., p. 580.34 Maddox B. Nora. Albin Michel. 1990, p. 362.35 Ibid., p. 429.
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dejar-caer de la relación al cuerpo propio, señala Lacan, es completamente sospechosa para un
analista”36. Nosotros hemos destacado más arriba que Deffieux describe una clínica semejante en un
sujeto psicótico37. Ésta se vuelve a encontrar con mucha frecuencia en sujetos sin domicilio fijo. En
un trabajo digno de destacar sobre los mendigos vagabundos de París, Declerk constata que “la gran
desocialización constituye una solución equivalente (aunque no idéntica) a la psicosis”. Él ha
observado en estos sujetos impresionantes fenómenos del dejar-caer del cuerpo: fracturas expuestas
dejadas en ese estado durante días, medias puestas durantes varios meses y cuyos elásticos cortan la
pierna hasta el hueso, inclusión en la piel del pie de una media que no había sido retirada desde
hacía mucho tiempo, etc. Él subraya con cierta sorpresa que estos sujetos no son sin embargo
psicóticos: los sitúa más bien en la categoría de los estados límites o de las personalidades
patológicas. Constata las afinidades entre la precarización del vagabundo y el funcionamiento
psicótico – casi un cuarto de estos sujetos desocializados presentan síntomas psicóticos manifiestos
– pero a falta de disponer de una clínica de la psicosis ordinaria, intenta introducir el concepto de
“forclusión anal”, que no deja de testimoniar una intuición pertinente sobre la no extracción del
objeto pulsional. “¿Cómo comprender tales aberraciones - se pregunta - concernientes a los
fenómenos del dejar caer del cuerpo, sino planteando la hipótesis de que nos encontramos allí en
presencia de una verdadera retirada psíquica del espacio corporal que, desinvertido, se encuentra
entonces como abandonado a su propia suerte en la aparente indiferencia del sujeto?”38
De esta indiferencia, más discreta y más pasajera en el caso de Joyce, Lacan infiere un
defecto en el nudo de las tres dimensiones que determinan la estructura del sujeto: en virtud de un
error en la articulación de lo simbólico y lo real, el elemento imaginario no buscaría sino soltarse.
La figura siguiente muestra dónde se ha producido el error para el escritor irlandés.
36 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 11 mai 1976, in Ornicar? Bulletin du champ freudien, Septembre 1977, 11, p. 7. En español : “El sinthome”, cap X La escritura del ego. , pág. 147. Edit. Paidós.37 « era primavera, él tenía 8 años, y se dirigía a un entrenamiento de natación; un hombre le propuso llevarlo en su bicicleta y B. aceptó sin vacilar; el hombre lo condujo al bosque, lo golpeó en todo el cuerpo con un palo; en el momento, el hombre sacó un cuchillo y quiso cortarle el sexo; entonces B. consiguió escapar […] Él dirá de esta paliza : « De ningún modo sentó dolor ». Al volver a casa, le cuenta a su padre « quien no le creyó ». De hecho, está cubierto de esquimosis y el médico que lo ve se espanta […] Cuando el hombre comenzó a golpearlo, recuerda haber abandonado su cuerpo haberse distanciado de él, haber desaparecido: « En un momento vi a un chico: era yo, entonces escapé». [Deffieux J-P. Un caso no tan raro, en “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Paidós, pp. 201-207. {Deffieux J-P. Un cas pas si rare, in La conversation d’Arcachon, o.c., pp. 16-18.}38 Declerck P. Les naufragés. Avec les clochards de Paris. Plon. 2001, p. 308.
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A pesar de que la forclusión del Nombre-del-Padre pueda ser concebida en las últimas
elaboraciones de Lacan como una carencia del anudamiento borromeo de la estructura del sujeto, y
a pesar que la de Joyce testimonia de un desfallecimiento tal, éste no ha desencadenado una
psicosis. Para dar cuenta de ello Lacan introduce la hipótesis de una reparación del nudo operado
por medio de remedo del ego.
Así escribe Lacan este último:
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En 1975, Lacan se ve llevado a diferenciar por primera vez entre el yo (moi) y el ego.
Define este último como siendo “la idea de sí como cuerpo”39. Cuando la función narcisista opera
capturada por el nudo borromeo, el ego no se distingue del yo (moi). Pero, en Joyce, el ego presenta
la particularidad, si creemos en los episodios de la paliza y de las manos dolidas, de no sostenerse
en la imagen del cuerpo. Lacan afirma, contrariamente a la ilusión filosófica, que el hombre no
piensa con su alma, sino con su cuerpo: su psicología participa de la imagen confusa que se ha
formado de su cuerpo en la imagen especular: “Hay que poner la realidad del cuerpo en la idea que
lo hace”40, señala él, a fin de subrayar que el sujeto no está condenado a su conciencia, sino a su
cuerpo, que instituye un obstáculo mayor a la captura del sujeto como dividido. La debilidad de lo
mental en cada uno de nosotros encuentra su fundamento en la adoración del cuerpo. “la cogitación,
insiste Lacan, permanece pegoteada de un imaginario que está enraizado en el cuerpo”41. Sin
embargo, para Joyce, el ego parece tener una función diferente a la narcisista: él corrige el
desfallecimiento del nudo, gracias a su “remedo” por la escritura, instaurando un segundo nudo
entre lo real y lo simbólico, que toma a lo imaginario en su trenzado, impidiendo de ahora en más
que éste se deslice. El ego de Joyce se constituye sin cuerpo por medio de un encuadramiento
formal trazado por la escritura, de forma tal que su arte suple su vestido fálico.42 Se trata, sin
39 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 11 mai 1976, in Ornicar? Bulletin du champ freudien, septembre 1977,11, p. 7.En español: “El sinthome”, cap X La escritura del ego. , pág. 147. Edit. Paidós.40 Lacan J. Joyce le symptôme II., in Joyce avec Lacan, sous la direction de J. Aubert. Navarin. Paris. 1987, p. 33.41 Lacan J. RSI. Séminaire du 8 Avril 1975, in Ornicar? Bulletin du champ freudien, Hiver 1975-1976, 5, p. 37.42 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 18 novembre 1975, in Joyce avec Lacan, o. c., p. 40.En español: “El sinthome”, cap I Del uso lógico del sinthome o Freud con Joyce. Edit. Paidós.
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embargo, de un remedo mal hecho, el nudo guarda la marca de la falta inicial. La escritura de Joyce
no despierta la simpatía en el lector: abole el símbolo, corta el aliento del sueño, un elemento
imaginario le hace falta. Estando “desabonado del inconsciente”43 el escritor se encuentra en
condiciones de poner al desnudo el aparato del síntoma: una letra del Otro que fija un goce opaco.
“El es aquel, precisa Lacan, que se privilegia de haber llegado al punto extremo de encarnar en el
síntoma, eso por lo cual escapa a toda muerte posible, de haberse reducido a una estructura que es
aquella misma de lom, si me permiten escribir simplemente de un l.o.m.”44 Sin duda, es necesario
escuchar que lom resuena con éloïm, el verbo, de manera que esta escritura acentúa el otro cuerpo
del parlêtre [hablanteser], el del lenguaje, más exactamente de lalengua, con el que Joyce llega a
remedar el ego sin implicar a lo imaginario. La idea de sí se encuentra sostenida en él por la
escritura y no por su cuerpo. Sin embargo, lom es también una reducción fonética que no podría ser
llevada más allá, en este sentido ella subraya que el escritor pone fin, un punto final a un cierto
número de ejercicios. La literatura llamada psicológica no podría ser aprehendida de la misma
forma luego de él. Se trata de indicar nuevamente la homología entre la escritura de Joyce y el
aparato del sinthome. Su arte ha alcanzado un límite.
Instaurando una segunda línea entre lo simbólico y lo real, el ego remedado engancha lo
imaginario, la escritura sintomática restaura el nudo; sin embargo la estructura de Joyce no posee la
propiedad borromea: lo real y lo simbólico están enlazados. De este defecto, Lacan discierne un
efecto en las “epifanías”. Se trata de textos muy cortos, que se presentan en su mayoría bajo la
forma de fragmentos de diálogos, y que parecen haber valido como testimonio de una experiencia
espiritual sobre la cual el escritor fundaba la certeza de su vocación de artista. Les otorgaba un valor
que el lector no puede concebir y donde no descubre más que la trascripción de un episodio banal.
Citemos una de ellas:
“O’REILLY, más y más serio …. Ahora es mi turno, yo supongo (más serio que nunca) …
¿cuál es su poeta preferido?
Una pausa
HANNA SHEEHY: … ¿Alemán?
O’REILLY: … Sí
Un silencio
HANNA SHEEHY: … Pienso que … Goethe”45
No aprehendemos nada más, nada del contexto del episodio, de manera que la trivialidad de
las epifanías parece, para el lector, permanecer abierta a todos los sentidos, sin desprender ninguna
43 Lacan J. Joyce le symptôme I, in Joyce avec Lacan, o.c., p.24 44 Ibid., p.28. [homofonía en francés entre lom y l’homme (el hombre)]45 Joyce J. Epiphanies XII, in Oeuvres I, o.c., p. 92.
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significación. Sin embargo, “manifestaciones espirituales” como éstas fueron para Joyce muy
importantes, las comparaba con las Claritas, la tercera cualidad de lo Bello según Santo Tomás de
Aquino, cuando la cosa se revela en su esencia. Estas experiencias enigmáticas, llevadas a la
escritura, insertadas en la obra46, imponen para el escritor una revelación que toca al ser. En esto
ellas se producen articulando lo real y lo simbólico. Ponen en evidencia la estrechez inhabitual de
los lazos que unen en Joyce estas dos dimensiones.
La estructura de este último se caracteriza por un anudamiento no borromeo de lo
imaginario, de lo real y de lo simbólico operado por un ego remedado por el sinthome escritural.
Sin embargo, a partir de 1975, el síntoma se encuentra definido como siendo “la manera en la que
cada quien goza del inconsciente, en tanto que el inconsciente lo determina”47, es eso por lo cual el
goce se toma a la letra, de forma que conlleva la función de la nominación. Es esto lo que autoriza a
Lacan a identificar este cuarto elemento de la cadena borromea con uno de los aspectos de la
función paterna, el que da un nombre a las cosas. Sin él, afirma, “nada es posible en el nudo de lo
simbólico, de lo imaginario, y de lo real”.
La suplencia paterna construida por Joyce elaborando un síntoma de artificio parece
constituir una performance excepcional. “Finnegans Wake” llega a producir un límite de la
literatura. Del mismo modo, el remedo del ego por una escritura sinthomal constituye una forma de
suplencia de la cual no conocemos nada equivalente.
El concepto de suplencia¿Acaso no existen otras estrategias de suplemento del ego para detener el desfallecimiento
de la estructura borromea? La muy conocida propensión de los psicóticos a la escritura, y la función
a menudo pacificante de ésta tenderían a dejarlo suponer. El examen de este problema implica un
desvío previo profundizando el concepto de suplencia.
Lacan encara por primera vez la posibilidad de esto en el trabajo donde determina la
estructura de la psicosis en referencia a la forclusión del Nombre-del-Padre. Constata que “la figura
del Profesor. Fleschig” no logró suplir para Schreber “el vacío bruscamente vislumbrado de la
Verwerfung inaugural”48. Además, parece ser casi una regla el hecho de que una imagen, sobre todo
si es paterna, resulte insuficiente para la elaboración de una suplencia. Considerando esto
podríamos tender a distinguir entre suplencia y compensación. En el seminario III este último
término, es utilizado varias veces, en referencia a imágenes identificatorias: allí está indicado que 46 Para un análisis más profundo de las "Epifanías" en la obra de Joyce, cf Marret S. James Joyce yVirginia Woolf: moments épiphaniques, in Dedalus, Revista Portugesa de Literatura Comparada n° 2/3, Lisboa (Portugal). Ediçoes Cosmos. 1993-94, pp. 207-219; et Marret S. Les épiphanies joyciennes: l'indicible de la jouissance, in Tropismes. Revue du centre de recherches anglo-américaines. Université Paris X - Nanterre. 1993, 6. 47 Lacan J. - RSI. Séminaire du 18 Février 1975, in Ornicar ?, rentrée 1975, 4, p. 106. 48 Lacan J. D'une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose, in o. c. p. 582. En español “De una cuestión preliminar …”, página 563, Siglo XXI [N del T: Hay un error en la traducción. Donde dice “logró suplir el vacío”, en la versión francesa dice “no logró suplir el vacío”]
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el sujeto puede compensar la desposesión primitiva del significante, “por una serie de
identificaciones puramente conformistas”49, al mismo tiempo que el mecanismo del “como sí” es
calificado allí como una “compensación imaginaria del Edipo ausente”50. Por el contrario, el
término de suplencia toma verdaderamente gran extensión en la enseñanza de Lacan al término de
esta última, designando allí un medio utilizado para mantener juntos los elementos de la cadena
borromea. La distinción no toma sin embargo un estatuto teórico ya que él menciona en 1976 la
“compensación por el sinthome” a propósito de Joyce.51
Además, es necesario resaltar que el concepto de suplencia va más allá del campo de la
teoría de la psicosis. Cuando se revela que la referencia encarnada por el Nombre-del-Padre falta en
el campo del significante, su función se reduce a sostener el desfallecimiento estructural del Otro.
En sus últimas investigaciones, Lacan desprende las últimas referencias de la incompletad del Otro.
De allí resulta una generalización de la forclusión de la referencia. En favor de esta perspectiva, la
función paterna aparece como un cuarto término, ligado a la nominación, capaz de suplementar los
tres otros y de articularlos de manera borromea. En adelante, a falta de la referencia en el campo del
lenguaje, el Nombre-del-Padre es él mismo una suplencia, razón por la cual participa siempre, más
o menos, de la impostura. La forclusión del Nombre-del-Padre marca la carencia de esta suplencia
paterna, que sin embargo, puede ser compensada por otras formas de suplencia, en cierto sentido,
suplencias de segundo grado que implican cierta degradación de su función. Así, es necesario
distinguir el síntoma del neurótico como cuarto término que asegura un anudamiento de elementos
de la cadena borromea apto para paliar la forclusión generalizada52, y el sinthome de Joyce que
suple la forclusión del Nombre-del-Padre restaurando un anudamiento no borromeo.
En los últimos años de su enseñanza, Lacan esboza algunas hipótesis que conciernen la
existencia de otras formas de suplencias y de otras modalidades de anudamientos de los elementos
de la estructura. Retengamos, en lo que concierne a la psicosis, que él hace equivaler en 1975 la
estructura de la personalidad y la psicosis paranoica ligándolas a ambas a la puesta en continuidad
de los tres elementos de la cadena en lo que se efectuaría un nudo de trébol53. Sin lugar a dudas, el
delirio, en sus formas más elaboradas, paranoicas y parafrénicas, constituye él mismo una suplencia
a la suplencia desfalleciente del Nombre-del-Padre: opera una significantización del goce que lo
localiza e instaura una referencia inquebrantable. Un anudamiento se opera, pero no es borromeo, el
49 Lacan J. Les psychoses. Séminaire III, o.c., p. 232. - Las psicosis. El seminario III Paidós, p.292.50 Ibid., p. 218. - Las psicosis. El seminario III Paidós, p.275.51 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 17 février 1976, in Ornicar? Bulletin du champ freudien. Hiver 1976-77, 8, p. 19.En español: “El sinthome”, cap VI Joyce y las palabras impuestas. Edit. Paidós. Pág. 9252 Este concepto forjado por Jacques-Alain Miller subraya que la referencia falta en el campo de lo simbólico "Lo que comporta el modo generalizado de forclusion – escribe -, lo que implica, digamos, la función x, es que hay para el sujeto, no solamente en la psicosis sino en todos los casos, un sin-nombre indecible " [Miller J-A. Forclusion généralisée. Cahier de l'Association de la Cause freudienne -Val de Loire & Bretagne, 1993, 1, p. 7.]53 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 16 décembre 1975, in Ornicar? Bulletin du champ freudien, juin-juillet 1976, 7, p. 7. En español: “El sinthome”, Cap III Del nudo como soporte del sujeto. Edit. Paidós. Pág 45
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nudo de trébol da muy bien cuenta de esto: goce megalomaníaco de significantes holofraseados.
Así como existe una pluralidad de Nombres-del-Padre, parece ser necesario concebir, en
relación a la estructura psicótica, varias modalidades de suplencias. Estas últimas tienen en común
el permitir la instauración de un anudamiento de los elementos de la estructura, pero un
anudamiento no borromeo. La suplencia se ancla en una función de limitación que opera sobre el
goce sin llegar a equivaler a la castración. De esto resulta que ella fracasa en instaurar el falo
simbólico. A. Ménard subraya las características principales de una suplencia: se trata de una
invención singular que opera una pacificación del goce y que conserva el trazo del desfallecimiento
que ella remeda. Suplir no es reemplazar, afirma, “suplir quiere decir que el defecto, la falta que
conlleva, no es reducida, ni llenada, sino que persiste incluso en la solución que permite ir más
allá”54. Precisa además, que es necesario distinguir las suplencias preventivas, aquellas que están en
relación con una estructura psicótica no desencadenada, y las suplencias curativas, elaboradas con
posterioridad a la psicosis declarada.
El concepto de suplencia en su acepción estricta pertenece a la teoría de la psicosis.
Únicamente Briole ha intentado extender su campo más allá. El estudio de la patología traumática
lo ha llevado a constatar que el síndrome trans-estructural de repetición traumática, que pone en
primer plano lo real de un goce angustiante, se encuentra a menudo contenido por diversas
suplencias. De una manera general – precisa – es en otro encuentro, diferente al del trauma, que se
pone en marcha una suplencia. “Ella constituye una alternativa para el sujeto, y no una solución de
compromiso, que sería la del síntoma. Es una solución de alguna manera reductora, en el sentido de
que ella supone un borramiento del sujeto detrás de la causa a la que desde ahora va a servir. Es
como si él desapareciera en provecho de otro o de otros, como si no contara más que existiendo,
desde ahora, en el rango de una jerarquía de valores invertidos: “no yo, los otros”. Briole y sus
colaboradores describen varias modalidades de suplencias que pueden seguirse o coexistir en un
mismo sujeto: recurso al ideal del grupo, ubicarse detrás de una figura de autoridad o de saber,
identificarse a una víctima, sostenerse en un deseo de venganza, consagrarse a una causa,
desarrollar actividades de sublimación que apuntan a bordear sufrimiento, a menudo articulados a
un imperativo de testimonio, etc55. Tales suplencias tienen en común con las de los psicóticos el
contener un goce invasor, pero ellas no conllevan la marca del defecto que éstas remedan, y sobre
todo, no testimonian para nada de una inventiva del sujeto. Parece, entonces, que no deben
confundirse la suplencia frente al encuentro traumático, y la suplencia a la forclusión del Nombre-
del-Padre. El mismo término es utilizado aquí para designar dos clínicas y conceptos diferentes.
Briole incluso llega a considerar que el síndrome de repetición traumática puede a veces constituir
54 Ménard A. Clinique de la stabilisation psychotique. Bulletin de la Cause freudienne Aix-Marseille, novembre 1994, I, p. 7.55 Briole G., Lebigot F., Lafont B., Favre J-D, Vallet D. Le traumatisme psychique : rencontre et devenir. Congrès depsychiatrie et de neurologie de langue française. Toulouse. 1994. Masson. Paris. 1994, p. 109.
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una suplencia a la psicosis clínica.56
Lacan no teorizó explícitamente la especificidad de la estructura psicótica no
desencadenada. Por fuera de sus análisis del sinthome de Joyce, dio sin embargo una indicación
interesante al respecto, cuando detecta en el rigor del pensamiento de Wittgenstein “una ferocidad
psicótica, ante la cual la bien conocida navaja de Occam, que enuncia que no debemos admitir
ninguna noción lógica que no sea necesaria, no es nada”57. En el mismo seminario, precisa un poco
más adelante “Antes he hablado de psicosis. En efecto, hay tal coincidencia del discurso más seguro
con un no sé qué impresionante que se insinúa como psicosis, que lo digo simplemente porque me
produce ese efecto. Qué notable es que una universidad como la Universidad inglesa le haya dado
un lugar. Un lugar aparte, por qué no decirlo, un lugar aislado, cosa con la que colaboraba
perfectamente el propio autor, hasta el punto que de vez en cuando se retiraba a una casita en el
campo para luego volver y seguir con ese discurso implacable, del que incluso puede decirse que
desmiente al de los Principia Matemática de Russell.
Este otro no quería salvar la verdad. Nada puede decirse de ella, decía, lo que no es seguro,
porque nosotros también tenemos que enfrentarnos con ella todos los días. Pero, ¿cómo define pues
Freud la posición psicótica en una carta que he citado muchas veces? Precisamente por lo que
llama, cosa extraña, unglauben, no querer saber nada de ese rincón donde se trata de la verdad”.
Lacan evoca aquí un comentario del Manuscrito K donde Freud evoca un no prestar creencia
fundamental en el paranoico58. Se sabe que en el Tratactus logico-philosophicus(1922) Wittgenstein
se propone trazar un límite a la expresión de los pensamientos, y considera que la tesis de su obra se
resume en estas palabras: “todo lo que puede ser dicho puede ser dicho claramente, y sobre aquello
de lo no se puede hablar debemos callarnos”. Las cuestiones religiosas, metafísicas y estéticas le
parecen, en consecuencia, desprovistas de sentido y deben quedar sin respuesta, con lo cual él
adopta una actitud aún más extrema que Guillermo de Occam cuyas tesis nominalistas golpearon
duramente en el siglo XIV a las abstracciones escolásticas. El rigor del procedimiento lógico de
Wittgenstein lo empujó a poner en evidencia la hiancia del Otro, y la ausencia de referencia
inherente al lenguaje. Sin embargo él no trata de enmascararla con un fantasma, elige, por el
contrario subrayar el vacío prohibiendo su acceso al filósofo. No hay medio-decir de la verdad
56 Según Briole y sus colaboradores, el caso en que el síndrome de repetición traumática se vuelve él mismo una suplencia a la psicosis no son raros en la práctica. “Se trata – precisan ellos – de sujetos que han llegado a integrar - tomando prestado de otros pacientes del hospital, en los grupos de veteranos de guerra o víctimas – síntomas ligados a los eventos en una expresión clínica que reproduce en todos sus puntos un síndrome de repetición traumática. A partir de esta identificación imaginaria, sus discursos hacen lazo social tanto con los otros del grupo a quienes se apegan, como con el medio médico - y esto tanto más cuando sus manifestaciones clínicas han sido nombradas, reconocidas o pensionadas” [Briole G., Lebigot F., Lafont B., Favre J-D, Vallet D. Le traumatisme psychique : rencontre et devenir. Congrès de psychiatrie et de neurologie de langue française, o.c., p.120] Estas líneas testimonian de una extensión a menudo encontrada en el concepto de suplencia psicótica que tiende a designar todas las modalidades de estabilización de la estructura psicótica. 57 Lacan J. L'envers de la psychanalyse. Séminaire du 21 Janvier 1970. Seuil. Paris.1991, p. 70.- En español, pág 65 de la Edición de Paidós. “El reverso del psicoanálisis”.58 Freud S. La naissance de la psychanalyse. PUF. Paris. 1956, p. 136.
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subjetiva aceptable en la lógica para el autor del Tratactus, su posición es radical: nada puede
decirse allí. Se discierne en este procedimiento un esfuerzo por desconectar el lenguaje de todo
montaje de goce; esto induce la hipótesis de un desfallecimiento del nudo borromeo de la estructura.
Sin embargo, a pesar de sus angustias, su malestar, sus dificultades caracteriales, Wittgenstein no
presentó trastornos psicóticos manifiestos. Su enseñanza, bordeando el vacío del Otro, por un
incesante trabajo sobre los límites y las propiedades del lenguaje, parece haber alcanzado a reparar
el desfallecimiento del nudo de los elementos de la estructura.
La afirmación provocadora de Lacan, pronunciada durante sus Conferencias en las
universidades norteamericanas, según la cual él mismo sería psicótico porque siempre intentó ser
riguroso59 se esclarece un poco acercándola al trabajo de Wittgenstein. Lo esencial de la enseñanza
de Lacan, a la luz de la del filósofo, parte de la idea de un agujero, y culmina en una topología
borromea que busca forjar una nueva escritura, que testimonia de un esfuerzo por pensar un
simbólico fuera de una referencia al Otro, y en la que funciona un agujero complejo y remolinante
donde uno y tres se conjugan. De ahí en más, la insistencia de Lacan sobre la intrincación borromea
de los elementos de la estructura incita a moderar su propensión a la psicosis. Es cierto que su
búsqueda lo conduce a una depuración lógica, pero él subraya la correlación del goce con los otros
elementos de la estructura, y no deja de sostener el nudo que Wittgenstein habría querido poder
romper.
Parece que podríamos retener algunas indicaciones dispersas dejadas por Lacan sobre la
psicosis ordinaria; ésta necesita un diagnóstico bífido para ser identificada: se trata por un lado, de
delimitar signos del desfallecimiento del nudo borromeo de la estructura, y por otro lado, de
discernir por qué medio este defecto ha sido imperfectamente compensado. Al respecto, la
argumentación desarrollada para aprehender la estructura de Joyce podría pasar como un tipo ideal,
si ella hubiese salido de un cura analítica. Ella sugiera la puesta en marcha de una nueva clínica
diferencial, que falta desarrollar, fundada sobre la puesta en evidencia de lo que cojea del nudo y de
las suplencias correspondientes.
Intentemos ahora precisarla orientándonos sobre los principales fenómenos que indican un
anudamiento desfalleciente, respectivamente de lo real, de lo simbólico, o de lo imaginario.
Perspectiva seguramente reductora, ya que la autonomización de un elemento implica la de los
otros. Además, tendremos presente que la formación de una hipótesis diagnóstica demanda, por lo
menos, la reunión de un haz de signos convergentes.
Índices de la no-extracción del objeto a.
59 Lacan J. Conférence à Yale University du 24 novembre 1975, in Scilicet 6/7. Seuil. Paris, 1976, p. 9.
21
La no-extracción del objeto a constituye una indicación mayor para aprehender la
especificidad de la estructura psicótica, ella implica conexiones inadecuadas de lo real con las otras
dimensiones, las que se revelan entonces, no estando en posición de sostener plenamente su función
limitadora en relación al goce.
Emergencia de un goce no-limitadoLa gloria experimentada por Roussel cuando redactó su primera novela, a la edad de diez y
nueve años, constituye un ejemplo excepcional de esto, en particular por su duración. Durante
varios meses, escribiendo noche y día, sin sentir fatiga, en un estado hipomaníaco, tuvo el
sentimiento de que la luz emanaba de la pluma y de su ser60. “Lo que escribía – relata él – estaba
rodeado de rayos, yo cerraba las cortinas, ya que tenía miedo de la menor fisura que hubiese dejado
pasar al exterior los rayos luminosos que salían de mi pluma […] Pero por más que tomase
precauciones, rayos de luz se escapaban de mí y atravesaban los muros, yo llevaba el sol conmigo y
no podía impedir esta formidable fulguración de mí mismo. […] Estaba en ese momento en un
estado de felicidad extraordinario, un pálpito me había hecho descubrir un filón maravilloso, había
ganado el gran premio más ensordecedor. Viví más en ese momento que en toda mi existencia”61.
Tales sensaciones son el índice de que un goce sin límites, no falicizado toma el cuerpo. Es más
frecuente que momentos de felicidad intensa, que se emparientan con fenómenos extáticos,
permanezcan como manifestaciones erráticas, puntuales, efímeras. No se disciernen a veces, más
que una o dos manifestaciones fugitivas. Así Karim me confió haber experimentado varias veces,
durante su adolescencia, en momentos de soledad, una sensación agradable, centrífuga, que subía
desde el bajo vientre, cuya originalidad lo incita a nombrar “sensación maternal”; ya más grande,
llorando en un terreno baldío, sentado bajo el sol, vio un lagarto, lo que le hizo, dice él, como la
droga: se alejó de las cosas y éstas se magnificaron. Otra paciente, después de haber dado a luz a su
hijo, experimenta bruscamente un “bienestar”, una “impresión de tener éxito en algo”, “como una
red de capilares, un fuerte calor en la cabeza. Es brillante, irradiante como un fuego artificial,
pulverización con una estrella, el rostro liberado, la impresión de grandeza”. El fenómeno dura
algunos segundos y se calma62.
Tales sensaciones de felicidad inusitada que invade el cuerpo constituyen el índice de una
desregulación del goce. A pesar de que estas experiencias no sean necesariamente psicóticas, es
bien sabido que pueden pertenecer a la clínica de la psicosis declarada. Schreber tenía el
sentimiento de que Dios le exigía “un estado constante de goce”, de forma que los límites de éste
habían dejado de imponérseles. “Un exceso de voluptuosidad, escribía, volvía a los hombres
60 Se encontrará un examen más preciso de la gloria de Roussel en el capítulo intitulado « Suplencia por un procedimiento estético: R. Roussel". 61 Janet P. De l'angoisse à l'extase. Alcan. Paris 1926, I, pp. 116-117. 62 Czermak M. Sur quelques phénomènes élémentaires de la psychose, in Passions de l'objet, o.c., p. 134.
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incapaces de ejercer las funciones que les incumben; el ser humano se encontraba impedido de
elevarse a un nivel superior de perfección espiritual y moral; sí, la experiencia nos enseña, los
excesos voluptuosos han conducido a la destrucción, no sólo de numerosos hombres sino también
de pueblos enteros. Sin embargo, subrayaba él, estos límites dejaron de imponerse, y ellos se han
vuelto en cierto sentido en sus contrarios”63.
Se constata, además, que un encuentro impensado con un goce extremo puede constituir un
factor de desencadenamiento de la psicosis clínica. Durante su primera relación sexual con uno de
sus antiguos profesores, Carole sintió, desde las preliminares, que la energía la invadía. “Ella subió
del ano, del perineo, hasta la cabeza, atravesó todo el cuerpo por el medio. Hizo un “boom”.
Cuando llegó a la nariz, tuve la impresión de respirar en el todo. Mi aliento se recortaba en el vacío.
No había más diferencia entre lo lleno y el vacío. Las paradojas se conjugaban, los contrarios
equivalían, tenía acceso al ser de las cosas, el cielo y el infierno no eran más que uno, yo era tan
ligera como una pluma y tan compacta como un bloque. No era sólo el deseo, era una apertura del
ser. En un momento, abrí los ojos, vi una silla, no era una silla banal, la comprendía desde el
interior, tenía acceso a lo divino, a un conocimiento absoluto en el instante. Percibía los lazos de
todas las cosas. Tenía acceso a la unidad. Podía prever el porvenir. Eso aumentaba siempre. Me
preguntaba hasta dónde llegaría. La energía subió hasta alto, hasta la cabeza, entonces, no esta más
yo, mi ego se disolvió”. Ella expresa claramente que en ese momento ella franqueó una
interdicción: “era demasiado placer, tuve la impresión de que había un ángel guardián que me
prohibía ir más lejos”. Desde entonces, un goce doloroso se apoderó de su cuerpo y, a pesar de
diferentes internaciones y algunos intentos de psicoanálisis, ella padece muchas dificultades para
atemperar sus trastornos esquizofrénicos.
Los ejemplos precedentes podrían sugerir que la prueba del goce Otro se caracteriza por la
sensación de felicidad inaudita. Sabemos que no hay nada de esto. Son a menudo trastornos
hipocondríacos que testimonian de un goce no falicizado. Desde este punto de vista, los estudios
sobre las correlaciones entre el síndrome de polyopères y la estructura psicótica serían sin dudas
bienvenidos.
Arielle no experimenta ni un éxtasis remarcable, ni un dolor excepcional, y sin embargo ella
confiesa experimentar un placer extremo cuando ella defeca. Esto es particularmente notable
cuando tiene todo el tiempo para consagrarse a esta actividad. “Sin embargo – señala con un
humor triste – no se puede hacer de eso el súmmun de una vida”. Al respecto, ella dice además que
durante un cierto tiempo le sucedía en esas circunstancias, el tener la impresión de vaciarse
enteramente. Es remarcable que esto se acompañe de sensaciones que ella no podría decir si se
trataba de angustia o de goce. Muchas veces encontrado en sujetos de estructura psicótica, el
sentimiento de vaciarse enteramente al defecar resulta de una ausencia de regulación fálica del goce
63 Sbreber D.P. Mémoires d'un névropathe [1903], o.c., p. 229.
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anal. Esta carencia suscita tanto una angustia de pérdida de ser, como voluptuosidades fuera de
norma. La manera por la que las inquietudes de Arielle se interrumpieron, para virar hacia el
placer extremo, merece ser destacada: sólo bastó que un médico le escribiera sobre una receta, en el
primer renglón, “ir de cuerpo regularmente”.Desde entonces, frente a sus hábitos pasados, ella
respeta escrupulosamente esta prescripción. El fenómeno no deja de sorprenderla a ella misma. Pero
es toda su existencia, volveremos sobre ello, que se encuentra determinada por las prescripciones de
su entorno.
Carencia del fantasma fundamental
La no extracción del objeto a implica que el montaje del fantasma fundamental no está en
condiciones de instalarse. Los índices de la carencia de éste se disciernen principalmente en el
sentimiento de una ausencia de dirección personal, en la labilidad de los síntomas, y en una
incapacidad de detener la malignidad del Otro. El primero de estos trastornos se revela claramente
en las formas más manifiestas del funcionamiento “como sí”: las variaciones de las conductas y de
los ideales del sujeto testimonian que no dispone con qué orientarse en la existencia. Por otro lado,
Federn resalta con justicia que “la pronta y hasta súbita desaparición de síntomas neuróticos
severos” constituye un signo de lo que el llama una “esquizofrenia oculta”64. Además de esto, la
concomitancia de síntomas característicos a lógicas del fantasma diferentes, asociando por ejemplo
fobia, perversión y obsesión, puede también revelar la ausencia del fantasma fundamental. Federn
hace una constatación convergente cuando delimita otro signo de la esquizofrenia latente en una
“historia en la que se registran períodos de distintas clases de neurosis, como neurastenia,
psicastenia, hipocondría, histeria de conversión temprana, histeria de angustia y obsesiones, amén
de despersonalizaciones severas.”
A falta de haber sido separado el objeto del goce, el sujeto de estructura psicótica
experimenta el temor de que el Otro quiera gozarlo. Karim estaba en la búsqueda de un ideal para
orientarse en la existencia cuando me afirmó en un período de su análisis: “Yo quiero ser
autosuficiente. No quiero deber nada a los otros, y no quiero recibir nada, sobre todo de usted”.
Ahora bien, ciertas donaciones de dinero de beneficencia le habían sido hechas, y lo habían
sumergido en una fuerte angustia. Luego de éstas, él supone que el Otro iba a creerse en derecho de
exigir en contrapartida sus cosas más queridas, quizás sus hermanas, o más probablemente una parte
de su cuerpo, en particular su testículo derecho, en relación al cual el temor de perderlo constituía
una de sus quejas mayores. El desfallecimiento de la función del fantasma deja al sujeto en la
incapacidad de hacer frente a la malignidad del Otro. Se encuentra entonces expuesto a reducirse al
64 Federn P. La psychanalyse des psychoses [1943], in La psychologie du moi et les psychoses. PUF. Paris. 1979, p. 139.- En español, “Psicoanálisis de las psicosis” en La psicología del yo y las psicosis. Amorrortu Editores 1984. p. 153.
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objeto de goce de éste, sintiéndose, según el imaginario de cada uno, ya sea un “inútil”, ya sea una
“momia viviente”, ya sea el “cáncer de Dios”.
Esta última expresión es utilizada por Fritz Zorn para calificar su ser. En su vida, nada le
falta, nada lo incita a comprometerse, no necesita la necesidad de hacer cosas. “Yo no estaba triste -
escribe- porque me faltara algo preciso, yo estaba triste a pesar de que no me faltaba nada, o de
que aparentemente nada me faltaba.” Él agrega con mucha pertinencia. “Contrariamente a mucha
gente triste, no tenía razón de estarlo; y era justamente eso lo que hacía la diferencia65, era
justamente eso lo que había de anormal en mi tristeza.66”. El impulso del deseo no se había
desencadenado, lo que le da el sentimiento de no haber “funcionado jamás”67. En relación a esto es
muy explícito: “No tenía anhelos que satisfacer, porque no tenía anhelos. Era infeliz sin querer
nada. El dinero no tenía sentido para mí, porque nada de lo que me hubiera permitido comprar me
habría dado placer. No era un comprador entusiasta, ya que sabía que para mí, no había nada que
comprar. Tenía bastante dinero pero no sabía en qué gastarlo68. Él no experimenta ningún apetito
sexual. En la universidad -constata- “nunca tuve "dificultades con las mujeres", ni incluso
problemas sexuales. Yo no había tenido absolutamente nada con las mujeres y mi vida entera no era
sino un problema sexual no resuelto. No se trataba de que yo fuese un "enamorado irrecuperable", o
que algo no hubiese "funcionado" y que la mujer "se hubiese quedado con otro"; yo no había estado
jamás enamorado y no tenía la más mínima idea de lo que era el amor, era un sentimiento, como
tampoco conocía casi ningún sentimiento […] era una total impotencia del alma”69. Cuando la
función del fantasma se revela totalmente carente, nada protege al sujeto de una confrontación con
el goce del Otro. Entonces, Zorn se encuentra en guerra total contra el principio hostil que lo
destruye, encarnado por él en diversos avatares inmundos: sus padres, la sociedad burguesa, de
Zurich, y occidental, Dios mismo. Al tormento que le inflige el Otro gozador, a quien tiene por
responsable de su linfoma, busca hacerle frente por medio de su publicación, concebida como un
“desecho radioactivo” lanzado contra la sociedad occidental70.
Arielle afirma que se siente en un mundo de múltiples presiones: cuando tiene el sentimiento
de que los otros esperan algo de ella, le parece que se lo exigen. “La agresividad de los otros me da
tanto miedo, dice, queque cuando me confronto a ella yo podría matar; eso haría una gran matanza.
Por un pecadillo, agrega, yo estoy en peligro de muerte”. Las simples fórmulas de cortesía de los
comerciantes son sentidas a veces como tentativas de dominio de su ser. Si ellos buscan entablar
una conversación la situación puede devenir insoportable. “¿Necesita algo más?”, le pregunta un
65 El subrayado es mío.66 Zorn F. Mars. [1977]. Gallimard. Paris. 1979, p. 163.67 Ibid., p. 267.68 Ibid., p. 174.69 Ibid., p. 194.70 Maleval J-C. Fritz Zorn, le carcinome de Dieu. Phénomène psychosomatique et structure psychotique. L'Evolutionpsychiatrique, 1994, 59, 2, pp. 305-334.
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carnicero. Ella sabe que la frase es banal, pero ella la siente como “verdaderamente íntima”.
Similares carencias de la función del fantasma, no apto a detener el goce del Otro, se encuentran a
veces en sujetos histéricos. Sin embargo, esto se combina en Arielle con precarias identificaciones
imaginarias; ella se deshace en disculpas porque su intelecto esté “dañado” por diversas
inhibiciones, sorprendiéndose al mismo tiempo, de que su sexualidad haya sido protegida. “Yo no
soporto el deseo de los otros, constata ella, salvo en el terreno sexual; me pregunto mucho por qué.
Sólo en la relación sexual no me siento perturbada, donde yo no tengo problemas”. Sin embargo
ella tiene esta frase sorprendente que testimonia circunstancialmente de un cierto desfallecimiento
del fantasma: “Quizás vaya a ser asesinada, pero no tengo miedo”. Esta pendiente que conecta sexo
y muerte parece un índice de Phi O. A falta de poder comprometer su falta en la relación, es su ser
mismo lo que se encuentra en juego. Su dificultad para interpretar el deseo del Otro la deja en el
peligro de discernir allí una voluntad de goce que reclama su sacrificio. Sin embargo, todo indica
que el deseo de un hombre viene a sostener una imagen fálica de ella misma, tan precaria como
preciosa, “las caricias – confía ella- me dan la impresión de estar en el interior de mí misma”. En su
ausencia ella corre el riesgo de reducirse a su ser de desecho: un pollo con las patas separadas y el
cuello seccionado. Lo que preparaba el Otro materno. Un velo es arrojado sobre este horror gracias
a la representación fálica de ella misma sostenida por el deseo de su partenaire. Es manifiesto que la
orientación en la existencia conferida por el fantasma fundamental le falta. “Mi vida, afirma ella,
está hecha de escenas inconexas. Las sesiones de psicoterapia, son como mi vida, las hago una por
una, sin lazo entre ellas71. Tengo una gestión rápida de mi vida cotidiana que no está sostenida por
ninguna meta. Mi toma de notas compulsiva refleja esto, las tengo por todos lados, estoy invadida,
multiplico las notas, me cuesta mucho clasificarlas, no llego a poner orden en ellas, ni en mis ideas.
Sin embargo, ellas me ayudan a preservar mi vida cotidiana. Redacto muchos organigramas que me
permiten entrever el día siguiente. Pero no tengo un hilo director. No sé lo que es una meta. Soy
incapaz de hacer proyectos. A tal punto que me veo obligada en confiar. Espero que mi marido se
decida, luego yo me alineo. De manera general, me regulo con esquemas, pero el sentido me falta.
La impresión chocante de inconsistencia dada por ciertos sujetos psicóticos, desde las
primeras entrevistas, a menudo asociadas a discretas difluencias del pensamiento, y a una vacilación
sin meta en la existencia constituyen índices bastantes manifiestos de la carencia del fantasma
fundamental. Esta inconsistencia conoce ciertas formas depresivas, pero también mitómanas y
exaltadas, la más frecuente parece ser la más discreta, en virtud de una adaptación por enganche
71 Lo que podemos comparar con los dichos de una esquizofrenia: «Las cosas se presentan de manera aislada, por su lado, sin evocar nada. Algunas cosas que deberían formar un recuerdo, evocar una inmensidad de pensamientos, armar un cuadro, permanecen aisladas. Son más bien comprendidas que experimentadas.[Minkowski. E. La notion de perte de contact vital avec la réalité et ses applications en psychopathologie [1926], in Au-delà du rationalisme morbide. L'Harmattan. Paris. 1997, p. 48.] No sólo la carencia de la significación fálica no permite conectar los fantasmas con la pulsión, sino que constatamos que por desfallecimientos del cierre retroactivo de la cadena significante los elementos del pensamiento permanecen en suspenso.
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sobre un semejante.
El aplastamiento afectivo
El fantasma psicótico constituye un montaje imaginario que permite localizar un objeto de
goce, que produce una precaria y a menudo imperfecta, canalización de la energética pulsional.
Cuando la conexión de lo imaginario con las otras dimensiones no está más asegurada, los afectos
se encuentran alterados. En efecto, aún si por lo esencial, según Freud, los afectos son “histerias
codificadas”, el afecto no podría ser reducido al significante, es comprensible, subraya Jacques-
Alain Miller, de forma que “por donde se lo tome, no se puede borrar su carácter de efecto de
significado”, participa de una “coalescencia del significante y del significado”72. Un elemento
imaginario resulta necesario para que los afectos devengan expresivos. Si este falta, suele suceder
que no sean más sentidos. Lacan considera que este fenómeno firma a veces la estructura psicótica:
sabemos que le otorga una gran importancia al hecho de que Joyce relate, luego de que su cuerpo
había recibido una severa paliza, no haber experimentado como sujeto ningún afecto.
Cuando la carencia del fantasma fundamental no está más compensada, la animación
afectiva de la estructura subjetiva resulta atacada. Algunos sujetos de estructura psicótica confiesan
así no haber sentido jamás el sentimiento amoroso. “No había absolutamente nunca estado
enamorado, testimonia Zorn, y no tenía la más mínima idea de lo que era el amor, era un
sentimiento que no conocía, como tampoco conocía casi ningún otro sentimiento […] era una total
impotencia del alma” .Asimismo, Arielle afirma no comprender qué es ese amor del que tanto
hablan.
Otros sujetos se sorprenden de cesar de experimentarlo brutalmente. “Tengo una avería de
sentimientos”, me decía uno de ellos. En momentos en que está en medio de dificultades
profesionales, él constata que surgen estados de des-afectividad en relación a su esposa. Ninguna
queja lo motiva, lo que lo sorprende y apena. Múltiples preguntas vienen a atormentarlo: ¿la amo o
no? ¿Quiero a mis hijos? Se preocupa por no encontrar la respuesta esencial. Estos momentos
depresivos duran algunos días, a veces algunas semanas, luego, todo vuelve al orden.
Otra paciente, cuya inconsistencia domina el cuadro clínico, a pesar de que asume muy bien
sus responsabilidades profesionales como contadora en una gran empresa, me confiesa haber
encontrado recientemente a un hombre. No sabe si lo ama, no habiendo jamás sabido lo que eso
quiere decir. Continúa, sin embargo, la relación porque supone que tener ganas de ver al otro
constituye una prueba suficiente de bienestar. Intenta satisfacerse con este sentimiento porque ella
está muy pendiente de que su vida parezca normal frente a los ojos de los otros.
La psiquiatría clásica ha subrayado muchas veces el ataque de la vida afectiva encontrado en
72 Miller J-A. A propos des affects dans l'expérience analytique, in Actes de l'Ecole de la Cause Freudienne, 1986, X, p. 122. En español , “A propósito de los afectos en la experiencia analítica”, en Matemas II, Manantial, 1988 , p. 147-164
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la psicosis clínica: anhedonia, apatía, afecto inapropiado, etc. Dide y Guiraud propusieron incluso
considerar un defecto del dinamismo vital y tímico, que llamaron atimormia, como siendo el
trastorno más profundo y más global de la demencia precoz73. Estos fenómenos que pueden
encontrarse bajo formas más o menos discretas en la psicosis ordinaria son a menudo muy evidentes
en la clínica de la esquizofrenia. Muchos años después de su entrada en la psicosis, una paciente
relata así la desconexión de su pensamiento y de su vida afectiva: las cosas, dice ella, “Son más
comprendidas que experimentadas. Son como pantomimas que harían a mi alrededor, pero no entro
en ella, permanezco alrededor. Tengo mi juicio, pero mi instinto de vida me falta. No llego más a
dar a mi actividad de una manera suficientemente viva. No puedo pasar más de las cuerdas suaves a
las tensadas, y sin embargo no estamos hechos para vivir en el mismo nivel. He perdido el contacto
con toda especie de cosas. La noción de valor, de la dificultad de las cosas ha desaparecido. No hay
más corriente entre ellas y yo, no puedo abandonarme a ellas. Es una fijeza absoluta a mi alrededor.
Tengo aún menos movilidad para el futuro que para el presente y el pasado. Hay en mí como una
especie de rutina que no me permite encarar el porvenir. El poder creador está abolido en mí. Veo el
futuro como una repetición del pasado”74. Todo esto le hace sufrir a punto de incendiar su ropa para
procurarse, como ella dice, sensaciones vivas que le faltan por completo. La desconexión de lo
simbólico, de lo imaginario y de lo real se discierne aquí con claridad: todo goce esta ausente del
pensamiento y de los objetos, mientras que la incorporación significante del organismo se muestra
ella misma desfalleciente. Cuando el goce resulta no estar más tomado en el montaje dinámico del
fantasma, las pulsiones corren el riesgo de la desmezcla, y de liberar la pulsión de muerte. De ahí la
propensión de algunos esquizofrénicos a los pasajes al acto inesperados por su entorno. Es
concebible que cierto aplastamiento afectivo sea a menudo señalado en los antecedentes de los
sujetos que los cometen.
Los esbozos de empuje a la mujer
Esbozos de feminización, sobre todo discernibles en el hombre75, poseen un gran valor
diagnóstico cuando testimonian de un “empuje-a-la-mujer”. Sabemos, en efecto, que este fenómeno
implica no sólo una identificación del sujeto al objeto de goce del Otro, sino también una tentativa
de significantizar esta posición. Las manifestaciones corporales del Goce Otro, señaladas
precedentemente, son llevadas en este caso hacia el semblante. Para el inconsciente freudiano, La
mujer no tiene representación significante, de modo que somos conducidos a constatar una
73 Guiraud P. Psychiatrie Générale. Le François. Paris. 1950, p. 493.74 Minkowski. E. La notion de perte de contact vital avec la réalité et ses applications en psychopathologie [1926], in Au-delà du rationalisme morbide. L'Harmattan. Paris. 1997, p. 49. 75 Una mujer puede feminizarse en su delirio, es decir, volverse La mujer-toda, no marcada por la castración, ella se
afirma como “la madre única y la virgen eterna”, “la estrella”, “muy alta”, “la gallina blanca”, etc. Para más desarrollo se puede consultar Maleval: “La forclusión del Nombre-del-Padre” Capítulo 16: La emergencia de La mujer. Paidós. P. 295-312.
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forclusión normal de La mujer. Ahora bien, este elemento forcluído de lo simbólico tiende, para el
psicótico, a retornar en lo real. La mujer es, según Lacan, “otro nombre de Dios”76, lo que se
concibe en relación a las fórmulas de la sexuación, en las cuales La mujer y el Padre de la horda
poseen en común el situarse en lugares lógicos donde el goce no está regulado por la interdicción
fálica. Si la mujer existiera, ella sería toda, ella no estaría sometida a la falta: a semejanza del Padre
real, ella capitalizaría el goce, por lo que tiende a hacerse presente en el psicótico, conducido por la
carencia paterna a ser un “sujeto del goce”. La feminización le evita a este último encontrarse en
una posición melancólica que se caracteriza por encarnar el objeto de goce del Otro sin ser capaz de
llevarlo al semblante.
La forma más discreta de empuje-a-la-mujer se traduce por la aparición de un temor a ser
homosexual, algo que el sujeto concibe como una actitud pasiva y femenina. No es raro que el
fenómeno sea discernible inicialmente en fantasías masturbatorias. El contexto clínico permite a
veces, diferenciarlas de fantasías neuróticas. Así, Karim debe invariablemente imaginar que el es
una mujer cuando se masturba. Sin embargo, se defiende de ser homosexual. Se dejó llevar por
algunas experiencias, pero sin gusto por ellas, ni continuación. Durante un tiempo, sufriendo por su
incapacidad de sostener su deseo por mujeres, quiso “aniquilar su sexualidad”, ya sea gracias a una
intervención de rayo láser sobre su cerebro, ya sea demandándole a un cirujano que le corte el sexo.
“Yo no quiero ser homosexual, afirmaba, quiero ser asexual”. En otros pacientes, el empuje-a-la-
mujer se desliza hacia el transexualismo.
El fenómeno no es a veces discernibles más que en los sueños del sujeto o bien en visiones
curiosas. En las de Zorn aparecía siempre “la Gran Afligida”, que reconoce como una imagen
melancólica de su yo. A veces, es un detalle el que llama la atención: “¿Por qué siempre se deja
puesta esa gabardina, sea cual sea el tiempo? – Porque tengo las caderas redondeadas, de una forma
femenina, no quiero que los demás se den cuenta”.
Una mujer que jamás había manifestado problemas psicóticos manifiestos mató a su madre
súbitamente percibida como el diablo en un momento de angustia paroxística. Ella le otorgaba
mucha importancia a un manuscrito de varios miles de páginas que redactaba desde hacía largos
años y en el que una identificación con Cleopatra, reina de Egipto, aparecía claramente.
El signo del espejo
La escuela francesa de psiquiatría despejó en los años treinta un importante signo
prodrómico de la demencia precoz, llamado por Abély “el signo del espejo”. Hoy por hoy se
encuentra bastante olvidado, y no ha sido objeto de estudios recientes. No consiste, como se lo cree
a veces, en un no reconocimiento de la imagen especular. Es importante distinguirlo de un
76 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 18 novembre 1975, in Ornicar? Bulletin périodique du champ freudien. Mars-Avril 1976, 6, p. 5.
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fenómeno de despersonalización: el valor diagnóstico de este último es nulo.77 El signo del espejo
consiste en el hecho de que el sujeto se encuentra tan preocupado por su imagen que se examina
largamente y frecuentemente delante de superficies reflejas. Puede encontrarse en diversas
patologías, pero Delmas78 y Abély lo distinguen sobre todo a propósito de estados melancólicos y
durante las entradas en la demencia precoz. Agreguemos que no es raro en la psicosis ordinaria, en
particular en las formas medicadas.
Karim me ha llamado la atención sobre este trastorno. Durante varios meses, durante su
adolescencia, le sucedía de permanecer entre cuatro y cinco horas por día delante del espejo en su
cuarto. Diez años más tarde, la cura analítica condujo a cierta sedación de los trastornos, pero él
permanece sorprendentemente preocupado por su imagen. “Cuando salgo de las clases, me cuenta,
me apuro de ir al lavatorio para mirarme en el espejo”. Y agrega con un toque de humor: “Me doy
cuenta de que soy el único así, si no, habría una multitud”. En la calle, tiene que mirarse en las
vidrieras. Tiene la impresión de estar pegoteado en su imagen. “Estoy encerrado en un mundo
donde mi imagen está por todos lados …” En una oportunidad, le pasó de tener en el espejo una
visión horrorosa: algo espantoso estaba allí, que no era otro que él mismo. Perdió literalmente todo
apoyo, y debió recostarse rápidamente en su cama, presa de una angustia intensa.
Dos caracteres distinguen netamente este fenómeno de un sentimiento de
despersonalización: por un lado, el aspecto iterativo del recurso al espejo, por otro lado, la
perseverancia del reconocimiento de la imagen. Esta última tiende, sin embargo, a borrase a medida
que el trastorno evoluciona. Es necesario subrayar, como lo hemos hecho recientemente, y como lo
muestra Karim, que el signo del espejo conlleva diversos estadios. Retendremos sólo dos: la
observación incesante y el rechazo de la autoscopía. Colette Naud distingue un tercero, al que llama
estadio de reacción clástica, caracterizado por la rotura del espejo. Se trata evidentemente de una
exacerbación del rechazo de la autoscopía, de manera que no me parece justificado hacer de esto un
estadio suplementario. A continuación, según Abély, el fenómeno de la auto-observación
desaparece a medida que la psicosis se desarrolla.79
Las opiniones divergen en cuanto a la interpretación a dar a la observación incesante.
Ciertos sujetos indican buscan reencontrarse, o controlar algo, pero es manifiesto que estas
explicaciones no los satisfacen. El trastorno no deja de tener, para ellos mismos, un carácter
enigmático. Sienten que un cambio ha intervenido, sin poder dar cuenta de qué es lo inhabitual o lo
anormal. Es, en suma, según Abély, una “respuesta a la sorpresa más o menos inquieta que el 77 Maleval J-C. La destructuration de l'image du corps dans les névroses et les psychoses, in Folies hystériques et psychoses dissociatives. Payot. Paris. 1981. En español, « La desestructuración de la imagen del cuerpo en las neurosis y en las psicosis », en “Locuras histéricas y psicosis disociativas”, Paidós, Pags. 154- 210.78 Delmas A. « Le signe du miroir dans la démence précoce ». Annales médico-psychologiques, 1929, I, pp. 83-88. 79 Abély P. Le signe du miroir dans les psychoses et plus spécialement dans la démence précoce. Annales médicopsychologiques, 1930, I, pp. 28-36. En español « El signo del espejo en las psicosis y más especialmente en la demencia precoz » en “Alucinar y Delirar II”, Polemos , 1998, págs. 77-84
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enfermo experimenta a partir del cambio que le sobrevino”. Durante largas horas que pasaba
delante del espejo, Jean Pierre admite no ver sino una imagen vacía. Le parecía deshabitada. “Soy
yo, decía, pero a penas me reconozco. Mi imagen no tiene sentido”. Esta última indicación es
preciosa: testimonia claramente que la textura simbólica del sujeto se deshace. En el a posteriori de
los avances lacanianos sobre el estadio del espejo, todo indica, según F. Sauvagnat, “que el
desconocimiento constitutivo de la imagen del yo en el espejo se ha vuelto imposible para el
sujeto”. Se encuentra brutalmente confrontado a la facticidad de su constitución80. Además, se le ha
vuelto difícil aprehenderse como separado de esta imagen. Karim dice sentirse pegoteado. Agrega
que en el mundo exterior la encuentra en todos lados. Está intrigado por esta imagen. La
experimenta como reconfortante, pero lo inquita, sin poder explicar por qué. La autoscopía
testimonia de cierta inercia del sujeto, ya que el movimiento de las identificaciones imaginarias
resulta bloqueado: el funcionamiento “como sí” en sí mismo no es compatible con esta posición.
Para que el sujeto pueda ex-istir “por fuera” de lo que el percibe, para que pueda retirarse de
la realidad, es necesario que la operación de la castración haya intervenido. Cuando esto no se
produce, el objeto, no siendo tachado por el significante, amenaza con arruinar la imagen. Es lo que
se produce cuando se acentúa el desfallecimiento de la falicización del yo que parece estar en el
principio de la autoscopía, tanto por la inquietud que ella implica, como por el esfuerzo que ella
suscita para compensarla. Lacan nos ha enseñado a considerar la imagen especular, no sólo como la
matriz del yo, sino como la estofa del ser. “Lo que hay bajo el hábito, dice en Aún, y que llamamos
cuerpo, quizá no es más que ese resto que llamo objeto a”81, de forma que “i(a) es la vestidura de
este resto”. Entonces, cuando el sujeto se encuentra pegoteado en una imagen vacilante del yo, corre
el riesgo de ver su ser transparentarse en la imagen. La carencia radical de la función del rasgo
unario, que sostiene el ideal del yo, lo expone a no estar más en condiciones de diferenciar el lugar
desde donde se ve, de aquel desde donde se mira. Es lo que Jean-Pierre traducía con el sentimiento
de “haber caído en el espejo”. Depresivo y toxicómano, no presentaba signos de psicosis clínica,
pero se sentía “pseudo”, tenía la impresión de que su cabeza estaba descentrada, sentía sus
vestimentas como una piel y su cuerpo como ajeno. Permanecía largas horas mirándose en el espejo
de su habitación. Reconoce que observaba sobre todo “su jaula”. Preguntándole lo que entendía por
esto, precisó “la jaula” de sus ojos. Sin duda, este término neológico viene a designar el objeto
mirada que, presentificándose, se confunde con la imagen del ojo. Asocia, en efecto, el hecho de
que poco antes de haberse caído en el espejo, había realizado un excelente cuadro donde “había
perforado la jaula de los ojos”. Era ya una intuición de que en la imagen especular una presencia in-
nombrable deja de faltar. Esta imagen no incluye para Jean-Pierre el punto de negativización a
partir del cual se sostiene cuando ella le da al cuerpo una consistencia imaginaria estable. “Lo que
80 Sauvagnat F. La double lecture du signe du miroir. Cahiers de Cliniques Psychologiques. Université de Rennes II. 1992, 15, p. 45. 81 Lacan, Encore. Séminaire XX. Seuil. Paris. 1975, p. 12. En español, Aún, Seminario XX, Paidós, pág. 14
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hace que le imagen se mantenga – dice Lacan- , es un resto”82.
Cuando el objeto a la captura de una manera más acentuada un horror angustiante surge. Es
lo que caracteriza el segundo estadio del signo del espejo: el del rechazo de la autoscopía.
Al respecto, estas son las explicaciones que da un joven de 21 años viso por Ostancow, “Se
había librado, en el curso de varios años, a un examen minucioso de su figura, permaneciendo horas
enteras delante de un espejo. […] Él creía, decía, notar que las personas de su entorno percibían que
él tenía un aspecto cómico, una cabeza muy pequeña, un frente estrecho, toda la estructura de un
pollo. Sostenía haber escuchado decir, cuando se hablaba de él, que no tenía nariz, y cuando
regresaba al hogar se miraba en un espejo, le parecía en efecto, que su nariz había cambiado de
forma y que su frente se había vuelto estrecho. Estas sensaciones hacían que el enfermo evitara la
sociedad. Le parecía que los transeúntes se burlaban de él, se alejaban de su paso para no cruzarlo,
se tapaban la nariz y la boca al acercárseles. Creía también que alguien desparramaba el comentario
de que él se entregaba al onanismo”83. En esta observación, el horror del objeto a invade la imagen
especular: él surge por medio de una cabeza de pollo y rápidamente el sujeto entero se siente un
animal ridículo, hediondo y masturbador. Poco tiempo después este sujeto entra en la psicosis
clínica y no presenta más el signo del espejo.
Sucede, sin embargo, que un fenómeno semejante sea observable en el curso de una psicosis
melancólica. “Doctor, yo se lo ruego, se quejaba un paciente de Abély, quíteme este martirio: a mi
pesar, me veo forzado a mirar mi rostro y es muy triste ver en qué me he transformado; cuanto más
me examino, más me parece que tengo una cabeza de pato”. Este pato, como el pollo precedente, es
una cosa horrible que surge cuando desfallece la función de envoltura de la imagen especular. En un
sujeto esquizofrénico, que decía evitar los espejos, la imagen es diferente, pero ella posee la misma
característica repulsiva: se veía lívido, con un tinte azul, perdiendo sus cabellos, una imagen de
cadáver.
Antes que ver eso, ciertos sujetos prefieren dar vuelta los espejos o recubrirlos con un
pedazo de tela. Una esquizofrénica, informa Colette Naud, fue confrontada por sorpresa a un espejo
cuando cayó el chal que lo velaba. Se miró con una expresión de pavor, gritó, luego se precipitó
sobre un despertador y lo lanzó con fuerza sobre el espejo rompiéndolo84. Cuando la función de
estofa del ser devuelve una imagen especular radicalmente carente, cuando el objeto a se
presentifica con tanta insistencia, el sujeto a menudo ya ha entrado en la psicosis clínica.
Sin embargo, el fenómeno puede producirse por fuera del desencadenamiento de manera
temporaria. De esto testimonia Karim. Para él, cuando el objeto se presentificó, la imagen especular
se disipó, de manera que debió tenderse sobre su cama, sin poder sostenerse, experimentándose
como aplastado. Hicieron falta algunas horas para que pudiese levantarse.82 Ibid83 Ostancow P. Le signe du miroir dans la démence précoce. Annales médico-psychologiques, 1934, II, pp. 787-790.84 Naud C. A propos de certaines évolutions rares du signe du miroir. Thèse médecine. Paris. 1962, p. 13.
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Algunos sujetos confrontados a estos fenómenos angustiantes llegan a desarrollar defensas
más o menos logradas. Recurren entonces a uno de los métodos más frecuentemente utilizados para
conducir el goce disruptivo al semblante: el empuje-a-la-mujer. Este último es observado desde las
primeras descripciones del signo del espejo. Abély reporta la observación de un joven de veintiún
años que no podía trabajar sin tener un espejo a su lado: “es, decía, para estar acompañado”. En los
trenes se encerraba en los baños para contemplarse en el espejo. No podía entrar en un salón sin
precipitarse hace el espejo más cercano. Permanecía horas en la sala de baño frotándose las mejillas
delante del espejo: “Es, decía él, para darme los colores de una mujer”. En este caso, el empuje-a-
la-mujer queda limitado a un estado de esbozo. Pero no posee un menor diagnóstico cuando está
conectado a la autoscopía incesante. Este joven, dos años más tarde, se volvió inerte, hostil e
impulsivo. El signo del espejo había, entonces, prácticamente desaparecido.
Sauvagnat señala con justeza que es conveniente poner en cuestión la opinión clásica según
la cual los trastornos que caracterizan este signo clínico serían más claros antes del
desencadenamiento de la psicosis. Sin embargo, cuando se encuentra en una psicosis declarada, se
presenta bajo formas características: ya sea bajo la forma melancólica del rechazo de la autoscopía,
ya sea bajo una forma delirante en la cual el empuje-a-la-mujer aparece más afirmado. Sabemos que
Schreber tenía según su médico, una “tendencia a desnudarse más o menos completamente y a
mirarse en el espejo ataviado de lazos, y de cintas multicolores, al modo de las mujeres”85. Él
mismo da una de las razones que puede justificar en estas circunstancias la autoscopía repetida: una
observación distraída no podría convencerse de su feminización. “El observado, escribe, deberá
tomarse el trabajo de quedarse por lo menos diez minutos, un cuarto de hora. Entonces, todos
podrían notar el inflado y el desinflado alternante de mis senos. Evidentemente, continúa, el sistema
piloso persiste, por otro lado modestamente desarrollado en mí, sobre los brazos y sobre el
epigastrio; las tetillas tienen un tamaño pequeño, como lo son corrientemente en el hombre; pero
dejando de lado esto, soy lo bastante audaz para afirmar, que cualquiera que me viera parado
delante de un espejo, con el torso desvestido, sobre todo si la ilusión es sostenida durante algunos
accesorios de la ornamenta femenina - , estaría convencido de tener delante de sí un busto
femenino”86. La duración de la autoscopía encuentra allí su fuente en los esfuerzos del sujeto por
llegar a poner de acuerdo la imagen especular con los significantes del delirio, obrando este último,
un intento de significantizar el goce incorporado a esta imagen.
En un esquizofrénico observado por Abély, el empuje-a-la-mujer asociado a la autoscopía
toma formas menos completas. Pasaba la mayor parte de sus jornadas examinándose. “Una mañana,
reporta el médico, durante nuestra visita, no fuimos poco sorprendidos de encontrarlo acurrucado en
un rincón, atrozmente maquillado, con su rostro recubierto de yeso que él había arrancado del muro
85 Schreber D. P. Mémoires d'un névropathe.[1903]. Seuil. Paris. 1975, p. 307.86 Ibid., p. 228.
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del dormitorio, sus ojos estaban oscurecidos con la mina del lápiz que le servía para escribir, sus
labios estaban horriblemente pintados de rojo con una sustancia que no pudimos definir, quizás con
un palillo que había pedido la víspera a una mujer en la sala de visitas. Este payaso de carnaval no
estaba contento, parecía preocupado, moroso claramente hostil. A continuación, escribía
innombrables cartas a perfumeros parisinos reclamándoles los productos de belleza más
heteróclitos. Cuando se le hubo suprimido el espejo, intentaba mirarse en los azulejos de la ventana
y en un tazón lleno de té”87.
A pesar de que el signo del espejo constituye aparentemente un trastorno de la identidad,
queda claro que es correlativo de una deslocalización del goce, y de una carencia de la función del
rasgo unario para llevar su marca sobre el objeto a.
La delimitación de su lógica permite discernirlo bajo formas discretas en sujetos que sin
embargo, no presentan este signo tal que ha sido descripto por la psiquiatría. Un analizante de G.
Dessal, que decía frecuentemente de sí mismo “Soy muy superficial”, tenía desde su infancia una
propensión a mirarse en los espejos. Suscitaba un problema de diagnóstico diferencial, que hacía
dudar entre neurosis obsesiva y psicosis ordinaria. “Vemos que este señor un problema especial con
los espejos. Se mira en ellos permanentemente, puesto que desde niño siente un profundo rechazo
por su imagen”. “Parece una contradicción, - comenta Jacques-Alain Miller - no puede dejar de
mirarse al espejo pero se encuentra feo y por ello rechaza su imagen”88.La lógica del signo del
espejo parece esclarecer esta contradicción: la presencia latente del objeto en la imagen la deteriora;
sin embargo, a pesar de su desfallecimiento, permite todavía enmascarar el decaimiento del ser, y de
ahí la importancia de sostenerla por medio de la visión. Por supuesto, es necesario que otros
elementos vengan a confirmar la hipótesis diagnóstica, como sucede en el caso, ya que el
sentimiento de fealdad podría estar en relación con el complejo de castración, y derivar de la clínica
de la neurosis. Más allá de la presencia de fenómenos acentuados de transitivismo, en este mismo
sujeto, bajo el efecto del consumo de substancias alucinógenas, mirándose en un espejo, había
creído verse con un pecho de mujer, revelando de nuevo, la posible asociación, ya percibida por
Abély, entre el empuje-a-la-mujer y el signo del espejo.
Este último testimonia de una fragilidad en los cimientos del sujeto, de manera que anuncia
a menudo el desencadenamiento de la psicosis. La emergencia de un goce fuera-de- límite o los
esbozos del empuje-a-la-mujer son el índice de parecidas dificultades subjetivas; sin embargo
parecen menos frecuentemente anunciadoras de un marasmo psicológico.
87 Abély P., o.c., p. 30.88 Miller J-A. Je suis très superficiel. Cahier. Association de la Cause freudienne Val de Loire & Bretagne. 2000, 14, p. 12. En español, Miller, “Soy muy superficial”, en “Seis fragmentos clínicos de psicosis”, Editorial Tres Haches, Argentina, pág. 59
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Desfallecimientos discretos del capitoneado
Ciertos sujetos de estructura psicótica no se muestran para nada preocupados por su imagen;
por el contrario; se quejan de trastornos del pensamiento y del lenguaje. La mayor parte de éstos
testimonian discretas rupturas de la cadena significante que implican fracasos en el anudamiento de
lo simbólico a las otras dimensiones.
En la palabra cada uno de los términos está anticipado en la construcción por otros, es
necesario que un anudamiento retroactivo intervenga para que una significación se deposite, ésta,
-subraya Lacan - es siempre fálica, en tanto que resulta de una elección operada por el sujeto a
partir del significante que localiza su goce. Cuando sucede que la función fálica es desfalleciente, la
tensión anticipadora se vuelve floja, y el bucle retroactivo resulta difícil de producir. Es lo que
experimenta Artaud, sin dudas desde sus diez y nueve años, en todo caso mucho tiempo antes del
desencadenamiento de su psicosis en 1937. Él describe muy bien el fenómeno en una carta a
George Soulié de Morant escrita en 1932: “En este estado, dice, donde todo esfuerzo del espíritu,
despojado de su automatismo espontáneo es penoso, ninguna frase nace completa y todo armada: -
siempre hacia el fin, una palabra, la palabra esencial, falta; mientras que empezando a pronunciarla,
a decirla, yo tenía la sensación de que ella era perfecta y acabada. […] y cuando la palabra precisa
no llega, habiendo sido sin embargo pensada, al final de la frase comenzada, es así que mi duración
interna se vacía y se doblega, por un mecanismo análogo para la palabra faltante, a aquel que
comanda la vida general y central de toda mi personalidad”89. Él reporta esta “fragmentación del
pensamiento” a la “falta de una cierta visión sintética”90. Ocho años antes, en su “Correspondencia
con Jaques Rivière”, constataba ya el mismo trastorno: “Hay entonces, afirmaba él, algo que
destruye mi pensamiento, algo que no me impide ser lo que yo podría ser, pero que me deja, si así
se puede decir, en suspenso. Algo furtivo que me quita las palabras que ya he encontrado, que
disminuye mi tensión mental, que destruye paso a paso en su sustancia la masa de mi pensamiento,
que me quita hasta la memoria de los giros por los cuales uno se expresa y que traducen con
exactitud las modulaciones más inseparables, más localizadas, más existentes del pensamiento”91.
Artaud subraya que los elementos que desfallecen son precisamente aquellos que serían los más
apropiados para representarlo en su singularidad. Surge entonces una pregunta: ¿cómo llega él
desde esta época a desarrollar a pesar de todo una obra original? Parece indicar que es, no a partir
de intuiciones personales, sino pensando contra los pensamientos de otros: la “presencia de
alguien”, le dice a George Soulié de Morant, le es necesaria para pensar, “mi pensamiento,
precisamente, se agarra de aquello que vive y reacciona en función de las ideas que él emite, no
llena el vacío [… ] Solo yo me aburro mortalmente, pero en general me encuentro en un estado peor
89 Artaud A. Oeuvres complètes. Gallimard. Paris. 1976, I**, pp. 202-203.90 Ibid., p. 194.91 Artaud A. Oeuvres complètes. Gallimard. Paris. 1984, I*, p. 28.
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que el aburrimiento, exterior a todo pensamiento posible. No estoy en ningún lado, y todo lo que me
representa se desvanece […] es decirle si por momentos caigo bajo. La nada y el vacío, he ahí lo
que me representa …” Para quien no dispone de la función fálica, Artaud indica aquí que le queda
el recurso de apoyarse sobre significaciones sostenidas por la presencia de otros. Esta constatación
es importante para comprender lo que está en el principio del funcionamiento “como si” y más
generalmente en estabilizaciones fundadas sobre referencias imaginarias; si la presencia física del
otro es importante, lo es, parece, porque ella le da al sujeto de estructura psicótica un acceso a la
conexión que le falta, aquella del goce y de la palabra. Que ésta sea sostenida por un cuerpo que la
anima le confiere un peso y una consistencia envidiable para quien no dispone del significante
fálico apto para asegurar la cópula del ser y del lenguaje. “Escuchando hablar a la gente, dice
Artaud, llego a sorprenderme de la multiplicidad de aspectos que permanecen vivos entre ellos, de
las perspectivas que son capaces de emitir sobre las ideas y sobre la vida”. La imagen del otro
parece permitirle encuadrar el objeto a.
Frédéric, un joven depresivo, que sufría de problemas semejantes, decía que él no podía
detenerse cuando iniciaba una conversación, ya que sentía la sensación de inacabamiento que lo
llevaba a buscar un punto de detención siempre en fuga, y porque tenía la impresión de que sus
palabras no llegaban a expresar pensamientos verdaderamente personales. Se quejaba de una falta
de ideas rectoras para dirigirse, lo que no le permitía elevarse más allá de los detalles en los cuales
él se sentía constreñido a perder su pensamiento. La partida de su mujer había acentuado mucho
este fenómeno antes discreto.
El mismo trastorno se discierne bajo una forma diferente en una joven mujer que hizo una
demanda de análisis por la razón de que hablaba demasiado. No se trata de que tema traicionar sus
pensamientos, ni de que se inquiete por la manera en la cual sus propósitos eran recibidos. En
realidad, decía ella, su palabra la ensordecía, como el ruido de la ciudad, como las conversaciones
de otras mujeres: todo eso estaba vacío. Se quejaba además, de hablar demasiado rápido, de forma
que a veces elle pronunciaba las palabras al revés o invertía las letras. Por ejemplo, ella habría dicho
“aminales” en vez de animales. Ella tenía el sentimiento de “tropezar” sobre las palabras:
“perseverar”, no llego a pronunciarla, digo a menudo “perver-serar”. “Es molesto”, comentaba con
una sonrisa extraña y saliente. A partir de la carencia del significante fálico, lo simbólico le parece
ser una especie de estado de fluctuación perpetua, el cierre de la significación no adviene sino con
dificultad, elementos parásitos se insertan con demasiada facilidad en la cadena. Ella percibe cada
quien a su imagen, de forma que teme “un peligro de confusión de lenguas” para su bebé, si lo lleva
de vacaciones al extranjero. Ella misma da una notable impresión de inconsistencia correlativa al
poco peso de sus propósitos: “me resulta difícil hablar, dice ella, porque siento cada palabra como
una pérdida, y al mismo tiempo, hablo todo el tiempo, pero todo lo que digo es vacío”. A veces, ella
siente sus dificultades con la metáfora: “cuando me dicen cambiá el disco no sé cómo debo
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entenderlo: hay varios sentidos, tengo miedo de no elegir el verdadero”. Hace crucigramas “para
estabilizar su cerebro”.
Cuando el pensamiento se fisura de manera más acentuada todavía, la ausencia de la
referencia en el campo del lenguaje se revela. Durante las entrevistas preliminares, Karim me confía
que la causa de su dificultad de vivir debía residir, según él, en un acto perpetuado por su bisabuelo,
en el norte de África, del cual él cargaría todavía el peso de la culpa. ¿Cuál fue este acto? Él no lo
sabía, y eso lo preocupaba. ¿Había matado a su mujer, su madres o incluso a su propio padre?
¿Había robado? ¿Había asesinado a otro hombre del clan? Sus hipótesis, que reposaban sobre
ciertos índices más o menos plausibles, eran múltiples; y sin embargo, a pesar de sus
investigaciones familiares no llegaba a concluir nada. Poco a poco el problema perdió el carácter
acuciante. Dos años más tarde, en beneficio de la cura, el enigma se había desplazado, Karim,
sujeto muy inteligente, cernía con fineza que su tormento estaba referido a la hiancia de lo
simbólico. “Estoy fascinado por el por qué, – decía él- es la razón por la que no llego a ninguna
respuesta. Estoy construido en un 80 % en torno a un por qué. De eso estoy seguro. Cuando uno se
queda como yo en una relación fusional con la madre, no hay por qué; el primer por qué es quizás el
padre, ¿por qué está él allí? Pero el principal por qué es: ¿qué es la vida? Preguntaba seguido a mi
entorno, y me respondían por algún comentario: está hecha para … En realidad no hay respuesta al
por qué, entonces, estoy podrido” . No está en condiciones de encontrar apoyo sobre una respuesta
llevada por un goce falicizado. Sin embargo, es necesario que éste pueda dar peso al montaje del
fantasma para que obstaculice que las preguntes se multipliquen y se impongan con una insistencia
angustiante.
Cuando el significante indicado para regular el goce está carente, el fantasma no está en
condiciones de asegurar sólidamente su función de protección contra el goce maligno del Otro. “En
el momento, se queja Artaud a Jacques Rivière, en que el alma se alista para organizar sus riquezas,
sus descubrimientos, esta revelación, en este minuto inconsistente en que la cosa está lista para
emanar, una voluntad superior y desagradable ataca el alma como un vitriolo, ataca la masa palabra-
e-imagen, ataca la masa del sentimiento y me deja a mí, palpitando en la puerta misma de la vida”92.
El hecho de que la cadena significante pueda romperse, aflojarse, perder su consistencia en
sujetos de estructura psicótica, en ausencia de trastornos mayores, puede encontrar su índice en
ciertas intrusiones fugitivas de palabras parásitas en el pensamiento, así como en discretas
emergencias de vocablos neológicos en la palabra. Richard, un joven de origen inglés, que se
quejaba de “síntomas psicosomáticos”, nos introduce en la lógica del fenómeno. Me dice que se
encuentra a veces molesto por escuchar palabras, a menudo obscenas, provenientes de su lengua
materna, que se entrometen en las sílabas francesas. Esto se produce a veces en el seno mismo de su
lengua de adopción. “¿Donde vivís?” [Dans où tu habites] yo percibo “¿Dónde tu pija? [Où ta bite] ;
92 Artaud A. Lettre à Jacques Rivière du 6 juin 1924, in Oeuvres complètes. Gallimard . Paris. 1984, I*, p.42.
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en “lechuga” [laitue] “¿sos vos?”[T’es-tu?] , etc ». Se discierne en estos ejemplos, los primeros que
se le ocurren, una alusión al goce, y en el segundo una referencia al ser, por lo que se indica un
exceso de presencia del objeto a, algo que Richard confirma cuando destaca la propensión a la
obscenidad de los significantes parásitos. Cuando un significante se desconecta de la cadena, pone
en evidencia la dimensión de la letra93 y su función inconsciente de acoger el goce. La forclusión
del Nombre-del-Padre implica un aflojamiento de la consistencia de la cadena que hace del
psicótico un sujeto especialmente atraído por el goce de la letra. No nos sorprenderemos de que
Richard afirme tener un “goce” con palabras complicadas, que esté apasionado por los crucigramas,
el scrabble, el programa de televisión “Las cifras y las letras”, y finalmente que adore los
anagramas94, las “contrepétries”95 y los palíndromos96. En la atracción por esto ejercicios se
manifiesta un intento de dominio de las letras disruptivas y del goce inquietante alojado en ellas. El
ejemplo de Richard no es al respecto anecdótico: un gusto por los juegos de palabras ha sido
muchas veces constatado en sujetos de estructura psicótica.
Arielle era una buena alumna en segundo año, sin embargo, ella perdía muchos puntos en
sus notas orales porque inventaba palabras sin saberlo. Se trataba de palabras que tenían sentido,
aclara ella, palabras fundadas sobre la raíz, sobre la etimología, “yo buscaba por medio de ellas ser
exacta y sobrepasar los límites”. “Yo amaba las palabras, agrega, además en esa época tenía un
cuaderno donde anotaba cuando la lengua se traba. Recuerdo uno de ellos. Mi prima me quería
decir: “Apurate con el queso rallado [dépêche-toi de faire du gruyère râpé]”, en su precipitación
ella dijo “Hacé grouillard [fais du grouillard – cercano fonéticamente a brouillard (niebla)]”. Yo
anotaba cuidadosamente tales expresiones sobre mi cuaderno y enseguida las descomponía. Hoy se
me pasó eso. No estoy más en la búsqueda de la palabra exacta”. Sin embargo, Arielle se encuentra
ahora fascinada por la escritura: se sorprende a sí misma por la excepcional atracción que sobre ella
ejerce la letra. “Podría recopiar durante todo el día, dice ella, pero eso me preocupa, ya que podría
recopiar cualquier cosa, incluso pavadas, por momentos el sentido no tiene más importancia”.
Una analizante de M-H- Brousse, una mujer traductora, que se queja de alcoholismo,
testimonia de una similar atracción por la letra, asociada en ella a actividades de escritura que
poseen una función de suplencia más manifiesta que los juegos de Richard. “Las palabras en su
93 El significante es un elemento simbólico que no posee valor sino diferencial : no se concibe sino acoplado a otro ; en cambio la letra es un objeto real, aislable, de lo que da cuenta la caja del tipógrafo, de modo que Lacan la define como “la estructura esencialmente localizada del significante” (Lacan J. Ecrits, o. c., p. 501). En español: “Instancia de la letra en el inconsciente”. Escritos I Siglo XXI pág. 48194 Un anagrama es una palabra obtenida por transposición de letras de otra palabra, por ejemplo de “Marie” – María -
a “aimer” –amar.95 Una contrepétrie es una inversión de letras o de sílabas de un conjunto de palabras especialmente elegidas a fin de obtener otras cuyo ensamblado tenga igualmente un sentido, a menudo burlesco. Le debemos a Rabelais esta “Femme folle à la messe – femme molle de la fesse” [mujer loca en la misa – mujer de culo blando] , en español se podría acercar a la broma publicitaria “no es lo mismo “Leo Dan” que “le dan a Leo”.96 El palíndromo es un grupo de palabras que puede ser leído indistintamente de izquierda a derecha o de derecha a izquierda conservando el mismo sentido tal como “élu par cette crapule” – [elegido por este crápula] Ej en español : “Dábale arroz a la zorra el abad”
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materialidad la encantan, reporta ella. Ella ama su forma cuando escribe”. Desde sus quince años la
escritura ligada a su facilidad por las lenguas extranjeras, se vuelve un goce cotidiano. “No tiene
fin, nos dice, sobre la calidad de la pluma de su lapicera, la relación con el papel, y sobre la música
de las palabras. Del diario íntimo a la poesía, pasando por la nueva, sólo cuando escribe la división
de su pensamiento se detiene. […] Parece muy probable que escribir y traducir son para ella dos
caras de una misma suplencia: la de una relación a la lengua como tal, bajo los aspectos de la
multiplicidad de las lenguas que sostienen una identificación imaginaria al padre”. La paciente
ligaba, en efecto, su gusto y su facilidad por las lenguas a su padre, cura exclaustrado, que hablaba
numerosas lenguas. Es interesante notar de nuevo que ciertas particularidades estaban presentes
muy tempranamente, que permitían discernir ka estructura psicótica mucho antes de la edad adulta.
Desde la infancia, ella había inventado una lengua, el “jibi”, con sus reglas, comprendida pro su
madre, y que otros pudieron captar. En ésta, todos los verbos terminaban en “e”. Ella da tres
ejemplos: “-Ji mangé lé” [Ji comeé loé] = mange!” [comé] ; - Ji taisé [Ji callaé] = tais toi! [callate] ;
Fouté = va te faire foutre [insulto]". « Se trata de una lengua fundamental, comenta M-H Brousse,
pero que ella no es la única en hablar, y que es traducible. Sin embargo, la estructura de esta lengua
presenta dos características destacables: no posee tercera persona (“no hay pronombres”), y el yo y
el tú están indiferenciados – lo que nos reenvía a la confusión del eje a-a' no regulado por el
Nombre-del-Padre en A. Falta también el tiempo de los verbos. El significante produce una
reducción a la pura relación imaginaria, como en el caso de las frases interrumpidas de Schreber
donde el significante cae en el campo excluido del Otro. La forma imperativa tomada por esos
enunciados indica una relación imaginaria que surge cuando, en el Otro, es invocado por este
registro del tú, un significante primordial excluido para el sujeto. Por otro lado, así como la lengua
fundamental de Schreber era hablada por Schreber y por un Dios que Lacan ubica de un costado
maternal, un Dios que ocupa el lugar del dejar caer, aquí, esta lengua hablada por la paciente y su
madre señala la exclusión del “Otro de la ley”.97 Que un niño invente una lengua más o menos
elaborada no es por cierto en sí mismo una característica de la estructura psicótica; pero todas no se
estructuran como el “jibi” sobre una reducción de la relación al otro al eje especular.
Es frecuente que una irrupción de la letra sea discernible en sujetos psicóticos desde las
entrevistas preliminares. Una joven mujer me cuenta haber visto en la calle, luego de una discusión
con sus padres, un auto que llevaba la marca comercial “A.B. Dick”; ella saca la conclusión de que
sus padres querían que ella abdique. Otra suponía ser amada por su profesor desde un dictado
llamado “Las siembras”: ella pensaba que se dirigía a ella cuando pronunciaba “ellos siembran” [ils
sèment – resonancia homofónica con semen].
Neologismos semánticos más o menos discretos son también detectables. “¿Cree usted que
97 Brousse M-H. Question de suppléance. Ornicar? Bulletin périodique du champ freudien, Oct-Déc. 1988, 47, pp. 70-71.En español, “La cuestión de las suplencias”. Ficha de circulación interna N° 3, Cátedra Psicopatología I. UNLP, 1990. Traducción de Adrián Vodovosoff.
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es penitenciario?” me preguntó una paciente, haciendo así alusión a las persecuciones sobre las que
ella se interrogaba. Era discernible en el contexto que ella entendía por “penitenciario”: “que apunta
a punirla”, pero, a falta de mi pregunta, elle no necesitaba precisarlo, la palabra parecía tener para
ella un carácter de evidencia extrema.
Stevens describe fenómenos emparentados nombrándolos “maluso del significante”. Una
paciente le explica que sus hermanas han cortado [coupé] todo lazo con sus padres, pero que ella ha
operado con ellos un golpe [coup] radical. Él le pide precisar lo dicho, y ella responde que en los
dos casos “aquello ha producido una separación con los padres, pero que para ella era otra cosa - y
es por ello que ella dice un “golpe”. Admite que esto no es lo más conveniente, pero que de todos
modos es la palabra que hay que utilizar. “Resumiendo, continúa Stevens, relevemos otros
ejemplos: “yo no era suficientemente normativa” en lugar de normal. “Yo me revolucionaba” en
lugar de yo me rebelaba. Del mismo modo, ella hace un uso particular, incluso muy singular, de
ciertos proverbios, que ella deforma en situaciones que ponen en juego una dimensión subjetiva.
Así: “Con mi hermana, estoy a couteau coupé [literalmente cuchillo cortado], en lugar de couteau tiré [cuchillo tirado, expresión para indicar que se lleva mal. En Argentina podría pensarse como
ejemplo equivalente: nos llevamos “como perro y pato” en lugar de “como perro y gato”], e incluso
“Le digo mis cuatro verdades” por sus cuatro verdades”98 [“Decir sus cuatro verdades” es una
expresión similar a “cantarle las cuarenta a alguien” en Argentina] Estos ejemplos son tomados de
un número importante de sesiones, pero siguen siendo poco frecuentes. La dificultad experimentada
por el sujeto para romper la inercia de la letra reintroduciendo estos malos-usos del significante en
las conexiones de la cadena parece bastante característica de los fenómenos. Siguen siendo, sin
embargo, de interpretación difícil, y sería imprudente concluir que se trata de una estructura
psicótica por el sólo hecho de su manifestación fugitiva. Por el contrario, cuando ellos insisten,
constituyen un signo clínico bastante directamente referible a lo que Stevens denomina una
petrificación del sujeto bajo el significante.
Trastornos de la identidad y prevalencia de identificaciones imaginarias.
Los psicoanalistas que buscan aprehender la psicosis por una debilidad acentuada del ego
acuerdan una importancia particular a los trastornos de la imagen del cuerpo. En esta perspectiva, el
mínimo fenómeno de despersonalización deviene un índice de psicosis, mientras que toda psicosis
implica fragmentación de la representación del cuerpo propio. Un trabajo anterior me había
conducido a recordar que esto no es así99. Sin embargo, es frecuente que el sujeto psicótico se queje
de una falta de cimientos de su identidad; mientras que el dejar-caer del cuerpo, mencionado
98 Stevens A. Aux limites de la psychose. Ornicar? Bulletin périodique du champ freudien, Oct-Déc. 1988, 47, p. 77.99 Maleval J-C. La desestructuración de la imagen del cuerpo en la neurosis y la psicosis, en Locuras histéricas y psicosis disociativas (Payot. Paris. 1981) . – En español Paidós , pág. 154 - 210
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anteriormente, testimonia que el elemento imaginario puede deshacerse de sus conexiones. Parece
que un efecto mayor de la pérdida de los cimientos del yo sea una propensión de éste a dejarse
captar por otras imágenes especulares, de ahí la asociación frecuentemente señalada entre los
trastornos de la identidad y la prevalencia de identificaciones imaginarias.
Mucho más que la despersonalización, son los fenómenos de transitivismo, situados sobre el
eje a-a’ los que, en muchos psicóticos, se revelan en el centro de la clínica de los desfallecimientos
y de los esfuerzos de compensación del yo.
Durante una pasantía efectuada con un estudiante de su promoción, Norbert se queja de ser
“como una esponja”: se da cuenta de que imita los gestos y las palabras de su camarada. Él, que se
experimenta sin personalidad, ni modelo, constata que piensa escuchándose adoptar las
entonaciones del otro. Nota que no es la primera vez que esto le sucede. El fenómeno le resulta
penoso. Un sujeto mencionado más arriba, que se siente “muy superficial”, relata una experiencia
semejante. “En una discoteca, por ejemplo, relata G Dessal, observa una mujer y súbitamente se da
cuenta de que imita involuntariamente sus movimientos corporales, incluidos los movimientos de la
boca, pareciendo repetir lo que la mujer está diciendo en ese momento. Esto no lo sucede más que
durante una fracción de segundo, porque enseguida se siente horrorizado por lo que le sucede y se
detiene inmediatamente”. En lo que concierne al sentimiento de ser superficial del que el sujeto da
cuenta , Jaques-Alain Miller considera que testimonia de un deslizamiento “sobre la superficie
imaginaria, sobre la pura captura de la imagen”. Su identidad sexual inconsciente está marcada por
la incertidumbre: delante de una mujer, se siente capturado por una imagen femenina, delante de un
hombre surge el temor homosexual. “Finalmente, agrega Jaques-Alain Miller, no tiene una
identidad fija porque hay algo en él que cambia en función del semejante que tiene ante sí. Él define
su transitivismo súbito en términos de un “ser superficial” […] Su transitivismo es algo muy puro,
muy elemental, y no hay construcciones delirantes en torno a eso”100. Formas más complejas y más
espectaculares pueden observarse. Así, por ejemplo, “una joven mujer en análisis, Chloé, testimonia
experimentar un fenómeno que ella juzga sobrenatural: “cada vez que ella sale a la calle luego de
haber tenido relaciones sexuales satisfactorias con su pareja, los rostros de los transeúntes a quienes
mira se le pegan al suyo y lo sustituyen, sustrayéndole su identidad. […] la máscara que se pega
sobre su rostro, comenta G. Morel, está literalmente cortada de la imagen del otro, con la cual el
sujeto se identifica en espejo […] Las funciones del cuerpo y de sus órganos no se alteran, como
sucede a menudo en la esquizofrenia (Chloé, por ejemplo, no se siente asfixiada por esta máscara
volante). En el momento en que se presenta el goce, el sujeto sufre una doble pérdida de identidad:
ella no sabe más quién es y debe repetirse su propio nombre”101.
100 Miller J-A. Je suis très superficiel, in Cahier, o.c., p.18. - En español, Miller, “Soy muy superficial”, en “Seis fragmentos clínicos de psicosis”, Editorial Tres Haches, Argentina, páginas 7 a 11, y 55 a 72101 Morel G. Ambiguïtés sexuelles. Sexuation et psychose. Anthropos. 2000, p. 249. En español, Ambigüedades sexuales, sexuación y psicosis, Manantial, 2002 p. 231 y 232.
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En un grado más acentuado, cuando la psicosis se desencadena, la imagen del cuerpo puede
desconectarse claramente de sus ataduras simbólicas, para dar nacimiento a fenómenos que han sido
descriptos, por la psiquiatría clásica, bajo los términos de síndrome de Fregoli, de ilusiones de
sosias, o de ilusiones de intermetamorfosis. En el primero, un nombre se impone que se difunde en
múltiples imágenes; en el segundo las imágenes se emparientan cortándose de su nombre, en el
último las imágenes se interpenetran102.
Para detener el desfallecimiento del fantasma fundamental, que amenaza con dejar al sujeto
psicótico sin orientación en la existencia, Lacan indica que la solución inicial se encuentra en
alguna identificación que permita asumir el deseo de la madre103. Parece que esta identificación
puede ser retomada por otras que presentan una característica semejante: la de funcionar por
enganche, tanto sobre los ideales de un prójimo, como sobre los de un personaje elegido. Tales
identificaciones imaginarias resultan ser, a menudo, muy lábiles y de poca consistencia. El sujeto lo
expresa a veces él mismo muy claramente: “yo no siento quién soy, me decía uno de ellos, he
debido aprenderlo por medio de la psicología y del psicoanálisis, pero es un proceso artificial,
puramente mental. No soy más de extrema derecha, pero continúo escondiéndome detrás de
imágenes de virilidad”. Las identificaciones imaginarias no sostenidas por el rasgo unario
constituyen un signo clínico de primera importancia, ya que ellas responden a las dos condiciones
exigidas para el discernimiento de la psicosis ordinaria: testimonian una falla subjetiva y la
compensación de ésta.
Aún cuando Schreber admite en sus “Memorias” haber consentido a su feminización, él
afirma haber conservado el antiguo amor por su mujer104. Indicación preciosa, señala Lacan, ella
certifica que “la relación con el otro en cuanto con su semejante, e incluso una relación tan elevada
como la de la amistad en el sentido en que Aristóteles hace de ella la esencia del lazo conyugal, son
perfectamente compatibles con la relación salida de su eje con el gran Otro”105. Parece entonces
que, incluso en la psicosis declarada, la dimensión imaginaria posee para el psicótico una
autonomía. Esta propiedad se encuentra en el fundamento de las estabilizaciones más frecuentes.
A este respecto, Lacan indica en 1956, el interés de destacar el funcionamiento “como si” en
los antecedentes del psicótico. Señala que son los trabajos de Hélène Deustch los que han
discernido este “mecanismo de compensación imaginaria” al cual recurren sujetos que “nunca
entran en el juego de los significantes, salvo a través de una imitación exterior”106. Es curioso
constatar el olvido en el cual han caído estas indicaciones durante tanto tiempo. Los diccionarios de
102 Puede consultarse con provecho sobre este tema: Thibierge S. Pathologie de l’image du corps. Etude des troubles de la reconnaissance et de la nomination en psychopathologie. PUF. Paris. 1999.103 Lacan J. D'une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose, in Ecrits, o.c., p. 565. En español, Escritos II, Siglo XXI, pág 547.104 Schreber D.P. Mémoires d'un névropathe, o.c., p. 152.105 Lacan J. D'une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose, in Ecrits, o.c., p. 574. En español, Escritos II, Siglo XXI, pág. 555.106 Lacan J. Les psychoses, o.c., p. 218 et 285. En español, Seminario 3, Las Psicosis, Paidós, páginas 275 y 360
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psicoanálisis ignoran el concepto, los manuales de psiquiatría le asignan en el mejor de los casos
algunas líneas. Los estudios de orientación lacaniana continúan siendo extremadamente raros. Por el
contrario, la noción de “personalidad como si”, encuentra crédito en los trabajos de los
psicoanalistas que se refieren a la psicología del yo y que intentan objetivar la categoría de
“borderlines”. Es sólo en ese campo y en esta perspectiva que se le asigna un lugar digno como para
hacer de él un tema de congreso. Así, en presencia de Hélène Deustch, la Asociación Americana de
psiquiatría se reúne en diciembre de 1965 para tratar “Aspectos teóricos y clínicos de los caracteres
“como si”. La focalización sobre las funciones del yo incita a algunos a dar una tan larga extensión
a la noción que su especificidad se pierde describiendo síntomas “como si”, mecanismos “como si”,
rasgos de carácter “como si”, y seudo estados “como si”, etc. La mayor parte de los analistas
estiman que el sentido de la realidad está preservado en los pacientes de Hélène Deustch,
suficientemente como para no confundirlos con psicóticos, sin embargo, indica el encargado de
actas, un estudio más ajustado confirmaría probablemente la opinión de Phyllis Greenacre según la
cual el sentido de la realidad se revela desfalleciente en el carácter “como si”. Cuando el
funcionamiento psicótico se discierne esencialmente con la ayuda de un criterio de realidad, a la vez
grosero e incierto, cuando la psicosis ordinaria no es conceptualizable, la categoría bolsa de gatos
de los borderlines encuentra la bienvenida para dar lugar a un poco de psicosis sin psicosis. Sin
embargo, las seis principales características de los “estados narcisistas” delimitados por Hélène
Deustch, tal coño los resume en 1965, resultan constituir en su mayoría, rasgos compartidos por los
psicóticos: a) estadio primitivo de la relación objetal sin instauración de la constancia de objeto; b)
desarrollo pobre del superyó con persistencia del predominio de la angustia en relación al objeto; c)
prevalencia del proceso de identificación primaria, d) falta del sentido de la identidad, e)
superficialidad emocional y pobreza general del afecto, de la que los pacientes no tienen conciencia;
y f) falta de insight107. Sus trastornos se emparientan, es cierto, con la despersonalización, pero
difieren de ella ya que no son percibidos como patológicos por el paciente mismo.
Cuando Hélène Deustch introdujo en 1934 el concepto de personalidad “como si”, la noción
de borderline no ha sido todavía forjada, entonces subraya también, desde el título del artículo, “sus
relaciones con la esquizofrenia”108. Los sujetos presentados en su trabajo se caracterizan por dar una
impresión completa de normalidad que resulta descansar sólo sobre capacidades de imitación fuera
de lo común. “Se pegan con gran facilidad a los grupos sociales, éticos y religiosos- escribe ella -
buscan, adhiriéndose a un grupo, dar un contenido y realidad a su vacío interior y establecer la
validez de su existencia por medio de una identificación”109. Ella constata que sus pacientes
107 Weiss J. Clinical and theoritical aspects of "as if" characters. Journal of the american psychoanalytic association, 1966, 14, 3, p. 569. 108 Deutsch H. Divers troubles affectifs et leurs rapports avec la schizophrénie [1942], in La psychanalyse des névroses.Payot. Paris. 1963. En español, “Algunas formas de trastorno emocional y su relación con la esquizofrenia”. Revista de Psicoanálisis 2. Editada por la Asociación Psicoanalítica Argentina. Septiembre de 1968109 Ibid., p. 226.
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esquizofrénicos le han dado la impresión de que el proceso esquizofrénico pasa por una fase “como
si” antes de construir “la forma alucinatoria”. Destaca finamente en ellos “verdadera pérdida de
carga objetal”, que sugiere una carencia del fantasma fundamental, y una “ausencia de introyección
de la autoridad”, que traduce sin dudas, cierto acercamiento a la forclusión del Nombre-del-Padre.
Sólo a través de una identificación con objetos exteriores ellos obtendrían un precario acceso a la
Ley. Es suficiente, en efecto, con que identificaciones nuevas los orienten hacia “actos asociales o
criminales” para que se transformen en delincuentes. Sus relaciones sociales aparentemente
apropiadas parecen fundadas sobre un proceso puramente imitativo. Presentan, escribe, “una actitud
completamente pasiva frente al medio que los rodea, con una facilidad muy plástica para percibir
señales del mundo exterior y adaptar la propia conducta a ellas. La identificación con lo que los
demás piensan y sienten expresa esta plasticidad pasiva y permite que la persona haga gala de una
tremenda fidelidad y de la más vil perfidia. Cualquier objeto sirve como puente para la
identificación”110. Hélène Deustch liga también la carencia de la asunción de la autoridad a la
frecuencia de las conductas perversas en los pacientes “como si”. Su funcionamiento genera a veces
perversiones transitorias que son abandonadas desde que “algún personaje convencional” empieza a
proponer una nueva identificación. Tales prácticas sexuales erráticas, más padecidas que buscadas,
ligadas al azar de los encuentros, no evocan para nada al sujeto perverso. Éste se especifica por
estar en una relación de certeza con respecto al goce, sin común medida con la fluctuación del
“como si”.
Entre los ejemplos clínicos dados por Hélène Deustch, ella cita una mujer casada, de treinta
años de edad, salida de una familia donde había numerosos psicóticos, que se quejaba de una falta
de emociones. “A pesar – escribe- de una buena inteligencia y de una prueba de realidad perfecta,
ella llevaba una existencia artificial, y era siempre lo que el medio circundante le sugería ser.
Apareció claramente que ella no podía sentir otra cosa más que una facilidad pasiva para dividirse
en un número sin fin de identificaciones. Este estado se había instaurado bajo una forma aguda
luego de una operación practicada en la infancia, sin preparación psicológica. Cuando se despertó
de la anestesia, ella preguntó si era ella misma, luego desarrolló un estado de despersonalización
que duró un año y se transformó en una sugestionabilidad que escondía una angustia paralizante”.
Esta última paciente, según Hélène Deustch, no presenta el síndrome como si en su forma
más característica, sin duda en virtud del episodio de despersonalización. En efecto, si nos atenemos
a su descripción princeps, se trata de una patología casi inhallable en su forma pura. En 1965, ella
no duda en afirmar, “En mi vida profesional desde 1932, es decir en treinta y tres años, sólo he
encontrado una sola persona a quien se puede considerar del tipo “como si”111. Sin dudas, se trata de
su paciente “aristócrata”, que constituye la primera observación de su artículo, “completamente
110 Ibid., p. 225. en español , “Algunas formas de trastorno emocional y su relación con la esquizofrenia”. Revista de Psicoanálisis 2. Editada por la Asociación Psicoanalítica Argentina. Septiembre de 1968. pág. 416.111 Weiss J, o. c., p. 581.
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fijada en el estado como si desde los ocho años” y que olvidó totalmente más tarde su analista, que
sin embargo había sido uno de sus objetos de identificación112. Desde entonces, se admite que el
síndrome “como si” constituye un trastorno extremadamente raro.
Además, en ocasiones es desconocido. Un autor lacaniano que hace de él una excelente
observación, quizás más característica que aquellas presentadas por Hélène Deustch, la ubica bajo
la noción de “psicótico fuera de crisis”, seguramente mucho más amplia.
Se trata de un paciente norteamericano de unos treinta años que hace un año de análisis con
C. Calligaris en París durante los años ’80. Militar combatiente en Vietnam, fue condecorado, y
dejó normalmente el servicio al finalizar su período, “decidió volver a Estados Unidos del modo
más interesante para él – a pesar de que “interesante”, hay que destacarlo, no sea un término que
formase parte de su vocabulario. Cuando vino a analizarse conmigo, escribe Calligaris, estaba en su
camino de regreso, sin haber llegado todavía a Estados Unidos: había atravesado Birmania e India
donde había permanecido largo tiempo, familiarizándose con las drogas, y finalmente había llegado
a Europa, donde encontró una mujer con quien se casó. Esta mujer era una heredera de una
importante empresa francesa. Se quedó con ella, en Francia, participando de la dirección
administrativa de esta empresa.
El síntoma que conducía a su mujer a enviarlo a análisis era el siguiente: casado con ella, sin
hijos, era el amante de su suegra, lo que aparentemente constituía un problema para su mujer,
quizás también para su suegra, no lo sé, pero en todo caso, no para él. De todos modos, el vino y
permaneció en análisis durante un año. La dificultad es que él no tenía ni la menor idea de por qué
venía. […]
La historia termina así: durante un cierto tiempo, me quedé sin noticias de él – no venía más
y no sabía por qué – luego, un día, supe que había ido a un bar, un bar cualquiera donde algunos
gangsters, que aparentemente preparaban un golpe, vieron, no sé cómo, que él tenía el perfil para el
trabajo y le propusieron unírseles; él aceptó. El golpe salió mal, un bandido fue muerto y él,
detenido. […]
Lo que era extraordinario en esta persona, comenta Calligaris, es que estaba disponible para
cualquier cosa. No por su docilidad, en el sentido de que hubiese sido fácilmente manipulable, sino
en el sentido de que cualquier ruta podía parecerle posible.
Es lo que se verifica en el final de su historia, pero también en el inicio de su aventura
francesa, por ejemplo. Haber estado en Vietnam, con una historia pesada de combatiente de terreno,
luego hippie en India, antes de insertarse en la mejor burguesía francesa, él había hecho todo eso
perfectamente. […]
Desde ese punto de vista, el final de la historia es significativo. Aceptó – ¿y por qué diablos?
- tomar parte en el ataque a un banco, él que nunca había cometido ningún acto criminal. La verdad
112 Ibid., p. 582.
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es que el acepta porque: “¿por qué no?”
Es interesante destacar también que en el cuadro de sus actividades, por ejemplo, dirigir el
departamento administrativo de una gran empresa, estaba perfectamente a la altura de las
circunstancias”.
Calligaris subraya que “nada en lo que él decía se presentaba como una forma de
significación electiva, pero todo tenía una significación, al punto en que podía en cualquier
circunstancia, ser el hombre de la situación”113. El analista pone el acento sobre el estilo de errancia
de este sujeto para quien todas las significaciones podían aparecer como equivalentes. Una ausencia
tal de un punto de detención en la diversidad de las significaciones revela la carencia del
anudamiento fálico de la significación que no permite que un significante amo funcione como
principio organizador. A pesar de la ausencia de manifestaciones corporales comúnmente ligadas a
la psicosis, una forclusión del Nombre-del-Padre es deducible. Sin embargo, es necesario destacar
que la especificidad de la clínica psicoanalítica al respecto permanece poco conocido, ya que
Calligaris mismo, por un lado no hace ninguna alusión al funcionamiento “como si”, y por el otro,
reporta honestamente que en esta circunstancia le fue necesaria “ayuda” para plantear un
diagnóstico de psicosis.
Nicolas no deja de evocar al paciente precedente, por su pasado militar, y por su aptitud para
adaptarse a las más diversas circunstancias. Durante su adolescencia, él ingresó a la resistencia [N
del T: a la ocupación nazi en Francia], no por valentía, ni por heroísmo, ni por convicción política,
ni siquiera llevado por una elección deliberada, sino esencialmente porque, inactivo, “no sabía qué
hacer”. Hizo explotar trenes y puso su vida en juego sin temor. Una vez finalizada la guerra, sin
saber hacia qué orientarse, se enroló en la armada, yendo a Indochina, y luego a Argelia. Durante el
encuentro con algunos de sus camaradas, no era ni un loco de la guerra, ni un militante de la Argelia
francesa: no tomaba la guerra en serio, pero él la hacía aplicadamente. Soldado modelo, siempre
voluntario para las misiones peligrosas, muy apreciado por sus superiores, fue condecorado y
alcanzó el grado de sargento-jefe. De regreso en Francia, sin calificación, se encuentra un poco
desamparado. Un día en que todo va mal, de golpe, improvisa un oficio, “croupier”, haciéndose
pasar por tal con un aplomo que le impone al director de un casino. Él ejerce, con satisfacción
general, durante veinte años. Durante este período, encuentra en un baile una obrera con la cual se
casa. A los 50 años, deja su empleo, sin precisar la razón, de modo que se encuentra confrontado a
una situación material difícil. Consigue entonces hacerse emplear nuevamente usando un método
bastante semejante al utilizado precedentemente: logró engañar un jefe de empresa gracias a un
despliegue no premeditado. Se hace pasar por un obrero calificado cuando en realidad, ignora todo
lo del oficio. Se adapta a continuación de modo destacable, aprendiendo sobre la marcha. Les da
satisfacción a sus patrones durante varios años antes de renunciar para montar un comercio con sus
113 Calligaris C. Pour une clinique différentielle des psychoses. Point Hors-Ligne. 1991, pp. 10-15.
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ahorros, y bajo instigación de su mujer. Ella hizo mal en pedírselo. Este hombre de deber es poco
apto para tomar iniciativas. Dilapida bastante rápido su dinero, a pesar de que se jubila en cuento
puede. Es entonces, pasados los 60 años, que conoce internaciones repetidas a posteriori de
impulsiones etílicas graves, que ponen a veces su vida en peligro, y que lo conducen a menudo a
recogerlo en la vía pública. Nicolas no presentó jamás un síntoma psicótico manifiesto, sin
embargo, como él mismo lo subraya, “se las arregla con todo”, su existencia se caracteriza por una
adaptación original a la vez perfecta e inafectiva, a la diversidad de situaciones mucho más
encontradas que buscadas. Fue un resistente ejemplar, habría sido también un militar aceptable, por
más que haya sufrido otras influencias. Además es muy destacable que siempre haya logrado salir
de situaciones muy difíciles con un aplomo impactante, tanto en la guerra como en su vida
profesional. Simpatizaba cómodamente con los grandes personajes encontrados tanto en Indochina
como en los casinos. Para nada impresionado por las figuras eminentes. Este hombre no teme nada.
Es inquebrantable. Ni él ni el Otro están descompletados. A lo que el Otro quiera, él consiente
plenamente, listo a sacrificar hasta su ser si las circunstancias lo exigían. La castración no tiene
ninguna captura sobre él. La carencia de la negativización fálica no suscita trastornos del lenguaje
manifiestos, sin embargo, presenta una especie de tic verbal que lo lleva a insertar, como un
ritornelo, la expresión, “si usted así lo quiere”, en la mayor parte de sus desarrollos. El querer del
otro parece, en efecto, constituir aquello sobre lo que se regula permanentemente su normalidad sin
falla. En una sola circunstancia, le sucedió de no estar a la altura de consentir al deseo del Otro:
cuando se confrontó al de su mujer. Es siempre después de discusiones con ella que se encuentra
llevado, ya sea a una decadencia etílica, ya sea a cortas errancias. Él vino dócilmente a ponerse en
manos de un analista para seguir un consejo médico, pero esto fue sin consecuencias.
La existencia de Nicolas no dejar discernir para nada una orientación sobre un ideal
comandado por el significante-amo. La carencia de éste se manifiesta por una cierta inconsistencia
des las identificaciones, pero también por el poco peso de las significaciones llevadas por el sujeto.
Algunos traducen esto por un sentimiento de estar vacío. Les sucede a veces, percibir claramente
que no disponen ningún punto de referencia seguro para orientarse en la existencia. “Todo puede
interesarme, de decía Arielle, pero nada permanece, no hay motor”. El goce del sujeto no está
localizado, el fantasma fundamental no está instalado.
Estos fenómenos son descriptos con gran fineza por Fritz Zorn en una obra autobiográfica
donde relata su lucha contra el linfoma que está matándolo. Antes de la eclosión de éste, Zorn se
sostiene en lo que él mismo llama un “yo simulado”, del cual describe los enganches con una
precisión destacable. En todo momento, él pensaba que debía seguir la opinión de sus padres, éstos
le parecían tener siempre fundamentalmente razón. “Yo podía a veces tener otra opinión sobre
algunos detalles, escribe él, pero cuestionar realmente sus acciones o sus pensamientos, eso yo no lo
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hacía”114. Fue educado, no sólo para plegarse al discurso familiar, sino más aún, para adoptar
siempre el juicio de los otros, de modo que no debía nunca “correr el riesgo de decir algo que no
fuese reasegurado con la aprobación general”115. Detrás de esta fachada de un yo conformista,
calcado en espejo sobre sus semejantes, el sujeto se revela incapaz de proceder a realizar elecciones,
porque no hay elecciones, a falta de un fantasma fundamental que pueda instaurarlas. “En este
tiempo, precisa él, no tenía juicio, ni preferencias personales, ni gusto individual, al contrario, en
todas las cosas yo seguía la única opinión saludable, la de los otros, de ese comité de gente del cual
yo reconocía el juicio […] Naturalmente, esta búsqueda constante de la opinión justa y única
salvadora conducía rápidamente a una gran flojedad en materia de emitir un juicio, a pesar de que
mi miedo de tomar partido, vuelto excesivo, impedía toda toma de consciencia espontánea. A la
mayor parte de las preguntas que me formulaban yo tenía la costumbre de responder que no sabía,
que no podía juzgar, o que me daba lo mismo; yo no podía dar ninguna respuesta excepto cuando
sabía de antemano que podía corresponder al canon salvador. Creo que en esos tiempos, yo era un
verdadero pequeño Kant asustadizo, que creía siempre no poder actuar sino en perfecto acuerdo con
la ley general”116.
A pesar de que el paciente de Calligaris puede ser considerado como una observación muy
pura del síndrome “como si”, no es exactamente igual para Zorn. Éste último se quejaba de su “yo
simulado”, y presenta un esbozo de sentimientos de despersonalización que no son compatibles con
el fenómeno delimitado por Hélène Deustch en la acepción estricta que ella se formó de él. Sin
embargo, ella misma nos indica que es posible cuestionar esto al afirmar en 1965 no haber visto
más que una sola persona del tipo “como si” en treinta años de práctica. Al restringir demasiado el
síndrome lo vuelve casi inhallable. Se trata, sin dudas, de una de las razones por las cuales su
destacable descubrimiento clínico permaneció poco conocido.
La impostura patológica
Ella merece, a mi parecer, ser reubicada en un contexto más grande. Constituye un islote
espectacular en un vasto campo: el de los modos de enganches imaginarios a los cuales el sujeto
psicótico puede recurrir para compensar la carencia de la función del significante-amo. El
funcionamiento “como si” tiende a remediar la inconsistencia de la significación, la carencia del
fantasma fundamental y, en el campo de las identificaciones, al defecto del rasgo unario. Más que
restringirlo al tipo de Hélène Deustch, parece heurístico mostrar la extensión de los mecanismos
“como si” en tanto que modos de estabilización frecuentemente utilizados por el psicótico. El
campo de esta clínica se revela tan extenso que no podría ser recorrido en este trabajo. Intentemos
114 Ibid., p. 113.115 Ibid.,p. 40.116 Ibid., p. 43.
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sin embargo indicar ciertos mojones, por un lado, en una especie de más allá del “como si”, donde
se encuentra un trastorno aún más espectacular, la impostura patológica; por otro lado en una
especie de más acá, donde el “como si” se hace discreto en sujetos donde notamos sobre todo la
inconsistencia o la extrañeza. Uno y otro fenómeno no poseen la misma importancia clínica: la
frecuencia del segundo no tiene común medida con la rareza del primero.
Hélène Deustch y Phillys Greenacre, a quienes debemos bellos estudios psicoanalíticos
sobre los impostores, producidos en los años ’50, encontraron ambos, numerosas convergencias
entre estos sujetos y las personalidades “como si”. El punto en común reside en la sorprendente
plasticidad de las identificaciones. Un ejemplo fascinante reportado por Hélène Deustch es el de
Ferdinand Damara. Después de haberse fugado de su casa, devino sucesivamente profesor de
psicología, monje, soldado, marino, ciudadano bajo juramento cumpliendo funciones de jefe de
policía, psiquiatra y cirujano – siempre con el nombre de otro hombre. “Con una habilidad y un arte
casi increíble obtenía en cada oportunidad un certificado de experto y hacía uso de una ciencia
aprendida ad hoc tan brillantemente que era capaz de perpetrar sus supercherías con un éxito
completo. Era siempre “accidentalmente”, jamás por errores cometidos, que era descubierto como
un impostor”117. Greenacre relata una observación personal menos espectacular pero mucho más
común en la rúbrica “policiales”. Se trataba de un paciente que en repetidas ocasiones había
usurpado la identidad de un médico. “Daba turnos y recibía enfermos en el hospital, sin otra
calificación que la que había recibido como enfermero durante la segunda guerra mundial. Como
había observado antes, con mucha agudeza, numerosos procedimientos de operaciones quirúrgicas
que era capaz de reproducir de modo completamente honorable, estaba muy bien visto por sus
colegas competentes y con quienes trabajaba. Sin embargo fracasó por falta de precauciones frente
a quienes podrían descubrirlo, precauciones que cualquier tramposo perspicaz o buen conspirador
habría seguramente tomado. Durante el período activo de la impostura, estaba calmo, plácido y
feliz”. Ella destaca que las aptitudes contradictorias de los impostores los vuelven a veces
enigmáticos: dan la impresión de combinar habilidad y fuerza persuasiva con locura pura y
estupidez118.
El artículo de Hélène Deustch está centrado en un paciente llamado Jimmy, que ella atendió
en psicoterapia de apoyo durante ocho años. Éste no era un impostor extravagante, sus diversas
identidades poseían un soporte frágil: un proyecto de adquisición de una granja es suficiente para
hacer de él “un gentil hombre campesino”, la constitución de un salón literario lo promovía a “gran
escritor”, gastaba sumas importantes para intentar convertirse en un “productor de cine”, realizó
pequeños inventos para hacerse hacer tarjetas de presentación con el calificativo de “inventor”, etc.
En realidad, “su pretensión de ser un genio era a menudo tan persuasiva que mucha gente se dejaba 117 Deutsch H. L'imposteur: contribution à la psychologie du moi d'un type de psychopathe [1955], in La psychanalyse des névroses. Payot. Paris.1963, p. 278. 118 Greenacre P. The impostor [1958], in Emotionnal growth. International University Press. Traduction française, inL'identification. Tchou. 1978.
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llevar durante un corto período”.
Las identidades usurpadas por los impostores tienen en común el estar al servicio de una
valorización narcisista rápida, de poco esfuerzo, que promueve un yo ideal exaltado, que detiene la
carencia del Ideal del yo. La proximidad de estos fenómenos con al psicosis no dejó de ser
discernida por Hélène Deustch, a propósito de Jimmy, cuando ella destaca la carencia de libido
objetal y la presencia de ideas paranoides que la llevan a encarar la hipótesis de una “esquizofrenia
naciente”. Además Greenacre, subraya en los impostores no solamente una propensión a los
retruécanos y a los juegos de palabras, sino que también rasgos paranoicos, tales como el fantasma
de omnipotencia y la reivindicación de recuperar “su posición legítima”. Considera con perspicacia
que la impostura patológica posee dos funciones: la de realizar un asesinato del Padre y la de
procurar un sentimiento temporal de acabado de la identidad.
Ella discierne un desequilibrio grave de la relación edípica, que reposa sobre el fantasma de
haber vencido al Padre, de modo que “toda posibilidad de identificación con él” estaría cerrada. El
sujeto – escribe ella – se imagina entonces “poder impunemente suplir su padre” (el destacado es
mío). Puede notarse que utilizando formulaciones tomadas del mito edípico no podría evocarse
mejor la forclusión del Nombre-del-Padre. Más aún, ella subraya una de las consecuencias mayores
de esta forclusión, la reducción de la relación al otro a la pura relación dual, cuando ella destaca la
intensidad del lazo con la madre, llegando a mencionar una incorporación psicológica del sujeto a
ésta.
La proximidad de la impostura patológica y del funcionamiento “como si” aparece
claramente cuando constatamos con Greenacre que la primera participa de una lucha por sostener
una identidad precaria. “Es absolutamente necesario, afirma ella, que el impostor tipo tenga
espectadores. Es gracias a ellos que puede hacerse una idea positiva, real de sí mismo; su valor tiene
mucha más importancia en tanto y en cuanto él es incapaz de asegurárselo de otra manera. El hecho
de que los impostores tengan siempre una significación social se explica por este fenómeno de
búsqueda de un auditorio en el cual el (falso) Yo se refleja. Para el impostor, el éxito de la
superchería tiene tendencia a reforzar a la vez la realidad y la identidad”119. El enganche sobre una
imagen del otro que refleja la del sujeto resulta tan necesario para el impostor como para el
funcionamiento “como si”. Sin embargo, en el primer caso, el otro es pasivo, y es sólo convocado
para confirmar un yo ideal exaltado, mientras que en el segundo, la dinámica parece venir del otro,
sobre cuyos ideales el sujeto se orienta. En este último caso el proceso es más elaborado: hay un
intento de forjarse un acceso en el campo de las imágenes hacia la instancia simbólica del ideal del
yo. El sujeto “como si” se muestra a menudo dispuesto a hacer esfuerzos por ajustarse a la imagen
ideal sobre la que se orienta. Nada semejante aparece en un impostor como Jimmy, quien “era
incapaz de ningún esfuerzo orientado hacia una meta porque era incapaz de retrasar el momento de
119 Greenacre P., o. c., p. 274.
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alcanzar la meta planteada”.
A partir de esta clínica, la indicación de Lacan dada en 1956, según la cual el sujeto
psicótico puede sostenerse en una identificación por la que asume el deseo de la madre, parece
menos hecha para ser concebida en la historia particular que en la estructura. Para la problemática
de la época, es al falo que el deseo de la madre está referido. El impostor revela claramente que se
trata de una imagen fálica incólume, una imagen de completad, que no está para nada marcada por
la castración. Si llega a suceder que esta imagen no es más sostenida por otro, y la tensión entre el
yo ideal y lo que tiene el lugar del ideal del yo se rompe, entonces advienen las circunstancias
favorables para el desencadenamiento de la psicosis.
Las clínicas espectaculares del impostor patológico y del funcionamiento “como si” poseen
el mérito de delimitar los determinantes esenciales de los modos de compensación imaginarios de
los psicóticos. Sin embargo, los más frecuentes son también los más discretos.
El enganche sobre un prójimo
Lo que concita nuestra atención desde las primeras entrevistas con Arielle es su elegancia.
Esta jovencita tiene un cuidado extremo de su imagen. Jamás ha presentado ningún síntoma
psicótico manifiesto. Según su entorno ella ejerce su oficio y sus funciones de madre de familia de
manera satisfactoria. Para los otros ella parece adaptada y feliz, pero para ella nada tiene sentido.
“Cada momento está bien, dice ella, sin embargo el conjunto de la jornada, no: el uno más uno, más
uno, no se arma”. Ella no dispone de la función fálica para asegurar el cierre de la significación.
Así, ella está constreñida a dirigirse hace los otros para orientarse en la existencia. “Cuando la gente
se interesa por mí, dice, eso me sostiene un poco, pero muy poco”. El cuidado que tiene por su
imagen no tiene raíces en ninguna voluntad de seducir: se trata más bien, de enmascarar lo que ella
denomina “el montón de tripas”. A veces – afirma- , para unirme, me miro en un espejo, y veo lo
que los otros ven”. Esta fórmula indica que su mirada sobre ella misma se regula sobre la opinión
de los otros, lo que la lleva a menudo a adoptar una actitud conformista. “Me aferro mucho a la
imagen –destaca- aunque a veces me pregunto qué hubiera hecho yo de haber sido ciega, yo habría
estado quizás, completamente confundida”. Si Arielle se muestra bien adaptada, y si ella no
presenta el funcionamiento “como si”, se debe en gran parte a la presencia de su marido. Lo que ella
expresa en una fórmula lapidaria: “No me aferro a nada, y sin embargo, soy muy dependiente de mi
marido. Es paradojal”. Ella precisa: “No soporto que se ataque a mi marido, es como serruchar la
rama sobre la que estoy sentada. Me alimento de sus pensamientos”.
Sin embargo, Arielle afirma además no haber descubierto el sufrimientos sino después de su
matrimonio. Durante su infancia y su adolescencia, ella se alejaba de los problemas, se metía a la
gente en el bolsillo, y se las arreglaba para que su futuro fuese feliz. “Me apoyaba sobre mi
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apellido”, -observa ella- en efecto, su patronímico de nacimiento evoca la idea de juventud y
alegría. Llamémosla “Juventud”. “Yo estaba contenta, sin problemas, mimada por mis profesores,
se bromeaba frecuentemente y de manera agradable sobre mi apellido, era una especie de fuente de
la juventud. Desde pequeña yo extraía de allí una determinación para ser feliz”. La propensión a la
sustanciación del patronímico, a menudo presente en sujetos de estructura psicótica, había sido
puesta por Arielle, de manera original, al servicio de referentes imaginarios estabilizantes. “Sin
embargo - continúa ella – después de casarme, cuando perdí el nombre de mi padre, [N del T: en
Francia las mujeres casadas habitualmente dejan de utilizar el apellido de solteras] y sobre todo con
la omnipresencia de mi madre, me enfermé”120. Es necesario destacar que ella encontraba también al
lado de su madre un sostén importante. “No tengo deseo, constata ella en una frase destacable, pero
es lo contrario del de mi madre”. Precisa que desde su infancia, bajo su aire despreocupado y alegre,
siempre se esforzó por hacer lo contrario de su madre. “Era alguien quejoso, siempre limpiando,
mientras que yo era feliz y despelotada”. Parece que el significante patronímico, tomado a la letra,
le permitió a Arielle, no ser capturada en una relación demasiado mortífera con su madre,
abriéndole la posibilidad de orientarse, oponiéndose a ella. Después de su matrimonio, “mi marido
se ocupó de mí, me recogió como un andrajo, tomó el lugar de mi madre. Ahora necesito su
presencia que presiona e incluso, a veces, constriñe”. Sin embargo, todavía hoy, cuando este sostén
desfallece, Arielle se descubre dominada por “una atracción por la nada”, entonces - precisa ella –
“aspiro a posarme allí como un vegetal y a satisfacerme con mi inercia; no aspiro más que a nada”.
Entonces, no está invadida por el goce Otro: se experimenta separada de su ser de goce: como una
marioneta – dice ella- a la cual le habrían cortado las cuerdas. Todo indica que esos momentos son
superados gracias a la estabilidad de la relación conyugal que detiene la deriva de las
identificaciones imaginarias. El amor y el deseo del marido le permiten a Arielle mantener un velo
fálico que cae sobre su ser y contribuye a sostener su capacidad de hacerse representar en el campo
del Otro. Además, los ideales de su marido orientan el campo de la significación e instauran los
límites al goce del sujeto.
No hay allí nada que pertenezca con propiedad a la posición femenina. Lucien lo demuestra.
Él tiene unos cincuenta años, está bien adaptado socialmente, a pesar de la persistencia de ciertas
voces aparecidas hace quince años durante un grave episodio melancólico. Sin embargo, permanece
fundamentalmente dudoso de todo. A veces, sus voces le aportan ayuda, dándole consejos, que el
sigue con gusto; a veces, sin embargo, ellas lo desprecian e injurian, de modo que él no les puede
dar una confianza total. En su entorno, sólo su mujer conoce la existencia de estas voces, y fue
necesario más de un año para que me cuente a mí. Su vida profesional lo estabiliza tanto que él
acepta regularse sobre figuras de autoridad. Dejando de lado un cierto evitamiento de relaciones
120 El patronímico que Arielle adquirió al casarse no se presta más a las asociaciones sobre la felicidad a las que sí se prestaba el precedente.
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sociales, nada en su comportamiento deja suponer que se trata de un sujeto que presente otros
problemas. A veces, sin embargo, algunas preguntas lo asaltan. “Por suerte está mi mujer –señala-
ella siempre tiene la respuesta justa, ella me reconforta. A veces, cuando ella me habla, olvido todos
mis problemas. Sin ella, yo no sé dónde estaría”. Nunca ha mencionado ningún sentimiento
amoroso presente o pasado respecto de su esposa, pero él es muy conciente de que su equilibro está
condicionado por la presencia de ésta a su lado.
Sin embargo, aún en el seno de una relación conyugal aparentemente estable, las
condiciones de un enganche estabilizante no han podido ser realizadas. El esposo de Jacqueline se
presta menos a sostenerla que el de Arielle. “Sería necesario que mi marido me ayude – dice ella- él
tiene mucho poder sobre mí. Yo tengo necesidad de alguien para encontrarme, sus palabras tienen
mucho peso. Pero él me pone nerviosa. No me ama”. Ella constata que desde hace más de diez años
él constituye su principal sostén en la existencia al mismo tiempo que se rebela contra esta
situación. “Yo soy demasiado dependiente de él: él no me respeta”. Lejos de conferirle a su imagen
un valor agalmático, parece más bien apuntar a su ser. “Él me encuentra nula –dice ella- me trata
como una cosa”. Además, su vida le parece “incierta y aburrida”. Se presenta a menudo como una
obsesiva, a pesar de que la incapacidad de elegir de la que se queja, no se trata de la misma que la
de un neurótico incapaz de decidirse entre varios objetos igualmente atractivos; para ella ninguno de
los posibles la cautiva verdaderamente. Sus raros proyectos son evidentemente irreales. Sus
recriminaciones contra su marido no se ven seguidas de efectos. Da más bien una impresión de
inconsistencia que la de un espejismo como si. Su “nulidad” le es demasiado presente.
Luego de haberla perdido de vista durante algunos años, supe que se arrojó desde lo alto de
una torre.
Lo que a veces puede obtener la relación amorosa, cuando las circunstancias son favorables,
los grupos sociales fuertemente estructurados en torno de un ideal pueden realizarlo también. La
atracción ejercida por las sectas sobre ciertos sujetos cultivados encuentra allí una de sus razones.
Del mismo modo, se conciben las seducciones de la vida militar o monacal para los psicóticos. En
realidad, todo indica que muchos de ellos, gracias a identificaciones imaginarias estables, llegan a
encuadrar sus existencias y logran detener la psicosis declarada. En esta perspectiva el
funcionamiento “como si” parece revelar, no el mecanismo de compensación más ejemplar, sino un
modo desfalleciente de estos.
No se trata de instaurar límites infranqueables entre el “como si” y la despersonalización,
siguiendo la opinión de Hélène Deustch, ni tampoco de disociar el signo del espejo de estos últimos
fenómenos. Cuando suceden en el psicótico, es conveniente más bien juntarlos en el seno del vasto
conjunto de los trastornos de la identidad suscitados por la carencia de la identificación primordial
al rasgo unario. Una observación de Minkowski muestra además que ellos pueden coexistir. Se
trata de un hombre de 26 años egresado de una escuela superior. Durante un año presentó “un
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estado de depresión muy marcado” asociado a severos sentimientos de despersonalización. “No me
siento más – constata él -. No existo más. Cuando me hablan, tengo la sensación de que se le habla
a un yo […] Tengo, sobre mí mismo, la sensación personal ausente. En suma, paseo mi sombra […]
El médico le pregunta si había salido la víspera. Él responde: ‘justamente no salí, es como si un tipo
cualquiera hubiese salido y no yo […] me doy la impresión de un tipo que está sentado y que causa
pero que en definitiva no es idéntico a mí. No siento el derecho de emplear las expresiones “Yo (je)
y yo/mí (moi); no corresponden a nada preciso en mí”121. El sentimiento de inconsistencia dado por
ciertos sujetos psicóticos toma aquí una forma extrema. Es cierto que en estos casos los trastornos
deben situarse en un más allá del desencadenamiento. Este joven no dispone de la función del
significante amo para dar peso al ideal del yo. No puede contarse como Uno. No dispone más de
algunos referentes imaginarios a los cuales intentar enganchar su ser. Sin embargo, los busca por
medio de los dos fenómenos ya encontrados. Presenta, en primer lugar, esbozos del signo del
espejo: “Es necesario que me mire – dice en algunos momentos – para asegurarme que soy yo”. Sin
embargo, en ciertas circunstancias, no se reconoce más en el espejo: “No encuentro más mi
imagen, no me acuerdo más haberme visto en una imagen”. Él conserva la sensación de pasear su
sombra. Da testimonio también, de una forma pobre de funcionamiento “como si”. Después de
cenar – comenta - cuando los otros se levantan de la mesa, yo los sigo automáticamente, llevado
por sus movimientos. Sigo el reflejo de los otros. En suma, yo vibro con la gente, reflejo sus
vibraciones; y son sus vibraciones las que me hacen vibrar a mí mismo, no vibro más por mi cuenta.
[…] En una conversación, es mi interlocutor el que me hace hablar. Soy como un fantasma, pero
como un fantasma magnético, atraído automáticamente por los diversos acontecimientos que se
llevan a cabo afuera”. Él describe allí una especie de difracción al infinito de lo que hace las veces
de ideal del yo: no dispone más de significaciones privilegiadas para detener la deriva de las
imágenes. Este sujeto psicótico muestra claramente que el signo del espejo y el funcionamiento
“como si”, entonces asociado a la despersonalización, constituyen tentativas de remediar la carencia
de la función del rasgo unario, pero tentativas que deben ser situadas del lado de los modos de
compensación menos logrados.
Por cierto, una extensión muy amplia es conferida al “como si”, en principio poco
compatible con la acepción restringida de Hélène Deustch, que afirma en 1966 la extrema rareza de
la personalidad “como si”; sin embargo ella misma, diez años antes, decía todo lo contrario: “El
mundo está lleno de personalidades “como si” y más aún de impostores y de simuladores. Desde
que me intereso por el impostor, me persigue en todos lados. Lo encuentro en mis amigos y mis
relaciones tanto como en mí misma”122. Si ella oscila así entre dos posiciones, por otro lado ambas
justificadas, es porque ella discierne, cuando extiende el concepto, que describe por medio de él el
121 Minkowski E. Le temps vécu. Etudes phénomènologiques et psychopathologiques [1933] Gérard Monfort. Brionne. 1988, pp. 304-306.122 Deutsch H. L'imposteur, o.c., p. 285.
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proceso de identificaciones imaginarias efectivamente discernible en la constitución en cáscaras de
cebolla del yo de cada uno; por el contrario, cuando ella restringe vigorosamente la acepción,
objetiva un cuadro clínico, verdaderamente poco frecuente, pero ejemplar para aprehender ciertos
modos de estabilización del psicótico.
Existe una gradación entre aquellos que intentan remediar la carencia de la función del rasgo
unario. La más pobre es la autoscopía del signo del espejo. La más alta da consistencia a un yo ideal
nuevamente capaz de orientarse sobre un lugarteniente del ideal del yo. Los significantes de este
último no están por cierto, enclavados en el sujeto psicótico, y de allí la posibilidad de su
variabilidad y de su fraccionamiento, pero pueden encontrarlos llevados por la imagen ideal de un
semejante.
Cuando la marca del rasgo unario no recae sobre el ser de goce del sujeto, en virtud de la
identificación del S1, la fijación del ser no está asegurada, de modo que no dispone sino de
máscaras lábiles para asentar su identidad. Con respecto a éstas, el sujeto experimenta el
sentimiento de una falta de conexión estable y sólida. De esto resulta frecuentemente un sentimiento
de inconsistencia ligado a la flojedad de sus identificaciones.
La clínica del disfuncionamiento de la identificación al rasgo unario encuentra en el signo
del espejo una de sus formas extremas. La insistencia de la autoscopía debe ser sin duda conducida
al carácter enigmático que toma entonces una imagen mientras se vacía de significación. Ella se
vuelve extraña, el sujeto no llega a reconocerla como perteneciéndole. Perdiendo toda atracción
fálica, ella deja discernir el horror que encubría. En este momento, puede producirse una muerte del
sujeto. Para colmar la hiancia entrevista surgen a veces significaciones delirantes. El signo del
espejo se sitúa en los límites de la estructura psicótica no-desencadenada. Da testimonio, más
frecuentemente, de un desfallecimiento de las identificaciones imaginarias que de una tentativa por
sostener su brillo fálico.
En la impostura patológica, el sujeto se aferra a un ideal del yo narcisista que no conlleva
ningún rasgo de negativización fálica. No se orienta para nada sobre las significaciones del Otro: la
función del ideal del yo es totalmente inoperante. Los otros no son convocados más que para
confortar la imagen ideal. La máscara está demasiado mal colocada para que la impostura pueda
durar: en general sucede que el sujeto es descubierto y que se revela su decadencia.
El funcionamiento “como si” testimonia de un funcionamiento más elaborado. Apoyándose
sobre los ideales de un semejante, el sujeto mantiene una apertura a la dimensión del Otro, lo que le
da acceso a un lugarteniente del ideal del yo. Entonces, contrariamente al impostor, llega a veces a
imponerse esfuerzos y a aceptar constricciones. En función del modelo identificatorio adoptado,
será un ciudadano honorable tanto como un delincuente. A veces uno y otro según las
circunstancias. Este funcionamiento, raro en la forma pura, puede degradarse en “fantasma
magnético”; pero puede también sobreponerse gracias a una identificación que llega mejor que otras
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a compensar la función paterna. Parece que una de las condiciones mayores está ligada al carácter
exigente de aquel que la encarna, por la que se colocan límites al goce del sujeto. El respeto de éstos
sostiene el yo ideal en su función de máscara puesta sobre el horror del ser de goce. Concebimos
entonces, que el encuentro con un amo compatibiliza muy bien con el funcionamiento “como si”;
mientras que la mansedumbre de la mujer del paciente de Calligaris, tolerando la relación de su
marido con su madre, precipitó sin dudas a éste a la decadencia.
Para que una identificación imaginaria llegue a estabilizar duraderamente a un sujeto
psicótico, hace falta que ciertas condiciones sean cumplidas. Poder precisarlas necesita estudios
complementarios. Parece, sin embargo, que estas identificaciones son portadoras del ideal, de modo
que ellas limitan y localizan el goce. Además, es frecuente que satisfacciones pulsionales se
encuentren en la base del lazo que une estos sujetos a su objeto de identificación prevalente.
Entonces, no podríamos dudar de que los mecanismos imaginarios que dominan la sintomatología
no funcionan de manera autónoma: ellos están articulados con la economía de goce. En las formas
más elaboradas de estos procesos de estabilización, las identificaciones imaginarias parecen en
conexión con lo real. ¿Restauran un nudo de la estructura del sujeto? Lacan parece hacer la
hipótesis de un fenómeno bastante comparable cuando arriesga la posibilidad de que “a tres
paranoicos podría anudarse, en calidad de síntoma, un cuarto término que se situaría como
personalidad, en la medida en que ella misma sería distinta respecto de las tres personalidades
precedentes y de su síntoma”123. Esta última personalidad no sería ella misma necesariamente
paranoica, mientras que la cadena podría comportar “un número indefinido de nudos de tres”. Esta
coyuntura, por medio de la cual una personalidad, noción que pone el acento sobre el yo del sujeto,
portaría para los otros el peso de goce propio del síntoma, debería ser buscada en el seno de
comunidades que se prestan más que otras, a proveer sólidas identificaciones a sujetos de estructura
psicótica: sectas, grupos religiosos, militares o políticos. Pareciera que las identificaciones
imaginarias del psicótico son mucho más estables cuando su conexión con lo real es estrecha.
Arielle lo indica cuando constata su dificultad para sostener su ser durante las ausencias
prolongadas o inhabituales de su marido. “En esos casos – llega a decir – continúo efectuando mis
actividades habituales, nada se transparenta exteriormente, pero interiormente es el caos, yo no soy
más que un sobre vacío”. Está claro que el goce se encuentra localizado sobre su partenaire, de
modo que Arielle no presenta ningún signo de psicosis clínica: no está invadida por el objeto a. Sin
embargo este objeto no está perdido, un proceso de separación no intervino, razón por la cual la
presencia del marido resulta esencial. El objeto a no está velado por la imagen del otro: está tomado
en ésta. “Yo sé que no puedo pedirle esto a mi marido – observa Arielle- pero lo ideal sería que él
estuviese siempre presente, que no me deje nunca”. Que su ser se sitúe no en la falta del Otro, sino
123 Lacan J. Le sinthome. Séminaire du 16 décembre 1975, in Ornicar? Bulletin périodique du champ freudien. Juin-Juillet 1976, 7, p. 7. – En español. Seminario 23, Paidós, Pág. 53.
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en su marido encarnado, ella lo expresa también claramente cuando constata que la ausencia
prolongada de este último equivale para ella a “la muerte del alma”. Ella sabe ahora que es
plegándose a los ideales de su marido que ella llega a orientarse en el campo de las significaciones.
Ella encuentra por allí, los bornes para su goce de la inercia. “Yo no tengo tranquilidad más que
conformándome a lo que mi marido espera de mí”. Pareciera que sólo llegando a operar un
encuadramiento del objeto a, las identificaciones imaginarias del psicótico logran estabilizarlo.
La cura de psicóticos ordinarios plantea problemas que pasan frecuentemente
desapercibidos. Estos lo son aún más cuando se los coloca en la gran bolsa de la noción de estado
límite, de esquizofrenia latente o de depresión. Estas categorías sindrómicas no permiten el
establecimiento de una dirección de la cura apropiada. Son generalmente asociadas a conductas
terapéuticas que desconocen completamente que el lugar del analista en la transferencia se
encuentra determinado por la estructura del sujeto.
La clínica de la psicosis ordinaria permanece en el limbo en Freud. Por cierto, hacía falta
concebir la forclusión del Nombre-del-Padre para que ésta tomase vigor, pero también, sin duda, el
nudo borromeo, ya que se trata de una clínica de conexiones y de desconexiones, no de una clínica
del conflicto. No es sino al término de su enseñanza que Lacan rompe claramente con esta última,
no privilegiando más por ejemplo lo simbólico en relación a lo imaginario, sino insistiendo sobre la
equivalencia de los tres elementos: real, imaginario y simbólico. “La clínica de los nudos – subraya
JA Miller – es una clínica sin conflicto- […] Es una clínica del anudamiento y no de la oposición,
una clínica de los arreglos que permiten la satisfacción y que conducen al goce. Hay una dificultad,
pero no hay conflicto. La estructura misma de los nudos no permite hacer surgir la dimensión del
conflicto.[…] Entonces, no se trata en esta clínica de resolver el conflicto, como en Freud, sino de
obtener un nuevo arreglo, de un funcionamiento más o menos costoso para el sujeto”124. Esta nueva
clínica orienta la cura, no más hacia la interpretación de los síntomas del sujeto psicótico, sino ora
hacia la invención de suplencias, ora hacia un sostén aportado a los modos de estabilización ya
instalados. El conocimiento todavía somero de la sorprendente diversidad de las formas clínicas de
la psicosis ordinaria no encontrará prolongaciones sino aceptando tomarlas en consideración.
124 Miller J-A. Le séminaire de Barcelone sur Die Wege der Symptombildung, in Le symptôme-charlatan. Seuil. Paris. 1998. – Hay versión en español, en “El síntoma charlatán”, Seminario de Barcelona, Sobre Die Wege der Symptombildung , Paidós, pág 46 y 47.
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